14

Domingo

Por la mañana


LA PARED ES MARRÓN OSCURA, casi negra, y descascarada. Manchas ligeramente húmedas, que dejan escapar un olor a moho y a algo que Slater no lograba identificar. Una bombilla incandescente brilla en el baño, irradiando dentro de las cañerías del sótano suficiente luz para ver la oscuridad de la pared.

Estas son las cosas que le gustan: frío, oscuridad, humedad, moho y Sundae de chocolate con iguales porciones de helado y caramelo. Ah sí, también le gusta la fascinación. Es más, por encima de todo le gusta estar fascinado, y para estar de veras adecuadamente fascinado, tiene que prescindir de lo que se espera y dar solamente lo que ellos no esperan. Por eso los adolescentes confundidos se perforan los párpados y se tatúan la frente, y por eso las chicas se rapan la cabeza para impresionarlos. Todo es un intento patético y desesperado de ser fascinantes.

El problema de hacer algo tan absurdo como horadarse un párpado es que revela tus intenciones. Heme aquí, una pobre babosa adolescente que requiere tu atención. Mírame, ¿ves cómo parezco un vómito de perro? ¿Podrías por favor morderte los dedos de salvaje fascinación por mí?

Los primeros patéticos tanteos de Hombre Oscuro.

Pero Slater sabe lo que ellos no saben. Sabe que Hombre Oscuro está más fascinado cuando se mueve en total oscuridad. Oculto. Desconocido Por eso él se llama Hombre Oscuro. Por eso ha empezado en la oscuridad. Por eso hace todo su mejor trabajo en la noche. Por eso le encanta este sótano. Porque para todo propósito práctico, Slater es Hombre Oscuro.

Algún famoso debería escribir un libro de cómics sobre él.

Slater se levanta de su banco. Ha estado mirando la pared descascarada más de una hora sin moverse. La encuentra fascinante. La oscuridad siempre es fascinante. No está muy seguro de lo que está mirando, a no ser un pedazo blanco de papel, el cual solamente se hace fascinante al ponerle un bolígrafo negro.

Afuera hay luz… lo sabe por la grieta del rincón. Samantha se llevó a Kevin y se escondieron. Lo cual significa que después de todos estos meses ella ha aprendido algo nuevo.

Slater tararea suavemente y camina hacia un pequeño tocador. El secreto de ser Hombre Oscuro es no parecer para nada un hombre oscuro. Así es como el mundo se fija en esos tontos adolescentes con aros en las narices como idiotas. Es como andar por el colegio desnudo hasta la cintura todo el día en una pose de Charles Atlas. Por favor. Demasiado obvio. Demasiado estúpido. Demasiado aburrido.

Ahora la rutina del ángel de luz -los que se reúnen en la claridad para eclipsar a Hombre Oscuro, como maestros de escuela dominical y clérigos, como sacerdotes- en realidad no es mal instinto. Pero en estos días un cuello blanco ya no es el mejor disfraz.

El mejor disfraz es la simple oscuridad.

Slater se sienta e inclina el espejo con el fin de que capte suficiente luz del baño para reflejarlo a él. Ves, ahora hay un don nadie. Un tipo bien desarrollado con cabello rubio y ojos grisáceos. Una cinta de bodas en la mano izquierda, un clóset lleno de camisas planchadas, pantalones Dockers y un Honda Accord plateado en la calle.

Se le podría acercar a alguna fea en el centro comercial.

– Disculpe, ¿me parezco a Hombre Oscuro? -le preguntaría.

– ¿De qué demonios está usted hablando? -contestaría ella a su vez, porque no lo asociaría con un nombre como Hombre Oscuro. Ella, junto con otras diez mil avispadas de los centros comerciales, estaría engañada. Ciega. Envuelta por la oscuridad.

Ese es su secreto. Puede caminar delante de sus narices sin la más leve insinuación de culpa. Es prácticamente transparente, por la mismísima razón de que se parece mucho a ellos. Lo ven todos los días sin saber quién es.

