SAM SE BAJÓ DE LA CAMA, cerró la puerta de Kevin, y bajó las gradas. Agarró en su mano izquierda el teléfono que Slater había usado para hacer sus llamadas… de momento dejaría de hacer esas llamadas, al menos desde este teléfono. No se molestó en ser discreta en su salida sino que salió directo por detrás, llegó a la calle y corrió hacia su auto.
Yo, Slater, soy yo, Kevin. Y ese había sido el mayor temor de Samantha. Que ese amigo suyo de la infancia tuviera un trastorno de personalidad múltiple como ella le sugirió ayer a Jennifer, asunto que Sam rechazó al instante porque Kevin estaba en el cuarto cuando Slater llamó. Pero al intentar dormir anoche recordó que Slater no la llamó mientras Kevin estaba en el cuarto. El teléfono solo sonó mientras él estaba en el cuarto. Kevin estaba en el pasillo antes de que ella se levantara y oyera a Slater. Kevin pudo simplemente haber pulsado en su bolsillo el botón de llamar y luego pudo haber hablado a Sam desde el pasillo. ¿Podían las personalidades múltiples funcionar de ese modo?
Sam estaba con Kevin en el auto cuando Slater llamó, exactamente antes de que explotara el autobús. Pero ella no tenía prueba de que entonces Slater estuviera en realidad en la línea. No tenía grabación de esa llamada.
Era absurdo. ¡Era imposible! Pero por más que intentara indagar en noches de insomnio, Sam no podía contar con una sola situación clara que probara necesariamente que ellos no eran el mismo hombre. Ni una.
¡Mera conjetura! ¡Tenía que ser coincidencia!
Ahora esto.
Si el bien y el mal pudieran hablar entre sí, ¿qué se dirían?
Sam llegó al auto, con un nudo en el estómago. Esto quizás no sea suficiente. Antes que nada ella había sido irresponsable al sugerir la posibilidad a Jennifer. El hombre del que crees estar enamorada es un demente. Lo había dicho con tanta tranquilidad por la simple razón de que ni ella misma lo creía; solo estaba haciendo aquello para lo que la entrenaron. Pero esto… esto era un asunto totalmente distinto.
¡Kevin no era un demente! Simplemente representaba un psicodrama, como había aprendido de Balinda durante tantos años. Se había dividido en una personalidad divergente cuando empezó a comprender la verdadera maldad. El muchacho. ¡El había sido el muchacho! Solo que él no sabía que era el muchacho. Para el Kevin de once años, el muchacho era una persona malvada a quien se debía matar. Así que lo mató. Pero el muchacho no murió. Slater simplemente permaneció inactivo hasta ahora, cuando este artículo sobre las naturalezas del hombre lo hizo resurgir de algún modo.
Sam aún podría estar equivocada. En verdaderos casos de desórdenes de personalidad múltiple los sujetos casi nunca eran conscientes de sus personalidades alternas. Slater no sabría que era Kevin; Kevin no sabría que era Slater. En realidad cada uno no era el otro. Físicamente sí, pero no de otra manera. Slater podría estar vivo ahora mientras Kevin dormía, tramando matar a Balinda, sin que Kevin lo supiera. Algunas cosas que Slater hizo solo serían imaginadas; otras, como las bombas y el secuestro, serían representadas.
Ella lanzó el teléfono de Kevin en el asiento y pulsó en el suyo el número telefónico de Jennifer.
– Jenn…
– ¡Debo verte! Ahora. ¿Dónde estás?
– ¿Sam? Estoy en el departamento de policía. ¿Qué pasa?
– ¿Ya te dieron los informes de laboratorio sobre las huellas de zapatos y las grabaciones?
– No. ¿Por qué? ¿Dónde estás?
– Acabo de estar en casa de Kevin y voy a reunirme contigo -informó Sam y se puso en camino por Willow.
– ¿Cómo está Kevin?
– Está dormido -comunicó lentamente Sam dando antes una profunda respiración-. Le encontré un segundo teléfono, Jennifer. Es el teléfono que se usó para llamar al celular con el dispositivo de grabación. No sé cómo decir esto. Creo que Kevin es Slater.
