XXVII El caos

Entre el azul marino y el demonio estoy yo.

Billy Bragg

Es fatal para un escritor pensar siempre a partir de su género. Es terrible ser simplemente un hombre o una mujer.

Virginia Woolf


Una llamada telefónica inesperada, mi madre se había roto la pierna izquierda. Por un problema con la electricidad el ascensor no funcionaba, bajó por las escaleras y se cayó. Me quedé como atontada por un rato, luego rápidamente me arreglé un poco y fui en taxi a casa. Mi padre estaba en la universidad impartiendo clases, la empleada atareada caminaba de un lado a otro, aparte de eso la casa estaba tan silenciosa que podía oír el zumbido de mis oídos.

Mi madre estaba acostada con los ojos cerrados. En su cara flaca y pálida había un brillo viejo y falso, como el brillo de los muebles de la habitación. Sobre el hueso roto del tobillo izquierdo ya tenía una gruesa capa de yeso. Entré silenciosa y me senté en la silla al lado de la cama.

Abrió los ojos:

– Llegaste -dijo simplemente.

– ¿Te duele mucho? -yo también pregunté simplemente. Estiró la mano, acarició mis dedos, la mitad del esmalte de colores ya se había caído, mis uñas se veían muy raras.

Suspiró profundamente:

– ¿Cómo va tu novela?

– No va, todos los días escribo un poco, ¿quién sabe si le va a gustar a la gente?

– Si vas a ser escritora no debes preocuparte por esas cosas…

Era la primera vez que hablaba conmigo de mi novela en ese tono. La miraba sin palabras, quería apoyarme en ella y abrazarla, quería decirle que la quería mucho, que la necesitaba mucho aunque sólo fuera para consolarme, que así me proporcionaba tranquilidad y fuerza.

– ¿Qué quieres comer? -finalmente le pregunté sin moverme ni estirar las manos para abrazarla, sentada a su lado.

Ella movió la cabeza:

– ¿Y tu novio? -Ella nunca supo que Tiantian estuvo en el centro de rehabilitación.

– Ha pintado muchos cuadros, cuadros muy bonitos, tal vez los usaré para mi libro.

– ¿No podrías venirte unos días aquí… aunque sea una semana?

Sonreí:

– Está bien, al fin y al cabo mi cama está en el mismo lugar.

La empleada me ayudó a arreglar mi cuarto, desde que Zhusha se mudó el cuarto había estado vacío. En la estantería había un dedo de polvo, el orangután de pelos largos aún estaba en el último piso de la estantería. Los rayos del sol poniente atravesaban la ventana, el cuarto se llenó de un color cálido.

Me acosté un rato en la cama y tuve un sueño. Soñé que iba y venía de un lado al otro de la calle en una vieja bicicleta que tenía cuando iba a la secundaria. En el camino vi a mucha gente conocida. Luego, en un cruce, un camión negro venía hacia mí. De pronto, del camión saltaron varios enmascarados. El jefe con un teléfono celular color rosa les ordenó a los otros echarme a mí y a mi bicicleta en el camión. Ellos ponían una linterna en mis ojos y me obligaban a revelarles el escondite de un personaje muy importante. ¿Dónde está el general? -Ellos imperiosos me miraban -Habla rápido, ¿dónde está el general?

– No sé.

– No mientas, es en vano que mientas, mira el anillo de tu dedo, una mujer que ni siquiera sabe dónde está su propio marido no merece vivir.

Incrédula miré mi mano izquierda y de veras en el dedo anular tenía un suntuoso anillo de diamantes.

Desesperada levanté los brazos:

– De veras no sé, aunque me maten, no sé.

Desperté, papá ya había regresado de la universidad. Para no despertarme, en la casa reinaba el silencio, pero por el olor a puro que venía del balcón supe que mi padre había regresado y que ya era hora de cenar.

Me levanté y fui al balcón a saludar a papá. Se había puesto ropa cómoda, con la luz del crepúsculo vi su panza gordita, sus cabellos blancos danzando con el viento suave, callado me miró un rato:

– ¿Estabas dormida? -Asentí con la cabeza esbozando una sonrisa.

