Cuando me senté a tu lado, sentí una inmensa tristeza.
Aquel día en el parque.
Luego un día regresaste a casa.
Cuánta alegría por regresar a casa.
Encontraste la llave de tu alma y
de veras la abriste, ese día regresaste.
Regresaste al parque.
Van Morrison
Una hora después de haber recibido la llamada de Mark en ese día seco y caliente (me dijo que ya había regresado a Shangai y que deseaba verme de inmediato, además me invitó a ver una película corta vanguardista alemana), Tiantian regresó a casa. Ellos dos existen uno en función del otro, como los lados claro y oscuro de la luna, se complementan mutuamente, los dos hombres importantes de mi vida habían regresado.
Cuando Tiantian empujó la puerta y entró me quedé perpleja, sin decir palabra nos abrazamos fuerte, nuestros cuerpos estaban particularmente sensibles, nuestras antenas invisibles se extendían hacia el otro disfrutando detalladamente aquel fuerte y fascinante arrebato fisiológico del otro, era un amor que venía de la mente, no del cuerpo.
De pronto se acordó que el taxi aún esperaba abajo a que le pagara.
– Yo voy. -Agarré la cartera y bajé por las escaleras, le di al chofer cuarenta yuanes, me dijo "no tengo cambio", le dije "no importa", me di vuelta y caminé hacia el umbral del edificio, de lejos oía las palabras de agradecimiento del chofer. Esa luz blanca que parecía derretirse detrás de mi cuerpo en un instante se desvaneció, mis ojos nuevamente se acostumbraron a los pasillos y escaleras oscuras, al entrar en la casa oí el agua de la bañera.
Me acerqué y me apoyé en la puerta, mientras fumaba veía a Tiantian bañarse. El agua caliente hacía que su cuerpo se viera rosado, como un batido de frutilla y como un bebé recién nacido.
– Quiero dormir-dijo y cerró los ojos. Me acerqué con una esponja y lentamente lo bañé. El jabón líquido Watson despedía un rico y refrescante aroma a hierbas del bosque, una pequeña abeja constantemente se pegaba al vidrio de la ventana del baño teñido del color del vino blanco por los rayos del sol. Ese silencio que se palpa, se ve, de pronto se puede esparcir como la savia.
Mientras fumaba veía su hermosa y delicada cara dormida y su cuerpo, como si oyera el nocturno de Kreisler La miel del amor. Parecía que se hubiera recuperado.
Tiantian de pronto abrió los ojos:
– ¿Qué vamos a cenar hoy?
Sonreí:
– ¿Qué quieres comer?
– Tomates con azúcar, fritura de raíz de lirios con perejil, brócoli frito con ajo, ensalada de papas, codornices en salsa de soja, y un gran tazón de helado de chocolate, de vainilla y de frutilla…
Él tenía muchos antojos, sacaba y metía su lengua rosada.
Lo besé.
– ¡Guau! Tu apetito nunca había sido tan feroz.
– Es que vengo del inframundo.
– ¿Dónde vamos a comer?
Tomó mi antebrazo y me dio un pequeño mordisco, como un animalito carnívoro.
– Vamos a cenar con tu madre.
Se quedó aturdido por un momento, soltó mi mano y se levantó de la bañera:
– ¿Qué?
– Ella volvió, su esposo español también.
Salió de la bañera y descalzo y sin secarse caminó directamente hacia el dormitorio.
– ¿Estás muy enojado? -lo perseguía.
– ¿Tú qué crees? -hablaba en voz alta, se acostó en la cama y puso sus dos manos bajo la nuca.
– Pero ella ya volvió. -Me senté a su lado mirándolo fijamente, mientras él miraba fijamente el techo.
– Entiendo cómo te sientes, no le debes tener miedo a esta situación complicada, no debes sentir odio, ni escapar, ahora hay que encarar a tu madre, afrontar todo lo que va a pasar, eso es lo que debes hacer.
– Ella nunca me quiso, no sé quién es ella, sólo es una mujer que cada tanto me envía dinero, y para ella enviarme dinero es disculparse, es una manera de disminuir su sentimiento de culpa. De cualquier manera, ella sólo se ama a sí misma, sólo le interesa su vida.
