Dios, por favor oye nuestras plegarias.
Madre Teresa
Tiantian nuevamente empezó a drogarse. Una vez más se acercó al diablo.
Me hundí en montones de pesadillas. Una vez tras otra veía en mis sueños cómo la policía se llevaba a Tiantian, lo veía extraer sangre gota a gota de su muñeca y escribir en una manta su propio epitafio. Veía un terremoto repentino, el techo se desplomaba como una ola petrificada. No podía soportar ese terror.
Una noche tiró la aguja, soltó la cinta de goma que sujetaba su brazo y se acostó sobre las baldosas del baño. Saqué el cinturón de mi falda, me acerqué y sin esfuerzo le até las manos.
– No importa lo que me has hecho… No te culpo, te amo, Cocó, ¿me oyes? Te amo -susurrando así inclinó la cabeza y se desvaneció.
Sentada en el suelo, mi cara entre las manos, las lágrimas se escurrían entre mis dedos, brotaban como la felicidad que está allí pero que no se busca. Frente a ese joven sin conocimiento ni voluntad, frente a mi amado acostado en el baño frío con el corazón roto, sólo puedo llorar así, llorar hasta que se me tape la garganta. La situación era tan irremediable y ¿quién era el responsable? De todo corazón quería encontrar a alguien responsable de todo lo ocurrido, así tendría la meta de odiarlo, de despedazarlo.
Le rogaba, lo amenazaba, tiraba cosas, me iba de la casa, nada de eso servía, él con una eterna sonrisa de culpa e inocencia me decía: "Cocó, no importa lo que me hagas, yo nunca te culparé, te amo, Cocó, recuérdalo, no olvides eso".
Finalmente, un día rompí la promesa que le había hecho y le conté a Connie toda la situación de Tiantian. Le dije por teléfono que estaba muy asustada, que Tiantian estaba al borde del desastre, que en cualquier momento podía perderlo.
Poco después de colgar, pálida, Connie llegó a nuestra casa.
– Tiantian. -Intentó sonreírle con ternura. Pero las arrugas apiladas en su cara delataban su tristeza, se veía vieja. En seguida se reveló:
– Mamá te ruega, mamá sabe que en esta vida cometió muchos errores, lo que nunca debí hacer es separarme de ti diez años, tanto tiempo lejos de ti, mamá es una madre egoísta… Pero ahora estamos juntos nuevamente, podemos empezar de nuevo, dale a mamá y a ti mismo otra oportunidad ¿sí? Verte así es peor que la muerte…
Tiantian volteó la mirada desde la pantalla de la televisión y miró a su madre con la cara descompuesta sentada en el sofá:
– Por favor, no llores -dijo con compasión-, si esos diez años pudiste vivir feliz, después también podrás ser feliz, yo no soy un problema fatal en tu vida, no soy obstáculo ni sombra para tu felicidad. Deseo que siempre seas bella, rica, segura. Tú lograrás lo que tú quieras.
Pasmada, Connie se tapó la nariz con las manos como si no entendiera las palabras de Tiantian. Un hijo inesperadamente hablándole así a su madre. Nuevamente empezó a llorar.
– No llores, así te vas a poner vieja, además no me gusta oír a la gente llorar, yo así estoy muy bien.
Se levantó y apagó la televisión. Todo el tiempo había estado viendo un programa científico. Una pareja francesa había dedicado su vida entera al estudio de los volcanes del mundo. Ese año, en el verano, durante el estudio de un volcán en Japón la lava feroz del volcán se los tragó. Esa espantosa lava roja se encrespaba, rugía, mientras se oía de los labios de los científicos muertos: "Nosotros estamos enamorados de los volcanes. Ese torrente que arde parece sangre fresca que sale del corazón de la tierra, en las profundidades de la tierra hay vida que sacude, que explota, y si un día nos entierra será de un gozo indescriptible". Al final del programa fueron presas de sus propias palabras, los dos murieron entre la lava ardiente como la sangre.
Tiantian murmuraba para sí:
– Adivinen ¿qué sentían estos franceses antes de morir? Seguro que estaban muy contentos -dijo en un tono como en sueños, respondiéndose a sí mismo. Hasta hoy no considero que la muerte de Tiantian tuviera algo en común con la muerte de esos vulcanólogos, pero al mismo tiempo estoy segura de que a él se lo llevó una fuerza inexplicable, irresistible, como la explosión de un volcán. Si la misma tierra, sin ningún control humano, escupe rabia y sangre mortal súbitamente, por qué no puede el hombre destruirse, aniquilarse a sí mismo para enfrentar el materialismo, para enfrentar la descomposición del alma.
Sí, no se puede evitar, no se puede comprender. Aunque tú agotes tus lágrimas por la partida del amor de tu vida, tu amado no regresará, se ha ido llevándose consigo tu memoria hecha pedazos, hecha cenizas, y dejando detrás un alma, sola.