Capítulo 13

Manolito sintió su repentina tensión. Le tomó la barbilla con dedos gentiles.

– ¿Por habrías de tener miedo a lo que hay dentro de ti? Puedo ver tu luz brillando, luminosa. Nunca debes temer a ninguna parte de ti.

Ella bajó la cabeza para que la masa de cabellos rizados cayera alrededor de su rostro.

– Tal vez no me veas tan bien como crees.

– Entonces cuéntame.

– No se qué decirte. Cómo explicarlo. No puedo verlo, solo lo siento y eso me asusta a muerte.

Se quedó en silencio un momento, tratando de encontrar la forma de ayudarla a confiar en él. Era su deseo. No es que lo escondiera intencionadamente, pero luchaba por encontrar las palabras para algo que sabía o sospechaba y aun no estaba lista para ello.

– Háblame de tu niñez -dijo Manolito, su oscura mirada sostuvo la suya, la voz fue apacible.

Parecía incomoda, separándose ligeramente de él.

– Tuve una niñez normal. Tú creerías que fue aburrida, pero la disfruté. Mis padres eran geniales. Mi madre era médico y mi padre tenía una pequeña pastelería. Crecí trabajando allí y ganando la mayor parte del dinero para mi educación. No tuve hermanos ni hermanas, así que era un poco solitaria, pero tenía un montón de amigos en la escuela.

La mira de él vagó por su rostro, notando sus ojos, el pulso que latía frenéticamente en su cuello.

– Pasaron cosas, cosas inexplicables. Háblame de eso.

El corazón comenzó a tronarle en los oídos. Sentía que el aliento quedaba atrapado en sus pulmones. No quería pensar en esos momentos, y si, había habido gran cantidad de incidentes inexplicables. MaryAnn se alejó para no tocar su cuerpo, por si podía leerla. Sintió que algo cambiaba en su interior, algo que se movía y la codeaba, casi preguntando. ¿Me necesitas? ¿Que pasa?.

Jadeó, mordiéndose con fuerza el labio y trató de empujar la verdad tras ese abismo profundo al que nunca se había enfrentado. Afuera, en la selva, donde todo era salvaje y era matar o morir, y se enfrentaba a enemigos que le eran desconocidos en su mundo seguro, no podía ya seguir conteniendo a ese otro ser que se desplegaba en su interior.

Manolito permaneció inmóvil, sin mover ni un músculo, sintiendo su repentina retirada, no solo de él, sino de algo que había estado lo bastante cerca como para que ella lo viera. Había vuelvo a cerrar de golpe aquella barrera impenetrable entre ellos para impedir que él lo viera. En el momento en que lo retiró de su mente fue consciente de aquel otro mundo en el que todavía moraba.

Los colores a su alrededor decayeron significativamente y el ruido de la selva desapareció hasta que el silencio le rodeó. Su olfato era ahora más agudo, como su oído. No sólo podía detectar la posición de los animales y pájaros a su alrededor, sino que conocía sus posiciones exactas. No necesitaba conectar con sus mentes para encontrar lo que le rodeaba, sus oídos y nariz le proporcionaban la información. Cuanto más moraba en la tierra de las sombras, más agudos se volvían sus sentidos… bueno, casi todos. Su visión parecía diferente, familiar como cuando se convertía en un animal, pero aun así captaba el movimiento al instante. Simplemente no le gustaban los grises, le recordaban demasiado a los siglos de oscuridad.

Cerró sus dedos alrededor de los de ella y los sostuvo con fuerza. Apenas había sido vagamente consciente de la tierra, de la niebla reptando hasta su mente, y su visión desde que había enviado a Luiz a la tierra, pero había estado ahí en la distancia, como si estuviese más cerca del mundo en que MaryAnn vivía. Ahora, sin su mente conectada a la suya, donde quiera que mirara el gris consumía los colores.

Manolito apretó su mano en ademán consolador, aunque no estaba seguro de a quién pretendía tranquilizar.

– Estas a salvo aquí conmigo. Cualquiera que sea tu miedo compártelo conmigo. Las cargas pesan menos cuando se comparten.

Estaba pendiente de cada detalle suyo en ese momento y ella tenía mucho miedo. Oía su corazón, veía el frenético latido de su pulso. Había insistido en quedarse con él, negándose a dejarle solo en ese prado de niebla, aun cuando estaba insegura acerca de él. Quería que supiera que no haría menos por ella.

Ella sacudió la cabeza como si fuera a comenzar a hablar, obviamente no deseaba recordar el incidente, o hablar de él en voz alta, pero casi se sentía compelida a compartirlo, necesitando al menos que alguien supiera que no estaba loca.