– Si la quieres o no, no me importa ni me interesa, sólo me importa una cosa, tú no eres feliz, y eso tiene que ver mucho con tu madre. Mientras más pronto pongas en orden tu relación con ella, más pronto yo podré verte feliz. -Mientras hablaba me colgué de él y lo abracé:
– Te lo suplico, quítate de encima todas las cadenas, y como una crisálida que rompe el capullo, conviértete en una hermosa mariposa. Quiérete a ti mismo, ayúdate.
Silencio. En el cuarto había una profundidad extraña, como una llanura amplia, nos abrazábamos cada vez más fuerte, nuestros cuerpos eran cada vez más livianos y pequeños hasta que nuestros cerebros fueron invadidos por pequeños capullos de flores.
Luego lentamente hicimos el amor, de esa manera nuestra, que no es plena pero que nada la puede sustituir, su vientre blanco y liso casi podía reflejar como un vidrio mis labios, sus vellos púbicos suaves como hierba despedían un olor cálido y dulce como el de un animalito (por ejemplo, un Conejo que era su signo del horóscopo). Usé mi otra mano para acariciarme, poco a poco sentí cómo esa parte se me ponía inflamada y caliente. Donde mis labios y mis dedos pasaban, pequeñas chispas secretas, azuladas, se encendían. Todo era besos, llenos de saliva, llenos de ternura; el caos, el vacío, el arrepentimiento, el miedo, fueron empujados a un lugar lejano. No creo haber besado antes de una manera tan enloquecida, simplemente no pensaba.
Sólo sabía que él era la felicidad que había perdido y acababa de recuperar, era la chispa que encendía el fuego de mi vida, era mi esfuerzo de autoexpresarme, era el dulce y el dolor inefables, era una bella rosa inaccesible que la alquimia hacía renacer de un antiguo jardín persa.
Cuando él se rindió yo llegué al orgasmo, saqué mi dedo húmedo, caliente y lleno de líquidos y lo acerqué a mis labios. Olí mi propio olor, él mordió mis dedos y los chupó:
– Es dulce, huele un poco a almizcle, sabe a sopa de pato con anís y canela. -Suspiró, se dio vuelta y no tardó en dormirse profundamente, con una de sus manos apretaba fuerte la mía.
A las siete treinta de la noche Tiantian y yo llegamos al Hotel de la Paz en el Bund. En el iluminado hall del hotel nos esperaban ansiosos Connie y su esposo.
Connie estaba impecablemente vestida, llevaba un qipao rojo con bordados dorados, tacos muy altos, un maquillaje pesado y elaborado, tenía el aspecto de una actriz china de Hollywood de los años cincuenta o sesenta. Al ver a Tiantian empezó a llorar, estiró sus dos manos hacia Tiantian pero él se retiró, el español se le acercó un paso y ella se refugió en su pecho, limpiando sus lágrimas con un pañuelo.
Pronto recuperó su compostura y esbozando una sonrisa le dijo a Tiantian:
– Jamás me imaginé que estabas tan delgado y buen mozo. De veras que… estoy muy feliz, eh, déjenme presentarlos. -Agarrando la mano de su esposo se nos acercó un paso. -El es mi esposo Juan -mirándolo-. Ellos Tiantian y Cocó.
– Seguramente que todos tenemos hambre, vamos a cenar-dijo Juan en inglés con fuerte acento español. Tenía la apariencia típica de un torero, unos cuarenta años, alto, fuerte, guapo, pelo color castaño, ojos café claro, nariz grande. Debajo de sus gruesos labios tenía una hendidura que sólo los extranjeros tienen, que parece esculpida con navaja y hace que el mentón se vea fuerte y sexy. Daba la impresión de que él y Connie se llevaban muy bien, eran una versión en edad mediana del cuento "La bella y el príncipe", aunque tal vez en este caso la bella era tres o cuatro años mayor que el príncipe.
Tomamos un taxi para ir a la calle Hengshan, en el camino nadie habló. Tiantian estaba sentado atrás entre Connie y yo. Estaba duro como el plomo.
