19

Domingo

Por la noche


LA EXPLOSIÓN DE LA BIBLIOTECA poco después de la del autobús puso a Long Beach en el centro del escenario mundial. Todas las cadenas de noticias pasaban y volvían a pasar las secuencias en vivo de la biblioteca mientras volaba en pedazos, tomadas por un estudiante alerta. Los helicópteros volaban en círculos sobre el hoyo que había sido un edificio, y transmitían sensacionales imágenes a millones de espectadores que no apartaban la vista de los televisores. El mundo había visto esto antes, y todos tenían en sus mentes la misma pregunta: ¿Terrorismo?

Pero la explosión era obra de un demente conocido solo como Asesino de las Adivinanzas, decían todos los noticieros. Milagrosamente nadie salió herido en la explosión; es más, no se había perdido ninguna vida en ninguno de los tres incidentes. Sin embargo, todos sabían que solo era cuestión de tiempo. El había matado en Sacramento; mataría en Long Beach. A menos que las autoridades lo detuvieran primero. A menos que su rebuscada víctima, Kevin Parson, confesara lo que el asesino demandaba que confesara. ¿Dónde estaba Kevin Parson? Algunos aseguraban haberlo visto salir corriendo del edificio con una mujer, una agente del FBI. Los tenían en el video del estudiante. Sensacionales secuencias.

La ATF había entrado en la refriega después de la primera bomba; ahora volvían a cobrar relevancia. Por todas partes de la biblioteca había policías estatales, policías locales, comisarios y media docena de fuerzas más.

Jennifer hacía lo posible por mantener alejado a Kevin de los largos tentáculos de los medios de comunicación mientras trataba de entender la escena. Evitó a Milton, por la simple razón de que no confiaba en su presencia. Él había estado a pocos segundos de matar a Kevin y a muchos otros por hablar con la prensa. Si ya antes se había disgustado con él, verlo ahora corriendo de un lado a otro la enojaba más.

Sin embargo, Milton era parte integral de la investigación, y ella no pudo evitarlo una vez que terminaron sus reuniones con la prensa.

– ¿Sabías que esto iba a ocurrir? -quiso saber él.

– Ahora no, Milton.

Él la tomó del brazo y la alejó de los curiosos, apretándola con tanta fuerza como para lastimarla.

– Tú estabas aquí. Eso significa que sabías. ¿Desde cuándo lo sabías?

– Suélteme -ordenó ella bruscamente.

Él le soltó el brazo y la miró por encima del hombro, sonriendo.

– ¿Significa algo para ti la palabra negligencia, agente Peters?

– ¿Significa algo para usted la palabra carnicería, detective Milton? Yo lo supe porque él me lo quiso hacer saber. Usted no supo acerca de la biblioteca porque él dijo que si se le decía a usted, él volaría el edificio antes. Es mas, él lo voló antes porque usted le anunció al mundo que habíamos encontrado a Kevin. Usted, señor, tiene suerte de que saliéramos cuando lo hicimos, o usted tendría al menos dos cadáveres en sus manos. Ni me vuelva a toca r.

– Pudiéramos haber llevado una patrulla antiexplosivos.

– ¿Hay algo en el aire que le impide escuchar bien? ¿Qué parte del «él dijo que volaría el edificio antes» no penetró en ese grueso cráneo suyo? ¡Usted casi nos mata!

– Tú representas un peligro para mi ciudad, y eres ingenua si crees que voy a mantenerme al margen sin más y dejar que hagas lo que quieras.

– Y usted representa un peligro para Kevin. Se lo voy a plantear al jefe de la oficina.

Los ojos de él se estrecharon por un breve instante, luego volvió a sonreír.

– No hemos terminado con esto.

– Seguro que sí -expresó ella alejándose.

Si no fuera por el hecho de que medio mundo estaba observando, ella pudo haberlo agarrado por la corbata y habérsela apretado en la garganta. Le tomó treinta segundos sacarse de la mente al tipo. Ella tenía cosas más importantes en que pensar que en un tonto extra celoso. Eso se dijo ella, pero en realidad Milton se le posó en el estómago como una píldora amarga.

Dos preguntas inquietaban por el momento la mente de Jennifer. Primera: ¿había visto alguien a un extraño entrar a la biblioteca en las últimas veinticuatro horas? Y segunda: ¿había visto alguien a Kevin entrar a la biblioteca en las últimas veinticuatro horas? Samantha había abierto la puerta al asunto de la participación de Kevin, y aunque Jennifer sabía que la idea era ridícula, la pregunta hizo surgir otras. Le molestaba la teoría de Samantha de que alguien en el interior podría estar vinculado de algún modo con Slater.