Slater frunce el entrecejo ante el espejo y menea la cabeza en burla.

– Me gustas, Kevin. Te quiero, Kevin.

Sam puede ser una cucaracha. Debió haberla matado cuando tuvo la oportunidad mucho tiempo atrás.

Ahora ella se encuentra otra vez donde está la acción. Eso es bueno porque así él puede terminar el trabajo de una vez por todas. Pero la audacia de ella le repugnaba.

– Salgamos corriendo y juguemos a las escondidas -se volvió a mofar-. ¿Qué te has creído que soy?

La realidad es que Sam sabe más acerca de él que cualquiera de los otros. Es verdad, su pequeño acto de desaparición no les representará nada, pero al menos ella hará una jugada, y eso es más de lo que puedo decir del resto. Está tratando de hacerlo salir. Hasta podría saber que él ha estado delante de sus narices todo el tiempo.

Pero Hombre Oscuro no es así de estúpido. Ellos no se pueden esconder para siempre. Kevin acabará sacando del hoyo su viscosa cabeza, y cuando lo haga, Slater estará allí para morderlo.

Recuesta el espejo en la pared y atraviesa el cuarto que ha preparado para su huésped. Es ligeramente más grande que un clóset, recubierto de concreto. Una puerta de acero. En el suelo hay correas de cuero, pero duda que las necesite. El juego terminará aquí, donde está diseñado su fin. El resto de esta insensatez del gato y el ratón solamente es una pantalla de humo para mantenerlos en la oscuridad, donde se juegan todos los buenos juegos. Si los periódicos creen que lo que tienen ahora es una historia de plena actualidad, están a punto de aprender desde cero. La destrucción ocasional de un auto o un autobús con una explosión apenas hace historia. Lo que planifica será digno de un libro.

– Te desprecio -enuncia él con suavidad-. Odio la forma en que caminas y en que hablas. Tu corazón es vil. Te mataré.


***

A lo largo de la noche la ira había ido ascendiendo hasta la ebullición. Kevin daba vueltas en un irregular intento de dormir. El optimismo de Sam se asentaba como una luz en el horizonte de su mente, pero a medida que transcurría la noche se debilitaba esa luz hasta apagarse por completo, oscurecida por la amargura hacia el hombre que se había entrometido en su vida.

Furia era una buena palabra para describirlo. Rabia. Indignación. Todas valen. Revivió cien veces aquella noche de veinte años atrás. El muchacho burlándose de él mientras hacía girar el cuchillo en sus manos, amenazando con hundir la hoja en el pecho de Sam. El nombre del muchacho era Slater… tenía que ser. Kevin no comprendía cómo logró escapar; tampoco tenia sentido que esperara tanto tiempo para venir tras él. Aquella noche debió haber matado a Slater.

Kevin sentía la almohada como una esponja húmeda. Las cobijas se le pegaban a las piernas como hojas descompuestas. No podía recordar una época en que estuviera tan enojado, tan angustiado, desde que el muchacho lo amenazó por primera vez hace tantos años.

El plan de Sam era brillante, a no ser por el hecho de que solo retardaba lo inevitable. Slater no se había ido… esperaría afuera en la oscuridad, aguardando el momento oportuno mientras Kevin se deshidrataba lentamente debajo de las cobijas. El no podía hacer esto. No podía limitarse a esperar y consumirse mientras Slater se reía en lo oculto.

La idea se encendió en su mente con el primer rayo de luz. Compra una pistola. Los ojos se le saltaron. ¡Por supuesto! ¿Por qué no? Convertirse en el cazador.

No seas absurdo. Cerró los ojos. No eres un asesino. Una cosa era la discusión con el Dr. Francis… toda esa palabrería de que el chisme y el asesinato eran lo mismo. Pero cuando se trataba de elegir, nunca podría matar a otro ser humano. No podría apuntar con la pistola en los ojos de un hombre y meterle una bala en la cabeza. ¡PUM! Sorpresa, asqueroso.