– Hubo una vez, estando en el Instituto que fui a la pista. Mis padres querían que practicara algún deporte, pero yo no tenía interés. Era una chica muy femenina, siempre lo había sido, pero mi padre pensaba que si me interesaba por el deporte me sentiría menos inclinada a seguir las últimas tendencias de la moda.

Manolito permaneció en silencio, observando las sombras cruzar su cara, esperando a que ordenara sus pensamientos para que le contara la historia completa, no la versión abreviada.

– Llegue a la pista de prácticas y eché a correr. Al principio solo podía pensar en que me iba a caer de cara, o tropezarme y humillarme a mí misma. Pero entonces me olvidé de mí misma y de cuan incómoda me sentía corriendo y me sentí… libre.-dejó escapar el aliento, obviamente recordando la sensación-. No era consciente de lo que hacía en absoluto, pero dejé atrás a todos y corrí sin pensar. No sentía ningún dolor, sólo una especie de euforia.

Él se llevó su mano a la boca y le besó las puntas de los dedos.

– No te detengas, sivamet ¿Que más sentiste? Obviamente fue algo que te impresionó.

– Al principio fue maravilloso, pero entonces comencé a notar cosas -tiró de su mano, como si apenas soportara desnudar su alma mientras le tocaba-. Los huesos comenzaron a dolerme, las articulaciones a crujir y reventar, los nudillos me dolían -se los frotó recordando claramente la sensación-. Mi mandíbula vibraba, y tuve la sensación de estirarme, más y más. Podía oir los tendones y ligamentos chasquear. Corría tan rápido que todo a mí alrededor se volvió borroso. Mi visión cambió, el oído y el olfato eran muy agudos, podía decir donde estaba cada uno de los corredores detrás de mí. Donde estaban exactamente, sin mirar. Podía oir sus respiraciones, el aire salir y entrar de sus pulmones, podía oler el sudor y escuchar los corazones latiendo.

¿Como podría explicarle lo que había ocurrido ese día? Como había sentido algo cambiando, creciendo y luchando por salir de ella. Por ser conocido y reconocido. Eso deseaba salir. Se humedeció los labios y apretó con más fuerza su mano.

– Fui diferente en aquel momento, completamente diferente y aun así igual. Podía saltar obstáculos sin detenerme. Cada sentido estaba vivo en mí. Mi cuerpo estaba… cantando, como si estuviera vivo por primera vez. No puedo explicar como me sentía, cada sentido bien abierto y recogiendo información. Y después comenzaron a fluir en mi mente. Visiones que no podía detener o darles sentido.

Se llevó la mano de ella hasta el pecho en un esfuerzo por reconfortarla. Ella no entendía que se agitaba y que su estado mental afectaba a los monos en los árboles circundantes. Unas Alas desplazaban aire en lo alto mientras los pájaros permanecían en las ramas y aleteaban, gorjeando y graznado con ansiedad. Le deslizo la yema del pulgar sobre el dorso de la mano y sintió los duros nudos bajo la piel mientras su tensión crecía.

– ¿Qué viste? -Fuera lo que fuera la había aterrorizado.

– A un hombre llamando a una mujer, diciéndole que cogiera al bebé y corriera. El bebé era… yo. Estaba en una cuna y ella me arropó con una manta, besó al hombre y le abrazó. Pude oir sus voces y ver las luces danzando fuera de las ventanas. El hombre me besó también, y después a ella una ultima vez y abrió una trampilla en el suelo. Me sentí asustada y temerosa. No quería dejarle y tampoco ella. Creo que sabíamos que era la última vez que nos veríamos.

Se lamió los labios secos.

– La niña estaba rodeada por el bosque mientras yo corría por la pista, escuchando mi corazón, mis pisadas, oliendo a los otros, y recuerdo las estrellas estallando a mí alrededor. Pero en realidad no brillaban a mi alrededor en la escuela, las luces destellaban alrededor de la mujer y de mí, el bebé del bosque. Oí como si algo pasara cerca, un silbido, y entonces la mujer se encogió, tropezando. Lo siguiente que supe es que estaba corriendo sobre la pista al mismo tiempo que la mujer corría a través de los árboles conmigo… el bebé.

– ¿La mujer era tu madre?.

– ¡No! -gritó MaryAnn más que para negarlo para contenerse a sí misma, respiraba con dificultad, intentando ahogar la conmoción de lo que eso podría implicar-. No, no sé quien era, pero no era mi madre.

Estiró la mano y tiró de ella hasta apoyarla contra él, colocándole la cabeza sobre su hombro.

