Capítulo 8

Manolito deslizó la mano sobre la curva de la cadera, las yemas de sus dedos se demoraron ligeramente en la piel. Los músculos del estómago de MaryAnn se contrajeron. Pequeñas llamas de excitación avanzaron trémulamente por sus muslos, extendiéndose por su estómago y jugueteando con sus pechos. Los ojos de él se habían vuelto ardientes y posesivos, su boca sensual, con un hambre afilada. Apenas podía contener el aliento, su cuerpo anhelaba el de él. En cualquier lugar que la tocara su mirada, sentía una especie de marca.

¿Le estaba seduciendo? ¿O él a ella? No podía decirlo y no le importaba. Todo lo que importaba era que no podía apartar los ojos de ella. Su cuerpo estaba duro y tenso, el bulto de sus vaqueros era impresionante. El calor manaba de él en oleadas. Y su toque era pura magia, las yemas de sus dedos jugueteaban con alguna criatura salvaje de su interior, esa que exigía ser liberada… la que respondía físicamente a todo en él.

– Te he esperado varias vidas, -confesó él, con la mirada ardiente mientras inclinaba la cabeza hacia su cuello. Su lengua jugueteó con el lóbulo de la oreja, arremolinándose sobre el pulso-. Pensaba en ti. En lo que haría contigo. En de cuántas formas te daría placer.

Manolito inhaló su fragancia madura. Toda mujer. Su mujer.

La ansiaba, su erección era tan dura, tan gruesa, sabía que nunca encontraría paz hasta que se enterrara profundamente dentro de ella. Poco le importaba que el amanecer se aproximara, y que hubiera sido incapaz desde hacía algún tiempo de tolerar la luz temprana de la mañana. Se arriesgaría a cualquier cosa por quedarse con ella, dentro de ella, reclamándola para sí. Su respiración se aceleró, atrayendo la atención al levantamiento y caída de sus pechos llenos y firmes. Suya. Iba a aprovechar cada segundo que tuviera con ella y vivirlo a tope.

Se obligó a sí mismo a dejar que su mano se deslizara lejos del brazo de ella. Caminó hacia la cama que había junto al fuego y se dejó caer sobre la gruesa colcha.

– Quiero mirarte.

Allí de pie, con la mano en la cadera y el cabello fluyendo por su espalda, su belleza le robaba el aliento. Ella dio un solo paso con los sexys zapatos de tacón alto rojos, y el deseo se abatió sobre él con un golpe brutal, un puño de necesidad podría haberle puesto de rodillas si hubiera estado de pie. Tomó aliento y permitió que la intensidad de la lujuria le tomara. Sentía el cuerpo ardiente, demasiado tenso, estallando por la necesidad de introducirse en ella. Corrían imágenes por su cabeza, de ella extendida ante él como un festín.

A cada paso que daba, el hambre se incrementaba, hasta que la sangre palpitó en su cuerpo y cada célula rabió por ella. El duro placer de desearla sacudió los cimientos mismos de su existencia. Nunca había deseado nada como la deseaba a ella. Nunca había necesitado nada, pero de repente el cuerpo de ella lo era todo. La forma y textura. Su pie, brillando invitadora. Cada suave centímetro de ella deseando ser explorado, ser tocado. Cada hueco secreto y sombra. Suya. Toda para él. Cuando nada en sus largos siglos de existencia había sido nunca para él, la visión de ella era casi demasiado buena para creerlo. Mirar no era suficiente. Tendría que tocarla… poseerla… o nada de esto sería real.

Por primera vez en su vida, MaryAnn se sentía total y absolutamente sensual, sin inhibiciones, moviéndose por la habitación con sus tacones altos, sabiendo que cada paso que daba llevaba a Manolito de la Cruz más cerca del límite de su control. Era vigorizante verle respirar con dificultad, ver como sus ojos se volvían humeantes y oscuros, ver el oscuro deseo tallado profundamente en su cara. Era tan guapo que no podía respirar al mirarle. Y la deseaba. Oh, si, la deseaba. La lujuria estaba profundamente esculpida allí. El hambre iluminaba sus ojos oscuros, la intensidad alimentaba sus propias necesidades.

