XVIII Las dos caras del amor

Somos amantes, no podemos dejar de amarnos.

Marguerite Duras


Recuerdo que hace dos años, cuando aún trabajaba en la revista, me enviaron a Hong Kong para hacer un reportaje especial acerca del retorno a la madre patria. Cada noche después del trabajo me sentaba en las escaleras de piedra del Muelle Victoria, mientras fumaba y contemplaba las estrellas con el cuello estirado, a punto de romperse. Cada tanto me puedo sumergir en ese estado donde me olvido de la existencia de todo lo que me rodea y hasta me olvido de mí. Me imagino que en esos momentos quedan muy pocas células funcionando en el cerebro, apenas para respirar, como una fina niebla azul que se eleva.

El escribir frecuentemente me llevaba a ese estado. Sólo que veía las estrellas con la cabeza gacha, su brillo felizmente se reflejaba en las letras que aparecían, en ese momento entraba en el nirvana, es decir ya no le tenía miedo a la enfermedad, los accidentes, la soledad y ni siquiera a la muerte, era inmune a todo.

La vida real nunca es como deseamos. Vi por una ventana sombras de gente en un ir y venir, como ramas negras se entrecruzaban, vi a la gente que me ama y a la que amo, su rostro lejano y sufriente, lleno de anhelos.

En el campo de juego del Colegio Americano de Pudong me topé con la familia de Mark. Él estaba ese día particularmente guapo, tal vez debido al sol brillante y al hermoso paisaje que nos rodeaba. Este colegio, hecho para los hijos de los extranjeros ricos, parecía estar construido encima de las nubes, lejos de la polvorienta vida cotidiana, todo el campus parecía tan nuevo y fresco como recién lavado, como si el mismo aire estuviera desinfectado. Una atmósfera inconfundible de clase alta.

Mark, masticando chicle, nos saludó con mucha naturalidad y nos presentó a su mujer a Zhusha y a mí.

– Ella es Eva. -Eva lo tomaba de la mano. Era mucho más hermosa y elegante que en la foto, sus cabellos rubios estaban recogidos en una cola que caía en la espalda, en las orejas llevaba unas argollas plateadas, el suéter negro enfatizaba aún más su piel blanca, aquel blanco que bajo los rayos del sol tenía olor a miel, como de sueño.

La belleza de la mujer blanca puede hacer hundir mil fragatas (como en Helena y la Guerra de Troya), en cambio la belleza de la mujer amarilla está en sus cejas cerradas, sus ojos hermosos, como si viniera de esos calendarios de la Belle Époque (como Lin Yilian y Gong Li).

– Ella es Judy, una compañera de trabajo y ella es su prima Cocó, una writer extraordinaria -dijo Mark. Eva cerraba los ojos bajo los fuertes rayos del sol, sonreía mientras nos saludamos.

– Éste es mi hijo B.B. -Mark sacó al niño del cochecito, lo besó, jugó un rato con él, se lo dio a Eva:

– Tengo que ir al campo. -Estiró las piernas, sonrió y me miró con el rabillo del ojo, tomó su bolso de ropa y se dirigió al vestidor.

Mientras Zhusha charlaba con Eva, yo me senté a la orilla del pasto sin hacer nada. Me di cuenta que al ver a la esposa de Mark no sentí los celos esperados. Al contrario, Eva me gustó mucho, quién la manda a ser tan bonita, siempre nos gustan las cosas bellas. ¿O tal vez será que yo soy una excelente chica que al darse cuenta de la felicidad ajena se alegra por los demás? ¡Por Dios!

El partido estaba a punto de empezar. Mis ojos estaban clavados en Mark. Su silueta saludable y vivaz que corría por todo el estadio, sus cabellos que flotaban en el aire hacían flotar también mi extranjero sueño de amor. Su velocidad, músculos y fuerza pronto se explayaron ante los ojos de más de cien espectadores. Creo que la gran mayoría de los deportes son una orgía colectiva, la gente en las tribunas y los jugadores en la cancha excitados hasta el punto que les es difícil detener sus hormonas, lo que flotaba en el aire era precisamente eso.

