Capítulo 4

MaryAnn colocó un pie con cuidado fuera del vehículo todo terreno y sus amadas botas Kors se hundieron profundamente en el barro. Jadeó con horror. Las botas habían sido un querido hallazgo. Marrón oscuro, cuero envejecido con punta estrecha, elegantes con sus tacones altos y gruesos, pero confortables y muy de la selva tropical. Más aún, hacían juego con la chaqueta Forzieri de cuero del mismo elegante color, corta, a la última moda, y suave como la mantequilla. Incluso los había impermeabilizado cuidadosamente para cualquier ocasión, tal como un paseo por la selva. Había venido totalmente preparada, pero aún no había salido del vehículo y ya estaba hundida hasta los tobillos en el barro. Adoraba estas botas.

Cuando sacó la bota, se oyó un sonido de succión acompañado por el desagradable olor dulzón de flores mezclado con vegetación podrida. Se echó hacia atrás en el asiento para examinar el daño, arrugando la nariz con repugnancia. ¿Qué narices estaba haciendo en ese lugar? Tendría que estar en una cafetería con la música de las calles cantando para ella y el bullicio de la gente por todas partes, no en este extraño y silencioso mundo de… de… naturaleza.

– Deprisa, MaryAnn. Tenemos que andar desde aquí -dijo Juliette.

MaryAnn atrajo con cautela su mochila y se asomó por la puerta abierta hacia el interior extrañamente tranquilo del bosque.

– Está bastante embarrado, Juliette -dijo, aferrándose a cualquier razón para permanecer en la relativa seguridad del Jeep. La selva la aterrorizaba de tal forma que nunca podría explicarselo a nadie. Sus miedos estaban profundamente enraizados y nunca había sido capaz de sobreponerse a ellos. No podía hacerse a la idea de andar tranquilamente dentro de esa opresiva oscuridad como un cordero para el sacrificio.

– Quizá podéis llamarle y decirle que estamos aquí. Hacéis esa clase de cosas, ¿verdad?

– No responderá -le recordó Riordan-. Cree que queremos hacerle daño

– Mencioné que nunca he acampado, ¿verdad? -dijo MaryAnn, escudriñando el suelo en busca de un lugar seco.

– Tres veces -dijo Riordan, su boca era un conjunto de líneas crueles.

De pronto estaba ante ella, la agarró por la cintura y la depositó a corta distancia del vehículo. Había un poco de impaciencia en la mordedura de sus dedos. No se hundió en el suelo, pero los insectos se agruparon a su alrededor. Se mordió el labio y se abstuvo heroicamente de decir algo mientras echaba una cautelosa mirada alrededor. Agitando el bote de repelente, roció a los insectos de forma metódica, arreglándoselas para salpicar “accidentalmente” el cuello de Riordan.

– Ups. Lo siento.

Se colocó pulcramente el bote en una de las trabillas del cinturón, ignorando la fulminante mirada. Ceder el impulso infantil le había proporcionado una pequeña oleada de satisfacción. Sabía que estaba paralizada, pero se las apañaría por sí misma, no dejaría que nadie le metiera prisa.

La selva tropical no era como había esperado. Era oscura y un poco aterradora. El aire se sentía pesado por la humedad, aunque inmóvil con expectación, como si miles de ojos la observasen. El zumbido de los insectos y los incesantes gritos de los pájaros eran lo único que se oía.

MaryAnn tragó con fuerza y permaneció perfectamente inmóvil, temerosa de moverse en cualquier dirección. Por alguna razón había pensado que la selva sería ruidosa, con los chillidos de millones de monos, no sólo las llamadas de pájaros y el susurro de los insectos. El corazón le empezó a palpitar. En algún lugar en la distancia un jaguar rugió. Un escalofrío bajó por su espalda y MaryAnn se aclaró la garganta.

– Debo haber olvidado hablaros de mi extraña cosilla con los gatos. Gatos domésticos. No sé si los de cualquier otra clase, pero los gatos domésticos me asustan. Tienen esa mirada fija y clavan sus garras en la gente -Estaba balbuceando y no podía detenerse. Era patético y un poco embarazoso, pero no se había ofrecido voluntaria para esto-. Así que, ya sabéis, no os convirtáis en un enorme gato o algo así. Y si resulta que uno nos está acechando, probablemente lo mejor sea no decírmelo. Prefiero permanecer completamente ignorante.

– Te mantendremos a salvo -le aseguró Juliette.

– Creía que sabías que veníamos a la selva tropical -dijo Riordan, intentando no sonar molesto. ¿Era realmente la compañera de su hermano? No encajaba en lo más mínimo con su estilo de vida. Manolito se la comería viva.

Rancho de ganado -corrigió MaryAnn-. Dijisteis una hacienda de ganado en las afueras de la selva tropical. -Y eso ya era bastante cuando más bien pensaba en lujoso hotel de cinco estrellas-. No dijisteis una palabra sobre una isla y estar en medio de la selva tropical. Creí que llevaríais a la hermana de Juliette allí. Lo dejé muy claro. Soy una chica de ciudad. Dadme un atracador y un callejón cualquier día de la semana.

