La llave está en el quicio de la ventana.
Está bajo el sol de la ventana.
Yo tengo esa llave, Allen, vamos a casarnos.
No te drogues.
La llave está bajo el sol de la ventana.
Allen Ginsberg
Al siguiente día con una pequeña valija tomé un taxi y me fui directamente al aeropuerto. Compré un boleto para el próximo vuelo a Haikou. Me di cuenta de que tenía que hacer algunas llamadas. En el cuarto de Tiantian nadie contestaba, parecía no estar en el hotel, así que dejé un mensaje en la recepción y les dije mi hora de llegada. Le daba vueltas a la guía telefónica, me sentía deprimida, en ese momento cuando enfrentaba un problema tan grave no encontraba a quién hablarle para compartir mi miedo y desesperación.
El celular de Madonna estaba apagado, el teléfono de la oficina de Zhusha estaba ocupado, su celular también, no sabía que ella podía hablar simultáneamente con varias personas. La Araña había salido de Shangai por un viaje de trabajo. Su colega me preguntó si quería dejar algún mensaje, le dije gracias, no es necesario. Los que quedaban eran mi editora Deng, mi psicólogo Dawei, mi amante Mark, mis padres y algunos ex novios.
Metía y sacaba la tarjeta del teléfono, andaba con muy poco ánimo, miré hacia el gran ventanal y vi un avión McDonnel Douglas deslizarse por la pista, muy rápidamente subió la nariz y salió de mi campo de visión. El momento del despegue de los aviones suele ser hermoso, parecen un gran pájaro plateado. ¿A cuántos pasajeros conmoverá la canción de John Denver Leaving on a jetplane?
Caminé hacia el salón de fumadores y me senté frente a un hombre. Estaba un poco inclinado hacia adelante y yo pude ver su pequeña barba a lo Agassi que le estaba creciendo, él también llevaba una falda larga acampanada de piel. Nunca había visto un hombre chino que se viera tan bien con ese estilo de barba, también era el único hombre que había visto subirse a un avión vestido de falda larga de piel. Fumaba 555, podía distinguir ese aroma fuerte que parecía harina integral pegada en la punta de la lengua, el filtro caliente estaba en medio de sus dedos fríos.
Luego dio vuelta la cara mirándome de frente. Sus ojeras eran un poco oscuras pero sus ojos eran muy brillantes, autoritarios pero delicados, era una combinación excitante de yingy yang.
Nos miramos con los ojos bien abiertos, él se levantó y estirando sus brazos sonrió:
– ¿Cocó, eres tú? -Era Fei Pingguo, el estilista que había conocido en Pekín.
Nos abrazamos y luego nos sentamos uno al lado del otro para seguir fumando. Intercambiamos unas palabras y nos dimos cuenta de que íbamos al mismo lugar en el mismo avión. Yo tenía un fuerte dolor de cabeza y la luz del salón me molestaba.
– No pareces estar muy bien ¿qué tienes? -Agachó la cabeza y me observó con cuidado, pasándome el brazo alrededor.
– No estoy muy bien… pero el cuento es muy largo, voy por mi novio, está a punto de colapsar allá… y yo no tengo fuerzas -hablaba despacio, tiré la colilla y me levanté:
– El aire aquí está denso -dije mientras me dirigía hacia la puerta.
Me alcanzó:
– Espera, eh, ¿qué es esto en el suelo? -Yo con la cabeza agachada sólo quería salir de allí.
– Cocó, ¿se te cayó un aro?
Toqué mi oreja, suspiré y agarré mi aro de cobalto del tamaño de un grano de arroz de la mano de Fei Pingguo. Esos bonitos aros bajo una diferente iluminación cambiaban de color y de forma, en ese momento era lo único que brillaba en mi cuerpo oscuro. Le agradecí y mientras caminaba pensaba: "Cuando uno tiene un problema todo de pronto te sale mal, estás fumando tranquilamente un cigarrillo y de pronto se te cae el aro.
