SAMANTHA OBSERVÓ EL SEGUNDERO que se movía implacablemente en su lento arco. Kevin sentado en el suelo, con las manos en la cabeza, angustiado. Balinda desplomada en su silla a metro y medio a su izquierda, la boca tapada con cinta gris, mirando a Kevin con ojos parpadeantes. ¿Qué diría la tía de Kevin si pudiera hablar ahora? ¡Lo siento, Kevin! ¡Te pido perdón! ¡No seas cobarde, Kevin! ¡Levántate y patea a ese hombre donde lo recuerde siempre!
Balinda no miraba a Slater. Era como si él no existiera. O como si ella no soportara mirarlo. En realidad, la mujer tampoco miraba a Sam. Su atención se reducía a Kevin y solo a Kevin.
Sam cerró los ojos. Fácil, muchacha. Tú puedes hacerlo. Pero con toda sinceridad ella ya no opinaba que pudiera hacer esto ni cualquier otra cosa. Slater tenía dos pistolas y una gran sonrisa. Ella solo tenía su teléfono celular.
– Ah, ah, ah, las manos donde pueda verlas, cariño.
Jennifer se pasó las manos por el cabello.
– ¡Esto es una locura!
La cabeza le dolía y el tiempo se acababa. ¡Piensa!
– ¡Ella siempre desaparecía! Ella… él pudo haberlo inventado todo. La CBI, el equipo operativo, la entrevista con el pakistaní, ¡todo! Todas esas eran cosas que pudo haber creado en su mente basándose en la información que Kevin ya tenía.
– O que Kevin simplemente fabricó -añadió el Dr. Francis-. Kevin concluye que Slater no puede ser el Asesino de las Adivinanzas porque en lo profundo de su subconsciente sabe que él es Slater. Sam, su alter ego, concluye lo mismo. Ella está tratando de liberar a Kevin sin saber que es él.
– ¡Ella estaba siempre sugiriendo que había alguien adentro! ¡Había… Kevin! Él estaba adentro. ¡Y ella fue la primera en concluir que Kevin era Slater!
– Y para Kevin, tanto Slater como Samantha son tan reales como usted y yo.
Ahora cada uno estaba repasando las palabras del otro, relacionando puntos que formaban una imagen perfecta.
¿O no?
Jennifer sacudió la cabeza.
– Pero acabo de hablar con Sam y ella vio a Kevin y Slater mientras estaba fuera de la puerta. ¿Está usted diciendo que en realidad hablé con Kevin, y que él simplemente se imaginaba que era Samantha acercándose con sigilo a él y a Slater?
– Es posible -respondió animado el profesor-. Usted ha leído los casos de estudio. Si Kevin está dividido de veras, Sam tendría su propia personalidad. Todo lo que ella ha hecho se ha realizado por completo en la mente de Kevin, pero para los dos ha sido completamente real.
– Así que en realidad acabo de hablar con Kevin.
– No, era Sam. Sam es distinta de Kevin en su mente.
– Pero físicamente era Kevin.
– Suponiendo que ella es él, sí.
– ¿Y por qué no lo detuvo Slater? Si es que Slater también estaba allí. Kevin levanta el teléfono y me llama, y en su mente es en realidad Samantha, al otro lado de la puerta. Tiene sentido. Pero Slater también está allí. ¿Por qué no detiene la llamada telefónica?
– No lo sé -contestó el profesor, girando con la mano en la barbilla-. Es de suponer que detendría a Kevin. Así que podríamos estar equivocados.
Jennifer se frotó las sienes.
– Pero si todos ellos son Kevin, esto significaría que nunca tuvo una amiga de la infancia llamada Samantha. La creó como un escape para llenar el vacío en su vida. Luego creó a Slater, y cuando descubrió que Slater odiaba a Sam trató de matar a Slater. Ahora tanto Slater como Sam han vuelto -opinó Jennifer y luego giró-. ¡Pero su padre era un policía! Él vivía en la tercera casa más allá de la de Kevin.
– Kevin pudo haber sabido que un policía llamado Sheer vivía en esa casa y simplemente levantó sobre eso la realidad de Samantha. ¿Sabe usted si el oficial Sheer tuvo siquiera una hija llamada Samantha?
– No lo comprobé -respondió Jennifer caminando de lado a lado, explorando a través de la ola de pensamientos-. Tiene sentido, ¿no es verdad? Balinda no permitiría que Kevin tuviera una buena amiga, así que él fabricó una. La representó.
