Capítulo 5

MaryAnn rodeó con los brazos el cuello de Manolito y enterró el rostro en su hombro. El viento azotaba con fuerza su cara y cuello, tirando malévolamente de su cabello, y arreglándoselas para filtrarse bajo la chaqueta de cuero para cerrar sus helados dedos alrededor de la piel. Si había creído que la selva tropical era mala, volar sobre la canopia era mil veces peor. Se sentía mareada y enferma, y su estómago daba curiosos vuelcos. Haría frente a un millón de hormigas y ranas arbóreas antes de hacer esto otra vez. De niña, debiste desear aprender a volar.

Estaba segura de que él le estaba leyendo la mente con facilidad y podía sentir la superioridad y diversión masculina, que le recordaba por qué no le interesaban lo más mínimo los hombres, Y ya que no tenía la menor capacidad telepática o psíquica, le respondió en voz alta, presionando los labios contra su garganta.

Nunca. Ni una vez. Me gustan mis pies firmemente en tierra. -Pero su piel olía tan bien. Era difícil no olisquear e introducirle en sus pulmones. Manolito los posó en un área relativamente protegida, lo que agradeció porque comenzó a llover inmediatamente. No una llovizna suave, o siquiera una constante, sino un aguacero fuerte y duro, como si los cielos se hubiesen abierto sin más para descargar un océano en ellos.

MaryAnn se alejó de él en el momento en que sus pies comenzaron a funcionar. El estómago todavía se le revolvía y sacudía, y juraría que la nariz se le arrugó deseando otro buen olisqueo, pero se refrenó y le dirigió un largo ceño. El problema era que él la estaba mirando. No sólo mirando. Mirándola fijamente. El corazón le dio un largo vuelco y su estómago hizo esa cosa de las mariposas, pero con muchas más alas. Y su útero se tensó y sus pezones…

Se apretó la chaqueta con un tirón y convocó una mirada a juego con su ceño. ¿Quién tenía ese aspecto? Honestamente. Los hombres no se quedaban de verdad ahí con un aspecto tan magnífico y ardiente en medio de la selva. No sólo ardiente. Echando humo. Era la cosa más sexy en la que nunca hubiera posado los ojos, y la estaba mirando como si pudiera devorarla de un absolutamente delicioso mordisco. Sus ojos ardía con una sensualidad oscura, haciéndola olvidar del todo sanguijuelas y hormigas, y haciéndola totalmente consciente de ser mujer. No se había sentido así desde hacia mucho… si es que se había sentido así alguna vez… eso la hizo ruborizarse.

– Así que, -dijo Manolito, sus ojos negros ardían con tan puro pecado que casi se derritió-. Por fin has venido.

Oh Dios. Su estómago dio otro salto junto con su corazón, y saboreó el sexo en su boca. Él lo supuraba.

– He venido a rescatarte. -Barbotó las palabras antes de pensarlo. No podría pensar con claridad con él mirándola fijamente y su cerebro cortocircuitado, por muy real, por muy estúpida que hubiera sido la observación, no era ni la mitad de mala bajo las presentes circunstancias.

Él sonrió, una sonrisa lenta, y sensual que chisporroteó, erizó, y apretó las espirales de su cabello ya rizado. Quizás fuera el arma secreta de los cárpatos contra las mujeres, porque estaba funcionando con ella. Este hombre era una amenaza. De verdad. Tenía que controlarse. Apretó los dedos.

– Considérate salvado y salgamos de aquí. -Porque el deseo de saltar sobre él era probablemente un efecto por estar en la selva tropical, todo bochorno y sudor. Había leído muchos libros de Tarzán en su juventud. Probablemente estaba programada para el sexo en la jungla, y cuanto antes saliera de allí, más rápidamente volvería a la normalidad.

Curvó un dedo hacia ella.

– Ven aquí.

Se le quedó la boca seca.

– Estoy perfectamente bien aquí, gracias.

Con sus botas favoritas hundiéndose en el barro. No podría haberse movido ni de haber querido. Su corazón palpitaba y el miedo entró silenciosamente, no miedo de él, sino de sí misma. Por sí misma.

Su mirada la recorrió, y notó una posesión oscura brillando en las negras profundidades. No amor. Posesión. Propiedad. Cruda sensualidad. Su cuerpo respondió, pero el cerebro gritó una advertencia. No estaba tratando con un hombre humano que vivía bajo las reglas de la sociedad. Estaba sola con un cárpato que creía tener todo derecho sobre ella. Que podía controlar su mente y persuadirla a hacer lo que él quisiera. Este hombre exigiría sumisión y entrega absoluta de su pareja. Y ella no era una mujer ni sumisa ni entregada. ¿Cómo demonios se había metido en semejante apuro?

