12

Sábado

Por la tarde


SAMANTHA FUE LA ÚLTIMA PASAJERA en abordar el vuelo a Sacramento. Hora y media después entró a un pequeño y conocido salón de conferencias en las oficinas del fiscal general, la «División Alpha» de la Oficina Californiana de Investigaciones (CBI), como la conocían algunos. Al otro lado estaba sentado un hombre con apariencia de bulldog llamado Chris Barston, sospechoso de ayudar a terroristas por promulgar en la Internet métodos de construcción de bombas. Lo habían atrapado la noche anterior. A Samantha no le importaban las relaciones del hombre en Internet, pero sí la información que evidentemente tenía para contar; de otro modo Roland, jefe de ella, no habría insistido en que acudiera. Roland estaba sentado al pie de la mesa, inclinado hacia atrás en su silla. A ella le había caído bien el jefe desde el momento en que los presentaron, y cuando ella acudió a él dos días después de su ubicación y le pidió que la asignaran al caso del Asesino de las Adivinanzas, él estuvo de acuerdo. Tanto FBI como CBI estaban activos en el caso, pero Samantha sugirió que el Asesino de las Adivinanzas tenía conexiones internas, y esa posibilidad había intrigado a Roland.

La llamada de Kevin la había descontrolado. Sam no había esperado que Asesino de las Adivinanzas apareciera para nada en el sur de California. No estaba muy convencida que el asesino y Slater fueran el mismo. Si Slater fuera el asesino y también el muchacho, eso explicaría su relación con ella Kevin y Jennifer. Pero a ella le fastidiaban ciertos detalles acerca de las llamadas de Slater a Kevin.

– Gracias por venir, Sam. ¿Disfrutaste tus vacaciones?

– No sabía que estuviera de vacaciones.

– No lo estás -corrigió Roland, y miró a Chris, quien le devolvió la mirada-. Tu testigo.

Sam arrastró su silla y abrió una carpeta azul que Rodríguez le había llevado al aeropuerto. En el camino había leído el contenido.

– Hola, Sr. Barston. Mi nombre es Samantha Sheer.

El le hizo caso omiso y siguió mirando en dirección a Roland.

– Puede mirar hacia acá, Chris. Voy a estar haciéndole las preguntas. ¿Ha sido interrogado antes por una mujer?

El hombre la miró. Roland sonrió.

– Contéstele a la señorita, Chris.

– Acordé contarles lo que sé respecto de Salman. Me tomará treinta segundos.

– Fabuloso -contestó Sam-. Entonces podemos limitar nuestra exposición mutua y así no… usted sabe, no nos irritamos uno al otro. Creo que podemos tolerarnos treinta segundos, ¿de acuerdo?

El rostro del hombre se ensombreció.

– Háblenos de Salman.

– Lo conocí en Houston hace como un mes -contestó el hombre aclarando la garganta-. Pakistaní. Usted sabe, hindú y todo eso. Habla con acento.

– Los pakistaníes viven en Pakistán, no en India. Por eso lo llama Pakistán. Continúe.

– ¿Se va usted a burlar de mí durante todos estos treinta segundos?

– Trataré de controlarme.

Él se movió.

– Sea como sea, Salman y yo tenemos intereses mutuos en… usted sabe, en bombas. Él está limpio; puedo jurarlo. El tenía en el hombro este tatuaje de una bomba. A mí me hicieron uno de una daga aquí -dijo Chris y les mostró un pequeño cuchillo azul en el antebrazo derecho-. Luego me mostró uno en la espalda, una daga enorme. Dijo que quería quitársela porque las muchachas no las aprecian donde sea.

– En Pakistán.

– Pakistán. Me dijo que conocía a un tipo con un tatuaje de un cuchillo en la frente. No me contó nada de este sujeto excepto que se llamaba Slater y que estaba metido en explosivos. Eso es todo. Eso es todo lo que sé.

– ¿Y por qué cree usted que nos interesa el nombre Slater?

– Las noticias en Long Beach. Dijeron que se podría tratar de un tipo llamado Slater.

– ¿Cuándo conoció su amigo a Slater?

– Dije que eso era todo. Eso es todo lo que sé. Ese es el trato. Si supiera más, se lo diría. Ya escribí dónde supe que trabajaba este tipo Salman. Es un tipo franco. Hablen con él.

Sam miró a Roland, quien asintió.

– Está bien, Chris. Creo que terminaron sus treinta segundos. Puede irse.

Chris se puso de pie, la miró otra vez y salió.

– ¿Qué crees? -preguntó Roland.