– Eso es… Creí que ya habíamos hablado de esto. Él estaba en el cuarto cuando Slater…
– Escucha, Jennifer, he pensado en esto desde cien ángulos diferentes en las últimas doce horas. No estoy diciendo que pueda probarlo; Dios sabe que no deseo que sea cierto, pero si lo es, ¡necesita ayuda! Te necesita. Y él es el único que puede llevarnos a Balinda. Kevin no lo sabrá, pero Slater sí.
– Por favor, Sam, esto es una locura. ¿Cómo pudo haber llevado esto a cabo? Hemos tenido personas en la casa. ¡Lo hemos estado escuchando allá adentro! ¿Cómo salió para secuestrar a Balinda?
– Es su casa; él sabe cómo salir sin que tus muchachos se den cuenta. ¿Dónde estuvo entre las tres y las cinco de la mañana?
– Durmiendo…
– Kevin pudo haber creído que estaba durmiendo, ¿pero dormía? No creo que él haya dormido seis horas en los últimos cuatro días. Analízalo. No ha recibido ninguna llamada telefónica mientras tú estabas escuchando, el menos no en la casa. Ojalá me equivoque, de veras, pero no creo que sepa la verdad. De modo consciente o subconsciente, no lo sé, pero se está descuidando. El quiere que el mundo lo sepa. Esa es la respuesta a la adivinanza.
– ¿Qué cae pero no se rompe? ¿Qué rompe pero no se cae? ¿Qué cae pero no se rompe? ¿Qué rompe pero no se cae? Noche y día -señaló Jennifer-. Opuestos. Kevin.
– Kevin. Kevin era el muchacho; por eso nunca vi al muchacho cuando éramos niños. Él estaba en el sótano de esa bodega, pero solo él, no un segundo muchacho. Él se golpeó. Revisa el tipo de sangre. La confesión que Slater quiere no es que Kevin trató de matar al muchacho sino que él era el muchacho. Que Kevin es Slater.
– Yo soy mi pecado -comentó Jennifer distraídamente; había temblor en su voz.
– ¿Qué?
– Algo que él dijo anoche.
– Te veré allí en diez minutos -notificó Sam-. No dejes que Kevin salga de la casa.
– ¿Pero solo Slater sabe dónde tiene a Balinda? ¿Kevin no lo sabe?
– Eso es lo que creo.
– Entonces necesitamos que Slater encuentre a Balinda. Pero si enviamos la señal equivocada, Slater podría desaparecer; y si lo hace y Kevin no sabe dónde está Balinda, podríamos tener nuestra primera víctima real en este caso. Aunque pusiéramos a Kevin en una celda, ella podría morir de hambre -expresó Jennifer, y súbitamente se puso frenética-. Él no es el Asesino de las Adivinanzas; aún no ha matado a nadie. No podemos dejar que eso ocurra.
– ¿Lo dejamos salir entonces?
– No. No, no lo sé, pero tenemos que manejar esto con guantes de seda.
– Estaré allí -insistió Sam-. Tú asegúrate de que Kevin no salga de esa casa.
El sonido de la puerta de su dormitorio al cerrarse despertó a Kevin. Eran las tres. Había dormido más de cuatro horas. Jennifer había insistido en que no lo molestaran a menos que fuera absolutamente necesario. ¿Por qué entonces habían estado en su casa?
A menos que no fueran ellos. A menos que fuera alguien más. ¡Alguien como Slater!
Bajó de la cama, caminó en puntillas hacia la puerta, la abrió. ¡Alguien estaba abriendo la puerta corrediza hacia el patio trasero! Solo pregunta quién es, Kevin. Es el FBI, eso es todo.
¿Pero y si no lo era?
– ¿Hola?
Nada.
– ¿Hay alguien aquí? -llamó, más fuerte esta vez.
Silencio.
Kevin bajó las escaleras y entró cuidadosamente en la sala. Corrió a la ventana y miró hacia fuera. El conocido Lincoln estaba inmóvil a media cuadra calle abajo.