– He dicho que vengas aquí conmigo. -No alzó la voz, ni siquiera la endureció; en vez de eso bajó el tono de la orden haciendo que su voz pareciera el roce aterciopelado de una lengua deslizándose sobre su piel. Sus ojos negros la compelían a obedecer.

Se acercó un paso antes de que poder contenerse, unos fuertes brazos la rodearon, aplastando su cuerpo contra el de él. Encajaba como un guante. Él era duro y musculoso, y ella era toda curvas suaves, consciente de cada una de ellas. Él susurró algo en su propio idioma, algo suave y absolutamente sensual. Te avio päläfertülam. Repitió las palabras mientras su lengua se arremolinaba sobre el pulso que le latía frenéticamente en el cuello.

– Eres mi compañera.

No podía ser verdad porque sabía que no era psíquica, pero ahora mismo, en ese preciso momento, deseó que fuera verdad. Quería sentir la sensación de pertenecer a este hombre. Nunca había tenido una reacción física semejante a otro ser humano en su vida. Entolam kuulua, avio päläfertülam. Los labios susurraban sobre su pulso, los dientes pellizcaban gentilmente mientras la lengua frotaba otra caricia. Pensó que el cuerpo le ardería en llamas.

– Te reclamo como mi compañera.

Alzó la cabeza, abrió la boca para protestar, pero la de él la tomó, quitándole el aliento, intercambiándolo por el suyo. Las piernas se le volvieron de goma y se ancló rodeándole los muslos con una pierna mientras enredaba la lengua con la de él en una danza larga, lenta por el puro placer erótico. La sensación estalló a través de ella haciendo que la sangre palpitara en su corazón y le tronara en los oídos. Casi se perdió las palabras suaves que rozaron las paredes de su mente y quedaron encajadas allí.

Ted kuuluak, kacad, kojed. Elidamet andam. Pesamet andam. Uskolfertülamet andam. Sivamet andam. Sielamt andam. Ainamet andam. Sivamet kuuluak kaik etta a ted.

– Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección. Mi lealtad. Mi corazón. Mi alma. Mi cuerpo. Tomo en mí los tuyos para protegerlos.

Y el beso se profundizó, y ella cayó, quemándose, acurrucándose dentro de Manolito de la Cruz. Sintió como su corazón y alma se extendían hacia los de él. Combinados. Los senos le dolían y se habían hinchado. Sintió la impaciente humedad en su más profundo centro femenino, y la mente se le nubló aun más con la ardiente pasión que iba en aumento.

Cierta parte pequeña y cuerda de ella intentó salvarla, una pequeña porción no afectada de su cerebro que ondeó una bandera roja, pero esa boca no se parecía a nada que hubiera experimentado nunca y quería más, el sabor era adictivo. Una mano se deslizó dentro de su chaqueta, empujando hacia arriba el ruedo de la camisa y se cerró sobre su pecho, haciendo que jadeara y atrajera la cabeza hacia ella. Deseando. No, necesitando.

Los labios bajaron por la garganta mientras una mano se aposentaba en el cabello, aferrando la gruesa trenza en el puño, anclándola a él mientras exploraba la satinada piel. Encontró la elevación de su pecho, la señal que había dejado ahí marcándola como suya.

Ainaak olenszal sivambin.

– Tu vida será apreciada siempre.

Las palabras vibraron a través de ella, haciendo que se presionara más contra él, empujando contra su muslo, aliviando el terrible vacío, deseando llenarlo con él.

Gritó cuando su boca se le posó sobre el pecho, atrayendo el sensible pezón a su boca a través del encaje dorado del sujetador. Succionó con fuerza, su lengua lamía, sus dientes raspaban. Todo mientras oía su voz murmurándole en la cabeza.

Te elidet ainaak pide minan.

– Tu vida estará por encima de todo siempre.

Su lengua danzaba y bañaba. Alzó la cabeza, su mirada contenía una hipnótica posesión oscura.

– Y tú placer. -Una vez más capturó su boca, robándole el aliento, la voluntad, encendiendo un fuego en las venas.

Su boca la quemó con un rastro de llamas de la garganta al pecho, sus dientes juguetearon y pellizcaron con pequeños y minúsculos mordiscos, cada uno provocando una oleada de ardiente y acogedor líquido que chisporroteó por su canal femenino. Se desmayaba de deseo. Casi lloriqueo cuando su boca encontró el otro pecho, tirando con fuerza, hasta que ya no pudo pensar con claridad. Se arqueó hacia él, enredando la piernas a su alrededor, alineando sus cuerpos de forma que pudiera presionarse firmemente contra él.

Te avio päläfertülam. Ainaak sivamet jutta oleny. Ainaak terad vigyazak.

– Eres mi compañera. Unida a mi por toda la eternidad y siempre a mi cuidado.