– Ahora estoy muy bien, podemos ir a la montaña a cazar tigres.

– Está bien, vamos a comer -me abrazó y entramos en el departamento.

A mamá ya la habían traído a la mesa, estaba sentada en una silla con almohadones de terciopelo, la mesa estaba bien puesta y llena de olores deliciosos.

Por la noche jugué al ajedrez con mi padre, mi madre recostada en la cama nos miraba de vez en cuando, hablamos un rato de cosas cotidianas y finalmente la conversación giró hacia mi matrimonio. No deseaba tocar ese tema, recogí las piezas de ajedrez, me bañé y fui a mi cuarto.

Le dije a Tiantian por teléfono que iba a quedarme allí una semana, y luego le conté el sueño que tuve en la tarde, y le pregunté qué significaba. Me dijo que yo presentía mi éxito pero al mismo tiempo estaba hundida en una inevitable angustia existencial.

– ¿De verdad? -pregunté escéptica.

– Puedes corroborarlo con Wu Dawei -me dijo.

Esa semana pasó rápidamente acompañando a mi madre a ver la tele, jugando a las cartas, comiendo todo tipo de guisos deliciosos como sopa de chauchas y raíz de loto, pastel de batatas y sésamo, tortas de nabo, etcétera. La noche antes de irme mi papá me llamó a su estudio y hablamos hasta muy tarde con el corazón en la mano.

– Recuerdo que de niña te gustaba salir sola, siempre te perdías, eres una chica a la que le gusta perderse -decía. Sentada en la mecedora frente a él fumaba:

– Sí, aún me pierdo muy seguido.

– A decir verdad, te gusta el peligro, te gustan los milagros. Nada de eso es un defecto de vida o muerte, pero muchas cosas no son tan fáciles como tú las imaginas. A los ojos de tus padres tú siempre serás una niña inocente…

– Pero… -traté de defenderme. Él movió la mano:

– No vamos a impedirte que hagas todo lo que piensas, porque no podemos… pero hay algo muy importante, no importa lo que hagas, siempre debes responsabilizarte de las consecuencias de tus hechos. La libertad de Sartre, de la que tanto hablas, es una "libertad de elección", "una libertad con condiciones".

– Estoy de acuerdo -expulsé una bocanada de humo, la ventana estaba abierta, el cuarto tenía un suave olor al lirio que estaba en el florero.

– Los padres siempre comprenden a sus hijos, no tienes que usar adjetivos como "convencionales" para descalificar a tus mayores.

– Tienes razón -dije con la boca pero no con el corazón.

– Eres muy emocional, cuando estás desesperada ves todo negro, cuando estás contenta, te alegras sin límite.

– Pero a decir verdad, me gusta como soy.

– La premisa para ser una gran escritora es abandonar la vanidad innecesaria y aprender a mantener la independencia del espíritu dentro de un ambiente superficial. No seas presumida con tu posición de escritora, tú primero eres una persona, una mujer y luego eres escritora.

– Por eso siempre me pongo vestidos escotados y sandalias y me voy a bailar, me encanta ser amiga de psicoanalistas, escuchar buena música, leer un buen libro, comer frutas ricas en vitaminas C y A y tomar pastillas de calcio, ser una mujer inteligente y sobresaliente. -Vendré seguido a verlos, lo prometo.


* * *

Connie nos invitó a Tiantian y a mí a cenar juntos y visitar su restaurante, cuya decoración casi estaba concluida.

Cenamos en una mesa de madera y rattan en la terraza. El Sol ya se había ocultado, pero el cielo aún estaba claro. Las ramas inclinadas y las hojas de los álamos y de las acacias flotaban sobre las cabezas. Los mozos ya contratados y en proceso de entrenamiento vestían uniforme negro y blanco, rápidamente subían las escaleras de mármol llevando uno por uno los platos hacia la terraza.