Algo iba mal. Algo había sucedido. Fue al teléfono de la cocina e instintivamente sintió el teléfono celular en su bolsillo derecho. Seguía allí. Pero algo no concordaba. ¿Qué?
De pronto el teléfono celular vibró contra su pierna y él saltó. Metió la mano en el bolsillo y sacó el celular plateado. El otro teléfono, el VTech más grande, estaba en su mano izquierda. Por un momento los miró, confundido. ¿Descolgué? Demasiados teléfonos, su mente le debe estar engañando.
El celular vibró como loco. ¡Contéstalo!
– ¿Aló?
– ¿Quién se cree mariposa pero en realidad es un gusano? -le rechinó la voz de Slater en la oreja.
El aliento de Kevin empañó el teléfono.
– Eres patético, Kevin. ¿Conoces ya esta obvia realidad, o voy a tener que apalearte? -preguntó Slater respirando pesadamente-. Tengo aquí a alguien que quiere abrazarte y por nada del mundo logro entender la razón.
El rostro de Kevin se enrojeció; sintió la garganta como si la apretara una prensa. No podía hablar.
– ¿Cuánto tiempo esperas que yo participe en este juego de la pulga, Kevin? Evidentemente eres demasiado burro para las adivinanzas, así que he decidido subir la apuesta inicial. Sé el conflicto de sentimientos que tienes respecto de mami, pero por ahora considero que no sientes tal conflicto acerca de mí. Es más, me odias, ¿no es así, Kevin? Deberías… He destruido tu vida.
– ¡Basta! -gritó Kevin.
– ¿Basta? ¿Basta? ¿Es eso todo lo que puedes lograr? Eres el único con el poder para detener algo. Pero no creo que tengas las agallas. Eres tan gallina como los demás; no has dejado dudas al respecto. Por tanto, he aquí el nuevo trato, Kevin. Tú vienes y me detienes. Frente a frente, hombre a hombre. Esta es tu gran oportunidad de liquidar a Slater con esa cerbatana que obtuviste de modo ilegal. Encuéntrame.
– ¡Enfréntate a mí, cobarde! ¡Sal y enfréntate! -gritó Kevin.
– ¿Cobarde? Estoy petrificado. Apenas puedo moverme, mucho menos enfrentarme a ti -se burló Slater, luego hizo una pausa-. ¿Te lo debo cincelar en la frente? ¡Encuéntrame! ¡Encuéntrame, encuéntrame! El juego termina en seis horas, Kevin. Entonces la mataré. O das la cara o le corto la garganta. ¿Estás adecuadamente motivado ahora?
El detalle de las seis horas apenas se le quedó. Slater quería enfrentarse a él. Kevin giró sobre sus pies. En realidad deseaba enfrentarse a él. ¿Pero dónde?
– ¿Cómo?
– Tú sabes cómo. Está oscuro aquí abajo. Solo, Kevin. Totalmente solo, como tiene que ser.
Clic.
Por un interminable momento Kevin se quedó pegado al linóleo del piso. La sangre le latía en las sienes. El teléfono VTech negro temblaba en su mano izquierda. Él rugió y lo estrelló en el poyo con todas sus fuerzas. El plástico negro se astilló y se esparció.
Kevin se metió el teléfono celular en el bolsillo, dio media vuelta y subió corriendo las escaleras. Había escondido la pistola debajo del colchón. Quedaban tres balas. Dos días antes le habría aterrado la idea de ir tras Slater; ahora esta idea lo consumía.
Está oscuro aquí abajo.
Metió la mano debajo del colchón, sacó la pistola y la puso detrás del cinturón. Oscuro. Abajo. Tengo algunas ideas de oscuro y abajo, ¿no es así? ¿Dónde esconden los gusanos sus repugnantes secretitos? Él sabía, ¡él sabía! ¿Por qué no había pensado antes en esto? Tenía que salir sin ser visto y tenía que ir solo. Ahora esto era entre Slater y él. Uno a uno, hombre a hombre.
