Lunes
7:25 de la noche
SEA IMAGINARIO O REAL, EL MUCHACHO sabe que Sam y él quieren que ella acuda -comentó el Dr. Francis cuando Jennifer cerró el teléfono-. Él la está atrayendo. Lo ve usted, ¿verdad? Las adivinanzas solo son para continuar el juego.
– ¿Y si Sam los encuentra primero? -preguntó Jennifer después de suspirar-. Él los matará a todos y yo no tendré nada.
– ¿Qué puede hacer usted?
– Algo. ¡Cualquier cosa! Si no puedo salvarlo, entonces tengo que reportar esto.
– Entonces repórtelo. ¿Pero qué puede hacer ninguno de sus colegas?
Él tenía razón, por supuesto, pero la idea de sentarse aquí en su sala a discutir las naturalezas del hombre era… ¡imposible! A Roy lo mató el Asesino de las Adivinanzas en circunstancias parecidas. Quizás Slater no era el mismo hombre que mató a Roy, pero representaba la misma clase de sujeto. A menos que Kevin fuera Slater.
¿Vivía Slater en ella? ¿Odias, Jennifer? ¿A Milton?
– Tal vez lo más que usted puede hacer es tratar de entender, de modo que si se presenta la oportunidad esté mejor equipada -afirmó el profesor-. Sé lo frustrante que puede ser, pero ahora depende de Sam. Ella parece alguien que puede desenvolverse. Si estoy en lo cierto, Kevin la necesitará.
– ¿Cómo?
– Si Kevin es Slater estará incapacitado para vencer solo a Slater.
Jennifer lo miró y se preguntó qué películas había visto.
– Está bien, profesor. Aún no sabemos si Kevin es Slater o no. Las teorías son buenas, pero ensayemos la logística -expresó ella mientras sacaba su libreta y cruzaba las piernas-. Pregunta: Desde una perspectiva puramente lógica y evidente, ¿podría una persona haber hecho lo que sabemos que ha sucedido?
Jennifer abrió la libreta en la lista que había hecho dos horas antes, después de la llamada de Sam insinuando por segunda vez que Kevin era Slater. Marcó con el lápiz la primera anotación.
– Kevin recibe una llamada en su auto.
– Aunque usted dijo que no hay evidencia de esa primera llamada, ¿de acuerdo? El teléfono celular se quemó. Toda la llamada pudo haber estado en la mente de Kevin, dos voces hablando. Igual que con cualquier conversación no grabada que él tuviera con Slater.
Ella asintió.
– Número dos. El auto salta por los aires tres minutos después de la llamada, después de que Kevin hubo escapado.
– La personalidad que es Slater lleva un sofisticado teléfono celular en su bolsillo… el bolsillo de Kevin. Este aparato es con seguridad teléfono y transmisor. Después de la conversación imaginaria en que le dio tres minutos, la personalidad Slater detona una bomba que ha colocado en el maletero. Esta explota, como había planeado. Él detona todas las bombas de manera similar.
– El segundo teléfono que Sam encontró.
– Se entiende -asintió el Dr. Francis.
– ¿Dónde fabrica estos explosivos la personalidad Slater? No hallamos nada -comentó Jennifer para sí, pero quería escuchar al profesor.
Él sonrió.
– Quizás cuando haya dejado de actuar de erudito solicite un trabajo en el FBI.
– Estoy segura de que lo recibiríamos. Entender de religión es en estos días un decisivo criterio de reclutamiento.
– Es evidente que Slater tiene su escondite. Probablemente el lugar donde escondió a Balinda. Kevin hace como Slater frecuentes viajes a este sitio, totalmente inconsciente. En medio de la noche, o después de clases. No recuerda nada de ellos porque es la personalidad Slater, no Kevin, quien en realidad los hace.
– Y su conocimiento de electrónica. Slater aprende, pero no Kevin.
– Así parecería.
Jennifer miró la lista.
– Pero lo de la bodega es diferente porque él llama al teléfono del cuarto y habla con Samantha. Es la primera vez que lo grabamos.
– Usted dijo que el teléfono sonó mientras él estaba en el cuarto, pero que Slater no habló hasta que Kevin salió. Él mete la mano en el bolsillo y presiona el botón de enviar con un número que ya había marcado. Empieza a hablar tan pronto como está en el pasillo.
– Parece exagerado, ¿no cree? No veo a Slater como un James Bond.