Buscando tranquilidad, tocó los dos pequeños pulverizadores de pimienta enganchados a salvo junto al bote de repelente de bichos en las trabillas del cinturón bajo la chaqueta. Venía preparada para los hombres-jaguar, no para los jaguares. Y podía leer la expresión de Riordan, que no se molestaba en ocultar. Su opinión sobre ella golpeaba todo el tiempo un punto bajo, pero no le preocupaba. No era la razón por la que se obligaba a ir a un lugar que sabía era extremadamente peligroso para ella. No tenía nada que probar a nadie, nunca lo había tenido.

Riordan hizo un gesto con los dedos, y MaryAnn forzó un pie delante del otro, siguiendo de mala gana a su guía. Juliette iba tras ella, y parecía pequeña, compacta y alerta. Se movía con gracia y facilidad a través del sorprendentemente espacioso suelo de la selva. La selva era húmeda e implacablemente oscura, pero podía ver colores que no debería ser capaz de ver. MaryAnn estaba un poco impresionada por la vasta variedad de tonos. Mientras caminaba, la sorprendió la ausencia de animales. Siempre había creído que las criaturas estaban por todas partes en la selva, esperando para abalanzarse sobre los imprudentes visitantes, pero mientras marchaban en fila, hubo sólo una ondulación ocasional de alas por encima de sus cabezas.

Esperaba también, que el suelo fuera una impenetrable jungla, pero estaba despejado y fácil de andar por él. Los árboles se alzaban por todas partes a su alrededor, gigantes, suaves troncos elevándose sin ramas, casi hasta la canopia. Las raíces estallaban fuera de las bases como serpientes, retorciéndose a través del suelo. Algunos árboles parecían sostenerse en alto por una miríada de zancos. Colgaban lianas por todas partes, uniendo los árboles y formando una autopista en la canopia. Las cepas se arrastraban por los troncos, tejiendo su camino a través de orquídeas y sobre los arbustos, helechos y musgo brotaban de las ramas. Pasó sobre hojas muertas, semillas, ramas caídas y raíces retorcidas que se extendían en todas direcciones como tentáculos a través del suelo del bosque.

MaryAnn estaba muy asustada. Aterrorizada de hecho. No había estado así de asustada desde que un hombre había irrumpido en su casa y casi la había matado. Si su mejor amiga, Destiny, hubiera estado allí, lo habría admitido en voz alta, hablado de ello y quizás se habría reído de sí misma. Pero no conocía a esta gente. Estaba totalmente fuera de su elemento, y era sólo su intensa necesidad de ayudar a otros lo que la empujaba hacia adelante.

Se había vestido con sus ropas más confortables, intentando darse valor. La chaqueta Forzieri bordada, corta y a la moda en cuero marrón envejecido, hacía juego con las botas y le daba una confianza añadida. El bordado de la espalda era demasiado mono como para describirlo, y las líneas fruncidas proporcionaban un elegante aspecto renacentista. Emparejando la chaqueta con sus vaqueros Seven, con su ancha cinturilla asentada debajo del ombligo y tan cómodos que apenas notaban que estaban allí, y su camisa favorita de-todos-los-tiempos, póntela-en-cualquier-ocasión-y-pareces-millonaria, con cuello en pico de Vera Cristina e intrincados abalorios en turquesa, dorados y transparentes, no podía tener mejor aspecto. Bien, si no se tenía en cuenta su cabello. Alargó su mano para palparlo. Con desesperación, se las había arreglado para recogerlo en una gruesa trenza. No se había molestado en ponerse nada más que unos pendientes de incrustaciones porque se figuraba que algo más sería un estorbo. Mientras los tacones se le hundían en la vegetación, se dio cuenta de que nadaba desesperada en aguas demasiado profundas y estaba vestida de forma totalmente inapropiada. Parpadeó para contener las lágrimas y siguió caminando.

¿Si Manolito estaba vivo, dónde estaba? ¿Por qué no había podido alcanzarlo después de ese momento horrible cuando la había golpeado el conocimiento de que un jaguar le estaba atacando? Había intentado detenerlo, estirando las manos para cogerlo, para interponerse en su camino, chillando una advertencia, pero nadie había entendido, y como podía explicar sin parecer una loca que por un momento había estado allí… en la selva… de pie entre Manolito y una muerte segura.

Riordan y Juliette parecían sombríos, pero no habían proporcionado respuestas a sus temerosas preguntas. La habían lanzado prácticamente a la camioneta, Riordan casi rudamente. Siempre había resultado intimidante, como sus hermanos, pero nunca realmente rudo, no hasta ahora.

Como si leyera sus pensamientos, Juliette se acercó a su lado.

– Lo siento. Esto debe ser difícil para ti.

