Capítulo 19

Manolito reprimió su primera reacción, obligándose a acallar el repentino miedo. Las emociones eran bastante más difíciles de soportar de lo que recordaba. Si convertía a MaryAnn, y el lobo protestaba, podía matarla. Nadie, ni siquiera Vlad, recordaba el emparejamiento entre un lobo y un cárpato.

– ¿Manolito?-Sus dedos le recorrieron la cara, acariciando sus pómulos, suaves, llenos de amor.

Tragó el nudo de su garganta y giró el rostro para que no le viera contener la forma en que ella le afectaba. Le estremecía con su ternura. Con amor. Ser compañeros parecía muy sencillo, pero era más complejo de lo que había creído. Él deseaba su conversión por sí mismo. Estaba orgulloso de qué y quién era, pero al mismo tiempo, no quería… ni podía… arriesgarla.

– Pídeme la luna, MaryAnn, y encontraré la forma de dártela. Pero esto no. No cuando no sabemos qué ocurrirá.

– Estás cambiando. Tu mismo lo dijiste. -Recorrió a besos su fuerte mandíbula, hasta la comisura de su boca-. Lo que quiera que seas, yo quiero serlo también. He pensado mucho en ello. Tuve mucho tiempo mientras repelía a vampiros, magos y hombres jaguar. Es realmente raro encontrar a alguien a quien amar, y aun más raro que ese alguien también te ame.

– Aún tenemos eso, -murmuró y la atrajo hacia él. No podía mirarla directamente a los ojos y no darle lo que queria-. Siempre tendremos eso. -¿Cuándo había comenzado? ¿Cuándo había girado del revés su mundo? Su estómago dio un vuelco y su corazón se derritió en el momento en que la miró. Sus hermanos se reirían si lo supieran. Restregó la barbilla contra su coronilla, sintiendo su pelo como hilos diminutos que los ataran juntos. De repente, le quitó el top, arrojándolo al suelo para poder deslizar la mano por su suave espalda.

– ¿Sientes al lobo dentro de ti? -Ella rodó para apoyar la cabeza en su hombro. -Porque su perfume está sobre ti, y sobre mí. Está allí, sé que es él, tratando de alcanzar a mi loba cuando hacemos el amor. Probablemente sea por eso por lo que eres aún más autoritario que cuando te vi por primera vez. -Le había robado el aliento aún entonces-. Por eso restriegas tu cuerpo contra el mío, para impregnarme con tu perfume, y eso esun rasgo de lobo.

– Es un rasgo cárpato.

Ella rió, y él sintió que el sonido recorría su cuerpo como pequeñas descargas eléctricas.

– No lo digas como si fuera algo bueno. No entro en esta relación con unas gafas color de rosa. Se me ha ocurrido que podría ser difícil vivir contigo.

La mordió en el cuello, sus fueron dientes suaves, rozando su pulso mientras aspiraba y retenía el aire en sus pulmones.

– Siempre que hagas todo lo que te digo, creo que la vida será fácil.

La nota provocativa de su voz fue casi tan excitante como el modo en que sus manos subieron para cubrir sus senos. Él simplemente ahuecó la parte inferior en sus palmas, manteniéndola muy cerca durante un largo momento antes de deslizarlas hacia abajo por su cabeza, con un brazo alrededor de su cintura y girándola hasta situarla frente a él. La forma en que lo hizo, sus manos tan fuertes y seguras, sus movimientos decididos, enviaron un estremecimiento de excitación por su columna vertebral.

Nunca hubiera podido imaginar que le amaría tanto. El dolor era tan fuerte que pensó que podría morir por la mezcla de necesidad, deseo y amor. Su cuerpo era firme y caliente, duro y dolorido por ella. Lo leyó en su mente, lo sintió en la forma en que su cuerpo estaba ya grueso y duro, presionando contra de su muslo.

– No vas a distraerme, Manolito, -susurró.-. ¿No ves cuán importante es para mi tomar esta decisión? Tiene que ser mi decisión.

Él le acarició el cuello con la nariz, inspiró su cálido perfume, femenino, le gustaba que su perfume permaneciese sobre la piel de ella. Su lengua tocó el pulso, acariciando con la punta, incitándola antes de presionar los labios para tentarla.

MaryAnn cerró los ojos. Puede que estuviera distrayéndola. Su corazón latía con el de él. Su cuerpo debería estar completamente saciado, pero, no, estaba hambrienta de él una vez más. La tocaba y estaba perdida. La miraba y estaba perdida. Soltó un pequeño gemido y enlazó el brazo alrededor de su cabeza y lo atrajo hasta ella.

– Soy patética en lo que a ti se refiere.

Sus labios acariciaron el hombro de ella mientras sonreía, enviando pequeños dardos de fuego que recorrieron su piel hasta los montículos de sus senos. Al momento se sintió dolorida y tensa.

