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El sargento Trotter entró en la cocina.

—Señora Davis —dijo a Molly—, me agradaría que pudiera usted acompañarme a la biblioteca. Quisiera interrogarles a todos; el señor Davis ha sido tan amable de ir a prevenirles...

—Muy bien..., pero déjeme que termine de pelar las patatas... Algunas veces desearía que sir Walter Raleigh no las hubiera descubierto nunca...

El sargento Trotter guardó silencio y Molly agregó para disculparse.

—La verdad es que todo me parece fantástico...

—No es fantástico, señora Davis. Se trata de hechos.

—¿Tiene usted la descripción del hombre? —preguntó Molly con curiosidad.

—De estatura mediana, más bien delgado, llevaba un abrigo oscuro y sombrero gris; hablaba con voz apenas perceptible y se cubría el rostro con una bufanda. Ya ve... podría ser cualquiera. —Hizo una pausa y agregó—: Hay tres abrigos oscuros y tres sombreros grises colgados en el vestíbulo, señora Davis.

—No creo que ninguno de mis huéspedes viniera de Londres precisamente.

—¿No, señora Davis? —Y con un movimiento rápido el sargento Trotter dirigióse al aparador y cogió un periódico.

—El Evening Standard del 19 de febrero. De hace dos días. Alguien lo ha traído aquí, señora Davis.

—¡Qué extraño! —sorprendióse Molly al tiempo que una ligera lucecita brillaba en su memoria—. ¿Cómo puede haber llegado ese periódico?

—No debe juzgar siempre a las personas por su apariencia, señora Davis. La verdad es que usted no sabe nada de la gente que tiene en su casa. Eso me da a entender que ustedes dos son nuevos en este negocio.

—Sí, es cierto —admitió Molly sintiéndose de pronto muy joven, tonta e inexperta.

—Y tal vez tampoco lleven mucho tiempo de casados.

—Sólo un año —Se sonrojó ligeramente—. ¡Fue todo tan rápido...!

—Amor a primera vista —dijo el sargento Trotter con simpatía.

Molly no fue capaz de enfadarse.

—Sí. —dijo, añadiendo a modo de confidencia—: Hacía quince días que nos conocíamos...

Sus pensamientos volaron a aquellos catorce días de noviazgo vertiginoso. No habían existido dudas... En aquel mundo preocupado, de confusión y nerviosismo, se había realizado el milagro de su mutuo encuentro... Una ligera sonrisa curvó sus labios.

Volvió a la realidad, bajo la mirada indulgente del sargento Trotter.

—Su esposo ha nacido por esta región, ¿verdad?

—No —repuso Molly, distraída—. Es de Lincolnshire.

Sabía muy pocas cosas de la infancia y juventud de Giles. Sus padres habían muerto y él evitaba hablar de su niñez. Molly suponía que debía ser muy desgraciado de niño.

—Permítame que le diga que son ustedes muy jóvenes para dirigir un negocio como éste —dijo el sargento.

—¡Oh, no lo sé! Yo tengo veintidós años y además...

Se interrumpió al abrirse la puerta y entrar Giles.

—Todo está dispuesto. Ya les he puesto en antecedentes —anunció—. Espero que le parecerá a usted bien, ¿verdad?

—Eso ahorra tiempo —repuso Trotter—. ¿Está preparada, señora Davis?

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