Capítulo 7

Manolito evitó los tentáculos que buscaban, mientras estudiaba el bulbo fibroso. Su cuerpo estaba en la selva con MaryAnn. Él era inteligente; podría solucionarlo. Si estaba atrapado en el mundo de los espíritus, tal como estaba seguro ahora, sólo un espíritu podría residir en este lugar. Su cuerpo no estaba aquí, así que el ataque era simplemente una distracción. Esto debía tener que ver con MaryAnn. Ella no sólo había traído hasta aquí su espíritu, sino también su calor y vitalidad. Los vampiros habían sentido la sangre caliente y la luz en su alma. Tenía que conducir el ataque lejos de ella, solo por si acaso sin querer volvía a adentrarse en el mundo de sombras donde él estaba atrapado.

Se alejó de ella despacio. Las vagas figuras que le atraían, que le acusaban y querían enjuiciarlo, no parecían ser capaces de ver a través del velo hasta el mundo de los vivos. Quizás si podía alejarse lo suficiente como para que no pudieran sentirla, ella estaría a salvo. Podía dejar un rastro falso y regresar y escoltarla a la seguridad antes del alba. No debería haber sido capaz de sentir la sensación, pero cuanto más se alejaba de MaryAnn, más frío sentía.

– Unámonos. Compártela. Ella ya te ha condenado a media vida.

La voz brilló tenuemente en el aire, suave y persuasiva, volviéndose más fuerte cuanto más se alejaba de MaryAnn.

– Tu lugar siempre ha estado entre nosotros, no con los corderos, siguiendo al mentiroso.

Maxim Malinov, muerto en la batalla en las Montañas de los Cárpatos, asesinado por el propio príncipe, salió de entre las sombras y se aproximó a Manolito.

– ¿Por qué ibas a dar tu vida por el príncipe cuándo él no se preocupa en absoluto por ti o los tuyos? Sabe que estás en el prado de las nieblas, sin embargo ¿vigila a tu compañera? ¿Protege tu cuerpo mientras vagas por este mundo? Es egoísta y piensa sólo en sí mismo, no en su gente.

Manolito contuvo el aliento. Había pasado mucho tiempo desde que había visto a su amigo de la niñez. Parecía joven y fuerte, apuesto como siempre, con inteligencia brillando en sus ojos. Habían crecido juntos, habían disfrutado de debates y concienzudas discusiones por las noches, hablando de lo que creían mejor para su gente. Seguir a Mikhail, el actual príncipe reinante, no había sido lo que ninguno de ellos consideraba mejor idea.

– Nos equivocamos, Maxim. Mikhail ha apartado a nuestra gente del borde de la extinción. Los cárpatos empiezan a ser poderosos otra vez, pero lo que es más importante, nos hemos convertido en una sociedad llena de esperanza en vez de desesperación.

Otra planta estalló a través de la superficie, largas hiedras se extendieron como brazos hacia él. Saltó al árbol más cercano, más por reflejo que por necesidad. Pudo sentir el penetrante frío cuando una lluvia de lanzas de hielo empezó a caer, pero las heridas punzantes de las puñaladas que le atravesaban no eran más auténticas que la misma planta. Se concedió un momento para forzar a su mente a aceptar que se trataba de una ilusión. La planta se deslizó bajo el suelo, pero el hielo punzante siguió cayendo.

Cuando saltó al suelo otra vez, Maxim sacudió la cabeza.

– En los viejos tiempos no te habrías conformado con mirar un pedazo tan pequeño de la imagen real. Nos ocultamos de la gente que debería servirnos. Nos ocultamos con miedo, cuando son ellos los que deberían temblar ante nosotros.

– ¿Y por qué deberían temblar, Maxim?

– No son nada más que ganado.

– Por eso tú no nos lideras y yo no te seguiría si lo hicieras. Son gente con esperanzas y sueños. Gente buena y trabajadora que lucha cada día para hacer todo lo posible por sus familias. No son diferentes a nosotros.

Maxim resopló con sorna.

– Te han hecho un lavado de cerebro. Has tomado a una humana por compañera y ya ha corrompido tu capacidad de juzgar. Somos nobles, la mejor raza, los merecedores de esta tierra. Podríamos gobernar, Manolito. Nuestro plan era acertado. Tarde o temprano dominaremos y los humanos se inclinarán ante nosotros-. Su sonrisa era totalmente malvada, llamas rojas brillaban en sus ojos con fervor maníaco.

Manolito negó con la cabeza.

– No los quiero inclinados ante nosotros. Como todas las especies, muchos de ellos se han mezclado con nuestros antepasados. Es más que problable que cárpatos, magos, hombres-jaguar e incluso hombreslobo se hayan integrado en la sociedad humana.

