Capítulo 12

La conversión era la cosa más espantosa que podía imaginarse, una oscura muerte y renacimiento. Sabía que iba a enfrentarse a ello y que Manolito, viendo por lo que Luiz había pasado, no estaba tan seguro como había estado antes de querer arriesgarla a ella. Extrañamente, por primera vez consideró el arriesgarlo todo, porque lo que había aprendido aquí hoy era que Manolito de la Cruz era mucho más que un hombre magnífico con una actitud demasiado arrogante y ya estaba a más de medio camino de enamorarse de él.

Se hizo una trenza francesa en la bañera, con manos expertas en la tarea familiar, consolándose cuando en realidad quería llorar por lo que Manolito, no Luiz, había pasado. Sus hermanos creían que estaba loco. Él creía que quizás lo estuviera, pero había manejado al hombre-jaguar con gran cuidado y respeto y había sufrido mucho por ello. Había sabido que ella estaba allí, ayudando a Luiz, apaciguándole lo mejor que podía, y habría hecho lo cualquier cosa para ahorrarle eso, pero eso sólo la había hecho sentirse más cerca de él.

Se puso el tanga de encaje negro azulado, el de la diminuta cadena de oro en cada cadera que la hacían sentir sexy y valiente en las peores circunstancias. Su falda le llegaba hasta la pantorrilla y caía en ondas de tela, una caída de azul marino que era dinamita con sus botas azules hasta las rodillas, suaves como la mantequilla, con solapas. Moldeaban sus pies como zapatillas y susurraban al andar. La falda resaltaba su encantador trasero redondeado como la mejor arma e iba a necesitar cada arma que pudiera conseguir con Manolito cuando discutieran los pros y los contras de su relación. Porque había decidido que iban a intentarlo.

Su sostén balconet wonderbra hacía juego con el tanga, oscuro y exótico, dándole a sus curvas un agradable encanto y realzando el encaje de su corta blusa azul marino sin mangas con pequeños botones de perlas delante. Los accesorios lo eran todo y ella tenía muchos.

Mientras empujaba las pulseras por la muñeca, evocó su imagen. La forma en que sonreía. Su grueso cabello negro azabache, aún más brillante y lujurioso de lo que había notado la noche anterior. Sus ojos. Oh, señor, tenía esos ojos ardientes y exigentes y esa boca malvadamente sensual y ¿por qué demonios se estaba vistiendo para seducirle?. Estaba tratando de conseguir un asidero para sus emociones e iba definitivamente vestida para conseguir que él se enderezara y tomara nota. Estaba jugando con fuego y sabía lo suficiente sobre la vida como para saber que si hacía eso, no podría llorar cuando se quemara.

La tensión en la casa había desaparecido, dejó escapar el aliento lentamente y se hundió en la cama para esperarle. Podía oír el tictac del reloj. Fuerte e interminable. Iba a venir. Pronto. Inmediatamente. Esperó, pero los minutos pasaban, la sonrisa se debilitó en su cara. Sus dientes chasquearon cuando los… se atrevió a usar la palabra… rechinó. No la dejaría encerrada en su habitación como a una adolescente revoltosa. Sería mejor que viniera. Ahora. Antes de que perdiera su naturaleza dulce que todo lo perdonaba para siempre.

Anduvo al acecho por la habitación y le dio un porrazo a la puerta con el puño.

– Ven, hombre de la selva. Suficiente significa suficiente. Déjame salir de aquí.

El silencio respondió a su demanda. Iba a matarlo con sus manos desnudas. Sus creencias no violentas se habían agotado en la selva tropical y, definitivamente, quedaban obsoletas con el hombre de la selva.

– Me retracto de cada buena cosa que he pensado alguna vez de ti -gritó a la puerta y la golpeó con la palma abierta, por añadidura, justo donde debería estar la cara de él-. Necesitas que alguien te golpee justo en esa cabeza dura.

Y un buen golpe no sería suficiente. Quizás tendría que idear otro castigo mucho más salvaje, aunque no tenía esa clase de imaginación. Látigos y cadenas. Pero eso evocaba botas negras de cuero con tacones aguja, medias de red y un bustier [2] de cuero. Y eso no iba a suceder, porque él no se lo merecía. Lo que necesitaba era la bofetada de su vida. Esos horribles shows de televisión con hombres luchando en jaulas y uno de ellos dando puñetazos al otro, ese sería el camino a seguir, no cuero y botas.

La puerta se abrió, los anchos hombros de Manolito llenaron el marco. Estaba allí de pie, parpadeando hacia ella, frotándose la mandíbula lastimosamente, con una mirada interrogativa en la cara.

– Creo que será mejor que solo tengas pensamientos agradables sobre mí.