Frente a la puerta de embarque llamé a Mark por teléfono, por su voz parecía estar muy ocupado.
– Hello -dijo distante. Mi voz también era gélida, pagar con hielo la frialdad es apenas lo justo, así me protejo.
– Estoy en el aeropuerto -le dije-, no podré asistir a la cena de este fin de semana, por favor discúlpame con tu esposa.
– ¿Dónde vas? -Finalmente obtuve su atención.
– Con mi novio.
– ¿Te quedarás mucho tiempo? -Su voz empezó a mostrar intranquilidad, tal vez se le cayó la lapicera de la mano, o se le cerró la carpeta.
– ¿Y si fuera así te importaría? -seguía con mi tono gélido. De veras que no me podía contentar, seguramente me veía pálida y rígida, como una mujer resentida de fines del siglo XX, nada me parecía bien, estaba llena de problemas.
– Cocó -dijo-, sabes que sí me importa, eh, por favor no bromees, regresarás pronto, ¿verdad?
Permanecí callada por un instante, claro, él tiene razón, traeré de vuelta a Tiantian y todo saldrá bien. ¿Pero podrá todo estar como antes? ¿Podré estar tranquila con dos hombres simultáneamente (uno de los cuales se droga por estar deprimido) y despreocupada seguir escribiendo?
Empecé a llorar, Mark nervioso dijo:
– ¿Qué ha pasado?, querida, dímelo.
– Nada, cuando vuelva me comunico contigo. -Colgué el teléfono. Pensé que estaba contaminando a los demás con mi pésimo estado de ánimo, que Mark estaría preocupado dando vueltas en la oficina, pobre de él, pobre de mí.
Wu Dawei me había dicho que tener lástima de sí mismo es una actitud que debemos eliminar, cuando me lo dijo lo hizo con una expresión severa y amenazante, como de Dios, le brillaba la cara. Pero yo nunca le hice caso, siempre con mucha facilidad caigo en la lástima por mí misma, y además el narcisismo es precisamente mi más bella característica.
El avión atravesaba las nubes, Fei Pingguo estaba sentado en el asiento de al lado. Hablaba todo el tiempo mientras yo leía una revista, me quitaba el saco, me ponía el saco, otra vez tomaba la revista, cerraba los ojos, mi mano izquierda en el mentón, mi mano derecha sobre el pecho, tosía, abría los ojos, me ajustaba el cinturón.
Las azafatas trajeron bebidas y canapés, cuando bajé la mesa de servicio la Coca Cola se me cayó accidentalmente de la mano sobre las rodillas de Fei Pingguo. Rápidamente le dije:
– Perdón. -Y empecé a hablar con él, con ese hombre de mirada de fuego sacudidor, como una red invisible, como un motor, que puede hacer caer a muchas mujeres, excepto a una tan lastimada como yo.
Me contó que había absorbido las tendencias de moda en Japón, el uso de polvo rosa, azul y plateado para estilizar las imágenes de los clientes. En las filas de atrás estaban sus colegas, entre ellos había una actriz de cine, dos fotógrafos, tres estilistas ayudantes, y tres entrenadores. Precisamente iban a Hainan para hacer un video sobre la actriz. Me parecía que había visto antes a aquella actriz en alguna obra, no era una preciosidad pero tampoco era fea. Excepto sus bellos pechos, lo demás era ordinario.
Fei Pingguo sentado a mi lado y hablando sin parar logró desplazar de mi mente los pensamientos confusos. Lo escuchaba pensando que un hombre con falda de piel o es asqueroso o es adorable. Me contó desde la muela que se había sacado el mes anterior, hasta las peleas constantes de sus padres y los celos de sus novias hacia sus novios.
Me dormí, cuando desperté Fei Pingguo estaba dormido y luego despertó también.
– ¿Ya vamos a llegar? -me preguntó, levantó la cortina y se puso a ver qué había abajo. -Aún falta -me dijo sonriendo-, ¿nunca te ríes?