Las llamas rojas flamearon y el vampiro siseó su incredulidad.

– Los hombres-jaguar han corrompido su linaje, es cierto. Desecharon su herencia y su grandeza porque rechazaron cuidar de sus mujeres y niños. Merecen ser barridos de la tierra. fuiste quien lo dijo. Tú y Zacarías.

Manolito se mantuvo inmóvil cuando otro gran pedazo de hielo le atravesó el hombro. La sensación fue feroz y nauseabunda, pero desapareció cuando rechazó darle crédito.

– Era joven y estúpido, Maxim. Y me equivoqué. Todos nosotros lo hicimos.

– No, teníamos razón.

– Los hombres-jaguar cometieron errores, y esos errores tuvieron un coste, pero ellos no son cárpatos y sus necesidades son diferentes a las nuestras. Decidiste no esperar a tu compañera, Maxim. Al hacerlo, has perdido toda posibilidad de tener una esposa e hijos y ayudar a crear una sociedad duradera. Ya viste el poder del linaje del príncipe. Él es la vasija para toda nuestra gente.

– Su poder es falso, un engaño. Mira la cicatriz de tu garganta, Manolito. ¿Cuántas veces estás dispuesto a morir por él? Has sacrificado la vida dos veces por él y una vez por la compañera de su hermano. Estás aquí, en este mundo de sombras, para ser juzgado por tus actos "oscuros". ¿Qué actos oscuros? Viviste con honor y serviste a tu gente, aún así estás aquí-. La voz se volvió fantasmagóricamente hermosa, llena de verdad y entusiasmo hipnotizante-. Todas las antiguas razas son mitos ahora, olvidados por el mundo. La raza del jaguar, una vez poderosa, se encuentra ahora sólo en los libros. Se cubren a sí mismos de vergüenza. Tratan brutalmente a sus mujeres. ¿Quieres que le ocurra lo mismo a nuestra especie?

– Si realmente crees lo que dices, Maxim, deberías escoger otro camino. ¿Por qué convertirte en vampiro? ¿Por qué asesinar por poder? ¿Por qué no reunir tu ejército y marchar contra Mikhail abiertamente?

– No era ese el plan.

– Convertirse en no-muertos no era parte del plan tampoco. Nuestras familias vivieron con honor, Maxim. Cazamos al vampiro, no lo abrazamos.

Maxim le ignoró.

– Mis hermanos y yo estudiamos como hacerlo. Si nos acercaramos al príncipe directamente, seríamos derrotados. Sabes que la mayoría de los cárpatos creen en las viejas costumbres. Son ganado.

Manolito curvó los labios.

– Humanos y jaguares son ganado para ti. Ahora los cárpatos. Desde luego te has elevado en tu propia estima. Te contradices repetidamente.

Maxim cruzó los brazos.

– Intentas enfurecerme, Manolito, pero no puedes. Una vez fuiste un gran cárpato, de una familia poderosa, pero has entregado tu lealtad a la persona equivocada. Deberías haberte unido a nosotros. Todavía puedes hacerlo. Ya estás perdido para el otro mundo.

Por primera vez el pulso de Manolito se aceleró en respuesta a la lógica retorcida del vampiro. Los vampiros eran engañosos, pero a menudo entretejían verdad en su discurso. ¿Qué le había hecho a su compañera? ¿Por qué no podía recordar su crimen? MaryAnn no parecía enfadada con él. De hecho le había protegido, o al menos lo había intentado.

Pensar en su compañera le caldeó, expulsando los fragmentos de hielo que habían perforado su cuerpo y habían congelado su sangre. Parpadeó y se miró las manos. Habían sido casi transparentes, pero ahora una sombra más profunda crecía, como si su cuerpo recuperara la sustancia y la forma.

– Veo que hay peligro aquí después de todo -dijo. -Maxim, siempre fuiste astuto, pero nunca creíste en las compañeras o siquiera en el concepto de ellas. Te equivocaste entonces, y más aún ahora. No estoy perdido mientras tenga a mi compañera.

– ¿Y qué crees que hace tu compañera ahora, mientras moras en el mundo de las sombras? ¿Crees que vive sin el contacto de un hombre? Ansia al hombre-jaguar y yacerá con él.

Manolito sintió un nudo retorcerse en su vientre. No sabía que los celos fueran una cosa tan oscura y fea hasta que encontró a su compañera.

– No me traicionará. Retiene la otra mitad de mi alma. No puedes atraerme totalmente a este mundo, porque ella siempre me anclará al otro.

Esta vez Maxim gruñó, sus ojos brillaron con ferocidad, sus dientes se afilaron mientras siseaba su disgusto.

