Capítulo 13

Me monté en mi coche y conduje hasta Dalkey. Era tan tarde que la calle estaba oscura y sumida en un silencio espeluznante y todo el mundo andaba aovillado bajo sus edredones de lana. Aparqué debajo de un decoroso árbol y permanecí allí sentado un rato, observando la ventana del dormitorio de Holly y pensando en todas las noches en que había llegado tarde de trabajar a aquella casa, había aparcado en el camino de la entrada, como si perteneciera a aquel lugar, y había introducido mi llave, en la cerradura sin hacer ruido. Olivia solía dejarme algo de comer en la encimera: sándwiches imaginativos y notitas, además del dibujo que Holly hubiera hecho aquel día. Yo me comía los sándwiches sentado sobre la encimera, mientras contemplaba los dibujos bajo la luz que entraba a través de la ventana de la cocina y escuchaba los sonidos de la casa bajo la densa capa de silencio: el murmullo del frigorífico, el viento en los aleros, las suaves oleadas de la respiración de mis chicas. Luego le escribía una notita a Holly para estimularla a aprender a leer («HOLA, HOLLY, VAYA TIGRE MÁS BONITO. ¿ME DIBUJARÁS UN OSO HOY? TE QUIERE MUCHO, PAPÁ») y le daba un beso de buenas noches de camino a la cama. Holly duerme boca arriba, completamente despatarrada, ocupando el máximo de superficie posible. En aquel entonces al menos, Liv dormía enroscada y me guardaba un sitio en la cama. Cuando yo me metía entre las sábanas, musitaba algo y presionaba su espalda contra mí, buscando a tientas mi mano para que la rodeara con el brazo.

Telefoneé al móvil de Olivia para no despertar a Holly. Al ver que dejaba saltar el contestador tres veces, pasé al teléfono fijo. Olivia lo descolgó al primer ring.

– ¿Qué, Frank?

– Mi hermano ha muerto -contesté.

Silencio.

– Mi hermano Kevin. Lo han hallado muerto esta mañana.

Transcurrido un momento, la lámpara de su mesilla de noche se encendió.

– Madre mía, Frank. Lo siento muchísimo. ¿Qué ha…? ¿Cómo ha…?

– Estoy fuera -la informé-. ¿Me dejas entrar? -Más silencio-. No sabía dónde más ir, Liv.

Una respiración, no un suspiro.

– Dame un momento. -Colgó.

Su sombra se movió tras las cortinas del dormitorio: sus brazos metiéndose dentro de mangas y sus manos alisándole el cabello. Salió a la puerta con una gastada bata blanca bajo la cual asomaba un camisón de punto azul, lo cual pude presumir que significaba que al menos no la había arrancado de los cálidos brazos de Dermo. Se llevó un dedo a los labios y se las ingenió para arrastrarme hasta la cocina con sigilo y sin tocarme.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Hay una casa en ruinas al final de nuestra calle, la misma en la que hallaron a Rosie. -Olivia sacó un taburete y entrelazó sus manos sobre la encimera, toda oídos, pero yo me veía incapaz de sentarme. No dejaba de moverme de un lado para otro por aquella cocina; no sabía cómo parar-. Encontraron allí a Kevin esta mañana, en el jardín de atrás. Se precipitó por una ventana de la planta superior. Se rompió el cuello. -Vi el movimiento de la garganta de Olivia al tragar saliva. Hacía cuatro años que no la veía con el pelo suelto (sólo se lo deja así para dormir) y verla no hizo más que confrontarme otra vez con la realidad, como una rápida y dolorosa patada en los testículos-. Treinta y siete años, Liv. Salía con media docena de chicas porque aún no estaba preparado para sentar cabeza. Quería ver la Gran Barrera de Arrecifes.

– Dios mío, Frank. ¿Ha sido…? ¿Cómo…?

– Se cayó, saltó, alguien lo empujó, apuesta por lo que quieras. Para empezar, ni siquiera se me ocurre qué diantres hacía en esa casa, por no hablar de cómo cayó de ella. No sé qué hacer, Liv. No sé qué hacer.

