1966

Animal depredador de la pena, el hombre.


Las alucinaciones se esfuman y la verdad, más terrible ocupa lugar.


Para poder iluminar las horas de la noche, de día anda entre hombres. No les pide nada. Ellos le piden mucho. Le atormentan sus rostros. Entre ellos hay algunos que le han matado a gusto. Pero esto no le molesta. Sabe que por la noche se zafará de ellos. Cuando duerman, libre de ellos, podrá respirar junto a la lámpara.


Di: fue en vano. Pero no fue en vano mientras yo no lo diga.


¿Atacar a los que tienen éxito?; no hace falta. Tienen el éxito como la corrupción en el cuerpo.


Los pensamientos más terribles los miramos tranquilamente a los ojos y de pensamientos mucho menos terribles no se nos puede consolar con nada.


Odiar a un hombre tanto tiempo como sea necesario para llegar a amarle.


Debería haber una instancia suprema que absolviera de la muerte si uno contestara honradamente a todas sus preguntas.


La fascinación que producen las serpientes. ¿Porque son sordas? ¿Porque su veneno lo tienen, por así decirlo, a la vista, en un sitio determinado? Pero también fascinan aquellas que no son venenosas. ¿Porque comen tan pocas veces? ¿porque también se aman? La historia de la serpiente que, cogida entre espinos, perdió su piel; que, en su sonrosada desnudez, culebreaba por entre los sonrientes indígenas; y el miedo del cazador que no pudo soportar esta humillación de la serpiente y la apartó.


Los animales son seres más extraños que nosotros sólo por esta razón. Porque tienen las mismas vivencias que nosotros, pero no las pueden contar. Un animal que hablara ya no sería superior a un hombre.


Un reno dispara a un hombre. «Un reno llamado Rudolf que arrastraba los trineos de tres cazadores le disparó a uno en la pierna. Rudolf quedó cogido por los cuernos en un fusil y accionó el gatillo.»

¿Cuándo aprenderán los animales a disparar? ¿Cuándo el disparar se convertirá en algo peligroso para los cazadores? ¿Cuándo robarán los animales fusiles, como los rebeldes, los esconderán y se ejercitarán en el tiro? A los cornúpetos les resulta más fácil que a los otros animales, pero con los dedos y con los dientes también se podría disparar sobre cazadores. ¿Y si en esto salieran perjudicados hombres inocentes? ¡Pero cuántos animales inocentes…!


Los nuevos descubrimientos, los verdaderos descubrimientos que se hacen con animales sólo son posibles porque nuestro orgullo como jefes supremos se ha esfumado completamente. Se llega a la conclusión de que somos más bien jefes ínfimos, es decir, el verdugo de Dios en su mundo.


Legisladores que tienen que enseñar con todo detalle lo que hacen.


«Los padres de la Iglesia Oriental aseguraban que Cristo fue más feo que cualquier otro hombre. Pues para salvar a la Humanidad había tomado sobre sí todos los pecados de Adán e incluso las imperfecciones físicas.»


Corazones como cálices en los cuales la gente bebe. Uno se los puede sacar del pecho y darlos a los otros para que beban. Uno puede darle a otro su corazón como prenda; en este caso, coge su corazón y lo mete en el pecho del otro. El que ama anda por el mundo con el corazón de otro. El que muere se lleva el corazón de otro a la tumba y su propio corazón sigue viviendo en él.


Uno y el mismo hombre sirve a muchos como sobrevivido.


Le gustan los pocos y está siempre declamando sobre los muchos.


No digas: ahí estuve yo. Di siempre: ahí no estuve nunca.


No he aparecido. Tanto ruido, tantas palabras y sigo sin haber aparecido.


Hay charlatanes ridículos. Hay también silenciosos ridículos.


Los días no contados son la felicidad de la vida, y los años contados, su razón.


El verdadero efecto de la misericordia ¿sería cambiar en error la culpa que hay en aquel de quien nos hemos apiadado?


Una profesión útil como la de médico no es bastante para proteger a un poeta de la presunción. Porque el asco ante lo vivido, que al principio es fecundo, alimenta, actuando por contraste una especie de magnificación de la persona que ha conseguido superar este asco. El poeta que ha conseguido superarlo se convierte en un fin en sí mismo.


Sólo hay pueblos escogidos: todos aquellos que aún resisten.


Montañas en forma de una línea azul de cielo a lo lejos. Tierna, inasible arrogancia.