– No te disgustes sivamet -Su voz fue suave, una hipnotizante caricia de terciopelo murmurando sobre su piel-. Cálmate, es una bonita noche y estamos simplemente hablando, tratando de conocernos. Estoy muy interesado en esta carrera dual que tuviste. ¿Crees que ocurrió realmente? ¿Qué edad crees que tenías cuando tuvo lugar ese viaje por el bosque? ¿Y donde estabas? ¿En Estados Unidos? ¿Europa? ¿Que idioma hablaban?.

MaryAnn inspiró y se quedó muy quieta, absorbiendo su calor y fortaleza. Podía sentir como si flotara sobre y dentro de ella, como si Manolito se compartiera a sí mismo y quién y qué era con ella. No sondeaba su mente, pero le enviaba su absoluta comprensión y aceptación. Aceptaba algo que ella misma no podía aceptar.

– Inglés no. No sé. Estaba asustada. Muy asustada -Y cada vez que entraba en un bosque, ese miedo amenazaba con ahogarla-. Querían matarnos, lo sabía aun siendo una niña. Quienquiera que incendiara la casa nos quería muertos a todos, incluso a mí.

Apenas era capaz de respirar, el pecho le oprimía, su corazón palpitaba.

– La mujer corrió y corrió, pero yo sabía que algo iba mal. No tenía ritmo y respiraba en jadeos. Las dos supimos el momento exacto en el que el hombre que se había quedado en la casa fue asesinado. Oí su lamento silencioso y este hizo eco con el mío. La pena la consumió y después a mí, casi como si compartiéramos las mismas emociones. Sabía que estaba desesperada por atravesar el bosque hasta la casa de un vecino. El lugar normalmente estaba vacío, pero ellos estaban allí, de vacaciones.

Un escalofrió la recorrió y Manolito la acercó más. Su piel estaba fría como el hielo y colocó el cuerpo alrededor del de ella.

– No tienes que contarme nada más, MaryAnn, no si es muy doloroso -Porque estaba muy seguro de que conocía el resto de la historia. Quería que confiara en él lo suficiente como para darle detalles, pero su nivel de angustia estaba subiendo y con ello, notó con interés, los animales en los árboles circundantes se agitaban más.

MaryAnn nunca se lo había contado a nadie y deseaba contárselo a él. La presión de su pecho aumentaba, la sensación de ser arrastrada era terrible, casi como si su misma esencia fuera succionada hacia un pequeño y oscuro lugar, para quedar aprisionada en sus pequeños confines. Deseaba agitar los brazos y patalear para probarse a sí misma que aún estaba en su propio cuerpo y no encerrada en una caja.

– Intenté contárselo a mi madre, y me dijo que era un sueño… una pesadilla que tal vez había recordado mientras corría. No deseaba que volviera a correr y yo tampoco. Nunca lo volví a hacer. Y nunca he ido al bosque después de eso. -Había necesitado todo su valor para venir a este lugar a ayudar a Solange y Jasmine, para buscar a Manolito e intentar sacarle de donde quiera que su mente le hubiera encerrado. Su valor estaba decayendo y deseaba el consuelo de su hogar.

– ¿Por que eso disparaba el recuerdo?.

– La sensación de terror y ser incapaz de respirar. El miedo a estar encerrada y ser incapaz de salir -MaryAnn se humedeció los labios resecos, su mano subió por cuello de él, los dedos se cerraron alrededor de la nuca. Necesitaba sentir la fuerza de su figura más grande. El calor de su cuerpo y el latido firme de su corazón.

Manolito permaneció en silencio, simplemente abrazándola mientras ella miraba hacia las estrellas e ignoraba a los animales que los rodeaban. Sorprendentemente, no se sentía amenazada por ellos, sino una especie de parentesco, una corriente de simpatía y preocupación por ella. Tomó aliento y lo dejó salir. Iba a contárselo todo por que estaba absolutamente segura de que había ocurrido, y era la única manera real de encararlo.

– La mujer se abrió camino a través de los arbustos. Estábamos siendo perseguidas y ella sollozaba. Yo sabía que estaba herida, pero se aferraba a mí, forzándose a cubrir las millas hasta que llegamos a una casa, la casa de vacaciones de una señora y su marido que eran amigos de la mujer que me llevaba en brazos. La señora salió. Recuerdo su cara, asustada y preocupada, conmocionada cuando vio sangre por todas partes. La mujer me ofreció a ella y le dijo que estaban intentando matarnos, que me matarían. Suplicó a la mujer que me salvara.