– ¿Tienes que hacer algo? ¿Acaso no se ha abierto una investigación?

Solté una carcajada.

– Claro que sí. Como siempre. Han asignado el caso a la brigada de Homicidios… aunque no hay nada que demuestre que se trata de un asesinato, pero como existe ese vínculo con Rosie, la misma ubicación y el marco temporal… Ahora está en manos de Scorcher Kennedy.

Olivia hizo una mueca de repugnancia. Conoce a Scorcher y no siente especial simpatía por él, o tal vez no le guste especialmente yo cuando estoy cerca de él. Preguntó en tono educado:

– ¿Y estás satisfecho con eso?

– No, claro que no. Al principio me alegré, sí, podría haber sido mucho peor. Sé que Scorch es un grano en el culo de primera categoría, Liv, pero al menos no se rinde y eso es precisamente lo que necesitamos ahora. Todo este asunto de Rosie estaba frío como un témpano; nueve de cada diez tipos de Homicidios lo habría arrinconado en un sótano sin miramientos a las primeras de cambio para poder dedicarse a algo que tuviera alguna oportunidad de resolver. Pero Scorch no es de ésos. Y me pareció que era una buena opción.

– ¿Y qué ha ocurrido para que cambies de idea?

– ¿Qué ha ocurrido…? Que ese tío es un maldito pitbull, Liv. No es ni la mitad de listo de lo que se cree y una vez le echa los dientes a algo, no lo suelta, aunque haya agarrado el lado equivocado del palo. Y ahora… -Había dejado de moverme. Me apoyé en el fregadero, me pasé las manos por el rostro y respiré hondo a través de mis dedos. Las bombillas ecoeficientes empezaban a cobrar intensidad y conferían a la cocina un tono blanquecino zumbante y peligroso-. Van a decir que Kevin asesinó a Rosie, Liv. Se lo vi en la cara a Scorcher. No lo verbalizó, pero sé que es lo que estaba pensando. Van a decir que Kevin mató a Rosie y luego se suicidó al pensar que lo tenían cercado.

Olivia se llevó las yemas de los dedos a la boca.

– Madre mía. ¿Por qué? ¿Es que…? ¿Qué les induce a pensar…? ¿Por qué?

– Rosie dejó una nota… Media nota. La otra mitad apareció en el cadáver de Kevin. Quienquiera que lo empujara a través de esa ventana podría habérsela metido en el bolsillo, pero eso no es lo que piensa Scorcher. Cree que tiene una explicación evidente y un doble caso resuelto limpiamente, caso cerrado, sin necesidad de interrogatorios ni órdenes de registro, ni juicio ni nada por el estilo. ¿Por qué complicarse la vida? -Me despegué del fregadero y empecé a caminar de nuevo de un lado para otro-. Pertenece a Homicidios. Y en Homicidios son todos una panda de cretinos. Lo único que son capaces de ver es lo que se dispone en línea recta delante de sus narices; pídeles que desvíen la mirada un centímetro de esa línea, sólo por una vez en sus puñeteras vidas, y se pierden. Medio día en Operaciones Secretas y estarían todos muertos.

Olivia se alisó un largo rizo de color rubio cenizo y lo observó enroscarse de nuevo.

– Supongo que en la mayoría de casos la explicación más evidente es la correcta.

– Claro. Sí. Fantástico. Seguro que sí. Pero esta vez, Liv, esta vez no lo es. Esta vez la explicación más evidente es una puñetera farsa.

Olivia guardó silencio durante un segundo y me pregunté si se estaría cuestionando cuál había sido la explicación más evidente hasta el momento en que Kev emitió su canto del cisne. Luego dijo con mucha cautela:

– Hacía mucho tiempo que no veías a Kevin. ¿Estás absolutamente seguro…?

– Sí. Sí. Sí. Estoy segurísimo. He pasado los últimos días con él. Era la misma persona a la que conocí cuando éramos críos. Con el pelo más grueso y unos cuantos centímetros más en cada dirección, pero el mismo Kevin de siempre. Es imposible equivocarse en eso. Sé todo lo importante que necesito saber acerca de él, y no era ni un asesino ni un suicida.

