Capítulo 18

– ¿Estás bien? ¿Te hicieron daño? -MaryAnn pasó la mano ansiosamente por el pecho de Manolito.- Estaba tan preocupada por ti.

– No, meu amor, y yo por ti. Te vi con sangre en el hombro y en el vientre. -Le tocó el hombro desnudo donde se veían las marcas furiosas, después tiró de la camisa hacia arriba para examinar la extensión desnuda de carne.

Riordan se aclaró la garganta.

– Todavía estoy aquí.

Ninguno le miró o reconoció su declaración.

MaryAnn pasó las manos bajo la camisa de Manolito.

– ¿Cómo saliste de ese lugar? Tenía razón, ¿verdad? Maxim intentaba matarte. -Se puso de puntillas para depositar media docena de besos en la garganta de Manolito-. ¿Estás libre del mundo de las sombras de una vez por todas, verdad?.

Riordan se rascó la cabeza.

– Sólo quiero decir una palabra. Vampiro. ¿Me escuchas Manolito?. Ella luchó contra un vampiro…

Eso penetró. Manolito la alejó un poco y esta vez le examinó las heridas más atentamente.

– Eliminé todos los parásitos, por si te interesa. -dijo Riordan.

Manolito la arrastró otra vez contra él, depositando besos sobre el hombro, el corazón le saltaba en el pecho y después se aposentó en un ritmo estable. Debería haber pensado en su sangre. Si hubieran logrado atraerla a su mundo con la sangre infectada en su sistema, la sangre les hubiera llamado. Xavier podría haber podido encontrar un modo de resucitar a su ejército muerto después de todo.

– Tengo que comprobarlo, MaryAnn, -le dijo enmarcándole la cara entre las manos-. Asegurarme de que nada puede hacerte daño.

– ¡Hola! Eso es tan insultante, hermano, -dijo Riordan, pero no pudo evitar la sonrisa que se extendió por su cara. Lo tenían mal, estos dos. Obstinados como mulas, pero de todas formas, sólo tenían ojos el uno para el otro.

MaryAnn enterró la cara contra la garganta de Manolito, rodeándole el cuello con los brazos.

– Llévame a algún lugar seguro donde pueda respirar. -Quería tocarlo, inspeccionar cada pulgada de su cuerpo para asegurarse de que no le habían hecho daño.

– En realidad tenemos cosas importantes que discutir, -Riordan lo intentó de nuevo, sabiendo que sería en vano, pero figurándose que podría atormentar después a su hermano con alguna que otra broma. El gran Manolito, el malo, era plastilina en manos de su compañera-. Ya sabéis, cosas como el lobo. Mala sangre. Lo que pasó en el mundo de los espíritus.

Manolito levantó a MaryAnn en brazos, haciendo caso omiso a su hermano menor.

– Conozco un lugar que te encantará.

Riordan puso los ojos en blanco.

– Adivino que voy a dejaros a solas. -Su sonrisa se ensanchó cuando ninguno de los dos le miró-. Yo puedo cuidar de Solange y Jasmine durante la noche, si vosotros dos… ya sabéis… queréis estar solos un rato. -No parecieron agradecérselo. Sacudió la cabeza y se disolvió. No tenía sentido intentar sacar nada importante de ninguno de ellos esta noche.

MaryAnn cerró los ojos y posó la cabeza contra el pecho de Manolito, levantando la cara hacia el cielo nocturno. Nunca podría acostumbrarse a volar por el aire, pero mientras él la abrazara, podía disfrutar el estar entre sus brazos. El viento y la niebla le refrescaban la cara, y se sentía a salvo mientras la llevaba sobre la canopia hacia su sorprendente destino.

No les llevó demasiado tiempo encontrar la entrada de la caverna subterránea que Manolito había descubierto años antes. La isla sólo tenía dos secciones donde el terreno se hinchaba en lo que podía ser llamado colinas y estaban cubiertas de espeso bosque. Una cascada se vertía en una charca que alimentaba el arroyo que corría hacia el río que rodeaba la isla, adquiriendo fuerza, rapidez y produciendo espuma sobre las grandes rocas redondas y otras más pequeñas, hasta entrar a raudales en la extensión mayor de agua.

MaryAnn miró a su alrededor mientras la ponía de pie.

– Es impresionante. -Las flores se adherían de arriba a abajo por los troncos de los árboles, floreciendo con cada posible color vibrante. El sonido del agua se añadía a la belleza del lugar, incluso parecía un capullo privado donde nadie los molestaría.

Manolito ondeó las manos hacia la cascada y la pesada corriente se separó para revelar una cornisa detrás. La cogió y saltó llevándola a través de la espuma hasta el otro lado.

– Fue un hallazgo increíble.

– Es ciertamente hermoso, -estuvo ella de acuerdo, intentando estabilizar el desasosiego que sentía mientras miraba a su alrededor buscando bichos. Bichos y murciélagos-. ¿No hay aquí un número astronómico de diferentes clases de bichos en las cuevas? -La voz le salió un poco chillona.

Manolito sonrió.

– Yo sólo lucho contra el vampiro, MaryAnn.