Unos estudiantes del colegio tomando Coca Cola gritaban fuertemente, Eva seguía hablando con Zhusha (como si eso fuera más interesante que ver a su marido jugar), mientras que mi ropa interior ya estaba completamente mojada. Nunca pensé sentir tanta sed de Mark en ese momento y tener ganas de caer en sus brazos como una manzana sacudida por un viento fuerte.

– Cocó hace unos años publicó una antología de cuentos. -Zhusha de pronto interrumpió mi concentración.

– Ah, sí -contesté mirando a Eva sonreír.

– Me interesa mucho, ¿todavía se pueda comprar? -me preguntó en inglés.

– Creo que ya no, en la casa tengo un ejemplar que te puedo regalar, pero está en chino -dije.

– Oh, gracias, pienso estudiar chino, la cultura china es muy interesante, Shangai es la ciudad más interesante que conozco -En la blancura de su cara se asomó un leve color rosa. -Si tienes tiempo el próximo fin de semana ven a mi casa a comer ¿te parece? -me invitó.

Disimulaba mi nerviosismo, miré a Zhusha, ¿no será un banquete de Hongmen?

– Judy también vendrá, estarán también algunos amigos alemanes -dijo Eva-. La próxima semana regresaré a Alemania, tú sabes, yo trabajo en el ministerio del medio ambiente, no puedo pedir largas vacaciones. Los alemanes están tan enamorados de la protección del medio ambiente que rayan en la paranoia -sonreía-, en mi país no hay de esos coches triciclos que emiten tanto humo, y tampoco la gente seca la ropa en los pasos de peatones.

– Oh -asentía con la cabeza pensando que Alemania era el país más cercano al paraíso-. Está bien, iré.

Pensé que tal vez no era muy inteligente pero era generosa y simpática.

El pequeño B.B. empezó a gritar desde el cochecito:

– "Papá, papá". Miré a Mark saltando y moviendo los puños, acababa de meter un gol. Nos mandó desde lejos un beso, Eva me miró y todas empezamos a reír.

Cuando fui al edificio del colegio para buscar un baño, Zhusha me preguntó si Eva me parecía hermosa.

– Tal vez, pero eso me hace aún más pesimista sobre el matrimonio.

– ¿De veras? Mark parece amarla mucho.

– Los expertos matrimoniales dicen que amar de todo corazón a tu pareja no quiere decir serle fiel toda la vida.

En el baño había un cartel interesante de un bosque verde con un enorme signo de interrogación: "¿Cuál es la criatura más peligrosa del mundo?" Al salir del baño, Zhusha y yo al unísono contestamos:

– El ser humano.

En el entretiempo, tomamos gaseosas y bromeamos. Tuve la oportunidad de decirle a Mark unas palabras:

– Tu familia es muy adorable.

– Sí -dijo con neutralidad.

– ¿Quieres a tu esposa? -le pregunté en voz baja. No me gustan los rodeos, ser duro y directo a veces es un deleite, miraba a Mark sin muy buenas intenciones.

– ¿Te vas a poner celosa? -me devolvió la pregunta.

– Que ridículo, no soy tonta.

– Claro. -Me palmeó en el hombro y miró hacia otro lado saludando a un conocido, luego se giró para verme y sonrió. -Tú eres la doncella que canta en las noches, según una leyenda de mi país una sirena ronda en el Rin, ella se sienta en una gran roca y con su canto seduce a los marineros y los conduce a la muerte.

– Qué injusticia, ¿quién inició todo esto, tú o yo?

Se acercó Eva y abrazó a su marido, estiró el cuello y le dio un beso.

– ¿De qué hablan? -Sonreía con curiosidad.

– Ah, Cocó me contaba sobre un cuento nuevo -dijo Mark.

Dick vino a buscar a Zhusha antes del final del partido, vestía sencillo y elegante, se había arreglado el pelo con gel, tenía el jopo un poco inclinado encima de la frente. Pero en la mejilla izquierda tenía una herida extraña, al parecer se había lastimado, además parecía un corte con un arma filosa. Intercambiamos unas cuantas palabras, afortunadamente no me preguntó de los avances de mi novela, últimamente cuando me preguntaban sobre eso me ponía nerviosa.

