Capítulo 3

Manolito se dio la vuelta, todavía de rodillas, levantando las manos instintivamente hacia el enorme y pesado felino, mientras éste se lanzaba a por su cabeza. La fuerza y el poder del jaguar eran tremendos, le derribó e hizo que cayera sobre su espalda. ¿Era real, o una ilusión como habían sido los vampiros de las sombras?

Sus dedos se hundieron en el espeso pelaje. Unas garras arañaron su estómago, desgarrando de piel y músculo. Un aliento caliente y fétido golpeó su cara, y unos dientes maliciosos arañaron su brazo cuando utilizó la fuerza bruta para evitar que la bestia llegara a su garganta y cabeza. Por un momento, mientras yacía bajo el felino, manteniendo la enorme cabeza lejos de él, sintió a alguien… ella… su compañera… moviéndose en su mente.

Ella gritó de terror y le resonó en la mente, reemplazando el hambre y la confusión por una concentración que no podría haber encontrado de otro modo. La vio extenderse hacia el felino, intentando ayudarle. No deseando arriesgar su vida, rompió el contacto telepático entre ellos y se disolvió. Su cuerpo se convirtió en vapor, sobrevolando y rodeando al felino para retomar la forma de un jaguar macho de amplia y pesada cabeza y cuerpo grande y musculoso del color de las sombras más oscuras. Gotas de sangre cayeron como niebla, salpicando las hojas y raíces mientras tomaba la forma de un raro jaguar negro.

Gruñó un desafío y saltó. Los dos felinos colisionaron pesadamente, rodando a través de raíces y ramas, mientras los sonidos de la batalla perturbaban la noche.

Muchos felinos utilizaban la estrangulación para matar, pero el jaguar, con su mandíbula excepcionalmente poderosa, mordía directamente a la cabeza entre los huesos temporales, matando a la presa instantáneamente. Como el Amazonas había sido su hogar durante muchos años, los hermanos De la Cruz habían estado en contacto continuo con los felinos.

Los jaguares eran extraordinariamente fuertes, con cuerpos musculosos y compactos y amplias cabezas. Sigilosos y casi invisibles, vivían una vida solitaria en un mundo sombrío de crepúsculos y amaneceres. Con su increíble visión nocturna, letales garras retráctiles, caninos puntiagudos y cuerpos bien musculosos hechos para la emboscada y el sigilo, reinaban en la selva, pero se mostraban suspicaces a la hora de pelear. La húmeda espesura era un perfecto campo abonado para las infecciones.

El primer pensamiento de Manolito fue matar en defensa propia. Estaba débil por el hambre y ya perdiendo una sangre preciosa. El curso de acción más sabio y seguro era terminar con la batalla rápidamente, pero el respeto por el depredador más fuerte de la selva le contuvo. Sus hermanos y él siempre habían vivido en armonía con las criaturas de la selva. No tomaría la vida de este animal si tenía alternativa.

Gruñó una advertencia, indicando claramente al macho que retrocediera. Probando el aire, no pudo encontrar el olor remanente de una hembra que pudiera haber dado al felino un incentivo para luchar.

El jaguar rodeó el poderoso cuerpo cubierto de pelaje de Manolito, mostrando los dientes y gruñendo suavemente con desafío. Esperando doblegar al animal, Manolito saltó. El jaguar se apresuró a ir a su encuentro, acuchillando con garras como estiletes, mientras Manolito se extendía buscando la mente de la bestia. La jungla estalló con una explosión de sonido cuando los dos felinos se encontraron.

Los pájaros en la canopia chillaron y alzaron el vuelo a gran altura. Los monos gritaron y lanzaron ramas y hojas hacia los dos jaguares mientras estos rodaban sobre la vegetación. Las ramas se quebraron bajo los pesados cuerpos, esparciendo escombros en una densa nube a su alrededor. Manolito pasó a través de la rabia roja de la mente del felino e intentó encontrar el espíritu del animal mientras evitaba que los colmillos letales se hundieran en él.

Los jaguares poseían una espina dorsal extremadamente flexible que les permitía girar y retorcerse, mover sus patas lateralmente, e incluso cambiar de dirección en medio del aire. Los músculos de sus cuerpos les daban una fuerza tremenda. Manolito recibió otro arañazo cruel en el costado mientras intentaba concentrarse en tranquilizar al felino.

Empujó con fuerza, rompiendo el muro de rabia y encontró… a un hombre. Esto no era un jaguar. Era uno de los raros y solitarios hombres jaguar que todavía tenían su hogar en la selva tropical. Los cárpatos y la gente jaguar siempre habían vivido en armonía, evitándose los unos a los otros, pero éste le había atacado deliberadamente.

Manolito se disolvió y tomó su forma humana, esta vez desde la relativa seguridad de una cierta distancia. Los felinos podían cubrir distancias asombrosas de un solo salto, y la gente jaguar tenía una astucia y fuerza más allá de lo normal. Se puso en pie, respirando con dificultad, buscando signos de agresión en el felino que le enfrentaba con los flancos en movimiento y un gruñido en la cara.