Tuvo que detenerse por que la garganta se le cerraba de nuevo y había una terrible constricción en su pecho que se hacia más y más fuerte. Enterró la cara contra él, un estremecimiento recorrió su cuerpo.

– MaryAnn -Le pasó una mano por el cabello, frotando tranquilizadores círculos en su espalda-. ¿Reconociste a la señora? ¿La vecina? ¿Te era familiar?.

No sabía. ¿Como podría conocerla? Su corazón latía salvajemente y su respiración llegaba en jadeos desiguales. La admisión salió de ella sin su consentimiento, sin su permiso, la declaración la conmocionó.

– Era mi abuela -se ahogó, jadeando en busca de aliento, las puntas de sus uñas se clavaron en la piel de él-. La vecina que me tomó era…es… mi abuela.

La rodeó con sus brazos y la acercó protectoramente. Una mano acunando la parte de atrás de su cabeza, los dedos moviéndose entre el cabello gentilmente mientras le masajeaba la nuca para calmarla. Nunca había esperado los sentimientos… las emociones… que le asaltaron. Se vio sacudido por la aguda intensidad de la sensación que corría no a través de su cuerpo, sino de su corazón y mente. Le murmuró suavemente en una mezcla de cárpato y portugués, mientras ella lloraba entre sus brazos.

La sentía pequeña, perdida, y muy vulnerable. MaryAnn era una mujer confiada, no este suave bulto que se enroscaba destrozado entre sus brazos, enterrándose en él y sin ser siquiera consciente de que lo hacía. Su pesar era tan grande que se estrellaba contra él en oleadas y se dispersaban a través de la selva, perturbando a todas las criaturas.

– ¡Como pudieron hacerme esto?.

Esperó. Aún mantenía la barrera firmemente en su lugar, sin permitirle el acceso a su mente… a su dolor… o incluso a sus recuerdos. Y sospechaba que había más.

– Mis padres debieron decírmelo. Esa mujer… La conozco, la siento aquí-MaryAnn presionó una temblorosa mano sobre su corazón-. Me duele pensar en ella. Sacrificó su vida para salvarme, al igual que el hombre.

– Muchos padres sacrificarían voluntariamente sus vidas por sus hijos, MaryAnn. No hay amor más grande. -Mantuvo la voz apacible, hipnótica a pesar de que cuidadosamente evitaba empujarla o añadir una compulsión. La mantenía arropada en calidez y seguridad de la única forma en que podía, cuando toda su inclinación le empujaba a tranquilizarla y arreglarlo todo para ella. Fue difícil suprimir el instinto de tomarla. No era una mujer que pudiera ser tomada.

Manolito frotó la barbilla contra su coronilla y luego dejó docenas de pequeños besos en su cabello. Una mezcla de emociones brotaba de ella. Dolor. Furia, Sensación de traición. Culpa por pensar siquiera por un breve momento que alguien más pudo haberla dado a luz.

– Quiero a mis padres. Somos una familia normal.

Abrió nuevamente su mente a él e imágenes de su niñez asaltaron su cerebro. Deseaba probarle a él y a sí misma, que los recuerdos de crecer en su familia eran reales y verdaderos y todo lo demás una ilusión o una mala pesadilla. Pudo ver a sus padres abrazándola y besándola, meciéndola en el aire, riendo felices con ella. Había estado rodeada de la felicidad y amor su vida entera.

– Ellos me quieren.

Había satisfacción en su voz, pero aferraba su mano y las uñas se le clavaban profundamente en la carne. Manolito bajó la mirada a sus dedos entrelazados y pudo ver los duros nudos bajo la piel de ella, la curva de sus uñas, gruesas y duras, una de ellas sin laca de uñas.

– Es obvio que te amaban -estuvo de acuerdo y atrajo la mano al calor de su boca, presionando los labios sobre los nudillos, suavizándolos, tirando cuidadosamente con los dientes hasta que la uña que perforaba su piel se levantó y ella se relajó un poco más.

– No sé lo que se supone que debo pensar -dijo, sonando vulnerable y perdida.

Su corazón alcanzó el de ella instintivamente.

– No importa cual fuera tu pasado, MaryAnn. Tú eres tú. Tus padres te quisieron y criaron rodeada por ese amor. Si no son tus padres biológicos, eso no cambia en absoluto ese hecho.

– Sabes que hay más que eso -Arrancó su mano de la de él y se sentó erguida, dando la espalda a los árboles. Podía ver la autopista en la canopia. Las ramas tocándose, sirviendo como largas sendas de árbol en árbol donde incluso los animales grandes podían viajar rápidamente.