– No estoy segura de qué podría estar haciendo nuestro hombre en Houston, pero creo que iré a Texas. Primero quiero hacer contacto. Por lo que sabemos, Salman ni siquiera existe. Podríamos tardar uno o dos días en localizarlo. Hasta entonces deseo volver a Long Beach.

– Perfecto. Solo que trata de pasar allí desapercibida. Si el Asesino de las Adivinanzas está trabajando con alguien de adentro no queremos que de pronto huya asustado.

– Estoy limitando el contacto directo con la agente del FBI encargada, Jennifer Peters.

– Ten cuidado con lo que dices. Por lo que sabemos, la agente Peters es Slater.

– Es improbable.

– Tú anda con cuidado.


***

Las veinticuatro horas anteriores habían producido más evidencias que todo el año en conjunto, pero las pistas no señalaban ninguna respuesta rápida. El trabajo meticuloso de laboratorio toma tiempo, materia prima de la cual Jennifer no estaba segura de tener suficiente. Slater volvería a golpear, y tarde o temprano tendrían cadáveres con los cuales lidiar. Un auto, un autobús… ¿qué seguía?

La ciudad aún se estaba recuperando de la noticia del autobús. Milton había pasado la mitad del día preparando y emitiendo afirmaciones a periodistas ávidos. Al menos con esto no la molestaba.

Jennifer se sentó en la esquina del escritorio que Milton gentilmente le había dado y miró las hojas sueltas de papel esparcidas ante ella. Eran las 4:30, y por el momento se encontraba atascada. En el borde del escritorio tenía un sándwich vegetariano Subway que ordenó dos horas atrás, y se planteaba desenvolverlo.

Bajó la mirada hacia el bloc que tenía bajo las yemas de los dedos. Había dividido la hoja de modo horizontal y luego vertical, creando cuatro cuadrantes, una antigua técnica que usaba para visualizar información compartimentada. La casa de Kevin, el registro de la bodega, el tatuaje de la daga, y la labor forense del autobús.

– ¿Dónde estás, Slater? -farfulló-. Estás aquí, ¿no es así? Mirándome, riéndote en alguna parte detrás de estas palabras.

Primer cuadrante. Habían rastreado y barrido la casa de Kevin y no descubrieron absolutamente nada. Centenares de huellas, desde luego… llevaría tiempo examinarlas todas. Pero en los puntos de alta probabilidad de contacto -teléfono, perillas, pasadores, escritorio, sillas de madera en el comedor- solo habían encontrado huellas de Jennifer y de Kevin, y algunas partes de huellas que no habían identificado. Tal vez de Sam. Ella estuvo en la casa, pero según Kevin no se quedó mucho tiempo ni manipuló nada excepto el teléfono, donde encontraron partes. De cualquier forma, desde el principio habían sido absurdas las posibilidades de que Slater hubiera merodeado por el lugar sin guantes tocando objetos sólidos.

Tampoco hallaron dispositivos ocultos de escucha, lo que no sorprendió. Slater había utilizado los seis micrófonos que descubrieron porque le resultaron convenientes en el momento. El tenía otros medios de escuchar -transmisores remotos láser y posibles receptores radiales de sonido- que finalmente se podrían rastrear, pero probablemente no pronto. Hallaron tierra movida en la base de la torre de perforación, a doscientos metros de la casa de Kevin, y sacaron moldes de cuatro huellas distintas de zapatos. Otra vez la evidencia podría ayudar a incriminar a Slater, pero no lo identificaba… al menos no con la suficiente rapidez.

En Quántico estaban analizando el escrito en la jarrita de leche. La misma historia. Algún día se podrían hacer, y se harían, comparaciones, pero no antes de que tuvieran a Slater a la vista.

Habían fijado el dispositivo de grabación AP301 al teléfono celular de Slater y estaban monitorizando la casa con un láser IR.

Dejarían que empezaran los juegos.

Jennifer había dejado a Kevin en su casa al mediodía, rogándole que durmiera un poco. Lo veía vagar por su sala como un zombi. El se había exigido más allá de sus fuerzas.

Te gusta, ¿no es así, Jenn?

¡No seas tonta! ¡Apenas lo conozco! Me cae simpático. Le estoy atribuyendo la bondad de Roy.

Pero te gusta. Es apuesto, cariñoso, y tan inocente como una mariposa. Tiene una mirada mágica y una sonrisa que envuelve el salón. El es…

Ingenuo y afectado. La reacción de él al pasar por su antiguo vecindario había sido en parte precipitada por el estrés de las amenazas de Slater, de acuerdo. Pero allí debía de haber más.