– No más que yo contigo, -murmuró él, acercándose para que su boca pudiera recorrer el montículo suave y firme.

La lengua tocó el punto donde su marca permanecería para siempre, y al instante ella la sintió arder y latir. Su cuerpo respondía entre las piernas con ese mismo ardor, con una sensación palpitante sólo que mil veces más poderosa, por lo que cambió de posición desasosegadamente.

– ¿Te importa el que yo quiera esto? -¿Era esa su voz, tan jadeante por la expectación que apenas podría reconocerse a sí misma?.

– Tú y lo que tú quieres siempre tiene importancia, -contestó él, levantando la cabeza, sus ojos negros clavados en ella.

– Necesito esto, Manolito. Como tú necesitas mi cuerpo y mi corazón. Necesito lo mismo de ti. Tienes que confiar en mí lo suficiente como para saber que sé lo que es mejor para mí.

– No es cuestión de confianza, MaryAnn. – Se dio la vuelta, alejándose, pero no antes de que ella captase un destello de desasosiego en él. De cautela. De algo cercano a la desesperación.

No entendía sus sentimientos encontrados. Era muy sencillo. Riordan había metido a Juliette en su forma de vida. Manolito a Luiz. Ahora que ella conocía a su loba, ahora que entendía la protección y la fuerza que esta le daba, la amaba, pero amaba más a Manolito. Quería una vida completa con él. Había percibido destellos en su mente de lo que sería su existencia si no se convertía en cárpato. No podría enterrarse con él, y él necesitaría a menudo rejuvenecer. Ella estaría en la superficie, sufriendo las consecuencias. No habría días para él, y unas pocas noches para ella.

– No podemos vivir así, ni ser tan felices como desearíamos, -dijo.

Se volvió hacia ella, ahuecando la palma en su nuca.

– Puedo hacerte feliz, MaryAnn. A pesar de todo, puedo hacerlo.

– Pero yo no podría hacerte feliz. Quiero esto por mí, no por ti. Porque por primera vez sé cómo puede ser la vida compartida con alguien más. Me siento como si hubiera recibido un milagro.

Una sonrisa suavizó el borde duro de su boca.

– Así es como me siento yo también, MaryAnn. Tú eres ese milagro, y arriesgarme a perderte…

– ¿Por qué ibas a perderme? Juliette lo consiguió.

Sus dedos le acariciaron el pelo.

– Es diferente.

– ¿Cómo? Explícame por qué es diferente.

Exasperado, él suspiró.

– Veo lo que querías decir cuando me dijiste que eras terca. -Se enderezó y se pasó ambas manos por el pelo otra vez, echándose hacia atrás por los hombros e inclinándose abruptamente para besarla.

– ¿Es algo que estás absolutamente segura de querer hacer?.

Ella cerró los dedos alrededor de su nuca y atrajo su cabeza hacia la de ella para otro beso. Su boca era como un horno caliente, dispuesto a encenderse a la mínima provocación.

– Quiero pasar contigo cada instante que pueda del mejor modo posible.

Él resopló.

– No creas que podrás salirte siempre con la tuya, sivamet.

Ella se tumbó de espaldas, su pelo se dispersó por la almohada, y le sonrió.

– Por supuesto que lo haré.

Él se levantó de la cama y se fue. Simplemente se evaporó ante sus ojos, fluyendo por el estrecho túnel hacia la entrada. El corazón de MaryAnn golpeó fuertemente en su pecho.

¿Qué estás haciendo? Se levantó de un salto y se lanzó tras él, descalza, olvidándose completamente de los insectos y cualquier otra cosa que pudiera haber en la cueva, en su preocupación por Manolito. Enlazó su mente con la de él, al tiempo que usaba la velocidad del lobo para tratar de alcanzarlo.

No iba a arriesgarse con ella sin saber lo que ocurriría. Su determinación era absoluta. No quería estar con ella en caso de que todo saliera mal.

¡No te atrevas! Le gritó en su mente, en la mente de él, empleando tanta compulsión como fue capaz de usar. Su aliento salió en un sollozo. Manolito. No. No puedes hacer esto.

Sintió la caricia de los dedos de él en su cara y luego se apartó, echándola de su mente por su seguridad. MaryAnn sintió como temblaba la tierra y supo que la entrada estaba abierta. Aceleró, agitando los brazos, corriendo para llegar antes de que pudiera cerrarla.

Las paredes de la roca se unieron ruidosamente con un chirrido que reverberó en su mente. Echó hacia atrás la cabeza y aulló, entre la furia y el terror.

Si no vuelvo la puerta se abrirá a la puesta de sol.

Golpeó con ambas palmas sobre las rocas, un sollozo fluyendo en su garganta. Si no regresas, no hay razón para abrir la puerta. Por favor, Manolito, he cambiado de idea. No quiero esto. Regresa.

No te pondré en peligro.

Es mi elección arriesgarme, imploró ella.