– ¿Qué?… No, no tengo ganas de reír.
– ¿Por mí?
– No, por mi novio.
Agarró mi mano, la apretaba.
– No le tengas miedo a las dificultades, todos siempre tenemos dificultades, grandes o pequeñas. Por ejemplo yo, de un problema salto a otro, simplemente no sé si me gustan más los hombres o las mujeres.
– Amar y ser amado siempre es bueno -le dije sonriendo, pero esa sonrisa no podía ocultar mi tristeza, todo el mundo siempre dice eso; aun si yo y mis cuentos al mismo tiempo desaparecemos en silencio, las historias de los demás van a seguir ocurriendo, y la palabra "amor" va a estar presente en todas ellas, alrededor de esa palabra se tejen historias emocionantes, conmovedoras, con todo tipo de variantes.
Cuando el avión estaba a punto de llegar al aeropuerto de Hainan, se topó con una fuerte turbulencia y empezó a temblar horriblemente, cuando la azafata les pedía a los pasajeros abrocharse los cinturones se cayó a la alfombra.
La gente se asustó, la actriz empezó a gritar. Señalando a un señor que parecía su agente decía:
– Yo no quería viajar en este avión, ahora si se cae, voy a perder la vida por llegar a tiempo, ¡ah! -Sus gritos dieron al ambiente en el avión un tono muy raro, como si se filmara una película y no fuera de veras una emergencia.
Fei Pingguo apretaba mi mano, pálido.
– Si nos caemos apretando tu mano, no me sentiré tan mal.
– No pasará nada -dije aguantando mis fuertes ganas de vomitar-, mis adivinos nunca mencionaron que tendría un accidente, así que el avión no se caerá. Las estadísticas especializadas dicen que el transporte más seguro es el avión.
– Yo compré un seguro para accidentes aéreos y también un seguro de vida, es mucho dinero, no sé si a mis padres les dará alegría o tristeza -Fei Pingguo murmuraba para sí.
Mientras tanto el avión de pronto se estabilizó y nuevamente retornó la calma.
En el aeropuerto, Fei Pingguo y yo nos despedimos apresuradamente con un beso, sus labios eran muy húmedos. Muchos hombres homosexuales y bisexuales expresan el cariño de una manera más intensa que los demás, como animales pequeños y peludos, por eso fácilmente pueden adquirir el sida. Como bien dice la canción de Alanis Morrisette en Jagged Little Pill: "Estoy enferma pero soy bonita, nene".
Fuera de la ventana del taxi el cielo estaba azul, y debajo había muchas casas brillantes. No sabía dónde estaba, el chofer manejó un buen rato y finalmente me dejó en el hotel de Tiantian, que no era muy grande.
Pregunté en la recepción si alguien en la habitación B cuatrocientos cinco había recibido mi mensaje, la joven recepcionista dijo que no. Sus labios estaban pintados de un rojo brillante que manchaba sus dientes. Le pedí que llamara a la habitación, pero Tiantian no estaba. Sólo me quedaba esperar sentada en el sillón de la esquina.
El sol de las tres de la tarde brillaba en la calle al otro lado de la ventana, gente anónima y coches hablaban y tocaban bocina, pero no se veían tan amontonados como en Shangai. No se veía ese refinamiento cosmopolita que yo conocía tan bien. Todos se parecían entre sí. Cada tanto se veían mujeres altas y hermosas, que evidentemente habían inmigrado desde el norte. Eran de una belleza imponente que no poseían las shangainesas, su mirada era atrevida, directa, pero no tenían esa delicadeza calculada que caracteriza a las shangainesas.
