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Aveces pienso en ustedes. No, no es cierto, no pienso en ustedes a veces, pienso siempre. Y cada vez que pienso en ustedes se me escapa una lágrima, de un solo ojo. Si Thomas me pregunta por qué estoy llorando le respondo que no es nada, que miré fijamente un punto en el horizonte y que por eso me arden los ojos. Pienso en ustedes y en soledad al mismo tiempo.

Acaba de llegar la pizza y ustedes se han puesto a revolver en la alcancía buscando monedas porque el muchacho del delivery no tiene cambio. Cuando él y sus granos rojos se van ustedes se ríen y dicen:

– Qué bobo es éste…

Se sientan en el sofá con las piernas cruzadas y encienden la televisión, buscando una película que pueda emocionarlos. Preferiblemente películas con una trama simple y romántica. Francesco y Morino están oliendo el tomate de las pizzas, ustedes les dan una pizca de salsa con el dedo. Ya han abierto las ventanas, el balcón y el jardín están a pocos pasos de ustedes, sienten la frescura del prado que acaban de regar. Es lindo ver a Ornella tirada panza abajo sobre la alfombra, con un almohadón debajo de la cara y el televisor pegado a los ojos. Tiene los párpados cerrados, se acaba de dormir.

Es estupendo oírla mandándote a la mierda cuando tú la llamas para que vaya a la cama y se tape con la sábana. Ella se levanta, te mira con sus ojos arrogantes y directos y te dice:

– Eres una cretina del carajo, ¿por qué mierda me has despertado?

Tú no le respondes porque, si no, la cosa termina a cachetazos y patadas.

Si yo hubiese estado con ustedes me habría quedado inmóvil con la mejilla contra tus nalgas y me habría quedado dormida enseguida. Pero tú ahora estás sola y los gatos siguieron a Ornella bajo las sábanas.

Prendiste un cigarrillo y lloraste delante de la televisión. Tus ojos hechos de agua se ahogan en un océano de lágrimas.

Cuando despiertas adviertes que no fui yo la que te llamó, sino el fastidioso olor de otro cigarrillo que no has apagado, que ha hecho otro agujero en el mismo sillón.

Vas a la cama sabiendo que no fui yo quien te llamó y no podrás enojarte diciendo: “¿Pero qué carajo te importa si me quedo dormida en el sillón?”.

Vas a la cama arrastrándote, con lágrimas secas en las mejillas.

Y yo en otros mundos, enamorándome.

Pienso en mí, en ti, en él, sobre todo en mí y en él. Tus ojos están hechos de agua, los míos de fuego, los suyos de tierra. De los tres soy yo la que soporta su dominio y lo ama.

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