Su cuerpo estaba vivo por las sensaciones, su aliento llegaba en jadeos. Era consciente del doloroso hormigueo de sus pechos, de la forma en que sus pezones se tensaban y endurecían. Un calor húmedo se acumulaba en la conjunción de sus piernas. Todo porque él la miraba con ese feroz y posesivo deseo. Deseaba frotar su cuerpo a lo largo del de él, acariciarle, complacerle, hacer lo que fuera necesario para satisfacer esas llamas saltarinas de hambre en las profundidades de sus ojos.

Él dobló un dedo hacia ella.

– Ven aquí. -Palmeó la cama a su lado.

Ella se lamió los labios. Si la tocaba, cuando le deseaba tanto, ¿qué ocurriría? Se echó hacia atrás la espesa y oscura melena y se paseó alrededor, observando con satisfacción como el calor llameaba en los ojos de él y la mirada vagaba por su cuerpo.

– Eres realmente hermosa, MaryAnn.

Su voz era esa aleación de áspero terciopelo, pero esta vez, un pequeño gruñido se añadía a ella. La nota pareció jugar sobre su piel, acariciar como dedos. Su útero se tensó, disparando pequeños terremotos. Los pies de él se colaron entre sus piernas, recorriendo arriba y abajo su pantorrilla y después tirando gentilmente hasta que estuvo con las piernas abiertas para él.

Se movió, inclinándose hacia adelante para rodearle el tobillo desnudo con los dedos. Muy lentamente pasó la palma hacia arriba por su pierna. Cuando ella iba a moverse, apretó su garra como advertencia.

– No.

Intentó quedarse muy quieta, pero su toque enviaba corrientes eléctricas por su riego sanguíneo y no podía evitar temblar. Una palma trazó la forma de la pierna, subió hacia la rodilla, acariciando, rozando, haciendo que diminutas llamas lamieran su pantorrilla y subieran por los muslos y más aún, sus dedos se introdujeron, imprimiendo la forma y textura de ella en su mente.

– No estoy segura de que pueda soportar esto mucho más. -¿Era esa su voz, con esa nota sensual recubriendo cada nota? ¿Por qué era esto tan sexy, estar de pie completamente desnuda mientras él estaba totalmente vestido? Que cada centímetro de su piel estuviera siendo explorado por sus manos vagabundas mientras ella estaba todavía en pie-. No soy un juguete, Manolito. -Pero así se sentía. Su juguete. Su mujer. Su cuerpo para tocar, juguetear y adorar con sus grandes y cálidas manos. ¿Y por qué eso la excitaba? ¿Por qué le gustaba mostrarse ante él, ver la reacción de su cuerpo a ella y sentirse más poderosa a cada momento?

– Por supuesto que lo eres. Tu cuerpo es un hermoso patio de juegos y quiero conocer cada centímetro de él. Quiero saber exactamente que te hace responder y te da más placer. -Frotó el pulgar sobre su resbaladiza y húmeda entrada y observó sus ojos ponerse vidriosos-. Quiero saber que te hace gritar, y quiero hacer que supliques. -Sus manos trazaban círculos a lo largo de los muslos internos, ascendiendo hasta las llamaradas de sus caderas y después bajando a acariciar las nalgas-. Quiero comerte viva, oírte gemir y lloriquear por más. Y eso es exactamente lo que tengo intención de hacer, MaryAnn, darme un festín contigo.

Se inclinó hacia adelante, y su lengua dio una larga y lenta pasada por su raja, arrancándole un gemido.

– Mucho, mucho más.

– ¿Más? ¿Seguro que hay mucho más? -No estaba segura de poder soportar el desearle más de lo que ya lo hacía.

Sus manos le moldearon las nalgas, sus dedos se deslizaban hábilmente hacia el centro, como plumas, acariciando, dejando pequeñas vetas de fuego por su cuerpo.

– Siempre hay más, MaryAnn, y todo ello te dará más placer del que nunca imaginaste.