– No es lo mío -admitió MaryAnn, deseando darse la vuelta y correr a la seguridad de la camioneta. Siguió caminando tras Riordan-. Pero puedo arreglármelas. -Porque era lo que hacía cuando alguien necesitaba ayuda. Y no iba a abandonar a Manolito de la Cruz solo en la selva tropical con jaguares atacándole. Apenas podía respirar por el deseo de verle vivo y bien.

Le dolía el pecho, sentía el corazón como una piedra, y sus ojos ardían constantemente por la necesidad llorar su muerte. Necesitaba verle. Oírle. Tocarle. No tenía sentido, pero lo correcto no importaba. Tenía que estar con él o no iba a sobrevivir. Aunque intentaba duramente mantener su cara apartada de Juliette, era consciente de las miradas ansiosas que esta le lanzaba.

– Está vivo -dijo Juliette calladamente.

– Eso no lo sabes -MaryAnn se ahogó-. El jaguar… -se detuvo tratando de recobrar el control antes de hablar-. Estaba atacándole. Sentí las garras rasgando su carne. -Presionó la mano sobre su estómago como si estuviera herida.

– Riordan lo sabría. -Juliette lanzó una mirada rápida y preocupada a su compañero mientras mantenía el paso a MaryAnn. No sabía por qué, pero estaba empezando a tener dudas sobre si Manolito estaba vivo o no. Era una locura, porque los hermanos De la Cruz sabrían si estaba muerto, y a través de ellos, lo sabría ella-. Mi gente son jaguares. Si uno de ellos atacó a Manolito, temo que Riordan y sus hermanos se venguen. Los jaguares siempre han dejado a los cárpatos estrictamente en paz. Aquí afuera, uno elige sus batallas. Un simple arañazo puede resultar una infección mortal.

¿Riordan, estás seguro que Manolito está vivo? Siento pena y una terrible sensación de opresión y terror. Juliette necesitaba que su la tranquilizara, ya no podía discernir la verdad.

Riordan tomó aliento. Él también sentía pena y un irrazonable temor por la vida de su hermano. Se extendió hacia su hermano mayor, Zacarias, la única persona en la que siempre podían confiar. ¿Sientes a Manolito? ¿Puedes decirme si todavía vive?

Pasó un momento mientras Zacarias tocaba a Manolito. Está vivo, pero se protege. ¿Tienes necesidad de mí?

Zacarias estaba en el rancho con el resto de la familia, y Riordan deseaba que se quedara allí. Zacarias no permitiría la libertad de la hermana pequeña de Juliette y su prima. Insistiría en llevarlas de vuelta al rancho para protegerlas, y ninguna iría de buena gana. Eso no detendría a Zacarias. Gobernaba con un chasquido de sus dientes desnudos y, su enorme poder, esperaba y conseguía inmediata obediencia de cualquiera.

Es mejor que nadie este aquí cuando contactemos con Jasmine y Solange. Jasmine necesita la ayuda de MaryAnn, y ni ella ni su prima irán voluntariamente si tú o Nicolas estáis aquí.

No atiendas a estupideces, Riordan. Me doy cuenta de que debes hacer feliz a tu compañera, pero no a expensas de poner en peligro a mujeres, especialmente a compañeras potenciales. Con eso, Zacarias desapareció, tras dar su opinión y esperando que Riordan siguiera su consejo. No era tan fácil si tenías compañera. Solange lucharía con él hasta la muerte por su libertad, y si le hacia un solo un arañazo, Juliette nunca se lo perdonaría.

Riordan suspiró y trató una vez más de alcanzar a Manolito. El hombre se escondía. Se había alzado, y estaba probablemente más cerca de la fértil cama de terra preta. Tan malherido como estaba, necesitaría la rica tierra negra para sobrevivir.

MaryAnn era muy consciente del escrutinio de Riordan. No se dio la vuelta para mirar a Juliette, pero sabía que estaban hablando telepáticamente sobre ella. No confiaba lo suficiente en ellos, después de todo, realmente ¿qué sabía sobre ellos?

Juliette aguijoneó a Riordan. ¿Por qué me siento tan apenada?

Creo que es la mujer transmitiendo. Debe de ser una psíquica mucho más poderosa que lo que nos hicieron creer. También yo estoy sintiendo sus emociones. ¿Es posible que sea jaguar?

Juliette inhaló el olor de MaryAnn y observó los movimientos de su cuerpo atentamente. MaryAnn casi corría con sus botas a la moda de tacones altos, las suelas apenas rozando el suelo del bosque. Parecía totalmente fuera de lugar pero… No hay ningún ruido, Riordan. No hace ningún sonido cuando se mueve. Ninguna hoja cruje, ninguna rama chasquea. Debería ser torpe, se siente torpe, pero se mueve como alguien nacido y criado aquí. Pero no es jaguar.

Riordan contuvo el aliento, aflojando el paso solo un poco para que MaryAnn no se diera cuenta. ¿Era la mujer parte de la trampa? ¿Qué sabían de ella después de todo? Manolito nunca la había reclamado abiertamente, como cualquier compañero haría. Nunca había dicho a sus hermanos que la protegieran, como haría un auténtico compañero. Riordan tanteó gentilmente, manteniendo el toque ligero y tranquilo.