Estaba muerta de hambre, recogí mi bolso y me fui a la calle. Justo enfrente había un restaurante de comida rápida, me senté cerca de la calle para poder ver la entrada del hotel. En el restaurante unos jóvenes a la moda hablaban en algo que no podía entender, en la radio se oían canciones en cantonés y en inglés. Entraron dos policías, lo raro fue que sin ponerse de acuerdo, los dos fijaron su mirada en mí. Compraron Coca Cola, y cuando se dirigieron a la puerta de vidrio nuevamente se dieron vuelta y me miraron. Me toqué la cara, al parecer no había nada, en mi blusa negra apretada no se veían hilos sueltos o manchas, el cierre del pantalón estaba bien cerrado, en mi vientre plano no había marcas de embarazo. Al parecer, o soy muy hermosa o muy sospechosa.
Ya no tenía hambre, se me fue el apetito, no tenía ganas de nada, sólo tomaba el café a sorbos, que tenía un sabor muy químico, como de aceite para muebles.
Fui al baño, en el espejo vi mi palidez, me acerqué á la taza y oriné parada como los hombres, en los baños públicos siempre hago eso. La taza del baño la usan un sinnúmero de extraños, hay un sinnúmero de fluidos corporales, bacterias, olores, recuerdos, testimonios e historias. Esa taza parecía una mosca enorme y blanca ofreciéndose resignada a las nalgas de todas las mujeres.
De pronto sentí dolor en el vientre, en el papel había una mancha roja, qué desgracia, siempre que salgo de Shangai, invariablemente me viene la menstruación. Especialmente ahora que vine para afrontar un problema de vida o muerte para mi amado y yo, mi cuerpo también afrontaba su propia desgracia.
Los nervios aumentaban los espasmos del útero, el dolor subía en oleadas. La última vez que tuve sexo con Mark creí que quedaría embarazada, hasta pensaba confesarle todo a Tiantian y dejar que el niño naciera, no importaría de quién era el bebé con tal de que en ella (o él) fluya la sangre del amor, con tal de que su sonrisa pudiera iluminar el cielo, hacer que los pájaros canten al unísono, dispersar la bruma y la tristeza, con tal de que…
El dolor me dio frío, arranqué todo el papel del rollo e hice una gruesa toalla y la puse dentro de la bombacha, con la esperanza de que el papel estuviera desinfectado, y entonces sólo necesitaba un gran vaso de agua caliente y unas compresas calientes en mi vientre.
Mi mamá siempre me dijo que en la mayoría de las mujeres esa molestia mensual desaparece después de tener hijos, ya que su útero se distiende. Si no quiero tener hijos entonces me dolerá toda la vida. Si la menopausia me llega a los cincuenta y cinco aún me faltan treinta años, cada año doce veces… La cabeza me daba vueltas, en aquel entonces estaba más nerviosa que un gato enfermo. Zhusha también padecía ese problema, pero no tan fuerte. Comparando, Madonna era el caso más extremo. Había muchas razones por las cuales los hombres la dejaban pero una de ellas era su humor insoportable durante siete días cada mes. Su tiranía y su debilidad los sofocaban a ella y a ellos. Por ejemplo, mandaba al novio a comprar pastillas para el dolor y toallas sanitarias; cuando regresaba, ya sea porque tardó mucho o porque no compró la marca de su preferencia, ella explotaba tirando ropa y cosas al suelo. Perdía la memoria y comenzaba a contradecirse, entonces cancelaba todas las reuniones, fiestas, planes. Nadie podía reírse frente a ella, ni tampoco estar en silencio. Si estaba violenta y su novio estaba detrás, empezaba a gritar. Todas las noches tenía pesadillas, soñaba con unos hombres malos que había conocido cuando trabajaba en Guangzhou. Ellos metían las manos en su útero y le sacaban un aparato que era un tesoro valiosísimo. Gritaba desesperada y al despertar se daba cuenta de que la toalla estaba empapada, que había manchado las sábanas, el colchón y hasta los calzoncillos de su novio. Se levantaba al baño para lavarse, se sentaba en el inodoro para cambiarse la toalla y, claro, así los novios no la aguantaban más.