El Asesino de las Adivinanzas era increíblemente escurridizo. Los últimos tres días no habían sido la excepción. Sam estaba en Texas, averiguando algo que mantenía en alto sus esperanzas. Sin duda mañana vendría tan campante con una nueva teoría que los haría volver a empezar de cero. En realidad la agente de la CBI estaba empezando a gustarle cada vez más, pero los problemas de jurisdicción tenían su modo de tensar las mejores relaciones.

Al final nadie había visto un extraño por la biblioteca. Y nadie vio a Kevin. La empleada de mostrador recordaba a Kevin, pues era un ávido lector. En cuanto a eludir el sistema de seguridad, de lo cual no había evidencia, eran mínimas las probabilidades de que alguien entrara a la biblioteca sin ser visto. Carl había estado en el clóset ayer en la mañana y no vio ninguna bomba, lo cual significaba que Slater halló un modo de entrar desde entonces, o en la noche o delante de ellos, sin ser reconocido. ¿Cómo?

Una hora después de la explosión, Jennifer estaba sentada frente a Kevin en un pequeño restaurante chino, y trataba de distraerlo con un poco de conversación insignificante mientras comían. Pero ninguno de los dos era bueno en conversaciones insignificantes.

Regresaron a la bodega a las nueve, esta vez armados con halógenos de alta intensidad que iluminaron el interior como una cancha de fútbol. Kevin recorrió con ella la escena. Pero ahora era cerca de la medianoche, y él estaba medio dormido. A diferencia de la biblioteca, la bodega estaba en silencio. Sin policías, sin ATF, solo FBI.

Ella no se había molestado en contarle a Milton el incidente de la bodega. Lo haría tan pronto como hubiera acabado. Primero debía explicar la situación a Frank, quien sin duda finalmente concordaría con su razonamiento, pero eso no lo contentaría. Ya se había ganado una gran reprimenda de parte de una docena de fuentes. El gobernador pedía que se diera fin a esto. Washington también empezaba a presionar. Se les estaba acabando el tiempo. Si explotaba otra bomba la podrían quitar del caso.

Jennifer miró a Kevin, quien inclinaba hacia atrás la cabeza contra la pared en el área de recepción, con los ojos cerrados. Ella entró a un salón de almacenaje de tres por tres donde estaban reuniendo evidencias para llevar al laboratorio. Bajo otras circunstancias ella probablemente estaría haciendo esto en su escritorio, pero Milton le estaría echando el aliento en la nuca. Además, era favorable estar cerca del cuarto de almacenaje para que Galager transfiriera lo que necesitaba de la furgoneta y pusiera aquí un sitio provisional de trabajo.

– ¿Alguna conclusión, Bill?

Galager se inclinó sobre un plano del piso de la bodega sobre el cual había vuelto a dibujar meticulosamente las huellas tal como aparecieron.

– Casi puedo asegurar que Slater entró y salió por la escalera de incendios. Tenemos un sencillo juego de huellas que suben y bajan, lo cual guarda relación con el testimonio. El va y vuelve por el pasillo media docena de veces, esperando que Kevin aparezca, desciende las escaleras al menos dos veces, monta su trampa, y termina aquí en este salón -explicó Bill, dando golpecitos con el dedo en el cuarto contiguo al lugar donde se ocultó Kevin.

– ¿Cómo cerró la puerta? Lo hizo con la cuerda, pero Sam me dijo que estaba abierta cuando llegaron.

– Solo podemos suponer que se las arregló para cerrarla de algún modo. Es factible que con un fuerte golpe se pudiera engranar la cerradura.

– Parece poco convincente -opinó Jennifer-. Así que lo tenemos entrando y saliendo por la escalera de incendios. Kevin entra y sale por la puerta principal. ¿Qué hay de las huellas mismas?

– Al fin y al cabo solo hay cuatro huellas claras, las que hemos moldeado y fotografiado. El problema es que todas son del pasillo y de las escaleras donde anduvieron Kevin y Slater. Igual tamaño. Igual forma básica. Las dos de suela dura y parecidas a las que usa Kevin; es imposible determinar de manera visual cuál es cuál. El laboratorio las distinguirá.

Jennifer reflexionó en el informe de Bill. Sam no había entrado al edificio, lo cual fue una buena idea. Pero ella tampoco vio entrar o salir a Slater.