– Sé que eres un hombre. Morirás si continúas. No puedes utilizar mi respeto por el jaguar para derrotarme. ¿Por qué has roto nuestro pacto tácito?-deliberadamente dio a su voz un tono suave, tranquilizador e hipnotizante para ayudar a serenar el temperamento del felino.

El jaguar desnudó los dientes, pero se mantuvo firme, sus ojos abandonaban la cara de Manolito, como si sólo estuviera esperando un momento de debilidad que le diera ventaja. Y Manolito estaba débil. Mantuvo el dolor de sus heridas a raya e ignoró el hambre rabiosa que casi le consumía. El olor de la sangre era pesado en el aire. Ambos jaguares habían resultado heridos, y las gotas salpicaban las hojas como brillantes puntos carmesí. El jaguar lamió deliberadamente las gotas de sangre, para recordar a Manolito el tanto que se había apuntado.

Manolito entró en acción, una furia helada le inundó ante la insultante burla. Saltó sobre la espalda del animal, hundiendo profundamente las rodillas en los músculos de los flancos, las piernas casi aplastaron al animal mientras cruzaba los tobillos bajo la barriga. Envolvió un brazo alrededor del grueso cuello en una media llave Nelson para echarle la cabeza hacia atrás. Hundió los dientes profundamente en la yugular y bebió. El animal se tensó, resistiéndose, pero el hombre dentro del felino forzó su inmovilidad, comprendiendo que Manolito podía… y lo haría… desgarrarle la garganta.

La sangre caliente bombeó en su cuerpo hambriento, empapando los tejidos y células, rejuveneciendo sus músculos. Por un momento estuvo flotando en la euforia, la sangre estaba llena de la tan rica y adictiva adrenalina, habiendo pasado tanto tiempo sin ella y estando tan cerca de convertirse.

Tan buena. No pares. Siente el subidón. No pares. No hay nada como esto en el mundo. Únete a nosotros, hermano. Ven con nosotros. Tómala toda. Cada gota.

Manolito oyó varias voces susurrando la tentación. El zumbido de su cabeza se hizo más fuerte hasta que fue casi doloroso. Está prohibido tomar una vida.

Solo un felino. Nada para alguien como tú. Te atacó. ¿Por qué perdonarle la vida cuando él te habría matado?

La tentación era fuerte. Cálida y rica sangre, y estaba hambriento. El felino le había atacado primero. Todavía estaba dispuesto a matarle, de tener la oportunidad, incluso ahora, cuando le había perdonado la vida.

Pero sintió la diferencia en su cuerpo, se sentía enfermo de nuevo, como si su estómago se acalambrara, lo cual no tenía sentido. Zumbaban insectos en sus oídos, ruidosos y molestos, pero cuando deseó que se alejaran, el ruido no menguó. A su alrededor el suelo se ondeó, como si un terremoto hubiera tenido lugar profundamente bajo tierra. Su estómago se revolvió con él.

Necesitas fuerza. El felino está herido. Necesitas sangre para sanar, y esta es muy buena. Bebe, hermano. Bébela toda. Los susurros persuasivos continuaron.

Bajo él, el felino empezó a estremecerse. El hombre se revolvía dentro del animal gritando algo ininteligible, algo humano.

Humano. No podía matar mientras se alimentaba.

Humano no. Un felino. Desgárrale la garganta. Goza del poder. Siéntelo, hermano, siente el poder absoluto de una vida desvaneciéndose bajo tus manos. Sé lo que siempre has debido ser… lo que eres.

¿Lo que era? ¿Un asesino? Si. No había duda de que había matado tantas veces que ya no recordaba todas las caras. ¿Dónde estaba? Miró alrededor, y por un momento la selva desapareció y estuvo rodeado de formas oscuras, los dedos estirados y anudados de los muertos señalaban acusadoramente. Las ramas golpeaban unas con otras como huesos blancos y quebradizos, provocando estremecimientos por su espina dorsal.

Había matado… si. Pero no así. Estaba mal. La autodefensa era una cosa. Y había justicia y honor en despachar a un hermano caído cuando este había entregado su alma al mal, pero matar mientras se alimentaba iba contra todo en lo que él creía. No. Fuera lo que fuera, fuera quien fuera, el que estaba intentando conseguir que matara no era un amigo.

Requirió disciplina tomar sólo lo que necesitaba para sobrevivir, sólo lo que necesitaba para traspasar las barreras de la bestia y acceder a la mente del hombre que había dentro. Pasó la lengua sobre los pinchazos para sellarlos y se disolvió en vapor, sólo para reaparecer a cierta distancia, cuidando de examinar las sombras a su alrededor. ¿Estaban esas casas entre las sombras, asomándose a través de las hojas y saliendo del suelo? ¿Había vampiros al acecho? Se puso de puntillas, listo para cualquier cosa. El jaguar rugió, atrayendo su atención hacia el peligro más inminente.

