XV Una helada Navidad

No hacía nada, sólo esperaba la llamada de Edmonson.

Jean-Philippe Toussaint


Wu Dawei sentado en el sillón giratorio de cuero se sonaba constantemente los mocos, el periódico nocturno decía que un virus de gripe tipo A3 había invadido la ciudad y que la gente debía cuidar la higiene para prevenir el contagio, así como descansar y cuidar la alimentación y la ventilación. Abrí la ventana, me senté junto a ella donde había aire fresco, procurando estar lo más cómoda posible.

– Siempre sueño con una habitación donde hay un girasol grande en una maceta. La flor está seca, las semillas se riegan y nacen muchos nuevos girasoles, eso me da miedo, también hay un gato que quiere comerse las flores. Cuando brinca, salta por la ventana y desaparece. Miraba de repente todo eso por la puerta de la habitación, mi corazón palpitaba más rápido. En otro de mis sueños hay una caja, la abro y adentro hay otra más pequeña, abro ésa y adentro hay otra aún más pequeña y así hasta que todas las cajas desaparecen y en mi mano tengo un libro muy pesado, deseo enviarlo a alguien pero no me acuerdo de la dirección ni a quién se lo iba a enviar.

Wu Dawei me miraba apacible:

– Tienes temor en el corazón, temes que algo te pueda pasar, que tu escritura pueda verse en dificultades, por ejemplo un embarazo, o la ansiedad que precede la publicación de un libro, de todo corazón deseas el éxito pero algo siempre te frena, ¿me entiendes? Todo eso viene de la jaula que tú sola imaginaste. Thomas Morton decía: "La verdadera liberación del hombre es escapar de su propia cárcel", dime cómo anda tu vida amorosa.

– No está tan mal pero tampoco es ideal.

– ¿Qué te preocupa?

– Un sentimiento de vacío que jamás puedo eliminar, y al mismo tiempo un juego amoroso que bestialmente crece en mi pecho pero no lo puedo liberar. El hombre que amo no me puede satisfacer sexualmente, ni siquiera me da seguridad, fuma marihuana y otras cosas y no enfrenta la vida. Abrazado a una gatita se fue al sur, como si en cualquier momento me pudiera dejar, dejarme para siempre. Un hombre casado, sin embargo, me ha proporcionado placer una vez tras otra, pero no tiene ningún efecto sobre los sentimientos de vacío de mi corazón. Nos comunicamos a través de los cuerpos, existimos a través de los cuerpos, pero al mismo tiempo esos cuerpos son la barrera que no permite el contacto espiritual entre nosotros.

– El miedo a la soledad enseña al hombre a amar -dijo Wu.

– Pienso demasiado, el noventa y nueve por ciento de los hombres no desea convivir con alguien que piensa tanto, puedo recordar mis sueños y hasta los puedo anotar.

– Por eso la vida no es fácil. No todos pueden actuar conforme a sus pensamientos. Tú ya sabes la respuesta, usa el psicoanálisis para enfrentar las decepciones, tú no te satisfaces con lo ordinario, además eres una mujer atractiva.

Sus palabras eran muy dulces, no sé si consuela de ese modo a sus pacientes. Desde que lo elegí como psicoanalista, ya no lo invito a comer, ni a jugar al tenis, ni a bailar, temo que psicoanalice todas mis actitudes y comportamientos.

Rayos del sol entraron, polvos flotantes como partículas de pensamiento danzaban en el espacio, sobre el sillón, aturdida, sostenía mi cabeza, será que por fin había entendido mi naturaleza y mi conciencia femenina. ¿Seré una mujer atractiva? ¿Seré algo hipócrita, arribista, torpe tal vez? Los problemas de mi vida están encadenados uno al otro, tendré que usar la energía de toda la vida para afrontar esa fuerza maligna.


Navidad. Durante todo el día nadie me llamó por teléfono. Al atardecer el día estaba gris pero no nevaba. Ya hace muchos años que en Shangai no nieva cuando debe nevar. Vi películas durante todo el día, fumé un paquete y medio de Siete Estrellas, me moría de aburrimiento. Lo llamé a Tiantian, nadie contestó, me dispuse a llamar a Mark, después de marcar algunos números desistí, esa noche definitivamente quería estar con un hombre para hablar, quería estar acompañada.

Nerviosa caminé por el cuarto y finalmente decidí que tenía que salir de allí, no sabía a dónde. Puse suficiente dinero en mi cartera, me maquillé. "Esta noche pasará lo que tenga que pasar", pensé.

Me subí a un taxi, el chofer preguntó:

– Señorita, ¿a dónde va?