– No, es probable que haya cometido sus equivocaciones. Solo que ustedes no han tenido tiempo de descubrirlas. Hasta donde usted sabe, la grabación confirmará eso. Solo estamos reconstruyendo una perspectiva posible basándonos en lo que sabemos.
– Entonces podemos suponer que él colocó de alguna manera la bomba en la biblioteca la noche anterior, mientras supuestamente estaba en Palos Verdes con Samantha. Tal vez salió en la noche o algo así. La biblioteca no es exactamente una instalación de alta seguridad. Él, refiriéndome a Slater, lo hizo todo mientras no lo vigilábamos o usando el teléfono celular por control remoto.
– Si es que Kevin es Slater -intervino el profesor.
Ella frunció el ceño. El panorama era verosímil. Demasiado verosímil para su propio consuelo. De confirmarse esto, los periódicos científicos estarían años escribiendo acerca de Kevin.
– ¿Y el Asesino de las Adivinanzas? -cuestionó ella.
– Como usted dijo antes. Alguien a quien Slater copió para quitarse de encima las autoridades. ¿Cómo lo llama usted… un imitador? Solo han pasado cuatro días. Hasta las ruedas del FBI solo pueden rodar a esa velocidad. Perpetuar la doble vida más allá de una semana podría ser imposible. Cuatro días es todo lo que evidentemente necesitaba.
Jennifer cerró la libreta. Había un montón más de anotaciones, pero con una mirada vio que no eran tan excepcionales. Lo que necesitaban en realidad era el análisis de dos grabaciones del teléfono celular de Kevin. La segunda llamada era la que le interesaba a ella. Si esta teoría se mantenía en pie, la misma persona había hecho y recibido la llamada que les habían enviado cuando corrían hacia la biblioteca. No la pudo haber imaginado Kevin porque estaba grabada.
– Este es un camino demasiado complicado -expresó ella suspirando-. Aquí hay algo que no calza y que podría clarificar mucho todo esto.
– Tal vez así sea -concordó el profesor pasándose los dedos por el mentón barbado-. ¿Confía usted en su intuición muy a menudo, Jennifer?
– Todo el día. La intuición lleva a las evidencias, las cuales conducen a respuestas. Es lo que nos lleva a hacer las preguntas correctas.
– Humm. ¿Y cuál es su intuición respecto de Kevin?
– Que él es inocente, de cualquier modo -contestó ella después de cavilar por unos instantes-. Que es un hombre excepcional. Que no es nada como Slater.
La ceja de él se arqueó.
– ¿Esto después de cuatro días? Me llevó un mes concluir lo mismo.
– Cuatro días de infierno le dirán mucho acerca de un hombre, profesor.
– «Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno».
– Si él es Slater, ¿cree usted que Kevin estará asustado? -preguntó ella.
– Creo que está muerto de miedo.
La Calle Baker estaba oscura y tranquila, envuelta en la inmensa línea de olmos que se erguían como centinelas. El viaje le había cortado veintiún minutos al reloj, gracias a un accidente en Willow. Las 7:46. Sam pasó la antigua casa de Kevin… detrás de las persianas brillaba luz donde Eugene y Bob aún podrían estar llorando. Por hoy Jennifer había logrado mantener a raya a la prensa, pero eso no duraría. Para mañana probablemente habría un par de furgonetas estacionadas en el frente exterior, esperando poder captar una instantánea de las locuras del interior.
¿Quién ama lo que ve? Sam disminuyó la velocidad del auto hasta avanzar muy lentamente y se acercó a su antigua casa. Una luz de porche resplandecía fuertemente. Los setos eran irregulares, no nítidamente cortados como los había mantenido su padre años antes. Ella ya había decidido que no molestaría a los residentes. Logró pensar en una explicación decente de por qué deseaba fisgonear en el dormitorio, sin causar alarma. Esperaba que no tuvieran perro.
Sam estacionó el auto al otro lado de la calle y pasó la casa, luego entró al jardín vecino. Rodeó la casa y se encaminó por la misma cerca por la que Kevin y ella se habían escabullido centenares de veces. Era improbable que las tablas aún estuvieran sueltas.
Ella corrió agachada a lo largo de la cerca hacia el costado oriental del patio, donde estaba su antiguo dormitorio. Un perro ladró varias casas más allá. Cálmate, Spot, solo estoy dando una miradita. Exactamente como Slater solía espiar. La vida se había vuelto un círculo.