MaryAnn se rozó la cabeza con la mano mientras continuaba caminando y Riordan sintió el golpe psíquico como si ella le hubiera golpeado realmente. Se retiró bruscamente y lanzó una rápida mirada a su compañera, sinceramente sorprendido.

¿Con qué estamos tratando, Juliette?

MaryAnn había sido protegida por no menos de tres poderosos cazadores cárpatos. Si era vampiro, seguramente lo habrían detectado. Deliberadamente, solo para estar seguro, giró por el camino equivocado, alejándose de donde sabía que su hermano había sido enterrado.

MaryAnn dio tres pasos e inmediatamente todo en ella cambió y se estiró en la otra dirección. La sensación era tan fuerte que se detuvo.

– Este es el camino equivocado. No está aquí. Él… -gesticuló, su corazón palpitaba.

¿Qué estaba haciendo Riordan, guiándoles por el camino equivocado? ¿No quería encontrarlo? ¿Por qué le mantenían a distancia? Las semillas de la sospecha estaban creciendo, y no las podía suprimir. Se giró lejos de la dirección a donde Riordan les dirigía, confusa de repente. No podía entender porque creía saber donde estaba Manolito. Intentaba repetidamente alcanzarle, rozar la mente de él con la suya, pero no podía, no podía encontrarle. Por más que lo intentaba, por más que supiera que no era psíquica en lo más mínimo. No tenía ningún talento, y ninguna habilidad para ser la compañera de nadie. Aun así, temía que el hombre estuviera en problemas, y tenía que llegar hasta él.

Confusa, dio otro paso lejos de los cárpatos y tropezó con las raíces de apoyo de uno de los emergentes más altos, un árbol de enorme altura que estallaba a través de la canopia para dominar sobre los demás. Las raíces estaban retorcidas de forma elaborada y astuta, vagando por la superficie del suelo, las puntas sondeando en busca de nutrientes. Una pequeña rana arbórea, de color verde brillante, saltó de una rama particularmente gruesa para aterrizar sobre el hombro de MaryAnn.

Contuvo un chillido y se quedó congelada.

– Vete. Bájate de mí, ahora mismo -ordenó, su mano cerrándose alrededor del pequeño spray de pimienta.

¿Dónde estás? Te necesito. Por favor que estés vivo. Porque no era una mujer hecha para ranas arbóreas y escarabajos, pero no iba a salir de la selva tropical hasta que encontrara a ese hombre o su cuerpo. Podía arreglárselas con la oscuridad de un callejón de la ciudad cualquier día de la semana, pero detestaba andar entre el barro y las hojas podridas, con la opresiva oscuridad y el silencio cerrándose a su alrededor. Sentía ojos observando cada paso que daba.

Juliette susurró suavemente, aunque era con su mente con lo que se extendía, para pedir a la rana que dejara a MaryAnn. Juliette tenía una afinidad con los animales, e incluso los reptiles y anfibios respondían a veces, pero en este caso, la rana se movió más cerca del cuello de MaryAnn, adhiriéndose con sus patas pegajosas.

¡Aléjate de mí!, chilló MaryAnn en su cabeza, incapaz de esperar a que la rana obedeciera la orden de Juliette. ¡Ahora mismo!

– ¡Vete! -gritó en voz alta.

Evidentemente la criatura ya había tenido bastante de humanos, y saltó al tronco del árbol más cercano, aterrizando cerca de otras dos pequeñas ranas. Arriba, en la canopia, un pequeño mono tiró hojas al trío de anfibios.

MaryAnn cerró los ojos, respiró hondo y empezó a caminar otra vez, esta vez, a pesar de los altos tacones de sus botas, cogiendo el ritmo hasta que estuvo prácticamente corriendo. Pasó empujando junto a Riordan, que parecía atónito. Cuando empezó a seguirla, Juliette le agarró del brazo y gesticuló hacia los árboles que les rodeaban. Pequeñas ranas punteaban los troncos y las ramas, saltando de un árbol al siguiente, siguiendo el progreso de MaryAnn. Arriba, en la canopia, los monos utilizaban la autopista de enredaderas para converger y seguir a la mujer mientras esta avanzaba por la selva

¿Crees que el vampiro está aquí?, preguntó Juliette.

Riordan hizo otro, mucho más cuidadoso y completó escaneo del bosque circundante. Si es así, es un maestro en ocultar su presencia. Sé que son mucho más astutos en tales cosas, así que tendremos que estar alerta a todos los peligros para ella. Se siente atraída hacia Manolito, y quizás pueda encontrarle más rápido que nosotros, ya que escuda su presencia de mi.

Juliette frunció el ceño mientras empezaban a seguir a MaryAnn. Su lazo de sangre debería mantenerte informado de su paradero.

