Capítulo 14

MaryAnn respiró varias veces, incapaz de leer en su mente. No sabía si se había apartado ella o él, pero sólo podía mirarle fijamente con incredulidad. Manolito de la Cruz era leal a Mikhail Dubrinsky. Había visto su heroísmo. Podía ver la cicatriz en la garganta que casi le había matado. Hacía falta mucho para matar un Cárpato, pero alguien se las había arreglado para hacerlo mientras él había estado protegiendo al príncipe. No creería ni por un momento que estuviera involucrado en un complot para destruir a la familia Dubrinsky.

– No entiendo tus pensamientos, Manolito. Mis amigos y yo hablamos de política todo el día y a menudo no estamos de acuerdo con nuestro gobierno, pero eso no significa que seamos traidores a nuestro país o a nuestra gente.

Encerrada como estaba dentro de una burbuja que impedía que el sonido escapara, MaryAnn no podía oír los pájaros o los insectos. El silencio parecía ensordecedor. Su desdicha era agobiante. Era raro que no pudiera leer su mente pero si sentir sus emociones, tan fuertes y profundas. La vergüenza. La ira. La culpa. Incluso el sentimiento de traición.

– Cuéntamelo. -Le dio una orden ésta vez. Si era su compañera como él reclamaba, entonces tenía que compartir esto con ella. Lo estaba comiendo vivo, y maravillada empezó a notar, mientras bajaba la mirada hacia sus manos, que en ese momento él estaba más en el reino del otro mundo que con ella.

Le cogió de la mano y tiró hasta que se sentó a su lado en el lecho de flores.

– Manolito. Esto te está destruyendo. Tienes que resolverlo.

– ¿Cómo resuelve uno la traición?.

Apretó los dedos rodeando los de él.

– ¿Ideaste un plan para derrocar a tu príncipe?.

– ¡No! -Su negación fue fuerte e instantánea.

Y verdadera. Pudo escuchar el halo de honestidad en su voz.

– Ni mis hermanos ni decididamente yo. Sólo estábamos hablando, quejándonos quizás, debatiendo ciertamente. Pero eso era todo. -Dejó caer la cabeza entre las manos y se frotó las sienes como si le dolieran-. Honestamente no sé cómo empezamos a desarrollar los detalles. No sé cómo ni por qué empezó a ser un verdadero plan para derrocar a nuestro príncipe, pero más tarde, cuando nos enfadábamos, hablábamos de ello como algo real.

Desde que su hermano Rafael matara a Kirja Malinov había intentado recordar. Todos sus hermanos habían intentado de recordar. Al principio se sentaban en silencio alrededor del fuego para debatir los pros y los contras de todas decisiones que Vlad había tomado.

– Había sólo otra familia con hijos tan seguidos como nosotros: los Malinov. Cuándo nuestra madre daba a luz, también lo hacía la de ellos. Crecimos juntos, mis hermanos y los Malinov. Jugamos juntos como niños, luchamos juntos como hombres. El vínculo entre nuestras familias era muy cercano. Eramos diferentes a otros Cárpatos. Todos nosotros. Quizá porque habíamos nacido muy seguidos. La mayoría de los niños cárpatos nacen por lo menos con cincuenta años de diferencia. Quizás haya una razón para ello.

– ¿Diferentes de qué forma?

Sacudió la cabeza.

– Más oscuros. Más rápidos. Más fuertes. La habilidad de aprender a matar nos llegó demasiado rápido, mucho antes de que abandonáramos nuestra infancia normal. Éramos rebeldes. -Suspiró y se inclinó para frotar el mentón contra la riqueza de su cabello, necesitando sentir su cercanía-. Los hermanos Malinov tuvieron suerte. Hubo un hermoso bebé, una niña, que nació en su familia unos cincuenta años después de Maxim, el menor de los chicos. Desgraciadamente, su madre no sobrevivió mucho tiempo al nacimiento y su padre la siguió al próximo mundo. Nosotros diez nos convertimos en sus padres.

Sintió la pena en él, pena que no había disminuido a través de los siglos a pesar del transcurso de los años en los que no había podido sentir emociones. Estaba todavía allí, carcomiéndolo, oprimiéndole el pecho, revolviendo sus intestinos, estrangulándole hasta que apenas podía respirar. MaryAnn vio a una niña, alta, con brillante cabello negro, liso y espeso, cayendo fluidamente como agua hacia una pequeña cintura. Los ojos inmensos y brillantes, esmeraldas brillando en una cara dulce. Una boca hecha para reír, nobleza en cada línea de su cuerpo.

– Ivory. -Manolito susurró su nombre-. Era tan nuestra como suya. Era brillante y feliz y lo aprendía todo tan rápido. Podía luchar como un guerrero, aunque usaba el cerebro. No había un estudiante que pudiera superarla.

– ¿Qué le sucedió? -Porque eso, a fin de cuentas, era lo que había llevado a la amargura que a menudo sentía en los confusos sentimientos de Manolito hacia su príncipe.