Sam asomó la cabeza por sobre la cerca. La ventana era opaca, levemente oscurecida por los mismos arbustos por los que había correteado cuando era niña. ¿Desocupada? Ningún perro que ella pudiera ver. No se movieron las tablas por las que antes se deslizaba. Saltarla… no había otra manera.
Sam agarró la cerca con las dos manos y saltó fácilmente. Un entrenador de la facultad de derecho le había dicho que tenía físico de gimnasta. Pero no empiezas a practicar gimnasia a los veinte años y esperas estar en los olímpicos. Ella había optado por clases de danza.
El césped estaba húmedo por un riego reciente. Corrió hacia la ventana y se arrodilló en el seto. ¿Qué estaba buscando? Otra pista. Quizás una adivinanza, garabateada en la tierra. Una nota pegada al ladrillo.
Se deslizó detrás de los arbustos y tanteó la pared. El húmedo olor del polvo le inundó la nariz. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien hubiera trepado por esta ventana? Levantó la cabeza y vio que la ventana no solo estaba oscura sino que habían pintado de negro el interior.
Se le detuvo el pulso. ¿Vivía aquí Slater? ¿Había hecho morada en su antigua casa? No te puedo tener, por tanto tomaré tu casa. Por un momento solo miró la ventana, despreocupada. Alguien rió adentro. Un hombre. Luego una mujer, a carcajadas.
No, probablemente habían convertido el dormitorio en un cuarto oscuro o algo parecido. Aficionados a la fotografía. Exhaló y reanudó su investigación. El tiempo transcurría.
Sam sintió el alféizar, pero no había nada que pudiera sentir o ver. La tierra a sus pies era oscura, así que se arrodilló y tanteó en el suelo. Sus dedos pasaron sobre algunas piedras… él pudo haber escrito un mensaje en una piedra. Ella las levantó hacia un poco de luz que llegaba de las bodegas al otro lado de la calle. Nada. Dejó caer las piedras y se volvió a levantar.
¿Se había equivocado respecto de la ventana? Allí había un mensaje; ¡tenía que haberlo! La esfera verde en el reloj resplandecía, 7:58. Sam sintió las primeras convulsiones de pánico picándole la columna vertebral. Si se había equivocado respecto de la ventana tendría que empezar de nuevo… habrían perdido el juego.
Quizás no debería estar buscando un mensaje escrito.
Gruñó y retrocedió al césped, sin cuidarse ahora de que la vieran. Iba con pantalones negros y blusa roja, colores oscuros que no se verían fácilmente desde la calle. El tiempo se estaba acabando.
Sam caminó hasta la cerca y se puso frente a la ventana. Muy bien, ¿hay algo en los arbustos? ¿Una flecha? Una tonta ocurrencia de película. Siguió la línea del techo. ¿Señalaba a alguna parte? Había ventanas del segundo piso por encima de esta de abajo, formando un triángulo. Una flecha.
¡Basta de flechas, Sam! Buscamos algo que no se pueda confundir. No algo astuto sacado de un misterio de Nancy Drew, ¿Qué ha cambiado aquí? ¿Qué se ha alterado para hacer una declaración? ¿Qué hay que se haya alterado y que podría ser una declaración?
La ventana. La ventana está pintada de negro, porque ahora es un cuarto oscuro o algo así. En realidad ya no es una ventana. Es un vidrio negro. Sin luz.
Está oscuro aquí, Kevin.
Sam lanzó un pequeño grito y de inmediato lo contuvo. ¡Eso era! No había ventana. ¿Qué solía tener luz pero ya no? ¿Qué no tenía ventana?
Ella palpó su pistola. Está bien, piensa. Una hora. Si tenía razón, no necesitaba cinco minutos, mucho menos sesenta, para encontrar a Kevin.
– ¿Y cómo se libera un hombre o una mujer de esta espantosa naturaleza? -preguntó Jennifer.
– Matándola. Pero para matarla debe verla. Por eso la luz.
– Así de sencillo, ¿eh? -expresó ella haciendo chasquear los dedos.
– En resumidas cuentas, no. Se necesita una dosis diaria de muerte. En realidad el más grande aliado del mal es la oscuridad. Ese es mi punto. No importa qué fe tenga usted o qué afirme creer, sea que vaya a la iglesia todos los domingos o que ore a Dios cinco veces al día. Si mantiene oculta la naturaleza perversa, como hace la mayoría, esta florece.
