XXXI El color de la muerte

Si él está vivo o muerto, saberlo o no para mí ya no tiene ninguna importancia, porque él ya había desaparecido… Fue sólo en el instante en que el sonido de la música fue arrojado al mar que ella lo descubrió, y finalmente lo encontró.

Marguerite Duras


Mi novela cada vez está más cerca del final. Después de cambiar varias veces de lapiceras, finalmente he encontrado esa sensación de relajación repentina que se siente cuando desde una cima, por las veredas nevadas, uno se acerca el pie de la montaña, también siento una extraña melancolía.

Creo que no puedo predecir el destino de este libro, que también es parte de mi destino al cual no puedo controlar. Tampoco puedo ser responsable por las historias o los personajes de esta novela, así que como nacieron van a morir.

Estoy cansada y delgada, no me atrevo a mirarme en el espejo.


Ya han pasado dos meses y ocho días desde la muerte de Tiantian, pero yo conservo esa sensación misteriosa de comunicación entre las almas.

Cuando preparo el café en la cocina, oigo el ruido del agua del baño y por un instante pienso que allí está Tiantian bañándose, corro a su encuentro pero la bañera está vacía. Cuando en el escritorio hojeo el manuscrito, siento que alguien está sentado en el sillón a mis espaldas, me mira silencioso y tierno, no me atrevo a mirar, temo asustarlo y que se vaya. Sé que Tiantian está siempre conmigo en este cuarto, él me esperará pacientemente hasta que termine esta novela que le entusiasmaba tanto.

Pero lo más insoportable son las noches, ya no hay nadie que me susurre a la oreja, doy vueltas en la cama, abrazo su almohada, y le ruego a los dioses que lo traigan a mis sueños interminables. Una niebla gris se desliza a través de la ventana, y presiona mi cabeza de una manera suave y pesada. A lo lejos oigo una voz pronunciar mi nombre. Vestido de blanco, bello y lleno de amor inagotable se acerca a mí, volamos con alas transparentes como el cristal. El pasto, los techos, las calles nos rozan, rayos de luz rasguñan el cielo de jade.

El amanecer se aproxima anunciando que el hechizo desaparecerá. La noche se desvanece por completo. El sueño acabó y el amado no está, sólo queda la tibieza en el pecho y la humedad en los ojos. Desde que Tiantian murió a mi lado aquel amanecer, todos los amaneceres caen sobre mí como una helada y cruel avalancha de nieve.

El día que Mark se fue, me escondí en la casa de mis padres. Al otro día volví a mi casa al oeste de la ciudad. No me llevé la bolsa llena de regalos de Mark, excepto un anillo matrimonial de platino con un zafiro incrustado que ahora llevo. Se lo quité a Mark de su dedo meñique mientras dormía. Estaba tan nervioso que ni cuando se subió al avión debió darse cuenta de que yo le había robado ese anillo, a mí de hecho no me sirve, quizá lo hice para jugarle una última broma o tal vez estaba triste y quería un recuerdo de él.

El anillo era muy bello, desafortunadamente me quedaba grande, me lo puse en el pulgar, pero al regresar a la casa me lo saqué y lo puse en mi bolsillo.

Cuando entré Tiantian estaba viendo la televisión. La mesa estaba llena de pochoclo, chocolates, Coca Cola. Cuando me vio entrar extendió los brazos:

– Creí que habías huido y que jamás te volvería a ver. -Me abrazó.

– Mi madre hizo algunos platos y ravioles, ¿quieres que te los caliente? -balanceé la bolsa llena de comida en mis manos.

– Quiero salir al aire libre, quiero acostarme en el pasto. -Puso la cabeza en mi pecho. -Quiero ir contigo.

Con los anteojos oscuros y una botella de agua en las manos salimos. El taxi nos llevó a la Universidad Fudan, allá el pasto estaba mejor cuidado y el ambiente era mucho más relajado que en el parque. Todo el tiempo extraño los jardines de Fudan, ese ambiente elegante y fresco donde puedes enloquecer a gusto.

Nos acostamos bajo la gruesa sombra de un alcanfor. Tiantian quería recitar poemas, pero no se acordó de ninguno.

– Cuando salga tu novela podemos venir a este pasto y recitarla, alto y más alto ¿estudiantes, les gusta esto? -decía alegre.