Kevin era parecido a Roy en muchas maneras, pero cuanto más pensaba Jennifer al respecto, más veía las diferencias entre este caso y los de Sacramento. Slater parecía tener una agenda específica y personalmente motivada con Kevin. No era una víctima al azar. Como tampoco lo eran Jennifer o Samantha. ¿Y si Kevin hubiera sido el blanco principal de Slater desde el inicio? ¿Y si los demás solo fueron alguna clase de práctica? ¿Un entrenamiento?

Jennifer cerró los ojos y estiró el cuello. Había sacado una cita para ver al decano en el seminario de Kevin, el Dr. John Francis, como lo primero que debía hacer mañana por la mañana. El asistía a una de esas enormes iglesias que se reunía el sábado en la noche. Jennifer recogió el sándwich y le quitó el papel encerado.

Segundo cuadrante. La bodega. Milton había convencido de algún modo al jefe de la oficina de que le hablara a Jennifer acerca de la participación de él. Se estaba empezando a volver una molestia importante. De mala gana, ella había acordado entregarle la investigación de la bodega. La realidad era que ella podía disponer del personal y que conocían el territorio. Jennifer clarificó que si él filtraba ante la prensa una palabra de la parte que estaba haciendo, ella se encargaría personalmente de que se le hiciera responsable de cualquier consecuencia negativa. Él había llevado cuatro policías uniformados y una orden de investigación al distrito de las bodegas. Era mínima la probabilidad de que Slater estuviera vigilando el vecindario; puede que tuviera una vigilancia fuera de serie, pero no podía tener ojos en todas partes.

Basado en la historia de Kevin, esa noche Milton pudo haber entrado a dos docenas de bodegas. Su equipo estaba ahora investigando una, buscando la que pudiera tener un cuarto subterráneo de almacenaje, un foso petrolero, un vertedero… o cualquier cosa parecida. La mayoría de bodegas hoy día se construían sobre suelo firme, pero algunos de los edificios más antiguos ofrecían unidades subterráneas que eran más fáciles de enfriar.

Jennifer podía entender que una ubicación tan traumática se le hubiese borrado del subconsciente a Kevin. O estaría estampado indeleblemente en su cerebro o habría desaparecido, y no había razón para que él ocultara algún conocimiento en este punto. Descubrir el sótano sería una suerte. Si es que el muchacho fuera Slater.

Tercer cuadrante. El tatuaje de la daga. Jennifer dio un mordisco al sándwich. Le dio hambre con el primer sabor a tomate. No había desayunado, ¿o sí? Le pareció que había sido una semana atrás.

Jennifer observó el tercer cuadrante. Por otro lado, suponiendo que el muchacho fuera Slater, y que no se hubiera hecho quitar el tatuaje, ahora tenían su primer identificador verdadero. Un tatuaje de una daga en la frente… no exactamente algo que se ve en cada esquina. Veintitrés agentes y policías estaban realizando la investigación de modo discreto. Lo primero que se inspeccionaron fueron los salones de exposición de tatuajes que existían veinte años antes en las vecindades inmediatas, pero era casi imposible encontrar uno que llevara algún registro. Estaban trabajando en círculos concéntricos. Lo más probable era encontrar un salón de tatuajes en que recordaran a un hombre con una daga tatuada, en la frente. No todos los sujetos con tatuajes frecuentaban salones de exposición, pero tal vez sí uno con el perfil de Slater. Por lo que sabían, ahora estaba cubierto de tatuajes. Lo único que necesitaban era uno: una daga en el centro de la frente.

Cuarto cuadrante. El autobús. Otro mordisco. El sándwich era como un pedazo de cielo.

El mismo sujeto, sin duda. El mismo dispositivo: un portafolios atornillado al tanque de gasolina, cargado con dinamita suficiente para destruir un bus, detonado usando el tungsteno de una bombilla incandescente sobre un reloj alarma de cinco dólares operado por batería. Un dispositivo mecánico podría anular el reloj y evitar la detonación o iniciarla. Basándose en el polvo que habían levantado de uno de sus tornillos, la bomba fue montada días, incluso semanas, atrás. Si lograban identificar lo que quedó del dispositivo mecánico podrían tener algunos indicios de sus orígenes. Improbable.

¿Cuánto tiempo había estado planeando esto Slater?

El teléfono sonó. Jennifer se limpió la boca, tomó un rápido trago de una botella de agua Evian y levantó el teléfono.

– Jennifer.

– Creo que la encontramos.

Milton. Ella se incorporó.