Riordan le lanzó una pequeña sonrisa. Somos antiguos, Juliette, y hemos estudiado muchas cosas a lo largo de los siglos. Manolito puede ocultar su presencia incluso a nuestros mejores cazadores y no hay manera de detectar a Zacarias cuando no quiere que se sepa que está cerca.

MaryAnn se dio cuenta de que le corrían lágrimas por la cara. La sensación de terror y miedo era aplastante. ¿Dónde estás? Encuéntrame. Continuaba intentando llamar a Manolito mentalmente, aunque claramente no tenía esos dones psíquicos que todos creían que tenía.

Cuando se adentró más profundamente en la selva, se dio cuenta de que los verdes ya no eran tan vívidos. Las hojas y los arbustos parecían tener un velo de niebla sobre ellos, cambiando el vibrante color a un lánguido gris. Las sombras crecían donde antes no había habido ninguna. Primero había visto brillantes colores en la oscuridad, y ahora estaba viendo sombras cuando no debería. El terror se movió a través de ella, pero no podía parar. Su mente se plagó de susurros mientras empezaba a correr. Ella no hacía footing. No era corredora de footing ni de ningún otro tipo, pero se encontraba apresurándose por el bosque en un esfuerzo por llegar a Manolito.

Algo la empujaba hacia adelante mientras por todas partes el bosque se oscurecía y el susurro sobre su cabeza se hacía más pronunciado. Una vez, se arriesgó a mirar hacia arriba, pero había pequeñas cosas peludas columpiándose sobre su cabeza y eso la hizo sentirse mareada y ligeramente enferma. Tropezó y casi se cayó, apoyando la mano para evitar la caída. Su larga uña con una hermosa manicura se clavó en el húmedo musgo. Una uña rota. Una docena de ranas verdes saltaron a su brazo y se adhirieron con sus pegajosas patas palmeadas.

Se quedó congelada. Las ranas la miraban fijamente con inmensos ojos negros y verdes parpados. Eran brillantes, con lunares en el vientre y uñas verdes parejas, como si estuvieran pulidas. Las lenguas salieron como una flecha, probando el cuero de la chaqueta. MaryAnn se estremeció y miró atrás hacia Juliette.

– ¿Por qué hacen eso?

Juliette no tenía una respuesta para ella. Nunca había visto que las ranas se congregan en semejante número antes, y había pasado la mayor parte de su vida en la selva tropical.

– No lo sé -admitió-. Es una conducta inusual. Riordan, ignoran hasta el más fuerte de los empujones. Había alarma en su voz y su mente.

Riordan puso a Juliette detrás de él, evaluando a las ranas con suspicacia.

– Cuándo las criaturas no actúan como debieran, es mejor destruirlas.

El aliento de MaryAnn se atascó en su garganta. Sacudió la cabeza.

– No. No quiero que las mates. Quizás solo sientan curiosidad por mi chaqueta -Hizo un gesto para que se fueran con su mano libre-. Moveros, pequeñas ranitas. -Deprisa antes de que el gran cárpato malo os fría. Lo digo en serio, tenéis que moveros. Silenciosamente las instó a cooperar, mientras mentalmente ponía los ojos en blanco. Por amor de Dios, ¿cuánto daño podían hacer unas diminutas e inocentes ranas arbóreas, a fin de cuentas? No quería ver a Riordan hacer algo como lanzar una lluvia de fuego sobre esas indefensas cosas-. Fuera, fuera. Volved a vuestras casitas.

Las ranas se echaron a los árboles, el movimiento envió una extraña onda de verde sobre las raíces enredadas, como si docenas de ranas saltaran hacia la seguridad de las ramas más altas. MaryAnn lanzó a Riordan un pequeño resoplido.

– ¿Qué ibas a hacer, convertirlas en kebab? Pobres cositas. Probablemente estuvieran tan asustadas como yo.

¿Lo sentiste, Juliette? ¿Esa oleada de poder? Ella hizo que las ranas se marcharan. Y se está burlando de mí. Burlándose. Iba a tener que revisar sus ideas sobre de la compañera de su hermano.

– Esas ranas son venenosas. Los nativos las han usado durante años para untar las flechas, -no pudo resistirse a añadir.

MaryAnn se enderezó lentamente, mirando automáticamente su uña rota. Sus uñas crecían anormalmente rápido, siempre lo habían hecho, pero ahora el esmalte iba a ser un lío. Y dolía como el infierno. Siempre pasaba cuando se rompía una. El dedo latía, ardía y sentía un hormigueo mientras la uña se regeneraba.

Le frunció el ceño a Riordan.

– No trates de asustarme con las ranas. No me gustan, pero no soy esa chica de la gran ciudad. -Lo era, pero él no necesitaba saberlo.

– De verdad son venenosas -confirmó Juliette-. Riordan te está diciendo la verdad. No es normal ver tantas ranas en una zona, y ciertamente no deberían seguirnos.

MaryAnn echó una mirada a las ranas que los rodeaban.

– ¿Nos están siguiendo? -La idea la puso nerviosa. No quería matarlas, pero quería que se fueran. Fuera de su vista. Por supuesto entonces estarían ocultas en el follaje, mirando fijamente con sus ojos gigantescos como todo lo demás en la selva tropical parecían estar haciendo.