– ¿Y Kevin?
– ¿Kevin? No sé respecto de Kevin. Si él es Slater, supongo que uno debería matar a Slater del modo en que mata la vieja naturaleza. Pero él no lo puede hacer solo. Ni siquiera sabría cómo matarlo. Él no puede tratar solo con el mal.
Kevin nunca le había mostrado el interior del antiguo cobertizo porque dijo que era oscuro por dentro. Pero él no solo dijo dentro, dijo allá abajo. Ella recordó eso ahora. Nadie usaba la inservible casucha antigua en el extremo del césped. El antiguo refugio antibombas convertido en cobertizo al borde del montón de ceniza.
La ventana que en realidad no era una ventana tenía que ser la ventana de Kevin. En la mente de Slater podría haber usado otra adivinanza: ¿Que crees que es una ventana pero en realidad no lo es? Opuestos. Cuando era niño, Kevin pensaba que escapaba de su mundo tortuoso a través de su ventana, pero no era así.
El viejo cobertizo al extremo del césped de Kevin era el único lugar que Sam sabía que contaba con uno de esos sótanos. Estaba oscuro allá abajo y no había ventanas, y ella sabía bien que Slater estaba abajo con Balinda en ese refugio antibombas.
Sam mantuvo a su lado la nueve milímetros y corrió hacia la casucha, se inclinó, con la mirada fija en el costado de madera. La puerta siempre había estado asegurada y trancada con un enorme candado mohoso. ¿Y si aún lo estaba?
Debería llamar a Jennifer, pero allí está el problema. ¿Qué podía hacer Jennifer? ¿Realizar una redada alrededor de la casa? Slater haría lo peor. Por otra parte, ¿qué podría hacer Sam? ¿Entrar tan campante y confiscar todas las armas de fuego obtenidas ilegalmente, poner esposas, y meter al asqueroso individuo en la cárcel del condado?
Al menos tenía que confirmar.
Sam dobló las rodillas ante la puerta, respirando pesadamente, agarrando la pistola con las dos manos. El seguro estaba desconectado.
Recuerda, naciste para esto, Sam.
Sam puso el cañón de la pistola debajo de la puerta y tiró de ella, usando la mira como gancho. La puerta se abrió con un chirrido. Una tenue luz brillaba adentro. Abrió del todo la puerta y metió el arma, manteniéndose tras la protección del marco. Al abrirse la puerta se revelaron lentamente las formas de estantes y de una carretilla. Un cuadrado en el piso. La trampilla.
¿Qué profundidad tenía el refugio? Debía haber escaleras.
Sam entró, primero un pie y luego el otro. Ahora pudo ver que la trampilla estaba abierta. Avanzó hasta el oscuro hueco y miró hacia abajo. Una luz débil, muy débil, a la derecha. Retrocedió. Tal vez lo más prudente sería llamar a Jennifer. Solo a Jennifer.
Las 8:15. Aún tenían cuarenta y cinco minutos. ¿Pero y si esperaba a Jennifer y este no era el lugar? Eso les dejaría menos de media hora para encontrar a Slater. No, debía verificar. Verificar, verificar.
Vamos, naciste para esto, Sam.
Sam se puso la pistola en la cintura, se arrodilló, se sujetó en los bordes de la abertura, y movió de lado a lado una pierna en el hueco. Estiró el pie, halló un escalón. Se afirmó en las escaleras y luego se echó hacia atrás. Los zapatos podrían hacer mucho ruido. Se los quitó y se volvió a afincar en las escaleras.
Vamos, naciste para esto, Sam.
Había nueve peldaños; Samantha los contó. Nunca se sabía si tendría que retroceder a toda velocidad. Le podría venir muy bien saber cuándo agacharse para evitar un choque de frente con el techo y cuándo girar a la derecha para salir de la casucha. Sam se decía estas cosas para tranquilizar sus nervios, porque cualquier cosa en el pavoroso silencio era mejor que enfrentar la seguridad de que se estaba dirigiendo hacia la muerte.