La menstruación es una carga física y psicológica para las mujeres. Se ha hablado mucho al respecto en películas y libros. Esos medios dicen que cuando el período deja de llegar, la vida de las mujeres da un gran giro, eso se ha exagerado mucho de una manera estúpida. Pero eso a las feministas les da un argumento más o menos importante para continuamente preguntarles a los hombres: "¿Es justo? ¿Cuándo llegará la verdadera emancipación de la mujer?"
Con un amasijo de papel higiénico entre las piernas caminaba de manera muy chistosa, como un bebé con pañal. Ya había perdido el control sobre los acontecimientos venideros. Quería ver de inmediato a mi amado, pensaba en ese amor nuestro que llegaba hasta los huesos, que penetraba hasta la médula a la hora de abrazarnos y fundirnos. Este amor que desde un corazón penetraba en el otro corazón no tenía nada que ver con el deseo sexual, era como un tipo de locura producto de una reacción química entre el afecto filial y el amor, y producto también de un incomprensible encantamiento divino.
Tomaba taza tras taza de café mientras me apretaba el vientre con la mano izquierda, cuando por la ventana vi una sombra conocida.
Me paré y con grandes pasos salí por la puerta de vidrio. Mientras cruzaba la calle, grité su nombre. Se detuvo, se dio vuelta y un buen rato nos miramos sonriendo. No había otra elección, sólo podíamos sumirnos en la compasión y la tristeza que nacía de nuestro profundo amor y atrapaba nuevamente al otro. Nos abrazamos, nos besamos en la boca, hasta sangrar. El amor existía desde el principio, así como la muerte existía en oposición. Escuché el sonido de su garganta, mi vientre se entibió, el dolor disminuyó, y yo comprendí que ambos ansiábamos nuestra última gota de felicidad, como desde adentro de un capullo.
Ya no había otra opción.
A la noche lo acompañé al consultorio dental donde trabajaba Lile.
Para mí, era un lugar tenebroso, sucio, enfermo, frío como un caparazón metálico. Lile seguía flaco, como si algún accidente hubiera interrumpido su desarrollo. Todo el tiempo mantuve la boca cerrada, reconozco que tenía miedo pero ya había accedido a acompañar a Tiantian al campo de juego de una escuela primaria, donde tendría lugar una transacción ilícita. Y a cambio de eso, Tiantian regresaría conmigo a Shangai al día siguiente e iría a un centro de rehabilitación de la Oficina de Seguridad Pública. Le dije que esa era la única manera, que necesitaba verlo bien para poder cuidarnos para siempre.
Tiantian y yo estábamos tomados de la mano, mi otra mano estaba en el bolsillo del pantalón sosteniendo el dinero. Nuevamente sentí dolor de vientre, un tampón OB tapaba bien mi cuerpo, como una compuerta, era una falsa sensación de protección.
Entramos por una puerta pequeña sin vigilancia, vi el campo de juego con una pista oval de carreras, también había un pequeño gimnasio, una cancha de tenis y de básquet. Nos ubicamos en una sombra oscura al lado del muro que rodeaba el lugar.
Tiantian me abrazaba suavemente, con un pañuelo sucio me limpió el sudor de la frente. Sin importar dónde ni cómo, Tiantian siempre llevaba un pañuelo, en ese aspecto parecía un niño bueno o de familia noble.
– ¿Te duele mucho? -Me miraba con cariño, negué con la cabeza y me recosté en su hombro. La luz de la luna dejaba en su frente una profunda sombra oscura, había adelgazado, tenía unas ojeras moradas verdosas. No podía observar por mucho tiempo esa cara, si lo hacía me hundiría en llanto, me sentiría desamparada.
Aparecieron dos sombras vestidas de jeans y anteojos oscuros. Nuestras manos agarradas de pronto se enfriaron.
Lile los alcanzó, les dijo algo en voz baja y ellos se dirigieron hacia nosotros. Yo estaba en cuclillas en una esquina, sosteniendo el aliento, tratando de calmarme sin moverme. Tiantian se levantó, con el dinero que yo le había dado en la mano.
El hombre me miró y preguntó:
– ¿Y el dinero?