– Realmente retiene la otra mitad de tu alma. Sólo tenemos que conseguirla y nos pertenecerás. Eres un traidor, Manolito, a nuestra familia, a nuestra causa. El plan fue idea tuya, tuya y de Zacarías, pero en la primera prueba nos fallaste.

– Acordamos, en esa infantil y estúpida conversación, apoderarnos y gobernar el mundo. Tus hermanos, mis hermanos, dijimos muchas cosas ridículas que han tomado forma y se han convertido en un camino de destrucción para demasiadas especies. Hay compañeras que nos esperan entre los humanos, Maxim. Piensa más allá de tu odio y comprende que los humanos son la salvación de nuestra gente.

– Sangre mezclada -se mofó Maxim-. ¿Esa es tu salvación?

Manolito suspiró con pesar. Recordaba a Maxim como a un amigo; más que un amigo, como a un querido hermano, y ahora estaba perdido más allá de cualquier salvación.

– Tengo mis emociones, Maxim, honor y un futuro. Tú tienes muerte y desgracia y nada que te sustente en la otra vida. Responderé de buen grado por cualquier error que haya cometido, pero no te ayudaré a perjudicar a nuestro príncipe. Aparte de mi propio honor, nunca deshonraría a mi compañera convirtiéndome en traidor a nuestra gente.

– La mataremos. Tu preciosa compañera. No sólo la mataremos, seremos brutales. Sufrirá mucho antes de que le demos muerte. Ese es el error que has cometido con tu compañera. Ya la has traicionado al entregar su vida por la de tu príncipe.

El miedo casi le aturdió. El terror a lo que un monstruo podría hacer a MaryAnn. Ella era luz y compasión, y nunca entendería lo que algo tan malvado y horrible como Maxim podría hacerle. El aliento abandonó sus pulmones en una larga ráfaga de miedo, de pánico. Nunca antes había conocido el pánico, pero este casi le consumió ante la idea de MaryAnn en manos de sus enemigos.

¿Había caído en una trampa después de todo? ¿Maxim lo había apartado de MaryAnn para que uno de sus hermanos pudiera matarla? Estaba sola en la selva. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿El tiempo era el mismo en el reino de sombras? ¿Era posible para alguien rasgar el velo y ayudar a tramar un asesinato, o Maxim estaba incitando deliberadamente su miedo? El miedo conducía a errores. Y los errores conducían a la muerte. Simplemente no aceptaría la muerte de su compañera.

Manolito mantuvo sus rasgos inexpresivos, su mirada fija llena de desprecio.

– No importa lo que hagas, Maxim, no prevalecerás. El mal no triunfará sobre esta tierra, no mientras viva un solo cazador. – Se disolvió en niebla y corrió por entre los torturados y retorcidos árboles.

Una vez fuera de la vista de Maxim, se lanzó a través del aire, volviendo al lugar donde había dejado a MaryAnn. Podía sentir la sangre palpitar en sus sienes y tronar en sus oídos mientras cambiaba de forma justo antes de golpear el suelo. No estaba. El tiempo se detuvo. Su corazón se saltó un latido. La bestia en su interior rugió e intentó liberarse. Los dientes se alargaron y afilaron en su boca y sus uñas se convirtieron en garras afiladas como navajas.

Te traiciona con el hombre gato. Las voces llenaron su cabeza. La cólera y los celos empujaban la razón a un lado.

Manolito levantó la cabeza y olió el aire. Su mujer había estado allí y no había estado sola. Conocía aquel olor. Había tomado la sangre del jaguar.

Yace bajo él, gimiendo, retorciéndose y gritando su nombre. Su nombre. No el tuyo. Él te la ha robado y ella sólo piensa en su tacto.

Un gruñido transformó su boca en una línea cruel y sus ojos brillaron amenazantes. Estudió los rastros, vio la serpiente muerta y el patrón de huellas. Luiz se había acercado a ella en la forma de jaguar, pero había cambiado a su forma humana. Eso significaba que había estado desnudo frente a MaryAnn. La furia casi lo cegó. Debería haber matado ese demonio traidor cuando tuvo oportunidad. Los hombres-jaguar eran famosos por sus correrías con las mujeres.

Luiz había movido un dedo y ella le había seguido, como una marioneta hipnotizada. Tanto los jaguares masculinos como los femeninos eran seres muy sexuales. MaryAnn aseguraba no ser jaguar, pero si una pequeña cantidad de su sangre le corriera por las venas, ¿la presencia de Luiz la activaría? Podría entrar en celo, y entonces necesitaría un hombre para atenderla.

Se ha marchado con él, necesitándole para que le de un hijo. Derramará su semilla en ella. La llenará. La tomará una y otra vez hasta asegurarse de que está embarazada.