Manolito forzó una sonrisa despreocupada.

– Tienes el sabor de mi sangre en tu boca. Y yo tengo el sabor de la tuya. Tienes la información que busco. Intentaste matarme y no te debo cuartel.

El felino permaneció inmóvil, ni un músculo se movía, con los ojos intensamente enfocados en Manolito.

La gente jaguar era tan elusiva y sigilosa como los grandes felinos, y como su parte animal… o a causa de ella… preferían la selva densa cerca de arroyos y riberas. Eran raros de encontrar y, con toda probabilidad, lo suficientemente sigilosos y demasiado familiarizados con la selva como para no ser vistos nunca si así lo deseaban. Los hombres, como el animal, eran de constitución musculosa y enormemente fuertes. Tenía una tremenda visión nocturna y excelente audición. Eran buenos escalando árboles y eran fuertes nadadores. Poco se sabía de su sociedad, aunque Manolito sabía que tenían mal genio cuando este despertaba.

Antes de explorar profundamente en la mente del jaguar, el cazador lanzó otra lenta y cautelosa mirada alrededor, escaneando mientras lo hacía. Las voces no se habían acallado del todo, susurraban en su oído, urgiéndole a matar. Las sombras en las que su visión no penetraba del todo parecían contener miles de secretos. Algo reptó por el suelo, justo bajo la superficie, desplazando tierra mientras se movía. La boca se le secó.

El jaguar se movió, agachándose un poco más, tensando los músculos y atrayendo la atención instantánea de Manolito. Siglos de cazar en situaciones peligrosas mantuvieron su cara inexpresiva, los ojos duros y fríos y la boca un poco cruel.

– Atrévete a atacar, hombre-gato, y no tendré piedad de ti. -Y no la tendría. No con vampiros cercándole. No tenía tiempo para la piedad, no si quería vivir.

La sangre que Manolito había tomado del hombre-jaguar le capacitó para seguir el patrón cerebral, empujando a través de los últimos escudos para extraer información. Odio, profundo y violento, hacia los cárpatos. La necesidad de encontrarlos y destruirlos. Una sensación de traición y justa cólera. Asombrado, Manolito se introdujo más profundamente. Las dos especies nunca habían sido grandes amigos, pero tampoco habían sido enemigos. Defendían diferentes valores, pero siempre se las habían arreglado para respetar la sociedad de los otros.

Había un toque allí en los recuerdos, una mancha oscura, algo extraño. Lo examinó cuidadosamente. El punto era muy oscuro en el centro, pero se formaban anillos alrededor, de un color más ligero, extendiéndose para abarcar el cerebro entero del hombre-jaguar. Cuanto más se acercaba Manolito más se extendiera la decoloración, y más agitado y molesto se ponía el jaguar.

En el momento en que Manolito se fundió, a pesar de lo suave del toque utilizado, sintió al mal removerse, volverse consciente de él. A su alrededor las sombras se hincharon y tomaron forma. Dentro del cerebro del jaguar la mancha se removió, perturbada. Retrocedió, no quería provocar aún más la ira del felino. El animal estaba temblando, con la piel húmeda y oscura mientras los flancos se movían pesadamente. El hombre estaba empezando a perder la batalla por controlar a la bestia.

– Has sido tocado por el vampiro -dijo Manolito, su voz fue baja y cargaba un anillo de verdad-. Puedo intentar ayudarte a librarte de la venenosa influencia, pero luchará por mantenerse en ti. -Y eso le dejaría vulnerable a un ataque, quizás incluso del jaguar. Era un riesgo, ni siquiera uno necesario, pero Manolito se sentía compelido a ayudar. La especie del jaguar, ambas, hombre y bestia, estaba perdiendo la batalla por la existencia igual que la de los cárpatos. Y Manolito se temía que los hermanos De la Cruz involuntariamente habían tenido gran parte de culpa en la destrucción de la gente jaguar.

El hombre permaneció callado dentro del jaguar. Atado a él por sangre, Manolito pudo sentir su alarma. No era un hombre joven, arrogante e imprudente; era lo bastante mayor como para conocer el peligro que suponía el vampiro, y se había estado cuestionando qué era lo que estaba ocurriendo a su raza desde hacía algún tiempo. El felino se agachó más y asintió con la amplia cabeza, la mirada pasó de Manolito a los alrededores, tan atento al peligro como el cárpato.

En la canopia, sobre ellos, las hojas susurraban amenazadoramente. Las nubes se movían por los cielos oscuros trayendo la promesa de más lluvia. El aire estaba espeso por la humedad, y los ríos y arroyos estaban hinchados más allá de las riberas. El agua se vertía sobre rocas saliendo por las riberas, y formaba cascadas donde nunca antes las había habido. La mayor parte del agua era blanca y burbujeante, pero en los bordes de las rocas, el agua estaba manchada de ácido tánico y parecía un brebaje marrón rojizo.