Ella sintió su suspiro en la mente, y de nuevo sus dedos parecieron pasar rozándole la piel.

No lo entiendes. Eres más que mi corazón. Eres mi alma. No hay nada…ni nadie… en esta tierra más importante para mí. No quiero que sientas el fuego de la conversión. No quiero que experimentes dolor. Y no arriesgaré tu vida o tu cordura hasta que me haya arriesgado a mí mismo antes para saber que puede hacerse sin daño para ti.

Se presionó la mano contra la boca para reprimir los sollozos. Llorar no iba a detenerle. La compulsión no iba a detenerle. Si de verdad me amas…

La risa fue suave en su oído. Es por amor por lo que hago esto. Regresa, siéntate en la cama y espérame. Si regreso, completaremos la conversión. Si no, ve con mis hermanos y déjales cuidar de ti.

Había seducción en su voz. La imagen de ella sentada en la cama desnuda, esperando su regreso, estaba en su mente. Quiso tirar algo. Se inclinó para coger una roca suelta del suelo de la caverna, la empuñó y, en una tormenta de furia, la arrojó contra la puerta, furiosa porque él creyera que le esperaría dócilmente. Por que pensara que volvería y se darían un revolcón. El sexo salvaje y desinhibido del lobo. Oh, Dios mío, estaba en lo cierto.

Manolito. Hizo otro intento. Me importas tanto como yo a ti. Al menos hagamos esto juntos. Déjame salir. O permanece fundido conmigo.

No te pondré en peligro.

Rompió la conexión otra vez y se sintió sola. Muy sola. MaryAnn volvió caminando a la cámara, con el corazón tan pesado que sentía como su pudiera romperse en un millón de pedazos. ¿Y si algo salía mal…? si le perdía ahora… ¿Cómo podía haberlo hecho otra vez? Le había quitado la decisión de las manos. La cólera se apagó cuando la comprensión la golpeó. Si no regresaba, no tendría absolutamente nada. No habría razón para la cólera. Ninguna razón en absoluto. Sólo el vacío, sólo un terrible agujero negro que la engulliría.

– ¿En qué estabas pensando?- susurró en voz alta, no estaba segura de si se lo preguntaba a él o a sí misma. Se hundió en la cama, ignorando las lágrimas que se deslizaban por su cara, simplemente las dejó caer.


Manolito inspiró el aire nocturno, llenando completamente sus pulmones. Sintió al lobo saltar en su interior, procesando cada elemento tan rápido como lo haría un cárpato. MaryAnn lo había infectado con la sangre de su loba, y el lobo en su interior se había fortalecido, él había esperado que sus rasgos cárpatos lo vencieran, o sucumbieran ante él, pero hasta ahora tampoco eso había ocurrido. El lobo simplemente estaba ahí y había permanecido callado y alerta. Parecían coexistir, pero ¿qué le ocurriría a él o al lobo, si lo provocaba?

Alzó la cara hacia el cielo nocturno. Amaba la noche, su belleza y su misterio. Amaba todo lo cárpato. ¿Era esto lo que había sentido MaryAnn, al saber quién era, confiada y feliz en su piel? Él le había arrebatado eso. Había esperado que ella aceptara su regalo de vida, de amor, sin tener realmente en cuenta el precio para ella. Para él, ser cárpato lo era todo. Ella había amado su vida, estaba cómoda y feliz consigo misma. Él le había quietado eso también, todo sin pensar.

¿Manolito? Zacarias tocó su mente, la conexión era fuerte a pesar de la distancia. ¿Qué estás haciendo?.

Sintió la intranquilidad de sus hermanos y supo que inadvertidamente los había tocado, como siempre hacían los unos con los otros antes de una gran batalla. Un toque para despedirse por si acaso las cosas no iban bien.

Estoy bien, Zacarias. He tomado decisiones que lamento. Si tienes oportunidad, ten cuidado con tus elecciones para que no tengas que arrepentirte. Me he dado cuenta de que aunque mi forma de hacer las cosas es correcta, también lo son otras formas.

Hubo un breve silencio. Zacarias siempre había podido ver demasiado. Lo que haces es peligroso.

Manolito se encogió de hombros, desechando del comentario aunque su hermano no podía verle. Lo que hemos hecho toda la vida ha sido peligroso. Por favor informa a Mikhail de que nos enfrentamos a una posible destrucción por varios frentes. Es lo menos que podemos hacer después de ayudar a los Malinov a idear el plan para derrocar al líder de nuestra gente.

Nicolas ya ha empezado el viaje. No quiero que continúes por este camino que has escogido. Sólo puedo leer peligro en él.

Sé feliz, hermano. Manolito envió su calor y afecto, pero se apartó antes de que Zacarias pudiera obtener un indicio de lo que planeaba.

– Solos tú y yo, lobo, -dijo quedamente. -Y la noche.