– La bodega.

– Encontramos un poco de sangre.

Lanzó el resto del sándwich al pote de basura y agarró las llaves.

– Voy en camino.


***

Kevin miró hacia fuera entre las persianas por cuarta vez en dos horas. Ellos habían decidido instalar un auto camuflado una cuadra más allá en la calle… FBI. Slater parecía ambiguo respecto del FBI. De cualquier modo, el agente al volante solo vigilaría. No seguiría a Kevin si salía ante la próxima señal de Slater. Solo vigilancia estacionaria.

Kevin soltó las tablillas y regresó a la cocina. Jennifer había extendido la mano hacia él en el parque, y él se lo permitió. Él encontraba absorbente la intensa naturaleza de ella. Se acordó de Samantha.

¿Dónde estaba Samantha? La había llamado un par de veces y solo había oído su voz en la grabación. Deseaba con desesperación hablarle de la visita a la calle Baker con Jennifer. Ella lo entendería. No es que Jennifer no entendiera, pero Sam podía ayudarle a ordenar estos nuevos sentimientos.

Kevin se dirigió a la refrigeradora, la abrió y sacó un litro de 7UP. Sentimientos. Extremos. El odio hacia Slater que había empezado a surgirle en los intestinos no era tan extraño. ¿Cómo se suponía que se debía sentir respecto a alguien que estuvo a pocos segundos de quitarle la vida a él y a muchos otros por otras razones ocultas? Si Slater dejara de ser tan idiota y le dijera de qué se trataba todo, Kevin podría tratar con él. Por así decirlo, el imbécil se ocultaba detrás de estos estúpidos juegos, y Kevin estaba perdiendo la paciencia. Ayer estuvo demasiado impresionado como para procesar su enojo. Jennifer había dicho que era una forma común de negación. La impresión engendra negación, la cual a su vez atenúa la ira. Pero ahora la negación daba paso a esta amargura hacia un enemigo que no quería mostrar la mano.

Kevin sirvió medio vaso de 7UP, lo engulló de varios tragos largos y depositó con fuerza el vaso vacío sobre el poyo.

Se pasó la mano por el cabello, gruñó y caminó hacia la sala. ¿Cómo podía un hombre causar tanto estrago en el espacio de un día? Slater era nada menos que un terrorista. Si Kevin tuviera una pistola y Slater tuviera ganas de enfrentársele cara a cara, él no tendría ningún reparo en meterle una o dos balas en el rostro al tipo ese. Especialmente si se trataba del muchacho. Kevin se estremeció involuntariamente. ¿Debió haber regresado y asegurarse de que la rata apestosa estuviera muerta? Habría estado en su derecho, si no de acuerdo con la ley, y también a los ojos de Dios. Poner la otra mejilla no se debería aplicar a ratas enfermas de alcantarilla con cuchillos en las manos que lamían las ventanas de las chicas del vecindario.

Slater estaba escuchando ahora, ¿correcto? Kevin miró alrededor de la sala y se acomodó en la ventana.

– ¿Slater?

Escuchó el eco de su voz.

– ¿Me oyes, Slater? Escucha, enfermo sarnoso, no sé por qué me estás acechando o por qué estás tan asustado como para dar la cara, pero solo estás probando una cosa. Eres basura. Eres una porquería sin agallas para enfrentar a tu adversario. ¡Vamos, pequeño! ¡Ven y agárrame!

– ¿Kevin?

Se giró. Sam estaba de pie en la puerta corrediza de vidrio, mirándolo. El no había oído abrirse la puerta.

– ¿Estás bien? -susurró ella.

– Por supuesto. Lo siento, solo estaba hablando con nuestro amigo, en caso de que estuviera escuchando.

Sam cerró la puerta y se llevó un dedo a los labios. Caminó hasta la ventana del frente y cerró las cortinas.

– ¿Qué…?

Ella le hizo otra vez una señal de silencio y lo guió al garaje.

– Si hablamos aquí en voz baja no nos oirán.

– ¿Slater? El auto que está calle arriba es del FBI.

– Lo sé. Por eso me estacioné a dos cuadras y entré por detrás. ¿No crees que Slater los verá?

– El no dijo que nada de FBI.

– Quizás porque es del FBI -anunció ella.

– ¿Qué?

– Nosotros no lo hemos descartado.

– ¿Nosotros? ¿Quiénes son nosotros?

– Solo una expresión -indicó ella sosteniéndole la mirada-. ¿Encontraron algo más aquí?

– No. Algunas huellas en la torre de perforación en la colina. Tomaron un montón de huellas en la jarrita de leche. Jennifer no cree que nada de eso les ayude mucho.