– Sí, bueno, pues no creo que la loba vaya a salir de un salto porque yo haya visto una cosa espeluznante… sin importar lo aterradora que pueda ser.

Él rió.

– Buen argumento. -Sacudió la mano hacia lo que parecía ser una grieta entre las rocas e inmediatamente apareció una luz que puso al descubierto un estrecho túnel. Deslizándose en el interior, Manolito retrocedió para que MaryAnn obtuviera una vista clara de las paredes del túnel que conducía hacia las profundidades de la colina. Filas de antorchas proyectaban sombras bailarinas a lo largo del camino e iluminaban los dibujos que recubrían las paredes de la roca.

Gesticuló para que fuera delante de él. Cuando ella vaciló, la agarró de la mano y tiró, acariciándole con la nariz el cuello.

– A tu loba le encantará este lugar.

Ella se relajó contra su cuerpo, inclinando la cabeza para levantar la vista hacia él.

– Estoy segura de que sí, pero yo pensaba más bien en algo más en la línea de un hotel de cinco estrellas. ¿Es pedir demasiado? Quiero decir, vamos Manolito, una cueva. ¿Parezco una mujer que va explorando lugares oscuros donde se congregan bichos?

Ni siquiera había mencionado a los murciélagos y tal vez estuviera poniéndose demasiado fina con él, pero de verdad ¿los cárpatos no creían en los hoteles?.

– Y no tengo suficiente repelente de bichos para algo como esto.

– Yo me ocuparé de los bichos por ti. Dale una oportunidad. Te encantará.

Suspiró. Él tenía esa sonrisa, esos ojos y el sonido de su risa, aunque el sonido estuviera en su mente, hizo que su estómago se encogiera. Estaba unida a él y veía cuan… hermosa… la encontraba. Nunca se habría descrito a sí misma como mona, pero que demonios, lo aceptaría mientras él se conformara. No era un hombre que sonriera mucho, así que bien, entraría hacia la cueva.

– Ahora entiendo dónde consigues la mentalidad de Neandertal, si te pasas aquí dentro todo el tiempo, -masculló, pero se deslizó por la grieta, con cuidado de no tocar ninguno de los dos lados de la roca.

Se tragó el miedo y se obligó a adentrarse un poco en el interior, justo lo suficiente como para que Manolito pudiera pasar también. Estaban de pie, cerca, el calor de su cuerpo la calentaba mientras estudiaba los numerosos dibujos de animales en las paredes. Parecía un museo de arte, trabajado a lo largo de los siglos. Las figuras de simples palotes cedían el paso a trabajos más complicados y detallados, toda una exposición de belleza única y emitían una sensación eterna. Las pinturas representaban a la sociedad del jaguar. Unos estaban en forma humana, otros en medio del cambio y algunos completamente en su forma felina.

– ¿Crees que vivieron así juntos alguna vez? -preguntó MaryAnn, tocando una de las orejas del felino dibujado con los dedos gentiles.- Hay una hoguera. Los hombres tienen los brazos alrededor de las mujeres y los niños juegan con los arcos. ¿Alguna vez fue así?.

– Nunca los he visto de esa manera y he estado a su alrededor mucho tiempo, pero los jaguares y licántropos eran realmente reservados sobre sus sociedades. Luché a su lado muchas veces, pero nunca los vi en sus propios ambientes.

– Deberías mostrar esto a Luiz.

Él se encogió de hombros.

– Tal vez algún día. Es mi lugar favorito para descansar y raramente permitimos que alguien sepa dónde dormimos.

Había algo en la voz, en su mente, que la cautivó. Tristeza. Cautela. Se inmovilizó, recostándose contra él.

– Tienes miedo de que Luiz no lo consiga.

Él la abrazó.

– He descubierto que tener emociones, particularmente tener miedo, puede ser inquietante. Me preocupa la posibilidad. Me gusta ese hombre. Creía que lo había convertido sólo porque tú me lo habías pedido, pero ahora no estoy tan seguro.

Ella se giró entre sus brazos, le deslizó la mano por el cabello que se le rizaba alrededor de la nuca.

– Si no lo consigue, Manolito, no será culpa tuya. Le has dado una posibilidad, más de lo que nunca podría haber tenido. Y gracias a ti… tanto si lo hiciste solo por mí, como por él o porque es un amigo… gracias.

Él le besó la punta de la nariz.

– Son muy bienvenidas. -Le enmarcó la cara con las manos-. Tengo que comprobar que el vampiro no dejara nada atrás que pudiera dañarte. Necesito un minuto.

– Riordan hizo un buen trabajo sanándome. Estoy un poco dolorida, pero aparte de eso, el hombro y el estómago están bien.

No discutió, sólo dejó que su cuerpo físico se rindiera y su espíritu entrara en ella, tomándose su tiempo para asegurarse de que ni un solo parásito se le había pasado a Riordan. Cuando volvió en sí, ella estaba golpeando ligeramente con el pie.

– ¿Estás satisfecho?.

– Sí. Por el momento. Más tarde tengo intención de inspeccionar cada pulgada de tu piel.

– Bien. Yo haré lo mismo.