Ella abrió la boca para atravesarlo con palabras, después la cerró abruptamente. Parecía exhausto. Totalmente agotado, fatigado por su vuelo para salvar dos vidas, curarla a ella y mantener separados los dos mundos en donde existía. Sintió la fatiga como un gran peso sobre sus hombros… sobre los propios. Sabía por lo que había pasado y sabía por qué había tratado de ahorrárselo.

Mary Ann se puso las manos en las caderas y le miró de la cabeza a los pies.

– Te la has arreglado para agotarte. ¿Te ha dado tu hermano más sangre? -Se sintió valiente haciendo la pregunta, forzándose a enfrentarse a quién y que era él sin acobardarse por sus necesidades.

Una débil sonrisa suavizó el borde duro de la boca de Manolito y expulsó las profundas sombras de sus ojos.

– Yo me he quedado agotado. Pareces hermosa, Mary Ann. Una mirada a ti y todo lo demás palidece. -Levantó una mano-. Ven conmigo.

Deseaba de veras estar a solas con él pero en cambio dio un paso atrás.

– ¿A dónde?.

– Tengo una sorpresa para ti. -Mantuvo el brazo extendido hacia ella, su mirada fija en la suya.

Dejando escapar el aliento, puso la mano en la suya. Inmediatamente él cerró los dedos y la atrajo al calor de su cuerpo. Podía sentir el calor y el tirón de su conexión derramándose sobre y dentro de ella.

– ¿Luiz?.

– Está en la tierra, bien resguardado. Esta vez hemos usado salvaguardas que ningún mago debería ser capaz de penetrar. Ha pasado mucho desde que hemos tenido tratos con otras especies y a lo largo de los siglos nos hemos ido descuidando. La reciente batalla con ellos debería habernos enseñado que debemos tenerles en cuenta siempre cuando protejamos nuestros hogares y cámaras del sueño. Tal error no volverá a producirse.

– Gracias por lo que hiciste por él.

Se inclinó para rozarle los labios con los suyos, un toque suave y lento, no agresivo, como si simplemente la saboreara.

– De nada. Veremos como se siente Luiz al respecto cuando se alze.

Manolito tendría que controlar los instintos naturales de Luiz de alimentarse. Luiz tenía años de instintos de jaguar y se despertaría hambriento. Si cedía a la necesidad de matar a su presa, Manolito tendría que despacharle rápido y eficientemente, pero no quería pensar en eso ahora. Quería llenar su mente solo con su compañera, MaryAnn. No quería pensar más en el mundo de las sombras, o en el mundo real, o en el lío en que se había metido solo por ver la mirada de gratitud en la cara de una mujer.

– ¿No puede sentir dolor, verdad?

Manolito colocó la mano de ella bajo su mentón, el pulgar se deslizó sobre su piel en una lenta caricia.

– No. Está a salvo. Permanecerá en la tierra dos o tres noches antes de alzarse y yo estaré allí para ayudarle tanto como pueda cuando llegue el momento.

– ¿Y Solange?.

– Juliette y Riordan están con ella. -Frotó los nudillos atrás y adelante contra su mandíbula-. La casa está limpia y protegida. Todo está tranquilo. Quiero llevarte lejos de aquí y tenerte solo para mí durante un rato.

Su corazón dio un curioso saltito. Más que nada quería estar con él. Se había vestido con cuidado y cercionado de parecer más guapa que nunca para tener el valor de enfrentarse a él y a lo que fuera que había entre ellos, pero ahora que estaba ante ella, con mejor aspecto del que cualquier hombre tenía derecho a tener, no estaba segura de que estar a solas fuera la idea más inteligente. Era demasiado sexy y atractivo. No quería relacionarse solo físicamente y sus nuevos sentimientos la hacían sentir más vulnerable que nunca.

– Encuentro a mi compañera absolutamente fascinante y me gustaría mucho llegar a conocerte -añadió. No hubo empujón para que lo viera a su manera. No hubo orden, ni petición. Su sencilla declaración tenía un sello de verdad y atravesó cada defensa que poseía.

– ¿Estás seguro de que no debería comprobar a Jasmine y Solange? Vine aquí para intentar ayudarlas y no he hecho mucho.

– Ayudaste a salvarles la vida -dijo, atrayéndola suavemente bajo su hombro-. Solange descansa y Juliette está con su hermana -respiró, llevando su olor profundamente a los pulmones-. Te necesito -su voz resultó áspera por el hambre. Sus ojos negros ardían cargados de lujuria.

Asintió con la cabeza, el corazón le palpitaba con fuerza. Su pulso parecía martillar a través de todo su cuerpo, golpeando los músculos y tensando sus pezones, haciéndola sentir dolorida. Su boca se secó y se tocó los labios con la lengua, jadeando cuando la mirada masculina siguió atentamente la acción.

– No estoy segura que sea seguro.