Tragó el nudo de la garganta que amenaza con ahogarla.

– Mi vida entera ha sido construída sobre una mentira, Manolito. No tengo la historia que mis padres me han dado. No tengo la estabilidad de toda la estructura que pensé que tenía. No sé quién soy. O qué soy. Al crecer, a veces tenía destellos de recuerdos, y cada vez que ocurría mis padres lo despachaban como banal, cuando en realidad, era muy importante.

– Tal vez tuvieran sus razones, sivamet, No los juzgues tan duramente cuando no tienes todos los hechos.

– Esto no te esta ocurriendo a ti. Tu vida entera no ha quedado destrozada. -Le lanzó una mirada fugaz sobre el hombro y se giró de nuevo-. Y entonces llegas tú y lo complicas todo reclamándome, atándonos en un ritual en el que yo no tengo opción. Y ahora, me estoy convirtiendo en algo más. ¿Cómo crees que te sentirías si te estuviera pasando a ti?.

– No lo sé, pero ¿convertirte en un cárpato es tan terrible? -Se pasó la mano por el cabello, deseando tener sus recuerdos completos-. Serías capaz de hacer muchas cosas que no puedes hacer ahora. Podrás ver, con el tiempo, que no hay razón para preocuparse. -Su vida y la de su pareja sería perfecta. Él la haría perfecta-. Parece poco razonable estar enojado por algo que no puedes cambiar.

Su voz era tan tranquila que la hizo rechinar los dientes. Hablaba como si estuvieran teniendo una discusión filosófica, sin contemplar los dramáticos cambios en su vida. La furia ardió a través de ella

– ¿Razonable? ¿No debería preocuparme ser obligada a salir de mi propio cuerpo?. Me traes, me dices lo que tengo que hacer y tengo que acompañarte solo por que tú lo dices. Que agradable para ti vivir en tu cómoda piel y saber quién y qué eres. Reclamarme no cambia tu vida en nada, ¿no es así?

– Lo cambia todo -Su voz fue apacible, con emoción… emoción que podía sentir porque ella le había dado ese regalo.

Él no había entendido la enormidad de lo que había hecho al unirlos. No parecía entender siquiera como su vida se vería afectada. Tendría que ver como moría su familia. No sería la persona que siempre había sido. Incluso la química de su cuerpo sería diferente. Todo su mundo cambiaria y no tendría elección al respecto. Manolito seguiría siendo el hombre que siempre había sido, solo que tendría el color y las emociones restauradas. Él podía creer que todo sería perfecto con el tiempo, pero los cambios no le ocurrían a él.

La adrenalina bombeó a través de su cuerpo y con ello… furia. ¿Cómo podía alguien decidir arbitrariamente sobre su vida sin su consentimiento? ¿Sin preguntarle? Manolito. Sus padres. Incluso sus amados abuelos. ¿Como habían decidido qué era lo mejor para ella y no sólo la dejaban fuera de las decisiones, sino que ni siquiera tenía conocimiento de ellas?.

Se levantó de un salto antes de que Manolito tuviera idea de que se movería. No hubo ni un leve movimiento de su cuerpo que indicara que se movería. Simplemente se movió de una vez, saltando sobre los pies y sobre la barandilla antes de que él supiera lo que intentaba. Con el corazón en la garganta, saltó tras ella. Estaban a quince metros del suelo. La caída la mataría.

¡MaryAnn! La llamó mientras la seguía, enviando aire para mantenerla flotando mientras el descendía como un rayo, pero ella ya estaba en el suelo agachada en una postura de lucha.

Ralentizó su descenso para estudiarla. El cabello era espeso, largo y ondulado, brillando negro azulado como si una cascada bajara por sus hombros y su espalda. Las manos curvadas en garras, y la sorprendente estructura ósea de su rostro destacando bajo la tensa piel. Retrocedió mientras se colocaba frente a ella.

– Quiero irme a casa.

Sabía que estaba en buenas manos… sus manos… y aun así su voz temblaba y se la veía tan asustada que se sintió fatal.

– Ya lo sé, MaryAnn. Te llevaré a casa tan pronto como pueda. -Y comprendió que era cierto. Por primera vez, comprendió que ella podría necesitar Seattle. Podría necesitar la fría y lluviosa ciudad tanto como él necesitaba la selva-. Lo prometo, csitri, que cuando pueda abandonar completamente la tierra de la sombras, te escoltaré a tu hogar.

MaryAnn tomó un profundo y entrecortado aliento.

– ¿Lo prometes?.