Sonrió abiertamente hacia ella.

– Vamos, déjame mostrarte el lugar. -Gesticuló hacia la entrada y la grieta en los pedruscos gimió y crujió de tal modo que ella jadeó y casi se le subió a los hombros.

– Qué demonios ha sido eso? -Literalmente escaló por su cuerpo-. Creo que esta cueva está a punto de caernos encima, Manolito.

Él intentó no reírse. Le tenía colgada de los hombros, girando la cabeza de derecha a izquierda, con ojos enormes. No pudo evitarlo… la risa se derramó hasta convertirse en un auténtico rugido.

– Estoy cerrando la puerta.

– Oh, no, no lo estás haciendo. -Tenía los brazos alrededor de su cabeza, prácticamente cegándolo-. Y para de reír. Esto no tiene gracia. No quiero estar atrapada en una cueva, ni siquiera contigo. El atractivo físico solo te llega hasta cierto punto.

Los dos lados de la gran roca se unieron con una horrenda sacudida, arrancando a MaryAnn un chillido de miedo. Las antorchas tiritaron y bailaron como si fueran a apagarse. Le sepultó ambos puños en el cabello y tiró de él.

– Sácanos de aquí.

Manolito colocó su brazo alrededor de ella y la bajó de forma que sus pies volvieron a estar sobre tierra firme.

– No queremos que la luz brillante atraviese las cataratas. La idea es estar a salvo aquí. Tenemos aire. Yo me ocuparé de los bichos. Confía en mí, MaryAnn, esto es mejor que un hotel de cinco estrellas.

Ella lo miró. Una mujer podría ahogarse en el amor absoluto de sus ojos. Soltó el aliento y encontró la calma.

– Bueno, entonces quiero servicio de habitaciones.

– Intentaré darte todo lo que quieras.

La caricia aterciopelada de su voz envió un temblor que le atravesó todo el cuerpo

– No sé como logras atravesar todas mis defensas, Manolito, pero lo haces.

La lenta sonrisa hizo que casi se le parase el corazón.

– Hago trampas. Probablemente iré al infierno si existe tal lugar, ya que temo no tener los remordimientos necesarios por mis acciones. Te robé, MaryAnn, directamente bajo las narices de nuestros mejores cazadores.

Ella sonrió.

– Suenas arrogante.

Él le besó la comisura de la boca.

– Tal vez sólo un poquito. Después de todo, tienes que saber que tu cavernícola puede traer a casa un dinosaurio.

Ella miró alrededor con recelo.

– Mejor deja de bromear.

Él metió la mano en el bolsillo trasero para guiarla por el largo y tortuoso túnel. Las antorchas alumbraban el camino, ardiendo brillantemente y mostrándole que mantenía su promesa… no había ni un solo bicho a la vista.

– He estado pensando mucho en esa cosa de cárpatos-lobos, -dijo ella, intentando quedarse mirando su trasero. Tenía un trasero bonito.

Su risa fue suave.

– Yo estaba pensando justamente lo mismo de ti.

– ¿Qué? -Intentó parecer inocente.

– Trasero. Culo. Como quieras describir esa parte de tu anatomía en particular. El tuyo es bastante mono. Justamente estaba pensando en como te veías con aquellos tacones altos rojos. Me quitas la respiración, mujer. -Hacía algo más que eso. Su cuerpo se endurecía e hinchaba con cada paso que daba. Con la mente firmemente fundida con la de ella, saber que ella estaba pensando en los mismos términos, sólo hacía que aumentara el dolor.

Quería quitarle la ropa e inspeccionar cada pulgada de su cuerpo para asegurarse de que estaba bien. Y no iba a dejar que se alejara de su vista otra vez al menos durante mucho, mucho tiempo.

Se dio media vuelta y la apretó contra él, besándola rudamente, deslizando la lengua en su boca para enredar, bailar y reclamarla de nuevo.

MaryAnn reconoció la indirecta desesperación que se mezclaba con el hambre. Se apartó, alisándole el cabello.

– ¿Qué pasa?.

Su voz. La forma en que fácilmente se introducía en su cabeza, rodeándole de calor y consuelo, envolviéndole con su amor… ahora lo sentía donde no había estado antes. No sabía lo que había hecho para ganarlo, pero estaba agradecido.

Presionó su frente contra la de ella y cerró los ojos brevemente, inhalando su olor.

– No podían matar mi cuerpo físico en el mundo espiritual, pero intentaron matar mi alma.

MaryAnn sintió el involuntario estremecimiento que lo atravesó.

– ¿Cómo Manolito? Dime cómo.

Sabía que ella no tenía ni idea de que su tono sostenía una compulsión oculta. Sólo quería borrar el dolor de aquellos recuerdos. Sus dedos le frotaban y acariciaban el cabello, deslizándose hacia los hombros y brazos y luego otra vez hacia arriba. Cada toque pretendía compartir, consolar. Su MaryAnn. No había nadie como ella. Le agarró la barbilla y le inclinó la cabeza para tomar su boca. Ella se apoyó en él, su cuerpo suavemente flexible, encajando perfectamente.