Connie parecía cansada, pero estaba como siempre muy arreglada. En la mano tenía un habano, le pidió al mozo recortarle la punta para verificar si el joven sabía cómo atender correctamente a los clientes a la hora de recortar la punta de los puros.

– Estoy contratando jovencitos sin ninguna experiencia, pero inteligentes y hábiles, no quiero que tengan ninguna mala costumbre y además quiero que aprendan rápido -decía.

Juan no estaba, había regresado temporalmente a España, la siguiente semana llegaría a Shangai junto con un cocinero, según lo que estimaban el restaurante se inauguraría formalmente a principios de junio.

Como ella nos había pedido previamente, nosotros trajimos una parte del manuscrito de mi novela y los dibujos de Tiantian correspondientes. Fumando, hojeó rápidamente los dibujos de Tiantian adulándolo sin parar.

– Mira estos colores tan diferentes y extraordinarios, mira estas líneas sorprendentes, desde siempre supe que mi hijo tenía talento. Mamá está muy contenta de ver estas pinturas ahora.

Tiantian no abría la boca, con la cabeza baja sólo se ocupaba en comer su bacalao horneado en papel. Abrió el papel encerado que estaba encima del plato, que había conservado íntegramente la blancura del pescado y el olor de las especias. La ventaja del horneado son el color y el olor.

– Gracias -dijo Tiantian mientras comía su pescado. Entre la madre y el hijo ya no había una oposición feroz, ni una suspicacia aguerrida, pero sí una velada precaución, la decepción y el sabor amargo aún estaban allí.

– En el segundo piso del restaurante hay dos paredes sin adornos, si Tiantian está de acuerdo, me gustaría que me ayude a pintar allí algo. ¿Qué te parece? -sugirió de pronto Connie. Miré a Tiantian:

– Tú puedes hacerlo muy bien -le dije.

Después de la cena Connie nos llevó al primer piso para ver los salones que se intercomunicaban, había allí bellas lámparas y sillas y mesas fabricadas en caoba. En dos salones privados había chimeneas empotradas de ladrillo rojo, revestidas con madera de color marrón, sobre las chimeneas había botellas de vino y de whisky.

La pared enfrente de la chimenea estaba vacía. Connie dijo:

– ¿Qué tipo de pintura podría ir aquí?

– ¿Matisse?, no, lo mejor sería Modigliani -dije yo. Tiantian asintió con la cabeza. -Sus pinturas poseen un atractivo sutil y una frialdad que provocan que la gente quiera estar cerca de ellas, pero jamás lo logran… mirar a Modigliani, tomando vino tinto y fumando al lado de la chimenea es como un viaje al paraíso.

– ¿Aceptas? -preguntó Connie sonriendo mientras miraba a su hijo.

– Siempre he usado tu dinero, como intercambio debería de hacer un trabajo para ti -le contestó el hijo a su madre.

Nos quedamos en el restaurante de Connie, escuchando música latina y bebiendo hasta tarde.

Tiantian, vestido de pantalón de trabajo y con un tarro lleno de pinceles y muchas pinturas, empezó a ir al restaurante de su madre a pintar los murales. Como era lejos, decidió dormir en el restaurante. Connie le preparó una cómoda habitación para que se quedara temporalmente.

Mientras tanto yo volví a sumergirme en el libro, escribiendo y desechando, buscaba un final apropiado para mi novela. Por las noches finalmente me sentaba frente a la computadora a leer y contestar los mensajes de mis amigos de todos lados. Fei Pingguo y el serbio Yisha estaban en pleno romance, habían ido a Hong Kong para asistir a un festival de cine homosexual, Fei tomó unas fotos y me las mandó por correo electrónico, estaba con unos amigos muy atractivos en la playa unos encima de los otros, desnudos de la cintura para arriba, en una especie de cóctel sexual, algunos tenían aretes en los pezones, el ombligo y la lengua. "Este mundo tan bello y tan loco", escribió con letra gruesa y grande. Shamir me escribió en inglés, decía que yo le había dejado una enorme impresión, como las acuarelas orientales, tierna y a su vez llena de locura inimaginable, que en un instante podía liberar sentimientos difíciles de describir con palabras, como la rosa de un jardín nocturno que florece y muere en un instante. Ella no podía olvidar ese aire misterioso y peligroso de mis labios, como de tempestad, como una corriente subterránea, como un pétalo.