Levantó la cabeza y una vez más encontró el punto donde la había marcado. Sus dientes se hundieron profundamente. El fuego ardió, el dolor relampagueó a través de ella como una tormenta, después el placer fue tan dulce, tan erótico, que se movió con agitado abandono contra él, acunándole la cabeza, sujetándole contra ella mientras el largo cabello renegrido se le derramaba sobre los brazos y ella enterraba la cara en sus sedosas hebras. Sentía deslizarse más y más lejos a la mujer que conocía, hacia el interior de otro reino completamente distinto.

Él murmuró algo más en su idioma, con una voz tan sensual, que echó a un lado la pequeña advertencia que le surgió en la cabeza y mantuvo la cara enterrada en la seda de su cabello porque nada en la vida la había hecho sentirse tan bien. Le pertenecía. Había encontrado lo que siempre había buscado. Satisfecha con su vida, siempre había asumido que envejecería y moriría con la comodidad que había alcanzado, pero ahora esto era un regalo. Pasión. Excitación. La sensación de pertenecer a alguien. Era todo suyo.

No había nada tímido en MaryAnn. Había escogido abstenerse del sexo simplemente porque no quería compartir su cuerpo con un hombre en quien no confiara, ni amara, un hombre con el que no iba a pasar el resto de su vida, pero en este momento, supo que Manolito de la Cruz era su otra mitad. Lo compartiría todo con él, estaba impaciente por hacerlo.

Su lengua le recorría el pecho, haciéndola temblar de deseo, su voz susurraba de nuevo, y sucedió algo de lo más extraño. Se encontró a sí misma de pie a un lado observando como pasaba las manos bajo la camisa de Manolito y se la levantaba por el pecho, revelando los músculos definidos que fluían bajo la piel y los desgarros en su vientre donde el jaguar le había arañado. Su mano se deslizó sobre las terribles marcas de garras, cubriéndolas con la palma, insuflándoles calor. Se vio a sí misma presionarle el vientre y pecho en un punto justo debajo del corazón.

Su lengua encontró el pulso que estaba buscando, ese latido firme y fuerte. Su cuerpo se tensó de expectación, latiendo y llorando de deseo. La mano se deslizó sobre el punto, y miró fijamente la uña, la que se había roto antes. Esta se alargó hasta formar una garra afilada. Para su sorpresa, le abrió la piel y presionó voluntariamente la boca contra su pecho. Él gimió y echó la cabeza hacia atrás, éxtasis mezclado con pasión. Alzó la mano para sujetarla, urgiéndola a tomar más. Y lo hizo. No parecía haber ni repulsión ni duda. Su cuerpo se contoneaba contra el de él, un sensual deslizamiento de curvas, una invitación a mucho, mucho más.

Y él la aceptó, sus manos fueron rudas, íntimas, posesivas. Dio un tirón a sus ropas, deseando piel desnuda contra la suya. Cuando ella frotó su cuerpo a lo largo del bulto grueso y duro que estiraba sus vaqueros, se estremeció y murmuró su aprobación; le acunó el trasero y medio la levantó para alinear sus cuerpos de modo que quedara presionado contra su punto más íntimo.

Como si supiera exactamente qué hacer, cuanto podría aceptar del ardiente y adictivo intercambio, MaryAnn pasó la lengua sobre la herida y alzó la cabeza para mirar en el interior los hipnotizadores ojos. Se la veía diferente, los ojos oscuros y excitados, los labios curvados y voluptuosos, tan sexy que no podría creer que fuera ella, tan dispuesta a hacer cualquier cosa y todo lo que Manolito le pidiera. Deseaba complacerle, darle placer, y que él hiciera lo mismo por ella.

Él le sonrió y su corazón se volvió loco, reaccionando tan poderosamente como su cuerpo.

Päläfertül.

– Esposa. -La besó en la punta de la nariz, la comisura de la boca, revoloteando allí, a un aliento de distancia, mirándola a los ojos. Dime tu nombre para que tu Koje, tu esposo, pueda dirigirse a ti.

MaryAnn jadeó cuando las palabras calaron. No habría podido hacerlo peor si le hubiera tirado un cubo de agua fría. Parpadeó y sacudió la cabeza, intentando aclarar las ideas. ¿Qué demonios estaba haciendo enroscada alrededor de un hombre del que ni siquiera sabía su nombre, pero que afirmaba ser su marido? ¿Y qué demonios le había pasado para dejarse hipnotizar hasta el punto de hacer cosas que iban totalmente contra sus creencias? Manolito la hacía débil. Había tomado control total de ella, y simplemente se había dejado llevar como si él pudiera controlar su vida con sexo.

