XXX Adi ós, amante de Berlín

Ellos atraviesan tu tristeza, te dejan impasible,

y se sientan en medio de tus recuerdos.

Dan Fogelberg


Ese verano fue tan difícil.

Mark buscó la manera de prolongar su estancia pero finalmente se fue de Shangai. Nos vimos por última vez la noche que él regresó de su viaje al Tíbet. Fuimos al buffet del restaurante giratorio del último piso en el nuevo hotel Jinjiang. Elegimos ese lugar suspendido en el espacio porque Mark quería ver por última vez desde lo alto las luces, las calles, las torres de Shangai, la gente caminar en la noche, respirar una vez más antes de irse la atmósfera misteriosa y frágil de Shangai. Al siguiente día a las 9:35 abordaría el avión a Berlín para regresar a su casa.

No teníamos apetito y ambos nos sentíamos fatigados.

Se había bronceado mucho, parecía un mulato de África, durante el viaje al Tíbet tuvo fiebre muy alta, por poco se muere. Me dijo que me había traído de Tíbet un regalo pero que no lo tenía consigo, así que no me lo podía dar en ese momento. Por supuesto le dije "Iré a tu casa" porque los dos sabíamos que después de la cena lo más natural era hacer el amor por última vez.

Sonrió tiernamente:

– Dos semanas sin verte y adelgazaste tanto.

– ¿De verdad? -palpé mi cara-, ¿de verdad estoy tan flaca?

Giré mi cara hacia los ventanales, al principio la ventana daba al hotel Huayuan, después de girar una vuelta nuevamente miraba hacía el mismo lugar, y la estructura del hotel, de forma un poco curva, parecía un ovni venido de lejos.

– Mi novio está de nuevo en la droga. Al parecer tomó la decisión de que finalmente lo pierda uno de estos días -dije en voz baja observando los ojos azules como el Danubio de Mark-. ¿En qué me equivoqué para que Dios me castigue de esta manera?

– No, tu no has hecho nada malo -dijo afirmándolo con gran seguridad.

– Tal vez no debí haberte conocido, no debí ir a tu casa ni a tu cama -reí un tanto irónica-. Esta vez para salir a verte también mentí. Aunque él puede adivinarlo, sin embargo yo nunca seré sincera con él, romper eso sería muy fácil, pero sería tan vergonzoso -dije y me quedé en silencio.

– Pero nos entendemos tan bien, estamos obsesionados el uno por el otro.

– Está bien, no hablemos de eso, vamos a vaciar estas copas. -Terminamos de un sorbo el vino, el alcohol es maravilloso, te calienta el vientre, elimina el frío de tu sangre, te acompaña a todos lados. Flores frescas, mujeres bellas, cubiertos de plata, sabores y olores agradables envolvían a cada uno de los comensales, la orquesta tocaba la música de Titanic, la canción de antes de que el barco se hundiera, pero ese enorme barco nuestro flotando en el aire no se hundiría.

Esta ciudad nunca se va a hundir porque le pertenece a los placeres de la noche.

Sentados en el auto que casi volaba, paseamos por Shangai, sus calles repletas de árboles fénix y hojas verdes, luces brillantes, cafeterías encantadoras, restaurantes elegantes, edificios tan hermosos que cortan la respiración. En el camino nos besábamos, él manejaba rápido y peligrosamente, en el límite de la excitación, obsesionados, sin parar hasta lograr la máxima satisfacción, parecíamos bailar en el filo de la navaja, el dolor y el placer juntos.

En el cruce de las calles Wuyuan y Yongfu nos paró una patrulla:

– Esta calle es de un solo sentido, no pueden manejar en sentido contrario ¿sabían? -dijo alguien con brusquedad.

Luego se dieron cuenta que olíamos a alcohol:

– Ah, además manejan borrachos -Mark y yo pretendimos no entender ni una palabra de chino, bromeábamos con ellos en inglés, entró una llamada al celular, luego alguien dijo:

– Nike, ¡así que eres tú!

Un poco aturdida, saqué la cabeza por la ventanilla y después de mirar un buen rato me di cuenta de que era Ma Jianjun, uno de los ex novios de Madonna. Le mandé un beso:

Hello-yo seguía hablando en inglés, luego vi a Ma Jianjun hablar con el otro policía, casi oí lo que decían:

– Vamos a dejarlos, esos dos acaban de regresar del extranjero, no entienden las reglas de aquí, además la chica es amiga de mi amiga…

El otro policía también murmuró algo que no pude oír. Finalmente Mark les dio un billete de cien yuanes para pagar la multa, Ma Jianjun me dijo al oído:

– Sólo puedo ayudar hasta aquí, los cien yuanes son apenas la mitad de la multa, les hice un descuento.