– ¿Has intentado explicárselo a Scorcher?

– Por supuesto que sí. Pero ha sido como hablar con una pared. No es lo que le apetecía escuchar y no me ha hecho ni puñetero caso.

– ¿Y si hablaras con su superintendente? ¿Crees que te escucharía?

– No. Por favor, no. Eso es lo peor que podría hacer. Scorcher ya me ha advertido que me aparte de su camino y me va a tener el ojo echado todo el tiempo para asegurarse de que así sea. Si paso por encima de su cabeza e intento meter las narices en este asunto, sobre todo de algún modo que pudiera echar por tierra su preciada tasa de resolución de casos, lo único que conseguiría sería que me hincara los tacones con más fuerza. ¿Qué debo hacer, Liv? ¿Qué? ¿Qué hago?

Olivia me observaba con sus grises ojos pensativos llenos de recovecos ocultos.

– Quizá lo mejor que puedes hacer es dejarlo correr, Frank -opinó al fin-. Aunque sea por un tiempo. Da igual lo que digan ahora, ya no pueden hacer daño a Kevin. Y una vez recuperéis la normalidad…

– No. Bajo ningún concepto. No voy a quedarme ahí parado y ver cómo lo convierten en su chivo expiatorio sólo porque está muerto. Quizá Kevin no esté aquí para defenderse, pero desde luego yo sí voy a defenderlo.

Una vocecilla dijo:

– ¿Papi?

Ambos brincamos como un metro del susto. Holly estaba en el marco de la puerta, vestida con su holgado pijama de Hannah Montana, con una manita en el pomo y los dedos de los pies encogidos sobre las frías baldosas. Olivia le dijo rápidamente:

– Vuelve a la cama, amor mío. Mamá y papá están hablando.

– Has dicho que alguien ha muerto. ¿Quién ha sido?

Por todos los santos.

– No pasa nada, cielo -contesté-. Un conocido mío.

Olivia se acercó a ella.

– Es de noche, cariño. Vuelve a la cama. Hablaremos por la mañana.

Intentó darle media vuelta a Holly para encararla hacia las escaleras, pero ésta se colgó del pomo de la puerta y clavó los pies en el suelo.

– ¡No! Papi, ¿quién ha muerto?

– A la cama. Ahora. Mañana podemos…

– ¡No! ¡Quiero saberlo!

Antes o después iba a tener que explicárselo. Gracias al cielo, Holly ya sabía lo que era la muerte: un pececillo de colores, un hámster, el abuelo de Sarah… No habría soportado mantener esa conversación precisamente en aquel momento.

– Tu tía Jackie y yo tenemos un hermano -le expliqué (con que supiera de la existencia de un pariente lejano por el momento bastaba)-. Teníamos. Ha muerto esta mañana.

Holly me miró boquiabierta.

– ¿Tu hermano? -preguntó, con un ligero temblor en la voz-. ¿Mi tío?

– Sí, cielo, tu tío.

– ¿Cuál de ellos?

– Ninguno de los que conoces. Ésos son hermanos de mamá. Era tu tío Kevin. No lo conocías, pero creo que os habríais llevado muy bien.

Por un instante, aquellos ojos de butano se volvieron inmensos; luego a Holly se le descompuso el rostro, echó la cabeza hacia atrás y lanzó un chillido salvaje de pura angustia.

– ¡Nooooo! No, mamá, no, mamá, noooooo…

El grito se disolvió en grandes sollozos de pena y Holly enterró el rostro en la barriga de Olivia. Esta se arrodilló en el suelo y abrazó a su hija, mientras le hacía arrullos para tranquilizarla.

– ¿Por qué llora? -pregunté.

Estaba verdaderamente perplejo. Tras los últimos días, mi pensamiento avanzaba a paso de tortuga. Hasta que no vi la mirada rápida, furtiva y culpable de Olivia no me di cuenta de que sucedía algo.

– Liv -dije-. ¿Por qué llora?

– Ahora no. Chisss, cariño, chisss, todo está bien…

– ¡Nooo! ¡Nada está bien!