– Tómame, -susurró.

Manolito tomó aliento, luchando contra las imágenes de su cabeza. No podía volver allí de nuevo, no podía permitirse ver como era tratada brutalmente. Ella jadeó y entonces supo que ella lo había visto también.

– Está bien, Manolito. No pasa nada. Maxim intentó engañarte.

– No sabía lo del lobo, -dijo Manolito-. Tu loba. -Tiró de sus rizos-. Tu loba nos salvó en todos los sentidos.

Ella le sonrió.

– Desde luego que lo hizo. Mi loba es absolutamente guay.

– Tu loba está caliente, -La corrigió y la giró.

La habitación era ovalada y profunda, amplia y espaciosa. Miles de cristales de colores cubrían las paredes. Las luces de las antorchas recogían muchos colores, dispersando prismas de arco iris que bailaban por todo el cuarto. La cama era enorme, una cama imperial grande de exótica madera rabajada, con hierro forjado embelleciéndola. MaryAnn se acercó, pasando las manos por uno de los postes. En el momento en que lo tocó, supo que lo había hecho él.

– Esto es real.

Él asintió con la cabeza.

– Me gusta trabajar con las manos. Mis hermanos lo llaman mi vicio. -La condujo hacia la cabecera de la cama, donde pudo examinar los bordes. Había dos pequeñas mesas a ambos lados, pero lo que la intrigaba era la cabecera. Había símbolos, jeroglíficos esculpidos en la madera y varios pequeños anillos de hierro empotrados a través de ella.

– ¿Qué es lo que dice?.

– Está en la antigua lengua.

– ¿Y?, -animó ella.

– Dar sólo placer a ainaak sivament jutta.

– Tendrás que traducir eso también.

– Para siempre a mi corazón conectada. Mi amor. Esposa. Compañera. ¡Tú!

– ¿Has hecho esta cama para mí?.

– Está hecha para la otra mitad de mi alma. Sí. Para ti. Vertí todo lo que sentía por ti en esto. Cada sueño. Cada fantasía. Traté de pensar en cada manera en que podría darte placer y de asegurarme de que estuviera lista para ello. Estudié las nuevas ideas de cada siglo sobre el placer sensual, las ideas de cada cultura y aprendí tanto como pude.

La idea era casi espantosa.

– Yo no tengo exactamente toda esa experiencia, Manolito.

– La fusión de mentes es algo maravilloso, -apuntó él-. ¿Entonces, te gusta el alojamiento? Tenemos intimidad, calor y puedo asegurarte que el colchón es de lo mejor en su línea.

No tenía ninguna duda de ello. Manolito no hacía nada a medias.

– De acuerdo, todo es de cinco estrellas. ¿Pero, dónde está el servicio?-bromeó.

Él sonrió, esa sonrisa satisfecha pecaminosamente atractiva que parecía quemar lenta y significativamente todo su cuerpo.

– Tengo planes para proporcionarte servicio toda la noche. ¿He mencionado que me encanta tu camisa? -Sus manos fueron hacia los cordones de cuero que le rodeaban el cuello. El cuero dorado cayó de modo que el suave top cayera aún más abajo. Había rozado los hinchados pechos, pero ahora los pezones asomaban hacia él-. Oh, si me gusta la parte de arriba. -Lo reiteró inclinando la cabeza para dar un golpecito con la lengua a cada pezón.

Ella tembló cuando el cabello de él se deslizó sobre su piel, seda negra como la medianoche y no pudo menos que invadirla con los dedos.

– Quítate la camisa, Manolito.

Él retrocedió, llevando las manos a los botones.

– Quilátemela tú por mí. -Sus ojos negros parecían quemarle la piel.

MaryAnn abrió los botones uno a uno y con cada uno de ellos, sus pulmones tenían que trabajar un poco más. Usó las palmas, los dedos se extendieron sobre su amplio pecho, apartando la camisa y pasando por sus amplios hombros. La arrancó y la dejó caer. Su piel brillaba intensamente con la danzante luz. Dios, era hermoso. Constituido como un hombre debería estar constituido. Si eso la hacía algo superficial, entonces bueno, lo aceptaría. Recorrió con las palmas los definidos músculos del pecho y luego se dirigió hacia el abdomen y la estrecha cintura.

Sobre ella, sus rasgos eran duros, la mandíbula, la nariz, los altos pómulos. Mantenía la barbilla alzada, mirando por encima de su cabeza mientras ella se inclinaba para presionar besos a lo largo de cada delineado músculo.

– Tendrás que quitarme los zapatos antes de poder quitarme los pantalones, -apuntó él.

Su corazón palpitó y lo miró a través de las pestañas, pero él continuaba estudiando un punto sobre su cabeza. Se humedeció los labios y se puso en cuclillas para desatarle los zapatos. Sabía que él podía desear simplemente librarse de la ropa, pero ella no quería que lo hiciera y tal vez lo había leído en su mente. Quería el descubrimiento sensual de desenvolver su cuerpo, un regalo, un tesoro, sólo para ella.