– Eso es lo que Kevin pudo haber querido decir cuando me contó que tenía un nuevo modelo para las naturalezas del hombre -recordó el Dr. Francis-. Las tres naturalezas del hombre. El bien, el mal, ¡y el hombre que lucha en medio! «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero». ¡Hay en realidad tres naturalezas! Una, el bien. Dos, el mal, ¡Y tres, yo!
– La lucha entre el bien y el mal, encarnada en un hombre que está representando tanto el bien como el mal y sin embargo también es él mismo. Kevin Parson.
– El chico noble. Todo ser humano.
Se miraron uno al otro, paralizados por lo absurdo de todo eso.
– Es una posibilidad -recordó el profesor.
– Casi tiene perfecto sentido -concordó Jennifer y miró su reloj-. Y casi se nos acaba el tiempo.
– Entonces tenemos que decírselo a ella -concluyó el Dr. Francis yendo hacia la cocina-. Si Sam es Kevin, ¡entonces hay que decírselo! ¡A él hay que decírselo! Él no puede tratar con esto por su cuenta. ¡Nadie puede tratar con el mal por sí solo!
– ¿Llamar a Sam y decirle que ella es Kevin?
– ¡Sí! ¡Sam es la única que puede salvarlo ahora! Pero ella es impotente sin usted.
– ¿Y si estamos equivocados? -preguntó Jennifer tomando una profunda bocanada de aire-. ¿Cómo se lo digo sin que parezca ridículo? ¿Perdóname, Sam, pero no eres una persona de verdad; solo eres una parte de Kevin?
– Sí. Dígaselo como si supiéramos que es una realidad, y dígaselo rápidamente. Slater podría tratar de impedir la llamada. ¿Cuánto tiempo?
– Diez minutos.
– Esto va a ser delicioso, Samantha -expresó Slater, golpeando los dos cañones de las pistolas como dos palillos de tambor; luego tembló-. Me estoy empezando a estremecer.
El teléfono era la única esperanza de Sam, pero Slater estuvo insistiendo en que mantuviera las manos donde él pudiera verlas. Si él supiera del teléfono habría insistido en que lo entregara. De cualquier modo, se veía como una arruga más en el pliegue de sus pantalones. Ella había reflexionado en una docena de posibilidades más, pero ninguna parecía viable. Habría un modo… siempre hay una manera de que el bien triunfe sobre el mal. Aunque Slater la matara…
El sonido de un pitido cortó el silencio. ¡Su celular!
Slater giró, fulminando con la mirada. Ella actuó rápidamente, antes de que él pudiera reaccionar. Lo sacó del bolsillo y lo desplegó.
– ¿Aló?
– Sam, escúchame. Sé que esto te parece imposible, pero eres una de las personalidades de Kevin. Tanto tú como Slater, ¿me oyes? Por eso puedes verlos a los dos. Tú… nosotros… tenemos que salvar a Kevin. Dime dónde estás, por favor, Sam.
Sintió una convulsión enloquecida en su mente. ¿Qué había dicho Jennifer? Ella era una de las personalidades…
– ¿Qué… qué crees que estás haciendo? -exigió Slater
– Tú me viste en el auto, cuando la explosión del autobús -titubeó Sam-. Me saludaste con la mano.
– ¿El autobús? Vi a Kevin. Le agité la mano a Kevin. Tú… ya te habías ido al aeropuerto. Escúchame…
Sam ya no oyó más. Slater se había recuperado de su impresión y corrió hacia ella.
– Debajo del tornillo -dijo Sam.
Slater golpeó a Sam con la mano en un costado de su cabeza. El teléfono celular le pegó en la oreja y rodó ruidosamente por el concreto. Por instinto, ella trató de alcanzarlo, pero Slater fue mucho más rápido; le dio un golpe en el brazo, recogió el celular y lo lanzó al otro lado del salón. El teléfono rebotó en el suelo y se hizo añicos contra la pared.
Slater se volvió hacia ella y le puso una pistola debajo de la barbilla.
– ¿Debajo del tornillo? ¿Qué significa eso, pequeña traidora asquerosa?
Sam sentía dolor en su mente. Tú eres una de sus personalidades, ¿no es eso lo que Jennifer había dicho? ¿Soy una de las personalidades de Kevin? ¡Eso es imposible!