La furia estalló a través de ella, una furia que sólo había sentido una vez antes, cuando un hombre había irrumpido en su hogar y amenazado con matarla. La había arrastrado fuera de la cama, golpeándola viciosamente antes de que pudiera defenderse, tirándola al suelo y pateándola. Se había inclinado y la había apuñalado con un cuchillo, y cuando la hoja había entrado en la carne, algo salvaje, feo y fuera de control había alzado la cabeza y rabiado. Había sentido como los músculos se le tensaban y anudaban, y una fuerza se había vertido en ella. En este momento Destiny había llegado, y había matado al hombre, salvando la vida de MaryAnn y tal vez su alma. Porque fuera lo que fuera lo que había en su interior la había asustado más que su atacante.

MaryAnn era una mujer que aborrecía absolutamente la violencia y nunca podría perdonarla, aunque ahora sentía un indescriptible deseo de dar una bofetada tan fuerte como pudiera a esa cara atractiva. En lugar de eso se alejó de un salto, al mismo tiempo que gritaba en su mente. Puso cada gramo de miedo y odio hacia sí misma y a sus propias acciones en el grito porque nadie podría oírla, y nadie conocía el terror con el que vivía, intentando mantener dormida a la bestia que moraba profundamente en su interior.

Aléjate de mí. Por un terrible momento no supo si le estaba chillando a Manolito o a lo que vivía dentro de ella.

Manolito se tambaleó, tropezando con el amplio tronco de un árbol y poniéndose en pie sorprendido y sobresaltado. Nunca nadie le había dado antes una bofetada psíquica, pero eso era lo que le había hecho su compañera. Y no cualquier bofetada, sino una lo suficientemente fuerte como para derribarle. Nadie se había atrevido a tratarle de esa manera en todos los siglos de su existencia.

Una cólera oscura se arrastró a través de su vientre. Ella no tenía ningún derecho de negársele… o desafiarle. Tenía derecho al solaz de su cuerpo siempre que lo deseara. Era suya. Su cuerpo era suyo. La sangre palpitaba y corría a través de sus venas. Su polla estaba a punto de estallar. Había esperado fielmente cientos de años… más incluso… a esta mujer y ahora ella renegaba de él.

– Podría hacer que te arrastras hasta mí y suplicaras perdón por esto -exclamó, los ojos negros ardían con un humo oscuro que lo decía todo. Podía sentir la atracción hacia ella, tan fuerte que no podía evitar el frenesí en el que su polla había entrado. Duro, ardiente y loco de deseo… la sensación era peor, mucho peor que cualquier hambre por alimento. Se emborrachó con su imagen, abrumado por su belleza. Su piel era tan suave a la vista que le dolían los dedos de la necesidad de recorrerla, de deslizar su cuerpo sobre el de ella. Era todo curvas llenas y lujuriosas y una boca que no podía dejar de mirar fijamente, pecaminosa, maliciosa y tan tentadora que el cuerpo se le endureció con un largo y doloroso tirón. Imaginó sus dedos en él, su boca, su cuerpo rodeándole, firme y ardiente matándole de placer.

Necesitaba enterrar la cara en los abundantes rizos negro azulados, inhalar su fragancia y mantenerla para siempre en sus pulmones. Necesitaba el calor de sus brazos y el sonido de su risa. Pero primero su cuerpo necesitaba saciarse. No podía mirarla y no desear estar dentro de ella, no querer arrasarla, llegar a colmarla, hacer que gritara su nombre. La deseaba arrodillada ante él, quería que admitiera que le pertenecía a él y a nadie más, que admitiera que le deseaba… incluso que le necesitaba, que le proporcionara el placer último de su cuerpo.

MaryAnn no sabía exactamente qué había pasado. Él se había caído pero ella solamente le había gritado, asno arrogante. En cualquier caso, arrastrarse no figuraba en sus planes. Y pedir perdón no era exactamente su estilo. Parecía furioso, y peligroso, y en conjunto demasiado atractivo para su propio bien. Un hombre malcriado y arrogante, a quien obviamente todo el mundo había complacido en todo en la vida. Las mujeres debían haber hecho cualquier cosa que dijera, cuando lo ordenaba. Y debía haber dado muchas órdenes.

Se mordió el labio con fuerza para evitar decirle que se fuera al demonio, porque… MaryAnn extendió las manos hacia afuera de repente.

– Mira, soy tan culpable como tú. Tengo algo que decir en esto. -No iba a culparle sólo a él. Era una mujer adulta y creía en la responsabilidad, aunque nada de lo que le había sucedido desde que había entrado en la selva había sido normal-. Me tragué todo el asunto de la compañera porque estás… bien… muy bueno. ¿A qué mujer no le gustarías? -Y ella había alcanzado el punto de estar endemoniadamente segura de que nunca iba a experimentar un sexo ardiente-como-el-infierno, inolvidable, del que hace volar las almas con Manolito. Sin duda parecía un hombre que podría… y lo haría… proporcionarlo. Oh, sí, se declaraba culpable, pero ya podría olvidarse de todo eso de que se arrastrara pidiéndole perdón.