Permitió que un rugido de cólera escapara en su mente. La idea de otro hombre tocando su suave piel enfurecía a la bestia. Nadie tocaría a su mujer y viviría para contarlo. Nadie la apartaría de él. Luiz iba tras MaryAnn o por motivos personales, o había sido enviado por el vampiro para matarla. De cualquier modo, el hombre-jaguar estaba muerto.

Mátalo. Mátala.

Manolito negó con la cabeza. Aunque MaryAnn le hubiera traicionado con otro, nunca podía hacerle daño.

Se movió rápido, precipitándose por la selva, evitando golpearse con los árboles por escasas pulgadas. Si Luiz se atrevía a tocarla, a dañarle un solo cabello, lo despedazaría miembro a miembro. Los encontró, MaryAnn en el suelo, con lágrimas rodando por sus mejillas, Luiz de pie frente a ella. Estaba despeinada, enfadada y asustada, tanto que le dolió, su corazón se encogió al ver su angustia. Aumentó la velocidad, su cuerpo se difuminó, surgiendo de entre los arbustos cuando Luiz se volvía.

Manolito golpeó al hombre-jaguar con fuerza, haciéndole retroceder, luego lo levantó, golpeándole con tanta fuerza contra el suelo que abrió una hendidura en la blanda tierra. En alguna parte en la distancia, oyó el grito de MaryAnn. Machacó la cara de Luiz, sin darle tiempo para cambiar a su forma felina. Su brazo retrocedió, y dirigió el puño hacia la caja torácica para penetrar y arrancar el negro corazón del monstruo.

– Alto. -MaryAnn gritó la orden. De nuevo, con una sorprendente furia silenciosa envió a Manolito volando hacia atrás por el aire. ¡He dicho alto!

Se encontró tendido en el suelo, con los oídos zumbando por la fuerza de la orden psíquica. Ella le había lanzado hacia atrás, lejos del hombre-jaguar, que permanecía inmóvil en el barro. El golpe telepático había sido más duro que cualquier golpe físico que hubiera recibido nunca. La miró parpadeando, la furia mezclada con admiración.

– ¿Estás loco? -exigió MaryAnn, erguida frente a él, con las manos en las caderas, expresión furiosa y sus ojos brillaban peligrosamente.

La deseaba. Fue todo lo que pudo pensar en aquella fracción de segundo. Deseaba toda esa pasión y furia bajo él, luchando con él, rindiéndose a él. Era asombrosa, con sus exuberantes curvas y su cara increíble. Normalmente parecía tranquila en el exterior, presentaba una imagen elegante, pero en su interior era toda furia y garras, tan salvaje como su entorno.

Se levantó despacio, con los ojos fijos en ella, enfocados y sin parpadear. Sin decir nada, la acechó a través del accidentado terreno. Ella tuvo la sensatez de retroceder un par de pasos, cautela y desafío se mezclaban con su furia. Se acercó mucho a ella, forzándola a alzar la vista hacia él a través de sus largas pestañas. Una mano agarró la espesa melena, inclinando su cabeza hacia atrás, mientras la otra la cogía por las caderas y la conducía más cerca de él, aplastando los pechos contra su amplio pecho.

Ella abrió la boca para protestar y él tomó posesión de la misma. El beso fue rudo, los restos de su miedo y furia todavía le dominaban. Introdujo la lengua profundamente, deslizándose en el interior de su boca y tomando el control, utilizando la naturaleza apasionada de ella en su contra. Ella había logrado lo que ningún hombre había conseguido nunca, le había noqueado con un pensamiento. Un pensamiento.

El deseo ardió en él, profundo y caliente. La lujuria se elevó punzante, consumiéndole con el deseo de dominarla, de darle tanto placer que nunca pensara en abandonarlo, que nunca pensara en negarle nada. Le mordió suavemente el labio inferior, lo cogió entre los dientes y tiró, lamió su pulso y dejó un reguero de besos por su cuello. Ella inspiró, un sonido ronco de deseo que provocó en su cuerpo un dolor fuerte y agudo. Un torrente de sangre caliente lo llenó y cerró los ojos para absorber mejor la sensación y la textura de ella. Suave y flexible, moviéndose contra él como la seda. Llenando cada rincón vacío de su corazón y su alma. La besó otra vez, un milagro llamado mujer.

Su calor y su olor la rodearon. Su erección caliente y gruesa presionaba contra su estómago. Sus labios eran firmes y calientes, su beso brusco y excitante. Siempre había imaginado que el sexo con el hombre de sus sueños sería tierno y lento, pero la ardiente pasión llameaba caliente y ávida en su interior, excitación mezclada con temor. El corazón le latía ruidoso y con fuerza, rabiando contra el pecho de él. Sus músculos se contraían y tensaban. Su cuerpo se convirtió en calor líquido y ardiente.