– ¿Qué te pasó en la cara? -le pregunté señalando su marca en la cara.

– Me golpearon -respondió sin más. Abrí la boca, sentía que era muy extraño, ¿a quién pudo enojar tanto? Miré a Zhusha, me hizo una señal con la mano como si quisiera decir eso ya pasó, no hay que mencionarlo.

En mi cabeza repentinamente se prendió un foco, ¿habría sido la loca de Madonna? Ella misma dijo que no le importaba tanto, ¿habría sido capaz de buscar golpeadores para darle a su ex novio una buena lección? Si es así, ¡qué violenta!

En esos días Madonna no estaba en Shangai, armada con su tarjeta de crédito se había ido a Hong Kong para comprar enloquecida y vivir allá un tiempo. Hacía unos días por la noche me había llamado por teléfono y me había contado una cantidad de tonterías sobre cómo había ido a visitar al más famoso adivino de Hong Kong, Wang Banxian, quien le dijo que estaba pasando por una racha de mala suerte, que todo estaba de cabeza, nada le era favorable, y que era conveniente moverse hacia el sudeste, así que fue correcto ir a Hong Kong.

Zhusha y Dick iban a ir juntos a una local especializado para comprar pintura para las paredes. Dick la estaba ayudando a arreglar el departamento que ella se había comprado en Jardines de Ruixin. De acuerdo a eso planeaban pintar las paredes con una pintura al aceite de color marrón, con un toque antiguo, elegante y brillante que daba la sensación de estar a las orillas del Sena, era un producto típicamente francés que daba el aire de los salones de los años treinta. No eran muchas las tiendas que vendían esa pintura, habían oído que en Pudong había un negocio especializado. Ellos se fueron antes de que el partido terminara. Yo me quedé sola sentada al lado de la cancha hasta el final del partido, el equipo de Mark ganó.

Mark salió del vestidor con el pelo mojado, se había cambiado de ropa, y vino hacia nosotras. Eva y yo habíamos estado hablando sobre la naturaleza y la conciencia de las mujeres occidentales y las asiáticas y las similitudes y diferencias entre las culturas oriental y occidental. Ella consideraba que en occidente si la mujer tenía un poco de conciencia feminista era más respetada por los hombres. Le dije:

– ¿De verdad? -Y nuestra conversación terminó. Eva se dio vuelta y besó a su marido:

– Vamos juntos a dar un paseo, ¿qué les parece? -preguntó.

En los grandes almacenes Babaiban de Pudong, Eva sola subió por el ascensor hasta el departamento de artesanías del tercer piso para ver la porcelana y las sedas. Mark y yo nos sentamos en la cafetería de la planta baja a tomar café, de vez en cuando jugábamos con B.B.

– ¿La quieres?… perdón, mi pregunta no es apropiada, eso es asunto de ustedes. -Jugando con un terrón de azúcar miraba la columna de enfrente, pintada de beige y en la parte superior estaba decorada con dibujos, justo bloqueaba la vista de la gente que entraba y salía de la puerta.

– Es una mujer noble -dijo Mark evadiendo responder la pregunta. Con su mano sostenía la mano de su hijo.

– Todos somos nobles, incluyéndote a ti y a mí -me burlaba. Estos celos no correspondían a las reglas tácitas de la relación que sosteníamos. Estas reglas consistían en mantenerse ecuánime en cualquier situación y no mostrar celos ni sentimentalismos.

Hay un dicho que lo expresa muy bien: "Si te decidiste, hazlo; si lo hiciste, asume las consecuencias".

– ¿Qué piensas?-preguntó.

– Pienso en qué pasa con mi vida. Además pienso… si tú podrías lastimarme -lo miré-, ¿llegará ese día?