Manolito estudiaba la cara de su compañera, al mismo tiempo sondeando gentilmente su cerebro para hacerse una idea de cómo había sido su relación. Obviamente tormentosa. Y su nombre era MaryAnn. MaryAnn Delaney. Estaba confuso con los detalles, por ejemplo cuándo y dónde habían estado juntos por primera vez, pero conocía el sabor adictivo de ella. Sentía una acuciante necesidad de dominar, de oír sus suplicas sin aliento y ver sus ojos nublados de éxtasis.

Había vuelto a confirmar la unión de sus almas con el antiguo ritual porque su mente había insistido en eso. Pero era una mujer que necesitaba una mano dura. Desnudarla, tirarla sobre sus rodillas y darle a ese increíblemente hermoso trasero una lección era algo que tendría el placer de hacer. Y después la tendería y la saborearía, lamiendo cada gota de su crema femenina, memorizando cada deliciosa curva, descubriendo lo que la llevaba a la locura hasta que le suplicara perdón. Y después la llevaría una y otra vez al límite del placer, hasta que supiera realmente quien era su compañero.

Manolito dio un paso hacia ella y algo cruzó su cara, miedo tal vez. No quería que tuviera miedo de él, no de verdad, aunque un poco de saludable miedo podría brindarle algo de cooperación. Confusión seguro. Se detuvo cuando ella retrocedió alejándose de él y miró alrededor como si fuera a echarse a correr.

– Yo nunca haría daño a mi compañera, deberías saberlo. Más bien encontraría un castigo placentero, uno que pudiera asegurarme de que a última instancia gozarías.

MaryAnn frunció el ceño.

– Sea de lo que sea de lo que estás hablando ya puedes olvidarlo. Soy demasiado vieja para ser castigada. Mira, hemos cometido un error. Ambos. Vine aquí con la intención de aconsejar a la hermana de Juliette, y Riordan me dijo que tenías problemas. En realidad nunca nos han presentado. Nunca nos habíamos visto. Te vi en las Montañas de los Cárpatos en la fiesta de Navidad, justo antes de que te atacaran, y unas cuantas veces de lejos, pero nunca hemos sido presentados. No tengo habilidad psíquica. Soy un ser humano normal que aconseja a mujeres necesitadas.

Manolito sacudió la cabeza. ¿Podía ser eso cierto?

– Imposible. No eres una extraña para mí. Eres mi otra mitad. Mi alma reconoce a la tuya. Estamos sellados como uno. Tú me perteneces y yo a ti. -Empujó una mano impaciente a través del largo y sedoso cabello, y después se lo echó atrás para atarlo con una cinta de cuero que llevaba en su bolsillo.

Una risa maníaca se deslizó hasta el interior de su cabeza, haciendo que se diera la vuelta, explorando en toda dirección, su lenguaje corporal cambió a un ademán protector. Saltó la distancia que los separaba poniéndola detrás de él.

– ¿Qué pasa?

– ¿No oíste nada? -Sabía lo que había allí afuera. Los vampiros emergían lentamente de las sombras para mirarle fijamente con ojos despiadados y las fauces boquiabiertas, señalando con sus dedos huesudos y acusadores.

MaryAnn escuchaba pero sólo oía la molesta llamada de las cigarras y otros insectos. Quién sabía lo que decían tan ruidosamente. Sacudió la cabeza, sintiendo que el corazón se rompía por él.

– Cuéntame, Manolito. Pareces tan triste. No deberías estar triste nunca. -Quería que fuera feliz. Que volviera a estar furioso y ardiendo en vez de parecer tan perdido y solo.

Entonces él se dio vuelta, cogiéndola por los antebrazos y acercándola, bajando la mirada a su cara inocente y encontrando su mirada durante un largo e interminable minuto. Levantó una mano hasta su cara. La yema del pulgar se deslizó a lo largo de los pómulos, con pesar grabando en las profundas arrugas de sus ojos y boca.

– Acabo de encontrarte, MaryAnn, pero si tú no oyes la voces, significa que no estoy del todo cuerdo. No recuerdo cosas. No tengo idea de en quien confiar. Pensaba que tú… -Se interrumpió, gimiendo suavemente y cubriéndose la cara con las manos-. Es verdad entonces. Estoy perdiendo la cabeza.

– Soy humana, Manolito, no cárpato. No veo y oigo cosas que tú eres capaz de ver.

Manolito deseaba que fuera cierto, pero la tierra se ondulaba bajo sus pies y ella no veía la cara entre las hojas ni la perturbación del suelo que imitaba a una boca. Se quedó en pie muy quieto un momento antes de alzar la cabeza, mientras la lluvia caía firmemente.