– Quería ir a la escuela de magos. Indudablemente estaba cualificada. Era lo suficientemente brillante y podría urdir hechizos que pocos lograban romper. Pero nosotros, todos nosotros, sus hermanos y los míos, no le permitíamos ir sin acompañante a ningún sitio. Era joven y se había criado bajo el yugo de diez hermanos que le decían qué hacer. Eso no nos importaba; queríamos verla a salvo. Deberíamos haberla mantenido a salvo. Era una belleza por la que luchábamos y que nos esforzábamos por proteger. Su risa era tan contagiosa que aún los cazadores que hacía mucho habían perdido sus emociones tenían que sonreír cuando ella estaba cerca.

Se presionó la mano de MaryAnn contra el corazón tan fuerte que pudo sentirlo golpear contra su palma.

– Le prohibimos ir a la escuela y estudiar con los magos hasta que pudiéramos ir con ella y protegerla. Todos conocían nuestros deseos y nunca debieron haber intervenido. Pero, mientras estábamos lejos en una batalla, ella elevó su súplica al príncipe.

Un estremecimiento atravesó el cuerpo de él. En realidad meció su cuerpo sólo una vez para reconfortarse, pero MaryAnn lo sintió y supo que el escozor de la pena era más profundo que lo peor que ella pudiera concebir. El tiempo ciertamente no había curado la herida. Se preguntó si la pérdida de emociones todos esos años había mantenido el dolor fresco, para que cuando los hombres pudieran sentirlas otra vez, incluso las pasadas emociones estuvieran incrementadas e intensamente vivas para ellos.

– El príncipe no tenía derecho a usurpar nuestra autoridad, pero lo hizo. Aún sabiendo que lo habíamos prohibido, le dijo que podía ir. -Su voz decayó hasta un murmullo, y apretó más la mano contra el pecho, como si aliviara el terrible dolor que sentía ahí.

– ¿Por qué haría algo así?.

– Creemos que su hijo mayor, al que no nombraremos, ya mostraba signos de su enfermedad. La familia Dubrinsky tiene capacidad para esgrimir un gran poder, pero ello conlleva la necesidad de controlar un poder tan vasto. La locura reina si no lo hace la disciplina. El hijo mayor de Vlad había estado observando a Ivory, aunque no era su compañero. Lo hubiéramos matado si la hubiera tocado. La tensión llegaba a ser palpable cada vez que él regresaba a nuestra aldea. Yo mismo esgrimí la espada en dos ocasiones cuando la arrinconó cerca del mercado. Estaba estrictamente prohibido tocar a una mujer que no fuera tu compañera, pero no había duda de qué era lo que tenía en mente hacer, en cuanto tuviera la oportunidad.

– Creía que los hombres de los cárpatos no miraban a más mujer que a su compañera.

– Cuándo son jóvenes, algunos lo hacen, y hay una enfermedad en otros, una necesidad de poder sobre el otro sexo, que los corrompe. Es un tipo de la locura que a menudo afecta a los más poderosos. Nuestra especie no está libre de anomalías, MaryAnn.

– ¿Por qué no se le detuvo?.

– No creo que muchos quisieran creer que el hijo del príncipe podía llevar la enfermedad en sus venas, pero nosotros lo supimos. Zacarias, mi hermano mayor, y Ruslan, el mayor de los Malinov, fueron a ver a Vlad y le hablaron del peligro que corría Ivory. El príncipe mandó a su hijo lejos, y tuvimos paz durante un tiempo. El hijo de Vlad iba a volver, y cuando Ivory pidió permiso para asistir a la escuela, para Vlad fue una manera sencilla de deshacerse de un problema inmediato. Pensó que sin ella allí, su hijo estaría bien.

Se pasó una mano por el cabello.

– En realidad tenía otras razones. Vlad debería haber asumido la enfermedad de su hijo y haber dado orden de matarlo. Sin Ivory allí, tenía más tiempo para estudiar el problema y dar quizás con una solución diferente.

– Así que permitió que ella se fuera.

– Si. La envió lejos sin ninguno de nosotros para protegerla. Desdeñó mandarnos un recado además, ya que sabía que habríamos vuelto inmediatamente.

Ella se movió, rodeándole con sus brazos para acercarlo.

– ¿Qué ocurrió?.

Por un momento él dejó caer la cabeza sobre su hombro, arrimando la cara contra el calor de su piel. Estaba frío y no parecía poder conseguir calor. Con un pequeño suspiro de resignación, se forzó a levantar la cabeza, se forzó a mirarla a los ojos.

– Eres mi compañera. El destino decretó lo que hay entre nosotros. Soy muchas cosas, MaryAnn, y me conozco bien. No te dejaré marchar. Tendrás que aprender a vivir con mis pecados, y debo confesarte el peor de todos.

Ella mantuvo su mirada, leyendo más pena que traición. Su amor hacia Ivory había sido fuerte, como el del resto de los miembros, sospechaba, de ambas familias. Con tan pocas mujeres, hombres tan fuertes y protectores debían haber sentido que era su deber y su placer proteger y servir a esa niñita. Fallar debía haber sido intolerable.