– Absolutamente. Te doy mi palabra, y nunca la he roto en todos los siglos de mi existencia. -Extendió la mano-. Siento no entender por lo que estás pasando. -Si ella le abriera su mente, podría sentir sus emociones, no solo visualizarlas, pero se seguía resistiendo.

MaryAnn miró a su alrededor.

– No se como he llegado aquí -miró hacia arriba, a la canopia. No podía ni ver la plataforma que él había construido-. ¿Cómo hice eso Manolito?.

Mantuvo la mano extendida hacia ella. Las hojas susurraban a su alrededor. Las sombras se movían. Dio un paso para acercarse. MaryAnn puso su mano en la de él. Y tiro de ella hacia sus brazos y se alzó en el aire, llevándolos hacia la protección del armazón que había construido. Ella se quedó de pie en la plataforma, con las manos alrededor de su cuello, con el rostro enterrado contra su hombro, temblando con la verdad.

– La verdad -murmuró él suavemente.

MaryAnn se alejó. Sabía cual era la verdad. Ella había sido el bebé al que alguien había perseguido por el bosque y casi asesinado. Sus padres le habían ocultado la verdad durante años. Los cimientos de su sólido mundo habían sido sacudidos y tenía que encontrar la forma de calmar a esa cosa creciente en su interior para poder arreglárselas con lo que ocurría, pero no quería que Manolito le arrojara la verdad de su vida a la cara.

Manolito miró a su alrededor a las variadas hojas. Algunas amplias, algunas diáfanas, unas pequeñas, otras grandes y todas de un plateado apagado en vez de brillar como deberían. Las salvaguardas estaban en su lugar, manteniendo fuera a los enemigos para que pudiera pasar tiempo con ella, tratando de introducirla en su mundo. Había tenido la intención de llevarla completamente a este, para que también ella fuera completamente Karpatü. En lugar de eso la había forzado a desnudar su alma, a arriesgarlo todo por él. Ahora necesitaba darle algo a cambio. Algo de igual valor. Ella le había dado verdad, él no podía ser menos.

Paseó intranquilamente por los pequeños confines del lugar.

– Me has dado verdad, MaryAnn, cuando eso te costaba. Tengo algo que decirte. Algo que me avergüenza y no solo a mí, sino a mi familia entera. Lo que hay dentro de ti es noble y fuerte y dudo que debas temerlo. Yo no tengo secretos que compartir contigo, sin embargo, desearía que así fuera.

Ella parpadeó alejando las lágrimas y le miró. Parecía nervioso. Esa era la última cosa que esperaría de un hombre tan confiado como Manolito. Su compasión natural se precipitó a través de ella y colocó la mano sobre su hombro inundándolo con su calidez y valor.

– No me ayudes con esto -protestó él, sacudiendo la cabeza, pero una vez que ella le abrió su mente, le rodeo con brillantes colores y su consoladora personalidad-. No lo merezco.

No merecía estar tan satisfecho por haberla reclamado, pero MaryAmm empujó hacia abajo ese súbito pensamiento y le dirigió una mirada de apoyo. Manolito continuó peseando, así que ella se hundió entre las flores, sorprendida nuevamente cuando liberaron su fragancia, llenando el aire con su suave esencia. Alzó las rodillas y se las rodeó con los brazos, apoyando la barbilla en ellas, esperando que continuase.

Manolito lanzó una lenta y cuidadosa mirada alrededor y colocó más salvaguardas, esta vez envolviéndoles dentro de una barrera de sonido para mayor privacidad.

– A veces, la selva tiene oídos.

Ella asintió, sin interrumpirle, pero en algún lugar en la boca de su estomago comenzaba a creer que lo que iba a decirle era de una monumental importancia para ambos.

Manolito apoyó los codos en la barandilla y miró hacia el suelo de la selva bajo ellos.

– Mi familia fue siempre un poco diferente a la mayoría de los guerreros que nos rodeaba. Por algún motivo, la mayoría de las familias nunca tenían hijos con menos de cincuenta a cien años de distancia uno de otro. Por supuesto ocurría, pero raramente. Mis padres tuvieron a cinco de nosotros con no más un intervalo de quince años, aparte de Zacarías. Él es casi cien años mayor, pero nos criamos juntos.

MaryAnn pudo ver al instante los problemas que acarreaba tal proximidad, en particular con muchachos que sentían el sabor del poder por primera vez.

– Tenéis una mentalidad de pandilla.

Se produjo un breve silencio mientras él lo asimilaba.

– Supongo que podía ser. Estábamos por encima de la media en inteligencia y todos lo sabíamos. Lo escuchamos muchas veces de nuestro padre así como de otros hombres. Éramos veloces y aprendíamos rápidamente y escuchamos también, mientras eramos entrenados para lo que sería nuestro deber.