El auto del FBI aún estaba en alguna parte en la calle. Kevin salió por detrás y corrió hacia el este, el camino opuesto. Una cuadra y luego cortó al sur. Ellos sabrían que él había salido. Es más, debido a la vigilancia de la casa habrían grabado la última llamada que le hizo Slater. ¿Y si venían tras él? Debía decirle a Jennifer que no se acercara. Usaría el teléfono celular, pero la llamada debía ser corta, o ellos triangularían su posición.
Si oscuro y abajo era donde él creía… Kevin rechinó los dientes y gruñó. El hombre era un pervertido. Y mataría a Balinda… las amenazas vanas no eran parte de su carácter.
¿Y si el FBI enviaba helicópteros? Giró al oeste y caminó junto a una línea de árboles en la acera. La pistola sobresalía en su espalda.
Empezó a correr.
– ¡Ahora! Necesito algunos hechos ahora, no en diez minutos -exclamó bruscamente Jennifer.
Los informes llegaban normalmente de Quántico en intervalos establecidos por los agentes encargados. El próximo segmento de informes llegaría en diez minutos, le había explicado Galager.
– Llamaré, pero ellos solo han tenido las evidencias unas pocas horas. Este asunto puede tomar hasta una semana.
– ¡No tenemos una semana! ¿Saben ellos lo que está sucediendo aquí? Diles que enciendan la televisión, ¡por Dios!
Galager inclinó la cabeza y salió.
El mundo de Jennifer se le había derrumbado con la llamada de Sam dos minutos atrás. No quería aceptar la posibilidad de que Kevin pudiera haber volado el autobús o la biblioteca.
Desde su esquina en la estación Jennifer lograba ver la salida a través de un mar de escritorios. Milton salió a empujones de su oficina, agarró el abrigo y se dirigió a la puerta. ¿Adonde iba? Él se detuvo, miró hacia atrás, y Jennifer instintivamente giró la cabeza para evitar el contacto visual. Cuando ella volvió a mirar, él se había ido. Una ira inexplicable le recorrió la mente. Pero en realidad nada de esto era culpa de Milton. Él simplemente estaba haciendo su trabajo. Seguro que le gustaban las cámaras, pero podría decirse que tenía responsabilidades con el público. Ella estaba enfocando su frustración y su ira en él sin causa adecuada; aunque era consciente de esto, no parecía calmarla.
No era Kevin, se recordó. Aunque Kevin fuera Slater, lo cual no estaba demostrado, el Kevin que ella conocía era incapaz de volar nada. Un jurado le daría una mirada a su pasado y estaría de acuerdo. Si Slater era Kevin, entonces era parte de una personalidad fracturada, no Kevin mismo.
Un pensamiento la sacudió, y se detuvo. ¿Podría estar Slater inculpando a Kevin? ¿Qué mejor manera de arrastrar a un hombre que incriminarlo como el lunático que trató de volar por los aires Long Beach? Se sentó detrás del escritorio, agarró un bloc y apuntó.
Slater es el muchacho; quiere venganza; aterroriza a Kevin y luego convence al mundo de que él es Kevin, aterrorizándose a sí mismo porque es Slater. Kevin está arruinado y Slater escapa. Esto levantaría el obstáculo para los crímenes perfectos.
¿Pero cómo podría Slater lograr eso? Sam había encontrado dos teléfonos. ¿Por qué estaría Kevin cargando dos teléfonos sin saberlo? ¿Y cómo podían los números a los que Slater llamaba estar en ese segundo teléfono? Un transmisor electrónico que duplicaba los números para hacer parecer que el teléfono se había usado. Posible. ¿Y cómo pudo Slater haber colocado el teléfono en el bolsillo de Kevin sin que este lo supiera? Debió ser mientras Kevin dormía, esta mañana. ¿Quién tuvo acceso a Kevin…?
Su teléfono sonó y ella lo levantó sin pensar.
– Jennifer.
– Soy Claude, vigilancia. Tenemos una situación en la casa. Alguien acaba de llamar a Kevin.
– ¿Quién? -preguntó Jennifer poniéndose de pie, echando la silla hacia atrás.