– Debes dejarme. Regresa a donde te sientas más segura. Aléjate de mí. No sé porque creo que me perteneces, pero temo por mi cordura… y por tu seguridad. Vete ya, rápidamente, antes de que pierda mi resolución.

Porque no podía soportar la idea de que estuviera fuera de su vista. Hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto la necesitaba. Sus necesidades ya no importaban. Ella tenía que estar a salvo… incluso de él… especialmente de él.

Allí estaba… su libertad. Miró a su alrededor. La selva tropical era oscura y sombría, pero a causa del agua. Estaba por todos lados, formando grandes y pequeñas cascadas, encontrando nuevos caminos y convergiendo en arroyos amplios y precipitados. El agua se derramaba, implacable y constante, agregándose a las cascadas que se vertían de las rocas y el lodo. Estaba tan fuera de su elemento aquí, sin la más mínima idea de qué hacer.

Manolito parecía justo lo opuesto, aun si fuera verdad que estaba perdiendo la cabeza. Estaba cómodo en este mundo, confiado y poderoso, sus ojos una vez mas buscando alrededor, intentando evaluar el peligro para ellos… no… no era eso… intentando evaluar el peligro para ella.

Tomó un profundo aliento y deslizó su mano en la de él.

– Podemos resolver esto juntos. ¿Estas escuchando voces ahora?.

– Sí, una risa burlona. Y veo vampiros en la tierra, en los árboles, en los arbustos. Nos están rodeando.

MaryAnn cerró los ojos brevemente. Sencillamente genial. Y había estado preocupada por los jaguares. Los vampiros eran mucho peor. Extendiendo la mano libre, cerró los dedos alrededor del spray de pimienta.

– Vale. Muéstrame lo que ves. Puedes hacerlo, ¿verdad? Abrir tu mente a la mía.

La sintió moverse dentro de su mente, ya fundiéndose y estirándose, yendo a su encuentro. Parecía inconsciente para ella, pero la fusión había sido iniciada por ella. La mente femenina se deslizó fácil y subrepticiamente dentro de la suya. Sus dedos se cerraron alrededor de los suyos. Un temblor recorrió su cuerpo.

Los ves.

MaryAnn miró fijamente a las caras horribles que los rodeaban. No la sorprendía que Manolito no distinguiera entre realidad e ilusión. Los vampiros eran muy reales allí en su mente. Al menos creía que estaban en su mente.

– ¿Confías en mí? -preguntó.

– Con mi alma, -respondió él prontamente. Creía que era su compañera y no podría haber traición, ni mentiras entre ellos. Y si estaba equivocado, que así fuera, moriría protegiéndola.

– Sal de mi mente y yo conseguiré que salgamos de aquí. -Intento colocarse delante de él, agarrando con fuerza el frasco de spray de pimienta, preparada para la batalla con lo que fuera que se interpusiera en su camino, así podría mantenerle a salvo.

Él la cogió de la barbilla y la obligó a mirarle.

– Yo no soy el que mantiene la unión. Eres tú. No puedo liberarte, sólo tú puedes hacerlo.

Se acercó más a él como para protegerle.

– Yo no puedo estar sosteniendo la unión. No soy psíquica.

– Todo irá bien, ainaak enyem. Por siempre mía -tradujo-. No permitiré que te hagan daño mientras vivamos en lamti ból jüti, kinta, ja szelem.

– No hablo tu idioma. -Y fuera lo que fuera lo que había dicho no podía ser muy bueno. Sonaba demoníaco. Se preparó para la traducción.

– El significado literal es prado de noches, tinieblas y fantasmas. Parecemos estar parcialmente en nuestro mundo y en cierta medida en el inframundo. No estoy seguro cómo ha ocurrido o por qué, pero tenemos que encontrar la salida.

– Me temía que pudiera ser algo así. -Y tanto que no pertenecía a este mundo. Ni siquiera veía películas de miedo-. Bien, dime qué hacemos, porque ese horrible vampiro a nuestra izquierda se está acercando.

El mundo era gris. De un gris apagado y velado con hebras de niebla colgando como musgo, cubriendo las ramas de los árboles ennegrecidos. Y había insectos por todas partes. Grandes, volando alrededor de su cara y de cada pulgada de piel expuesta. Sacó el spray de insectos y los roció con una explosión del frasco. La mezcla salió del inyector como un extraño vapor verde grisáceo, flotando lentamente y espesándose mientras salía. Su sonido fue un silbido lento, como un animal, excesivamente ruidoso en la repentina quietud del mundo.

– No hacen ningún ruido, -murmuró a Manolito-. Los insectos. Hay tanto silencio aquí.