Justo en ese momento podía imaginarse mucho. Contuvo el aliento, sorprendida por las cosas que deseaba que le hiciera, sorprendida por lo mucho que le importaba que la tocara y saboreara. El salvajismo en ella creció, y todas sus inhibiciones normales parecieron desaparecer rápidamente.

Manolito tuvo que resistir el deseo de tirarla al suelo y tomarla como su cuerpo exigía, duro y rápido, bombeando dentro y fuera hasta sentirse saciado. Su polla latía y ardía, estirada más allá de sus límites, pero no iba a apresurar esto. Era tan hermosa, su cuerpo lujurioso y su suaves ojos de gama brillaban con una mezcla de miedo y excitación. Era una mujer a la que le gustaba al menos la ilusión del control. Quería conducirla más allá de su zona de confort y llevarla a un lugar de pura sensación.

La atrajo hacia abajo, a sus brazos, a su regazo, de forma que su cuerpo encajara firmemente contra el de él. El suave lino de sus pantalones se frotó contra la piel cuando la acercó a él, inclinándole la barbilla hacia arriba para que sus ojos se encontraran. La inhaló, atrayendo su fragancia femenina a los pulmones, oyendo su corazón tronarle en los oídos, sintiendo la suave piel, su lujuriosa textura sedosa, y tuvo que resistir la urgencia de empujarla bajo él. La necesidad de cubrirla, dominarla, de hundir los dientes en ella se hacía más fuerte a cada momento que pasaba.

Ella se relajó a su lado, su cuerpo confiaba en él. La sentía pequeña y suave, unos pocos escalofríos la recorrían, así que se enterró más contra él. Sus ojos parecían oscuros y llenos de misterio de mujer.

Tomó su boca, gentil al principio, paladeando el sabor especiado mientras su lengua se entrelazaba con la de ella. La oyó suspirar, su cuerpo se volvió flexible, moviéndose contra él invitador.

– Tal tentación, -susurró mientras la movía entre sus brazos, tendiéndola cruzada sobre su regazo, el cuerpo estirado, los pechos empujando hacia arriba, los muslos abiertos y la humedad centelleando a lo largo de su raja-. Estás tan mojada para mí, sivamet, tan dispuesta.

Le tiró con los dientes del labio inferior, jugueteando y mordisqueando, adorando su curva, memorizando la forma.

– Adoro tu boca. -Lo adoraba todo en ella. Y ese era el problema. Cuanto más intentaba encontrar un modo de atarla a él, de asegurarse de que nunca deseara dejarle, más la deseaba. Nunca tendría bastante de su cuerpo. Y su cuerpo nunca tendría bastante del de él. Quería que sus ojos brillaran con algo más que lujuria y deseo.

Manolito la besó de nuevo, un lento ataque a sus sentidos, deseando su corazón y alma, sabiendo que solo podría tener una parte de ella. Eso le había estar más decidido que nunca a atarla a él sexualmente. Ella no era consciente de su atractivo, del hecho de que era sexy como el infierno; pensaba que eso se refería solo a él. Sus besos eran largos y embriagadores, sacudiéndola deliberadamente, sin darle oportunidad de pensar, solo de sentir. Sus gemidos eran suaves y él se tragaba cada uno de ellos, aceptándolos en su cuerpo para siempre.

Le encantaba observa cómo crecía su excitación, saber que era por él. Saber que él había puesto esa mirada aturdida de absoluto deseo en sus ojos. Ella giró la cara, frotando la nariz bajo su barbilla, su lengua se deslizó con un calor áspero sobre su piel antes de susurrar su nombre.

– Manolito.

La suave llamada jadeante endureció su cuerpo incluso más. Mordisqueó su camino hacia abajo por la barbilla hasta la garganta. Su piel era cálida miel. No pudo resistirse a un pequeño mordisco, los dientes arañaron gentilmente su pulso, su lengua consoló el pequeño escozor con un remolino gentil. Ella reaccionó con otro gemido sin aliento, inclinando la cabeza para proporcionarle un mejor acceso a su garganta. El cabello caía como una cascada a su alrededor, y deseó la sensación de sentirlo contra su piel. Sus pechos se alzaban y caía mientras la respiración se volvía más dificultosa.