Kevin abrió poco a poco los ojos. De todos modos, ¿dónde conseguiría una pistola? ¿En una casa de empeños? No con las leyes de hoy. No legalmente, desde luego, ni por un precio razonable…

Olvídalo. ¿Qué iba a hacer, dispararle al teléfono si Slater volvía a llamar? El tipo era demasiado bueno para arriesgarse. ¿Cómo podría atraerlo a una confrontación?

Kevin daba vueltas en la cama e intentaba sacar la idea de la mente. Pero ahora la ocurrencia empezaba a fortalecerse, alimentada por su propio odio. Al final Slater lo mataría… era lo único que tenía algún sentido. ¿Por qué entonces no luchar primero? ¿Por qué no exigir un encuentro? Frente a frente contigo, baboso. Sal de las sombras y mírame a los ojos. ¿Quieres jugar?

De pronto cualquier otro pensamiento parecía débil. Al menos debía intentarlo.

Forcejeó con las cobijas y se levantó. Sam no estaría de acuerdo. Haría esto sin ella, ahora, antes de que despertara y se lo impidiera. Rápidamente se puso los jeans y una camiseta. Los detalles no parecían tan importantes al instante… dónde encontrar una pistola, dónde esconderla, cómo usarla. Con suficiente dinero…

Kevin agarró de la mesa de noche su billetera y esculcó en ella. Tendría que ser en efectivo. Antes de salir de casa había metido en la billetera su dinero de emergencia, los cuatrocientos dólares que ocultaba debajo del colchón. Aún estaban allí. Sin duda con esa cantidad podría comprar una pistola en el mercado negro.

Kevin salió de su cuarto, vio que la puerta de Sam aún estaba cerrada, se dirigió a la puerta principal y se paró en seco. Al menos debía dejar una nota. No podía dormir, fui a meterle una bala en la cabeza a Slater, volveré pronto.

Encontró un bloc con el logotipo del hotel impreso en la parte superior y escribió una nota. No podía dormir, salí a dar un paseo, volveré pronto.

Sintió en su piel húmeda el helado aire matutino. Las seis en punto. Sin duda el hampa aún estaba en movimiento. Debía salir antes de que Sam despertara, o no iría a ninguna parte. Ella se preocuparía si él no regresaba rápidamente. Tan pronto como aparecieran los buscavidas nocturnos, él se acercaría a uno de ellos y le haría la aterradora pregunta: ¿Dónde puedo comprar una pistola para liquidar al tipo que me persigue?

Arrancó el auto y se dirigió al sur.

¿Y si el buscavidas lo reconocía? Su rostro había salido en los noticieros. El enervante pensamiento hizo estremecer a Kevin. Viró bruscamente. Un sedán blanco detrás de él titiló las luces. Se detuvo rápidamente, como si esa hubiera sido su intención todo el tiempo. El auto pasó volando.

Quizás debió haber comprado una media para cubrirse la cabeza. He aquí un especial de Kmart: un tipo malo con una media en la cabeza asalta con su billetera a un buscavidas de la noche. Dame tu pistola, criminal.

Veinte minutos después salió de un 7-Eleven con un par de lentes oscuras y una gorra anaranjada de los Broncos. Con barba de un día no se asemejaba al hombre que habían visto en la televisión el día anterior. Pero decidió subir por la autopista hasta Inglewood solo para asegurarse. De todos modos lo más seguro era que allá encontrara pistolas.

Un accidente en la 405 extendió el viaje de una hora a dos. Eran las ocho y media antes de entrar a la avenida Western en Inglewood. No tenía idea de dónde empezar su búsqueda. Ahora Sam debía de estar levantada.

Kevin condujo sin rumbo fijo, con las palmas sudadas sobre el volante, diciéndose que no tenía motivo para preguntar a nadie dónde comprar una pistola, mucho menos comprarla. Si volvía por Hawthorn y se dirigía al sur podría estar de vuelta en Palos Verdes en menos de una hora.