Sufría por él. La necesidad era tan fuerte la hizo deslizar la mano bajo la camisa para tocar su piel desnuda, sentir su corazón palpitando. Su corazón encontró el ritmo del de él. La sangre corrió, palpitó y llamas diminutas lamieron su piel.

Él la apartó, mirándola con sus centelleantes ojos negros.

– No vuelvas a interferir.

Le miró parpadeando, sorprendida por la facilidad con que la controlaba.

– Maldito seas por esto. -Se limpió la boca, tratando de borrar el desesperado y doloroso deseo, la marca que le había dejado, pero el sabor y el tacto de él permanecieron. Se apartó, dándole una palmada cuando tropezó y él la estabilizó-. Le debes una disculpa a este hombre. Una enorme disculpa. Me salvó la vida dos veces y seguro que no merece ser molido a golpes por escoltarme de vuelta a la casa.

La asombró poder hablar. Su cuerpo ardía hacia afuera. Le miró de soslayo. Sus ojos estaban entrecerrados, oscuros por el hambre y la excitación. Parecía totalmente un depredador. Peligroso y hambriento del sabor y el tacto de ella.

– ¿Yo? -Volvió la mirada a donde Luiz comenzaba a sentarse-. Él sabía que me pertenecías.

– No pertenezco a nadie más que a mí. Y me salvó la vida. Tú no estabas aquí para jugar al héroe. -Se horrorizó ante la acusación de su voz.

La mirada de él se suavizó.

– Tuviste miedo sin mí.

Había tenido miedo por él, y eso lo hacía peor. Tragó con fuerza y extendió las manos.

– Mira. Estoy acostumbrada a una semblanza de control en mi vida. No sé lo que hago aquí. No sé qué pasa. Siento cosas que nunca antes había sentido.

Era dependiente cuando nunca lo había sido. Necesitaba tiempo para pensar, simplemente estar tranquila, aunque no podía soportar la idea de estar lejos de él. Y eso era lo más aterrador, porque no era mujer de renunciar a su independencia.

Manolito contuvo las palabras que ardían por ser dichas. Realmente le pertenecía como él a ella. Pero la confusión y el cansancio en su cara le ablandaron el corazón. Estaba allí de pie, con aspecto suave y deseable y creyendo ser dura, y todo lo que él quería hacer era abrazarla y consolarla.

En cambio, atravesó el terreno y se agachó para poner a Luiz en pie de un tirón. El hombre se balanceó irregularmente y se las arregló para dirigirle una media sonrisa.

– Tienes un buen gancho.

– Tienes suerte de que no te matara.

Luiz asintió.

– Si, lo he captado. -Miró más allá de Manolito hacia MaryAnn-. ¿Estás bien?

Una advertencia suave retumbó en la garganta de Manolito.

– No es necesario preguntar por su estado estando yo aquí.

– Yo creo que si -dijo Luiz.

– Es porque tiene modales -dijo MaryAnn bruscamente-. Muchas gracias por tu ayuda, Luiz. Sobre todo por salvarme la vida. -Se dio la vuelta y se alejó. El cavernícola podía seguirla o no, ya que estaba lo bastante cerca de la casa para reconocer el rastro de Jeep. Podía seguirlo.

Manolito se encogió de hombros cuando la ceja de Luiz se alzó.

– Es muy buena regañándome. -Por un momento, la diversión brilló en sus ojos.

– Tengo el presentimiento de que necesitará serlo -dijo Luiz, frotándose la mandíbula-. Es asombrosa.

La cara de Manolito se oscureció, desvanecido el breve destello de humor.

– No tienes que encontrarla asombrosa. Y mantén los pantalones puestos, jaguar.

La sonrisa de Luiz se ensanchó.

– Las mujeres no pueden menos que quedar impresionadas.

– Dudo que siente bien que a uno le arranquen el corazón del pecho, pero si quieres puedo arreglarlo para que lo averigües.

Luiz se rió de él.

– Puede que sea ella la que te arranque el corazón a ti, cárpato. Ten cuidado.

Manolito bajó la mirada a la sombra velada de su mano. Estaba todavía en ambos mundos, pero veía mucho más claramente y su forma era más sustancial de lo que había sido. Luiz no lo había notado, y la gente jaguar no sólo era observadora, además podía descifrar cosas en la selva que otros no podían. Y divisaban a otro de su raza al instante…

Alcanzó a MaryAnn.

– No te ha reconocido como jaguar y si tuvieras aunque sólo fuera un pequeño rastro de su sangre, él lo sabría.

Los oscuros ojos de ella eran tempestuosos. Aún no le había perdonado. Profundamente en su interior, la lujuria desnudó sus garras y le arañó con dureza.

– No soy jaguar, Ya te lo dije.