No dijo nada. De pronto me invadió una desesperación:

– Bésame -le dije en voz baja, me incliné hacia la mesa. Él dudó un poco sin mostrarlo y luego se acercó a la mesa, estiró el cuello y me estampó en los labios un beso húmedo y ardiente. Justo cuando nos separamos vi a Eva asomarse por la columna, sonreía, tenía en las manos muchas bolsas. Mark en un segundo asumió su postura normal, agarró las bolsas de las manos de su mujer, en alemán que yo no entendía bromeó con ella (pensé que le hizo una broma ya que ella se empezó a reír). Como una extraña miraba su mutua demostración de cariño, luego me despedí.

– Nos vemos el próximo fin de semana para la cena -dijo Eva.

Cuando me subía al ferry en el muelle para cruzar el río, el día se había oscurecido. Nubes grises se amontonaron encima de mi cabeza como un montón de trapos viejos. Sobre el agua turbia amarillenta del río flotaban envases de plástico, fruta podrida, colillas de cigarrillos y otras cosas. Se elevaban pequeñas olas, como la crema de un batido de chocolate, y la luz que se reflejaba en ellas me lastimaba los ojos. Detrás quedaba la zona de los altos edificios amalgamados del distrito financiero de Lujiazui, enfrente se levantaban las arrogantes y grandiosas construcciones del Bund. Un barco mercantil negro y viejo se asomaba a la izquierda, encima flotaba una bandera roja, todo se veía muy extraño.

Respiraba el aire fresco algo ácido mientras veía cada vez más cerca la orilla occidental del río. Tenía una sensación extraña, como si ya hiciera mucho tiempo que hubiera vivido esa imagen, el agua amarillenta, el aire melancólico, los barcos corroídos inclinados acercándose al muelle lejano. Eso es como cuando te acercas a un hombre, como tocar con el alma un nuevo mundo. Cerca, cada vez más cerca, pero tal vez nunca llegas en toda la vida o te acercas sólo para separarte para siempre.

Con mis lentes oscuros crucé la plataforma de acero y entré en la multitud de la calle Zhongshan oriental. De pronto me dieron ganas de llorar, sí, a todos de pronto nos dan ganas de llorar, hasta a Dios.

De repente empezó a llover, pero el sol aún brillaba encima de los edificios, poco a poco el sol escondió su brillo, un fuerte viento empezó a soplar. Me refugié en una oficina de correos, dentro había muchos como yo, escondiéndose de la lluvia. Un olor húmedo y fétido salía de sus cabellos, ropa y zapatos. Me consolaba pensando que aunque aquí apestaba era mucho mejor que en los campamentos de los refugiados en la frontera entre Kosovo y Albania. Las guerras son espantosas, tan pronto recuerdo las miles de desgracias que hay en el mundo me siento mejor. Una mujer joven y guapa como yo que además ha escrito un libro, ¡qué felicidad, qué alegría!

Suspiré y empecé a mirar los diarios en el kiosco. Vi una noticia de Hainan, la policía había logrado resolver el caso del mayor contrabando de coches de lujo desde la fundación de la República Popular, habían agarrado a los cabecillas que eran altos funcionarios en la península Leizhou.

Rápidamente saqué de mi cartera la agenda, tenía que hablarle a Tiantian. Me acordé de que llevaba una semana sin comunicarme con él, el tiempo pasa tan rápido, ya debía de estar por regresar. Dejé el depósito en el mostrador y luego me mandaron a la cabina telefónica número cuatro. Marqué, pasó un rato largo, nadie contestaba, justo cuando iba a colgar oí la voz sin fuerza de Tiantian.

– Ey, soy Cocó, ¿cómo estás? -le dije.

Como si aún no despertara, después de un buen rato contestó: -Ey Cocó.

– ¿Estás enfermo? -me preocupé, su voz no estaba bien, sonaba como si viniera del jurásico, sin fuerzas, incoherente, balbuceaba algo en voz baja.

– ¿Me oyes? Quiero saber cómo estás. -Me puse nerviosa y subí la voz, él no hablaba, sólo respiraba lento y levemente.

– Tiantian, por favor háblame, no dejes que me preocupe. -Un largo silencio como de medio siglo, usé ese lapso para calmarme.

– Te quiero -dijo con voz cavernosa.

– Yo también te amo -le dije-, de verdad, ¿estás enfermo?

– Yo… estoy muy bien.