Manolito tomó un profundo aliento y apartó su mirada del agua del color de la sangre, y dejó escapar el aire, exhalando con él todo excepto la tarea que tenía entre manos. Tenía que abandonar su cuerpo físico, haciéndose increíblemente vulnerable a un enemigo potencial y ocupado por el vampiro. Fue mucho más difícil de lo que esperaba, ahora que podía sentir emoción y le importaba seguir vivo.

La mancha oscura en el cerebro del hombre-jaguar reculó como si estuviera hecha de gusanos retorciéndose. Cuando su espíritu entró en el cuerpo bañando el cerebro de una blanca y ardiente energía. Manolito oyó al jaguar rugir y al hombre sisear una advertencia. Dudó, temiendo herir al guerrero.

Hazlo. No quiero esa cosa dentro de mí.

Manolito atacó la mancha, abriendo una brecha en los anillos exteriores y limpiándolos con luz sanadora. Los diminutos parásitos intentaron cavar más profundamente en el cerebro en un esfuerzo por escapar. Mientras se dispersaban, Manolito pudo ver el núcleo del hombre-jaguar. Los parásitos intentaban mantener la luz fuera de los recuerdos del hombre-jaguar y ocultar lo que el vampiro había hecho, pero, inesperadamente, el hombre-jaguar unió sus fuerzas a las de Manolito, utilizando sus bien desarrolladas habilidades telepáticas y el recientemente establecido vínculo de sangre.

Abrió sus recuerdos a Manolito y le inundó con tanta información como fue posible. Su nombre era Luiz. Durante muchos años había trabajado en restaurar la fuerza menguante de su especie. Demasiadas de sus mujeres se habían marchado, buscando compañerismo y amor con los humanos en vez de el descuidado abandono de sus propios machos. Había intentando convencer a los demás de que siguieran el camino de los cárpatos y se emparejaran de por vida, proporcionando un hogar y una familia, una razón para que las mujeres se quedaran con ellos. Al principio, muchos habían estado de acuerdo con sus ideas y habían empezado a abandonar su forma de vida solitaria, pero recientemente, habían cambiado de forma de pensar, mientras se producía un cambio lento y sutil.

Grupos de hombres habían empezado a cometer crímenes terribles contra las mujeres. Un nuevo orden de jaguares había empezado a buscar mujeres de su raza para violarlas en un esfuerzo por tener niños purasangre. Luiz sólo supo de esos horrores a través de rumores sin confirmar durante los primeros años, pero cada vez más y más hombres se habían unido a las bandas de merodeadores rebeldes. Temía no sólo por las mujeres, sino por la raza entera. ¿Qué mujer querría estar con un hombre que hubiera hecho cosas tan terribles? Había oído que algunas mujeres estaban ahora rescatando a las que estaban en cautividad. Su mundo se había vuelto del revés, y Luiz nunca había considerado la idea de que un vampiro pudiera estar detrás de ello. Ahora todo tenía sentido.

Vampiro. La criatura más vil en la faz de la tierra. ¿Desde cuando llevaban intentando matar a toda una raza? Manolito lo sabía. Él y sus hermanos habían conocido una vez a los hermanos Malinov. La tristeza le inundó poco a poco. Los cinco hermanos Malinov habían sido los mejores amigos de su familia. Ahora parecía que todos ellos se habían convertido en vampiros. La idea de haberlos perdido a todos era inquietante ahora que podía sentir emociones. Con los hermanos Malinov, había pasado muchas horas discutiendo cómo tomar el control del pueblo cárpato. La posibilidad de destruir especies enteras, aliados del príncipe, había sido un tópico recurrente en las conversaciones. En el debate intelectual, habían ideado muchas formas, y una había sido influenciarles hacia un comportamiento autodestructivo, capitalizar las debilidades de la especie. Tal y como había hecho la sociedad jaguar.

Cuando su príncipe les había enviado al mundo exterior, lejos de su tierra natal para proteger a los humanos, el tema había surgido otra vez. Al final, los De la Cruz habían jurado servir al príncipe y su gente. Una vez dada su palabra, ningún De la Cruz se volvería nunca atrás, resolviendo así la cuestión. Los hermanos Malinov habían hecho lo mismo.

Manolito se guardó cuidadosamente la información para sí mismo. Solo hablar de traicionar al príncipe ya había sido bastante malo y estaba avergonzado de ello. Nunca antes se había sentido culpable y era una emoción incómoda.

Tenías razón hace tantos años. Las voces susurraban de nuevo en su cabeza. Tú y tus hermanos deberíais haber seguido vuestro propio camino. Permitiste que un hombre más débil reinara, que condujera a nuestra gente por un camino de destrucción. Zacarías habría reinado, el pueblo cárpato habría prosperado, no se habría hundido en el odio y el miedo siendo cazados por la misma gente a la que protegen.