Él se quedó atrás para echarle una buena mirada a su trasero revestido tan ajustadamente por los vaqueros. El corazón casi se le detuvo. Esta mujer estaba constituída como una mujer debería estarlo, toda curvas y tentación.

– Basta, -siseó ella y le lanzó otra provocativa mirada sobre el hombro. -Estoy muy enfadada contigo ahora mismo, nada de lo que haces es encantador.

Porque sabía que no se trataba de su falta de modales o su arrogante y ridículo comportamiento, se trataba de su propio comportamiento. Le gustara o no, ella era diferente. Le gustara o no… lo admitiera o no… ardía y sufría por este hombre, sólo por este hombre, porque la tocara, por tenerlo en su interior. Sus desagradables maneras dominantes deberían provocarle rechazo, pero en cambio lo encontraba fascinante, incluso hipnotizante. Y no debería ser aceptable.

– No puedo evitar encontrarte atractiva -protestó Manolito. -Mirarte pone ideas en mi cabeza. Estaría más que contento de compartirlas contigo.

– No lo hagas. El sexo no es lo mismo que el amor, Manolito, y las parejas, maridos y esposas y compañeras, se supone, están enamorados. Así es como funciona.

– Aprenderás a amarme -respondió él, la confianza impresa en su tan hermosa cara-. Llegará con el tiempo.

– No cuentes con ello -murmuró, recorriendo con paso firme la senda sobre sus inseguros tacones. Sí. Porque así era todo con él. Se suponía que ella aprendería a amarle. Así funcionaban las cosas en su mundo, pero no en el de ella. Cuando tuviera apasionado y crudo sexo con este hombre, quería que fuera él quien la amara a ella.

Estaba a mitad de camino de la puerta cuando realmente se fijó en el impresionante palacio al que él y sus hermanos llamaban casa de veraneo. Un retiro. Sí. ¿Quién se retiraba a un lugar del tamaño de un edificio de apartamentos? Se detuvo bruscamente en la puerta. Era un insólito palacio. Suspiró y se frotó las sienes. Señor, necesitaba estar en casa, de vuelta al mundo real.

Manolito la adelantó para abrir los sólidos batientes de la puerta y le hizo un gesto para que entrara.

– Por favor entra en mi casa.

MaryAnn tomó un profundo aliento y dio un paso atrás, negando con la cabeza. Nadie, pero nadie, vivía así. Permaneció en medio de la enorme puerta doble, mirando fijamente el brillante mármol del recibidor. Había olvidado como era la casa, o tal vez no lo había notado al llegar la primera vez porque había estado demasiado afligida. Situado en medio de ninguna parte, parecía un palacio de tiempos pasados.

No pondré un pie sobre este suelo -dijo, alejándose de la puerta. Y tenía buenos zapatos, además, zapatos adecuados para andar por un suelo así. Magníficos zapatos. -Bueno, los usaría. Sus hermosas botas estaban arruinadas y fangosas, el tacón izquierdo flojo y tambaleante. No iba a arriesgarse a rayar el brillante suelo de mármol que se extendía durante millas. Su casa entera de Seattle podría caber en el recibidor.

Tras ella, Manolito presionó una mano en su cintura y le dio un pequeño empujón hacia adelante.

– Entra.

Vale, lo de empujar no funcionaba con ella mucho más que su inclinación a emitir órdenes. Además de subrayar el hecho de que era el mayor imbécil sobre la faz del planeta, cada vez que sus dedos la rozaban, cada nervio de su sistema simplemente se tensaba. Su cuerpo se negaba a escuchar a su cerebro que gritaba la alerta "macho idiota".

Incluso aunque no pudiera detener el temblor de excitación y el lento ardor que se extendía por sus venas como una droga cada vez que la tocaba, él no se iba a escaquear dando órdenes a su alrededor como obviamente pensaba que podría.

– Sé que no acabas de empujarme -dijo bruscamente, sacudiendo su larga y gruesa trenza, mientras lo miraba airadamente sobre el hombro.

Fue un error mirarte. Su mirada fija ardía sobre ella… en ella. Nadie tenía unos ojos así o una boca tan pecaminosamente sensual… o una casa como ésta. Ella no vivía en la opulencia y la decadencia. No estaba impresionada ni cómoda con ello. Y ciertamente no lo estaba con los hombres ardientes y arrogantes que daban órdenes con tanta naturalidad como otra gente respira.

– Fue una gentil ayuda para que pasaras a mi casa, ya que parecías tener problemas para entrar.

La voz se deslizó bajo su piel y llenó cada hueco vacío dentro de ella. El profundo y áspero tono la envolvió en terciopelo y pareció acariciarla. La tentó con el oscuro atractivo del puro sexo.