Le dije:

– Vamos a dar unas vueltas. -Fuera de la ventana del auto el ambiente estaba lleno de espíritu festivo. Aunque la Navidad no es una fiesta china, para la juventud moderna es una excusa para divertirse un rato. Parejas enamoradas entraban y salían de los restaurantes, de los negocios, cargaban bolsas llenas de cosas. Las tiendas aprovechando la ocasión rebajaban las mercancías para vender más, iba a ser una noche llena de alegría burbujeante.

El chofer buscaba conversación todo el tiempo, no tenía ganas de contestar, en la radio se oía un solo de guitarra, luego sonó la voz alegre del conductor del programa, hablaba de un grupo de Pekín de música moderna que había perdurado mucho tiempo en la escena musical. Luego curiosamente oí un nombre conocido, Puyong.

Hace algunos años, cuando aún estaba en la revista, fui a Pekín a entrevistarlo a él y al resto del grupo, terminamos tomados de la mano caminando por la plaza Tiananmen a medianoche. Parado en el puente Lijiao me dijo que quería mostrarme una obra de arte espontáneo, se abrió la bragueta y empezó a orinar hacia el cielo. Luego tomó mi cabeza y me estampó un beso en los labios. Este romanticismo salvaje me interesó, pero temía que al hacer el amor quisiera orinarse encima de mí o hacer cualquier otra extravagancia. Solamente fuimos amigos, además nos veíamos poco.

Apareció la voz de Puyong en la radio. Respondió una pregunta simple del conductor acerca de la creación musical y luego empezó a conversar con el público. Una chica le preguntó: "¿En China existe o no un rock amp; roll nacional?". Otro chico le preguntó qué tipo de inspiración le proporcionaban las mujeres a su alrededor. Tosió un poco y luego, con una voz sensual y tono bajo, dijo varias tonterías. Paré al chofer:

– Espéreme aquí unos minutos.

Me bajé del taxi y me dirigí hacia la cabina telefónica. Inserté mi tarjeta telefónica y tuve suerte, sin ningún esfuerzo me comuniqué con el programa.

– Hola, Puyong -le dije alegre-, soy Nike. -A continuación oí un saludo exagerado pero conmovedor.

– ¡Ey, feliz Navidad! -Como estaba en un programa de radio no me llamó "baobei", bebé.

– Ven a Pekín hoy -dijo con tono ligero y alegre-. Tenemos show en el bar La Abeja Diligente, luego tendremos una fiesta.

– Está bien, volaré esta noche de Navidad para oír tu música.

Colgué, caminé un rato frente a la cabina y luego decidida entré en el taxi: -Al aeropuerto lo más rápido posible.

Unos minutos después de las cinco había un vuelo a Pekín. Compré el boleto y fui a tomar un café en la cafetería de al lado de la sala de espera. No me sentía especialmente alegre pero ya no sentía la misma ansiedad e indecisión, por lo menos en ese instante tenía un objetivo hacia donde dirigirme, tenía algo que hacer aunque sólo fuera ir a Pekín para escuchar rock amp; roll y pasar una Navidad sin amante ni inspiración.

El avión despegó y aterrizó a tiempo. Cada vez que vuelo siento que el avión se va a caer, pues esa cosa grande y torpe fácilmente se puede caer en el aire tan ligero, de todas maneras me encanta volar.

Fui directo a la casa de Puyong, toqué a la puerta, los vecinos me dijeron que no estaba, me paré por un instante en medio del vecindario y decidí ir a cenar en un buen lugar, no había probado siquiera la comida del avión. Los restaurantes de Pekín son un poco más caros que los de Shangai pero el sabor afortunadamente no me decepcionó. Durante todo el tiempo fui observada por el norteño de la mesa contigua. Su particular mirada pudo consolar profundamente a esta shangainesa sola que llegó aquí para pasar la Navidad o por lo menos confirmaba que ella aún era atractiva.

La Abeja Diligente era un bar bien conocido donde se juntaban los rockeros, un sinnúmero de músicos de pelo largo, pelo corto, semblante enfermizo pero nalgas muy apretadas. Ellos competían en velocidad al tocar la guitarra o comparaban los métodos para atrapar mujeres bellas. Las mujeres de ahí (groupies o guroupi) todas tenían pechos y cintura de estrellas de Hollywood, o por lo menos podían atraer de alguna manera a las malas hierbas que se juntaban ahí (con dinero, con poder, con talento, con el cuerpo, etcétera).

La música era muy ruidosa, el olor a tabaco, a alcohol y perfume era muy fuerte. Atravesé el largo pasillo oscuro como en un apagón. Vi a Puyong, quien fumaba mientras ensartaba unas cuentas de plata.

Me acerqué y le palmeé el hombro. Levantó la cabeza y abrió la boca. Luego dejó las cosas que tenía en las manos a la chica de al lado y me abrazó desaforadamente.