– Cuándo nos llegó mensaje de que un vampiro la había atacado y matado todos quedamos devastados. Peor, nos invadió una furia asesina. Ruslan y Zacarias por primera vez no tuvieron las cabezas frías que siempre habían tenido. Querían matar el príncipe. Todos lo queríamos. Le culpabamos por revocar nuestras órdenes y acabar causando la muerte de Ivory. -Manolito sacudió lentamente la cabeza-. Ni siquiera pudimos encontrar su cuerpo para tratar de recuperarla del mundo de las sombras, aunque todos y cada uno de nosotros la hubiéramos seguido con gusto para intentarlo.

El corazón de MaryAnn saltó. El mundo de las sombras, tierra de nieblas, el lugar donde los cárpatos iban tras su muerte. Al que Manolito estaba parcialmente unido.

– ¿Cómo podéis seguir a alguien a un lugar así?.

Su mirada vaciló.

– Los rumores dicen que sólo los más grandes guerreros o sanadores intentan esa proeza, o un enamorado, un compañero, pero cualquiera de nosotros hubiera ido con gusto. Y obviamente puede hacerse. Gregori lo hizo y después lo hiciste tú.

Ella no se había dado cuenta de lo que hacía al entrar en ese otro mundo. A veces todavía no quería creer que fuera real.

– No sabía lo que hacía.

– Aparentemente es peligroso para cualquiera que no esté muerto todavía.

Ella le dedicó una pequeña y reacia sonrisa.

– Quizá estuvo bien que no lo supiera. Pero ninguno de vosotros pudo seguir su rastro, porque no teníais su cuerpo.

– Si el espíritu abandona el cuerpo, éste debe ser protegido hasta que el espíritu vuelva y entre; de otro modo nuestros enemigos nos pueden atrapar en el otro mundo para siempre. -Se encogió de hombros-. Basta con decir que sólo los muertos van allí. El motivo debe ser muy importante para que una persona viva lo intente.

– Eso es lo que Gregori y tus hermanos hicieron, entonces. Te siguieron a la tierra de las nieblas y las sombras y trajeron de vuelta tu espíritu -reiteró MaryAnn, intentando entender. Él estaba todavía parcialmente allí. Si así era, tenía que encontrar una forma de traerlo completamente a éste mundo de nuevo. Eso estaba mucho más allá de su experiencia.

– Si, pero no tuvimos esa oportunidad con Ivory. La perdimos para siempre, y empezamos a cuestionarnos seriamente el juicio de Vlad Dubrinsky. No tenía derecho a interferir en asuntos de familia. No tenía sentido para nosotros. Si su hijo estaba loco y no hacía nada, ¿era posible que la locura estuviera presente también en él? Cuanto más discutíamos lo que había hecho, más fuerte se volvía nuestra furia. Empezamos a pensar en formas de acabar con su gobierno. Una cosa llevó a otra. Nos dimos cuenta de que otras especies que eran nuestras aliadas lucharían con Dubrinsky para mantenerlo como dirigente, y la gente de los cárpatos se dividiría, así que planeamos cómo deshacernos de todos los demás. Los hombres-jaguar no estaban nunca con sus mujeres. Las mujeres ya estaban uniéndose con humanos y escogiendo permanecer en esa forma. No sería difícil volver a las mujeres que quedaban contra sus hombres y enfatizar la brutalidad de su forma animal.

– Que es lo que finalmente sucedió.

Él asintió.

– Es peor, MaryAnn, no hay esperanza de salvar la raza jaguar. Aunque diez parejas sobrevivieran, son muy pocos para salvarlos.

– La evolución puede haber jugado mayor papel de lo que crees. Porque hablaste de un plan, uno que, por cierto, fue tramado racionalmente observando lo que ya sucedía, eso no significa que seas responsable de la destrucción de la especie. No eres un dios.

– No, pero no hicimos nada para ayudar al jaguar a ver su propia destrucción. Los dejamos solos, y mientras lo hacíamos, los hermanos Malinov aplicaron el plan y ayudaron a empujar a los jaguares a su propia extinción. Si han hecho eso, ¿qué otras partes del plan han puesto en marcha?.

MaryAnn esperó, viendo como las sombras atravesaban su cara, viendo como doblaba los dedos como si le dolieran. Había una nueva nota en su voz, el suave retumbar de un gruñido, tan sexy como su hipnótica voz aterciopelada, quizá incluso más. Las notas jugaron sobre su piel, poniéndola nerviosa.

– Los humanos temen a los cárpatos porque temen a los vampiros; las leyendas salieron de algún sitio. Los cuchicheos y los rumores de matanzas y el odio y el temor crecieron hasta que los cárpatos no volvieron a ser nunca más aliados de los humanos. Ahora somos cazados y asesinados. Y con el hombrelobo, el único aliado que conocíamos con poder para detenernos, sería bastante fácil hacer lo mismo, abrir una brecha entre las especies, dividir y conquistar. Los hombreslobo eran evasivos de todos modos, y llevándolos a la clandestinidad o erradicándolos secretamente en matanzas organizadas menguaríamos lentamente su población. Finalmente alguien tendría que dar un paso en la base del poder para aclarar el lío.