Pero Palos Verdes estaba a un paso de Long Beach. Y Slater estaba esperando en Long Beach. Tenía que encontrar él mismo una pistola. Tal vez un cuchillo sería mejor. Definitivamente más fácil de encontrar. Además, matar con un cuchillo sería más malo que matar con una pistola, y más difícil, suponiendo que pudiera hacerlo.

¿Qué diría Jennifer ante esta repentina locura que lo había agarrado de improviso? Lo mataría. No, eso era en sentido figurado, Kevin. Tragó saliva, abrumado de pronto por la insensatez de lo que estaba haciendo. ¡Ni siquiera tenía un plan! Dios, ayúdame.

Para ser alguien que estudiaba para cura, seguramente no había rezado mucho en los últimos dos días. Había estado demasiado ocupado confesando su pecado al mundo. Ni siquiera estaba seguro de creer que Dios podría salvarlo. ¿Podría de veras Dios extender la mano y salvar a su pueblo? Imaginó un enorme dedo quitando la cabeza de los hombros de Slater. En realidad, ¿qué se debía hacer para convertirse en alguien del pueblo de Dios? ¿Como se regeneraba verdaderamente el alma? ¿Por medio de la oración del pecador? Toma mi corazón, toma mi alma; limpia mi mente como la nieve de blanca. Y si alguien me persigue con un arma, ponlo por favor donde sol no haya… como una tumba de concreto a dos metros enterrada.

En realidad él nunca había hecho una oración así. Ah, había orado mucho en la iglesia. Se había comprometido a la vocación y al ministerio. Había dicho lo que debía decir para llegar a ser aquello en que intentaba convertirse, y estaba haciendo lo necesario para ayudar a otros a llegar a ser como él. Pero ya no estaba seguro de en qué se había convertido. Había roto con su pasado y empezado de nuevo.

¿De veras?

Seguro que sí. Atrás lo antiguo, adelante con lo nuevo. ¡Hurra! Yaba daba do. ¿Estás regenerado, Kevin? ¿Eres salvo? ¿Eres digno de pastar en el pesebre con los demás del rebaño? ¿Estás en condiciones de pastorear las ovejas en los delicados pastos del Señor?

Lo estaba hace tres días. Al menos creí que lo estaba. Al menos fingía satisfactoriamente para creer que lo estaba.

Orar a un Padre celestial llenó su mente con imágenes de Eugene, vestido en sus botas de montar, dando órdenes en un fingido acento británico. Los padres eran tontos que trataban de aparentar que eran importantes.

Kevin aclaró la garganta.

– Dios, si alguien necesitó alguna vez tu ayuda, ese soy yo. Hagas lo que hagas, tienes que salvarme. Quizás no sea un sacerdote, pero quiero ser tu… tu hijo.

Los ojos se le inundaron de lágrimas. ¿Por qué esa emoción repentina?

Ha venido porque nunca fuiste hijo de nadie. Exactamente como el padre Strong solía decir. Dios está esperando con manos extendidas. En realidad nunca tomaste eso en serio, pero así es como se llega a ser un hijo. Confía en su Palabra, como diría el buen reverendo.

Kevin entró a un Burger King. Salían tres jóvenes con jeans anchos y cadenas colgándoles de las lazadas de sus cinturones hasta las rodillas.

Una pistola. Ahora mismo no necesitaba la Palabra de Dios. Necesitaba una pistola.


***

Jennifer levantó el teléfono, marcó el número de Kevin, y dejó que sonaja una docena de veces. Seguía sin respuesta. Estaba desaparecido desde las cinco de la tarde anterior, y ella apenas había dormido.

Habían puesto vigilancia de sonido con un sencillo rayo láser, el cual al enfocarlo en una de las ventanas de Kevin podía convertir el vidrio en un eficaz diafragma para los sonidos interiores. Lo más probable es que Slater hubiera usado un dispositivo similar. El problema con la tecnología láser era que recogía sonidos sin distinción. Un procesador de señal digital descodificaba sonidos y filtraba voces, pero era necesario ajustar ambientes cada vez que el operador cambiaba de ventana, o cuando las condiciones -tales como cerrar las persianas- cambiaban lo suficiente para interferir con la acústica del salón. Por alguna razón Kevin decidió cerrar las persianas exactamente antes de salir.