– De veras viniste, mujer loca de Shanghai. ¿Estás bien? -Me miraba detenidamente. -Pareces mucho más flaca, quién te maltrata, dímelo, me voy a vengar por ti. Maltratar a una mujer bella no sólo es un error, es un crimen. -Dicen que los hombres de Pekín pueden llenar varios camiones de palabras bellas y que las olvidan no bien las pronuncian. Pero yo sí disfruto de este consuelo verbal frío como el helado y caliente como una llama.

Nos besamos estrepitosamente, luego señalando a la chica de al lado me dijo:

Mi amiga Rosy, es fotógrafa. -A Rosy le dijo:

– Ella es Cocó de Shanghai, egresada de la Universidad Fudan, ahora escribe novelas. -Nos dimos la mano. Ella terminó de ensartar las cuentas de plata, Puyong tomó el brazalete y se lo puso en la muñeca.

– Durante la comida, en un descuido se me cayeron -murmuró mientras se sacudía el pelo. Llamó al mesero. -¿Qué tal una cerveza?

Asentí con la cabeza. -Gracias. En el escenario unos hombres arreglaban unos cables, al parecer la actuación estaba por empezar.

– Fui a tu casa y no estabas. Por cierto, ¿puedo quedarme a dormir en tu casa hoy? -le pregunté.

– No hay que dormir, vamos a divertirnos toda la noche. Te voy a presentar a unos hombres duros y salvajes.

– No me interesa. -Fruncí los labios. Su novia pretendía no oír nuestra conversación, su mirada emergía del pelo a los costados e inexpresiva se fijó en algo. Tenía nariz bonita, largo cabello brillante y pechos abundantes. Llevaba un largo vestido de colores entre verde y amarillo como de esas telas lánguidas de tonos y formas de las aguas del Nilo.

Se acercó un hombre muy guapo, tan guapo que dolía, daba miedo enamorarse de él y ser rechazada. Era alto, de piel luminosa, tenía cabello brillante que, como pasto salvaje, crecía hacia arriba, ojos encantadores como humo, un verdadero poema, miraba de reojo como un zorro, tenía esa famosa "mirada de zorro". Sus rasgos y su porte elegante tenían un aire gitano. Me llamaba la atención la barba que le crecía en el mentón, que le imprimía un toque tosco, varonil a su dulce y pura belleza y me brindaba una sensación especial.

Evidentemente conocía a Puyong y a Rosy, se acercó y saludó. Puyong nos presentó, se llamaba Fei Pingguo, Manzana Voladora, y era un famoso estilista de Pekín y de toda China. Tenía visa de trabajo en los Estados Unidos, se paseaba por todo el mundo en busca de inspiración y nuevas tendencias en belleza. Todas las actrices chinas se morían de ganas de consultarlo.

Empezamos a charlar, él reía todo el tiempo, sus ojos que relucían como la flor del durazno me hicieron sentir mal, no me atrevía a mirarlo más, tenía miedo de que se me paralizara la mirada. No planeaba ningún encuentro amoroso esa noche. Alrededor, las mujeres ansiosas de amor se desbordaban; después de los treinta, las mujeres llevan tatuadas en la cara todas sus aventuras y locuras, engañándome me decía a mí misma: "A veces deseo que los hombres me traten como escritora y no como mujer".

El grupo subió al escenario. Las guitarras eléctricas, como bestias desenfrenadas, emitían rugidos salvajes, la multitud se desbordaba, como electrocutados movían los cuerpos, zarandeaban la cabeza de tal manera que parecía que iba a despegárseles en cualquier momento. Metida entre la gente empecé a moverme, estaba realmente feliz ya que no pensaba y no me resistía, me entregué toda a la hoguera infernal de aquella música.

Con la música expresaba la alegría del cuerpo.

La cara brillaba en azul, la planta de los pies duros, extraños que se acarician en esa atmósfera ardiente. Ni una mosca podía volar en medio de esa catástrofe espesa de partículas de altos decibeles y agitación.

"Muero de felicidad", un hombre cantaba histéricamente en el escenario.

Fei Pingguo todo el tiempo estuvo parado a mi lado, acariciando mis nalgas mientras me sonreía. No soportaba a este hombre hermoso, a ese bisexual que todo el tiempo me sonreía y tenía la cara llena de huellas de maquillaje. En sus cejas, sus pestañas, sus pómulos, había huellas de maquillaje. Perseguía hombres y mujeres. Decía que sus novias estaban celosas de sus novios. Siempre estaba inmerso en la angustia del amor, sin saber hacia dónde ir. Le dije que en el país había ochocientos millones de campesinos cuya preocupación principal era cómo tener las más mínimas comodidades, y que él era una persona con mucha suerte.