– ¿Y la grabación?

Galager ya había transferido la información a un casete que tenía en una grabadora pequeña sobre la mesa.

– Esta vez también el laboratorio nos tendrá que decir lo que puedan conseguir, pero el asunto me parece claro. Esta es la primera grabación del cuarto del hotel.

Pulsó el botón de inicio. Se oyeron dos voces en el altavoz. Slater y Samantha.

Listo, así es mejor, ¿no lo crees? El juego no durará para siempre; también podríamos hacerlo más interesante.

Respiración corta y profunda. Slater.

– ¿Qué hay de bueno en un juego que usted no puede perder? No prueba nada.

Ella reconoció la voz de Sam. El casete continuó hasta el final de la conversación y se apagó con un clic.

– He aquí la segunda grabación, hecha mientras estábamos aquí más temprano esta tarde -expresó Galager y pulsó. Esta vez eran Kevin y Slater.

Kevin: – ¿A… aló?

Slater: – ¿A… aló? Pareces un imbécil, Kevin. Creí haber dicho que nada de policías.

Las grabaciones eran claras y nítidas. Jennifer asintió.

– Llévalas inmediatamente al laboratorio con las huellas. ¿Alguna información sobre el trabajo en el tatuaje de la daga o la sangre en la bodega.

– La sangre es demasiado vieja para poder saber el tipo. Están teniendo problemas hasta con eso. Veinte años es mucho tiempo.

– ¿Así que tiene veinte años?

– A lo mejor entre diecisiete a veinte. Concuerda con la confesión de Kevin.

– ¿Y el escrito?

– Tienen dificultades para descifrarlo. Por otra parte, sí tenemos algo con el tatuaje. Un hombre de un salón de tatuajes en Houston habla de un individuo corpulento con cabello rubio que entra de vez en cuando con un tatuaje como el que Kevin describió. Dice nunca haber visto un tatuaje como ese excepto en este hombre -informó Galager y sonrió de modo deliberado-. El informe llegó hace casi una hora. No hay dirección actual, pero el hombre asegura que el tipo estuvo allí el martes pasado como a las diez.

– ¿En Houston? -preguntó ella, allí es donde había ido Sam-. ¿Estuvo Slater en Houston la semana pasada? No parece exacto.

– ¿Houston? -inquirió Kevin detrás de ella.

Ellos se volvieron y lo vieron parado en la puerta.

– ¿Tienes una pista en Houston? -preguntó otra vez, entrando.

– El tatuaje…

– Sí, lo oí. Sin embargo… ¿cómo podría estar Slater en Houston?

– Tres horas de vuelo o mucho tiempo manejando -explicó Galager-. Es posible que esté yendo y viniendo.

– ¿Tiene el tatuaje de una daga? -siguió preguntado Kevin con el ceño fruncido-. ¿Y si este tipo resulta ser el muchacho, pero no Slater ni el Asesino de las Adivinanzas? Ustedes lo detienen y ahora él sabe de mí, dónde vivo. Lo que menos necesito es un chiflado tras de mí.

– A menos que este tipo viva en una cueva -advirtió Galager-, ha oído su confesión y visto su rostro en la televisión. Hay posibilidades de que sea Slater. E incluso hay una mejor posibilidad de que Slater sea el muchacho. Tenemos un hombre amenazándolo que casi admite que es el muchacho; un muchacho que tiene motivos para amenazarlo, identificado con un tatuaje único. Y ahora tenemos un hombre con el mismo tatuaje. Circunstancial, comprendo, pero me parece muy convincente. Por menos hacemos arrestos.

– ¿Pero pueden ustedes poner a alguien tras las rejas con eso?

– Ni por casualidad. Ahí es donde entra la evidencia forense y física. Tan pronto tenemos un sospechoso en custodia lo comparamos con la evidencia que hemos reunido, la cual es considerable. Tenemos la voz de Slater en casete. Tenemos la huella de su zapato. Tenemos varias bombas, que tuvieron que elaborarse en algún sitio. Tenemos seis micrófonos… todo esto en tres días. Una auténtica buena suerte en casos como este. Yo diría que Slater se está descuidando.

Y más hoy que ayer.

– Al menos está apretando el paso -comentó Jennifer-. Parece que no le importa que lo atrapen. Lo cual no es bueno.

– ¿Por qué? -inquirió Kevin.