– Te gusta esto, ¿verdad? -susurró, sus dientes le mordisquearon de nuevo la piel. Notó que se le elevaba el pulso, cómo aparentemente le llamaba, madura y lista. El calor emanaba de ella-. Oh, si, nena, definitivamente te gusta.

Su frente se frunció con concentración y sus ropas se disolvieron en remolinos de niebla, dejando su cuerpo desnudo, de forma que estuvieran piel con piel. La cascada del cabello de ella caía sobre él con un roce sensual, haciendo que su erección, tan gruesa, dura y dolorida se presionara firmemente contra el suave cuerpo femenino.

MaryAnn se interponía entre él y el monstruo en el que podría convertirse… el no muerto. Solo ella tenía el poder de salvarle, y el milagro era, que le estaba ofreciendo su cuerpo. No había nada más poderoso o erótico.

Su boca se movió sobre ella con hambre, su piel café con leche era ardiente seda. Podía oír y sentir como su sangre le llamaba, recorriendo sus venas en un flujo y reflujo de vida. El corazón seguía el ritmo del suyo, latido a latido, bajo los montículos llenos de sus pechos. Sus labios trazaron un sendero a lo largo de las erguidas colinas y bajando al valle, su lengua lamió su pulso, sus dientes juguetearon mientras pasaba su atención a los tensos picos de los pezones.

Arqueó el cuerpo y sopló aire cálido sobre los tensos retoños. Ella intentó moverse, subir los brazos, pero él la detuvo, alzando la cabeza, observando la excitación que ardía en sus ojos.

– Quédata quieta, sivamet. Muy quieta. Quiero que sientas cada roce de mi lengua, cada toque de mis dedos.

– No puedo soportarlo, -jadeó ella, enterrando los dedos en la colcha, intentado desesperadamente encontrar algo a lo que agarrarse-. Tienes que parar. -Porque se le acababa el control.

La lengua de él presionaba contra su clítoris, y su cuerpo se derritió. El placer estalló a través de ella con la fuerza de un volcán en erupción, extendiéndose como lava ardiente, hasta que sus músculos se apretaron cruelmente y su estómago se tensó y lanzas de fuego recorrieron su espina dorsal y los alrededores de sus pechos. Empujó con fuerza contra su boca, incapaz de detenerse a sí misma cuando el placer entumecedor la tenía girando completamente fuera de control.

Antes de poder recuperar el aliento, él le dio la vuelta, poniéndola de rodillas mientras su cuerpo temblaba con oleada tras oleada de placer.

Se irguió sobre ella, capturando sus caderas y empujando su trasero hacia él, presionándole con una mano la espalda para mantenerse en su lugar. Empujó la amplia cabeza de su erección contra la apretada entrada.

– ¿Es esto lo que necesitas, sivamet? -susurró roncamente.

MaryAnn se dio cuenta de que estaba canturreando algo, una aguda súplica. Un relámpago le atravesó el cuerpo, vetas de él, cuando él empezó a invadirla. Era grueso, tan duro como una lanza de acero empujando a través de sus suaves pliegues, estirando y quemando.

– Eres demasiado grande -jadeó, temiendo por primera vez no poder acomodar su cuerpo, no así, no cuando la aferraba por las caderas y empujaba su trasero hacia él mientras se conducía incesante e implacablemente en su apretado canal. Aún cuando protestaba, arqueaba las caderas, deseando más, necesitando más, casi llorando cuando el placer se extendió. Junto con la demasiado apretada invasión, el ardor que la acompañaba, no podía detener las oleadas de éxtasis, o quizás eso solo las provocaba.

En la posición dominante, Manolito la mantenía completamente bajo su control, tomándose su tiempo mientras empujaba en el ardiente canal, suave como el terciopelo, que le rodeaba como paredes vivas de seda.