MaryAnn se echó hacia atrás, su respiración se hizo áspera y entrecortada.

– No hicisteis esas cosas, ¿verdad? -El aroma masculino estaba en sus pulmones, rodeándola en cada respiración que tomaba. Quizá fuera la barrera de sonido que él había erigido, pero no podía evitar la excitación de tener su aroma en el cuerpo, ni la forma en que sus músculos se tensaban y su sangre cantaba apenas se acercaba a él.

Quería reaccionar con la objetividad de un consejero. Era su segunda naturaleza, pero algo más, algo salvaje, estaba creciendo haciendo que observara la subida y bajada de su pecho, el leve cambio en su expresión por las arrugas alrededor de sus ojos, la forma de su boca cincelada y deseaba… no, necesitaba… ofrecerle consuelo sin palabras.

– No, por supuesto que no. Sabíamos que lo que estábamos haciendo estaba mal. Cuándo la pena decayó y pudimos razonar, supimos que no era más culpa de Vlad que nuestra que estuviera muerta. Dejamos de hablar de ello y nos lanzamos a la caza del no-muerto. Llegamos a ser demonios, hasta tal punto que todos perdimos nuestras emociones mucho más rápido de lo que debiéramos. Hicimos un pacto para protegernos los unos a los otros, para compartir lo que podíamos de nuestros recuerdos de cariño y honor, y así lo hemos hecho. Cuando nuestro príncipe hizo un llamamiento para viajar a otras tierras, respondimos. Los Malinov hicieron lo mismo. Fuimos enviados aquí, a Sudamérica, y ellos fueron enviados a Asia.

MaryAnn se inclinó acercándose a fin de inhalar más de él, prestándole todo el tiempo su calidez tranquilizadora y tratando de sofocar la creciente marea de deseo. ¿Qué era tan diferente en él? ¿Su confesión de perversidad? ¿La había hecho simpatizar más con él? ¿O el hecho de que todavía llorara por la pérdida de su pequeña… hermana…?.

Había estado enfadada con él por introducirla en su vida sin su consentimiento, por quitarle sus opciones, y por no entender la enormidad de lo que había hecho, pero no podía evitar la fuerza de su emoción por él al ver que intentaba hacerla comprender. Confiarle su mayor vergüenza. Y sabía que era eso lo que él le estaba dando.

Cuando Manolito extendió la mano para apartar un mechón de cabello de su cara, sus dedos acariciando la sensible piel, y ella se estremeció.

– Los hermanos Malinov vinieron a vernos antes de marcharnos y quisieron hablar. -Su voz enronqueció, y el sonido arañó las sensibles terminaciones nerviosas, una seducción que no había creído posible. Él inclinó la cabeza, apartándole el cabello del hombro, y su lengua le tocó el pulso-. Querían que repudiáramos al príncipe.

Diminutas llamas bailaron por su cuello y garganta, bajaron hacia sus senos. Sus pezones se pusieron duros bajo la delgada camisa, y su cuerpo se sentía suave y flexible y tan dolorido que hacía que quisiera enterrarse en él.

– Pero no lo hicisteis. -Era positiva. Sabía que él respetaba a Vlad Dubrinsky a pesar de la terrible tragedia.

– No, no lo hicimos. No podíamos. -Su voz contenía una absoluta convicción-. Y en ese momento, tampoco podían los Malinov. Le habían jurado lealtad.

Y le amaba por eso. Por distinguir el bien del mal. Por tener esa fuerte lealtad a pesar de querer tanto a los hermanos Malinov. Habían sido su familia, aún así había sabido, al igual que todos sus hermanos, que traicionar al príncipe era traicionar a su gente.

– No, por supuesto no hubierais podido. -Deslizó la mano arriba y abajo por su brazo, sintiendo la definición de sus músculos bajo la palma. Tan duros. Cerró los ojos brevemente, deseando sentirle piel con piel. Quería seducirle, tenerle en el interior de su cuerpo y llenar el vacío que sentía dentro de él.

Sus ojos se animaron con turbulencia tan tempestuosa que su corazón saltó. Sus oscuros iris negros resplandecieron en ámbar… casi dorados, robándole el aliento. Esa ferocidad, esa parte de ella que nunca había querido reconocer, latió con fuerza y de forma atrevida en reconocimiento, y se inclinó para acercarse antes de poder pensar, antes de poder detenerse, rozando su boca con la suya, respirando por él, tomando la adrenalina en su propio cuerpo. Tomando su necesidad. Tomando sus deseos. Tomándolo.