– No voy a entrar ahí. Debes tener otra casa. Una más pequeña. Algo más. -Porque pensaba abandonarla… otra vez. La había dejado ardiente y preocupada, le había dado órdenes, se había comportado como un idiota, la había traído a este… este… palacio e iba a dejarla tirada. Podía leerlo en su cara. Que se jodiera. No entraría. Quedarse sola en medio de la selva en una isla, palacio o no palacio, no era algo que fuera a pasar otra vez.

Retrocedió empujando contra la mano de Manolito. Tal vez si encontraba a Luiz otra vez, él podría ayudarla a localizar la pista de aterrizaje y podría engatusar al piloto para que la devolviera a la civilización. A condición de que hubiera un piloto. Y un avión. Aún no sabía como, pero Luiz podría.

Un parpadeo de furia floreció en los negros ojos de Manolito, y la agarró y se la lanzó sobre el hombro, entrando de una zancada al frescor de la casa, más allá de la entrada y las amplias escaleras dobles y hacia una enorme habitación de mármol y cristal.

La conmoción la sumió en el silencio, y después pura cólera corrió por sus venas. MaryAnn, que nunca recurría a la violencia, que no creía en la violencia, que en realidad abogaba contra la violencia, deseó golpear a este hombre hasta reducirlo a una mancha sanguinolienta en el suelo.

Era absolutamente humillante ser transportada sobre su hombro, con los brazos y piernas colgando como espaguetsi. Golpeó su amplia espalda sólo para enfurecerse más cuando él ni siquiera se sobresaltó.

– Bájame, ahora mismo -siseó, aferrándo la espalda de su camisa-. Lo digo en serio, Manolito. Si alguien me ve así, me voy a enfadar mucho-. El idea era completamente mortificante.

– No hay nadie en la casa -le aseguró él, disgustado por la angustia de su voz. La furia era una cosa, pero no la angustia-. Riordan y Juliette deben estar con su hermana y su prima en la selva. Y ya que me lo pides tan amablemente. -Manolito la depositó en el suelo y se apartó con un suave y fluido movimiento por si acaso ella le golpeaba.

MaryAnn se enderezó la chaqueta y la blusa con gran dignidad.

– ¿Esta demostración de machismo era realmente necesaria? -dijo destilando sarcasmo. Si no podía golpearlo como merecía, podía derribarlo con palabras. Era muy buena en el cruce de espadas verbales.

Manolito la miró de abajo arriba hasta su cara furiosa. Era tan dolorosamente hermosa con su perfecta piel color café, tan suave que se encontraba acariciándola siempre que tenía posibilidad. Suya. Saboreó la palabra. La dejó profundizar en su mente. Le pertenecía. Había sido hecha para él. Era solo suya, y la tendría para siempre.

Ella le había devuelto el color y las emociones después de cientos de años. Y no tenía ni idea de lo que representaba para él. Estaba allí de pie frente a él, una pequeña fiera de mujer con sus brillantes rizos negros y sus ojos color chocolate, inocentes y vulnerables. El deseo avanzó lentamente por su cuerpo con garras salvajes, despiadadas y peligrosas, pero algo más se arrastraba hasta su corazón. Algo suave y apacible, cuando hacía mucho tiempo que había olvidado la ternura.

– Me pareció un modo expeditivo de salir del sol del amanecer.

– ¿Seguro que tu madre no te enseñó nada sobre modales, verdad? -Intentó mantener su enfado, pero era casi imposible cuando él la miraba de eso modo tan extraño… como si ella fuera… todo. Y el miedo estaba empezando a invadirla, la necesidad de gritar, porque podía sentir la resolución de marchar en su mente, de acudir a la tierra. No podía ir con él, y eso quería decir que se quedaría sola.

Él dio un paso hacia ella, obviamente leyendo su aflicción.

MaryAnn levantó una mano para detenerlo, porque si la tocaba, no sabía como reaccionaría. Nunca, nunca había considerado entregar su cuerpo a un hombre y permitirle hacer lo que quisiera con él, pero Manolito podía hacer fácilmente que lo deseara. Podía hacerla desear cosas que nunca había soñado, y eso la asustaba casi tanto como la idea de quedarse allí sola.

– Mira mis botas -dijo, para evitar llorar, y se derrumbó en la silla para quitárselas-.Me encantaban estas botas. Siempre han sido mis favoritas.

Él se arrodilló delante de ella, con cuidado apartó sus manos para quitarle las botas él mismo. Ella miró su cabeza, su cabello sedoso y negro como la medianoche cayendo en desorden alrededor de su cara hasta los hombros. No pudo evitar tocarlo cuando los dedos se deslizaron por su pantorrilla y enviaron temblores de conciencia por su pierna.