Juan de vez en cuando murmuraba algo en español, probablemente sobre el bello paisaje nocturno de la ciudad fuera de la ventana. Era su primera visita a China, en su pequeño pueblo de España sólo en las películas de Zhang Yimou y Chen Kaige habría visto una mujer china sufriendo y a un hombre chino vestido en traje tradicional. Seguramente que su esposa china le contaba muy poco de su tierra natal, por lo tanto este hermoso Shangai ante sus ojos estaba a miles de kilómetros de lo que él esperaba ver.
Atravesamos un pequeño callejón, caminamos unos minutos entre iluminados muros cubiertos de hiedra, llegamos frente a varias casas antiguas estilo europeo, y entramos al jardín señalado por un anuncio luminoso del restaurante chino La Cocina de los Yang. La decoración era discreta, además los platos eran caseros y sabrosos. Yo no entendía cómo era que Connie con apenas unos pocos días de estar en Shangai sabía de este restaurante tan escondido en medio de estas callejuelas. De cualquier manera era un buen lugar para comer y charlar tranquilamente.
Connie me pidió ordenar la comida. El dueño, un taiwanés, se acercó y se saludaron con Connie como si ambos se conocieran muy bien. Juan mencionó en su escaso chino dos platos que no quería comer, "patas de pollo" y "tripas de cerdo". Aclaró que no quería comer estas dos cosas, ya que apenas llegado a Shangai las probó y toda la noche tuvo diarrea. Connie añadió:
– Además lo llevé al hospital Huashan para que lo trataran, tal vez como estaba recién llegado aún no se adaptaba al clima y los cambios, y quizá no tenía nada que ver con las patas de pollo y las tripas de cerdo.
Tiantian estaba sentado a mi lado en silencio, fumando aturdido, no oía ni interfería en la conversación, de hecho no había sido nada fácil que aceptara salir a cenar con su propia madre esa noche, así que no debía forzarlo para que sonriera o estallara en lágrimas.
La cena transcurrió muy lentamente, Connie todo el tiempo recordaba su embarazo de Tiantian, su nacimiento y los momentos memorables hasta que cumplió trece años. Se acordaba perfectamente de cada detalle y episodio y los narraba uno a uno como si fueran un tesoro familiar:
– Cuando estaba embarazada con frecuencia me sentaba en la cabecera de la cama y miraba un calendario que tenía la foto de una niña extranjera que jugaba con una pelota en el pasto, sentía que aquella niña era muy hermosa, y pensaba que yo también iba a tener un bebé muy hermoso, naturalmente unos días después en el hospital tuve un hermoso tesoro, aunque era niño, pero sus facciones eran tan delicadas…
Mientras hablaba observaba a Tiantian, él sin ninguna expresión en los ojos pelaba un camarón. Ella en español le resumía al marido lo que acababa de decir. Juan con cara de aprobación me decía:
– De veras es muy hermoso, parece una muchacha. -Yo sin afirmar ni negar tomaba lentamente mi vino.
– Cuando Tiantian tenía cinco o seis años, ya pintaba, pintó un cuadro llamado Mamá teje un suéter en el sillón, era muy interesante, en el ovillo a su lado estaban pintados un par de ojos de gato, la mamá tejía con cuatro manos, él siempre me preguntaba cómo podía tejer y ver la televisión al mismo tiempo, además de tejer tan rápido… -La voz de Connie era baja, pero su risa resonaba fuerte, como si alguien le ordenara reír así de fuerte.
– Sólo pinté a mi padre reparando la bicicleta -dijo Tiantian con frialdad.
Lo miré sorprendida y extendiendo mis manos tomé las suyas, estaban algo frías; de pronto un silencio se apoderó de la escena, parecía que hasta Juan había entendido las palabras de Tiantian. Las palabras de Tiantian rompieron un tabú que nadie hubiera querido romper, todo lo referente a su padre difunto era delicado y triste.
