No hay nada mejor para la voz de una mujer que una vida sexual sana.
Leontyne Price
Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara, brutal,
brutal corazón de una bestia, como tú…
Sylvia Plath
Ese día fui sola a la exposición. La galería Liu Haisu estaba repleta de gente. Bajo la luz entre la multitud exuberante se podía oler gente rica, pobre, enferma, sana, artistas, mediocres, aventureros, chinos, extranjeros.
Vi a Mark frente a un cuadro llamado La transformación en U. Alto y fuerte, estaba parado frente a mí con su cabello dorado.
– Hi, Coco. -Puso una mano en mi espalda, me besó a la francesa y me abrazó a la italiana, se veía muy feliz:
– ¿Tu novio no vino?
Sonriendo negué con la cabeza, luego adopté la pose de interesada en los cuadros.
Como una sombra, estuvo todo el tiempo a mi lado, exhalando todo él un aroma de tierras lejanas, me seguía mientras yo caminaba por los pasillos viendo los cuadros. En su actitud tan paciente había algo que me inquietaba, parecía un cazador al acecho frente a la presa deseada. Toda mi atención estaba en su cuerpo, los cuadros pasaban ante mis ojos convertidos en una mezcla desordenada de colores y líneas caprichosas.
El río de gente se arrastraba lentamente, empujándonos y juntándonos. No supe cuándo su mano tomó mi cintura. De pronto dos caras conocidas saltaron a mi vista, allá, a la izquierda, justo frente al tercer cuadro, como grullas entre gallinas estaban Madonna y Dick. Su ropa, espléndida, era admirable, llevaban anteojos a la moda de armazón minúsculo. Su pelo estaba arreglado de una forma cuidadosamente desordenada. Me asusté, rápidamente me paré entre la multitud y cambié de dirección. Mark sin inmutarse me seguía maliciosamente de cerca, su mano peligrosamente en mi cintura me quemaba como el fuego.
La aparición repentina de la pareja de amantes despertó en mi el deseo de transgredir. Pues sí, tal vez desde el principio me había preparado para ello.
– Acabo de ver a Madonna y a su novio -dijo Mark con una sonrisa ambigua y seductora.
– Yo también los vi, así que escapemos -le dije con una intención muy clara. Tan pronto como pronuncié esas palabras, estiró el brazo y se adueñó de mí, como un ladrón de bancos que no permite ninguna explicación me sacó volando de la galería y me metió en su Ford. Luego, sumida en un gozo cruel, ya no fui dueña de mis actos.
En ese instante, si hubiera tenido un mínimo destello de autocontrol, me hubiera ido, hubiera escapado de ese elegante coche y así no hubiera pasado nada de lo que pasó después. Pero yo no era nada prudente, tampoco quería ser prudente, tenía veinticinco años y no buscaba esa tranquilidad para la cual hay que evitar todo. "Un hombre debe hacer de todo, incluido lo debido y lo indebido", creo que fue el gran Dalí quien dijo eso.
Cuando abrí grandes mis ojos y vi cómo él se inclinaba poco a poco hacia mí, me di cuenta de la atmósfera oscura que flotaba en esa enorme habitación, espaciosa, tranquila, llena de olor a hombre extraño y a muebles ajenos.
Besó mis labios y de pronto levantó la cabeza:
– ¿Quieres una copa? -Como una niña pequeña asentí con fuerza. Mi cuerpo estaba frío, mis labios helados, tal vez una copa estaría bien. Con el alcohol me convertiré en una mujer caliente.
Lo vi levantarse desnudo de la cama, caminó hacia un bar brillante. Sacó una botella de ron y sirvió dos copas. Al lado de la cantina estaba el equipo de sonido, puso un CD. Una voz femenina desconocida cantaba algo en dialecto pingtan. No entendía ese suave dialecto de Suzhou, pero era muy especial.
Se acercó.
– ¿Te gusta el pingtan? -busqué charla. Asintió con la cabeza y me ofreció una copa.
Es una música mágica, la más apropiada para hacer el amor -dijo Mark. Me ahogué un poco mientras tomaba el ron. Él me palmeó la espalda con una sonrisa suave y seductora en los labios.
Me besó de nuevo, un beso delicioso y prolongado, era la primera vez que me daba cuenta de que un beso antes de hacer el amor podía ser tan delicioso, calmado, nada apresurado, capaz de aumentar aún más el deseo. Sus innumerables vellos finos y dorados parecían un sinfín de rayos disparados por el sol que se pegaban cariñosos y apasionados a mi cuerpo. Con la punta de la lengua impregnada de ron lamía mis pezones y poco a poco descendía… La sensación fría del licor y el calor de su lengua me hacían perder la razón, sentí los fluidos de mi vagina correr y luego me penetró, su órgano que atemorizaba por el tamaño me provocó un ligero dolor:
– No -grité-, no sigas.