Él alzó el pie y dejó que le quitara el zapato y el calcetín, los dedos se demoraron mucho tiempo sobre la piel, acariciando el tobillo y la pantorrilla, antes de ir a por el otro zapato. Los apartó y se arrodilló para alcanzar el cinturón del pantalón. La parte de arriba del top resbaló hasta reunirse alrededor de la cintura, dejando los pechos expuestos. El aire frío tensó más los pezones, pero MaryAnn encontró erótico estar arrodillada delante de él, medio vestida, con los pechos al aire mientras él esperaba a que lo desnudara.

La respiración de Manolito estaba atrapada en sus pulmones. Era tan hermosa, mirándole de esa manera, tan seductora que tenía suerte de que tuviera suficiente control para darle cualquier cosa que quisiera, porque ahora mismo, lo que quería era levantarla y enterrarse en ella. Ella quería jugar. Vio como se humedecía con la lengua el lleno labio inferior, llamando la atención sobre su boca. Estaba a pulgadas del grueso bulto de sus pantalones. Le separaba del paraíso sólo esa delgada capa de tela, ya estirada al máximo.

Cerró los ojos brevemente mientras sentía el baile de los dedos alrededor del cierre y luego despacio apartaba la prenda. La erección saltó, grande y palpitante por la necesidad. Su mejilla acarició la ultrasensible cabeza mientras le bajaba el pantalón, animándolo a salir de él. Los dedos acariciaron la parte posterior de las piernas, la parte interna del muslo y después acunó los testículos en sus manos. El aliento abandonó de golpe los pulmones. El miembro viril saltó cuando ella sopló aire cálido sobre él, los labios apenas acariciaban la amplia punta.

Le cogió un puñado de cabello y tiró, levantándole la cabeza.

– Échate en la cama conmigo.

– Pero quiero…

– Te daré lo que quieres. Haz esto por mí.

Lentamente, sosteniéndole la mirada, MaryAnn se hundió en el colchón. El le colocó las piernas a un lado de la cama y suavemente le presionó el hombro hasta que lentamente se recostó, la cabeza al borde mismo de la cama, el cabello cayendo hasta el suelo. Muy suavemente le quitó las botas y las puso junto a sus zapatos. La percepción de sus fuertes manos subiendo por las pantorrillas le provocaba excitantes temblores que le atravesaban rápidamente el torrente sanguíneo. Tiró de los vaqueros mientras ella levantaba las nalgas y dejaba que se los quitara. Quedó sobre la cama con el top caído alrededor del tórax.

Manolito rodeó la cama hacia donde ella tenía la cabeza, la agarró de los hombros y tiró hasta que su cuello quedó fuera de la cama y la cabeza colgando. Sus pechos empujaban apetitosamente hacia el aire, los picos de sus pezones gemelos tensos y suplicando su atención.

El corazón de MaryAnn palpitó. Se sentía un poco vulnerable y expuesta en esta posición. Las luces del arco iris jugaban tiernamente sobre su cuerpo, casi como unos focos. Podía sentir la humedad acumulándose entre sus piernas y cada terminación nerviosa viva de expectación.

Él abrió las piernas, tomando posición mientras se erguía sobre ella. Su miembro pleno, grueso y largo, sus testículos suaves y tensos.

– Estírate hacia atrás para mí -la instruyó, los ojos estaban posados sobre su boca.

Su cuerpo tembló con el deseo repentino de complacerlo. Tenerlo. Hacer que hirviera por ella. La hacía sentir sexy y querida, con sólo una mirada, con un roce de su mirada. Levantó ambos brazos hacia atrás para ahuecar sus testículos, pasando las uñas ligeramente sobre la apretada bolsa para memorizar la textura y la forma. El aire abandonó su cuerpo con un silbido y ella sonrió, pasándose la lengua por los dientes. Él quería tener el control, pero la caricia de las yemas de sus dedos, el ligero apretón de sus manos, el pequeño movimiento rápido de su lengua mientras le atraía hacia su boca le decía que tenía mucho más poder sobre su cuerpo del que había pensado en un principio.

Él murmuró algo gráfico, acercándose aún más, las manos buscando el largo cabello rizado.

– Deslízate un poco más abajo ahora, meu amor. Eso es. Esto es lo que quiero. Puedes tomar más de mí de esa manera.

La cabeza echada hacia atrás, la garganta arqueada, empujando los pechos hacia arriba, presentando el cuerpo como un banquete. Para mantener el control, rodeó la base de su miembro con la mano y empujó la cabeza contra la boca que esperaba, jugando con los labios. Su lengua chasqueó y le dio un largo lametazo, lento, rizándolo al final, como si lamiese un cono de helado.

Lo hizo esperar. Un latido del corazón. Dos. El mundo se quedó quieto. El tiempo titubeó y el corazón de Manolito dio un vuelco. Su boca le engulló como un guante de seda, deslizándose sobre su miembro, la lengua formaba remolinos bajo la cabeza, sobre ella, jugando y danzando rápidamente a su alrededor mientras le succionaba.