Estática.
– Slater. Estamos seguros. Pero eso no es todo.
– Espera. ¿Tienes la grabación del teléfono celular de Kevin?
– No, tenemos una grabación del interior de la casa. Alguien que parecía Slater llamó a Kevin desde el interior de la casa de Kevin. Yo… este, sé que parece extraño, pero tenemos ambas voces dentro de la casa. Le estoy enviando la grabación ahora mismo. Él amenazó con matar a la mujer en seis horas y sugirió que Kevin se encontrara con él.
– ¿Dijo dónde?
– No. Dijo que Kevin sabía dónde. Dijo que estaba oscuro aquí abajo, eso es todo.
– ¿Habló usted con Kevin?
– Decidimos entrar al lugar -informó él e hizo una pausa-. Kevin se había ido.
– ¿Lo dejó usted salir? -preguntó Jennifer dejándose caer en la silla.
– Su auto aún está en el garaje -contestó Claude con voz nerviosa.
Ella cerró los ojos y tomó aliento para calmarse. ¿Ahora qué?
– Quiero ese casete aquí ahora. Disponga una búsqueda en círculos concéntricos. El va a pie.
Ella depositó el teléfono en la mesa y apretó los dedos para calmar un fuerte temblor. Sus nervios estaban a punto de estallar. Cuatro días, ¿y cuántas horas de sueño? ¿Doce, catorce horas? El caso acababa de pasar de terrible a desesperado. El iba a matar a Balinda. Inevitable. ¿Quién iba a matar a Balinda? ¿Slater? ¿Kevin?
– ¿Señorita?
Ella levantó la mirada para ver en la puerta a uno de los detectives de Milton.
– Tengo una llamada para usted. El dice que intentó comunicarse por su línea personal pero no pudo. No dio su nombre.
Ella asintió señalando su teléfono de escritorio.
– Pásela.
La llamada fue transferida y ella contestó.
– Peters.
– ¿Jennifer?
Era Kevin. Jennifer estaba demasiado asombrada para responder.
– ¿Aló?
– ¿Dónde estás?
– Lo siento, Jennifer. Voy tras él. Pero tengo que hacer esto solo. Si me sigues, él la matará. Estás grabando la casa, ¿correcto? Escucha el casete. No puedo hablar ahora, porque ellos me encontrarán, pero quiero que lo sepas.
Él parecía desesperado.
– Kevin, no tienes que hacer esto. Dime dónde estás.
– Tengo que hacerlo. Escucha el casete. No es lo que crees. Slater me está haciendo esto. No te molestes en llamarme; voy a tirar este teléfono -concluyó él y cerró abruptamente la comunicación.
– ¿Kevin?
Jennifer depositó con fuerza el auricular en su base. Se pasó los dedos por el cabello y volvió a levantar el teléfono. Marcó el número de Samantha.
– ¿Aló?
– Kevin se fue, Sam -comenzó diciendo Jennifer-. Acababa de recibir una llamada de Slater amenazando con matar a Balinda en seis horas. Acosó a Kevin para que se reuniera con él, dijo que sabía dónde y que estaba oscuro. Hasta donde sé, eso es todo. El casete viene en camino.
– ¿Va a pie? ¿Cómo lo dejaron salir caminando?
– No sé. El hecho es que ahora tenemos muy poco margen de tiempo y hemos perdido el contacto.
– El celular de Slater…
– Dijo que se iba a deshacer de él.
– Regresaré -opinó Sam-. No puede estar muy lejos.
– Suponiendo que tengas razón acerca de Kevin, Slater está llevándolo a un lugar que los dos deben conocer desde su infancia. ¿Alguna idea?
– ¿La bodega? -preguntó Sam después de titubear.
– Lo comprobaremos, pero es demasiado evidente.
– Déjame pensar. Si tenemos suerte, lo agarramos. Concentra la búsqueda en el oeste… más cerca de la Calle Baker.