Él le devolvió el beso, deslizando la lengua en la sedosa calidez de su boca. Cada terminación nerviosa volvió a la vida. Cualquier furia que todavía sintiera contra su príncipe, contra él mismo o incluso contra los Malinov desapareció, dejando su sangre latiendo por ella.

Sus brazos la rodearon, y la empujó incluso más cerca, cuerpo con cuerpo, su boca en la de ella, el pulso atronando en sus oídos. Estaban unidos, mente con mente, y MaryAnn sintió el repentino cambio en él, como cada célula la reconocía, la deseaba, la necesitaba. Los dientes de él tiraron de su labio, mordisqueando, incordiando y demandando. El calor estalló, ahuyentando el frío de su piel, apartando las sombras y la pena de los viejos recuerdos hasta que sólo quedó esto… el sentimiento último. Gloria absoluta.

– Quiero sentir tu piel contra la mía -susurró él. Su mano se estaba deslizado ya hacia arriba por su pierna, por su pantorrilla, subiendo por su muslo, hacia su interior donde se sentía dolorida, le anhelaba y le necesitaba. Dónde le ofrecía refugio y asilo. Movió los nudillos en pequeños círculos contra su húmedo centro mientras su boca consumía la de ella.

Alrededor de él, el mundo palideció. Ambos mundos. Las sombras retrocedieron hasta que sólo quedó el lecho de flores y el perfume del hombre y la mujer que se llamaban el uno al otro. Extendió ambas manos para sujetarla entre sus brazos, abrazándola contra él, acunando con una mano la parte trasera de su cabeza mientras la bajaba hacia la cuna de enredaderas. No fue salvaje ésta vez, no quería serlo. La tomó con mucho cuidado, lento y suave, deseando probar cada pulgada de ella, deseando llevarlos a ambos en un viaje sedoso de pura sensación.

MaryAnn extendió una mano para echarle hacia atrás la cascada de sedoso cabello, tan largo y lujurioso, espeso, más denso incluso de lo que recordaba. Su cabello había sido hermoso, pero ahora, quizá porque cada sensación le parecía mucho más, parecía más largo, un manto denso por el que quería pasar la mano y acariciar y en el que quería enterrar la cara. Más que nada, quería aliviarlo, hacerle sentirse completo y vivo y mucho mejor.

Moldeó con la mano la forma de la nuca del él y alzó su boca hacia la suya. El beso de él igualó el perezoso y lento movimiento de sus manos mientras se deslizaban bajo su camisa hacia la cima de sus senos. Sus pulgares incordiaron y revolotearon, con el mismo ritmo lánguido, creando precisas llamas que irradiaban de sus senos hacia el vientre para fundirse en una piscina de líquido fundido entre las piernas. Su cuerpo estuvo al instante resbaladizo, caliente y ya ansioso por el suyo.

Adoraba su boca. La sensación y la forma. El modo en que era tan caliente y dominante. No importaba lo gentil que empezara, en unos instantes su boca tomaba el control de la de ella, narcotizándola con besos, enviando llamas que la hacían girar en un vórtice de necesidad. Las manos de él se deslizaban por su piel, dejándola contorsionándose por más, tan gentil, tan paciente, que la sobresaltó cuando de repente le desgarró la blusa para abrirla, enviando botones dispersos en todas direcciones, bajando la cabeza y cubriendo sus senos con su boca caliente y codiciosa.

Se arqueó hacia él, aferrando su cabeza, acariciando su cabello, susurrándole ánimos, pidiendo más.

Manolito levantó la cabeza para bajar la mirada hacia ella. Era tan hermosa, ofreciéndose a él para hacer el pasado mucho más fácil. Si alguien podía hacerlo, esa era ella. Estaba excitado más allá de lo que jamás hubiera creído posible. Tanto si ella lo sabía como si no, estaba en su mente, aumentando sus necesidades, mostrándole su ansia por complacerlo de todas las formas en que él quisiera… ó necesitara. Ella era su propio campo de juegos personal, pero esta vez, su lujuria estaba envuelta en amor. Lo sabía categóricamente. No había forma de no adorarla cuando le daba todo sin reservas, cuando tenía valor para entregar su cuerpo a un hombre tan dominante como él.

Apartó la falda de su cuerpo, se deshizo de sus ropas demasiado pesadas y arrodillado sobre ella, bajó la mirada a sus senos plenos y maduros. Sus pezones estaban duros y ansiosos. Sus piernas estaban ligeramente abiertas, dejando ver la resbaladiza y mojada invitación de su cuerpo llamándole. Con un pequeño gruñido que retumbó en el fondo de su garganta, bajó la cabeza una vez más hacia ella. Abrió la boca para él, aceptando el duro empuje de su lengua. Los dientes tiraron de su labio inferior, mordiendo el suave arco mientras la lengua provocaba y se abría paso. Bajo él, su piel se calentó en una lisa y sensibilizada seda, de forma que cada vez que deslizaba su cuerpo sobre el suyo, ella se estremecía y temblaba con ansia.