Esa era la más desinhibida carta de amor que había recibido en toda mi vida, me producía un sentimiento extraño por el hecho de que venía de la pluma de una mujer.

La Araña me preguntaba si quería una página web, él estaba dispuesto a diseñármela, últimamente los negocios no iban tan bien, así que para no estar sentado en vano podría ayudarme. Madonna decía que escribir mensajes era mucho más cansador que hablar por teléfono, así que ése era su primer y último intento. Sólo quería decirme que la última fiesta había sido totalmente agradable y fresca, y que después había perdido su celular y quería saber si yo lo había visto.

A todos les contesté con las mejores y más bellas palabras. En el fondo, nosotros éramos un grupo de jóvenes viviendo en los límites, en busca de sensaciones, y usábamos un lenguaje exagerado y extravagante, éramos como un enjambre de insectos interdependientes que vivíamos en las alas de la imaginación y teníamos poco contacto con la realidad, como parásitos que se alimentaban de las entrañas de la ciudad con sensualidad y dulzura. Somos el tipo de gente que imprime a esta ciudad su romanticismo extraño y su sentido auténtico de poesía.

Unos dicen que somos de otra especie, otros nos llaman basura, algunos desean entrar en este grupo, y nos copian en todo, desde la ropa, el peinado, la manera de hablar, de escupir y hasta de coger; otros nos maldicen, dicen que deberíamos meternos en una heladera con nuestra forma de vida de perros y desaparecer.

Apagué la computadora, en la pantalla sólo quedó una línea brillante que luego desapareció, en el equipo de música se oía Green Light de Sonic Youth que justo estaba terminando, la última estrofa decía: "su luz es mi noche, oh, oh, oh". Fui al baño, me acosté en el agua tibia de la bañera, en un momento dado me dormí, en medio del agua y la espuma soñé que escribía un poema sobre la noche, ahora sólo me acuerdo de una estrofa: "Antes que la luz se disipe, no sabrás qué es la noche, cómo son los pliegues de las sábanas, cómo es el deseo de mis labios. Oh, oh, oh…"


En una noche con una presión atmosférica muy baja, sofocante, sin vientos, Mark llegó en su coche sin avisar frente a mi edificio y me habló desde abajo por teléfono:

– No sé si te interrumpo, pero quiero verte ahora.

Su voz en el celular se oía poco clara, había mucha interferencia, shshshshsh, apenas terminó de hablar cuando la comunicación se cortó. Tal vez la batería ya estaba agotada. Podía imaginar cómo tiraba el celular en el coche diciendo: "Damned". Solté la pluma y por primera vez sin arreglarme en absoluto corrí por las escaleras a su encuentro.

La luz interior del auto era amarillenta y vacilante, él abrió la puerta, me tomó por la cintura y me empujó al asiento.

– Mira lo que estás haciendo. -Lo miré a él vestido de traje impecable y luego me miré a mí, descalza con unas pantuflas, con una bata de dormir completamente arrugada por su culpa, no pude más que reír a carcajadas moviéndome de adelante hacia atrás.

Él también rió pero muy rápido dejó de reír:

– Cocó, te diré una mala noticia, regreso a Alemania.

Acaricié los súbitamente rígidos músculos de mi cara:

– ¿Qué? -Lo miré fijamente un largo rato, él también sin decir una sola palabra me miraba.

– Al parecer no son rumores -susurré-, mi prima me había mencionado que te iban a transferir a las oficinas centrales.

Estiró los brazos y me abrazó:

– Quiero estar contigo.