Seguimos en el coche, nos reímos un buen rato y cuando dejamos de reír le dije: ¿De qué nos reímos?, vayamos a tu casa.

No me acuerdo de cuántas veces hicimos el amor esa noche, finalmente ni el lubricante me hacía efecto, empecé a sentir mucho dolor. El parecía un animal salvaje sin piedad, como un soldado me lanzaba ataques audaces, como un rufián me provocaba un dolor intenso. Pero seguíamos infligiéndonos dolor mutuamente.

He dicho que a las mujeres nos gusta tener en la cama a un fascista con las botas de cuero puestas. Independientemente del cerebro, la carne conserva su propia memoria, ella usa un sistema fisiológico sutil para conservar la memoria de cada encuentro con el sexo opuesto, y aunque los años pasen y todo sea parte del pasado, esa memoria sexual sigue desarrollándose hacia dentro con un vigor extraño e interminable. En los sueños, en los pensamientos más profundos y oscuros, cuando caminas por la calle, cuando lees un libro, cuando hablas con un desconocido, cuando haces el amor con otro, la memoria sexual salta de repente, yo puedo enumerar a todos los hombres que he tenido en mi vida…

Cuando nos despedimos, le dije eso a Mark, él me abrazó, sus pestañas mojadas cepillaron mi mejilla, no quise ver la humedad en los ojos del hombre al que ya no vería más.

Llené una enorme bolsa con las cosas que Mark me regaló, discos, ropa, libros, adornos, esta basura que amo y me vuelve loca.

Tranquila le extendí mi mano y le dije adiós. La puerta del taxi se cerró, él me avasalló:

– ¿De veras no me vas a despedir al aeropuerto?

– No. -Negué con la cabeza.

Alisó sus cabellos:

– ¿Qué haré en las próximas tres horas que me quedan? Tengo miedo de subirme en un coche e ir a buscarte.

– No lo harás. -Sonreí, mientras mi cuerpo temblaba como un pétalo caído. -Puedes llamar a Eva, a otros de los que te acuerdes, trata de recordar los rostros de tus familiares, ellos aparecerán ante ti en unas cuantas horas, ellos te esperarán en el aeropuerto.

Nervioso e intranquilo alisaba sus cabellos, luego estiró el cuello y me besó:

– Está bien, está bien, mujer de sangre fría.

– Olvídame -le dije en voz baja, cerré la ventana y le pedí al chofer que manejara de prisa. Lo mejor sería tener pocos instantes de ésos en la vida, porque son insoportables, aún más cuando se trata de una relación sin ninguna esperanza. Él tenía esposa, tenía un hijo, además vivía en Berlín, y yo en ese momento no podía ir a Berlín. Berlín para mí sólo era una imagen gris que había visto en las películas o leído en los libros, era una ciudad automatizada y triste, tan lejana y tan diferente.

No me di vuelta para ver la sombra de Mark parada en la calle. Tampoco regresé a la casa de Tiantian, el auto iba directamente a la casa de mis padres.

El ascensor aún estaba cerrado, así que cargando aquella enorme bolsa llena de cosas, subí hasta el piso veinte. Parecía que me colgaba plomo en los pies, creo que ni el primer paso de la humanidad en la Luna fue tan pesado como eran los míos. Sentía que en cualquier momento iba a colapsar, me iba a desvanecer, pero no quería descansar, ni prolongar la desesperación, sólo quería llegar a mi casa.

Toqué fuerte, la puerta se abrió. Mi madre salió asustada, tiré la bolsa y la abracé con todas mis fuerzas:

– Madre, tengo hambre -le dije llorando.

– ¿Qué tienes, qué te pasa? -Gritando llamó a mi padre: -Volvió Cocó, ven rápido para ayudar.

Mis padres me llevaron hasta la cama, estaban muy asustados, ellos nunca sabrían qué cosas le pasaban a su hija, ellos nunca comprenderían el mundo impetuoso, ruidoso y frágil que ella veía, su vacío indescriptible. Ellos no sabían que el novio de su hija era drogadicto, que el amante de su hija en unas horas se iría a Alemania, que la novela que su hija estaba escribiendo era caótica, franca, llena de pensamientos esotéricos y de crudeza sexual.

Ellos nunca conocerían el miedo en el corazón de su hija, ni su deseo al cual ni la muerte podía suprimir, tampoco sabrían que la vida para ella era un arma del deseo que en cualquier momento se podía disparar y matar.

– Discúlpenme, yo sólo quiero comer sopa de arroz, tengo hambre -repetía murmurando, trataba de sonreír, luego ellos desaparecieron, yo caí de cabeza en la oscuridad del sueño.

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