MaryAnn frunció el ceño. Nunca había pensado en Manolito o sus hermanos siendo niños, creciendo en tiempos inciertos.

– ¿Aun entonces nacían mas hombres que mujeres?.

Él asintió.

– El príncipe estaba preocupado y todos lo sabíamos. Morían muchos niños. Las mujeres comenzaron a tener que salir a la superficie para dar a luz, y algunos niños no podían tolerar la tierra en la infancia, otros si. Estaban cambiando las cosas y la tensión aumentaba. Fuimos entrenados como guerreros pero nos dieron tanta educación como fue posible en otras artes. El resentimiento comenzó a crecer en nosotros cuando a otros no tan inteligentes les daban más oportunidades de aprender mientras nosotros teníamos que afilar nuestras habilidades en el campo de batalla.

– ¿Crees, mirando hacia atrás, que había razones para ese resentimiento?-preguntó.

Él se encogió de hombros, los músculos en su espalda se ondularon.

– Tal vez. Si. En ese momento nos lo pareció. Ahora como guerrero y viendo lo que le ha ocurrido a nuestra gente, ciertamente el príncipe nos necesitaba para luchar. Los vampiros crecían en número, y para proteger a nuestra especie así como a las demás, quizás eran más necesarias nuestras habilidades para la lucha que nuestros cerebros.

Suspiró mientras miraba hacia abajo desde la copa de los árboles.

– Cuando llegamos aquí por primera vez, tienes que recordar que había muy poca o casi ninguna gente. Estábamos solos. Sólo ocasionalmente probábamos nuestras habilidades contra el enemigo. Cinco de nosotros con nuestras emociones debilitándose y el recuerdo de nuestra gente y nuestra patria diluyéndose junto con los colores a nuestro alrededor. Pensamos que eso era malo. Y entonces comenzamos a enfrentarnos más y más a viejos amigos que se habían convertido. Las vida que habíamos conocido como cárpatos se había acabado.

MaryAnn se mordisqueó el labio inferior.

– ¿El príncipe os permitió escoger abandonar las Montañas Cárpatos? ¿O simplemente os envió aqui?.

– Nos dieron a escoger. Se dijo a todos los guerreros adonde tenían que ir y por qué era necesario. Podríamos habernos quedado, pero el honor nunca hubiera permitido eso. Nuestra familia era considerada como la de más habilidades en la lucha.

– Pero escogiste -dijo insistente-. Tus habilidades de lucha debían ser necesarias allí también.

– Considerando lo ocurrido, si -estuvo de acuerdo Manolito.

Por primera vez saboreó la amargura en su lengua. Estuvieron de acuerdo en marchar cuando el príncipe llamó a sus guerreros más antiguos, pensando, creyendo, que el príncipe conocía el futuro, que sabía lo que era mejor para su gente. Cuando sus filas menguaron y los enemigos llegaron, el príncipe se había aliado con los humanos. Todo se perdió cuando intentaron defender a sus aliados humanos.

Ahora, siglos después, cuando podía sentir de nuevo, aún estaba enojado por esa decisión, aun en desacuerdo y no entendía como Vlad pudo cometer tal error. ¿Los sentimientos habían invalidado su razón? Si así fuera, ningún de la Cruz cometería tal error.

– Estás enfadado -dijo sintiendo las ondas de su antagonismo caer sobre ella.

Se giró para apoyar las caderas contra la barandilla.

– Si. No tenía idea de que estaba enfadado con él, pero si, lo estoy. Después de cientos de años, aún culpo al príncipe por acudir a una batalla que no podía ganar.

– Sabes que no fue eso lo que diezmó a tu gente -apuntó ella tan gentilmente como fue posible-. Lo has dicho a tú mismo, con lo joven que eras, mientras crecías, notaste la carencia de mujeres, y los bebés no sobrevivían entonces. Los cambios ya se estaban produciendo.

– Nadie quiere pensar que su especie está condenada por la naturaleza, o por Dios, a la extinción.

– ¿Es eso lo que piensas?.

– No sé que pensar, solo lo que debía haber hecho. Y no habría llevado a nuestra gente a la batalla.

– ¿Como podría haber sido diferente el resultado?.

– Vlad todavía estaría vivo-dijo Manolito-. No estaría entre los caídos. No estaríamos abandonados a la deriva con tan pocas mujeres y niños, con tan pocas probabilidades que hacen imposible mantener a nuestra gente viva. Añade a eso nuestros enemigos, y estamos perdidos.