Ella le miró el rostro demacrado. Aún tenía pegado al cabello enmarañado una hoja del césped de fuera de la biblioteca. Sus ojos azules parecían ahora más desesperados que encantadores. No daba golpecitos en el suelo ni se pasaba la mano frecuentemente por el cabello. Kevin debía descansar.

– Basado en su perfil, imagino que se está acercando a su objetivo.

– ¿Y cuál es?

Jennifer miró a Galager.

– Buen trabajo, Bill. ¿Por qué no lo envuelves y llamas a los locales?

Ella tomó a Kevin del brazo y se lo llevó fuera.

– Salgamos a caminar.

Dos de las luces callejeras más cercanas a la bodega estaban apagadas, por temporizadores de ahorro energético o por estar quemadas. Una fría brisa del océano soplaba sobre Long Beach. Ella se había quitado la chaqueta y llevaba una blusa dorada sin mangas con una falda negra; en realidad hacia algo de frío a esta hora.

– ¿Estás bien? -preguntó ella cruzando los brazos.

– Cansado.

– Nada como el aire fresco para despejar la mente. Por acá -lo dirigió hacia la escalera de incendios en la parte trasera.

– ¿Cuál es entonces el propósito de Slater? -indagó Kevin otra vez metiéndose las manos en los bolsillos de sus jeans.

– Bueno, ese es un problema. Lo he pensado mucho. Aparentemente parece muy sencillo: Él quiere aterrorizarte. Hombres como Slater hacen lo que hacen por una variedad de motivos, generalmente para satisfacer alguna necesidad distorsionada que se les ha desarrollado con los años, pero casi sin excepción se aprovechan de los débiles. Su punto central es su propia necesidad, no la víctima.

– Tiene sentido. ¿Y es diferente Slater?

– Creo que sí. Su propósito no parece estar en sí mismo sino en ti. Quiero decir, de modo específico.

– No estoy seguro de entender.

– Piensa en tu típico criminal en serie. Digamos un pirómano con tendencia a quemar casas. No le importa de quiénes sean las casas mientras estas suplan sus necesidades. Necesita ver llamas envolviendo la estructura… esto lo emociona y le da una sensación de poder que de otro modo estaría fuera de su alcance. La casa es importante: debe tener cierto tamaño, quizás cierta fortaleza, tal vez un símbolo de riqueza. Del mismo modo un violador podría aprovecharse de mujeres que considera atractivas. Pero su enfoque está en sí mismo, no en la víctima. La víctima es casi incidental.

– Y me estás diciendo que Slater no me ha escogido por lo que puedo hacer por él sino por lo que puede hacerme. Como hizo con tu hermano.

– Quizás. Pero esto está acabando de manera distinta al asesinato de Roy. El Asesino de las Adivinanzas calmó su sed de derramar sangre matando a Roy y haciéndolo rápidamente. Slater está jugando contigo, ya durante tres días. Estoy empezando a cuestionar nuestra suposición inicial de que él y el Asesino de las Adivinanzas sean la misma persona.

El Asesino de las Adivinanzas no parecía conocer a sus víctimas, a diferencia de Roy, a quien había seleccionado para beneficio de Jennifer. Ella se frotó los brazos contra el frío.

– A menos que todo eso fuera solo un encubrimiento para lo que está haciendo ahora -comentó Kevin-. A menos que desde el principio el juego fuera vengarse por lo que le hice.

– Esa es una suposición obvia. Ya no estoy segura. La venganza podría ser un asunto simple. Suponiendo que Slater es el muchacho que encerraste con los años pudo haber encontrado cientos de oportunidades para saciar su venganza. Su camino más obvio habría sido lastimarte o matarte. No creo que Slater esté interesado en matarte. No pronto, de todos modos. Creo que él desea cambiarte. Quiere acorralarte de alguna forma. No creo que el juego sea la estratagema; creo que el juego es el objetivo.

– ¡Pero eso es una locura! -exclamó Kevin deteniéndose y poniendo las dos manos en la cabeza-. ¿Qué pasa conmigo? ¿Quién? ¿Quién querría… acorralarme?

– Sé que aún no cuadra todo, pero cuanto más pronto resolvamos el verdadero motivo de Slater, mayores son nuestras posibilidades de sacarte de todo este desastre.

Llegaron a la parte trasera, por la escalera de incendios; esta llegaba hasta el segundo piso y doblaba hacia una ventana. Jennifer suspiró y se inclinó contra el costado de estaño.

– En resumidas cuentas, si tengo razón, entonces la única manera de entender la verdadera motivación de Slater es entenderte a ti, Kevin. Tengo que saber más acerca de ti.