Manolito dejó escapar el aliento en un largo siseo de desafío. Mostraos. No os ocultéis entre las sombras. Salid donde os pueda ver. No podía mantener la energía para quedarse mucho dentro del cuerpo del hombre-jaguar. Tenía que librar al hombre de la mancha del vampiro y volver a su propio cuerpo desprotegido.

No hay necesidad de sentirse culpable. Era un plan brillante.

Manolito tomó otro aliento y bloqueó todo excepto la tarea que tenía entre manos. Las voces del mundo de la sombras tendrían que esperar. El hombre-jaguar estaba cansado de sujetar a la bestia, de evitar que saltara sobre Manolito y desgarrara su cuerpo desprotegido.

La ardiente luz blanca, pura energía, se derramó sobre el centro de la oscura mancha con terrible decisión. Manolito concentró toda su atención en la tarea, arriesgándolo todo, no sólo porque era lo que debía hacer, sino porque quería compensar, de este pequeño modo, su parte en el complot ideado tantos años atrás. Lo que sólo había sido un debate intelectual cierta vez había estallado con furiosas posibilidades, pero Manolito creía que habían descartado toda noción de traición y sabotaje. Obviamente uno o más de los hermanos Malinov habían decidido en algún momento poner en práctica el plan. Manolito había presenciado de primera mano los intentos de asesinar al príncipe, y después de matar a las mujeres y niños de los cárpatos. Ahora, al parecer, el enemigo también había puesto en marcha un plan para acabar con la gente jaguar.

Manolito utilizó cada onza de energía para luchar con los pequeños flujos de contorneantes parásitos, quemándolos en sus escondites, siguiéndolos mientras corrían a través del cerebro del hombre-jaguar en un intento de evadir el ataque. Fue un trabajo arduo y agotador.

Cuando estuvo hecho y volvió a su propio cuerpo, Manolito se tambaleó y casi cayó. Su anterior necesidad de sangre se había visto a penas satisfecha, y utilizar tanta energía le había drenado. Sólo una disciplina férrea le mantuvo sobre sus pies.

A su lado, el jaguar se desfiguró. El pelaje ondeó y los músculos se estiraron y alargaron. El cambio de la gente jaguar era diferente al de los cárpatos. Piel y bandas de músculos aparecieron, largo cabello oscuro con vetas doradas corriendo para cubrir una noble cabeza. Había un hombre agachado en el suelo donde antes había estado el felino.

Luiz se enderezó lentamente hasta que estuvo de pie erguido delante de Manolito. Como todos los hombres-jaguar, se sentía cómodo con su desnudez, el cuerpo musculoso, el cabello alborotado.

– Me disculpo por intentar tomar tu vida. -Hablaba con gran dignidad, sus ojos se encontraron con los de Manolito sin parpadear, incluso mientras gesticulaba hacia la sangre que goteaba sin parar por el cuerpo del cazador.

Manolito se inclinó ligeramente en reconocimiento, mientras mantenía todos los sentidos alerta en prevención de otro ataque.

– Ningún hombre es responsable de lo que hace bajo la influencia del vampiro.

– Tengo una gran deuda contigo por ayudarme a librarme de él.

Manolito sabía que era mejor no negarlo. El hombre-jaguar estaba rígido de orgullo, y su cara mostraba culpa y preocupación.

– Debe ser difícil vivir con algo así cuando has trabajado tan duro para salvar a tu gente de la misma cosa que te ha infectado.

– Conozco la diferencia entre el bien y el mal. La mayoría de los hombres que quedan también, pero el vampiro es como una enfermedad. No podemos detener lo que no podemos ver. Si volviera e intentara hablar con los demás de esto, no tendría pruebas. No tengo la capacidad, como tú, de encontrar la mancha del vampiro y extraerla.

– Si no lo haces, no hay esperanza para tu especie -señaló Manolito-. Vuestras mujeres huyen, por necesidad y el vampiro os destruye desde dentro.

Luiz asintió en señal de acuerdo.

– Sabía que algo iba mal y el odio hacia tu raza se enconaba. El vampiro ha debido plantar la semilla entre nosotros. Los hombres de los cárpatos nos roban a nuestras mujeres. No recuerdo haberme encontrado con un vampiro, o que alguien dijera tal cosa, pero sabía desde hacía algún tiempo que no estaba pensando con claridad.

– Subestimó tu fuerza. Debió elegirte porque eres un líder.

– En un tiempo lo fui, ya no. Los hombres están diseminados, corriendo en manadas y buscando mujeres de nuestra sangre. -Luiz frunció el ceño, frotándose las sienes mientras intentaba evocar lo que le habían dicho-. Creo que el vampiro quiere a una mujer específica, una de sangre pura que puede cambiar rápidamente, y luchar tan dura e incansablemente como un hombre. Insistió en que si la encontrábamos, la lleváramos al Instituto Morrison para sus investigaciones de duplicación del ADN-suspiró-. En ese momento pareció tener mucho sentido, pero ahora no lo tiene en absoluto.