– Imposible -gritaba mi corazón, pero de mis labios no salió ni una palabra. Sólo usé mis labios, mi lengua y mis dientes para recibir el torrente salvaje que venía de él, era lo único que podía hacer, aunque hubiera usado mis puños para detener su pecho, aunque con destreza hubiera extraído en secreto todo su dinero, sus tarjetas de crédito, sus documentos, no hubiera podido detener este hecho: mi amante alemán, este occidental que me ha proporcionado más placer que varios hombres juntos, finalmente me iba a dejar, y no podía ser de otra manera.

Lo empujé:

– Bien, y ¿cuándo te vas?

– A más tardar a fines del mes que viene, quiero pasar a tu lado cada minuto y cada segundo. -Agachó la cabeza, la metió en mi pecho. Mis pezones, al contacto con sus cabellos a través de mi delgado camisón, se irguieron como una flor desesperada ante la inminencia de la noche.

El auto corría rápido y suave, los colores de nuestros sueños se oscurecían, los bordes del sueño poco a poco se plegaban, como los valles profundos y los negros acantilados del lado oscuro de la Luna. Las noches de Shangai están llenas de un aliento emocionante y desgarrador. Volábamos por las calles lisas, entre las luces de neón y de polvo dorado, por los parlantes sonaba Iggy Pop: "Somos sólo huéspedes de paso, visitantes apresurados, mira el cielo lleno de estrellas, esperando que desaparezcan juntos ".

Se puede hacer el amor hasta el agotamiento, entristecerse hasta más no poder, construir verdades, apagar los sueños, cualquier cosa vale, pero lo único que nadie entiende es por qué derramamos lágrimas, tantas como Dios ha puesto estrellas en la noche. Durante un instante pensé que esa noche iba a ocurrir algo extraordinario, por ejemplo el auto podría chocar con algo y nosotros morir en un accidente fortuito e inexplicable.

Pero no hubo tal accidente, el auto llegó al Parque Central de Pudong, estaba cerrado e hicimos el amor a la sombra de unos árboles fuera de la valla que rodeaba el parque. Los asientos reclinables de cuero exudaban olor a frivolidad. Sentí un calambre en el tobillo pero no dije nada, permití que esa sensación incómoda creciera hasta que los jugos de nuestros sueños llenaron mi entrepierna.

Cuando en la madrugada desperté en su departamento, pensé que todo había sido un sueño, el sexo crece y se desborda fácilmente, como la tinta negra en las pinturas chinas, pero el sexo no puede cambiar nada, especialmente cuando los rayos del sol entran en la habitación y ves en el espejo las ojeras bajo tus ojos.

Cada historia llega a su fin después de pagar el precio justo. Cuando un cuerpo extiende sus tentáculos para unirse estrechamente con otro cuerpo, es sólo el preludio de una separación ineluctable.

Mark me informó que desde ese día hasta fines del mes siguiente tendría vacaciones de despedida. Ya no necesitaba ponerse la corbata e ir a diario a las diez menos cuarto de la mañana a la oficina. Había decidido disfrutar plenamente cada día. Me suplicaba pasar más tiempo con él. Mi novio pintaba a Modigliani en las paredes del restaurante de su madre, a mi novela sólo le faltaban las últimas hojas, y después de algunos días tal vez jamás volvería a ver a este hombre.

¡Qué vida, qué mundo!, sólo sentía que la cabeza me dolía como si estuviera partida. Él bajó el volumen de la balada de Suzhou y me trajo unas aspirinas del botiquín, me dio un masaje en la espalda y la planta de los pies con los rudimentos que había aprendido en Pure Massage, mientras bromeaba conmigo en shangainés. De principio a fin, como sufriendo, atendía a su princesa oriental, a su novia encantada de pelo negro y largo hasta la cintura con ojos nobles y tristes.

Y yo finalmente comprendí que había caído en la trampa de amor y deseo de este alemán, que no estaba destinado a ser más que un compañero sexual. Atravesando mi vagina había llegado a mi frágil corazón, se apoderó de lo más íntimo de mí… Las teorías feministas no han podido explicar el poder hipnótico de ese tipo de sexo. Yo en mi propio cuerpo experimenté esa debilidad de la mujer. Me engañaba a mí misma, eso en realidad era un juego, engañaba a los demás y me engañaba yo sola, la vida no es más que un parque de diversiones y no podemos dejar de buscar el placer.