Mordiéndome los labios, inmersa en mil pensamientos de duda, miraba el vidrio de la cabina lleno de manchas y mugre, la gente al otro lado del vidrio se había dispersado, al parecer había dejado de llover.

– ¿Cuándo vuelves? -grité, pensando que de otra manera no podría atraer su atención, él en cualquier momento podía caer en el sueño y desaparecer del auricular al otro extremo de la línea.

– ¿Podrías ayudarme?… Mándame algo de dinero -dijo en voz baja.

– ¿Qué? ¿El dinero de la tarjeta se te acabó? -Me asusté. En la tarjeta había más de treinta mil yuanes, y aunque Hainan fuera muy caro, a él no le gustan los negocios ni tampoco gastar dinero en mujeres, él era como un bebé envuelto en algodones, sin deseos ni aspiraciones. No gastaba el dinero como agua, seguro que algo estaba pasando. Mi intuición fue presa de una sombra oscura.

– En el cajón del lado derecho del armario está mi libreta de ahorros, es fácil encontrarla -me recordó. De pronto me sentí muy enojada:

– ¿Qué te pasa? Debes decirme dónde gastaste tanto dinero, no me mientas, si confías en mí entonces dímelo. -Silencio. -Si no hablas no te mando el dinero -le dije muy seria para asustarlo.

– Cocó, pienso mucho en ti -balbuceaba. Una ternura oscura me invadió.

– Yo también -le dije en voz baja.

– No me vas a dejar ¿verdad?

– No.

– Aunque tengas otro hombre, no me dejes -me suplicaba, su voluntad era tan débil. Su enorme confusión fluía por el cable telefónico desde el otro extremo.

– ¿Qué tienes Tiantian? -le dije con la voz baja y entrecortada.

Aunque su voz era débil, dijo muchas cosas terribles. Estoy segura de que todo lo oí bien, estaba usando morfina.


Las cosas seguramente ocurrieron así, una tarde Tiantian estaba sentado en un restaurante de comida rápida en una calle, allí se encontró a un conocido, se topó con Lile, ese joven que había conocido en el centro de salud reproductiva de Shangai. Él también había ido a Hainan. Vivía en casa de un pariente donde además trabajaba como ayudante en su pequeño consultorio dental. Tuvieron una conversación muy estimulante y Tiantian, quien ya estaba un poco aburrido, se puso muy contento al encontrar un interlocutor. Lile lo llevó a muchos lugares que él antes no conocía y si los hubiera conocido no se hubiera atrevido a ir solo. Casinos clandestinos, peluquerías oscuras, almacenes abandonados donde seguido había peleas de bandas. A Tiantian no le atraían estos lugares, pero sí le impresionaba ese mundo ancho de ese amigo tan astuto y experimentado.

Lile parecía muy amistoso, pero debajo de su delgada capa afectuosa flotaba una indiferencia ilimitada, y ese era precisamente el tipo de personalidad con la que Tiantian se sentía a gusto. Los dos tenían un par de ojos negros a veces fríos, a veces cálidos, todo lo hacían en silencio, sin hacer alarde. Cuando hablaban, escuchaban o reían sus ojos no reflejaban más que melancolía.

Ellos caminaban hombro a hombro sintiendo la brisa sureña tan relajante, hablaban de Arthur Miller y la generación Beat, sentados en las terrazas contemplaban los atardeceres, sosteniendo un coco fresco sorbían su néctar blanco. En la calle cercana aparecieron unas chicas de tez blanca con mucho maquillaje. Ellas, nada románticas, emprendieron su cacería, en su cara se divisaba una sonrisa falsa, sus narices se contraían descaradamente y sus pechos eran firmes, como rocas prehistóricas.

Tiantian probó la morfina un día en que Lile, en el consultorio dental de su pariente, le mostró cómo y luego le preguntó si quería probar. En el cuarto no había nadie, era tarde a la noche, afuera se oían de vez en cuando voces de personas que hablaban en el dialecto local incomprensible para ellos, los ruidos de los pesados camiones de carga que pasaban por la calle y las lejanas sirenas de los barcos.