Él sin la más mínima piedad no paró ni por un momento. El dolor no tardó en convertirse en profundo placer, abrí grandes mis ojos y lo miré con rechazo y deseo a la vez, su cuerpo blanco brillante a la luz del sol me excitaba, imaginé cómo se vería con un uniforme nazi, con botas y abrigo de piel. Cuánta bestialidad y crueldad en esos ojos azules de alemán. La imaginación aumentó el placer en mi carne. "Toda mujer adora a un fascista, la bota en la cara, brutal, brutal corazón de una bestia, como tú…" escribió alguna vez Sylvia Plath, la mujer que se suicidó metiendo la cabeza en un horno. Cerré los ojos para escuchar su resuello, una que otra palabra en alemán, esa voz que había escuchado en mis sueños, y llegó al punto más sensible de mi vagina, pensé que iba a morir, él continuó y luego un orgasmo de ocupación y de abuso acompañó mis gritos.
Estaba acostado a mi lado, su cabeza sobre mi cabello, tapados con la sábana fumábamos, el humo llenaba el vacío frente a nuestros ojos y nos permitía mantenernos en silencio. Hay momentos en que las personas no desean emitir el más leve sonido, sólo protegerse tras una barrera muda tranquilizante.
– ¿Estás bien? -Su voz suave y sin matices parecía elevarse entre el humo. Me abrazó por la espalda, acostados de lado, parecíamos llaves amorosas que emitían un helado brillo metálico. Sus manos enormes estaban sobre mis senos.
– Me quiero ir-le dije sin fuerzas mientras él besaba mi oreja.
– Está bien, te acompaño.
– No es necesario, me voy sola. -Mi voz aunque débil sonaba segura.
Cuando me senté en la cama para vestirme, se apoderó de mí un grave abatimiento. La excitación y el orgasmo habían pasado, terminada la película cuando el público se aleja de la sala lo único que se oye es el rechinar de las sillas, los pasos, las toses; los personajes, la trama y la música han desaparecido del escenario. El rostro de Tiantian giraba en mi cabeza impidiéndome la calma.
Me vestí rápido, ni siquiera miré al hombre a mi lado. Todos los hombres son más feos a la hora de vestirse que cuando se desvisten, creo que muchas mujeres piensan igual.
Ésta fue la primera y la última vez, me decía engañándome. Este tipo de ideas funciona temporalmente. Con gran determinación salí de ese departamento tan bello que atrapa. Me senté en el taxi. Al otro lado del vidrio, él con señas me dijo que me iba a llamar por teléfono. Reí confusa: "¿Quién sabe?" El coche voló como huyendo.
No tenía espejo en la cartera. Me miré en el vidrio de la ventanilla, vi mi cara como de fantasma confundido. Pensé sobre lo primero que le iba a decir a Tiantian. "La exposición estuvo bien, vi a muchos conocidos, claro Mark también estaba…" Las mujeres mienten por naturaleza, especialmente cuando se mueven entre varios hombres, cuanto más complicada es la situación ellas son más ingeniosas. Desde que empiezan a hablar ya saben mentir. De niña, cuando en una ocasión rompí un valioso florero antiguo, dije que fue el gato de la casa.
Yo no estaba acostumbrada a mentir ante los ojos limpios de Tiantian. Pero ¿qué hacer si no?
Caminé por el pasillo oscuro en medio de un olor a cebolla y carne guisada, los vecinos preparaban la cena. Abrí la puerta, prendí la luz, lo extraño era que Tiantian no estaba en casa, en la mesa tampoco había ninguna nota.
Me senté en el sillón, mirando los pantalones sobre mis piernas largas y delgadas, en la rodilla izquierda había un pelo corto dorado, era de Mark, bajo la luz desprendía un brillo pálido. Recordé la cabeza de Mark descendiendo lentamente por mi pecho… Con mi cigarrillo prendí fuego al cabello, se convirtió en una minúscula ceniza. Un cansancio irremediable me invadió, indefectible, como las mareas que abaten la superficie de la tierra. Lacia e indiferente, solté el cuerpo encima del sillón, coloqué las manos sobre mi pecho como una monja que reza o como un muerto sereno y el sueño se apoderó de mí.