Cantaban tan alto que se les oía desde lejos. Habían formado un corro en el sitio donde el tráfico era más intenso; veinte personas formaban un gran círculo y cantaban como un solo hombre. Algunos llevaban uniformes, otros mono de trabajo o traje de calle. Las mujeres que había en este grupo parecían hombres, pero no llevaban pantalones. Sus voces atronaban como trompetas. Cada canción tenía varias estrofas, y cuando una había terminado empezaba inmediatamente otra sin que antes se pusieran de acuerdo. Tenían todos la cara enrojecida. «¿Es el esfuerzo o es que están muy sanos?» Los transeúntes se apretaban y pasaban pegados a ellos; la mayoría tenían mucha prisa y no querían molestarles. Pero algunos se detenían y les admiraban. Contraían los labios; les hubiera gustado cantar. «Por qué no lo hacemos. Por qué no cantamos con ellos. Claro que no podemos cantar tan bien». Los coches que pasaban muy cerca evitaban tocar el claxon. Un guardia que dirigía la circulación a pocos metros de distancia cambió de sitio y consiguió dirigirla desde otro lugar. Su uniforme no era el de ellos, estaba solo. No le hubiera importado nada juntarse al grupo. Dos perros, a los que sus dueños llevaban de la correa, ladraban muy fuerte y se metían en el círculo de los que cantaban. Su dueño y su dueña les retenían con dificultad; les prohibían que ladraran.

Cada uno de los cantores llevaba un bastón blanco y en los momentos en que el júbilo del canto crecía mucho levantaban los bastones en alto como extasiados. Los agitaban en el aire, los levantaban y los entrelazaban, entusiasmados. A diferencia de lo que ocurría con el canto, este movimiento no estaba regulado, iba en todas direcciones y tropezaba torpemente en un cielo adoquinado. Luego el júbilo decaía, los bastones descendían y se colocaban modestamente sobre el suelo. Entre una canción y otra se oía por unos momentos el ladrido de los perros a los que sus dueños no conseguían calmar. Un claxon que, por olvido, había tocado, dejó de oírse inmediatamente en cuanto empezó la nueva canción. La letra la pronunciaban con tal fuerza que era difícil entenderla y sólo una palabra que se repetía con frecuencia se reconocía de un modo inmediato. Salía en cada estrofa y designaba al Ser Supremo. Poco a poco, otras palabras se iban entendiendo también. Se juntaban al tema del canto y lo vestían con colores chillones.

De los cantores, algunos tenían los ojos cerrados y no los abrían ni en los momentos de mayor tensión. Otros, que los tenían muy abiertos, miraban fijamente y de un modo inexpresivo hacia una misma dirección. Pero ninguno utilizaba los ojos como acostumbran hacerlo los cantores. Cantaban con tanta pasión porque no podían ver nada. No paraban de cantar porque no querían ir a ninguna parte. Todos eran ciegos y daban gracias a Dios; su canto versaba sobre sus pecados.


En la vida inglesa, una de las palabras que se usan para tranquilizar a otro y que más molestas resultan es «relax!». Me imagino a alguien diciéndole a Shakespeare «relax!».


El escritor, por instinto, tiende a engañar a los que ama quitándoles aquello que cree que pueden haber recibido de cualquier otro. Lo que él les da sólo debe poder dárselo él. Ellos, en cambio, aun sin saberlo, anhelan nutrirse de la vida más normal y corriente, y, en última instancia, tienen que odiarle con encono por privarles de este alimento. El no puede dejar de decirles desesperadamente una y otra vez que no se trata de esto, sino de otra cosa; y mientras es él el que decide lo que tiene que ser esta otra cosa, está contento.


No hace nada por su cuenta. Imagina lo que otros hacen y se lo hace contar.


¿Ascesis sin mal olor?, ¿qué ascesis es ésta?


El milagro de la supervivencia humana: es tanto más un milagro porque estas miserables criaturas por la noche, roncando, se traicionan a sí mismas ante las fieras. Los únicos animales salvajes que roncan como nosotros son los antropoides.


Un hombre que ya no aprende nada ¿tiene derecho a sentirse responsable todavía?


Circe, que transforma a todos los hombres en periódicos. El hombre, el animal que retiene en la mente lo que asesina.


Una vez al mes, dicen, veían salir del mar un demonio procedente del mundo de los espíritus y que tenía el aspecto de un barco lleno de luces. Cuando miré, vi, para mi sorpresa, algo así como un gran barco que parecía estar lleno de luces y antorchas. Entonces dijeron: «éste es el demonio…» (Ibn Battuta en las islas Maldivias.)


Escapó del presente de Pero Grullo y se refugió en las viejas mentiras.


Uno que envejece por determinadas palabras.


Encontrar hoy las relaciones fundamentales, como aquellas cinco de Confucio.


Construye pensamientos. Tienen que ser angulosos.


Un personaje que está hablando hasta que sueña.


Teofrasto: así, en los griegos está ya todo; incluso los personajes de las malas comedias que vendrán luego.


