Toda responsabilidad está oculta. Al estar oculta es indestructible.
El no es pueblo, es todos los pueblos.
Se atreven a ponerme delante a los organizadores, los managers, los delegados, cuando, al fin, arremeto contra el poder.
Dialéctica, una especie de dentadura.
«Pues ni tan sólo una de las criaturas debe ser borrada de este mundo.»
A uno, cuando se siente muy humillado, sólo le queda hacer una cosa: levantar y consolar a otro humillado.
«No se adhiere a ninguna escuela y, no obstante, no rechaza ningún pensamiento porque provenga de otro.» (Xuang-Tse.)
La realidad de lo fantástico en Xuang-Tse. Lo fantástico nunca queda reducido a algo ideal. Lo intocable es la realidad misma y no algo que está detrás de ella.
Del Taoísmo siempre me ha atraído el hecho de que conozca y apruebe la metamorfosis, sin llegar a la posición del idealismo hindú o europeo.
El Taoísmo da la máxima importancia a la longevidad y a la inmortalidad en esta vida, y las muchas y muy distintas formas que esta religión proporciona son de este mundo. Es la religión de los poetas, aunque éstos no lo sepan.
La tensión que existe entre las tres grandes doctrinas de China -entre Mencio, Mo-Tse y Xuang-Tse – la veo como algo actual; la tensión que se da en el hombre moderno no puede verse de un modo más preciso. La tensión de la tradición europea, la que existe entre lo «terreno» y lo «ultraterreno» me parece falsa y artificial.
No hay ninguna lectura que esté tan cerca del hombre de hoy como los primitivos filósofos chinos. No hay nada que no sea esencial. Estos autores, mientras es posible, le ahorran a uno la deformación debida a lo conceptual. La definición no es un fin en sí mismo. Se trata siempre de las posibles actitudes en relación con la vida y no con los conceptos.
La demostración destruye. Hasta lo más verdadero lo destruye la demostración.
Encontrar frases tan sencillas que ya no sean las propias.
Perder la posibilidad de ser reconocido, lo más difícil de todo.
Después de cien años, volver a encontrar una observación acerca de algo: ahora ya no se olvida.
No es que se cierre a la experiencia pero no actúa conforme a ella. De las últimas esquinas de lo destruido le persigue todavía el sentido de la experiencia.
Las palabras no son demasiado viejas, lo son solamente los hombres que usan las mismas palabras con demasiada frecuencia.
El quiere seguir adelante; ir adonde todavía no estuvo; cambiar de suelo, dejar aquel sobre el que andaba seguro; quiere escapar, ir a lo inseguro; salvarse allí donde todavía no ha establecido ninguna relación; establecer nuevas relaciones, juntar nuevas realidades, tener nuevos presentimientos.
Aun en el caso de que encontráramos a uno que fuera capaz de presentir en una hora más de lo que los demás presienten en toda una vida, éste no podría darse por satisfecho. Debería aprender a rechazar sus presentimientos, incluso aquellos que más ama, y encontrar otros, completamente insospechados, que todavía le amenazan.
Tu ascesis sería, más aún que el silencio: vivir sin admiración.
Napoleón, Wellington y Blücher, caballeros de una pulga en el circo.
Un día en un orden distinto, un día feliz.
Lo importante es aquello de lo que uno se desembaraza, no tanto lo que uno hace cuanto aquello que uno aparta de sí.
¿Puede uno tener resentimiento a una lengua? Tal vez, pero sólo en esta lengua. Todo resentimiento a una lengua expresado en otra es sospechoso.
Se movía de un modo temerario en la catástrofe; mientras tanto su hermano, soñando, estaba tumbado en la playa y tomaba el sol.
Un azteca de cocinero en Hampstead. «Quetzalcoatl», le digo; no me entiende. «Steak au Poivre», digo, y una sonrisa maliciosa se dibuja en su rostro. Durante una hora estuve observando sus pensamientos; tenían lugar entre la nariz y el bigote, en forma de arrogancia y sumisión.
Me estimula no encontrar quien me escuche.
Los escritores se reconocen unos a otros por la forma generosa de hablar. Mi nuevo amigo, el sabio de Agra, de tez oscura, con su mal inglés, se entretiene hablando de avaros igual como lo haría yo: su tarjeta de visita.
El primer editor de las obras de Nestroy (uno de los dos editores) fue Ludwig Ganghofer: debió de tomar a Nestroy por un cazador furtivo.
La fama tardía de Svevo: un regalo de Joyce. El maestro a sueldo, que se sentía humillado, cubre al «burgués» con su repentina riqueza: fama.
Algunos personajes de novela poseen tal fuerza que tienen prisionero a su autor y lo estrangulan.
Disolución del personaje en la literatura de los últimos tiempos: los personajes que nuestra época necesitaría son tan monstruosos que ya nadie tiene la osadía de inventarlos.
Quitarse la ropa vieja. Recordar, sí. Pero no con la indumentaria de antes.
Céline en D'un Château l´Autre se define de un modo asombroso: su adaptación a los poderosos de Sigmaringen; su situación paranoica, de la que es siempre consciente; estaba realmente en peligro (la guerra toca a su fin. El gobierno de Pétain y sus personalidades más relevantes se encuentran huidos en Sigmaringen).
Mientras escribe este libro, sobre acontecimientos que remontan por lo menos a doce años atrás, se fragua en él un nuevo odio: contra los que le exhortan a escribir, sus editores: «Achille» es Gaston Gallimard.
Su papel de médico, en Sigmaringen, le pone en contacto con toda la gente de allí. El coronel médico, uniformado, enfermo de la próstata y a quien él reconoce. La dueña del hotel, a quien él acaba de dar una inyección, que, desnuda, le pide que le entregue a su mujer una «barisina» porque está enamorada de ella. Y el comandante de las SS, miembro de una familia noble a quien trata con especial cautela. Todo el mundo reclama sus servicios como médico. Le tienen respeto desde que sabe que tiene mano con Zyankali.