El caminaba de un lado al otro, mirando el concreto, con las manos aun en el cabello.

– Quiero saber acerca de la casa -aseguró ella.

– No hay nada que saber acerca de la casa -contestó él.

– ¿Por qué no me dejas juzgarlo yo?

– ¡No puedo hablar de la casa!

– Sé que crees que no puedes, pero podría darnos ahora nuestras mejores pistas. Sé que es difícil…

– ¡No creo que tengas idea de lo difícil que es! ¡No te criaste allí! -exclamó él mientras seguía caminando sin rumbo fijo y se alisaba el cabello frenéticamente, luego extendió los brazos-. ¿Crees que algo de esto tiene algún significado? ¿Crees que eso es la realidad? ¿Un montón de hormigas corriendo alrededor del globo, ocultando sus secretos en sus profundos túneles oscuros? Todos tenemos secretos. ¿Quién dice que los míos tienen algo que ver con alguna cosa? ¿Por qué las demás hormigas no salen de sus túneles y hacen conocer al mundo sus pecados?

Kevin se estaba sincerando, y Jennifer necesitaba que hiciera exactamente eso; no porque se fuera a aprovechar sino porque ella debía comprender sus secretos si esperaba ayudarlo.

Y ella esperaba ayudarlo. Hoy más que ayer, aunque después de todo Slater no hubiera asesinado a su hermano.

– Tienes razón -asintió ella-. Todos hemos caído, como suele decir mi sacerdote. No me interesa tu pecado. Ni siquiera estuve a favor de la confesión inicial, ¿recuerdas? Me interesas tú, Kevin.

– ¿Y quién soy yo, ah? -preguntó él desesperado-. Contéstame eso. ¿Quién soy? ¿Quién eres tú? ¿Quién es nadie? ¡Somos lo que hacemos! ¡Soy mi pecado! Si quieres conocerme entonces tienes que conocer mi pecado. ¿Es eso lo que quieres? ¿Qué ponga todo secretito sucio sobre la mesa para que puedas analizarlo minuciosamente y así conocer a Kevin, el pobre espíritu atormentado?

– Eso no es lo que dije.

– Muy bien pudiste haberlo dicho, ¡porque es cierto! ¿Por qué es justo que yo deba volcar mis tripas cuando el pastor vecino tiene tantos secretos horribles como yo? ¿Ah? Si queremos conocerlo debemos conocer sus secretos ¿es así?

– ¡Basta! -exclamó ella; su propia ira la sorprendió-. ¡No eres tu pecado! ¿Quién te dijo esa mentira? ¿Tu tía Balinda? Te he observado, Kevin. Me pediste que hiciera una reseña de quién eras. Bueno, permíteme ser más específica. Eres uno de los hombres más amables, tiernos e interesantes que conozco. Eso es lo que eres. Y no insultes mi inteligencia o mi discernimiento femenino menospreciando mi opinión.

Hizo una pausa en que respiró profundamente.

– No sé qué persigue Slater, o por qué, pero te garantizo que estás haciendo exactamente lo que él quiere que hagas cuando empiezas a creer que estás atrapado. Ya saliste de eso. No regreses.

Ella supo que tenía razón por el parpadeo de él. Slater trata de lanzar a Kevin al pasado, y el pensamiento lo aterró tanto que le hizo perder el control. Y así era exactamente como Slater cumpliría su propósito: atrapándolo en el pasado.

Kevin la miró, asombrado. Entonces a ella se le ocurrió, al mirar los ojos bien abiertos de él, que no solo le gustaba Kevin sino que se preocupaba profundamente por él. No le correspondía preocuparse por él; ni siquiera quería preocuparse por él, no de esta manera. La empatía de ella había salido a la superficie, sin ser llamada. Siempre había sido un poco ingenua ante los oprimidos. Siempre había tenido debilidad por los hombres que estaban lastimados de algún modo. Ahora su debilidad había encontrado a Kevin.

Pero esto no parecía una debilidad. Ella lo hallaba atractivo en realidad, con su cabello recortado y su encantadora sonrisa. Y esos ojos. Eso no era empatía, ¿o sí?

Jennifer cerró los ojos y tragó saliva. Dios te libre, Jennifer. De todos modos, ¿cuándo fue la última vez que saliste con un hombre? ¿Hace dos años. ¿Ese montañés de Arkansas que era de buena familia, como dice mamá? Hasta entonces Jennifer no había conocido el verdadero aburrimiento. Preferiría un hombre con una barbita de chivo que condujera una Harley y que andara guiñando el ojo.