– Me acuerdo que cuando Tiantian tenía nueve años, le gustaba una niña vecina de seis años. La quería hasta el punto de… -Connie siguió narrando en shangainés. La expresión de su cara tenía un gentil tono de reproche. Todas las madres al recordar las travesuras de sus hijos cuando eran pequeños deben de tener esa expresión. Pero los ojos de ella estaban llenos de una tristeza oscura mientras hablaba, como si afrontara una prueba de vida donde no podía más que sacar fuerza para salir adelante.
– Él agarraba todas las cosas lindas de la casa, el despertador, el florero, esferas de vidrio, historietas de dibujos animados, chocolates, en una ocasión hasta se robó mi lápiz de labios y mi collar y todo se lo dio a esa niña, poco faltaba para que vaciara la casa.
Hizo un ademán exagerado y nuevamente empezó a reír con unas carcajadas que espantaban, como el sonido de un piano descompuesto.
– Mi hijo puede dejar todo por la persona que ama -susurraba mirándome y sonriendo tiernamente, la luz era tenue pero podía sentir la compleja expresión de sus ojos, algo de envidia mezclada con amor.
– ¿Podemos regresar a casa? -Tiantian bostezando giró para mirarme. Connie parecía nerviosa:
– Si estás cansado vamos a regresar más temprano para que descanses -dijo mirando a Tiantian. Luego con la mano pidió la cuenta y le hizo una señal a su marido para que sacara unas cosas del bolso. Eran dos regalos envueltos con mucho cuidado en papel floreado.
– Gracias -agradeció Tiantian con sencillez. En todos estos años Tiantian había recibido con mucha naturalidad el dinero y los regalos que Connie le daba, ni los quería ni los odiaba, simplemente, como dormir o comer, los necesitaba y eso era todo. Yo también agradecí el regalo.
– Primero los llevaremos a su casa y luego Juan y yo iremos a otro lado a pasear.
Juan en inglés añadió:
– Leí una revista en inglés, Shanghai Now, donde decía que en el muelle había permanentemente un hermoso y elegante barco, Ariana, abierto al público, si quieren podemos ir juntos a verlo.
– Querido, habrá muchas oportunidades, iremos juntos la próxima vez, ahora Tiantian está cansado -Connie apretando la mano de su marido, explicaba.
– Ah -como si hubiera recordado algo-, cuando salgamos podemos pasar a ver el lugar que hemos elegido para establecer el restaurante, está en el jardín de al lado.
La redonda y brillante luna colgaba en el cielo, bajo su luz todo se veía misterioso y frío. Entramos en el jardín rodeado por una baranda de hierro forjado, con piso de ladrillos rojos e iluminado por una lámpara redonda, al frente se veía una vieja casona estilo extranjero de tres pisos al parecer ya restaurada, la construcción aún reflejaba el orgullo y la elegancia de setenta años de historia, tenía ese esplendor que no lo podía tapar el polvo de los años ni lo podían emular las construcciones nuevas. Al este y sur de la casa había escaleras de piedra para subir, la casa estaba plantada en un espacio amplio en el corazón de las antiguas concesiones extranjeras de Shangai, donde la pulgada de tierra vale oro, era un verdadero lujo.
Unos árboles de alcanfor centenarios y árboles fénix extendían su misteriosa sombra verde, como tules de encaje de una falda de bailarina, adornando el jardín y la casa. En el segundo piso de la casona había una enorme terraza, en primavera y verano se podía poner una romántica cafetería al aire libre. Juan decía que luego podrían invitar a chicas españolas para que bailaran flamenco en la terraza. Podía imaginarme esa atmósfera exótica y lujosa.
Nos paramos un rato en las escaleras de la entrada, no entramos en cada una de las habitaciones, aún no habían empezado a decorarlo, no había mucho que ver.
La luz de la lámpara y la de la luna mezcladas caían al suelo y sobre nuestros cuerpos. De pronto todo parecía un sueño. El taxi nos llevó a casa, Connie y Juan nos despidieron agitando sus manos, luego el auto arrancó. Tiantian y yo tomados de las manos entramos en el pasillo del edificio, llegamos a nuestra casa y sentados en el sillón abrimos los regalos.
El mío era un brazalete con piedras preciosas, y el de Tiantian era un libro de arte sobre Dalí y un CD de Ravel, eran el pintor y el compositor más apreciados por Tiantian.