Las hojas susurraron y ambos hombres se giraron hacia el sonido. El hombre-jaguar se deslizó hacia Manolito con movimiento fluido y sigiloso, tan silenciosamente como cualquier felino mientras se ponían espalda contra espalda. Hay ojos en la selva. Y oídos. Mi gente ya no es de fiar ahora que el vampiro ha llegado a ellos.

Manolito buscó en sus recuerdos la información que le eludía. No podía mostrar vulnerabilidad, o dejar ver que estaba buscando en dos niveles distintos, sin saber cual era real y cual imaginario. Ni que tan siquiera sabía si el mundo de sombras era una ilusión. ¿Podía estar caminando en dos mundos a la vez?

Eliminaste la mancha del vampiro de mí. ¿Es posible hacer lo mismo con mis hermanos?

Manolito podía sentir al hombre-jaguar extendiéndose hacia su mente, buscando con todos sus sentidos el peligro. Olisqueaba el aire, escuchaba, sus ojos se movían inquieta e incesantemente.

– Lo que sea que hay ahí fuera está lejos de nosotros -dijo Luiz-, aunque otros han entrado en la selva.

El corazón de Manolito saltó. Su compañera. Estaba seguro de ello. Acudía a él. Tenía que ser ella. Ningún compañero podía estar separado mucho tiempo del otro y sobrevivir. Eran dos mitades del mismo todo y necesitaban que el otro les completara.

Ven a mí… Fue una orden. Una súplica. Pero no conocía su nombre. No podía evocar una imagen completa de ella. Cerró los ojos para retener sus recuerdos. Piel. Recordaba su increíble piel, más suave que ninguna otra cosa que hubiera tocado jamás, como seda ardiendo bajo sus labios. Su sabor, salvaje y especiado como la mujer misma. Su pulso se aceleró y su aliento se volvió ronco, su cuerpo se tensó inesperadamente. Había olvidado lo que era el deseo. La lujuria. Pensar en una mujer y desear hundir su cuerpo para siempre en el de ella, hacerse uno. O quizás nunca había conocido realmente la sensación. Quizás había explorado a tantos otros hombres que simplemente había sido una ilusión hasta este mismo instante. Ahora su cuerpo reconocía a la mujer que necesitaba, y era exigente en cuanto a ser saciado en todos los sentidos.

– Cárpato. Te tambaleas de cansancio. Esta cosa que has hecho, sacar al vampiro de mi cuerpo, fue difícil para ti. -Luiz hacía una declaración.

– Si. -Pero era más difícil mirar a las hojas de los arbustos y helechos, a las ramas que yacían rotas en la tierra, y ver las caras sombrías del mal mirándole. En numerosas cascadas y arroyos había ojos como si de una tumba acuosa se tratara. Todo parecía ser traslúcido, un velo gris y malsano que caía sobre los brillantes colores de la selva.

El hombre-jaguar se relajó, la tensión se aflojó en él, pero Manolito estaba más alerta que nunca. En la distancia, otros habían entrado en la selva, eso era cierto, pero fuera lo que fuera a lo que se enfrentaba en el mundo de sombras, estaba todavía allí, esperando y observando. El hombre-jaguar no podía ver ni sentir el otro mundo, pero Manolito sabía que aún estaba en peligro. O quizás el mundo de sombras era en realidad una ilusión y estaba perdiendo la cabeza, ya que sus piernas se negaban a sostenerle mucho más, Manolito se agachó lentamente, cuidando de aparentar mantener el control. Lanzó otra lenta mirada alrededor, con un pequeño ceño en la cara. ¿Por qué estaba viéndolo todo a través de un velo, como si estuviera solo medio en su mundo y medio en el otro? Enterró la mano en la tierra en la que había dormido, esperando que eso le anclara y le mantuviera lejos de las sombras.

Justo como había esperado, la tierra era terra preta, fértil tierra negra que se encontraba entre la arcilla más pobre y la arena blanca de la selva. Al contrario que otras tierras de la selva, la terra preta mantenía su fertilidad. Encontrar la preciosa tierra había sido un factor decisivo en la decisión de su familia de comprar la isla.

Los hermanos De la Cruz habían comprendido que la tierra era la clave para la supervivencia y la esperanza. Lejos de su tierra natal, sin su tierra nativa, buscaron en la selva brasileña durante los primeros siglos, algún terreno rico y rejuvenecedor que les ayudara, no sólo a sanar sus heridas y dormir, sino que les diera la fuerza que necesitaban para mantener el honor tan lejos del príncipe y su gente y sin compañeras que los sostuvieran. Tomó puñados de la preciosa tierra y taponó con ella las heridas de su estómago y los costados para evitar perder más sangre.