Jennifer abrió los ojos. Kevin estaba sentado en el concreto, con los pies cruzados y la cabeza en las manos. No cesaba de sorprenderla.

– Lo siento, no estoy segura de dónde sale todo eso -se disculpo ella.

Él levantó la cabeza, cerró los ojos, y respiró hondo.

– Por favor, no te disculpes. Eso fue lo más lindo que he oído en mucho tiempo -expresó, con ojos parpadeantes, como si se acabara de oír a sí mismo-. Quizás lo más lindo es la frase errónea elegida. Fue… creo que tienes razón. Él está tratando de acorralarme, ¿no es verdad? Ese es su objetivo. Por consiguiente, ¿quién es él? ¿Balinda?

Jennifer se sentó al lado de él y cruzó las piernas al costado. Su falda no era exactamente la ropa adecuada para sentarse en el concreto, pero a ella no le importó.

– Tengo que decirte algo, Kevin. Pero no quiero que te ofendas.

– Fuiste a la casa, ¿verdad? -pronunció él mirando adelante y luego a ella.

– Sí. Esta mañana. Debí recurrir a algunas amenazas para convencer a Balinda que me dejara entrar, pero vi el lugar y conocí a Eugene y a Bob.

Kevin volvió a bajar la cabeza.

– Sé que es difícil, pero debo saber lo que ocurrió en esa casa, Kevin. Contando con lo que sabemos, Slater podría ser alguien contratado por Balinda. Eso calzaría en el perfil. Ella quiere cambiarte. Pero sin saber toda la historia estoy andando a ciegas.

– Me estás pidiendo que te diga algo que nadie conoce. No porque sea horrible; sé que no soy el único que ha tenido algunos desafíos en la vida. Pero eso está muerto y sepultado. ¿Quieres que le vuelva a dar vida? ¿No es eso lo que Slater está tratando de hacer?

– Yo no soy Slater. Y francamente, eso no me parece muerto y sepultado.

– ¿Y crees de veras que todo este juego tiene que ver con mi pasado?

– Mi hipótesis es que Slater tiene un objetivo que está vinculado con tu pasado, sí -asintió ella.

Kevin se quedó tranquilo. El silencio se extendió mucho, y Jennifer se le acercó más hasta sentir su tensión y oír su respiración. Ella se preguntó si sería apropiado ponerle una mano en el brazo, pero al instante decidió no hacerlo.

– No creo que pueda hacer esto -protestó él, y de repente se estremeció.

– No puedes dar muerte al dragón sin hacerlo salir de su cueva. Quiero ayudarte, Kevin. Debo saberlo.

Durante un buen rato Kevin se quedó sentado allí temblando. Luego se tranquilizó y su respiración se calmó. Tal vez todo había sido demasiado y muy rápido. En los últimos tres días había tenido que enfrentar más de lo que podía tolerar, y ella, lo estaba presionando aún más. Él necesitaba dormir. Pero a ella se le acababa el tiempo. Slater iba en escalada.

Jennifer estaba a punto de sugerir que descansaran un poco y que consideraran el asunto en la mañana, cuando él volvió el rostro hacia el cielo nocturno.

– No creo que las intenciones de Balinda fueran necesariamente malas -manifestó él en tono monótono-. Ella quería un buen compañero de juegos para Bob. El tenía ocho años cuando me adoptaron; yo tenía uno. Pero Bob era retrasado. Yo no, y Balinda no podía aceptar esa realidad.

Hizo una pausa y respiró profundo varias veces. Jennifer se movió y se inclinó en su propio brazo para poder mirarlo al rostro. Los ojos de él estaban cerrados.

– Háblame de Balinda.

– No conozco su historia, pero Balinda crea su propia realidad. Todos lo hacemos, pero ella solo conoce absolutos. Ella decide qué parte del mundo es real y qué parte no lo es. Si algo no es real, ella lo descarta. Manipula todo a su alrededor para crear una realidad aceptable.

Kevin dejó de hablar. Jennifer esperó durante treinta segundos antes de darle con el codo.

– Dime cómo fue ser su hijo.

– Aún no lo sé, porque soy demasiado joven, pero mamá no quiere que sea más inteligente que mi hermano. Así que decide hacerme también retrasado porque ya trató de hacer más inteligente a Bob, y fracasó.