Le aferró los hombros con las manos, clavando las uñasen su carne, intentando sostenerse, mientras él profundizaba los besos, rudo ahora, exigente, haciendo cada uno más caliente y más adictivo que el último. Estaba ahogándose, sin posibilidad de sobrevivir, esas manos duras y calientes en su cuerpo, esa lengua capturando la suya una y otra vez, arrastrándola hacia su propia boca, sus labios tomando el control como lo hacían sus manos.

Las palmas de esas manos se deslizaron de forma posesiva sobre sus senos, los dedos tiraron de sus pezones. Flechas de fuego bajaron hacia su vientre y la recorrieron entre los muslos. Gimió suavemente, el sonido vibró bajando por su espina dorsal y le rodeó la ingle para atravesar la erección de él, que metió la rodilla entre sus muslos, abriéndola aún más a él.

Encendió un rastro de fuego desde sus labios a su cuello, hasta el pulso que golpeaba allí frenéticamente. Los dientes pellizcaron y la lengua se arremolinó mientras escuchaba la agitación de su sangre latiendo en sus venas por él. Era música… una música completa, que hacía que su propia sangre se agitara en respuesta. Sólo MaryAnn podía hacer esto por él… calmar a cada demonio, elevar su alma, traer poesía a su vida en medio de la cruda realidad.

Ella comenzó a cabalgar su muslo con un pequeño grito de impotencia, luchando por aplacar la creciente necesidad. Podía sentir la acumulación de seductora humedad contra su piel desnuda donde ella se frotaba agitadamente, y se sentía tan sensual que apenas pudo mantener el control.

Le lamió su pezón con un golpe rápido y duro, y ella saltó bajo él, ya tan sensibilizada que cuando le cubrió el pecho, arrastrando la carne cremosa al calor ardiente de su boca, arqueó el cuerpo más completamente hacia él, sus gritos conduciéndole más lejos aún en un frenesí de deseo.

Su corazón sonaba ruidoso, palpitando a un ritmo que igualaba el de él. Él bajó por su cuerpo, deslizándose sobre la superficie sedosa hasta que pudo sujetarla con los brazos rodeándole los muslos y la levantó hacia su codiciosa boca. Se había despertado anhelando su sabor, casi mayor que su hambre de sangre. Cubrió su intrigante y pequeña abertura con la boca, su lengua revoloteó y acarició el clítoris. Su primera liberación fue rápida y dura, sus músculos se tensaron hasta que las sensibles terminaciones nerviosas estuvieron ardiendo, pero no se detuvo.

MaryAnn intentó apartarse de él, pero su fuerza era demasiada. Todo lo que pudo hacer fue agitarse salvajemente bajo él en un esfuerzo por escapar de su traviesa boca, lo cual sólo le incitó más.

Eso es, sivamet arde por mí. Estalla en llamas. Grita. Se completamente mía.

Su voz era un áspero susurro en su mente. Su boca se amamantó mientras su lengua la asaltaba. Era demasiado, demasiado rápido, su cuerpo estaba demasiado sensible.

No puedo. Vas a matarme. Quizás no matarla, pero ciertamente iba a destruir todo lo que ella había sido, convirtiéndola en alguien distinto, alguien altamente sexual, alguien que necesitaría sus manos y su boca durante toda la eternidad. Era atemorizante estar fuera de control, que su cuerpo tomara el mando, tener sensaciones interminables erigiéndose inexorablemente. El segundo clímax la recorrió, y gritó su nombre, una súplica, bien para que parara o bien para que siguiera, honestamente no lo sabía.

No, ainaak enyem, te estoy amando de la única manera que sé. Te lo estoy dando todo y estoy tomando todo lo que tú eres.

Él oyó los gruñidos de placer retumbando en su garganta, comprendió que el sonido vibraba a través de la suave vaina, así como vibraba a través de él. El útero se contrajo. Intensificó su agarre y tomó más, exigió más. Esta vez empujó la lengua de forma dura y rápida, apretando contra su ultrasensible punto mientras arrastraba la dulce miel de su cuerpo, la lujuria y el amor lo absorbían de forma tan completa que se estremeció con ellos. Su boca saqueadora la lanzó a un tercer orgasmo. Ella dejó escapar un agudo gemido.

Manolito, por favor. Por favor, por favor haz algo. Cualquier cosa.

Se alzó sobre ella, sus rasgos endurecidos por la lujuria, sus ojos llenos de amor. La combinación casi la deshizo. El corazón pareció detenérsele por un momento, después comenzó a golpear tan duramente que el pecho le dolió. Él le levantó las caderas otra vez, arrastrándola sobre el grueso lecho de flores hasta que pudo descansar las piernas sobre sus anchos hombros, con la cabeza pulsante de su pene alojada en su entrada.

Contuvo la respiración, todo dentro de ella concentrado completamente en ése ardiente lugar. El nudo de nervios latió de antemano. Él avanzó, su gruesa longitud impulsándose a través de los músculos apretados y sedosos ya tan inflamados e hinchados que la fricción la arrastró a una culminación incluso más dura que parecía no tener fin. Él se enterró completamente, sintiendo que las paredes de terciopelo se contraían y lo apretaban, las ondulantes sensaciones eran tan fuertes que gimió por la necesidad de controlarse.