Sintió la agitación del lobo y la elasticidad. La criatura estaba separada de él, dos personalidades fuertes y dominantes compartiendo el mismo cuerpo. No era una ilusión. Los rasgos del lobo, la necesidad de conservar a su hembra protegida y cuidada, esas cosas tan eran fuertes o más en el lobo y duplicaban su necesidad de actuar en consecuencia. Compartían sentimientos y sensaciones. Podían comunicarse.

¿Estás dispuesto a hacer esto?.

Tan dispuesto como tú. Ella es mi compañera tanto como la tuya. No hubo vacilación por parte del lobo. Aunque no entendía la unión cárpato y lo que supondría la muerte de Manolito. MaryAnn le seguiría de inmediato, o, si su loba la pudiera mantener con vida, sería una lenta muerte en vida para ella.

Él negó con la cabeza, rechazando la posibilidad. Ella tenía razón, si no la convertía tendrían una vida difícil, tal vez la misma lenta muerte en vida, de una u otra manera. Mejor afrontar el fuego y arder rápida y limpiamente.

Lo llamó. El lobo contestó. Él se retrajo. El lobo saltó. El cambio le recorrió. Diferente. Se obligó a sentirlo todo, a examinarlo todo. La oleada de vida bajo su piel. El picor del pelaje. La expansión de los dientes cuando su hocico se alargó para acomodar los afilados colmillos. Estaba siendo empujado hacia atrás, impulsado hacia el interior, cayendo en espiral y encogiéndose, una sensación claustrofóbica. Su guardián pasó junto a él, inundándole de seguridad mientras el lobo daba un salto hacia adelante y asumía el control de su cuerpo.

La fuerza y el poder fluyeron en él y a través de él, alimentando al lobo. Su mente se expandió mientras los recuerdos colectivos de generación tras generación inundaban su mente. Nada que ver con los hombreslobo del cine. La luna llena los hacía débiles, incapaces de salir y proteger el cuerpo de su anfitrión. Incapaces de contestar a la llamada de la fiera cuando sus protegidos estaban en peligro. Dirigían organizaciones para la defensa de bosques y animales. Trabajaban incansablemente para combatir la ignorancia sobre la fauna silvestre, las plantas y el medio ambiente, incluso de la tierra misma.

Eran poder e inteligencia envueltas en un lustroso pelaje. Ojos color ámbar y una capa de pelaje negro, el lobo miraba directamente al agua cristalina para dar a Manolito un sentido de quién y qué era. No era el monstruo terrible de las películas, sino un lobo tan preocupado por su compañera como Manolito por MaryAnn.

Las manadas estaban dispersas por todo el mundo. Pequeñas. Herméticas. Escondidas. Raramente se juntaban a menos que la necesidad fuera grande, en vez de eso sobrevivían profundamente enterrados en la comunidad de los humanos, trabajando, viviendo y amando entre ellos. Su mayor peligro eran los renegados, lobos que se negaban ser parte de una manada, lobos que, como los hermanos Malinov, creían tener derecho a gobernar.

Su lobo había registrado los recuerdos colectivos de todos los lobos y no había encontrado ningún caso de un cárpato emparejado con un lobo, pero tampoco de que la sangre hubiera dañado al otro. Manolito abrió sus recuerdos al lobo, permitiéndole ver lo que le haría conversión, compartiendo sus miedos por la seguridad de MaryAnn. Comenzaba a pensar en el lobo como en otro hermano, un socio y un amigo. Se conocían el uno a otro, se apoyaban, y su lobo siempre, siempre protegería a MaryAnn, así como Manolito siempre protegería a la loba de MaryAnn.

Manolito emergió a la noche ileso. Más que nada, había conseguido el conocimiento, la confianza, y habilidad para hacer una decisión racional. Sería perjudicial vivir sin que MaryAnn experimentara la conversión. Ella había sabido eso instintivamente, y también de forma racional. Tenía que aceptar el riesgo por el bien de ambos. Si no lo hacía esta noche, no podría encontrar de nuevo el coraje.

Ondeó la mano hacia la puerta para abrir la caverna, sabiendo que ella oiría el roce de las rocas al sellarse una vez más. Bajando por el estrecho túnel, no se sorprendió cuando llegó, con lágrimas corriendo por su cara, lanzándose sobre él, en lugar de esperar en la cama como le había pedido. Mantuvo la sonrisa, aunque su corazón se aligeró ante esta reacción.

– ¿Qué has hecho? Estás chiflado, ¿lo sabías?- La palidez alteraba la perfección de su piel color café cuando se arrojó sobre él. Estaba furiosa, lloraba incluso mientras le golpeaba, llevada por la adrenalina.

Él atrapó sus puños y la atrajo con fuerza hacia él, abrazándola antes de que pudiera lastimarse a sí misma o a él.

– Cálmate, csitri. No te lastimes.