Todo parecía de otro mundo. Altas cimas y hondas cañadas sin nombre proyectaban una gigantesca sombra tridimensional. Un viento dulce soplaba contra ramas filosas y hojas, flores rosadas sin nombre se abrían en las profundidades de las cañadas y una tras otra formaban un inmenso océano de color rosa. Esa sensación de embriaguez, ligera como el aire, cálida y venenosa como un vientre materno, impregnaba cada pulgada de la tierra hasta la membrana roja del corazón. La luna a veces llena, a veces menguante, la conciencia a veces trunca, a veces plena.

El asunto se salió de control. Tiantian dormía todas las noches en el sueño rosa. El líquido rosa se pegó a su piel y su veneno lo recorría como un torrente primordial. Su cuerpo se hizo débil y sin fuerzas, y sus nervios se crisparon.


Hasta la fecha no quiero encarar este asunto, éste es un punto crucial donde las cosas tomaron un abrupto viraje hacia lo peor. Tal vez todo estaba predestinado desde el principio, desde aquel día cuando Tiantian en el aeropuerto recibió las cenizas de su padre, desde el día en que perdió el habla y abandonó la escuela, desde el día cuando me conoció en el Lüdi, desde la primera noche, cuando recostado sobre mí, débil e impotente, nadaba en transpiración, desde que me acosté con otro hombre, todo era inevitable. Desde todas esas veces, el estado constante de decepción y sueños inalcanzables lo perseguía sin soltarlo, sí, a él le costaba trabajo sacudirse esas cosas, no distinguía sus límites con esos sentimientos, sólo le quedaba vivir y morir en la sombra oscura de su débil organismo, sin nombre ni forma. Simplemente fue así y ya no hay remedio.

Cuando pienso en eso me dan ganas de gritar, aquel terror, aquella locura sobrepasó mi capacidad de entendimiento, sobrepasó mis fuerzas. Desde entonces cada vez que por mi mente pasa la cara angelical de Tiantian me colapso a puertas cerradas. Cuando el corazón duele, duele hasta morir.

Lile se encargaba de todo, el dinero de Tiantian se convertía en polvo blanco. Los dos en el cuarto del hotel, la gata dormida frente a la tele, la tele prendida todo el día, informes policiales e información sobre las obras del gobierno municipal. Casi no comían, su metabolismo llegaba a cero, la puerta abierta para que los del servicio trajeran la comida, les daba debilidad caminar un paso. El cuarto estaba lleno de un extraño olor, entre fresco y podrido, como de mermelada dentro de un cadáver.

Poco a poco, por ahorrar o porque no encontraban al distribuidor de confianza, compraban en la farmacia jarabe para la tos, para usarlo cuando no se podían surtir de lo otro. Lile usaba un método primitivo para convertir las medicinas en un sustituto de droga, las cocinaba hasta reducirlas en una taza de café, tenían un sabor horrible pero era mejor que nada.

Un día la gatita Ovillo se fue. No había comido durante días y su dueño ya no la cuidaba, así que decidió salir, el estómago se le había encogido, sus pelos estaban opacos y delgados, ya se le veían los huesos, parecía que iba a morir.

Nunca más regresó, si no ha muerto se habrá convertido en una gata salvaje, viviendo en los basureros y maullando en algún lugar por las calles.

Las cosas ya estaban así, de pronto me quedé atontada, con un caos en la cabeza, encima el insomnio me acaloraba y me deshidrataba, las sombras flotaban a mi alrededor. Registraba miles de imágenes y sensaciones, desesperada, acostada en la noche, seca, sin esperanzas, pensando y meditando, repasaba en desorden el día en que conocí a Tiantian, mi cerebro parecía una pantalla llena de polvo gris, y mi amado y yo éramos la pareja más desamparada del mundo.

Nos amábamos tanto que ninguno podía dejar al otro, y menos en ese momento. El corazón se me oprimía con el temor de que Tiantian en cualquier momento, como una partícula de polvo extraterrestre en gravedad cero, pudiera irse flotando lejos. Sentía que lo amaba más que nunca, ansiaba la aurora para no enloquecer.

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