No había nada. No podía haber nada. El aroma y la sensación de su vaina apretada rodeándole, ordeñándole, llevándole más allá de toda cordura, y él hundiéndose en ella una y otra vez, introduciéndose con largas estocadas, permitiendo que las abrasadoras sensaciones le tomaran completamente.

Manolito. Había miedo en su voz. En su mente. Ella se aferró a sus hombros, las uñas se clavaron profundamente, la cabeza le osciló hacia adelante y hacia atrás mientras levantaba las caderas para enfrentarse a su sensual asalto.

Estás a salvo, sivamet. Te tengo a salvo. Relájate para mí. Déjame llevarte hasta las nubes conmigo.

Apretó los dientes, tratando de aguantar cuando cada parte de él quería dejarse ir, estallar completamente en otra dimensión. No había más vergüenza ni dolor ni otros mundos rodeándole o en su interior. Sólo estaba MaryAnn, su otra mitad, y el santuario de placer que ella proporcionaba.

Vamos, päläfertül. Vuela conmigo.

MaryAnn lo sintió entonces, en su mente, compartiendo el placer de su cuerpo, compartiendo su propio placer, de forma que sus mentes realzaran la experiencia aún más. Cada profundo golpe mandaba electrizantes ondas que los atravesaban, a ella, a él. Cada profundo empuje enviaba relámpagos que los recorrían. El sudor brillaba en sus pieles mientras llegaban juntos, cada uno queriendo el máximo placer para el otro.

Hundió su pene profundamente, con fuerza, en la pulsante y sedosa vaina. Ella le estrangulaba, los músculos apretados e hinchados por los múltiples orgasmos enviaban un fuego que atravesaba su cuerpo como un rayo. Increíblemente, sintió su erección crecer, inmovilizándose en mientras sus pelotas se alzaban y la semilla caliente era lanzada a chorros hacia sus profundidades. Pulsación tras pulsación mientras su cuerpo se estremecía con el poder de la erupción, el placer consumiéndole, sacudiéndole.

Bajo él, ella gritó, su liberación la desgarraba, sus ojos se volvieron vidriosos, su cara se tensó a causa del shock, el orgasmo fue casi demasiado intenso para soportarlo. Las hojas sobre su cabeza brillaban como estrellas de plata, y los límites de su visión se estrecharon hasta que sólo pudo verle a él. Sus hombros y pecho bloquearon todo el mundo que los rodeaba mientras él comenzó a inclinarse hacia delante con lentitud infinita.

Manolito permitió que sus colmillos se alargaran. Su cuerpo todavía estaba duro, todavía estaba atrapado en el de ella. El movimiento de su cuerpo presionó la larga dureza contra su punto más sensible. Ella tembló. Permitió que ella viera lo que se avecinaba a continuación, queriendo que supiera lo que iba a hacer.

– Quédate quieta -murmuró cuando sintió su temblor, cuando vio sus ojos abrirse con lo que debía ser miedo-. Nunca te haría daño, MaryAnn.

Sus dientes se hundieron profundamente justo en el mismo lugar en el que él había marcado la hinchazón de su pecho. Ella gritó mientras el dolor cedía convirtiéndose en erotismo. Su cuerpo latía y se humedecía rodeándole, apretándole con un ritmo exquisito. Le envolvió con sus brazos mientras él tomaba su sangre, manteniendo su cabeza contra ella, dándole todo lo que era.

Cuándo finalmente pasó la lengua por el punto, cerrando la herida, la besó suavemente. Extrañamente, sintió el deseo de morderla otra vez, hundir los dientes en el hueco del hombro y envolverse en el sabor dulce del líquido de la vida. Resistiendo, se retiró lentamente de ella, saboreando la sensación de su vaina dejándole ir de mala gana. Se dio la vuelta, colocándola sobre él para que ella yaciera estirada encima como una manta.

Yacía bajo ella, sintiendo la impresión del cuerpo femenino sobre el suyo, los montículos suaves de sus senos, los pezones presionando contra su pecho. Ella era suave y húmeda carne, plácida como la seda con sus curvas exuberantes. Podía sentir su corazón latiendo, sentir el calor entre sus piernas, escuchar el sonido de su sangre precipitándose ardientemente por las venas. Los dedos enterrados en su cabello. Era perfecta. El momento era perfecto.

– Soñé contigo anoche -murmuró ella, levantando la cara para acariciarle la garganta con la nariz. Su lengua jugueteó sobre el pulso, los dientes le pellizcaron la piel-. Soñé con tu cuerpo dentro del mío y yo gritaba tu nombre. Fue un hermoso sueño durante un rato. -Le lamió otra vez la piel, su lengua se demoró en ese pequeño lugar-. Pero entonces llegaron los lobos… -Su voz se apagó y le besó en la garganta, apretando los labios sobre ese lugar, queriendo más, mucho más, hambrienta de su sabor. La mandíbula le dolía por la necesidad, sintió los dientes más largos y más puntiagudos cuando deslizó la lengua por las puntas. Le acarició el hombro con la nariz, mordisqueándole otra vez.