Sus caderas se sacudieron. Un sonido escapó, algo sospechosamente similar a un áspero gruñido. El placer estalló atravesándolo, precipitándose como una droga por todo su sistema. Más que placer. Amor. Con su miembro en la boca de ella, dudaba que debería haber estado sintiendo algo más que lujuria, pero tal vez el amor conducía a su lujuria por ella, porque no podía imaginar otra mujer más hermosa o sexy. No podía imaginar sentir ese deseo, tan intenso como una tormenta salvaje estrellándose contra él con nadie más. El aliento explotó en sus pulmones. Su cuerpo se estremeció cuando el fuego corrió por su columna.

Ella dio otro largo y lento lametazo de arriba abajo por su miembro, mirándole, observando su reacción. La sintió en su mente, compartiendo el fuego, compartiendo cada oleada de sensaciones que creaba cuando empujaba más profundamente, la boca caliente y apretada.

Sus manos la aferraron del pelo. Empujando las caderas hacia adelante, utilizando su propia mano para hacer cada movimiento corto mientras le llenaba la boca. Su lengua era un roce de terciopelo mientras le lamía la parte de abajo y luego succionaba otra vez, arrastrándole más profundamente. Sus ojos permanecían fijos en los de él, desgarrándole el corazón, el alma, mientras la veía tragarle, observando el crudo deseo quemando en su mirada.

Le tomó en su boca, un largo y lento trazo, manteniendo la boca apretada, la lengua lisa mientras aplicaba presión y luego estimulaba la cabeza rápidamente, esperando su empuje, tomándolo más profundamente, de forma que vetas de fuego se extendieran por su ingle.

MaryAnn sintió su cuerpo arder en llamas. Los pechos hinchados y doloridos, suplicando atención. La conjunción entre sus piernas palpitaba y estaba empapada por el calor. Él emitía sonidos ásperos de placer, cada uno vibraba a través de ella, de modo que las paredes de su entrada se contraían y tensaban y pedían piedad. Él le tiraba del cabello con cada empuje mientras comenzaba a perder el control, apretándola contra él cuando las acometidas se hicieron más profundas.

– Más fuerte, -la animó.

Sintió como se hinchaba y supo por el ronco gemido que estaba cerca. No podía moverse, inmóvil bajo él, sus manos controlándole la cabeza, los movimientos cortos, apretados mientras movía la boca de arriba abajo por su miembro. Él le arqueó más el cuello, permitiéndole tomar más.

– Relaja la garganta para mí, -la instruyó, el aliento le llegaba en jadeos ásperos y desiguales-. Sí. Sí. Así. Aprieta debajo. -Los empujes eran más rápidos ahora, cortos y duros, pero usó el efecto palanca para entrar más profundamente, los tirones de su pelo enviaba impulsos de placer que se disparaban por su cuerpo.

– Tienes que parar, sivamet. -Su voz apenas era la suya, tan ronca, al borde de la desesperación. Porque no podía. Porque aunque la retuviera al modo tradicional de su especie, no podía dejar aquella caverna caliente, húmeda y tan apretada mientras ella le succionaba. Era un placer tan carnal que podía permitirse, ser complacido-. Para antes de que sea demasiado tarde.

Modo tradicional de tu especie. ¿De dónde le había llegado? ¿Por qué tenía el deseo de mantenerla inmóvil mientras entraba y salía de su increíble boca?

MaryAnn le deseaba, todo, desesperaba por él. Parecía una mujer al borde de la locura, anhelando lo que él tenía que ofrecer. Su miembro tenso. Sacudido. Caliente y lleno. Había algo terriblemente erótico en estar extendida, sostenida fuertemente en el lugar, sabiendo que le empujaba hacia el descontrol cuando lo que él quería era controlar. Sabía que era la loba. Olía el perfume almizcleño del lobo macho mientras Manolito empujaba con fuerza, su miembro sacudiéndose, los calientes chorros de semen explotando en su interior. El estilo del lobo era dominar, y levantó la mirada hacia él, podía ver las parpadeantes luces ámbar en las profundidades negras de sus ojos.

Él alcanzó sus pechos, sus dedos tirando de los pezones mientras la boca femenina tiraba de él. Sin advertirla, simplemente se inclinó sobre ella, su largo cuerpo cubriendo el suyo y sepultó la cara entre los muslos. MaryAnn no podía respirar. No podía pensar. Se resistió y se retorció cuando la lengua la apuñaló profundamente. Se vio obligada a girar la cabeza y liberarle, todo lo que hizo él fue gatear por su cuerpo y empujar sus caderas hacia arriba, hasta su boca merodeadora. Su visión se enturbió. Su cuerpo le pertenecía. A sus manos, su boca y la larga longitud musculosa.

Quiero tu corazón y tu alma.

El susurro le habría robado su última defensa si hubiera tenido alguna. Los tienes.

Estás segura bajo mi cuidado. Y lo estaba. Mientras él viviera, incluso más allá, la protegería y la querría.