– Eres tan apretada, MaryAnn. -Su voz era ronca, el gruñido retumbaba en su garganta. Se inclinó más sobre ella, profundizando su invasión, llenándola y estirándola imposiblemente-. No te muevas, meu amor, no hagas eso.

Pero no podía evitar la forma en que sus músculos se cerraban alrededor de él, aferrando y amasando, la acción lanzaba dardos de fuego por su cuerpo. Le sintió empujar más y más profundamente. Las caderas empujaban hacia atrás y después hacia adelante, conduciéndole a través de los suaves pliegues, la fricción caliente y salvaje, enviando vibraciones a través de su cuerpo entero, haciendo que incluso sus pechos sintieran las feroces llamas y su cuerpo pulsara, saturándole de fluido de bienvenida.

Los dedos de él le mordían con fuerza las caderas, manteniéndola inmóvil, su susurro fue un sonido gutural, mientras se hundía en ella una y otra vez, arrancando gritos de sorpresa de ella a cada estocada. Sintió el filo del dolor cuando él se hinchó, encajándose dentro de ella y empezó un ritmo fuerte que siguió y siguió, enviando relámpagos que se extendieron por cada parte de su cuerpo, pero nunca aliviaban el tortuoso dolor.

La empujó más allá de cualquier límite que hubiera conocido, llevando el deseo más y más alto, hasta que estuvo sollozando, suplicando alivio. Intentó moverse, intentó salir gateando de debajo de él, aterrada de perderse a sí misma, aterrada de que fuera demasiado, pero de repente él gruñó, un sonido animal, y se inclinó hacia adelante, su largo cuerpo estirándose sobre el de ella, manteniéndola abajo, con un brazo bajo sus caderas mientras hundía los dientes profundamente en su hombro.

Un dolor inesperado la inundó, fundiéndose con las vetas deslumbrantes de placer mientras él la montaba, respirando jadeante, su fuerza era enorme, mientras se sumergía en ella una y otra vez. Oyó sus propios gritos sin aliento, el sonido de carne golpeando carne, sintió su escroto, golpeando contra su cuerpo en una ruda caricia mientras él continuaba bombeando furiosamente en su apretado canal. Empezó una tormenta de fuego, creciendo más ardiente y más fuera de control, y se retorció contra él, necesitando más, aunque aterrada de lo que podría darle.

Su brazo se apretó más, arrastrándole las caderas hacia arriba de forma que el trasero golpeara firmemente contra él y se enterró tan profundamente que se alojó contra su útero. Le sintió hincharse, sintió como sus propios músculos se tensaban, hasta que temió estallar en un millón de pedazos.

Manolito oyó su respiración jadeante, las sollozantes súplicas, y supo que estaba allí, justo al límite. Eso es, sivamet llega para mí. Arde por mí.

Múltiples orgasmos desgarraron su cuerpo, barriendo a través de cada parte de ella en una ola gigantesca, cada una más fuerte que la última. Las sensaciones la rasgaron en un espasmo poderoso. Su cuerpo se arqueó, sus caderas empujaban más hacia atrás, los gritos roncos de él resonaban con los de ella.

La liberación de él fue brutal, el fuego despedazó su espina dorsal y se enroscó en su estómago, mientras el canal se apretaba y aferraba y ordeñaba disparos de semen caliente de su cuerpo. Sintió la explosión hasta la punta de los pies, por las piernas y las entrañas, justo a través del pecho hasta la coronilla. Eso debería haberle saciado, pero su cuerpo se negaba a setirse completamente satisfecho.

La sujetaba contra él, su cuerpo más pequeño suave, abierto y vulnerable a él. Su erección seguía gruesa y dolorosa, el placer pulsando continuaba mientras las apretadas paredes a su alrededor se estremecían, sujetándole a ella. No podía moverse, respiraba con fuerza, intentando controlar el salvaje golpeteo de su corazón, intentando evitar que sus incisivos se alargaran. Sorprendentemente, sus caninos ya lo habían hecho, y le había enterrado los dientes en el hombro, manteniéndola inmóvil.