Ella le dio una patada, enojada una vez más ahora que él estaba a salvo.

– Que te lastime, querrás decir. No puedo creer que hicieras eso. ¿Qué hubiera pasado si me hubieras necesitado y yo no hubiera podido alcanzarte?.

– Tenía que asegurarme de que estabas a salvo, -dijo él, perfectamente razonable. Uno de sus brazos la rodeaba por la cintura, el otro bajo los pechos, ambos sujetándole los brazos a los costados para evitar que le golpease de nuevo-. Mi lobo está muy interesado en el tuyo. Le preocupa que le ocurra algo a ella cuando cambies, pero creo que somos igual de fuertes. Creo que tu pequeña hembra es lo bastante fuerte como para experimentar la conversión contigo.

No estaba dispuesta a olvidarse del miedo y de su enfado. La levantó y la empujó hacia atrás, llevándola contra él, su tenso cuerpo contra el suyo. Su pene estaba ya caliente e hinchado, presionando cómodamente entre sus nalgas.

– Si crees que voy a dejar que me toques…

Él inclinó la cabeza para encontrar el nicho de su cuello. Caliente. Suave. Incitante. Su lengua encontró el pulso y la provocó con pequeños golpecitos. Raspó suavemente con los dientes, inundando su canal con calor líquido. Su vientre se contrajo, con una dolorosa punzada. MaryAnn flexionó los músculos de los brazos hasta que él cautelosamente le liberó uno. Lo envolvió alrededor de su cabeza y se arqueó hacia atrás, agradecida de que estuviera vivo e ileso.

– Me asustaste.

– Lo siento, sivamet. No quería asustarte, sólo mantenerte a salvo.

Su mano subió para ahuecarle un pecho muy tiernamente, sus dedos tirando del pezón, enviando estremecimientos a través de su cuerpo. Había algo sumamente sexy en ser sujetada de ese modo, su brazo atrapándola estrechamente contra él, su cuerpo presionando el de ella. Siempre la hacía sentirse sensual y bella y muy deseada.

El hambre voraz brillaba intensamente en sus ojos cuando inclinó la cabeza para besarla. Su boca devastó la de ella, pero sus manos eran suaves cuando bajaron hasta la suave curva de su vientre. La acarició allí en pequeños círculos, sosteniéndole la barbilla, permitiéndose el acceso a su boca. Temblaba de expectación.

– Recuéstate en la cama. -Los brazos de él se retiraron.

MaryAnn se volvió para enfrentarle, estudiando la cruda excitación en su cara, la gruesa erección que presionaba contra los duros músculos de su estómago. Él inclinó la cabeza hacia la cama, y ella gateó sobre la misma, deliberadamente sensual, oyendo su rápida inspiración mientras movía el cuerpo con la gracia de un lobo, lenta y sexy, sus senos bamboleantes y su trasero redondo y apretado. Se giró y se desperezó, sin apresurarse en absoluto, permitiéndole ver cada pulgada.

Sabía que a él le gustaba su piel, y con las luces oscilantes jugando sobre ella, el suave color café era una ventaja. No podía apartar la vista de ella. Se arrodilló sobre ella en la cama, su mano deslizándose a lo largo de la pierna hacia el muslo. Sus manos eran cálidas y ásperas. Su vientre se contrajo de excitación, y podía sentir ondas de profunda necesidad en lo más profundo de su vagina. Él apenas la tocaba, sólo con su oscura mirada, tan llena de lujuria, tan excitada, que pensó que podría tener un orgasmo simplemente por el roce de sus dedos y el aspecto de su cara.

Manolito cubrió su cuerpo con el de él, besándola repetidas veces, tomándose su tiempo, siendo tan tierno y paciente como podía. Su toque era tierno mientras excitaba su cuerpo. Quería que ella conociera el amor. Que sintiera amor. Que supiera que siempre estaría con ella y para ella y adoraría su cuerpo con el propio. Ella lo sabría, cuando terminaran sabría que había sido amada en profundidad.

Le separó los muslos con la rodilla y la elevó hacia él, esperó hasta que sus ojos se encontraron, y entonces los unió con una larga estocada que atravesó como un relámpago su cuerpo. Sus músculos pulsaban alrededor de él, tirantes y resbaladizos, como suave terciopelo.

Le dijo que la amaba, con su cuerpo, bajando una y otra vez para besarla mientras la montaba, mientras la llevaba hacia para un agradable clímax. Su corazón retumbaba por la grandeza de lo que estaba haciendo, de lo que hacían. Su liberación la condujo hacia otro orgasmo que la atravesó. La besó de nuevo y se enderezó, empujándola hasta su regazo.

– ¿Estás segura?.