Inmediatamente las cabezas de los ghouls se giraron, ojos brillantes se posaron en ella. Registrando sorpresa. Los vampiros se miraron unos a otros, y después otra vez a ella. Un murmullo de júbilo se alzó y uno de los vampiros se acercó, su horrible boca se abrió de par en par exponiendo dientes manchados y afilados como navajas de afeitar.

– Encantados de tenerte entre nosotros, -siseó el vampiro, su apestoso aliento no llegó a la piel de MaryAnn-. Hace mucho tiempo desde mi última cena.

Un vapor se alzó alrededor de ellos, envolviéndoles en una espesa niebla. Manolito la arrastró a sus brazos, rodeándole con ellos la cabeza para evitar que viera a los monstruos mientras estos se acercaban, con ojos despiadados que miraban golosamente su cuello.

– Este sería un buen momento para volar -urgió MaryAnn.

– No puedo en este mundo. Estoy limitado por las leyes de la tierra de la niebla.

La tierra se movía y más caras miraban fijamente hacia ellos. El vampiro se acercó, cada movimiento laborioso. MaryAnn se tensó cuando un largo dedo huesudo la señaló, y la criatura encogió los dedos, llamándola. Un soplo asqueroso de aire tan frío como el hielo sopló hacia ella. Antes de que este tocara su rostro, Manolito giró, de forma que se estrelló contra su espalda, en vez de dejar que el vampiro le golpeara la cara con su respiración venenosa. A pesar de ello, MaryAnn sintió los afilados trozos de hielo perforar el cuerpo de Manolito, directos hacia ella.

– Al infierno con esto, -estalló MaryAnn-. Volaste antes. Pon tu culo en marcha y sácanos de aquí. -Le urgió hacia el aire. Ordenándoselo. Incluso cerró los brazos alrededor de su cuello, enterrado la cara contra su pecho y aplastando su cuerpo contra el de él.

Manolito podía tener que seguir los dictados del prado de las noches, pero evidentemente MaryAnn no. Estaba atrapado en el mundo de sombras, un habitante a medias, pero ella era mortal, caminando por un lugar al que no pertenecía, atraída y retenida por su alma compartida. Sólo tenía que desear irse sin él y quedaría libre, pero ella se negaba a considerarlo. Estaba empezando a conocer su mente y a comprender que su compañera tenía una espina dorsal de acero. Se encontró en el aire con ella, moviéndose rápidamente lejos de las caras que miraban hacia arriba, lejos del lamento y rechinar de mil dientes.

Encontró un pequeño refugio de rocas y bajó hasta posarlos en tierra, esperando que estuvieran a salvo, pero como no sabía nada del reino antinatural en que moraban parcialmente, se temía que ningún lugar fuera seguro. MaryAnn se aferraba a él, su cuerpo temblaba cuando sus pies tocaron la roca. Se deslizó hacia abajo por su cuerpo como si no tuviera huesos y se sentó, con las rodillas encogidas y meciéndose.

– Puedes abandonar este mundo, MaryAnn, -dijo gentilmente-. Sé que puedes.

– ¿Cómo?

Levantó la mirada hacia él y el corazón se le encogió dolorosamente en el pecho. Al parecer estaba a punto de llorar. Con las yemas de los dedos echó hacia atrás las hebras de cabello rizado, demorándose contra el cálido satén de su piel.

– Sólo tienes que tomar la decisión consciente de dejarme aquí. Condenarme por cualquiera que sea el mal que te haya hecho.

Ella pareció genuinamente desconcertada.

– ¿Qué mal me has hecho? -Agitó la mano-. Aparte de ser tan guapo y volverme un poco loca, no has hecho nada para herirme. Soy la responsable de que mis propias hormonas estén sobrexcitadas, no tú. No puedes evitar tener el aspecto que tienes.

Él se sentó a su lado, sus muslos tocando los de ella, y extendió una mano buscando la suya, llevándosela al pecho, sobre el corazón.

– Al menos te gusta mi aspecto. Es un comienzo.

Le lanzó una pequeña sonrisa traviesa.

– A todas las mujeres les gusta tu aspecto. No tienes problemas en ese aspecto.

– Así que es mi personalidad a lo que objetas.

Era difícil pensar en lo que objetaba exactamente cuando su pulgar se le deslizaba sobre el dorso de la mano en una caricia hipnótica y su muslo producía suficiente calor como para calentar a medio mundo. Sus dientes blancos eran deslumbrantes y su sonrisa tan sensual que el cuerpo se le sobrexcitó antes darse cuenta que se había encendido el motor. Parecía no costarle mucho estando a su alrededor. Debería resultarle embarazoso, pero en medio de la neblina del extraño mundo en el que se encontraba, esta potente química era lo menos que la preocupaba.