Un joven agente llamado McConnel estaba reajustando el receptor láser cuando Kevin salió. McConnel informó haber oído una descarga de estática en el audífono y levantó la mirada para ver abrirse la puerta del garaje y salir el Ford Taurus alquilado. Reportó de inmediato el incidente, pero tenía las manos atadas. No lo siguió.

De algún modo era consolador que McConnel no hubiera oído nada parecido a una llamada telefónica antes de la salida de Kevin, pero la llamada pudo haber llegado mientras el agente ajustaba el receptor.

Jennifer había tratado de localizar a Sam en el hotel Howard Johnson por si ella conocía el paradero de Kevin. No hubo suerte. La agente no contestaba a su celular, y la recepcionista dijo que Sam había salido el hotel ayer por la mañana. Recordaba a Sam porque le dio veinte dólares de propina, Que algún agente dejara propina a un empleado era de lo más extraño.

Jennifer solo esperaba que Slater tuviera tantas dificultades como ella para localizar a Kevin. Si así fuera, la acción de desaparecer podría brindar en realidad algunos beneficios. Nada de bombas. Hasta ahora. Ella esperaba que el anuncio del Taurus a lo largo del estado no hiciera detonar un artefacto. No estaba segura de por qué había salido Kevin -quizás como una reacción al estrés- pero al hacerlo pudo involuntariamente haber paralizado a Slater.

Jennifer llamó al agente de guardia en la casa y, como esperaba, no sabía nada nuevo. Decidió localizar unos minutos antes al decano.

El Dr. John Francis vivía en una antigua casa de ladrillos en el borde de Long Beach, dos cuadras al occidente de Los Alamitos. Jennifer sabía que él era viudo, con doctorados en sicología y filosofía, y que había vivido en la misma casa durante veintitrés años. También estaba enterada de que él se había hecho cargo de Kevin en el seminario; y de que le gustaba conducir rápido, a juzgar por el Porsche 911 negro en la entrada de su casa.

A los cinco minutos de haberse detenido en la casa, Jennifer estaba sentada en una acogedora sala, escuchando tranquilos acordes de Bach, con una taza caliente de té verde en las manos. El Dr. Francis estaba sentado frente a ella en un sillón, con las piernas cruzadas, sonriendo sin esforzarse en hacerlo. Estaba muy afligido por todas las noticias que se oían acerca de su estudiante, pero a primera vista ella no lo hubiera imaginado. El profesor tenía uno de esos rostros que no pueden hacer otra cosa que reflejar la bondad de Dios, a pesar de lo que pudiera estar sucediendo.

– ¿Hasta qué punto conoce usted bien a Kevin? -indagó ella.

– Todo lo bien que permiten los estudiantes. Pero usted debe entender que eso no me califica para hacer ningún juicio de su pasado.

– Su pasado. Volvamos a eso. Según lo que los medios de comunicación están lanzando al aire, este podría parecer un simple caso de venganza-pero creo que es más complicado que eso. Creo que quien esté tras Kevin ve su vida como es ahora y se ofende por eso. Allí es donde usted entra. Parece que Kevin es un hombre tranquilo. No tiene muchas amistades. Es evidente que en realidad lo considera a usted su mejor amigo. Quizás el único, aparte de Sam.

– ¿Sam? ¿Quiere usted decir su amiga de la infancia, Samantha? Sí, me ha hablado de ella. Parece encantado con ella.

– Hábleme de él.

– ¿Está usted buscando algo en su vida actual que pudiera provocar ira en alguien de su pasado?

Ella sonrió. Hablaba el sicólogo que había en él.

– Exactamente.

– A menos que Kevin ofreciera su confesión, cosa que ya hizo, el tipo le haría pagarlo caro.

– Esa es básicamente la historia.