Bajo ella, Manolito se quedó inmóvil. Sus manos le rodearon los brazos como grilletes, y la separó de él de un tirón. Los negros ojos contenían tal peligro, tal amenaza, que ella se giró, buscando entre las copas de los árboles una razón. Su quietud hizo que volviera la atención hacia él.

– ¿Qué?.

Muy lentamente la apartó y se incorporó, pasándose las manos por la riqueza de su cabello negro. Su mirada volvió a ella, fría, dura y absolutamente amenazadora. Su mente se había apartado de la de ella, dejándola temblorosa, restregándose las manos arriba y abajo por los brazos.

– Manolito, ¿qué pasa?.

– Soñé contigo anoche -dijo él suavemente en un tono que le puso la carne de gallina-. Soñé con mi cuerpo enterrado profundamente en el tuyo, con las cosas que te hacía y contigo gritando mi nombre con placer. Y entonces llegaron los lobos… -Tal y como le había pasado a ella, su voz decayó.

Ella se incorporó como él había hecho, levantó las rodillas, deseando poder ponerse la ropa tan fácilmente como él estaba haciendo ahora.

– ¿Compartir un sueño te molesta? ¿Por qué? ¿No crees que pueda suceder, especialmente si estamos tan conectados?.

– Los Cárpatos no sueñan. -Se recogió el cabello hacia atrás y lo sujetó con una tira de cuero-. Dormimos el sueño de los muertos. Nuestros corazones y pulmones se detienen para rejuvenecer. Nuestros cerebros hacen lo mismo. No podemos soñar.

No estaba segura de lo que él decía, pero la boca se le secó y su corazón empezó un ritmo más duro y más rápido.

– Seguramente lo soñaste cuando te estabas despertando, o cuando te ibas a dormir.

– ¿Cómo explicas mi tolerancia al sol? He sido incapaz de caminar bajo la luz de la mañana desde hace siglos. Incluso con nubes y graves tormentas, el sol hería mis ojos, y mi cuerpo se volvía de plomo. Sin embargo, permanecí contigo hasta casi mediodía. Explícamelo. -Su voz era baja y dura, fustigándola con alguna acusación tácita-. Emergí cuando había sol y aún así mi piel no ardió ni se ampolló.

– ¿Cómo puedo yo explicar algo así? Sé poco de cárpatos y compañeras. Quizás una vez tienes a tu compañera, todo eso se restaura. -Cogió su blusa y se la puso-. Arruinaste los botones.

Impaciente, él ondeó la mano, y ella se encontró, no en sus propias ropas, sino con una camiseta de algodón y vaqueros. Vaqueros. No el vestido que le había pedido que llevara para él, sino los pantalones que no le gustaban. Se tragó el miedo, intentando no llorar mientras empezaba a trenzarse la larga y gruesa melena, necesitando hacer algo para escapar de su fría mirada. Acaban de compartir algo que pocos, si acaso alguien, experimentaría jamás en la vida, y ahora él la rechazaba, la apartaba. Se sentía como si le hubiera dado un bofetón.

– Ibas a morderme -dijo él-. Lo vi en tu mente.

Se apartó de él hasta que su espalda estuvo contra la barandilla.

– ¿Y qué? Quería hacerlo, si. Pero entonces vi que tú pretendías lo mismo. Ibas a tomar mi sangre y querías que yo tomara la tuya. Querías llevarme completamente a tu mundo, y no ibas a preguntarme. Ibas a tomar la decisión sin mi consentimiento.

– Eres mi compañera. No necesito tu consentimiento. -Había una emoción oscura parpadeando en sus ojos. Pequeñas luces ámbar comenzaron a brillar en el puro negro obsidiana.

La furia la recorrió.

– ¿Sabes qué? Yo no necesito tu consentimiento para irme, y voy a volver a la casa-Se levantó, y sus manos aferraron la barandilla cuando él se levantó también. Se irguió sobre ella, pareciendo un depredador en cada pulgada.

– De hecho, necesitas mi permiso. Y te quedarás aquí y escucharás lo que tengo que decir. Quiero saber la verdad, MaryAnn.

Entrecerró la mirada hacia él.

– No reconocerías la verdad ni aunque te mordiera el trasero.

– Me mordiste. Y tomé tu sangre en varias ocasiones.

Ladeó la cabeza.

– ¿Y eso es culpa mía? Yo no te lo pedí. De hecho ni siquiera me enteré la primera vez que lo hiciste.

– ¿Qué eres?.

– Una mujer muy cabreada.

Él dio un paso, acercándose más a ella, tan cerca que podía sentirse el calor de su ira.

– Eres una mujerlobo. Y estás infectándome con tu sangre.

Загрузка...