– Ningún daño te sobrevendrá -prometió él. La yema del pulgar trazó el sendero que su lengua había seguido, delineando sus labios con una caricia de calor-. No mientras estés conmigo.

– Tú… -Apenas podía respirar, permitir que salieran las palabras-. Tú no eres seguro. Tengo esta loca reacción hacia ti. -Era mejor ser honesta y dejar que lo supiera-. El caso es que establecí reglas para mí hace mucho tiempo.

– ¿Reglas? -Sus cejas se arquearon interrogativamente, pero su mirada estaba todavía posada en la boca.

– Para mí. Para los hombres. Simplemente no me acuesto con ninguno. -Esto no estaba saliendo bien porque honestamente no podía pensar con él mirándola así.

– Agradezco tus reglas.

Había una débil curva en su boca que sólo le añadía encanto. ¿Cómo podía explicar que se sentía cómo si su dignidad y años de contención estuvieran a punto de salir volando por la ventana? Si se quedaba a solas con él, iba a hacer todo lo posible por seducirle, o simplemente rogarle que la empujara contra la pared más cercana y la tomara.

Nunca había deseado una relación con un hombre que fuera cómoda. Había querido una pasión que lo consumiera todo o nada en absoluto. Se había resignado a nada de nada. Había fantaseado con una relación con un hombre que pudiera inspirar ardientes y eróticos lametones de electricidad subiendo y bajando por su espina dorsal, donde se lo encontraba en una tienda de ultramarinos llevando absolutamente nada debajo del abrigo, o bailando con él en una neblina sensual en una fiesta, las manos moviéndose sobre su piel, sabiendo, necesitando, que no podrían llegar a casa antes de sucumbir a su deseo del uno por el otro. Y ahora aquí estaba, cada fantasía con la que siempre había soñado.

Mary Ann estaba casi segura de que Manolito de la Cruz era el hombre vivo y más ardiente. Exhudaba sensualidad. Desde cada mirada y gesto a la postura de sus hombros, el grosor de su pecho, la forma en que sus caderas se estrechaban y la impresionante protuberancia de sus vaqueros. Sus ojos estaban entrecerrados y nublados de lujuria. Mientras que esa hambre cruda hacía que su corazón palpitara y que su cuerpo se derritiera seriamente, la verdad era, que en cada fantasía, el hombre había sido salvaje con ella, profundamente enamorado. Una cosa sin la otra no era aceptable para ella.

– Si me voy sola contigo otra vez, Manolito, no estoy segura de que pueda vivir conmigo misma después.

– No te haré nada con lo que no puedas vivir.

Por el sonido de su voz, esperaba hacerle cosas sin las cuales no podría vivir y eso era exactamente lo que se temía. Porque también ella deseaba esas cosas. Quería que le enseñara todas las cosas con las que había soñado, quería pertenecerle, tenerle amándola, mostrándole que las cosas que había en su mente podían ser reales, no sólo imaginarias.

– No me estás permitiendo entrar en tu mente.

¿Había dolor en su voz? La última cosa que quería era herirle.

– No sé cómo dejarte entrar o salir de mi mente. Honestamente no tengo la menor idea de por qué todos vosotros creéis que soy psíquica. Jasmine cree que la salvé del mago. El viento era horrendo; una rama se rompió y cayó sobre él. Yo no lo hice. ¿Cómo podría?

De alguna manera estaba muy agradecida que no pudiera entrar en su mente. Nunca entraría si ella tenía algo que decir al respecto. Lo que menos necesitaba era que leyera sus fantasías, entonces si que tendría más problemas de los que podía imaginar… tenía una imaginación demasiado vívida cuando se refería al sexo.

Los ojos oscuros de Manolito vagaron posesivamente por su cara.

– Ven conmigo, Mary Ann. Déjame enseñarte mi mundo.

No debería ir. Estaría pidiendo problemas si iba. Suspiró. Por supuesto que iba a ir con él. Iba a ir porque había perdido el juicio, porque todavía podía saborearle en su boca y sentir sus manos en su cuerpo y le dolía por dentro y por fuera, por él.

– Llevaré el spray pimienta.

Una débil sonrisa envió diminutas llamas parpadeantes de excitación que lamieron sus pechos y bajaron por su vientre, bailando por el interior de sus muslos hasta que sintió un calor abrasador quemar su centro más femenino. Dejó escapar el aliento, sintiéndose como si acabara de saltar por un precipicio.

– No esperaría nada menos que el spray pimienta -respondió él con la voz matizada de diversión.

La pequeña nota de humor, que sospechaba era rara en él, sólo le añadió encanto. Levantó la mirada a sus ojos y se perdió en la absoluta intensidad que vio allí… por ella. Nada… nadie… existía para él excepto ella en ese momento.