Sólo la ayudaba a quitarse las botas, pero de algún modo el pequeño gesto pareció sexual. Intentó apartar el pie, pero él rodeó su tobillo con fuertes dedos y la retuvo.

– No, MaryAnn. No tengo más elección que acudir a la tierra. No quiero dejarte sola. Es la última cosa que deseo. Si sigues estando tan afligida, no me dejarás más opción que convertirte ahora y llevarte conmigo.

Alzó la cabeza, su oscura mirada se encontró con la de ella.

El corazón de MaryAnn saltó cuando él se tocó los labios con la lengua y dirigió la mirada hacia su boca.

– Ni siquiera pienses en ello. -Porque ella pensaba en ello, y sencillamente la asustaba a muerte.

– Ve a ducharte. Cuidaré de estas botas por ti -ordenó. -El agua caliente te relajará y te ayudará a dormir.

MaryAnn se tragó una protesta y le dejó allí arrodillando en el suelo, con sus botas en la mano. No miró atrás, no se permitiría mirar atrás, aun cuando estuviera segura de que él se habría marchado cuando saliera.

Abrió el agua tan caliente como pudo soportar, dejándola fluir sobre sus doloridos y cansados músculos mientras lloraba. Era tonto, de verdad, pero no podía evitarlo después de todo lo qué había pasado. Una válvula de escape, pero de todos modos su corazón se sentía triste. El champú acabó con el encrespado a su cabello, y el acondicionador lo alisó otra vez. Salió sintiéndose cansada y perdida y deseando a Manolito más de lo que nunca había hecho, pero estaba decidida a no llorar más.

Se envolvió en una toalla y entró en el dormitorio para encontrar algo dónde dormir. Manolito estaba sentado en la silla junto a la ventana sujetando sus botas. Estaban limpias y brillantes y parecían nuevas. Durante un momento, sólo pudo mirarle conmocionada, agarrando la toalla mientras estallaba de alegría. Nuevas lágrimas ardieron, lágrimas de alegría esta vez, pero se las tragó y se las arregló para dirigir un asentimiento indiferente hacia las botas.

– Las arreglaste.

– Por supuesto. Te encantan. -Dejó las botas y levantó un par de brillantes zapatos rojos de tacón que combinarían con un vestido que se ciñera como una segunda piel a cada curva-. A mí me encantan estos.

– Tienes buen gusto.

– Póntelos para mí.

Ella alzó una ceja.

– ¿Ahora? Llevo una toalla y mi cabello está empapado.

Tenía la masa de rizos enrollada estilo un turbante, y de repente era consciente de ello.

– Parecen perfectos para un vestido que tengo, pero no estoy muy segura de que efecto tendrán con una toalla.

– Ahora-. Su voz era baja, convincente, un hipnótico y erótico tono áspero que tensó sus pezones y los hizo doler de necesidad.

Le puso la mano sobre el hombro y deslizó el pie en un zapato, mirando en todo momento su cara. Él la miraba hipnotizado. Hambriento. Se calzó el otro zapato y retrocedió un paso con confianza. Los tacones hacían que sus piernas parecieran magníficas. ¿Cómo podrían no hacerlo? Con toalla o sin ella, tenía una buena figura, y él definitivamente lo apreciaba. La hacía sentir la mujer más sexy del mundo.

Él se levantó, una ondulación fácil y casual de músculos, un andar felino hasta alcanzarla, casi haciendo que se le detuviera el corazón. Su mano le acunó la cara, el pulgar se deslizó sobre su pómulo.

– Eres tan hermosa. No tengo ni idea lo que hice para merecerte, pero me dejas sin aliento.

Le inclinó la cabeza y la besó. Fue un beso dulce y lento, el aliento cálido y su boca persuasiva. Trazó una senda de besos por su cara hasta su cuello, acariciándola, pellizcándola con los dientes y provocándola con su lengua. La sangre tronó en sus oídos cuando la boca caliente y seductora vagó hacia la curva de su pecho. Calor líquido pulsó entre sus muslos.

Manolito tiró de la toalla, y esta cayó lejos de su cuerpo, dejando cada pulgada de ella desnuda ante su hambrienta mirada. Se alejó para mirarla, la extensión de piel satinada y las curvas llenas y exuberantes, suavemente desgarradoras y tentadoras. Su pulgar acarició el sensible pezón y ella jadeó en respuesta. Él trazó una línea desde su barbilla hasta el ombligo.

– Lo juro, MaryAnn, nunca he visto una visión más hermosa en todos mis siglos de vida. -La lujuria volvía áspera su voz, pero la sinceridad la convirtía en terciopelo. Retrocedió, le deslizó la mano por el brazo hasta que sus dedos se entrelazaron con los de ella. Tiró para que diera un paso hacia él.

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