Aún con la tierra en sus manos, las grandes frondas que parecían de encaje estaban ensombrecidas, pasando de un vívido verde a un gris apagado. El aliento se le quedó atascado en la garganta cuando se le ocurrió una idea. ¿Y si su compañera estaba muerta? ¿dejaría de ver en color?

La selva era capaz de abrumar a los recién llegados con la pura intensidad de sus vívidos y brillantes colores y de su cruda belleza. Manolito se sentía en casa en un lugar que muchos consideraban amenazador y opresivo. Ahora, con su compañera habiendo restaurado sus emociones y su capacidad de ver en color, debería estar cegado por los vívidos colores, pero cuanto le rodeaba fluctuaba entre color y sombras. ¿Podía eso significar que estaba muerta? ¿Era por eso por lo que no estaba con él? Por un momento el tiempo pareció detenerse. El corazón le tronó en los oídos, un lamento frenético por su otra mitad.

No. Dejó escapar el aliento. Estaba viva. La sentía. La había tocado mente a mente. Había sido breve, pero su mente había empujado contra la de él. Cerca de él, el hombre-jaguar se movió, atrayendo hacia si la atención de Manolito nuevamente. Sintiéndose vulnerable, sin saber qué era real y qué ilusión, forzó a su cuerpo a ponerse nuevamente en pie, enfrentándose al hombre.

– Déjame ayudarte -ofreció Luiz, frunciendo el ceño mientras observaba el brillo de la piel de Manolito. Mantuvo la voz baja y amigable, viendo la súbita llamarada de calor en los ojos del cazador cárpato-. ¿Tan terribles son tus heridas?

Manolito sacudió la cabeza. No podía permitirse vagar entre los dos mundos. No cuando no distinguía amigo de enemigo. Eso sólo le ponía en más peligro que nunca, pero no parecía poder evitarlo. En un momento la selva parecía vívida con brillantes colores y los sonidos familiares y reconfortantes de la noche, y al siguiente estaba en una versión apagada de la misma, los colores amortiguados y nebulosos, las sombras vivas con algo no vivo, pero tampoco muerto. Hizo un esfuerzo por obligar a su mente a volver a la situación actual, a extraer tanta información como fuera posible mientras tuviera oportunidad.

– ¿Conoces a la mujer a la que busca el vampiro?

Al instante la expresión del hombre-jaguar se tornó cautelosa.

– No estoy seguro. Quedan pocos pura-sangre entre nuestros hombres. E incluso menos mujeres, y sólo una o dos de sangre noble.

– Mi hermano menor encontró a su compañera. Ella es jaguar. Y de linaje aristocrático. ¿Te estás refiriendo a ella? -Manolito quería poner las cartas sobre la mesa de una vez. Si esto era algún plan elaborado para volver a capturar a Juliette, la compañera de Riordan, los hombres-jaguar tendrían una guerra entre manos. Los hermanos De la Cruz protegerían a Juliette con sus vidas, y todo cárpato haría lo mismo.

– Nadie sería tan estúpido, cárpato.

– Manolito.

Luiz inclinó la cabeza en reconocimiento de la cortesía.

Los cárpatos no solían revelar sus nombres a los enemigos. Manolito no le había dado su apellido porque se mostraba cuidadoso, pero Luiz no necesitaba saber eso.

– Esa otra mujer está en peligro. Quizás mi gente pueda ayudar.

Luiz tomó un profundo aliento, vaciló y después asintió.

– Te pido ayuda para asistir a mis hermanos. ¿Si te traigo a uno, considerarías el eliminar la mancha del vampiro?

Se hizo un silencio lleno solo por los insectos nocturnos. Manolito sabía lo que se le pedía… un tremendo favor… pero también una enorme demostración de confianza.

– Tendría que tomar sangre para hacer tal cosa -admitió-. Este es un maestro vampiro, uno no tan sencillo de derrotar. Podría intentar sanar sin el vínculo, pero si es tan difícil como fue contigo, no estoy seguro de que pueda hacerse. -Había reconocido el toque del vampiro. Uno de los hermanos Malinov sin duda. Había crecido con ellos, corrido salvaje con ellos, reído con ellos y luchado a su lado. Habían sido amigos.

– Quizás si lo hacemos discretamente, no alertemos al vampiro de lo que estás haciendo para ayudarnos.

– Si deseas que ayude a tu gente, tienes que decirme quien es la mujer para que podamos ponerla bajo nuestra protección. Tú y yo sabemos que vuestros hombres han llegado muy lejos para entregarla sin más al Laboratorio Morrison. La tratarán brutalmente, forzando su sumisión y finalmente la quebrarán. Y si por algún milagro no lo hacen y se la entregan al vampiro, estará muerta de cualquier modo.

– Yo la protegeré.

– El vampiro ya se acercó a ti una vez y no lo notaste. Camina entre vosotros sin ser visto. Dame su nombre.