Con exquisita gentileza, la envolvió entre sus brazos y la atrajo lentamente contra su cuerpo. Su piel estaba caliente y dura y olía masculino. Su cabello color medianoche le acarició la cara mientras la levantaba, deslizando el cuerpo contra el suyo para que pudiera sentir el grosor y longitud de su erección presionando profundamente en su cuerpo más suave.

– Pon los brazos alrededor de mi cuello y tus piernas alrededor de mi cintura. Si todavía tienes miedo a volar, presiona tu cara contra mi cuello para que no puedas ver. Confía en mí para cuidarte, Mary Ann.

Había una nota terriblemente íntima en el tono aterciopelado de su voz, fuerte, prometiendo y conmoviendo completamente, como si el pecado viviera y respirara en él y alcanzara a rodearla con nada más que pasión. El doble sentido envió un temblor de deseo dando vueltas en espiral por su cuerpo. Mary Ann era todo control, y este hombre iba a echarselo abajo. Su pulso seguía el ritmo del de él. Su corazón palmitaba con el mismo latido. La tentación de saborear lo prohibido era tan fuerte que permitió que las manos se enredaran por un momento en su sedoso cabello, absorbiendo la textura, sintiéndose sacudida por dentro.

Cerró los ojos cuando sus pies dejaron el suelo. Le quitaba el aliento tan fácilmente, sacudiéndola hasta que olvidaba ser Mary Ann la consejera y se convertía entera y completamente en Mary Ann la mujer. El hueco de su cuello era caliente e invitador y apartó con la nariz la camisa para poder descansar la cara contra su piel. Sus labios se movieron contra él, saboreándole, porque podía. Porque cuando lo hacía, un estremecimiento de placer sacudía su fuerte cuerpo.

La noche era sorprendentemente cálida. Mientras la llevaba a través del bosque, podía oír que todos los sonidos cesaban, como si los animales, pájaros e insectos advirtieran su presencia. Un estremecimiento bajó por su espina dorsal cuando comprendió que presentían a un depredador. Era imposible no sentirse viva con él. Creaba energía, sensual y excitante, sobre todo peligrosa, y la envolvía en su voraz apetito sexual por ella, su necesidad de ella elevaba sus propias necesidades y deseos.

Pero todo eso, las miradas y la sensualidad, no suponía el mayor riesgo para su virtud, sino el que era un buen hombre y su corazón respondía con la misma pasión que su cuerpo. El mayor riesgo era permitirle entrar en su corazón. Se entregaba tan rápidamente, sin pensar en las consecuencias para sí mismo y ningún otro rasgo en un hombre podía atraerla tanto. Era absolutamente honesto en todo y esto la atraía también. Le mostraba vulnerabilidad cuando le contaba que veía y oía cosas de otro mundo. Le permitía entrar en su interior sin reservas.

Igual que tú abres tu mente a la mía.

Ella se sentía caliente, como si la hubiera envuelto en terciopelo.

– ¿Lo hago?.

Si lo hacía no había pensado en el peligro de abrir su mente. Sólo su corazón. Mantuvo la cara enterrada en el hueco de su cuello, sintiéndose segura mientras se movían a través del cielo.

Mira ahora, Mary Ann.

– Tengo miedo a las alturas.

Tenía miedo de que le encatara lo que le estaba mostrando. Miedo de amar a este hombre y cambiar su vida… una vida por la que había trabajado tan duro… para siempre. Realmente disfrutaba de su pequeño nicho. Sabía que ayudaba a otros, era buena en eso y le gustaba su independencia. Y estaba esa cosa tan espantosa dentro de ella, algo que la aterrorizaba y que mantenía encerrado, pero se sentía atraída por este hombre. En la ciudad, rodeada de gente, de prisas y del bullicio de la vida, esa cosa permanecía callada y bajo control. Aquí, con este hombre, podía sentirla estirándose y extendiéndose dentro de ella, ansiosa de libertad. Y no se atrevía a dejarla libre.

Los labios de él le rozaron la coronilla. No tendrás miedo, te lo prometo. Verás mi mundo como yo lo veo.

Cerró los ojos brevemente y se apretó más contra él. Eso era exactamente lo que temía. No quería ver la belleza de la selva tropical. Quería ver insectos. Montones de insectos desagradables que picaban. Y sanguijuelas. Tenían sanguijuelas, lo sabía. Cuando mirara, no podría dejar de pensar en ellas. Era la única forma que se le ocurría de estar a salvo. Armada con la imagen de un bicho enorme, gordo y chupasangre, levantó la cabeza cuidadosamente y miró alrededor.

Estaban en la copa de un enorme árbol, las enredaderas se cruzaban rápidamente bajo ellos para formar una plataforma sólida. Las enredaderas continuaron torciéndose y escalando, añadiendo una sólida barandilla para que pudiera caminar en las copas de los árboles y sentirse como en los tejados de su casa de la ciudad. Lentamente la dejó salir de entre sus brazos, observándola girar la cara hacia el cielo.