– Si crees eso, ¿por qué salvaste la vida de Mikhail? Oí hablar de ello, por supuesto. Todos hablaban de lo que hiciste por él en las cuevas cuando le atacaron. Si no crees que sea capaz de liderar al pueblo cárpato, ¿por qué arriesgar tu vida por él? ¿Por qué morir por él? Sobre todo si ya me habías visto y sabías que tenías una compañera. ¿Por qué molestarse?.

Manolito cruzó los brazos en el pecho y la miró desde su superior altura, con el rostro ceñudo.

– Era mi deber.

– Manolito, eso es ridículo. No eres un hombre que siga a ciegas a alguien en quien no cree. Puedes haber dudado de la decisión de tu príncipe, pero creías en él, y debes creer en su hijo o nunca habrías entrado en batalla con él, ni le habrías prometido tu lealtad o dado tu vida por la suya.

– He hecho mucho mas que cuestionar las decisiones de mi príncipe -dijo.

Ella vio las sombras recorrer su cara, el destello tormentoso en las profundidades de sus ojos. Ahora estaban llegando a algo. Ahora, le revelaría su más profunda culpa. Sabía lo que iba a decir antes de que lo dijera, porque la mente de él se mezcló profundamente con la suya y pudo ver la culpa allí, el miedo a haber traicionado al príncipe al que admiraba, respetaba profundamente e incluso amaba.

Él no lo veía así, y eso la fascinó. Él no comprendía cuánto admiraba a Vlad Dubrinsky y cuan disgustado había estado por la última derrota del príncipe y la muerte de este a manos del enemigo. Más importante aún, no comprendía que su cólera era hacia sí mismo, por irse, por decidir luchar en una tierra remota por una gente a la que no le preocupaba para nada los cárpatos.

– Traicioné a Vlad cada vez que me senté con mis hermanos y cuestione sus juicios y decisiones. Riordan y yo te contamos algo de eso antes, pero fue una versión muy abreviada de nuestras conversaciones. Hicimos un arte de ello. Separando cada orden del príncipe y examinándola desde cada ángulo. Creíamos que debía escucharnos, que nosotros sabíamos más que él.

– Eras joven, aun inmaduro y todavía capaz de sentir emociones -Sabía todo eso porque sus emociones entonces habían sido muy fuertes. Se había sentido superior, tanto física como intelectualmente, a muchos otros luchadores. Sus hermanos habían sido todos iguales, y disfrutaban de sus debates sobre como servir mejor a sus compatriotas, como dirigir al pueblo cárpato a través de los peligros de cada nuevo siglo-. ¿Había traición en vuestros corazones y mentes cuándo discutíais, o simplemente tratabais de encontrar la forma de mejorar la vida de vuestra gente?

– Tal vez comenzase de esa manera -empujó ambas manos a través de su cabello-. Sé que vimos claramente el destino de nuestro pueblo cuando muy pocos podían ver el futuro. No necesitamos tener precognición, solo nuestros cerebros, y era irritante que los demás no pudieran ver lo que nosotros veíamos.

– ¿Escuchaba el príncipe? Debes haber acudido a él.

– Como cabeza de nuestra familia Zacarías lo hizo. Desde luego, él escucho. Vlad escuchaba a todos. Nos lideraba, pero siempre animaba a los guerreros a hablar en el consejo. Podíamos ser jóvenes, pero nos respetaba.

MaryAnn observó las crudas emociones acechado en su rostro. Manolito encaraba vampiros y magos con cuchillos envenenados estoicamente y con las facciones pétreas. Aun así, ahora estaba enojado. Su pasado muy cerca de la superficie. Ella quería que entendiera que los recuerdos de su juventud no suponían una traición. Buscó las palabras adecuadas, los sentimientos correctos…

¡No! la orden fue aguda y empujó hacia las paredes de su mente.

– No merezco la calidez que me envías. Tampoco merezco los sentimientos que intentas plantar en mis recuerdos.

Parpadeó, sobresaltada por que él pudiera pensar que trataba de plantar algo en la mente de alguien.

– Teníamos un plan, MaryAnn. En nuestra arrogancia y superioridad, en nuestra creencia de que sabíamos más que ningún otro, teníamos un plan no sólo para destruir a la familia Dubrinsky, si no a todos los enemigos de los cárpatos. Los cárpatos gobernarían a todas las especies. Y el plan no sólo era brillante y posible, sino que está siendo utilizado contra nuestro príncipe mientras hablamos.

Su voz se rompió en la última palabra y dejó caer la cabeza con vergüenza.

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