Entraba luz por una rendija bajo una puerta al final del túnel de concreto. ¡El túnel llevaba a un sótano debajo de la casa de Kevin! Sam sabía que algunos de estos refugios antibombas se conectaban a las casas, pero nunca se había imaginado tan complicado montaje debajo de la de Kevin. Ni siquiera había sabido que hubiera un sótano en su casa. ¿No había un camino desde el sótano hacia la planta principal? Jennifer había estado en la casa, pero no dijo nada acerca de un sótano.
Sam sacó la pistola y bajó en puntillas por el hueco.
– Cállate -sonó apagada la voz de Slater detrás de la puerta.
Sam se detuvo. Verificó. Nunca confundiría esa voz. Slater estaba detrás de esa puerta. ¿Y Kevin?
La puerta estaba bien aislada; ellos no la oirían. Sam fue hasta la puerta, con la nueve milímetros levantada hasta el oído. Extendió la mano hacia el pomo y aplicó presión despacio. En realidad no planeaba entrar de sopetón, ni siquiera entrar, pero debía conocer algunos detalles. Para empezar, si la puerta estaba trancada. La perilla se negó a girar.
Sam retrocedió un paso y consideró sus opciones. ¿Qué esperaba Slater que ella hiciera, llamar? Lo haría de ser necesario, ¿verdad? Solo había una manera de salvar a este hombre, y estaba al otro lado de esa puerta. Se tendió boca abajo y presionó el ojo izquierdo debajo de la rendija de la puerta. A la derecha, zapatos tenis caminaban lentamente hacia ella. Contuvo el aliento.
– Definitivamente el tiempo se está reduciendo -comentó Slater; los pies eran de él, zapatos tenis blancos que ella no reconoció-. No oigo que tu amante derribe la puerta.
– Sam es más inteligente que usted -contestó Kevin. Los zapatos tenis se detuvieron.
Sam movió el ojo a la izquierda, de donde había venido la voz. Vio sus pies, los zapatos de Kevin, los Reebok color habano que ella había visto debajo de la cama de él unas horas atrás. Dos voces, dos hombres.
Sam se arrastró hacia atrás. Kevin y Slater no eran la misma persona. ¡Ella se había equivocado!
Volvió a acercarse y a mirar, respirando ahora demasiado alto pero sin importarle. Allí estaban ellos, dos pares de pies. Uno a su derecha, blanco, y uno a su izquierda, marrón claro. Kevin golpeaba nerviosamente el suelo con un pie. Slater se alejaba.
¡Tenía que hablar con Jennifer! En caso de que algo le ocurriera debía hacer saber a Jennifer quién estaba detrás de esa puerta.
Sam se deslizó hacia atrás y se levantó. Se fue hasta el fondo del pasillo. Subir las escaleras podría ser sensato, pero a esta distancia no había manera de que Slater pudiera oír. Sacó su teléfono y pulsó la tecla de volver a marcar.
– Jennifer?
– ¡Sam! ¿Qué pasa?
– Shh, shh, shh. No puedo hablar -susurró Sam-. Los encontré.
Un timbre apenas audible rasgó el silencio, como si le hubieran descargado un tiro demasiado cerca del oído en la última media hora.
Jennifer parecía incrédula.
– ¿Encontraste… encontraste a Kevin? ¿Lo localizaste de veras? ¿Dónde?
– Escúchame, Jennifer. Kevin no es Slater. ¿Me oyes? Me equivoqué. ¡Tiene que ser una trampa!
– ¿Dónde estás? -exigió saber Jennifer.
– Estoy aquí, afuera.
– ¿Estás absolutamente segura de que Kevin no es Slater? ¿Cómo…?
– ¡Escúchame! -susurró Sam con dureza, y volvió la mirada hacia la puerta-. Los acabo de ver; por eso lo sé.
– ¡Tienes que decirme dónde estás!
– No. Todavía no. Tengo que pensar esto muy bien. El dijo que sin policías. Te llamaré.
Colgó antes de que perdiera el valor y metió el teléfono en el bolsillo.
¿Por qué no informó a Jennifer de todo? ¿Qué podía hacer ella que Jennifer no pudiera hacer? Solo Slater sabía la respuesta. El muchacho que ella nunca había visto. Hasta hoy. Kevin, querido Kevin, lo siento.
Una ráfaga de luz entró repentinamente en el túnel. Sam giró sobre sí. La puerta estaba abierta. Slater estaba en el marco de la puerta, el pecho descubierto, sonriendo, pistola en mano.
– Hola, Samantha. Me estaba preocupando. Qué bueno que nos encontraste.