– Si, y además están los monos -dijo Riordan, cruzando los brazos sobre su pecho y señalando a la canopia con un gesto de la barbilla.

MaryAnn tenía miedo de mirar. Las ranas eran una cosa… y escogió omitir la parte del veneno… pero los monos eran pequeñas bestias peludas con manos casi humanas y grandes dientes. Sabía eso porque una vez, sólo una vez, había ido al zoo y los monos se habían vuelto locos, chillando y saltando alrededor, desnudando enormes dientes hacia ella, en lo que pensó parecían ser sonrisas. Había sido un día horrible, no tan malo como éste, pero se había prometido no volver nunca más al zoo.

MaryAnn cuadró los hombros y elevó el mentón un poco.

– ¿Tienes alguna idea de por qué estas criaturas no se comportan con normalidad?

– Creía tenerla -admitió Riordan-. Creí que quizás un vampiro estaba utilizando sus ojos y oídos para reunir información, pero ahora no estoy tan seguro.

Su corazón saltó cuando oyó la palabra "vampiro". Lo había estado esperando desde que había entrado en la oscura opresión de la selva tropical, pero aún así no estaba preparada. Anhelaba la normalidad de las pandillas apalancadas en las esquinas. Podía amilanar a los tipos duros de la calle con una mirada, pero a una manada de ranas o monos dirigidos por vampiros… ¿Se decía manada? Ni siquiera lo sabía. No pertenecía al reino animal. Quería desesperadamente volver a casa.

Tan pronto como el pensamiento fue completado, la pena manó, inundándola. Más que dolor, sentía la necesidad, la compulsión de seguir moviéndose, de prisa. Giró lejos de Riordan y Juliette, hacia la dirección donde la compulsión era más fuerte. No podía abandonar este terrible lugar hasta que encontrara a Manolito.

Giró la cabeza de un lado a otro, sin ver nada, sólo pensando en él, en las líneas de dolor y fatiga grabadas profundamente en sus atractivos rasgos. Sus anchos hombros y gran pecho. Era alto, mucho más alto que ella, y ella no era exactamente pequeña. ¿Dónde estaba?

Podía oír el agudo sonido de murciélagos llamándose los unos a los otros, y en algún lugar en el furioso río, una marsopa era atraída por otra. El mundo pareció estrecharse, o quizá se expandieron sus sentidos, haciendo su oído más agudo, de forma que su cerebro procesara cada sonido individual. El susurro en las hojas eran insectos, la ondulación de alas eran pájaros asentándose en la noche, los monos sobre su cabeza perturbaban las hojas mientras mantenían su paso. Oía el sonido de voces, dos hombres, a unas seis millas de distancia, y reconoció el sensual tono de Manolito. La voz brilló tenuemente en su mente, le puso la carne de gallina e hizo que su estómago se apretara de excitación por verle.

MaryAnn caminaba rápido, la urgencia la dirigía. Él tenía problemas. Lo sabía. Le sentía ahora, cerca, cuando antes no podía alcanzarle. No intentó conectar mente con mente, no era psíquica, pero eso no importaba. Oía su orden susurrada flotando en el aire. Ven a mí. Sabía que estaba herido. Confuso. La necesitaba. Los olores estallaron a través de su cerebro, el rastro de tres días de un tapir arrastrándose sobre la vegetación. Un margay escondido profundamente en la canopia a una milla a su izquierda. Tantas criaturas, incluso… un jaguar. Su aliento se hizo más agudo y subió las rodillas más arriba, bamboleando los brazos, acelerando.

Atajó por una serie de cuestas que corrían junto a un arroyo crecido, indiferente cuando los matorrales bajos se enganchaban en su cabello. El agua se vertía por cada salida concebible, creando cataratas en todas partes. El sonido era alto en la inmovilidad de la selva. Con poca luna y la gruesa canopia encima, el interior era oscuro y misterioso. La niebla baja tejía un rastro de vapor gris entre los árboles, cubriendo el enredo de raíces de apoyo, cuando se acercó a ellas, los gruesos nudos y ramas como serpientes parecieron oscuras fortalezas que escondían secretos. Los inmensos trocos se alzaban más allá de la niebla, aparentemente ajenos a las raíces que los mantenían en el suelo.

Las uñas de Juliette se clavaron en el brazo de Riordan mientras caminaban. MaryAnn. Mírala. Corre tan suavemente. No es un jaguar, pero no sé lo que es. Nunca he visto nada como ella. ¿Y tú?

Riordan luchó con sus recuerdos, tratando de recordar si había visto alguna vez semejante transformación. Era difícil ver a MaryAnn como algo más que el bonito figurín de moda que siempre le parecía.