La niña estaba en lo cierto.

– Ahora sí. ¿Por qué demonios llora?

Holly apartó su rostro colorado y lloroso del hombro de Olivia.

– ¡El tío Kevin! -me gritó-. Me enseñó a jugar a Super Mario Bros e iba a llevarnos a mí y a la tía Jackie a la función de Navidad.

Intentó continuar hablando, pero la arrasó otro tsunami de llanto. Me senté petrificado en un taburete. Olivia no se atrevía a mirarme a los ojos; mecía a Holly mientras le acariciaba la cabeza. A mí no me habría ido nada mal que alguien me sometiera al mismo tratamiento, a ser posible alguien con grandes tetas y una melena frondosa como una catarata envolvente.

Finalmente, Holly se cansó y pasó a la fase de sollozos con encogimiento de hombros, y Liv la condujo con ternura hasta su cama, en la planta de arriba. Tenía los ojos ya casi cerrados. Mientras estaban arriba encontré una bonita botella de vino Chianti en el botellero (Olivia ha dejado de tener cerveza en la reserva desde que no vivimos juntos) y la abrí. Luego me senté en el taburete con los ojos cerrados y la cabeza apoyada contra la pared de la cocina, mientras escuchaba a Olivia emitir ruiditos tranquilizadores sobre mi cabeza e intentaba figurarme si alguna vez en mi vida había estado tan enfadado.

– ¿Y bien? -pregunté amablemente cuando Olivia regresó.

Olivia había aprovechado la oportunidad para ponerse su armadura de mamá buenorra: tejanos ajustados, un jersey de lana de color caramelo y expresión de superioridad.

– Creo que merezco una explicación, ¿no te parece? -añadí.

Miró mi copa y arqueó las cejas delicadamente.

– Y, al parecer, también te mereces una copa.

– No, no, no, nada de eso. Me merezco varias copas. No he hecho más que empezar.

– Supongo que no creerás que puedes dormir aquí si te emborrachas demasiado para conducir.

– Liv -dije-, normalmente estaría la mar de contento de discutir contigo tomando todos los derroteros que quieras, pero esta noche creo que debo advertirte algo: voy a centrarme en el punto que me interesa. ¿Cómo jodidos demonios conoce Holly a Kevin?

Olivia se echó la melena hacia atrás y se la recogió en una coleta. Era evidente que había decidido afrontar aquello con calma y serenidad.

– Le di permiso a Jackie para que los presentara.

– Vaya, vaya. Voy a tener que mantener una pequeña conversación con Jackie. A ti te presupongo lo bastante ingenua como para creer que era una buena idea, pero Jackie no tiene excusa. ¿Sólo a Kevin o a toda la puñetera Familia Addams? Dime que fue sólo a Kevin, Liv. Por favor.

Olivia cruzó los brazos y apoyó la espalda en la pared de la cocina. Su pose de batalla: la había visto tantas veces…

– A sus abuelos, a sus tíos, a su tía y a sus primos.

Shay. Mi madre. Mi padre. Nunca he pegado a una mujer. No me di cuenta de que estaba planteándome hacerlo hasta que sentí mi mano apretar el borde de aquel pequeño taburete, con fuerza.

– Jackie la llevaba a merendar de vez en cuando, después del colegio -me explicó-. Conoció a su familia, Frank. No es el fin del mundo.

– A mi familia no se la conoce, con mi familia se abren hostilidades. Hay que armarse con un lanzallamas y protegerse con una armadura integral. ¿Cuántas noches esporádicas ha pasado Holly exactamente conociendo a mi familia?

Un leve encogimiento de hombros.

– No llevo la cuenta. ¿Doce? ¿Quince? ¿Quizá veinte?

– ¿Desde cuándo?

Con esta pregunta provoqué un pestañeo culpable.

– Desde hace un año más o menos.

– Así que has obligado a mi hija a mentirme durante un año -la reprendí.

– Le dijimos…

– ¡Un año! Cada fin de semana durante un año le he preguntado a Holly qué había hecho esa semana y me ha estado contestando una mierda pinchada en un palo.