Céline convierte todo lo que le ocurre en algo masificado. En esto es muy impreciso como todos los paranoicos; pero uno tiene la sensación de un peligroso hervidero de vitalidad – una vida que, por otra parte, resulta detestable -. En este libro no es tan generoso con los «juifs» como antes. Pero todo alemán es un «boche», y en este autor la palabra contiene todo el desprecio del que es capaz. Este libro son unas memorias exhaustivas de un hombre que, las más de las veces – en realidad, siempre -, se siente perseguido. En eso estriba también el secreto de por qué esta obra se lee tan bien. Céline se siente siempre en peligro, y este sentimiento se transmite al lector. Céline se lee con la misma facilidad con la que la mayoría de la gente lee novelas policíacas. No retrocede ante ninguna expresión desagradable; esto es lo que da a su obra esta apariencia de continua verdad.
Céline ha visto mucho, primero como médico, luego por su destino aventurero. Uno se maravilla de que no todos los médicos vean la vida como él. A él no se la ha endurecido la piel como a los demás médicos. Tal vez esto tenga que ver con el hecho de que fue siempre médico de los pobres. El sentimiento de la importancia que en él tiene ser escritor – un sentimiento del que, sin duda, no carece Céline – aparece de una forma distinta a como aparece en otros escritores. Le da derecho a atacarlo todo. Pero, al revés de lo que ocurre con otros, no tiene presunción alguna: para él, todos los fenómenos de la vida, incluso los suyos propios, son demasiado cuestionables.
Es un gran falsificador, aunque solo sea por lo masificado de casi todas las escenas que él rememora. Con todo, en él hay relatos cómicos de gran fuerza que tienen algo de Rabelais. Relatos sobre diálogos con personas determinadas: la escena con Laval y Brisselone, o la de Abetz y Chateaubriand. Es un narrador de vieja escuela; esto podría llenarnos de esperanza en relación con el arte de narrar. Interrumpe constantemente su relato con digresiones que le quitan a éste su trivialidad. Su visión del sexo es la que cabe esperar de un médico, y además completamente convincente. A las mujeres odia casi más que a los hombres. La ridícula autoglorificación del sexo que hace insoportable a Miller y a sus seguidores está tan ausente de él como podría estarlo de un teólogo medieval.
Céline se ha sentido casi siempre mal; esta circunstancia la concilia un poco con su talante hostil, que es indiscriminado y monstruosos. No arremete contra los hombres que hoy están mal visto en Francia; cuando, con su manera de presentar los hechos, se defiende a sí mismo, los defiende también a ellos. Tiene unas formas muy aristocráticas, lo que en su medio es sorprendente. Odia todo poder y toda adoración.
El recuerdo quiere llegar en su momento y sin que le molesten, y nadie de los que estuvo allí entonces debe interrumpirle en sus propósitos.
Qué poco has leído, qué poco sabes; pero del azar de lo leído depende lo que eres.
Un personaje que consigue destruirlo todo con la perseverancia.
¿Mito? ¿Quieres decir algo tan antiguo que ya no resulta aburrido?
En lugar de una Historia de la Literatura que hable de las influencias, una que hable de las reacciones; sería más interesante. Los contra-modelos, no siempre manifiestos, son a menudo más importantes que los modelos.
Construir la biografía de un hombre basándose en todo aquello que él ha repelido. Lo repelido penetra de un modo completamente distinto; se queda debajo de la piel, perdido pero despierto. Una vez rechazado, se puede olvidar, pero es un olvido aparente; y lo repelido, como rechazado, puede usarse sin miedo.
Un hombre aparentemente gordo, formado por doce delgados, bien empaquetados, que pían a la vez.
Al Coleccionista de Elogios le molesta el silencio de las calles. Las recorre incansablemente para obligarlas a elogiarle y le pone de mal humor su resistencia. Para él los periódicos son demasiados cotidianos. Los hombres, después de cogerlos, los vuelven a tirar juntamente con su fotografía. ¿Tendría bastante con que cada día viniera algo nuevo sobre él en el periódico? ¡No! Sin duda necesita los periódicos – los estuvo leyendo hasta que se encontró allí…-, pero quiere mucho más.
Quiere arrinconar los sucesos del mundo. Quiere que se ocupen de él, no de terremotos y guerras. Encuentra totalmente absurdo todo lo que la Luna ha dado que hacer a los hombres. Le tiene rabia a la Luna porque se habló tanto de ella.
El Coleccionista de Elogios llena una casa con su nombre. Guarda el más pequeño trozo de papel en el que éste esté escrito y también el más grande.
De vez en cuando se lee toda la casa, una y otra vez lo mismo, aunque sean cosas viejas. Sin embargo prefiere lo nuevo.
Espera nuevos giros, frases que todavía no haya oído nunca, toda una lengua del elogio inventada sólo para él. Los muertos, de vez en cuando, pueden ser también objeto de estas alabanzas; se granjea su bendición.
El Coleccionista de Elogios estaría dispuesto a castigar con la pena de muerte toda difamación o, simplemente, toda crítica. No es una persona inhumana, no lamenta la abolición de la pena capital; sólo en casos especiales, es decir, cuando se trata de él habría que volverla a instaurar.
El Coleccionista de elogios no deja escapar ningún elogio; hasta para lo que se ha dicho dos, tres y cuatro veces tiene sitio. Va engordando, engordando, pero le gusta. Encuentra siempre mujeres que le amen por estar tan gordo. Lamen sus elogios y esperan sacar algo de ello.