– Todavía vives en la edad oscura, tío, -dijo, acariciándole la rodilla, intentando sentirse como una tía sabia. En cambio su corazón se estaba disparando, su estómago se agitaba, y en todo lo que podía pensar era en presionar su boca contra la de él para ver si volvían a estallar cohetes. Porque estaba segura de no querer pensar en estar sola cuando saliera el sol, y él iba a sacar el tema en cualquier momento.

Manolito se llevó su mano a la boca y mordisqueo sus dedos, los dientes enviaron pequeñas descargas a través de su sangre.

– ¿Edad oscura? Yo creía que me había adaptado a este siglo bastante bien.

Se rió, no pudo evitarlo cuando sonó tan sorprendido.

– Supongo que para ser alguien tan anciano como tú, te has adaptado. -Y tal vez era cierto. Había nacido en una raza y un tiempo en el que los hombres protegían y dominaban a las mujeres. Vivía en un país donde se conservaban las mismas normas sociales. Por supuesto que sentiría que tenía derecho a ella si creía que era su compañera.

Marido. Saboreó la palabra, consciente de cada respiración que recorría los pulmones de Manolito. Era demasiado guapo para ella, demasiado salvaje y muy, muy dominante, pero podía soñar y fantasear. No podía imaginar lo que sería pertenecer realmente a este hombre, no como Destiny pertenecía a Nicolae. Pero él seguía mirándola con esos negros, negros ojos llenos de tan crudo deseo, que podría olvidarse sin más de todas sus dudas e intentar una gloriosa noche con él.

– Sólo sé lo que es correcto para mi mujer, como protegerla a la vez que complacerla, y ella debería tener suficiente fe en que me ocuparé de sus necesidades al igual que de cada placer que ella… o yo… pueda imaginar.

Sus dientes le mordisqueaban la sensible yema de los dedos. No debería haber sido erótico, pero lo era. Él hacía que todo sonara así, incluso su ridícula sugerencia de castigo. Era la aterciopelada aspereza de su voz, la forma en que podía hacer que se deslizara sobre su piel como una caricia. Si cualquier otro hablara de esa manera, se hubiera reído, si no en voz alta, al menos para sí misma, pero con Manolito se sentía tentada a poner en práctica algunas de sus más escandalosas fantasías

– Estoy leyendo tu mente -dijo él suavemente- y tenemos que concentrarnos en como salir de aquí.

– Bueno, solo son fantasías. -No se iba a ruborizar. Ser desnudada y atormentada hasta suplicar era francamente sexy, aunque la realidad podría no ser igual que la imaginación.

– Puedo prometerte que disfrutaras cada momento conmigo, -le aseguró él, mordiéndole ligeramente el dedo antes de succionarlo al calor de su boca.

Su lengua jugueteó y danzó hasta que ella deseó gritar su rendición. Y sólo le estaba besando los dedos. Se abanicó la cara. Tal vez subestimaba la realidad después de todo.

– ¿Reconsiderarías los términos? ¿Cómo no andar dándome órdenes? Podría acceder a esforzarme en ser aventurera.

– Para ser aventurera, tienes que estar dispuesta a entregarte a mi cuidado, -contrarrestó él.

Allí esta otra vez, esa lenta y sexy sonrisa que quemaba a través de su piel y encontraba los salvajes deseos ocultos que no debería estar considerando con un hombre que la estaba empujando a la absoluta y completa rendición.

– Tentador. Pero no. No soy del tipo de mujer que entregaría su vida a un completo desconocido.

La barbilla de él se frotó contra el dorso de su mano. Los pechos le dolían, como si su sombreada mandíbula le hubiera rozado la suave piel de allí.

– Pero entregarse en la cama no es lo mismo como entregarse fuera de ella.

– ¿Eso es una opción contigo?

– No hay opción. Es la única opción que hay. Eres mi compañera. Encontraremos la forma porque así es como funcionan los compañeros. -La sonrisa decayó en su cara. Le besó los nudillos y se llevó su mano una vez más al corazón-. No puedes quedarte aquí conmigo, MaryAnn; es demasiado peligroso. No puedo diferenciar qué es real y qué ilusión, y con nuestros cuerpos en un mundo y nuestros espíritus en otro somos vulnerables en ambos lugares.

– No sé como marcharme, y no se si podría. No sin ti. ¿No puedo perdonarte por cualquier cosa que puedas haberme hecho? -Miró alrededor hacia el gris apagado de aquel mundo. Parecían estar en la selva tropical, pero sin los vibrantes colores y los sonidos. El agua surgía de entre las rocas y bajaba la cuesta, pero en vez de correr clara o blanca, corría en oscuros arroyos.

– No creo que sea tan sencillo. Primero tengo que averiguar como he llegado a este lugar de fantasmas y sombras.

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