– Le explicamos que tendría que guardar el secreto durante un tiempo porque estabas enfadado con tu familia. Eso es todo, íbamos a…

– Llámalo guardar un secreto, llámalo mentir, llámalo como te venga en gana. Es precisamente lo que mejor hace mi familia. Es un talento innato, un don divino. Mi plan era mantener a Holly tan alejada de ellos como fuera posible, que superara las probabilidades genéticas y se convirtiera en un ser humano decente, sano y sin una mente retorcida. ¿Acaso te suena excesivo, Olivia? ¿Te parece realmente demasiado pedir?

– Frank, vas a volver a despertarla si…

– Y en su lugar tú la arrojaste directamente en medio de todo. Y, mira por dónde, sorpresa, sorpresa, lo siguiente que sabemos es que se comporta exactamente igual que un maldito Mackey. Se ha lanzado a mentir como un pato al agua. Y tú la estás incitando a cada paso que da. Eso es muy bajo, Liv. De verdad que lo es. Es la cosa más baja, sucia y rastrera que he oído en toda mi vida.

Al fin tuvo la decencia de sonrojarse.

– Íbamos a explicártelo, Frank. Pensamos que, una vez vieras lo bien que estaba funcionando…

Solté una carcajada lo bastante estentórea como para que Olivia se estremeciera.

– ¡Por Jesús muerto en la cruz, Liv! ¿A esto le llamas salir bien? Corrígeme si me he perdido algo, pero, hasta donde yo alcanzo a ver, esta desgraciada idea tuya está a años luz de salir bien.

– Por todo lo que más quieras, Frank, nadie sabía que Kevin iba a…

– Tú sabías perfectamente que yo no quería que Holly se acercara a ellos. Eso debería haber sido más que suficiente. ¿Qué más necesitabas saber? ¡Demonios!

Olivia tenía la cabeza gacha y con ese gesto de tozudez en la barbilla exactamente igual al de Holly. Eché mano de la botella otra vez y tropecé con el destello de sus ojos, pero se contuvo de decir nada, de manera que me rellené la copa con generosidad, dejando que un gran goterón chapoteara en la encimera de pizarra.

– ¿O es precisamente por eso por lo que lo hiciste? ¿Porque sabías que yo me oponía frontalmente? ¿Tan enfadada estás conmigo? Venga, confiésalo, Liv. Puedo afrontarlo. ¿Te has divertido engañándome? Te has reído de lo lindo con ello, ¿verdad? ¿De veras que has lanzado a Holly en medio de ese hatajo de lunáticos sólo por fastidiarme?

Se le enderezó la espalda.

– No te atrevas. Yo nunca haría nada que pudiera hacerle daño a Holly, y lo sabes perfectamente. Nunca.

– Entonces ¿por qué, Liv? ¿Por qué? ¿Qué en esta santa tierra verde que Dios nos ha dado te indujo a pensar que sería una buena idea?

Olivia inhaló rápidamente por la nariz y recuperó el control; tenía práctica. Luego respondió con frialdad:

– También son su familia, Frank. Holly no dejaba de preguntar por qué no tenía dos abuelas como el resto de sus amigas, si tú y Jackie teníais más hermanos, por qué nunca los había visto…

– ¡Patrañas! A mí lleva toda la vida preguntándomelo y nunca le he dicho nada.

– Claro, y tu reacción la enseñó a no volver a preguntártelo más. Entonces decidió preguntármelo a mí, Frank. Y a Jackie. Quería saberlo.

– ¿Qué importancia tiene lo que ella quiera? Tiene nueve años. También quiere un cachorro de león y una dieta a base de pizza y M & Ms rojos. ¿Piensas ceder en eso también? Somos sus padres, Liv. Se supone que debemos darle lo que le conviene, no todo lo que quiere.