Me dijo que pensaba que yo era muy inteligente e interesante, considerando mi seriedad y los botones de la blusa cerrados hasta arriba como si fuera una monja, y que yo a cada rato decía "mierda". Yo no hablaba, pero dentro de mí pensaba que era muy guapo y que me ponía nerviosa. Yo normalmente no digo groserías.

– Tienes un culo muy bonito -gritaba en mi oído, ya que la música era fuerte.

Dos de la madrugada, no había luna, la escarcha cubría los techos. El taxi corría por Pekín, que en esa noche helada parecía enormemente grande, como un gran pueblo medieval.

Tres de la madrugada, llegamos a otro sitio de reunión de rockeros. La habitación era grande, la dueña era una vieja norteamericana, originalmente una famosa groupie del círculo rockero. Ahora se había asentado, se había casado con un baterista narigón. El baterista había construido un pequeño invernadero en el patio en el cual se decía que cultivaba marihuana. Un grupo bebía, otros oían música, jugaban mahjong o juegos electrónicos, otros bailaban o se acariciaban.

Cuatro de la madrugada, unos empezaron a coger en la bañera caliente del dueño, otros estaban dormidos, otros se acariciaban en los sillones. Los demás nos fuimos a un restaurante de Xinjiang a comer fideos. Yo estaba pegada a las mangas de Puyong por el temor de perderme en Pekín de noche, sola no es divertido, además me daba miedo, el aire helado cortaba como una navaja.

Fei Pingguo desapareció. No estaba entre los que comíamos fideos. Pensé en cinco posibilidades, entre ellas, que alguien lo sedujo o que él sedujo a alguien, quién sabe. El siempre sería un cazador o una presa hermosa. Afortunadamente no le dejé mi teléfono, de lo contrario me sentiría muy incómoda, como abandonada. Esta era mi Navidad más aburrida y lamentable.

Cinco de la madrugada, me tomé una pastilla y me acosté en el sillón de la casa de Puyong. En el tocadiscos una sonata ligera de Schubert, silencio alrededor, de repente se oían los camiones de la calle, no podía dormir. El sueño se alejaba de mi cuerpo como una sombra con alas, lo que quedaba era mi clara conciencia y mi carne sin fuerzas. La oscuridad gris me abrazaba como agua, me sentía esponjada, ligera y pesada a la vez. Esa sensación de ser transportada a otro mundo no era desagradable, entre el sueño y la realidad, no sabía si estaba muerta o viva, pero podía abrir los ojos para mirar el techo y la oscuridad que me rodeaba.

Finalmente tomé el teléfono e inclinada en el sillón le hablé a Tiantian. Aún dormía:

– ¿Quién soy? -le pregunté.

– Eres Cocó, te llamé por teléfono, no estabas en casa -dijo con voz suave sin culparme, al contrario, contento porque me las pude arreglar sola.

– Estoy en Pekín -le dije.

Sentimientos contradictorios y opresivos se adueñaron de mi corazón, en ese instante no sabía por qué estaba en Pekín. Qué inestable, mi corazón inquieto siempre flotaba de un lado para otro, nunca descansaba, yo siempre cansada e inútil, ni siquiera escribir me proporcionaba tranquilidad y satisfacción, no tenía nada, sólo andar de un lado para el otro en un avión, sólo insomnio, música, alcohol, ni siquiera el sexo me podía salvar, acostada en medio de la oscuridad parecía un muerto viviente que no podía dormir. Espero que Dios me permita casarme con un noble ciego ya que todo lo que logro ver es oscuridad, pensé. Empecé a llorar en el teléfono.

– No llores Cocó, me haces sentir mal, ¿qué pasó? -decía Tiantian adormilado, aún sin poder sacudirse del sueño pesado inducido por las pastillas para dormir. Él todas las noches tomaba pastillas para dormir, yo también tomo algunas veces.

– No pasa nada, la música de los amigos está bien, estoy muy divertida… sólo que no puedo dormir, pienso que moriré con los ojos abiertos… no tengo fuerzas pala regresar a Shangai. Además tú no estás allí, te extraño… ¿Cuándo te podré ver?

– Vente al sur, aquí se está muy bien… ¿Cómo está tu novela?

Cuando mencionó la novela me invadió el silencio, supe que regresaría a Shangai y seguiría escribiendo. Tiantian quería que hiciera eso, además yo sólo podía hacer eso, de otra manera, perdería el amor de muchos, incluso el mío propio. Sólo escribiendo me podría alejar de las personas mediocres y nefastas, sólo así me podría diferenciar de los otros, sólo así podría resucitar de las cenizas el rosal de la gitana.

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