Mary Ann recobró el aliento y miró alrededor. La niebla parecía diamantes cayendo a través de un cielo de medianoche. Las estrellas se dispersaban y brillaban, diminutos cristales brillando por todas partes a donde mirara. Arriba, tan alto, se sentía como si pudiera tocar la luna. Esta no estaba cerca de estar llena, pero era una visión mágica. Cruzó hasta la barandilla, aferrándola firmemente con ambas manos y miró abajo. Vio copas de árboles, hojas brillando plateadas en vez de verdes, ramas formando autopistas para animales; la ondulación de alas, los rayos de luna captando los colores de las plumas mientras los pájaros se posaban para pasar la noche. Zarcillos de niebla se hundían dentro y fuera de los troncos de los árboles, añadiendo misterio y belleza.

Se giró hacia él, descansando contra la barandilla mientras bebía de él. Pertenecía a la noche. Un señor o un príncipe. Los huesos fuertes le daban a su cara una apariencia noble, masculina, y esa boca cincelada tenía un toque de sensualidad al mismo tiempo que de crueldad. Peligro y pasión. Se presionó la mano contra el estómago para calmar las alas de mariposa.

– Es hermoso, Manolito. Gracias por traerme aquí.

No había olor a sangre o muerte. Ni horror en los ojos de una jovencita. Estaban solo la noche y Manolito.

Le sonrió.

– Siento la niebla, pero no hace frío y mis ropas no están húmedas.

– Soy cárpato. Puedo controlar esas cosas. -Ondeó una mano y las hojas empezaron a enmarañarse con las flores, formando una sólida cama, gruesa, suave e invitadora.

Su corazón saltó con expectación.

– ¿Por qué llevas el cabello recogido en una trenza tan apretada? Es tan hermoso, con todos sus rizos y ondas, y su color brillando a la luz de la luna. Suéltatelo. -Su mano fue al recogido que mantenía su cabello en una semblanza de control.

Ella le agarró las manos para detenerlo.

– Tengo rizos naturales, Manolito. Con este tiempo mi cabello sería inmenso, encrespado y sin un estilista alrededor, estaría en serios problemas.

– Es salvaje y hermoso. -Sus dedos estaban ocupados soltando la cinta del cabello.

– No lo entiendes. Salvaje lo describe muy bien. Podría usar toneladas de productos para mantenerlo en su lugar, pero la niebla los haría resbalar por mi cara y mis ojos y picaría y sería un lío inmenso. Así que déjalo. -Intentó sonar dura, pero era imposible con la sensación de sus dedos soltándole el cabello de la trenza. Sólo consiguió sonar jadeante.

– Me gusta la falda. Gracias por recordarla para mí.

Se la había puesto para él. Estaba revelando demasiado de sí misma, pero no podía ser menos honesta de lo que era él. La falda y la blusa no eran sólo ultra femeninas, sino que la hacían también, sentirse sexy y deseable. Quería sentirse así, que la viera así.

– Es una de mis favoritas. -¿Era esa su voz? Sonaba más seductora que él y no quería eso. Quería conocerle. Quería una oportunidad para… todo.

Su cabello estaba libre de la trenza ahora, flotando alrededor de su cara y hombros. Él extendió la mano por debajo de su cabello para alcanzarle la nuca, su pulgar se deslizó sobre la piel, como si saboreara la sensación. Había una inesperada ternura en su toque. Podía sentir el calor por todo su cuerpo. De repente era difícil respirar.

– ¿Te duele la pierna?.

El recuerdo de su boca en la pierna, la sensación de su lengua raspándole la piel, envió otra ola de excitación que recorrió su cuerpo. Negó con la cabeza, temerosa de hablar, mientras el pulgar le acariciaba la oreja y provocaba un escalofrío en su espina dorsal.

– Acuéstate conmigo, mira las estrellas mientras hablamos.

No estaba segura de que pudiera hablar cuando se tendió en la cama, no sin balbucear, sin implorar su toque.

Se hundió, más bien con cautela, en la cama de hojas y flores, tratando de mantener la imagen de sanguijuelas en su mente, pero las flores exhalaban un perfume tan maravilloso y la cama era tan suave como el mejor colchón en el que hubiera yacido jamás.

Como tenía miedo, permaneció sentada.

Manolito le cogió la pantorrilla entre las manos, bajó la cremallera de la bota y la sacó.

– Debes también estar cómoda, Mary Ann.

Había una orden en el firme toque de sus dedos, pero gentileza en su voz. Ella no puso objeción, simplemente le permitió que le quitara las botas y las pusiera a un lado, así pudo encojer las rodillas. Él le lanzó una sonrisa débil y burlona y se estiró, enlazando los dedos detrás de la cabeza.

