Capítulo XX

Los pasajeros entraron en el comedor de uno en uno y de manera sumisa. Tim Allerton llegó unos minutos después que su madre se hubo sentado en su puesto. Estaba malhumorado.

—¡Ojalá no se me hubiese ocurrido jamás hacer este viaje! —gruñó.

Poirot se sentó a la mesa, haciendo una reverencia a la señora Allerton.

—Llego un poco tarde —dijo.

—Supongo que habrá estado ocupado —indicó la señora Allerton.

—Sí. He estado muy ocupado.

Ordenó una botella de vino.

—Somos católicos en nuestros gustos —declaró la señora Allerton—. Usted siempre bebe vino; Tim, whisky y sifón, y yo pruebo las diferentes clases de aguas minerales, alternadamente.

Tiens! —murmuró Poirot. La contempló un momento. Murmuró para sí: «Es una idea...»

Luego, con un impaciente encogimiento de hombros, apartó la repentina preocupación que le habla atormentado y empezó a charlar frívolamente sobre los temas.

—¿Está gravemente herido el señor Doyle? —inquirió la señora Allerton.

—Sí, la herida es bastante grave. El doctor Bessner está ansioso por llegar a Assuán para sacarle una radiografía de la pierna y extraerle la bala. Pero abriga la esperanza de que no quedará cojo permanentemente.

—¡Pobre Simon! —murmuró la señora Allerton—. Espero que él no esté demasiado enojado con esa pobre niña.

—¿Con mademoiselle Jacqueline? Por el contrario. Está lleno de ansiedad por ella. —Se volvió hacia Timoteo—: ¿Sabe usted? Se trata de un pequeño problema de psicología lo que ha sucedido con ellos. Cuando mademoiselle los seguía de lugar en lugar, él estaba furioso, pero ahora que ella le ha disparado un tiro y herido peligrosamente, quizá dejándolo cojo para el resto de su vida, toda su furia se ha evaporado. ¿Comprende usted eso?

—Sí —respondió Tim, pensativamente—. Creo que sí. Lo primero lo ponía a él en ridículo...

—Dígame, la prima de madame Doyle, la señorita Juana Southwood, ¿se parecía a madame Doyle?

—Se equivoca usted, señor Poirot. Era prima nuestra y amiga de Linnet.

—¡Ah! Dispense, estaba confundido. Es una joven muy conocida. Hace tiempo estoy interesado en ello.

—¿Por qué? —inquirió Tim ásperamente.

Poirot se incorporó para hacer una reverencia a Jacqueline de Bellefort, que acababa de entrar y pasó delante de la mesa para dirigirse hacia la suya. Sus mejillas estaban rojas y sus ojos brillantes. Respiraba entrecortadamente. Al volver a sentarse, Poirot pareció haber olvidado la pregunta de Tim. Murmuró vagamente:

—Me pregunto si todas las señoritas que poseen joyas valiosas en gran número, son tan descuidadas como lo era madame Doyle.

—¿Es cierto, pues, que las robaron? —preguntó la señora Allerton.

—¿Quién se lo ha dicho, madame?

—Ferguson lo dijo —respondió Tim.

—Es verdad.

—Supongo —dijo la señora Allerton nerviosamente— que esto significa una serie de molestias y cosas desagradables para todos nosotros. Tim lo afirma.

Su hijo frunció el ceño. Pero Poirot se había vuelto hacia él.

—¡Ah! ¿Tal vez usted ha tenido alguna experiencia anterior? ¿Ha estado en una casa donde se ha perpetrado un robo?

—Nunca —repuso Tim.

—¡Oh, sí, querido! Estabas en casa de los Pennington aquella vez cuando robaron los diamantes de aquella horrible mujer.

—Siempre enredas las cosas, mamá. ¡Me encontraba allí cuando se descubrió que los diamantes que ella lucía alrededor de su cuello de toro eran de pasta, falsos! ¡La sustitución fue hecha probablemente unos cuantos meses antes! En realidad, mucha gente decía que ella misma lo había hecho.

Poirot cambió precipitadamente el tema. Tenía el propósito de efectuar una compra importante en una de las tiendas de Assuán. Algunas telas atractivas, de oro y púrpura, en uno de los establecimientos indios. Desde luego, habría que pagar derechos de Aduana...

—Me han dicho que pueden, ¿cómo se dice?, expedírmelas. Y que el coste no será muy elevado. ¿Cree usted que llegarán bien?

La señora Allerton dijo que mucha gente, así lo había oído decir, se hacía mandar los géneros a Inglaterra y que todo llegaba perfectamente.

—Bien. Entonces haré eso. ¡Pero las molestias que uno sufre si le llega un paquete de Inglaterra! ¿Ha tenido alguna experiencia de esto? ¿Le han llegado algunos paquetes durante su viaje?

—Creo que no. ¿Hemos recibido algunos, Tim? Recibimos libros de vez en cuando, pero desde luego, no producen ninguna molestia.

—¡Ah, no! Los libros es diferente.

Se habla servido el postre. Ahora, sin previo aviso, el coronel Race se puso en pie y pronunció su discurso.

Refirió las circunstancias del crimen y anunció el robo de las perlas. Iba a efectuarse un registro del barco y agradecería a todos los pasajeros que permaneciesen en el salón hasta que todo esto hubiese acabado. Luego, si los pasajeros consentían, como él estaba seguro de que así sería, ellos mismos tendrían la bondad de someterse a un registro.

Poirot llegó al lado de Race y murmuró algo a su oído cuando éste se disponía a salir del comedor. Race escuchó. Asintió con la cabeza e hizo una señal al camarero.

Le dijo unas palabras. Luego, junto con Poirot, salió a cubierta, cerrando la puerta detrás de él.

—No es mala su idea —declaró Race—. Pronto veremos el resultado.

La puerta del comedor se abrió y el mismo camarero a quien hablaron un poco antes salió. Saludó a Race y dijo:

—Hay una señora que dice que es urgente que ella le hable a usted inmediatamente, sin tardanza. No puede esperar más.

—¡Ah! —El rostro de Race se llenó de satisfacción—. ¿Quién es?

—La señorita Bowers, señor.

Una ligera sombra de sorpresa apareció en el rostro de Race. Dijo:

—Llévela al salón de fumar. Que no salga nadie más.

—Muy bien, señor.

Volvió al comedor. Poirot y Race fueron al salón de fumar.

—Bowers, ¿eh? —murmuró Race.

Apenas habían entrado en el salón cuando el camarero reapareció seguido de la señorita Bowers. La introdujo y salió.

—¿Bien, señorita Bowers? —El coronel Race la miró interrogante—. ¿Qué hay?

La señorita Bowers tenía el mismo aire tranquilo y sereno de siempre.

—Me perdonará usted, coronel Race —dijo—. Pero dadas las circunstancias, he pensado que lo mejor sería hablarle a usted inmediatamente —abrió su bolso negro— y devolverle esto.

Sacó un collar y lo depositó sobre la mesa.

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