– Frank, chisss. ¿Qué hay de malo en que conociera a tu familia? Lo único que me has dicho es que no querías volver a restablecer el contacto con ellos. Jamás me dijiste que fueran una pandilla de asesinos con guadañas. Jackie es encantadora, siempre se porta de maravilla con Holly, y me aseguró que el resto de vuestra familia eran personas igual de cariñosas…

– ¿Y te bastó con su palabra? Jackie vive en un mundo de fantasía, Liv. Piensa que Jeffrey Dahmer [9] simplemente necesitaba conocer a una buena chica. ¿Desde cuándo toma ella las decisiones de criar a nuestra hija?

Liv empezó a farfullar algo, pero yo subí la conversación de tono hasta que se dio por vencida y puso cara de desasosiego.

– Me dan ganas de vomitar, Liv, te lo digo en serio. En esto es en lo único en lo que pensaba que contaba con tu apoyo incondicional. Tú siempre consideraste que mi familia no estaba a tu altura. ¿Qué demonios te ha llevado a pensar que si lo está a la de Holly?

Olivia perdió finalmente la compostura.

– ¿Cuándo te he dicho yo tal cosa, Frank? ¿Cuándo? -La miré fijamente. Estaba blanca de la ira, con las manos apretadas contra la puerta; respiraba con dificultad-. Si tú crees que tu familia no es lo bastante buena, si te avergüenzas de ella, es un problema tuyo, no mío. No me culpes a mí de ello. Yo jamás he dicho nada parecido. Jamás he pensado nada parecido. Nunca.

Dio media vuelta como una flecha, abrió la puerta y la cerró a sus espaldas con un clic, que, de no haber sido por Holly, habría sido un portazo que habría hecho temblar la casa.

Permanecí allí sentado un rato, papando moscas frente a la puerta como un cretino y notando mis neuronas colisionar como autos de choque. Luego agarré la botella de vino, busqué otra copa y salí tras Olivia.

Estaba en el jardín de invierno, en el sofá de mimbre, con las piernas enroscadas sobre el asiento y las manos metidas dentro de las mangas. No alzó la vista, pero, cuando le tendí la copa, alargó una mano y la asió. Vertí en cada copa una cantidad de vino que podría haber ahogado a un animal pequeño y me senté a su lado.

Seguía lloviendo, gotas pacientes e implacables tamborileaban en la hierba y una bocanada de aire frío se filtraba a través de alguna grieta y se expandía como humo por la estancia (me descubrí tomando nota mental, incluso después de tanto tiempo, de buscar la grieta y enmasillarla). Olivia daba sorbitos a su copa de vino y yo observaba su reflejo en la hierba, sus ojos ensombrecidos concentrados en algo que sólo ella veía. Transcurrido un rato pregunté:

– ¿Por qué nunca dijiste nada?

No volvió la cabeza.

– ¿Sobre qué?

– Sobre todo. Pero empecemos con por qué nunca me dijiste que mi familia no te molestaba.

Se encogió de hombros.

– Nunca me dio la sensación de que estuvieras dispuesto a abordar ese tema. Y, además, tampoco pensé que hubiera necesidad de verbalizarlo. ¿Por qué tenía que tener yo algún problema con gente a la que no había conocido?

– Liv -la interrumpí-, hazme un favor: no te hagas la tonta. Estoy cansado de eso. Vivimos en el país de Mujeres desesperadas, y estamos sentados en un jardín de invierno, por todos los diablos. A mí me criaron muy lejos de los jardines de invierno. Mi familia estaría más en la línea de Las cenizas de Ángela. Mientras los tuyos se sientan en un jardín de invierno y beben Chianti, mi familia está en su casa de vecindad decidiendo en qué galgo apostar el dinero del trabajo negro que realizan.

Hizo una levísima mueca con los labios.

– Frank, yo sabía que pertenecías a la clase obrera desde el mismísimo momento en que abriste la boca. Nunca lo llevaste en secreto. Y aun así decidí salir contigo.

– Claro, a Lady Chatterley [10] le apetecía un poco de marcha.

El deje amargo nos tomó a ambos por sorpresa. Olivia se volvió para mirarme: bajo la tenue luz que se filtraba desde la cocina, su rostro se antojaba alargado, triste y adorable, como salido de un icono eclesiástico.

– Nunca pensaste tal cosa -dijo.