La urgencia de tomar su sangre, de traerla completamente a su mundo, estaba en él, pero luchó por contenerla, temiendo atraparla junto a él en el prado de fantasmas y sombras. Aún así, anhelaba su sabor, así que la retuvo bajo él, de rodillas, su cuerpo cubriéndola mientras dejaba que la urgencia pasara. Se pasó la lengua sobre los caninos, saboreando el salvaje sabor de ella, acariciándole con una mano los pechos, disfrutando de la ráfaga de ardiente líquido que bañaba su dolorida polla cada vez que rozaba los sensibles pezones.

– Podría mantenerte así para siempre, -susurró, pasándole la lengua a lo largo de la columna vertebral.

MaryAnn se mordió el labio e intentó contener el salvaje palpitar de su corazón. Nunca en su vida había imaginado que podría entregar su cuerpo tan completamente a otra persona. Cuando él la tocaba, cuando estaba cerca de ella, no tenía inhibiciones de ningún tipo… Miedo quizás, pero no de lo que él pudiera hacer, solo de poder perderse a sí misma en la absoluta locura del placer físico.

No había vuelta atrás. Ni siquiera podía culpar a Manolito. Ella se había aplicado tanto en la seducción como él, y esto era puramente físico. Cerró los ojos e intentó no sentir el palpitar en su sangre. Esto era adictivo. Él era adictivo, anhelaría su toque durante el resto de su vida. Nadie podría hacerle sentir las cosas que él podía. Nada volvería a parecerle bien con algún otro. Pero esto no era amor.

– ¿Cómo lo sabes, sivamet, como sabes que no es amor para mí?

– Estás en mi mente.

– Te has fundido conmigo. -Le besó la línea suave de la espalda-. Tranquila, cstri, voy a dejarte sobre la colcha-. Estaba temblando tanto que temía que fuera a caerse una vez su cuerpo abandonara el de ella.

En el momento en que se movió, sus músculos se cerraron sobre él, enviando nuevas sensaciones a través de ambos. Mantuvo el brazo firmemente alrededor de su cintura y dejó que su cuerpo abandonara a regañadientes el de ella. Muy gentilmente la dejó derrumbarse sobre la cama antes de rodar, llevándola con él de forma que su cuerpo le sirviera de almohada.

– No creo que pueda moverme. -La verdad era que no quería hacerlo.

– Yo sé que no puedo, -susurró MaryAnn, incapaz de hacer mucho más que alzar la cabeza. Su cuerpo todavía se estremecía con pequeños temblores. Era imposible conseguir suficiente aire, le ardían los pulmones y le ardía el cuerpo. Yació junto a él, escuchando los latidos combinados de sus corazones-. ¿Qué quisiste decir con que no sabré si es amor para ti?

– ¿Cómo podría no amar a la mujer que enfrenta todos sus miedos por salvarme de lo desconocido? ¿Cómo podría no amarte cuando te colocas entre la oscuridad y yo? ¿Cómo podría no amarte cuando me das más placer del que nunca había soñado que fuera posible? -No dijo que le daba paz. En el momento en que estaba en su compañía todo en su interior simplemente se aposentaba, calmaba, y volvía a estar bien-. Eres tú quien no sabe aún si me amas, pero aprenderás.

Envolvió los brazos alrededor de su cuerpo tembloroso y la abrazó con fuerza, frotando la nariz contra su cuello, el cálido aliento contra la oreja. No había censura en su voz, solo una declaración práctica.

El cuerpo de MaryAnn latía, ardía y le anhelaba otra vez, y eso era simplemente, categóricamente aterrador. Tenía tal confianza en sí mismo, estaba tan seguro de que podría hacer que se enamorara de él. Incluso si no lo hacía, sabía que sería casi imposible no desear estar con él, no cuando podría hacerla arder de dentro a fuera.

– ¿No crees que esto es un poco espeluznante?