Ella asintió con la cabeza, con ojos confiados. Su corazón saltó. La atrajo a sus brazos, su boca encontró la de ella, besándola una y otra vez, repetidas veces como si nunca tuviera bastante. Ella se quedó sin aliento cuando sus dedos le atraparon los pezones y enviaron un cúmulo de sensaciones a su entrepierna, por lo que su cuerpo se estremeció con más placer. Como si hubiera estado esperando esa señal, él inclinó la cabeza, su larga melena deslizándose sensualmente sobre la piel de ella, descansando en su regazo mientras encontraba el pecho. Los dientes juguetearon, rasparon; su lengua lamió y acarició. Se tomó su tiempo, succionando durante un momento, una mano deslizándose entre sus piernas para percibir su reacción, la ardorosa estrechez, la creciente humedad.

La besó de regreso hasta la curva creciente del pecho y lamió el punto donde el pulso latía. Una vez. Dos veces. Introdujo la mano en su abertura, frotando, los dedos empujando profundamente. Sintió la tensión de sus sedosas paredes cerrándose a su alrededor, atrapándole con cálida excitación. Hundió los dientes profundamente. MaryAnn se agitó entre sus brazos, echó la cabeza hacia atrás, sus caderas presionaron contra él, su cuerpo montó la mano mientras él bebía. Un doloroso placer la estremeció uniéndola a él.

Ese era un rasgo cárpato. La necesidad de un compañero. Nada saciaba el hambre, sexual o física, como lo hacía un compañero. Su sabor era único para ella y un afrodisíaco para él. Era la misma esencia de su vida, una unión de sangre que no podía ser quebrada. Intentó alcanzar a su lobo, compartiéndolo con él, deseando que entendiera, quería que el lobo de MaryAnn compartiera esa misma unión.

Alimentó la excitación de MaryAnn, quería que ella sintiera sólo placer, superando la experiencia de su última unión. Sus vidas estaban ligadas para siempre, y la sangre que vinculaba la unión era tan adictiva como su cuerpo. Cerró los ojos, saboreando la sensación de su piel desnuda deslizándose contra la suya. Cada terminación nerviosa estaba realzada, por lo que la mínima sensación lo recorría con oleadas de placer. Se introdujo en la mente de ella, compartido lo que sentía… el raso suave, la seda caliente, el sabor especiado.

Levantó la cabeza, observó los dos chorritos gemelos bajando por la curva inclinada hasta el valle entre sus pechos y más abajo, hacia su barriga. Pasó la lengua sobre los pinchazos, cerrándolos, y siguió las huellas gemelas sobre su pecho, bajando por la depresión entre los pechos hacia el estómago. Su pelo se deslizó entre los muslos de ella cuando le rodeó la cintura, instándola a recostarse mientras él lamía de su piel cada resto de su esencia vital. Podía sentir los músculos agrupándose bajo su palma, tensando la apretada funda alrededor de sus dedos.

La atrajo hacia él y comenzó a rodar, subiéndola encima de él.

– Móntame. Cabálgame. -Ya estallaba de necesidad otra vez.

– No puedo -dijo ella suavemente, pero reptó por su cuerpo para encontrar la pulsante erección con el calor de su boca. -No creo que pueda.

Sus manos intentaron cogerle los hombros. No podía dejar que lo distrajera, y su boca… su mágica boca… podía hacer precisamente eso.

– Móntame, MaryAnn. -Agarró su muslo, tirando hasta que ella a regañadientes le dio un delicioso y muy erótico lametón con la lengua y luego le obedeció, subiendo a gatas por su cuerpo hasta que le montó.

Se echó el pelo sobre el hombro y se alzó sobre él, mientras su mano rodeaba la base de su eje para poder sentarse lentamente. Sus senos se bambolearon incitadores, cariñosamente, oh, tan tentadoramente, y Manolito contuvo el aliento, admirándose de su pura magia. Y entonces bajó, una exquisita pulgada cada la vez. Era una tortura, un placer doloroso mientras le introducía en su funda, tan ardiente que era como un anillo de fuego candente, tan suave que era como seda viva, tan apretado que su aliento quedó estrangulado en la garganta. No estaba seguro de si sobreviviría a esta noche.

Manolito levantó las manos, y MaryAnn se inclinó hacia adelante para enredar sus dedos con los de él. El movimiento aplicó presión a su punto más sensible, y casi se fragmentó allí mismo, pero las manos de él bajaron hasta sus caderas y la atraparon, impidiendo cualquier movimiento. Su mirada se cruzó con la de ella. Ardiente. Excitada. Brillante. La intensidad envió otra oleada de calor a través de ella. Dominándola.

Sabía lo que él quería. La idea debería haberla llenado de miedo, o temor, o incluso asco, pero en lugar de eso, la excitó, excitó a su loba. Podía notar sus dientes, ahora puntiagudos, conminándola a probarle. Manolito. La otra mitad de su alma. Él deslizó una mano bajo su pelo hasta que sus dedos pudieron rodearle la nuca y tiraron de ella hacia su pecho. Sentada sobre él, su cuerpo latiendo de placer, lamió un punto justo encima de su corazón.