– Creí que tendría miedo aquí arriba -admitió ella, para romper el silencio. Para encontrar un tema seguro.

– Tienes miedo.

– Es una situación inusual. -Le miró a hurtadillas por encima del hombro.

Estaba tumbado como una ofrenda, casual, perezosa y muy engañosamente cuando podía sentir el calor irradiando de su cuerpo, la ondulación de músculos y la protuberancia que no se molestaba en esconder. Sus rasgos estaban marcados con un crudo deseo, sus ojos la devoraban.

Él bajó un brazo colocándolo al costado, cerrando los dedos contra su muslo, frotando adelante y atrás a través de la fina seda azul marino.

– Soy tu compañero, Mary Ann, tu marido. No hay necesidad de temer las cosas que quiero de ti. Como tu cabello y tu piel, y lo que sea que more dentro de ti, lo que hay entre nosotros es tan natural como respirar.

– No te conozco lo bastante bien como para darte esa clase de confianza. Una mujer como yo necesita confiar en un hombre completamente para entregarse a él como tú me estás pidiendo.

– No pido. -Había una débil sonrisa en su voz.

Por un momento pensó que iba a decir que no la deseaba, pero entonces se dio cuenta que quería decir que exigiría lo que quería de ella. Se frotó el mentón con las rodillas, contemplando la posibilidad de instruirle en la ley humana.

Los dedos a lo largo de su muslo cubierto por la falda, continuaban deslizándose arriba y abajo con hipnotizadoras caricias.

– No soy humano, sivamet, y más que ninguna otra cosa deseo dar placer a mi mujer. ¿Qué hay de malo en eso? -Sonaba genuinamente desconcertado.

– Quizás yo no quiera eso.

Su risa fue baja y sexy, jugando por su cuerpo con la misma caricia hipnotizadora de sus dedos.

– Pero lo quieres. Es lo que más temes, pero también lo que más deseas. Como sé que estás a mi cuidado, no hay razón para negarte lo que quieres… o necesitas.

– Me temo que llevará algún tiempo. -Su toque era ligero, pero la seda caliente contra su piel hacía que los músculos se tensaran en reacción.

– No lo creo, Mary Ann. Cuando estés debajo de mí, cuando mi cuerpo esté dentro del tuyo, confiarás en mí más que cuando estamos separados.

El color subió por su cuello hasta su cara antes de poder controlarlo. No podía negarlo. Habría hecho cualquier cosa que él le pidiera. Eso y más. Pero esto era demasiado, era demasiado pronto. Se humedeció los labios secos con la lengua.

– Aún no estoy preparada.

– Bastante justo.

Su respuesta fue tan inesperada que se giró para mirarle. Fue un error. Sus ojos negros brillaban con posesión, con cruda lujuria.

Palmeó el colchón de flores.

– Túmbate a mi lado. Hablemos.

No había ningún empuje de compulsión en su voz, al menos no lo creía, pero se encontró a sí misma tumbada a su lado. Muslo con muslo. Cadera con cadera. Miró fijamente al cielo y observó a la niebla centelleando sobre ellos y buscó un tema que les permitiera una verdadera conversación, una que pudiera revelar más de quién y qué era él.

– ¿Te gusta vivir aquí?.

– He llegado a llamar a esta tierra mi hogar. Me encanta todo en ella. La selva tropical, la hacienda de ganado, la gente, incluso los caballos. No era el mejor de los jinetes cuando empezamos con el rancho. -Rió suavemente ante los recuerdos-. No había pensado en esos tiempos en años. No sabíamos nada de nada, pero queríamos aparentar ser humanos. Afortunadamente, teníamos a la familia Chavez para ayudarnos. Nosotros teníamos dinero y ellos tenían el conocimiento. Hemos trabajado juntos desde entonces.

– Me hubiera gustado ver tu primer paseo a caballo.

– No pasé mucho tiempo en la silla. Quería ser todo un macho como los hermanos Chavez así que no utilicé mi mente para controlar al caballo.

Ella se relajó un poco, la risa burbujeando.

– Ojalá hubiera estado aquí.

Las yemas de los dedos trazaron la forma de su muslo.

– A mi me alegra mucho que no estuvieras. A menos que hubieras podido controlar al animal por mí.

– Eso habría sido interesante y muy tentador, aunque no tengo idea de por qué piensas que tengo habilidades psíquicas.

– Porque las tienes.

– Si las tengo ¿cómo es que no soy consciente de ello, pero los demás si? ¿Qué hago exactamente psíquicamente?

Los dedos una vez más empezaron una caricia tranquilizadora a través de la seda de la falda.

– Eres en realidad bastante poderosa. Reúnes energía y la utilizas cuando la necesitas. Creo que lo has estado haciendo así durante toda tu vida, probablemente desde que eras niña, así que es normal para ti. Completamente natural. Como tu cabello. -Su mano se deslizó hasta los intrigantes rizos. Tiró suavemente, solo lo bastante para que lo sintiera en su cuero cabelludo.