– Estás a salvo conmigo. -Enterró la cara en la riqueza de su cabello-. Quiero quedarme aquí contigo y dormir el sueño de los humanos-. Nunca, ni una vez en toda su existencia, creyó que desearía un placer tan simple, pero ahora no había nada que deseara más que enroscar su cuerpo alrededor del suyo y caer dormido con ella entre sus brazos.

– ¿Por qué el sueño de los humanos? -preguntó ella, acurrucándose contra él-. Es algo extraño que digas eso.

– Quiero soñar contigo. Quedarme dormido soñando contigo, y despertar contigo a mi lado.

Se frotó contra él como un gato.

– No dormiremos. Tienes que ir a la tierra, Manolito. Incluso yo sé eso.

Él recorrió la habitación con la mirada. La luz ya se arrastraba a través de las ventanas. Debería haberle quemado los ojos, pero en vez de eso deseaba estirarse y arquear el cuerpo, bañarse en el brillo temprano de la mañana.

– Quizás me quede aquí. Podemos cubrir las ventanas.

El corazón de MaryAnn dio un salto.

– No es seguro. De ningún modo. Tienes que marcharte.

Él apoyó la cabeza en una mano y bajó la mirada hacia ella, sus ojos de nuevo totalmente negros.

– No quieres que me quede, ¿verdad? -dijo con súbita inspiración-. Quieres que me vaya.

Se tragó la urgencia de negar su acusación. Sería una mentira.

– No puedo pensar con claridad contigo alrededor.

– ¿No? -La tensa agresión en su voz se atenuó por el ronroneo gutural de satisfacción masculina. Su mano le acunó un pecho, su pulgar se deslizó sobre el pezón haciendo que se estremeciera bajo su toque.

– No. ¿Crees que siempre actúo de forma tan… tan sumisa? -Casi escupió la palabra-. No me van el bondage y la sumisión.

– Quizás yo sepa más de ti que tú misma, -dijo él-. Estoy en tu mente y busco las cosas que te complacen.

Cerró los ojos brevemente, preguntándose si era cierto. Le habían gustado las cosas que él había hecho. Gustar era una palabra suave para como se había sentido. No podía culparle por sus propias acciones. Le había deseado rápido y duro, casi brutal en su posesión de ella. Había deseado… todavía deseaba… pertenecerle completamente. Hacer cualquier cosa que le pidiera. Y eso la asustaba a un nivel totalmente diferente. Era un cambio de personalidad mayor y necesitaba consideración.

Manolito estudió su cara. Estaba asombrada por su propio comportamiento, y a cambio, él se preguntó a sí mismo por qué había necesitado ser tan dominante con ella. Era un hombre dominante, tanto que no tenía que probarse a sí mismo ante nadie, pero algo en él había necesitado marcarla, dejar su olor, la prueba de su emparejamiento. Se apartó el cabello del hombro y tocó la pequeña herida de allí. Los hombres de los cárpatos dejaban pinchazos, quizás un chupetón, y él había dejado una marcha en su pecho la primera vez que había tomado su sangre. La herida del hombro era algo totalmente diferente. Asombrado, concentró la mirada en ella. Tenía que haber sido hecha por sus caninos.

MaryAnn giró la cabeza para mirar también la pequeña marca, con un pequeño ceño en la cara. ¿Por qué demonios la había encontrado sexy cuando la sostenía así?

– Creo de debes haberme lanzado una hechizo.

– Creo que es a la inversa.

– ¿Lo hiciste? -preguntó suspicaz-. Porque Destiny puede hacer ese tipo de cosas. Meterse en las mentes e influenciarlas.

– Fúndete conmigo de nuevo y mira a ver que clase de influencia tengo. Esta vez, creo que haré que te arrodilles a mis pies, tomando mi polla en tu ardiente y sexy boca. -Su mano le acarició la garganta, las yemas de sus dedos acariciadoras. Su cuerpo se endureció de nuevo ante la idea, presionando firmemente contra el de ella, empujado por la fantasía erótica-. Podría no sobrevivir a ello, pero estoy más que dispuesto a sacrificarme por la experiencia.

