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En la biblioteca la señora Boyle conectó la radio. Estaba todavía enfadada.

La primera emisora que sintonizó estaba lanzando al éter una charla sobre el significado y origen de las melodías infantiles. Lo último que esperaba oír. Giró el cuadrante con impaciencia y una pastosa voz le informó:

—La psicología del miedo debe ser comprendida. Supongamos que usted se halla solo en una habitación y se abre una puerta en silencio a su espalda...

Y la puerta se abrió. La señora Boyle experimentó un violento sobresalto.

—¡Oh, es usted! —dijo, aliviada—. ¡Qué programas más estúpidos! ¡No consigo en modo alguno encontrar nada digno de oírse!

—Yo no me preocuparía por eso, señora Boyle.

—¿Y qué otra cosa puedo hacer si no es escuchar la radio? —preguntó—. Encerrada en esta casa con un posible asesino... Aunque no es que me crea esa melodramática historia ni por un momento...

—¿No, señora Boyle?

—Pues... ¿qué quiere decir...?

El cinturón de un impermeable se arrolló tan rápidamente en torno a su cuello que apenas pudo comprender lo que le ocurría.

El tono de la radio fue elevado hasta el máximo. El conferenciante sobre la psicología del miedo siguió lanzando sus opiniones por las habitaciones, ahogando los sonidos entrecortados producidos por la señora Boyle en su agonía.

Que no hizo mucho ruido.

El asesino era muy experto.

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