Ella sintió el tirón a través de su cuerpo, un destello de calor que no podía negar o controlar.

– Yo no hago eso.-No podía creer que lo hiciera-.¿Cómo usaría algo que no conozco?.¿Cómo funcionaría eso?.

La mano se deslizó por su cabello hasta su brazo y la muñeca. La rodeó ligeramente como si sus dedos fueran una pulsera viviente.

– Si supiera eso, päläfertül, nunca tendría que volver a preocuparme porque me lanzaras sobre mi trasero.

– No lo hice.

– Lo hiciste. -Se llevó su mano a la boca para raspar la palma con sus dientes-. Fue una buena sacudida, además. Me sentí orgulloso de ti, una vez asimilé el hecho de que mi mujer me había abofeteado. -La lengua se arremolinó en el centro exacto de su palma, aliviando el diminuto picor provocado por el pellizco de sus dientes.

– Eres muy oral, ¿verdad? -dijo, tirando de su mano. No la soltó y la sensación de esa boca, caliente y húmeda, cerrada firmemente sobre su dedo provocó llamas que bailaron a través de su piel, directas hasta la conjunción entre sus piernas.

– Mucho -admitió, su voz bajó de tono, su mirada negra quemaba a través del fino material de su blusa hasta sus pechos llenos, mientras estos subían y bajaban con el ritmo rápido de su respiración.

Se lamió los labios y suprimió un gemido cuando la miró a la boca.

– Alto ahí, Manolito. Realmente quiero averiguar como puedo ser psíquica. -Porque estaba perdiendo rápidamente la capacidad de pensar con el cerebro.

– Por supuesto que eres psíquica. Puedes leer a la gente y sabes exactamente qué decirles para ayudarles a encontrar su camino.

Ella rió.

– Esperaba una auténtica revelación, no una fantasía. Fui a la universidad mucho tiempo para llegar a ser consejera. Si soy o no buena no tiene nada que ver con ser psíquica. Estoy entrenada y tengo mucha experiencia.

– Eres capaz de introducirte en sus cabezas. Tú crees que es instinto y quizás esa sea otra palabra para definir tu talento. Actúas con mucha intuición. -Le dio la vuelta a la mano y le mordió suavemente los nudillos-. Podríamos usar un poco de instinto ahora mismo.

– No creo que la habilidad psíquica sea buena si no sabes como usarla -protestó ella. Si realmente tenía algún talento, sería genial, pero no si no podía esgrimirlo apropiadamente-. Puedo conectar contigo por esa cosa de la sangre, pero no puedo hacer mucho más en realidad.

– Haces mucho bien con tu poder. Expulsas a personas de tu mente a voluntad. Pocas personas pueden hacerlo, Mary Ann. Es una habilidad intrigante. -Dejó caer su mano al costado entre ambos otra vez, los dedos aferrándole la falda.

– ¿De dónde viene?.

– De muchas fuentes. Creo que todas las sociedades tenían a unos pocos que poseían habilidades para manipular energía. Algunas especies eran más fuertes que otras, pero una vez empezaron a mezclarse, con el paso de los años, encuentras ambos casos: un talento asombroso o ninguno en absoluto.

Tenía sentido. Sentía las yemas acariciadoras de sus dedos mientas le recogía la falda más arriba para exponer la larga extensión de piel de la pierna más cercana a él. Permanecía tumbado junto a ella, mirando las estrellas, pero su mano se deslizaba bajo el material de seda para moverse a través de su muslo y cadera, moldeando sus curvas.

Todo en ella estaba inmóvil. Cada músculo se apretaba en respuesta a ese toque ligero.

– ¿Qué estás haciendo?.

– Memorizarte. Tienes una piel tan suave. Es duro no tocarte.

No se estaba esforzando mucho, que pudiera ver. Se humedeció los labios otra vez e intentó concentrarse en la conversación.

– ¿Conociste a la gente jaguar cuando todavía había bastantes de ellos?.

– Los cambiaformas, especialmente los jaguares o los hombreslobos, fueron siempre sociedades reservadas. Se mantenían por sí mismos. Todos teníamos una vida y la vivíamos con la filosofía "vive y deja vivir", así que no nos mezclábamos a menos que alguien cometiera crímenes en nuestros territorios. Karpatü, magos y humanos estaban muy unidos. Los otros permanecían lejos de nosotros y los unos de los otros. Los otros cambiaformas desaparecieron tan rápido que ahora apenas son un recuerdo. Era obvio que si la sociedad no cuidaba de sus mujeres y niños, sería imposible la continuación de la especie, pero los jaguares se negaron a reconocer o aprender de los errores que otras especies cometieron. Querían mantener sus instintos animales y vivir libres.