Era inteligente y valiente para un humano, siempre le había concedido eso, pero su valía no era de la clase necesaria para ser la compañera de un cazador cárpato como Manolito. El hermano de Riordan era dominante y duro, sin bordes suaves que le hiciesen más aceptable para una mujer como MaryAnn. Aunque había un corazón de acero en ella. Y había mucho más que el paquete que entraba por la vista. Esgrimía poder y energía sin deliberación consciente, más al parecer en el momento en que pensaba en ello, se volvía inepta y temerosa.

La cuestión principal es si es o no un peligro para Manolito.

Creo que esta muy confundida acerca de todo esto, Riordan. La compadezco. El lazo de sangre con Manolito es fuerte. ¿Si fue sólo un intercambio, por qué la conexión es tan fuerte que sabe mejor que tú dónde está tu hermano? Porque, sin ninguna duda, sabe exactamente donde está y se dirige directamente hacia él. Está a unas buenas seis millas, pero se mueve con rapidez para no haber estado en la selva tropical en su vida.

MaryAnn sentía un zumbido en la cabeza, como si revolotearan insectos en su cabeza. Los Cárpatos hablaban entre sí otra vez. Lo detestaba. ¿La estaban utilizando para llegar a Manolito? ¿Si Riordan quería realmente encontrar a su hermano, por qué no se acercaba a él directamente, le llamaba, se extendía hacia él? ¿Por qué no habían simplemente enterrado su cuerpo en la hacienda, donde Manolito se hubiera alzado entre los miembros de la familia que le hubiesen ayudado? ¿Por qué no habían mencionado una segunda casa? ¿Y por que la hermana y la prima de Juliette tenían demasiado miedo de ir a la casa de los De la Cruz? Algo estaba muy mal.

Eso debería haberla asustado… y quizás lo habría hecho… pero la voz de Manolito se deslizó otra vez en su cabeza.

¿Dónde estás? Sonaba tan perdido y solitario. Su corazón se retorció en respuesta, dolorido por él.

No era una corredora, pero cogió el ritmo, suavemente, fácilmente, saltando por encima de los troncos de los árboles caídos como si hubiera nacido con reflejos, algo en su interior la urgía a apresurarse. Mientras corría, su mente estaba silenciosa, callada y seguramente evaluando todo lo que la rodeaba con anormal velocidad.

Su visión era extraña, como si sus otros sentidos estuvieran tan aumentados que le hubieran robado la visión normal. El vibrante verde y rojo de las hojas y flores se entremezcló y embotó hasta que fue difícil distinguir colores, a pesar del gris apagado, captó el movimiento de insectos y lagartos, el destello de las ranas arbóreas y los monos mientras corrían a toda aprisa en lo alto. Su visión nocturna siempre había sido excelente, pero ahora parecía mucho mejor; sin colores que deslumbraran y cegaran, podía identificar un espectro más ancho de cosas mientras corría.

Era estimulante tener todos los sentidos tan agudizados. Su vista era definitivamente mucho más aguda. Podía oír salir precipitadamente el aire de los pulmones de Juliette. El flujo y reflujo de la sangre en sus venas. Profundamente en su interior algo salvaje se desplegó y se estiró.

MaryAnn contuvo el aliento, asustada. Tropezó. Riordan y Juliette casi la atropellaron. Retrocedió lejos de ellos, su palma cubriendo la marca sobre el seno que latía y ardía.

– ¿Qué me hizo? -susurró-. Estoy cambiando en algo más.

Juliette aferró la muñeca de Riordan y apretó fuertemente para evitar que dijera algo equivocado. Él no veía lo frágil y pérdida que parecía estar MaryAnn, pero ella si. Había algo diferente, un miedo muy real en sus ojos ahora, cautela, como un animal acorralado. No sabían como reaccionaría MaryAnn, pero más importante aún, ella misma no lo sabía, y eso asustaba a Juliette.

– No sabemos exactamente qué te hizo Manolito, lo más probable es que hiciera un intercambio de sangre. -Juliette inspiró profundamente, intentando ser honesta-. Quizás dos. No eres cárpato, así que no te convirtió.

– Pero Nicolae tomó mi sangre para proteger mejor a Destiny.

Y no tuvo miedo de él. Riordan reconoció eso en su mente. No como lo tiene ahora. ¿Por qué no tuvo miedo de que Nicolae tomara su sangre cuando temerlo sería algo de lo más natural?

MaryAnn se puso una mano en la cabeza, acariciándosela como para apartar los insectos, dando otro paso atrás, lejos de ellos. El miedo crecía con cada aliento que tomaba. Algo iba terriblemente mal, lo sabía, podía sentirlo profundamente en su interior. Cerrando el puño, se clavó las uñas profundamente en la palma para probarse a sí misma. Estaba empezando a dudar de lo qué era real y qué ilusión.

Sabe que estamos hablando en privado, advirtió Riordan, y eso la molesta.

¿Y te has preguntado como lo sabe? No debería. Ni siquiera cree que ser psíquica.

Es más que psíquica, Juliette, dijo Riordan. Esgrime poder sin esfuerzo.

O el conocimiento de que lo está haciendo.