Debería haberse sentido alarmada, pero la idea de explorar su cuerpo, de conducirle al límite, de que él le ordenara que le diera esa clase de placer y ella le robara el control, provocó una excitación que coleó por su cuerpo. Su lengua le estaba lamiendo el hombro, mordisqueando con los dientes, y ya su cuerpo respondía con esos ligeros temblores que se extendían por su estómago y pechos.

– Quizás yo sea la que te influencia a ti, -dijo-. Siempre me estás diciendo que me fundo contigo.

– Por supuesto que me influencias. Estoy leyendo cada una de tus fantasías y comparto las mías contigo. -Sus manos le acunaron los pechos y juguetearon con los pezones antes de deslizarse hacia abajo por la curva de su cuerpo hacia las nalgas. Empezó un lento y rítmico masaje-. Cuando venga a por ti, mañana por la noche, ponte algo femenino.

Ella jadeó, ultrajada.

– Yo siempre llevo ropa femenina. Tengo el mejor de los gustos en cuestión de ropa. No puedo creer que me insultes así.

La diversión masculina brilló en sus ojos.

– Me disculpo, meu amor, si te lo has tomado del modo equivocado. Siempre estás impecablemente vestida-. Soy anticuado y preferiría que llevaras un vestido o una falda. -Sus manos se deslizaron hacia arriba por el estómago, extendiendo los dedos ampliamente. Frotó en círculos gentiles, deslizándose más abajo, incluso mientras su voz se volvía ronca-. Además de hacer alarde de tu hermoso cuerpo tiene una ventaja extrema, podría tocarte así muy fácilmente.

Sus dedos se deslizaron más abajo aún, encontrando una cálida y acogedora humedad esperando.

– Quiero tu cuerpo disponible a mi toque. Mirarte y desear deslizar mi palma sobre tu piel. No hay nada como esto en el mundo.

Sus dedos se deslizaron sobre la raja, haciéndola jadear. Los muslos se le tensaron. El vientre se contrajo, y al instante fue suya. Toda idea de resistirse desapareció. Sus dedos acariciaban y jugueteaban y empezaron una íntima exploración otra vez. Sus roncos susurros en el oído solo agudizaron sus sentidos y terminaciones nerviosas e incrementaron su necesidad de él.

Los rayos de sol matutinos atravesaron la ventana, y la luz iluminó la sombría excitación en la cara de Manolito. Rodó sobre la espalda y simplemente la alzó de forma que le montara a horcajadas. Ella jadeó mientras bajaba la mirada a su erección. Parecía imposible que pudiera tomarle en su interior, pero su cuerpo ardía y pulsaba y fue a por él. Él le colocó los muslos a los lados de sus caderas, empujando la amplia cabeza de su polla en ella. Su sonrisa era genuina, dientes blancos que brillaban hacia ella, ojos negros reluciendo con algo cercano a la alegría mientras la posaba sobre él.

Se hundió directamente a través de los apretados pliegues hasta que se asentó profundamente en su interior, a donde pertenecía. Le llevó las manos a sus hombros para que se sujetara mientras empezaba a moverse, llenándola, esta vez lento y fácil para que pudiera sentir cada estocada cuando ya estaba tan sensible.

Ella empezó a moverse a su propio ritmo mientras las manos de él la guiaban para montarle de forma lenta y sensual. La estiró lentamente, acero encapsulado en terciopelo, moviéndose a través de los apretados y tensos músculos hasta que la fricción la dejó sin aliento… y sin cordura. Era diferente a la salvaje posesión de antes, pero no menos placentero. Y había algo decadente en sentarse sobre él mientras su mirada seguía el balanceo de los pechos y sus ojos se concentraban en ella con tanta ardiente lujuria y apreciación.

MaryAnn estaba exhausta para cuando Manolito la dejó, pero el sol estaba alto. Reconoció que era peligroso para él quedarse fuera tanto tiempo. Su propio cuerpo estaba tan cansado que no pudo hacer más que devolverle el beso y ondear una mano débil mientras él la cubría con las mantas y la dejaba sola. Apenas registró su orden susurrada para que durmiera, ya cerrando los ojos.

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