– Pero la confesión no dio resultado. Así que ahora usted cava más profundo, en busca de lo que ofende a este Slater.

Jennifer asintió. El Dr. Francis era un rápido examinador. Ella decidió ir al grano.

– A primera vista parece evidente. Tenemos un estudiante que sigue una vocación sagrada. Resulta que su pasado está lleno de misterio y homicidio. A alguien le ofende esa dicotomía.

– Todos tenemos un pasado lleno de misterio y homicidio -opinó el Dr. Francis.

Interesante manera de formularlo.

– Es más, este es uno de los aspectos de la condición humana que Kevin y yo ya hemos analizado.

– ¿De veras?

– Es uno de los primeros aspectos que observa un hombre inteligente como Kevin, quien llega a la iglesia tarde en la vida. Hay una incongruencia dominante entre la teología eclesial y la forma en que vivimos la mayoría de nosotros en la iglesia.

– Hipocresía.

– Una de sus caras, sí. Hipocresía. Decir una cosa pero hacer otra. Estudiar para ser sacerdote mientras oculta una pequeña adicción a la cocaína, por ejemplo. El mundo lo saca a la vista y forma un escándalo. Pero su cara más siniestra no es algo tan obvio. Esa es la que más interesaba a Kevin. Era muy astuto.

– No estoy segura de entender. ¿Qué no es tan obvio?

– La maldad que yace en todos nosotros -explicó el profesor-. No hipocresía descarada sino engaño. Ni darnos cuenta de que el pecado que cometemos con regularidad es en efecto pecado. Ir por la vida creyendo sinceramente que somos puros cuando todo el tiempo nos invade el pecado.

Ella observó la suave sonrisa de él, prendada por la simplicidad de sus palabras.

– Un predicador se opone a la inmoralidad o el adulterio, pero mientras tanto alberga ira hacia el tercer feligrés de la izquierda porque este le cuestionó una de sus enseñanzas hace como tres meses. ¿No es la ira tan mala como el adulterio? ¿O una mujer que desprecia al hombre del otro lado del pasillo por excesos alcohólicos, cuando ella habitualmente chismea acerca de él después de las reuniones. ¿No es el chisme tan malo como cualquier vicio? Lo que daña especialmente en los dos casos es que ni el individuo que alberga ira ni la mujer que chismea consideran seriamente lo malo de sus acciones. Sus pecados se mantienen ocultos. Este es el verdadero cáncer en la iglesia.

– Parece el mismo cáncer que corroe al resto de la sociedad.

– Exactamente. Aunque en la iglesia se trata de mantener oculto, donde se le deja que crezca solo es en la oscuridad. Uno incluso llega a preguntarse por qué las incidencias de divorcio y prácticamente todos los frutos del mal son tan altos en la iglesia como en la sociedad en general.

– En realidad no lo sabía.

– Aunque libres del pecado, casi todos permanecen esclavos, ciegos y amordazados por su propio engaño. «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero». Bienvenida a la iglesia de los EE.UU.

– ¿Y dice usted que ha discutido esto con Kevin?

– Discuto esto con cada clase a la que enseño el tema. Kevin, a diferencia de la mayoría de estudiantes, lo entendió.

– Basado en lo que usted manifiesta, ¿no es muy diferente lo que hace Slater de lo que hace cualquier vieja en la iglesia cuando chismorrea?

Y matar a Roy tampoco fue distinto, casi añade ella.

– Suponer que las viejecillas son proclives al chisme es en realidad una falsa hipótesis. Por otra parte, San Pablo hace una distinción entre algunos pecados y otros; aunque pone al chisme en la categoría más vil.

Jennifer depositó su copa sobre el extremo de una mesa de cerezo.

– Por tanto usted sugiere que el Asesino de las Adivinanzas está interesado en que Kevin confiese su verdadera naturaleza, no necesariamente algún pecado particular. Es como si lo pusiera a prueba. ¿Con qué fin? ¿Por qué Slater señaló a Kevin, a menos que de algún modo Kevin le haya hecho algún mal?

