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Nos pusieron afuera, bajo un cielo cargado de agua y humedad. Para repararnos sólo había alguna sombrilla, para calentarnos sólo alguna estufa. Una luz muy fuerte estaba dirigida hacia nuestra mesa y el humo del asado se adhería insolente a nuestros cabellos.

Quería irme, me preguntaba qué estaba haciendo allí.

“Ver a gente importante”, eso es lo que mi condición me impone hacer. Pero mi alma y mi cuerpo se rebelan completamente.

Para mí no es gente importante la que está sentada alrededor de esta mesa invadida por el asado y la humedad. Ese actor me importa bien poco, ese editor puede tranquilamente irse a la mierda, esa fotógrafa puede aplastar su cuerpo contra una de sus creaciones y quedarse a vivir allí dentro para siempre.

Porque eso es lo que nosotros, seres humanos, hacemos: quedarnos atrapados dentro de nuestras creaciones, nuestros mundos. Y nadie puede salvarnos de nuestros mundos, nadie puede sacarnos de allí.

Y mientras todos brindan por mi éxito y por mil éxitos más yo repito en mi cabeza una sola cosa: “Váyanse todos a cagar, estúpidos chupamedias. Quisiera ver sus caras si les hiciera ver mi concha”.

Y aprieto la mano de Thomas mientras le susurro:

– Sácame de aquí, ahora.

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