Tiantian estiró la mano y se lo dio. El hombre lo contó y sonrió:
– Quitando la deuda de la vez pasada, sólo te puedo dar esto. Mientras hablaba, rápidamente puso una cosa en las manos de Tiantian, quien de inmediato la escondió en la media izquierda.
– Gracias -dijo en voz baja, me agarró-, vámonos.
Caminábamos muy rápido, Lile se quedó hablando con ellos, nosotros llegamos enseguida al otro extremo de la calle donde aún había mucha gente caminando de un lado para otro. Callados nos paramos a esperar un taxi vacío. Unos jóvenes de aspecto dudoso pasaron, en el momento en que pasaron detrás de nosotros uno de ellos mirándome de reojo dijo algo. Cuando alguien dice algo que no entiendo seguro es una grosería, sus compañeros se rieron y patearon una lata vacía de Coca Cola que le dio en las piernas a Tiantian.
La mano de Tiantian que yo agarraba de pronto se deshizo en transpiración, lo miré y en voz baja lo consolé:
– No les hagas caso, no pasa nada. -En ese momento un taxi vacío se acercaba, le hice señas, se paró y nos subimos.
En el coche nos abrazábamos, me besaba, yo no podía decir nada. Callada me pegaba a su cara, su mano cálida acarició mi vientre, hasta que hizo desaparecer las contracciones, derritió los coágulos de sangre en mi vientre.
– Te amo -me dijo en voz baja-, no me dejes, no dejes de cuidarme, tú eres la chica más buena y hermosa del mundo. Tú eres todo lo que quiero.
En la noche entreoí unos maullidos leves y no muy claros. Prendí la luz, claro, era Ovillo. Salí de la cama, le ofrecí el cerdo asado a la sal y pimienta que había quedado de la cena, entró, empezó a comer, comía tan rápido que parecía muerta de hambre. Estaba muy fea, tan sucia que no se distinguía su color, además estaba flaca y parecía un gato salvaje.
Fumando sentada en la cama la veía comer. No sabía cómo es que había regresado. Tal vez desde alguna esquina de la calle me vio y le pareció ver una estrella salvadora con la que podía volver a Shangai. Pensando así de pronto me conmoví.
Salté de la cama, abracé a Ovillo, entré en el baño y con agua tibia y jabón líquido la bañé. Cariñosamente se enredó en mis dedos sin moverse, parecía un niño, luego la sequé, la abracé y me dirigí a la cama. Tiantian aún estaba dormido, Ovillo se durmió a nuestros pies.
La noche pasó tranquila. Al día siguiente el sol estaba hermoso, nos despertamos por las lamidas de Ovillo, nuestras plantas de los pies estaban llenas de la saliva de Ovillo, qué cosquillas.
Tiantian y yo nos miramos un rato, luego comenzó a sacarme el pijama, bajo los rayos claros del sol mañanero abrí los ojos. El aire tibio acarició mi cuerpo desnudo, mis pezones rosados se elevaron como flotando sobre las olas, crecían poco a poco, los labios de mi amado parecían un pez pequeño que jugaba suavemente en el agua. Cerré los ojos, aceptando todo eso. Sus dedos acariciaban mi herida sangrante, la sangre lubricaba, exploté. A la distancia oía los maullidos de Ovillo al tiempo que sentía su áspera lengua en la planta de mis pies.
Se me grabó en la mente esa mañana en la que mi amado, la gata y yo hicimos el amor. Había algo de locura. En la nariz llevaba pegado el olor a miedo, dulce, blanco, venenoso. Sí, ya nunca me pude liberar de eso. Estando con un hombre, hablando con una mujer en la calle, escribiendo sola o caminando por la calle Gierkezeile de Berlín jamás he podido olvidar aquella mañana clara llena de muerte y amor, ese sabor dulce y terrible.
Después de complicados trámites de transporte, Ovillo fue aceptada en el avión, y nosotros regresamos a Shangai.