– ¡Dímelo! -gritó Slater-. Dímelo o juro que yo mismo te haré el hoyo en la cabeza.
– ¿Y renunciar al placer de ver a Kevin hacerlo? -preguntó Sam.
Slater la miró por un momento, fulminándola con la mirada. Movió bruscamente la pistola y sonrió.
– Tienes razón. No importa de todos modos; ellos no tienen tiempo.
– ¿Era ella? -preguntó el Dr. Francis.
– Sam. La llamada fue interrumpida. No me pareció Kevin. Ella dijo que me vio en el autobús, pero yo no la vi -confesó Jennifer tragando saliva-. Espero que no hayamos acabado de meter una bala en la cabeza de Sam.
El Dr. Francis se sentó lentamente.
– Ella me dijo que se encontraban debajo del tornillo -dijo Jennifer.
– ¿El tornillo?
Jennifer giró hacia él.
– El tornillo que mantenía cerrada la ventana de Kevin. Debajo de la ventana, debajo de la casa. Hay…
¿Podría ser tan cerca, justo debajo de sus narices?
– Hay un hueco de escalera en la casa, obstruido ahora con montones de papel de periódico, pero lleva a un sótano -informó ella.
– Debajo de la casa.
– ¡Kevin tiene a Balinda en el sótano de su casa! ¡Debe de haber otra manera de entrar! -exclamó Jennifer y corrió hacia la puerta-. ¡Vamos!
– ¿Yo?
– ¡Sí, usted! Usted lo conoce mejor que nadie.
– Aunque los encontremos, ¿qué podemos hacer? -preguntó el profesor agarrando su abrigo y corriendo tras ella.
– No sé, pero no me voy a quedar esperando. Usted dijo que él no puede hacer esto sin ayuda. Dios, danos esa ayuda.
– ¿Cuánto tiempo?
– Nueve minutos.
– ¡Mi auto! Yo conduciré -determinó el profesor y viró hacia el Porsche en la entrada.
Samantha nunca se había sentido tan trastornada por una misión. ¿Cuál era la misión ahora? Salvar de Slater a Kevin.
Volvió a pensar en sus años en la universidad, en su formación para hacer respetar la ley, en Nueva York. Todo era enmarañado. Anchos trazos de realidad sin detalle. No era la clase de detalle que aparecía de inmediato cuando su mente vagaba en el pasado, como una niña, escabullándose con Kevin. No los detalles concretos que le inundaban la mente al pensar en los cuatro días anteriores. Incluso su investigación del Asesino de las Adivinanzas ahora parecía lejana, como algo que había leído, no como si hubiese participado realmente.
Si Jennifer tenía razón, ella era en realidad Kevin. Pero eso era imposible porque Kevin estaba sentado en el suelo a tres metros de distancia, estremeciéndose, profundamente retraído, sosteniendo un pie enrojecido y sangrando por la oreja izquierda.
Sangrando por la oreja. Ella dio un paso adelante para ver mejor la oreja de Kevin. El teléfono celular de ella estaba destrozado a doce metros sobre el concreto, donde Slater lo había lanzado. Eso era bastante real. ¿Sería posible que ella fuese una creación de Kevin? Se miró las manos. Parecían igualmente reales, pero ella sabía cómo funcionaba la mente. También sabía que Kevin era un candidato excelente para personalidad múltiple. Balinda le había enseñado desde el principio a disociar. Si Kevin era Slater, como Jennifer insistía, ¿entonces por qué no podía ella también serlo? Y Sam podía ver a Slater porque ella estaba allí, en la mente de Kevin, donde Slater vivía. Pero Balinda era real…
Sam caminó hasta donde estaba Balinda. Si Jennifer tenía razón, solo había dos cuerpos aquí: el de Kevin y el de Balinda. Sam y Slater eran solo personalidades en la imaginación de Kevin.
– ¿Qué pasa contigo? -preguntó bruscamente Slater-. ¡Atrás!
Sam se volvió para enfrentar al hombre. Apuntaba con el cañón de su arma a la rodilla de Sam. Si solo estaba en la mente de ella, ¿tenía de veras la pistola? ¿O era Kevin, y a ella le parecía Slater?
Slater sonrió malvadamente. El sudor le humedecía el rostro. Miró el reloj detrás de ella.