La sangre que corría por las venas de él la llamaba. Su perfume masculino. El perfume almizcleño del lobo y la fragancia intoxicante del sexo en el aire… todo se combinaba hasta hacer que su cabeza diera vueltas. Su lengua salió de nuevo, dando un golpecito a sobre la piel. El pene de él dio un tirón en respuesta. Sus músculos se apretaron alrededor. Esperó, escuchando la constante pulsación en sus oídos. Rápida. Excitante. Ansiosa.

Sus dientes se hundieron profundamente, y el sabor de él, el regalo increíble de la vida, fluyó en ella. La áspera respiración de él se hizo más profunda. Su pene se endureció, estirándose, invadiendo, enviando fogosas ondas a través de su cuerpo. Sus músculos se contrajeron, y él gimió, acrecentando el intenso placer. Sabía a poder. Caliente y dulce y lleno de sexo. ¿Quién hubiera pensado que pudiera saber tan bien?.

Su cuerpo comenzó a moverse dentro de ella. Los golpes largos, lentos, casi perezosos. Acero enfundado en terciopelo entre sus piernas, gruesas y largas, conduciéndola lentamente a la locura. Estaba por todas partes. En ella. Sobre ella. Inundando su boca, su cuerpo, envolviéndola en un capullo de amor. Sus manos le empujaron las caderas hacia arriba a fin de que se concentrara en las ardientes sensaciones mientras él se retiraba casi completamente. Luego la forzó a bajar, manteniéndola en un ritmo lento para que pudiera sentir el cambio.

La cabalgada fue lo más sensual que hubiera experimentado jamás. Sus manos se introducían en su interior, masajeando, en pequeños círculos, acariciando la larga y aterciopelada línea entre sus nalgas, y luego la urgía hacia arriba otra vez, con ese ritmo lento, perezoso. Gimió y le acarició el pecho con la lengua para cerrar la pequeña herida. Sus músculos pulsaban alrededor de la erección y su respiración se convirtió en jadeos. Bajó la vista hasta sus ojos.

La estaba mirando fijamente. Manolito de la Cruz. Sus ojos eran más negros que la noche, con vetas de ámbar, como diminutos relámpagos. Y podría ahogarse en el amor que encontró allí. No intentaba esconderlo, no tenía la más mínima timidez en dejárselo ver.

Él le sujetó las caderas e hizo un círculo largo, lento mientras la bajaba, de modo que el aliento saliera de su cuerpo y el apretado nudo de sus nervios estallaba por la intensa sensación. Su estómago se contrajo por el ardiente estallido y los espasmos de su vientre.

– Por supuesto que te amo. ¿Cómo puedes no saberlo?.

Le dolía la garganta y las lágrimas ardían en sus ojos.

– Nunca pensé que te encontraría. Nunca pensé que sentiría un amor así.

– Me aseguraré de que lo sientas cada vez que respires, -dijo él. Apretando los dedos en las caderas de ella, mientras conducía las suyas hacia arriba, llenándola hasta que gritó su nombre, y clavó las uñas en sus hombros.

La empujó de regreso contra él, hacia abajo, estremeciéndose por el aturdido placer que estallaba en su cuerpo, mientras sentía su brutal liberaciónl, la repentina hinchazón, la caliente liberación en su interior que le provocó oleada tras oleada hasta que cayó entre sus brazos, exhausta, descansando sobre él, agarrotada, incapaz de moverse.

La atrajo hacia él, enterrando los labios en su pelo, mirando fijamente al techo de cristal.

– He vivido durante siglos, MaryAnn, y jamás creí que me ocurriría esto. No creo que ninguno de nosotros crea realmente que pueda ocurrir.

No tenía suficiente aire en los pulmones para hablar, así es que recorrió a besos su garganta, y luego apoyó la frente en su pecho y cerró los ojos, escuchando el ritmo de su corazón.

– He buscado en mi alma y en mi corazón y, honestamente, creo que un hombre de nuestra especie está dispuesto a reclamar a su compañera a pesar de que ella no esté enamorada de él. He destruido a demasiados vampiros, y creo que si tengo que elegir entre volverme totalmente malvado, asesinando y persiguiendo inocentes, o arriesgarme a hacer mi reclamo y dar tiempo a que mi compañera llegue a amarme… creo que esta la única opción posible para nosotros.

Ella le palmeó el pecho.

– Quizá podríais considerar cortejar antes a vuestra compañera, obligarla a enamorarse de vosotros y luego reclamarla. -Su estómago se contrajo repentinamente. Con un pequeño jadeo cayó rodando de él para ponerse boca arriba.

Manolito le puso la mano sobre el vientre, notando como sus músculos se acalambraban. Ella se encogió de miedo y apartó su brazo.

– Eres demasiado pesado. Y hace calor aquí dentro. Tal vez deberías abrir la puerta y dejar entrar el aire de la noche.