Mientras tanto mi amado seguramente aún estaba en el restaurante, sumido en su propio mundo, usando colores y líneas para expresar sus sentimientos, para salvar al mundo y a sí mismo, que ante sus ojos eran un caos.

Me quedé en la casa de Mark. Desnudos, acostados en la cama, escuchábamos música, veíamos películas, jugábamos al ajedrez, cuando teníamos hambre cocinábamos espagueti italiano o ravioles chinos. Dormíamos muy poco y en realidad ya no nos mirábamos a los ojos, eso sólo aumentaría nuestra angustia.

Cuando el esperma, la saliva y el sudor colmaban cada uno de nuestros poros, agarrábamos el traje de baño, las antiparras y la tarjeta de huésped distinguido e íbamos a nadar al Hotel Ecuatorial. En la piscina no había casi nadie, nadábamos como dos peces extraños en el agua para allá y para acá. Nadábamos en la nada llena de luces anaranjadas, cuanto más cansados más hermosos, cuanto más viles más felices.

Regresábamos a la cama y la atracción sexual que había entre nosotros brotaba con una fuerza que sólo posee el Diablo, llegamos hasta el grado de que si Dios decía que eso era polvo, entonces queríamos retornar al polvo, si Dios decía que era el día del Juicio Final, entonces estábamos en el Día del Juicio. Su miembro parecía hecho de goma, todo el tiempo estaba erecto, no conocía la derrota, nunca decaía, hasta tal punto que me salió sangre de abajo, pensé que algunas células de mi vagina ya estaban muertas y se estaban desprendiendo.

La llamada de su esposa me salvó, se levantó tambaleándose de la cama y fue a contestar, Eva lo culpaba por teléfono de no contestar sus mensajes electrónicos.

Pensé, Dios, después de hacer aquello sin parar, ni siquiera tenemos fuerza para prender la computadora.

A Eva no le quedó más que llamar por teléfono para preguntarle a su esposo cuándo regresaría a casa. Hablaron en alemán sin que yo pudiera entender, gritaban un poco pero no peleaban.

Cuando él colgó y subió a la cama, le di una patada y cayó sentado al suelo.

– Me voy a volver loca, esto no está bien, algo va a salir mal -decía mientras me vestía toda aturdida. Abrazó mi pie, lo besó, entre los pañuelos desechables usados en el suelo encontró los cigarrillos, prendió uno y lo puso en su boca.

– Nosotros dos ya estamos locos desde que nos conocimos. ¿Sabes por qué estoy tan encantado contigo? Tú no eres fiel, pero al mismo tiempo eres totalmente confiable. Esos dos principios opuestos están unidos en tu persona.

– Gracias por decirlo así -dije desanimada mientras seguía vistiéndome, qué feo, parecía una muñeca varias veces violada, pero sólo con quitarme nuevamente la ropa la fascinación desconcertante reaparecería de inmediato en mi cuerpo.

– Me voy -dije en voz baja.

– Das miedo. -Me abrazaba con ternura.

– Sí -dije sintiéndome tan pero tan mal, ni el infierno podía ser peor, quería llorar, me odiaba a mí misma y a la vez me tenía lastima. Él me abrazaba, los vellos dorados de su cuerpo como innumerables tentáculos extendidos me consolaban.

– Tesoro, dulce, creo que estás muy cansada, mientras más consumes la energía de tu cuerpo, más amor generas, yo te amo.

No quería escuchar esas palabras, quería desaparecer como el viento, regresar a mi sitio original, tal vez ningún lugar me podía proporcionar seguridad, pero aún quería escabullirme como un ratón.

Los rayos del sol lastimaban los ojos como navajas resplandecientes, oía mi sangre correr por mi cuerpo, y de pronto enfrentada a la multitud en la calle no sabía qué hacer, no sabía qué fecha era, no sabía quién era yo.

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