– Me temo que ahora usted está fuera de mi nivel.

– Usted está llevando la teoría más allá de lo que parece razonable, doctor. Mi hermano fue asesinado. Me cuesta ver ningún parecido entre su asesino y una vieja en una iglesia.

– Lo siento, no lo sabía.

Su compasión parecía totalmente sincera.

– Hasta los negativistas aceptan la brillantez de las enseñanzas de Jesús -continuó él-. ¿Sabe usted qué dijo él sobre el asunto?

– Dígame.

– Que odiar a una persona es igual que matarla. Quizás después de todo los chismosos son asesinos.

La idea le pareció absurda a Jennifer.

– De modo que Slater, a quien en cierta ocasión Kevin perjudicó, lo analiza hoy y ve esta gran incongruencia… que Kevin lleva una vida de pecados veniales: ira, resentimiento, chisme. Pero Slater cree, como a usted le parece, que los pecados veniales no son menos malos que los graves. Kevin decide convertirse en sacerdote. Esto molesta a Slater y decide enseñarle una lección. ¿Ese es el quid de la cuestión?

– ¿Quién sabe cómo funciona la mente de un desequilibrado? -preguntó sonriendo el profesor-. De veras, está fuera de mi comprensión cómo alguien podría hacerle esto a otra persona, en especial a un hombre como Kevin. A pesar de sus pecados pasados, Kevin es un testimonio andante de la gracia de Dios. Créame que él ha tenido su parte de dificultades. Llegar a ser el hombre que es hoy es mucho más que asombroso.

– Él es bastante extraño, ¿no es cierto? -indagó ella, analizando al Dr. Francis-. No sabía que aún viviese gente de su especie en la Costa Oeste.

– ¿Su especie? -cuestionó el Dr. Francis-. ¿Se refiere usted a su inocencia?

– Inocente, íntegro. Quizás hasta ingenuo, en una manera inofensiva.

– ¿Está usted al tanto del pasado de Kevin?

– Superficialmente. No he tenido mucho tiempo para escarbar en su pasado estos últimos dos días.

– Tal vez haría usted bien en visitar el hogar de su infancia -opinó el doctor levantando una ceja-. No conozco toda la historia, pero por lo que el padre Strong me dijo, la infancia de Kevin fue de todo menos normal. No necesariamente terrible, no se preocupe, pero no me sorprendería descubrir allí más de lo que sospecha el padre Strong o ninguno de nosotros, en particular a la luz de estos acontecimientos recientes.

– Así que usted no sabe los detalles del pasado de Kevin. Sin embargo dijo que él ha tenido su parte de dificultades.

– Sus padres murieron cuando él tenía un año. Fue criado por una tía a quien no le gusta que él procure una educación superior. Como usted dice, él actúa como un hombre que hace poco salió de una isla para descubrir que existe un «resto del mundo». Ingenuo. Creo que hay algo en el pasado de Kevin que lo persigue. Eso podría irradiar un poco de luz sobre este tipo a quien usted llama Slater.

– El muchacho -señaló ella.

– Me temo que no sé de ningún muchacho.

Ella iría a la Calle Baker tan pronto como saliera.

– ¿No recuerda nada más? ¿Alguien del alumnado o del profesorado que pudiera tener algún motivo para lastimar a Kevin?

– ¡Santo cielo, no! -exclamó, y luego sonrió-. No, a menos que todos nuestros estudiantes chismosos se estén volviendo asesinos para hacer salir la verdad.

– Usted parece un maestro maravilloso, Dr. Francis. ¿Le importa si lo vuelvo a visitar?

– Por favor -rogó, dándose un toquecito en el pecho-. Aquí hay un lugar especial para Kevin. No puedo identificar o explicar por qué me cae tan bien el muchacho, pero creo que todos tenemos algo que aprender de su historia.

– Oro porque tenga usted razón -dijo ella poniéndose de pie.

– No sabía que fuera una mujer religiosa.

– No lo soy.

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