– Esto es una locura, MaryAnn -añadió Juliette en voz alta-. Ni Riordan ni yo sabemos lo que te hizo.

– Quiero ir a casa. -Incluso mientras lo decía, MaryAnn sabía que no podía, no hasta que encontrara a Manolito de la Cruz y se asegurara de que estaba vivo y bien y no en algún tipo de terrible problema. Maldita su naturaleza, que siempre necesitaba ayudar y consolar a otros. Alzó su mano temblorosa. La uña ya había crecido, mucho, mucho, más rápido incluso de lo adecuado a su velocidad acelerada-. ¿Qué creéis que me hizo? Debéis tener una idea. ¿Y es reversible? Porque soy humana y mi familia es humana y me gusta ser humana. Esto es lo que pasa por tener a una chica blanca, flaca y chupasangre como mejor amiga. -E iba a tener unas pocas palabras con Destiny cuando la volviera a ver… si la volvía a ver.

Juliette lanzó a Riordan otra mirada ansiosa.

– Lo siento, MaryAnn. Si supiera lo que pasa, te lo diría. El caso es… los humanos han vivido durante siglos mano a mano con otras especies. En todos esos años, ambas lo sabemos, las especies finalmente se han mezclado. Quizás hace siglos, pasó algo que no sabemos. Yo tengo sangre jaguar. Al igual que un montón de mujeres que son psíquicas.

MaryAnn sacudió la cabeza.

– Yo no. -Esto sonaba mal. Conocía a su madre, padre, abuelos y bisabuelos. No había ninguna mancha en su familia y ningún chupasangre.

¿Podría ser maga?, aventuró Juliette.

Los magos retienen el poder, eso es seguro, y la mayoría son buena gente, pero tendría que tejer hechizos. No parece que esté haciendo eso. Reúne energía como lo hacemos nosotros y la utiliza, pero en ella es inconsciente. Esa es la razón de que sea tan buena consejera. Sin querer los insta a sentirse mejor. Quiere que sean felices, así que lo son. Presiente lo que cada persona quiere oír y lo dice.

El corazón de MaryAnn iba a toda máquina. Otra vez estaban hablando claramente el uno con el otro. Giró sobre sus tacones demasiado altos y corrió entre la maleza, pensando que podría dejarlos atrás, olvidando que podían volar si querían. Y quisieron.

Sintió la ráfaga de aire desplazado alrededor de ella, y Riordan se dejó caer desde el cielo, interceptándola.

MaryAnn chilló y dio marcha atrás, los tacones se engancharon en una de las muchas raíces que serpenteaban a través del suelo. Se cayó duramente, aterrizando sobre el trasero, mirándole mientras se erguía sobre ella.

– Este camino es peligroso -explicó Riordan, extendiendo su mano hacia ella.

Le pateó, furiosa con él, pero mayormente enfadada consigo misma por estar en una posición tan vulnerable. Cuantas veces hacía aconsejado a las mujeres no ir con desconocidos… gente que conocían en Internet, o a través de amigos, pero a los que no conocían ellas mismas. Cerró los dedos alrededor del pequeño spray de pimienta. ¿Funcionaría con Cárpatos? ¿O con vampiros? Nadie les había mencionado en sus clases de autodefensa.

– MaryAnn -advirtió Riordan, frunciendo el ceño-. No seas tonta. Permíteme ayudar a levantarte. Estás sentada en el suelo. ¿Sabías que hay un millón y medio de hormigas por medio acre en la selva tropical?

MaryAnn suprimió un aullido de miedo y se puso de pie sin ayuda, retrocediendo otra vez, sacudiéndose la ropa, sintiendo el enjambre de insectos en sus brazos y piernas. ¡Odio esto! Chilló tan fuerte en su cabeza que sintió el eco a través de los dientes apretados. Sus ojos ardían por las lágrimas contenidas otra vez.

El aire alrededor de ellos se cargó de electricidad, que hizo que el vello de sus brazos se erizara.

– A cubierto -gritó Riordan y saltó hacia atrás.

El trueno resonó. El suelo tembló. Los monos aullaron. Los pájaros chillaron y se alzaron de los árboles. El relámpago crepitó y chasqueó, golpeando la tierra en un despliegue cegador de energía. La niebla se arremolinó alrededor de ella. MaryAnn sintió unos fuertes brazos deslizarse alrededor de ella y una mano presionó su cara contra un pecho grande y musculoso. Sus pies abandonaron el suelo, y se encontró volando a través de las copas de los árboles tan rápido que se sintió mareada.

Riordan maldijo y agarró el brazo de Juliette que los hubiera perseguido.

– Ese era Manolito y nos ha lanzado una clara advertencia para que retrocedamos. No tenemos más elección que hacerlo. Es su compañera y no tenemos derecho a interferir.

– Pero… -Juliette se interrumpió impotentemente-. No podemos abandonarla.

– No tenemos elección, no a menos que queramos provocarle a entrar en batalla. Cuidará de ella, -aseguró Riordan-. No podemos hacer nada más aquí.

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