Otra pausa. El estaba intercambiando tiempos, metiéndose en el pasado. Jennifer sintió que el estómago se le revolvía.

– ¿Cómo lo hace? ¿Te lastima?

– No. Lastimar es malo en el mundo de Balinda. Ella no me dejará salir de la casa porque el mundo afuera no es real. El único mundo real es el que ella crea dentro de la casa. Ella es la princesa. Necesita que yo lea para así poder conformar mi mente con lo que me hace leer, pero recorta historias y me hace leer solo cosas que ella decide que son reales. Tengo nueve años de edad antes de enterarme que hay animales llamados gatos porque Princesa cree que los gatos son malos. Ni siquiera sé que existe la maldad hasta que tengo once años. Solo hay real e irreal. Todo lo real es bueno y todo lo bueno viene de Princesa. No hago nada malo; solo hago cosas que no son reales. Ella hace desaparecer las cosas que no son reales privándome de ellas. Nunca me castiga; solo me ayuda.

– ¿Cómo te castiga cuando haces algo que no es real?

– Me encierra en mi cuarto para que aprenda acerca del mundo real o me hace dormir para que me olvide del mundo irreal -contestó él después de titubear-. Me quita la comida y el agua. Asegura que así es como aprenden los animales, y nosotros somos los mejores animales. Recuerdo la primera vez porque me dejó confundido. Yo tenía cuatro años. Mi hermano y yo estamos actuando de sirvientes, doblando paños de cocina para Princesa, Tenemos que doblarlos una y otra vez hasta que queden perfectos. A veces nos lleva todo el día. No tenemos juguetes porque los juguetes no son reales. Bob me pregunta qué es uno más uno porque quiere darme dos paños, pero él no sabe cómo decirlo. Le digo que uno más uno es dos, y Princesa me oye. Ella me encierra en mi cuarto por dos días. Dos paños, dos días. Si Bob no sabe sumar, entonces yo tampoco, porque no es real. Ella quiere que yo sea bobo como Bob.

Una imagen de Balinda sentaba debajo de un montón de periódicos recortados llegó a la mente de Jennifer, y le recorrió un escalofrío.

Kevin suspiró y volvió a ponerse tenso.

– Ella no me abrazaba. Incluso apenas me tocaba a menos que fuera por equivocación. A veces me quedaba sin comer durante días. Una vez toda una semana. En ocasiones no podíamos usar ropa si hacíamos cosas irreales. Ella nos privaba a los dos de cualquier pensamiento que pudiera estimular nuestras mentes. La mayoría de veces a mí, porque Bob era retrasado y no hacía muchas cosas que no fueran reales. Nada de escuela. Nada de juegos. A veces nada de conversación durante días. Algunas veces me hacía quedar en cama todo el día. Otras veces me hacía sentar en la bañera con agua fría para que no pudiera dormir toda la noche. No le podía preguntar la razón porque eso no era real. Princesa era real, y si ella decidía hacer algo, nada más era real y no se podía hablar del asunto. Así que no podíamos hacer preguntas. Ni siquiera preguntas acerca de cosas reales, porque eso cuestionaría su realidad, lo cual era irreal.

Las cosas empezaban a cobrar sentido para Jennifer. El maltrato no fue ante todo físico, ni siquiera necesariamente emocional, aunque hubo algo de lo uno y lo otro. Fue principalmente sicológico. Ella observó ascender y bajar el pecho de Kevin. Desesperadamente quiso estirar la mano hacia el. Podía ver al niño, sentado solo en una bañera de agua fría, temblando en la oscuridad, preguntándose qué sentido tenía este mundo horrible, en el que le habían lavado el cerebro para hacerle creer que era bueno.

La agente del FBI contuvo las lágrimas. Kevin, querido Kevin, ¡lo siento mucho! Estiró la mano y la puso en el brazo de él. ¿Quién podría hacerle cosas tan horribles a un muchachito? Había más historias explicadas en detalle que sin duda podrían llenar un libro digno de ser estudiado por universidades de toda la nación. Pero ella no quería oír más. Si solo pudiera hacer desaparecer todo. Tal vez podría detener a Slater, pero Kevin viviría con este pasado hasta el día de su muerte.

A Jennifer le pasó por la mente una absurda imagen de ella tendida al lado de él y abrazándolo suavemente.

De repente Kevin gimió y luego rió.

– Balinda es una lunática deformada y demente.

– De acuerdo -asintió ella aclarándose la garganta.

– ¿Pero sabes qué?

