En relación a lo que se dice sobre el sexo, lo único cierto es que no es un espectáculo digno.
Helen Lawrenson
La atracción que siento por los hombres altos es un poco debido a la vanidad (yo no soy alta, pero afortunadamente las dos francesas que admiro, Marguerite Duras y Cocó Chanel, también eran bajitas), pero en gran parte proviene del odio extremo que siento hacia un novio petiso que tuve.
Ese hombre no pasaba gran cosa del metro y medio, de tipo bastante común, usaba unos anteojos ordinarios. Era un falso cristiano (luego se supo que pertenecía a una secta rara como el maniqueísmo o la secta del Sol).
No sé cómo me atrapó, tal vez porque sabía mucho, podía recitar con acento de Oxford las obras de Shakespeare. Además, sentados detrás de la estatua de Mao en el patio central de la Universidad Fudan, durante tres días seguidos me explicó la trascendencia para el mundo del nacimiento de Cristo en un establo.
El pasto grueso como lengua rasposa se me metía a través de la falda y me provocaba picazón en las nalgas y los muslos. El viento suave nos acariciaba el rostro. Él, como poseído, no podía dejar de hablar. Yo, infatuada, no podía dejar de escuchar. Parecía que podíamos estar así siete días y siete noches seguidas hasta llegar a la iluminación del nirvana. Yo no reparaba en su estatura insignificante, estaba concentrada es su espíritu cultivado y en sus dotes de orador (los hombres que yo ame en mi vida primero tienen que ser cultos, brillantes y muy sensibles. No me puedo imaginar al lado de un hombre que no pueda recitar por lo menos diez proverbios, cinco pensamientos filosóficos y tres nombres de músicos). Claro está, pronto me di cuenta de que me había arrojado a un charco verdoso y nauseabundo.
No sólo era un fanático religioso sino que además era sexualmente insaciable. Quería practicar conmigo todas las posiciones y las situaciones que veía en las películas pornográficas. Se imaginaba sentado a oscuras en el extremo de un sillón, viendo cómo un hombre corriente, carpintero o plomero, me violaba. No perdía oportunidad, hasta cuando íbamos en el autobús por la autopista a la casa de sus padres se abría la bragueta, tomaba mi mano y la metía allí. Su cosa, como vela derretida, la escondía detrás de un periódico. Se excitaba mucho y era difícil de satisfacer, la escena era lamentable. Desesperado, él lanzaba gritos angustiosos, como en esas producciones baratas hollywoodenses al estilo Boogie Nights.
Cuando descubrí que además era un gran mentiroso (hasta cuando iba a comprar el diario decía que iba a tomar el té con un amigo) y un estafador desvergonzado (copiaba párrafos enteros de artículos ajenos y los publicaba en Shenzhen como suyos), ya no aguanté más, particularmente porque todas esas cochinadas eran además obra de un petiso con cara de hombre decente que no pasaba gran cosa del metro y medio. Me sentí completamente engañada. Había estado ciega, así que recogí mis sentimientos mancillados y rápidamente me alejé de él.
– No te puedes ir así -gritó a mis espaldas parado en la puerta del dormitorio.
– Me das asco -repliqué, tenía hielo en el corazón.
No se puede confiar a la ligera en los hombres, las madres siempre enseñan esto a sus hijas cuando van a su primera cita, pero en los oídos de las chicas estas palabras suenan como sermones sin sentido. Sólo cuando una mujer ya madura enfrenta con mirada fría a la otra mitad del mundo se da cuenta claramente del lugar donde está parada, así descubre ante sus ojos los caminos de la vida.
Él hablaba por teléfono a mi dormitorio. Una señora de Ningbo, que cuidaba el edificio, me llamaba por el altavoz. "Nike, teléfono, teléfono Nike". La segunda parte de esa pesadilla era los fines de semana en casa de mis padres. Llamaba sin parar, no se rendía hasta hablar conmigo, hasta a las tres de la mañana sonaba el teléfono, era como una película de terror. Así fue hasta que cambiamos el número de teléfono. En esos tiempos mi madre estaba completamente decepcionada de mí, no quería verme, ni siquiera me miraba. Para ella yo me lo había buscado y me lo había ganado por mí misma, no sabía elegir mis amistades, no discernía entre lo bueno y lo malo. En una palabra, había cometido la peor deshonra para una mujer: salir con el hombre equivocado.
Lo más loco de mi ex novio fue seguirme en la escuela, en la calle, en el subte y, fuera de sí, gritar mi nombre frente a todo el mundo. Llevaba unos anteojos oscuros que acentuaban su aspecto feroz. Cuando sorpresivamente levantaba mi mirada, rápidamente se escondía tras los árboles o entraba en los negocios, parecía un excelente doble de películas de acción de tercera.
En esos tiempos soñaba con caminar abrazada con un uniformado, un policía era el hombre que más deseaba. Mi corazón gritaba "Socorro". Cuando entré en la revista usé todas mis relaciones como periodista para hacerme de un amigo que trabajara en el gobierno municipal y, a través de la comisaría local, le mandé a mi ex novio una advertencia. No estaba tan loco como para enfrentarse al aparato estatal, así que allí quedó el asunto.
Después de eso fui a buscar a Wu Dawei, un amigo psicoanalista que trabajaba en un centro juvenil.
– Desde ahora no voy a confiar en hombres petisos. -Estaba sentada en un diván que parecía poder hipnotizar a la gente. -Tuve suficiente, que ni siquiera se atrevan a pasar por mi puerta. Soy de lo peor, por lo menos para mi madre, ella de por sí es irritable y yo no le he dado otra cosa que problemas.
Él me dijo que el conflicto entre mi temperamento femenino y mis dotes literarias frecuentemente me llevaba a la confusión y que los artistas en su mayoría tenían un alto grado de debilidad, dependencia, contradicciones, ingenuidad, masoquismo, narcisismo, complejo de Edipo y otras inclinaciones. Como sea, mi ex novio había satisfecho muchas disociaciones de mi carácter, desde la dependencia hasta el masoquismo y el narcisismo, y el sentimiento de culpa hacia mi madre era el punto central de mi vida emocional.
– En cuanto a la estatura de las personas -Dawei se aclaró la garganta un poco-, siento que la estatura puede influir especialmente en los hombres maduros. Los hombres petisos pueden mostrar comportamientos más extremos que las personas de estatura normal. Por ejemplo, estudian con más ahínco, se esfuerzan más para ganar dinero, son más competitivos, además persiguen más a las mujeres bonitas para demostrar su masculinidad. Sean Penn es muy petiso ¿no? pero es uno de los mejores actores de Hollywood, y además fue el hombre al que Madonna más quiso, tenía al símbolo sexual del planeta atada como pavo a una silla y la maltrataba a su antojo. Podemos mencionar muchos casos como ése, imposibles de olvidar.
Hilaba sus ideas sentado en esa habitación de luz extremadamente tenue. De tanto adoptar ante sus pacientes el papel de representante de Dios, la expresión de su cara era ya algo falsa. Sentado en su sillón de cuero, se movía de un lado a otro y de vez en cuando soltaba uno que otro pedo ahogado. En el aire enrarecido de la habitación unas macetas con palo de Brasil, conchas de tortuga y bambú crecían exuberantes sin sucumbir ante el paso de los años.
– Está bien -dije-, claro, el amor no se puede medir por la estatura, pero como sea pienso olvidar todo eso. Hay que olvidar muchas cosas en la vida. Para mí, mientras más desagradables las cosas, más rápido las olvido.
– Por eso es que te convertirás en una buena escritora, los escritores entierran el pasado con letras -me dijo Dawei amablemente.