Sam asintió.

– Ella me habló del tatuaje. Nunca me hablaste acerca del tatuaje.

– No te dije nada respecto del tipo después de esa noche, ¿recuerdas? Había desaparecido. Fin de la historia.

– Ya no. Encontrarán la bodega, y cuando lo hagan hallarán más… quien sabe, tal vez al muchacho.

– En realidad, regresé cuatro meses después.

– ¿Qué?

– Ya no estaba. Había sangre en el piso y su pañuelo, pero él no estaba. No lo encontrarán.

Sam lo miró por unos instantes. No estaba seguro de lo que ella pensaba, pero algo no iba muy bien.

– Dijiste nosotros no lo hemos descartado -insistió él-. Siempre has sido franca conmigo, Sam. ¿Quiénes son nosotros?

Ella lo miró a los ojos y le puso una mano en la mejilla.

– Lo siento, Kevin, no puedo decirte todo… no ahora, no todavía. Pronto. Tienes razón, siempre he sido franca contigo. He sido más que una amiga. Te he amado como a un hermano. No ha pasado un día en estos últimos diez años en que yo no haya pensado en ti al menos una vez. Eres parte de mí. Y ahora necesito que confíes en mí. ¿Puedes hacerlo?

La revelación hizo que la cabeza le diera vueltas. ¿Estaba ella de algún modo involucrada? Ella ya estaba tras la pista de Slater antes de ayer. ¡Por eso Slater la conocía!

– ¿Qué… qué pasa?

La mano de ella se deslizó por el brazo de él y le agarró los dedos.

– Nada ha cambiado. Slater es la misma persona que ayer, y voy a hacer todo lo que esté de mi parte por atraparlo antes de que lastime a alguien. No tengo libertad para decirte lo que sabemos. Aún no. De todos modos, no sería determinante para ti. Confía en mí. Por los viejos tiempos.

El asintió. En realidad era mejor así, ¿no? Era bueno que ella tuviera alguna pista interior y no estuviera solo dando palos de ciego en este caso.

– ¿Pero crees que el FBI está involucrado?

Ella le puso un dedo en los labios para sellarlos.

– No puedo hablar al respecto. Olvida lo que dije. Nada ha cambiado.

Ella se irguió, lo besó en una mejilla, y le soltó la mano.

– ¿Puedo confiar en Jennifer?

– Claro… confía en Jennifer -le aseguró, volviéndose-. Pero confía primero en mí.

– ¿Qué quieres decir con «primero»?

– Quiero decir que si tienes que elegir entre Jennifer y yo, escógeme.

Él sintió que el pulso se le hacía espeso. ¿Qué estaba ella diciendo? Escógeme. ¿Pensó que él la preferiría por sobre Jennifer? No estaba seguro de lo que sentía por Jennifer. Ella le había ofrecido aliviar su dolor y su confusión en un momento de vulnerabilidad y él se lo había permitido. Eso era todo.

– Siempre te escogería. Te debo mi vida.

Ella sonrió por un momento en que él imaginó que volvían a ser niños, sentados debajo de un olmo con la luna llena en sus rostros, riendo mientras una ardilla asomaba la cabeza entre las ramas.

– En realidad creo que es al contrario. Yo te debo mi vida -aseguro ella-. En el sentido literal. Me salvaste una vez de Slater, ¿no fue así? Ahora es mi turno de devolverte el favor.

De modo extraño, tenía perfecto sentido.

– Está bien. Tengo un plan. Es decir, quiero hacer salir a la serpiente de su agujero -expresó ella guiñándole un ojo y observando su reloj-. Cuanto más pronto salgamos de aquí, mejor. Agarra tu cepillo de dientes, una muda de ropa, y desodorante si quieres. Nos vamos de viaje.

– ¿Nos vamos? ¿Adonde? No podemos salir. Jennifer me dijo que me quedara aquí.

– ¿Hasta cuándo? ¿Te dijo Slater que no salieras?

– No.

– Déjame ver el teléfono.

Sacó el teléfono celular que Slater le había dejado y se lo pasó a ella.

– ¿Te dijo Slater que conservaras esto encendido?

– Dijo que lo mantuviera conmigo todo el tiempo -contestó él considerando la pregunta.

Sam pulsó el botón de apagar.

– Entonces lo llevaremos.

– Jennifer se pondrá furiosa. Este no era el plan.

– Cambio de planes, mi querido caballero. Es hora de jugar un poco al gato y al ratón por nuestra cuenta.

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