– No -reconocí al cabo de un momento-. Quizá no.

– Te deseaba. Era tan sencillo como eso.

– Era sencillo mientras mi familia quedara fuera de juego. Es posible que me desearas, pero nunca habrías deseado conocer a mi tío Bertie, que se dedica a iniciar concursos de pedos, o a mi tía abuela Concepta, quien te explicaría el día en que estaba sentada tras una pandilla de extranjeros en el autobús y deberías haberles visto las cabezas, o a mi tía Natalie, que llevó a su hija de siete años a un solarium para la Primera Comunión. Entiendo que yo, personalmente, no provocaría a los vecinos un ataque de corazón, tal vez unas leves palpitaciones, pero ambos sabemos que el resto del clan habría espantado a los compinches del golf de tu papaíto y al club de desayunos de tu mamaíta. Se habría convertido en un clásico instantáneo de YouTube.

Olivia respondió:

– No voy a fingir que no tienes razón o que nunca lo pensara. -Mantuvo silencio durante un rato, mientras hacía girar su copa en las manos-. Al principio, sí pensé en que el hecho de que no mantuvieras contacto con ellos quizá facilitaba las cosas. No es que no estuvieran a la altura; simplemente todo era… más fácil. Pero cuando nació Holly… Ella cambió mi modo de verlo todo, Frank, todo. Yo quería que los conociera, que conociera a su familia. Y eso está por encima de sus hábitos del solarium.

Me recosté en el sofá, me serví más vino e intenté reordenarme el pensamiento para asimilar esa información. No debería haberme desconcertado, al menos no hasta aquel extremo.

Olivia siempre ha sido un misterio insondable para mí, en todos y cada uno de los momentos de nuestra relación y en especial en aquellos en los que mejor he creído entenderla.

Cuando nos conocimos, ella ejercía de abogada para la Fiscalía General del Estado. Quería llevar a juicio a un traficante de drogas de la lista D llamado Pippy que había sido apresado en una redada de la brigada Antidrogas, mientras que mi intención era que él pasara de rositas por todo aquel trance, puesto que había invertido las seis últimas semanas en convertirme en su mejor amigo y consideraba que no habíamos agotado las múltiples e interesantes posibilidades que me ofrecía mi nueva posición.

Me dirigí al despacho de Olivia para convencerla en persona. Discutimos durante una hora, yo sentado sobre su escritorio, malgastando su tiempo y haciéndola reír, y luego, al ver que se había hecho tarde, la invité a cenar para poder seguir discutiendo cómodamente. Pippy consiguió unas cuantas semanas adicionales de libertad y yo conseguí una segunda cita.

Olivia era diferente: trajes elegantes, sombra de ojos sutil y modales impecables, una mente afilada como una cuchilla, unas piernas de vértigo, una espina dorsal recta como el acero y un aura de tener un gran porvenir por delante que uno apenas podía acariciar. El matrimonio y los hijos ocupaban el último lugar en su pensamiento, mientras que para mí era uno de los pilares de toda relación sólida. Yo andaba justamente desenmarañándome de otra relación, la séptima o quizá la octava, no sé, que había empezado con alegría para paulatinamente caer en el estancamiento y el mal humor tras más o menos un año, cuando a ambos nos quedó claro que yo no albergaba intenciones serias. Si la píldora anticonceptiva fuera infalible, con Liv y conmigo habría pasado lo mismo. En su lugar, nos plantamos en una boda por la iglesia con toda la parafernalia, celebramos el compromiso en un hotel en una casa rural en Dalkey, y luego vino Holly.

– No me he arrepentido en ningún momento -dije yo-. ¿Tú?

Tardó un instante, ya fuera para sopesar qué quería decir yo o para decidir qué responder. Luego contestó:

– No. Yo tampoco.

Coloqué mi mano sobre la suya, en su regazo. El jersey de cachemir tenía un tacto suave y cálido, y yo seguía conociendo la forma de su mano como si fuera la mía. Transcurrido un rato regresé al salón, cogí una manta del sofá y se la eché sobré los hombros.