Se quedó silenciosa durante un largo momento, mirando la niebla brillante y el revoloteo y el baile de los murciélagos mientras cazaban insectos en el cielo nocturno. Había una especie de belleza y paz en el extraño ballet que realizaban. Tumbada allí, podía entender porqué algunas personas preferían la selva tropical a la ciudad, especialmente si estaban con un cárpato que podía hacer que los insectos y la lluvia jamás los tocaran.

– ¿Ha sido difícil vivir a través de tantos cambios?.

Debía haber visto tanto. Aprendido tanto. Sufrido tanto.

– La longevidad es una maldición y una bendición. Ves a personas que te importan venir y marchar mientras tú permaneces inalterable. La guerra es igual. Pobreza. Ambición y avaricia. Pero hay tantas maravillas, Mary Ann, maravillas que hacen que el resto valga la pena. -Giró la cabeza, su oscura mirada era líquida a la luz de la luna. Eso era para él. Una maravilla. Un milagro. No tenía ni idea. Captó un destello de sus pensamientos cuando ella le abrió su mente. No entendía porqué un hombre como él podía mirarla, o se permitiera desear siquiera pasar una eternidad con ella. No tenía idea de su propio atractivo. La luz con la que brillaba como una baliza.

Todo en ella le llamaba. Era valiente, aunque no se viera a sí misma así. Tenía más compasión que cualquier otra persona a la que hubiera conocido jamás. A menudo, con gran riesgo para sí misma, iba en ayuda de otros. Había una inocencia en ella, aunque sus ojos eran viejos. Había visto lo peor de la vida, pero se negaba a perder la esperanza.

– ¿Qué estás buscando?-Inclinó la barbilla un poco hacia él.

– Aceptación. -No pensaba esconderse. Uno nunca lo hacía, no de su compañera. Necesitaba eso. Que pudiera verle, completo. Quería permanecer de pie ante ella con todos sus defectos y saber que aún así podría aceptar quién era. Eso nunca antes le había importado. Ahora la aceptación lo era todo.

Frotó la yema de los dedos por la piel resplandeciente. Nunca había sentido nada tan suave e invitador. Parecía un milagro… otra maravilla de la vida… ser capaz de tocarla como lo hacía. Yacer a su lado con las estrellas en lo alto y hablar tranquilamente juntos.

– Dime tu peor rasgo.

Sus dientes destellaron blancos a la luz de la luna.

– Creo que deberíamos empezar con algo bueno.

– Si empezamos con lo peor, acabaremos con ello rápido. Sabremos qué es y si podemos ocuparnos de ello. Yo soy terca. No solo un poquito. Soy realmente terca. No me gusta que me empujén.

– Yo siempre tengo razón.

La suave risa excitó su ingle como unos dedos acariciadores. Había olvidado, o quizás nunca lo había experimentado, el perfecto placer de estar con una mujer que podía excitarle como ella lo hacía. Podía escuchar esa risa todo el tiempo y nunca se cansarse.

– Eso es lo que tú te crees.

– Lo sé.

– Y esperas que todos hagan lo que tú dices porque tienes razón.

– Por supuesto.

Ella se envolvió su cabello alrededor del dedo.

– Ya que estamos contándonos secretos, ¿te molesta que te llamen Manolito en vez de Manuel? Sé que el diminutivo se utiliza a menudo para muchachos en vez de para hombres en algunos países.

– Es un término afectuoso de mis hermanos. No me importa y nunca me ha importado lo que piensen los demás, solo que aquellos a los que amo me acepten. ¿A ti te molesta?.

– Manolito en otros países es un nombre muy común, nada más. He llegado a pensar que es un gran nombre con un hermoso sonido. Es agradable saber que tus hermanos se burlan de ti con afecto.

Se movieron sombras en las profundidades de los ojos de él.

– Nicolas y Zacarías no han encontrado a sus compañeras. Sólo tienen recuerdos de emociones y es más difícil mantenerlas con cada noche que pasa.

– Lo siento, Manolito. -Podía sentir su preocupación.

– Aguantarán porque deben. -Su mano le acarició la cara-. Dime que pasa, MaryAnn. Puedo ver cuán molesta estás.

Dudó, apretando los labios, después suspiró.

– Lo que hay dentro de mí me asusta como el infierno.

Arriba, las ramas se balanceron por algo más que los pájaros. Podía ver pequeños cuerpos peludos reuniéndose para pasar la noche en los árboles. La mayoría se congregaban en un lado del árbol, justo en frente de ella, mientras unos pocos de los monos se asentaban en ramas al lado de Manolito.

– No puedes ser nada mas que lo que eres, ainaak enyem. Nunca tengas miedo de lo que hay dentro de ti. Yo no lo tengo.

Sus ojos se encontraron.

– Deberías.

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