Él rodó a un lado, apartando con cuidado su cuerpo del de ella.

– La conversión está comenzando. Sentirás una parte de lo que Luiz tuvo que soportar. Quiero que permanezcas enlazada conmigo en todo momento, MaryAnn.

– No hay necesidad de que ambos pasemos por esto. Fue mi decisión. -Como si un soplete la atravesara, se quedó sin aliento y se agarró firmemente el estómago. Gotas de sudor puntearon su frente.

– No te estoy preguntando. No soportaré quedarme mirando. Tengo que ser un participante activo y también mi lobo. -Se acercó inclinándose, tomando su mano en la de él-. ¿Entiendes? ¿Me oyes?.

Sus ojos estaban abiertos de par en par, ya vidriosos por el dolor, pero asintió con la cabeza.

– Mi loba, -se quedó sin aliento-. Está tratando de escudarme. Tienes que hacer que se detenga. Ambas necesitamos… -Se encogió cuando una convulsión levantó su cuerpo y lo lanzó de nuevo sobre el colchón. Se curvó en posición fetal, intentando alcanzar su mano-. Haz que él hable con ella. No puede oponerse a esto. La destruirá, pero ella no quiere que yo sufra.

Manolito no quería dejarla, ni por un momento, pero ella estaba jadeando, inclinando la cabeza, intentando aguantar mientras el dolor arrasaba su cuerpo. Se puso de rodillas, inclinándose sobre el lateral de la cama, vomitando repetidas veces.

Estaba ocurriendo rápido, casi demasiado rápido. Intentó alcanzarla, pero las convulsiones comenzaron de nuevo. En la mente de ella, podía sentir a la loba alzándose, intentando protegerla. La loba no pensaba en salvarse. Era una guardiana y MaryAnn sufría.

Su propio lobo era parte de él. Debía haber confianza entre ellos, y él tampoco quería que su compañera soportara el dolor. Manolito mantuvo su mente firmemente enlazada con la de MaryAnn, intentando cargar con la agonía él mismo, pero salió de su cuerpo físico, permitiendo al lobo asumir el control.

MaryAnn se agitaba, desesperada por aliviar el dolor, y su mano chocó con un grueso pelaje. Giró la cabeza y vio que el lobo yacía a su lado. Sus ojos estaban fijos en los de ella. Un profundo ámbar con destellos negros que los atravesaban. Unos hermosos ojos. Un bello pelaje.

Suéltala Déjala salir. Oyó las palabras resonando en su mente mientras se convulsionaba otra vez, mientras el dolor ardía a través de cada órgano y en su mismo cerebro.

Podría morir.

No lo consentiré. Si no lo haces, ella no sobrevivirá. ¿Puedes sentir su lucha? Nunca aceptará lo que le ocurre sin un guía.

No sé cómo ayudarla.

Yo si lo sé. Déjala salir.

Era tan arrogante y protector como Manolito. No sabía si podría aguantar el dolor en los estrechos confines de ese espacio, pero no quería dar ocasión a que su loba muriera. Se obligó a abandonarse, aunque la sensación fue peor; no podía aferrarse a nada, no tenía un ancla a la que agarrarse. Oyó su propio grito desesperado, y entonces Manolito estuvo allí, en su mente, calmándola, murmurando en su oído. Su lobo estaba también allí, murmurando palabras tranquilizadoras.

El dolor se alivió, se volvió distante, aunque podía sentir las convulsiones arrasando su cuerpo. Podía oír a la loba jadeando y gimiendo, alzando la voz en ocasiones. Sintió el toque tranquilizador de una lengua de terciopelo cuando su compañero le facilitaba el atravesar la conversión. Más que eso, ella sintió a los machos tomando el dolor para sí mismos, trabajando conjuntamente uno con el otro para tomar todo lo que podían.

Pasaron horas, tal vez días. Pareció interminable. Exhausta, segura de que acabaría sucumbiendo hasta morir, Manolito por fin la llamó para emerger a la consciencia.

No tenía fuerzas. A su loba no le queda mucha tampoco. Ambos yacían jadeantes, tan cansados que no podían moverse o responder. El macho alfa dio un empujón a la hembra, restregándole el hocico por el cuerpo, claramente tratando de ayudarla.

MaryAnn les sentía en su mente otra vez, Manolito la llamaba. Debía ir a la tierra. Era la única forma de detener el dolor de todos ellos, la única forma de sanar sus cuerpos. Hizo un esfuerzo supremo y se abrió paso hacia arriba, enviando calor y amor a su loba que se retiraba.

Manolito la acogió entre sus brazos, sosteniéndola mientras abría la tierra y los levitaba a ambos al interior. Acunándola, cerró la rica y oscura tierra sobre ellos, compeliéndola a que durmiera el sueño rejuvenecedor de los cárpatos.

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