– Existe otra posibilidad, Sam; sé que podría parecer forzada, ¿pero y si Slater está incriminando a Kevin? -preguntó Jennifer, y no recibió respuesta, entonces continuó-. La labor forense nos permitirá verlo mejor pero pudieron haber plantado el teléfono y duplicado el registro de la llamada por transmisión. El objetivo encaja: Kevin está vinculado a un sicópata que lo ha aterrorizado, él queda arruinado y Slater queda libre. Rencilla de la infancia vengada.
– Qué complicada telaraña hemos tejido -opinó Sam tranquilamente-. Consigue la información de las grabaciones; esperemos que nos diga más.
– Estoy trabajando en eso.
Galager entró y se sentó, archivo en mano. Jennifer se puso de pie.
– Llámame si se te ocurre algo.
– Una última cosa -añadió Sam-. Hablé con el Dr. John Francis y mencionó que ya te habías comunicado con él, pero tal vez quieras analizar esto con él. Conoce bien a Kevin y está en tu campo. Solo es una idea.
– Gracias, lo haré.
Ella bajó el teléfono. Galager estaba de espaldas.
– ¿Bien?
– Como dije, aún no está hecho; pero tengo algo. ¿Alguna vez oyó de un afinador sísmico?
– ¿Un qué?
– Afinador sísmico. Un aparato que altera patrones de voces.
– De acuerdo.
– Bueno, puedo grabar mi voz y programar este aparato para que corresponda a la suya.
– ¿De veras? La muestra que les enviamos de la voz de Kevin no se parece en nada a la de Slater… ¿qué pretende demostrar?
– Hablé con Carl Riggs en el laboratorio. Él dice que aunque determinen que la voz de Slater y la de Kevin tienen los mismos patrones vocales, alguien que sabía lo que ellos estaban haciendo podría elaborar el efecto con un afinador sísmico.
– No entiendo. ¿Qué implica esto, Galager? -cuestionó Jennifer; su frustración ya se estaba desbordando.
– Implica que Slater pudo haber alterado su voz para hacerla parecer un derivado de la voz de Kevin. Pudo haber obtenido una muestra de la voz de Kevin, descomponerla electrónicamente, y luego reproducir sus patrones vocales en una gama distinta y con diferentes inflexiones. En otras palabras, pudo estar hablando a través de una caja que lo hace parecer que él es Kevin tratando de no ser Kevin. ¿Me explico?
– Sabiendo que analizaríamos la grabación y concluiríamos que las dos voces eran de Kevin -contestó ella parpadeando.
– Correcto. Aunque no lo son.
– Como si quisiera culpar a Kevin.
– Una posibilidad. Riggs dijo que hay un caso abierto en Florida en que la esposa de un tipo fue secuestrada por una recompensa de un millón de dólares. La comunidad se unió en una colecta para recoger el dinero. Pero resulta que la voz del secuestrador era una grabación de la del marido, manipulada por un afinador sísmico. Él evidentemente secuestró a su propia esposa. El juicio se realizará el mes entrante.
– Yo no sabía que existiera eso del afinador sísmico.
– Yo tampoco lo sabía hasta hace un año -informó Galager poniéndose de pie-. De todos modos, aunque ambas representaciones de voz correspondieran a la de Kevin, no sabremos si las dos son reales hasta que descartemos el uso de un afinador sísmico. Riggs no tendrá el informe de la voz hasta mañana. Están trabajando en él, pero eso lleva tiempo.
– ¿Y las huellas de zapatos?
– Deberían tenerlo esta tarde, pero él tampoco cree que nos sean de ayuda. No son suficientemente características.
– ¿Así que me está diciendo que nada de esto importa?
– Le estoy diciendo que nada de esto podría importar. En resumen.
Él salió y Jennifer se hundió en su silla. Milton. Ahora tendría que depender de él. Necesitaba que toda patrulla policial disponible en la ciudad se uniera a la búsqueda de Kevin. Además necesitaba que la búsqueda se llevara a cabo sin riesgo de que la prensa lo supiera.
Jennifer cerró los ojos. En realidad, nada de eso importaba. Lo que importaba era el hecho de que Kevin estaba perdido. El muchacho estaba perdido.
De repente quiso llorar.