Su lengua encontró la caliente superficie resbaladiza y quedó complacido, sosteniéndola fácilmente mientras tomaba lo que quería. Sus caderas se resistieron, el aliento le salía con sollozos, mientras él la devoraba. Su cuerpo era lo primero para él, estremeciéndose ya con el primer climax, la lanzó al segundo con el baile de sus dedos en su interior. Ella gritó su nombre, música para él, un sonido suave, desigual, entrecortado, apenas audible mientras empujaba contra él en un intento de obtener alivio. Sus liberaciones sólo aumentaron la presión, siempre aumentando hasta que suplicó. Por favor, por favor, por favor.

Manolito levantó la cabeza y la abrazó, levantándola entre sus brazos, empujando su cuerpo mientras la sostenía hasta que estuvo de pie.

– Coloca las piernas alrededor de mi cintura, MaryAnn. -Su voz era áspera pero hipnotizante.

– No tengo fuerzas. -No la tenía, brazos y piernas le pesaban, el cuerpo le temblaba tras la serie de orgasmos. Aun así, apretó los dedos sobre sus hombros mientras le rodeaba el cuerpo con las piernas.

– Tienes fuerza por ambos. Sólo espera, sivamet.

Cruzó los tobillos, cerró los ojos y mientras él la bajaba. La amplia cabeza de su miembro se hundió atravesando los suaves y apretados pliegues, la fricción de las terminaciones nerviosas ya sensibles la hicieron gritar y sepultar la cara contra él.

– No sé si voy a poder hacer esto, -le susurró ella-. Es demasiado, cada vez, demasiado.

¿Cómo iba a sobrevivir si su cuerpo ya estaba preparado para derretirse? Su necesidad parecía implacable, la presión crecía y crecía mientras él se retiraba y sus músculos trataban de tragárselo y mantenerlo dentro.

Manolito la agarró del pelo y tiró de la cabeza hacia atrás para encontrar su boca. Tenía que besarla. Sentirse parte de ella, estar en su interior. Examinó sus ojos y allí vio su deseo, caliente y aún así lleno de amor. El corazón le palpitó en el pecho y la besó otra vez, utilizando un ritmo suave para incitarla a montarle. Las manos le agarraron del trasero, levantándola, sintiendo el calor sedoso que le atravesaba cuando sus músculos le sujetaban.

Tan caliente. Un fuego abrasador pasando como un rayo por su miembro y extendiéndose por cada pulgada de su cuerpo. La primitiva necesidad de poseerla era una oscura lujuria que no podía ser detenida. El calor, la lujuria, el amor, la pasión, la excitación, todo mezclado mientras el mordisco de músculos cerrados a su alrededor y las paredes de seda apretaban hasta estrangularle en algún punto entre el placer y el dolor.

Manolito cambió de posición otra vez, inclinándole la espalda sobre la cama mientras se echaba sobre ella, observando como su cuerpo se extendía imposiblemente para acomodarle. La visión de su aceptación fue tan erótica que le sacudió. La apretada vaina era terciopelo suave, pero abrasador, haciendo que perdiera la capacidad de pensar, de controlar, hasta que estalló dentro de ella, más y más profundamente, mientras el candente placer reventaba a su alrededor.

Ella se elevó para encontrar cada empujón de sus caderas, cada empuje y cada oleada, urgiéndole a una cabalgada más rápida, más dura, hasta que sintió su liberación atravesándola como una tormenta de fuego… atrapándole a él mismo en la vorágine, succionando y ordenándole mientras rayos blancos le recorrían el miembro y explotara profundamente en ella, chorro tras chorro pulsando mientras el cuerpo de ella le aferraba. Yació sobre ella largo rato, jadeando su nombre, acariciándole la espalda, luchando por recuperar el control cuando su cuerpo ya no le pertenecía.

Gentilmente la levantó de la cama y la colocó a su lado, sus piernas estaban demasiado débiles para sostenerle más tiempo. Ella se acurrucó junto a él, con los brazos alrededor de su cuello, los pechos presionando contra él, el cuerpo todavía estremeciéndose de placer.

– Creo que estoy vivo, -dijo él, había un débil humor en su voz.

– Yo no. -Estaba cansada. Agotada, pero cada vez que él se movía, su cuerpo reaccionaba.

Se movió contra ella, la boca arrastrándose desde la garganta hacia el hinchado pecho y MaryAnn contuvo la respiración cuando sintió que sus incisivos le pinchaban la piel. El instinto tomaba el control y ella quería lo que le ofrecía. Se arqueó acercándose, pero él simplemente dio un golpecito con la lengua al pecho retirándose mientras rodaba.

Era demasiado tarde para él. Había tomado su sangre numerosas veces, tantas que sabía que la infección se extendía por su cuerpo. Su sangre cárpato le impedía sentir demasiados efectos, pero aún así, el lobo estaba ahora en él. Pero para MaryAnn no era demasiado tarde. Sólo tenía que mantener el control siempre. Hacer el amor con ella era el momento más peligroso a causa del deseo, el ansia por su sangre estaba siempre ahí.

Ella yació en silencio un rato, escuchando el ritmo combinado de sus corazones. Finalmente se apoyó sobre el codo, incorporándose para poder mirarle.

– Manolito, estoy en tu mente y puedo sentir tu necesidad de convertirme. No es que quieras simplemente hacerlo; cada uno de tus instintos te lo exige.