Nos quedamos un buen rato, cenamos en la cafetería de la universidad. En la calle Zhengtong, junto a los dormitorios de los estudiantes extranjeros, estaba el Hard Rock, allí solía presentarse el grupo Los Maníacos. Zengtao, el guitarrista, era el dueño del bar, entramos para tomarnos una cerveza. Había varias caras conocidas. Los amigos estaban envejeciendo. El cantante principal de Los Maníacos, Zhou Yong, hacía tiempo que no se presentaba. En el verano anterior, Tiantian y yo habíamos estado en un concierto que ellos dieron en el A-Gogo en la Universidad Normal del Este de China, su música post-punk nos estremeció y bailamos hasta el desmayo.

Llegó la Araña con algunos estudiantes extranjeros. Nos abrazamos, hola, hola, qué coincidencia tan afortunada encontrarnos. Últimamente la Araña se juntaba con estudiantes extranjeros, su empresa de sistemas no andaba muy bien así que estaba decidido a irse, quería ir a otro país a estudiar. Hablaba muy bien inglés y más o menos el francés y el español.

La música era de Dummy, mi álbum preferido de Portishead. Había gente bailando, pero las caras en la barra eran inexpresivas como siempre, la gente que todo el día y toda la noche está en los bares tiene esa expresión inmutable, amarga y frágil, rota. Mientras yo oía esa música alucinante Tiantian se deslizó al baño, reapareció largo rato después balanceándose.

Yo sabía lo que él había hecho, no podía mirarlo, nunca pude encarar esa mirada perdida, vacía, como si su alma hubiera volado lejos. Luego yo me emborraché. Su pasión por las drogas la enfrentaba con mi pasión por el alcohol, estando ambos así podíamos resistir nuestros respectivos egos, pasábamos por alto el sufrimiento, saltábamos como rayos de luz en el inmenso espacio.

Bailábamos con la música, volábamos en el placer, después de la una de la mañana regresamos a casa. No nos bañamos, nos desnudamos y saltamos a la cama. El aire acondicionado estaba al máximo, en sueños oía el ruido del aire acondicionado, como el zumbido de un insecto. Mi sueño era vacío, sólo se oía ese ruido fastidioso.

Temprano a la mañana, cuando entraron los primeros rayos del sol, abrí los ojos, me di la vuelta y besé a Tiantian acostado a mi lado. Mi beso caliente se imprimió en su cuerpo frío, que emitía una luz blanca. Lo empujé con todas mis fuerzas, lo llamaba, lo besaba, le tiraba de los cabellos, y luego salté de la cama desnuda, corrí al balcón, y a través de la ventana miré fijamente la cama de la habitación, el cuerpo acostado de mi amado, lo miré por un largo rato.

Las lágrimas rodaban por mi cara, me mordía los dedos, mientras gritaba: "¡Tonto!". Él no respondía, estaba muerto, yo también.

Al sepelio asistieron muchos amigos y parientes, la única que faltó fue la solitaria abuela de Tiantian. Todo pasó con tanta tranquilidad que daba miedo. No sabía cómo podría haber algo peor, no sabía cómo su carne podría transformarse en polvo inconsciente, no sabía cómo su alma inocente lograría romper el cerco en lo profundo de la tierra, escapar de los restos macabros de la muerte y atravesar el cielo para volar hasta el paraíso. En la cima del cielo debe haber un pedazo de claridad absoluta hecha por Dios, un lugar especial, una conciencia diferente.

Connie organizó el sepelio. Vestida de negro, la cabeza cubierta con un fino velo negro. Parecía salida de una película, solemne, propia y distante. Su tristeza no parecía venir de las entrañas, no había la locura de una madre que ha perdido a su hijo, sólo había la solemnidad de una bella mujer de mediana edad vestida de negro, parada al lado del féretro. Ser propia y solemne no era suficiente, ser auténtica es esencial para una mujer. Por eso de pronto ya no quise ver su cara, odié su tono de voz a la hora de leer la oración fúnebre.

Leí un poema que le había escrito a Tiantian:

"…En un último destello, yo vi tu cara,

en la oscuridad, en el dolor,

en el vaho de tu respiración sobre el vidrio,

en medio de la noche…

En la tristeza de mis sueños, ya no puedo abrirla boca,

no puedo decir adiós."

Luego me escondí entre la gente, me sentía perdida. Tanta gente, tanta gente que no tenía nada que ver conmigo estaba allí. No era una fiesta, era una pesadilla, una pesadilla que me taladraba el corazón.

Quería esconderme con todas mis fuerzas, pero Tiantian ya no estaba más, las paredes de nuestra casa habían perdido su sentido.

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