– Cuatro minutos, Samantha. Tienes cuatro minutos de vida. Si Kevin decide matar a su madre y no a ti, entonces yo mismo te voy a liquidar. Acabo de decidirlo y suena muy bien. ¿Qué te parece a ti?
– ¿Por qué Kevin sangra por una oreja, Slater? Usted me golpeó en la oreja, ¿pero lo golpeó a él en la oreja?
La mirada de Slater fue hacia Kevin y volvió.
– Me encanta. Esta es la parte en que la lista agente hace juegos mentales en un esfuerzo final por confundir al malvado asaltante. Me encanta de veras. Evita el anzuelo, preciosa.
Sam no le hizo caso. En vez de eso estiró la mano y pellizcó a Balinda en el rostro. La mujer apretó los ojos y lanzó un chillido. Un trueno retumbó en el salón; un dolor candente chamuscó el muslo de Sam. Slater le había disparado.
Sam lanzó un grito ahogado y se agarró el muslo. La sangre se extendió por sus pantalones negros. La cabeza le daba vueltas. El dolor era demasiado real para no ser ella y Slater reales, ¿entonces quién le disparó a quién?
Kevin saltó a sus pies.
– ¡Sam!
– ¡Quieto! -ordenó Slater.
La mente de Sam trepó por sobre el dolor. ¿Se había disparado Kevin? Una persona normal que viera esto observaría que él se había disparado en el muslo.
Los detalles comenzaron a ordenarse, como dominós derribándose lentamente en una larga fila. De modo que si Kevin le dispara a Sam en la cabeza, ¿a quién mataría en realidad? ¿A sí mismo? ¡El iba a matar a Balinda o a sí mismo! Y aunque Slater matara a Sam, en verdad estaría apretando el gatillo contra Kevin, porque los tres ocupaban el mismo cuerpo. No importa quién dispare sobre quién, ¡el cuerpo de Kevin recibiría la bala!
Sam sintió una oleada de pánico. Díselo a Kevin, había dicho Jennifer.
– Cuando digo atrás, quiero decir atrás… no que la pellizques, la lamas o la escupas -advirtió Slater-. Atrás significa realmente atrás. Así que… ¡atrás!
Sam se alejó un paso de Balinda. Apúrate, Jennifer, ¡apúrate, por favor! Debajo del tornillo. Eso significa el sótano; tú sabes acerca del sótano, ¿verdad? Amado Dios, ayúdales.
– Duele, ¿no es así? -preguntó Slater, los ojos le saltaban-. No te preocupes, una bala en la cabeza alivia cualquier herida superficial previa. ¡Pum! Siempre funciona.
– Él está sangrando en la oreja porque me pegaste en la oreja -indicó Sam-. El también está sangrando en la pierna derecha, ¿no es cierto?
Ella siguió la mirada de Slater.
Kevin se puso de pie, zigzagueando, movido por la preocupación por ella. La sangre le empapaba el zapato y la manga derecha del pantalón. No sentía el dolor porque en su mente no le dispararon a él. Sus personalidades estaban totalmente fragmentadas. ¿Y Slater? Ella bajó la mirada hacia el muslo de él… una mancha roja se estaba extendiendo sobre sus pantalones marrones. Slater le había disparado a Sam, pero la herida aparecía tanto en Kevin como en Slater. Ella miró la oreja de Slater. Luego su zapato. También había sangre allí.
– Lo siento, Sam -expresó Kevin-. Esto no es culpa tuya. Me da pena haberte metido en esto. Yo… no debí haberte llamado.
– La llamaste porque te dije que la llamaras, ¡pedazo de idiota! -exclamó Slater-. Y ahora la vas a matar porque te estoy diciendo que la mates. No me metas en el mundo de mami y sus anuncios de cereales, Kevin. Juro que mataré a cada uno de uno de ustedes si no juegas limpio.
Sam se percató de la verdad de la situación mientras veía los profundos surcos de tristeza en el rostro de Kevin. Esta era la confesión que Kevin tenía que hacer. Todo el juego era en realidad de Kevin, un desesperado intento de hacer salir de su escondite a su naturaleza perversa. Estaba tratando de sacar a la luz al Slater que moraba en él. Se había extendido a ella, la Samantha en él, el bien en él. Estaba exponiendo al mundo el bien y el mal que había en él, en un intento desesperado de deshacerse de Slater. Slater pensaba que estaba ganando, pero al final Kevin sería el vencedor.
Si sobrevivía. Ya se había disparado dos veces, una en el pie y otra en el muslo.