Él le cerró los dedos alrededor de la nuca.

– Eso me importa poco. Tu seguridad y felicidad son más importantes para mí que cualquier otra cosa.

– Riordan dijo que todavía podrías convertirte en vampiro.

– Entendiste mal. -Los dedos comenzaron un lento masaje para aliviar su tensión.- Estamos unidos. No puedo convertirme. Elegiré una vida contigo, ya sea aquí o en tu querida ciudad de Seattle. -Le lanzó una sonrisa.- ¿Ves? Yo también estoy empezando a poder leer tu mente a voluntad.

– ¿Qué significa eso? No entiendo.

– Envejeceré y moriré cuando tú lo hagas. Los licántropos también son longevos, pero no como los cárpatos. Cuando abandones la vida, yo también lo haré.

Ella se quedó en silencio, estudiándole la cara, sondeando su mente. Cavando profundamente, encontró… al lobo. Había sabido todo el tiempo que estaba emergiendo, pero ahora podía sentir su poderosa presencia. El lobo combinado con las características cárpato de él, harían de Manolito un hombre difícil de manejar. Tenía suerte de tener a su loba para que la guiase.

– Quiero regresar a Seattle para ver a mi familia a menudo, -dijo.

– Desde luego.

– Y serás encantador y nada mandón.

Su ceja se alzó.

– Siempre se ha dicho que soy un hombre encantador.

– ¿Quién? ¿Tus hermanos y tú? -Soltó un delicado resoplido de incredulidad-. Cuando vayamos de visita, tienes que actuar de forma civilizada y en absoluto como un cárpato o un lobo. No quiero que trastornes a mi madre.

– ¿Vas a contestar a sus preguntas?.

– No lo sé. No me he decidido aún. Pero si realmente Solange y Jasmine se quedan en Brasil, dondequiera que estén, realmente necesitarán ayuda. Creo que deberíamos tener una casa cerca de ellas al igual que en Estados Unidos.

– Estoy de acuerdo y es una solución perfecta. Jasmine quiere ir al rancho, pero Solange, creo, que será un problema. Y la verdad, MaryAnn, no creo que deba estar cerca de mi hermano mayor, Zacarias. Él no responde ante nadie y ella le juzgaría muy severamente, no entendiendo que su palabra ha sido y sigue siendo, ley. Fue él quien evitó que todos nos convirtiéramos en vampiros. La oscuridad está en él, y procedemos con prudencia para tratar de impedir empujarle por el abismo.

MaryAnn podía sentir su pena y preocupación por su hermano. Obviamente amaba y respetaba a Zacarías por encima de todos. Le echó el pelo hacia atrás con dedos suaves y se inclinó para besarle. Había sombras en sus ojos y el peso de su corazón era casi más de lo que ella podía soportar.

– Crees que tarde o temprano le perderás. -declaró.

Manolito se recostó, entrelazó los dedos detrás de la cabeza y miró hacia los brillantes cristales que cubrían el techo. Suspiró.

– Zacarías es un gran hombre, meu amor, muy inteligente, y ostenta mucho poder. Se ha mantenido ante mis hermanos, ante mí, protegiéndonos de las matanzas para permitirnos más tiempo. Cada muerte vuelve nuestras almas más oscuras.

– ¿Podéis, Riordan y Rafael intentar…? -Se interrumpió. ¿Qué estaba diciendo? ¿Quería que Manolito cazara vampiros?.

Él negó con la cabeza.

– Nunca permitiría que hiciéramos eso por él. Cree que es responsable de todos nosotros. Veo que la oscuridad es fuerte en él. Yo estaba así de cerca de convertirme, debería saberlo bien. Incluso cuando entré en el otro mundo, los demás ocupantes lo sabían. Al poco tiempo la oscuridad aparece hasta que ya no sabes si podrás resistirte al atractivo de sentir algo una sola vez mas. Lo que sea.

– Pero tres de vosotros habéis encontrado a vuestras compañeras. Esto debería darle esperanza.

– No puede sentir esperanza, no por sí mismo. Sólo puede sentir nuestra esperanza por él. E incluso aunque encontrara a su compañera, sería demasiado difícil para una mujer de hoy en día vivir con él. La mayor parte de nuestras compañeras son humanas o rozan lo humano. Él es un retroceso a una era diferente. Me encuentras difícil. En comparación, te aseguro, MaryAnn, que soy un hombre muy moderno.

– Me alegra mucho oírtelo decir, Manolito, porque esta mujer moderna ha tomado una decisión y es mi decisión para tomarla. Mía. Tienes que entender que creo tener derechos. Esto es importante para mí.

– ¿Cual es la decisión? -Sonaba suspicaz. Era suspicaz. No iba a liberarla de sus obligaciones aunque fuera posible… que no lo era.

– Quiero que me conviertas. Ahora. Esta noche. Quiero compartir la vida totalmente contigo. -No hizo caso de los nubarrones que se acumulaban en los ojos de él. -No he tomado ni una sola decisión en ningún momento del camino. Pero esta es mía, meditada, sabiendo lo que hago y lo que quiero, sí, te amo y quiero ser totalmente tuya.

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