– No se rendirá tan fácilmente a ti.

– No busco su rendición, sólo su seguridad. -Manolito lanzó otra mirada alrededor. Las sombras se estaban estirando, acercándose más y más. Podía ver las caras entre las hojas. Piel estirándose firmemente sobre huesos. Agujeros negros en lugar de ojos. Dientes manchados y puntiagudos. Manolito cambió el peso ligeramente sobre las puntas de los pies, preparándose a sí mismo para el inevitable ataque. Parpadeó y las imágenes se desvanecieron.

– Hace mucho tiempo que rescata a las mujeres de nuestra raza y lucha contra nuestros guerreros. Detesta a los hombres. No se contentará con ser protegida. Ese no es su estilo.

– Hablas de la prima de Juliette, Solange.

Luiz asintió.

– No hay otra como ella que nosotros sepamos. Es casi tan fuerte como cualquiera de nuestros guerreros e igual de buena luchadora. Proviene de un linaje antiguo y puro que puede ser rastreado hacia atrás cientos de años. Cuidamos de ella como lo que es, el futuro de nuestra especie. No querrá tener nada que ver con nosotros. He intentado convencer a los otros para hablar con ella, de forjar una amistad y lograr que nos aconseje sobre lo que hay que hacer para traer a las mujeres de vuelta entre nosotros. Las mujeres la escuchan, pero ahora no tengo posibilidades. No a menos que pueda destruir la influencia del vampiro entre nosotros.

Manolito sabía que Solange y la hermana pequeña de Juliette, Jasmine, se negaban a ir al rancho De la Cruz para visitar a Juliette, pero habían estado de acuerdo en permanecer en la casa de los De la Cruz en la retirada isla privada. La isla era salvaje y tres costados de la casa estaban protegidos por la selva. Se había preguntado por qué estaba Luiz en su propiedad, no es que la gente jaguar no considerara la selva entera como su dominio. Tenían asombrosas capacidades para nadar, y el cauce de los ríos nunca era un impedimento.

– Has venido aquí buscándola.

Luiz desvió la mirada solo un momento.

– Si. Creímos que había una posibilidad de que pudiera estar aquí. Sabíamos que no iría a vuestro rancho.

– Y sabíais que la mujer más joven estaba con ella. La que Juliette y Solange recuperaron de las garras de tus hombres.

– No son mis hombres. No puedo controlarlos. Esperaba encontrarla antes que los demás.

– ¿Y qué habrías hecho con ella? -exigió Manolito, sus ojos negros brillaban peligrosamente.

Luiz sacudió la cabeza.

– No sé. Creí que venía a hablar, pero entonces te olí, y me quedé muy confuso-se frotó la frente-. Empecé a pensar que estabas aquí para tomar a nuestras mujeres y quise verte muerto.

– Viniste a la isla controlado, pero entonces pasó algo. Tienes que haberte encontrado con él aquí -dijo Manolito con alarma. Eso significaba que el maestro vampiro estaba cerca, en algún lugar de la isla, y nadie lo sabía. Solange, Jasmine, Juliette, ni siquiera su hermano Riordan estaba a salvo-. ¿Con quién te encontraste?

– Con ningún vampiro. Solo un viejo amigo. Había venido aquí en busca de refugio y se marchaba al comprender que la casa estaba ocupada por la familia De la Cruz.

Manolito mantuvo su expresión en blanco, pero su corazón saltó y palpitó. El miedo era una emoción increíble, y ahora que lo sentía, sabía que era por aquellos a quienes amaba en vez de por sí mismo.

– Tu amigo hace mucho que despareció, Luiz. Evítale a toda cosa. Te encontraste con un maestro vampiro, y solo porque tenía un plan y te necesitaba escapaste ileso.

– ¿Crees que mi amigo está muerto?

– Si no muerto, indudablemente contaminado.

– Gracias, Manolito, por tu ayuda -dijo Luiz, y por primera vez pareció derrotado. Su cuerpo se encorvó, un movimiento rápido y grácil, el pelaje ondeó mientras su morro se alargaba para acomodar una boca llena de dientes. En absoluto silencio se deslizó entre la maleza y desapareció.

Solo para estar seguro, Manolito se disolvió en niebla y se unió al vapor bajo y gris que vagaba entre los troncos de los árboles a sólo unos centímetros del suelo. Era mucho mejor errar a favor de la cautela con el hombre-jaguar.

Tomó forma de nuevo sobre una gran roca frente a una rugiente cascada blanca que se vertía sobre las rocas y caía a un río caudaloso. Necesitaba a su compañera. Necesitaba tocarla. Abrazarla. Saborearla. Su hambre había vuelto, trayendo con ella confusión. Necesitaba advertir a su familia del peligro que acechaba en la isla, pero sobre todo, necesitaba que su compañera le anclara.

¿Dónde estás? El lamento resonó en su mente, perdido y solitario.

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