La Coleccionista de miradas: está muy interesada en que no se le escape ni una sola de las miradas que le dirigen, y da las gracias por cada una de ellas. Recibe muchas y las administra a lo largo de las semanas y los años. Las coloca en un banco como pequeños capitales, como capitales separados; no las mezcla jamás, sabe siempre con toda seguridad dónde puede esperar otras nuevas y, a su manera, paga intereses por ellas. Sus empresas se van extendiendo poco a poco por muchos países; hay miradas en pos de las cuales viaja. Se niega a contratar un administrador y lo hace todo sola.


Una juventud inventada que, en la vejez, se convierte en verdadera.


Un adulador que ve horrorizado cómo todos los hombres se convierten en aquello que les dice que son.


Dinero saltarín, como pulgas.


Una mujer que no consigue darle celos al hombre que ama. Cuanto más intenta confundirle, tanto más seguro está él de ella. Hace todo lo posible para afear su propia imagen ante él; a los ojos de éste, brilla cada vez con mayor pureza. Contrata a personas que le cuenten las cosas más terribles de ella. El lo oye y se ríe. Ni siquiera se indigna. Lo oye como si se tratara de otra persona.

Su inmutabilidad la atormenta más y más y, con el fin de arruinar su propia imagen, empieza a hacer cosas que le repugnan. Consulta con el peor enemigo de él, y éste le sugiere el punto en el que su amado va a ser más vulnerable. Esto hace que él se reconcilie con su enemigo. Todo lo que le lleva a ella acaba siendo hermoso y querido.

No se puede prever cómo va a terminar esta historia.


Oídos para no oír, oídos para volar, oídos para obedecer.


Helicópteros enanos que aterrizan en calvas.


El juez está sentado en el suelo; todos los demás están de pie a su alrededor; los acusados cuelgan del techo. La sentencia se dice en voz baja. Si es absolutorio, bajan al acusado del techo y lo admiten entre los que están de pie. En cambio, al condenado lo ponen al lado del juez y éste frota su mejilla con la de aquél. Luego, el juez le da un beso en los ojos que ya no va a poder abrir más: su castigo.


Volver a sacar de los nombres su emoción.


¿Para qué las inefables víctimas, la sangre de los animales, el tormento y la culpa?… ¿Para que nosotros muramos también?

Miserable el que sabe. Qué miserable tendría que ser Dios, omnisciente.


Ni a Goethe se le ahorró la agonía. Sin embargo le echan unas cuantas horas más de paz para que dé una impresión de mayor belleza, una impresión más de acuerdo con sus costumbres.


Un último deseo que va dando vueltas a la tierra y que no cambia a lo largo de los siglos.


Nubes en vez de pensamientos; toman la forma de cabezas de pensadores; el viento las arrastra y ellas se deshacen en forma de una lluvia que cae sobre países pobres en pensamientos.


Calles que sienten dolor. La gente aprende a no abusar de sus sentimientos.


Libros que pueden escoger a sus lectores y que se cierran a la mayoría de ellos.


Una familia en la que nadie conoce el nombre de nadie, una familia discreta.


La poetisa dice: he tomado de otros cada una de las líneas que he escrito. Todos aquellos de quienes he copiado me aman. Me he hecho famosa. Ha sido muy fácil. Una no debe decir nunca nada aparte lo que dice en las líneas tomadas de otros. El silencio es poderoso. ¡Cómo les halagan estas líneas a sus autores! Jamás me encuentran aburrida. Me prestan su prestigio. El que conoce la generosidad de la vanidad no yerra nunca.

Estuve también en algunos lugares. Eran lugares escogidos, como la gente de quienes yo copiaba. Todos estos lugares son mi biografía. Es necesario que no sean demasiados. Son lugares famosos; todo el mundo se acuerda fácilmente de sus nombres. Su fama ha pasado a mi nombre.


Un pensador. Empieza apartándolo todo. Díganle lo que le digan, nada es verdad. Llega uno, se presenta y dice su nombre. «¿Cómo dice?» – «Fulano de tal.» – «¿Qué quiere decir usted con eso?» – «Me llamo así.» – «¿Pero esto qué significar?»

Llega uno y dice de dónde es. «Esto no quiere decir nada.» – «He nacido allí.» – «¿De qué lo sabe?» – «Siempre lo he sabido.» – «¿Estaba usted?» – «!Tengo que haber estado allí a la fuerza!» – «¿Se acuerda?» – «No.» – «Entonces, ¿de dónde sabe que es verdad?»

Llega uno y nombra a su padre. – «¿Dónde vive?» – «Está muerto.» – «Entonces no existe.» – «Pero era mi padre.» – «Los muertos no existen, luego su padre no existe, luego no es su padre.»

Llega uno Y cuenta dónde estuvo ayer. «¿Cómo sabe usted esto?» – «Estuve allí.» – «¿Cuándo?» – «Ayer.» – «Ayer ya no existe. No hay ayer. Luego no estuvo usted en ninguna parte.»

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