Olivia dijo, sin mirarme:

– Holly tenía tantas ganas de conocerlos… Y son su familia, Frank. La familia es importante. Estaba en su derecho.

– Y yo estaba en mi derecho a dar mi opinión. Sigo siendo su padre.

– Lo sé. Debería habértelo consultado. O respetar tu decisión. Pero… -Sacudió la cabeza contra el respaldo del sofá; tenía los ojos cerrados y la penumbra dibujaba sombras como grandes moretones bajo ellos-. Sabía que si sacaba el tema a colación tendríamos una discusión monumental. Y no me quedaban fuerzas para afrontarla. De manera que…

– Mi familia son todos una panda de enfermos terminales, Liv -la interrumpí-. Sus mentes son demasiado truculentas como para empezar siquiera a explorarlas. No quiero que Holly se convierta en uno de ellos.

– Holly es una niña feliz equilibrada y sana. Lo sabes perfectamente. No le hacía ningún daño y a ella le encantaba ir a verlos. Esto… Nadie podía predecir que ocurriría algo así.

Me pregunté con recelo si era cierto.

Personalmente, de hecho habría apostado a que al menos un miembro de mi familia habría conocido un final oscuro y truculento, aunque no habría arriesgado mi dinero por Kevin.

– No dejo de pensar en todas esas veces en que le he preguntado dónde había estado y ella me explicaba que había estado patinando con Sarah o haciendo un volcán en la clase de ciencias con toda la tranquilidad del mundo, sin el menor asomo de preocupación. Nunca, ni una sola vez sospeché que me estuviera ocultando algo, Liv. Y eso me corroe, Liv. Me corroe.

Olivia volvió la cabeza hacia mí.

– No es tan malo como parece, Frank. En serio. Holly no pensaba que te estuviera mintiendo. Le expliqué que quizá deberíamos dejar transcurrir algo de tiempo antes de explicártelo porque habías tenido una discusión fuerte con tu familia y ella dijo: «Como aquella vez en que me peleé con Chloe y me pasé toda la semana sin poder pensar en ella porque me echaba a llorar». Entiende más de lo que crees.

– Yo no quiero que Holly me proteja. Nunca. Yo quiero protegerla a ella.

Algo cruzó el rostro de Olivia, algo sardónico al tiempo que triste.

– Holly se está haciendo mayor. Dentro de pocos años será una adolescente. Las cosas cambian.

– Ya lo sé -contesté-, ya lo sé.

Pensé en Holly espatarrada en su cama en el piso de arriba, hecha un mar de lágrimas y soñando, y en la noche en que la concebimos: la risa baja, y triunfante en la garganta de Liv, su cabello enroscado en mis dedos, el sabor del sudor fresco del verano sobre sus hombros.

Al cabo de unos minutos, Olivia comentó:

– Tendremos que hablar con ella de todo esto por la mañana. La ayudará que ambos estemos aquí. Si quieres quedarte en la habitación de invitados…

– Gracias -le agradecí-. Creo que me sentará bien.

Olivia se puso en pie, se sacudió la manta de encima, la plegó y se la colocó sobre el brazo.

– La cama está preparada.

Incliné mi copa.

– Voy a acabarme esto primero. Gracias por la copa.

– Querrás decir las copas.

Su voz traslucía un triste fantasma de sonrisa.

– Eso quería decir.

Se detuvo tras el sofá y las yemas de sus dedos descendieron sobre mi hombro, con tanta vacilación que apenas las noté.

– Siento muchísimo lo de Kevin -dijo.

– Era mi hermano pequeño. No importa cómo cayera por esa ventana, yo debería haber estado allí para evitarlo -respondí con un matiz ronco en la voz.

Liv contuvo el aliento; estuvo a punto de decir algo urgente, pero al cabo de un momento exhaló un suspiro. En voz muy baja, casi en un susurro para sí misma, dijo:

– Oh, Frank.

Sus dedos resbalaron de mi hombro, dejando unos pequeños puntos fríos donde antes se habían posado con toda su calidez, y escuché el clic de la puerta cerrarse suavemente tras su espalda.

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