– Tengo una teoría -consideró Samantha, con voz vacilante.
– El antiguo truco de Colombo -interrumpió Slater-. Entretengamos al tipo malo con la rutina de «tengo una teoría». ¡Basta ya! El tiempo se acaba.
– Mi teoría es que en realidad yo no soy real -siguió diciendo Sam después de aclarar la garganta.
Slater la miró.
– Soy una amiga de la infancia que Kevin creó debido a lo que aprendió a hacer cuando era niño -continuó ella, y luego lo miró a los ojos-. Tú hiciste las cosas, Kevin. Solo que en realidad no soy un invento… soy parte de ti. Soy la parte buena de ti.
– ¡Basta!
– Slater tampoco es real. Él es otra personalidad, y está tratando de engañarte para que me mates o mates a tu madre. Si me escoges, estarás matando el bien en ti, quizás incluso a ti mismo. Pero si decides matar a Balinda estarás matando a otra persona viva. Tu madre, a efectos prácticos.
– Eso es mentira, deslenguada, enferma… -espetó Slater su corta diatriba con ojos saltones en el rostro enrojecido-. ¡Eso es lo más ridículo que nunca oí!
– Eso no es posible -opinó Kevin con la cara revuelta por la confusión-. ¡Eso no puede ser, Sam! ¡Por supuesto que eres real! Eres lo más real que he conocido.
– Soy real, Kevin. ¡Soy real y te amo desesperadamente! Pero soy parte de ti.
Oyéndose decir eso, ella parecía ridícula. ¿Cómo era posible que no fuera real? ¡Sentía, miraba y hasta olía! ¡Pero sí tenía sentido en algún inexplicable nivel!
– Mira tu pierna. Estás sangrando porque me dispararon -siguió diciendo Sam-. Yo soy tú. Y lo mismo Slater. Tienes que creerme. Has tomado el bien y el mal en ti y los has convertido en personas imaginarias. Personalidades. No es tan extraño, Kevin. Estás representando la lucha entre el bien y el mal que se presenta en todo ser humano. Slater y yo solo somos los jugadores de tu propia mente. Pero ninguno de nosotros puede hacer nada a menos que nos des el poder de hacerlo. El no puede apretar ese gatillo a menos que tú lo hagas. ¿No…?
– ¡Cállate! ¡Cállate, mentiroso pedazo de inmundicia! -exclamó Slater, atravesó a saltos el salón y le puso una pistola a Kevin en la mano.
Él levantó la mano y la apuntó hacia Samantha.
– Tienes cincuenta segundos, Kevin. Cincuenta, tic, tic, tic -advirtió Slater, luego levantó su propia pistola y presionó el cañón contra la sien de Balinda-. O le disparas a Sam o yo le disparo a la de los cereales.
– ¡No puedo dispararle! -gritó Kevin.
– Entonces mami muere. ¡Desde luego que puedes! Apretarás ese gatillo, o te juro que me voy a encargar de mami y luego acabaré contigo por ser un mal jugador, ¿me oyes? Cuarenta segundos, Kevin. Cuarenta, tic, tic, tic.
El rostro de Slater brillaba en la tenue luz. Kevin sostenía la pistola a su costado; su cara se contrajo; las lágrimas le colgaban en los ojos.
– Apunta la pistola a Samantha, ¡idiota! Levántala. ¡Ahora!
Kevin la levantó lentamente.
– ¿Sam? No puedo dejar que mate a Balinda, ¿verdad?
– No pongas todo ese sentimentalismo en nosotros, por favor -pidió Slater-. Comprendo que es bueno para el estado de ánimo, pero me revuelve el estómago. Tú métele una bala en la frente. Ya la oíste, ella no es real. Ella es producto de nuestras imaginaciones. Por supuesto, yo también lo soy; por eso es que tienes dos balas en tu pierna.
Slater sonrió burlonamente.
Sam se sintió lastimada. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Y si ella estuviera equivocada? Nunca antes había tenido una idea que fuera a la vez tan totalmente imposible y tan totalmente cierta. Y ahora le estaba diciendo a Kevin que se jugara su propia vida en esa idea. Querido Dios, dame fortaleza.
– Mira tu pierna, Kevin -dijo Sam-. Te disparaste tú mismo. Por favor, te lo ruego. No dejes que Slater la mate. El no puede disparar a menos que tú le des el poder. Él eres tú.