– Hablarte de ello me hace sentir… bien. Nunca se lo había dicho a nadie.

– ¿Ni siquiera a Samantha?

– Ni a ella.

– Algunas veces hablar del abuso nos ayuda a tratar con él. Nuestra tendencia es ocultarlo, y eso es comprensible. Me alegra que lo hayas dicho. Nada de eso fue culpa tuya, Kevin. No es tu pecado. Él se echó hacia atrás. Sus ojos estaban más claros.

– Tienes razón. Esa vieja cabra hizo todo lo posible por volverme retrasado.

– ¿Cuándo comprendiste por primera vez que el mundo de Balinda no era el único?

– Cuando conocí a Samantha. Una noche llegó a mi ventana y me ayudó a escabullirme. Pero yo estaba atrapado, ¿sabes? Quiero decir mentalmente. Por mucho tiempo no logré aceptar que Balinda era cualquier cosa menos una princesa adorable. Cuando Samantha se fue a estudiar abogacía me rogó que me fuera con ella. O al menos a algún lugar lejos de Balinda, Pero no pude salir. Yo tenía veintitrés años antes de llenarme finalmente de valor para irme. Balinda se puso como loca.

– ¿Y has hecho todo esto en cinco años?

Él asintió y rió suavemente.

– Resulta que yo era muy inteligente. Me tomó solo un año obtener mis documentos de educación general, y cuatro años graduarme de la universidad.

Jennifer se dio cuenta de que lo estaba tratando como a un paciente con estas preguntas cortas y perspicaces, pero él ahora parecía desearlo.

– Fue entonces cuando decidiste convertirte en ministro -señaló ella

– Esa es una larga historia. Supongo que debido a mi extraña crianza me fascinaba de modo increíble el tema del bien y el mal. Naturalmente me acerqué a la iglesia. Creo que la moral se convirtió en algo obsesivo. Imaginé que lo menos que podía hacer era pasar mi vida mostrando el camino a la verdadera bondad en alguna esquinita del mundo real.

– ¿En contraposición a qué?

– En contraposición a la falsa realidad que todos creamos para nosotros mismos. La mía fue extrema, pero no tardé mucho en ver que casi todas las personas viven en sus propios mundos de falsas ilusiones. En realidad no muy diferentes del de Balinda.

– Observador -opinó Jennifer sonriendo-. A veces me pregunto cuáles son mis falsas ilusiones. ¿Es personal tu fe?

– No estoy seguro -contestó él encogiéndose de hombros-. Para mi la iglesia es un sistema, un vehículo. No diría que conozco personalmente a Dios, pero mi fe en él es bastante real. Sin un absoluto, un Dios moral, no puede haber verdadera moralidad. Es el argumento más obvio para la existencia de Dios.

– Me crié en el catolicismo -indicó ella-. Aprobé todos los cursos, y nunca lo entendí del todo.

– Bueno, no se lo digas al padre Bill Strong, pero yo tampoco lo entiendo.

Sentada a su lado ahora, solo minutos después de la confesión de Kevin, Jennifer tenía dificultad para ponerlo en el contexto de su juventud. Parecía muy normal.

– Esto es increíble -expresó él sacudiendo la cabeza-. Aún me cuesta creer que te acabo de contar todo eso.

– Solo necesitabas la persona adecuada -opinó ella.

Detrás de ellos se oyó el sonido de pies que corrían sobre el pavimento, Jennifer se giró a mirar. Era Galager.

– ¡Jennifer!

Ella se puso de pie y sacudió la falda con la mano.

– ¡Tenemos otra adivinanza! -exclamó Galager, quien tenía en la mano una hoja de bloc-. Mickales la acaba de encontrar en el limpiaparabrisas del auto de Kevin. Es Slater.

– ¿Mi auto? -preguntó Kevin levantándose de un salto.

Jennifer agarró la nota. Bloc amarillo. El garabato era negro, conocido. La jarrita de leche de la refrigeradora de Kevin. Ella leyó rápidamente la nota.

3 + 3 = 6

Van cuatro, quedan dos. Sabes cómo me gustan los tres, Kevin. Se acaba el tiempo. Vergüenza, vergüenza, vergüenza debería darte. Bastaría con una simple confesión, pero no me estás dejando salida.

¿Quién escapa a su prisión pero aún está cautivo?

Te daré una pista: No eres tú.

6 a.m.

Kevin se agarró el cabello y se alejó.

– Está bien -dijo Jennifer, yendo hacia la calle-. Pongámonos en movimiento.

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