Primero me acerqué lentamente, luego, una vez que con la rodilla llegué a tocar su muslo, mis movimientos se hicieron aún más envolventes. Con un movimiento ligero lo rodeé con un brazo. Su cuerpo se puso rígido y su respiración, durante un instante, pareció haberse detenido. Me quedé inmóvil, interrumpiendo cualquier contacto con el mundo viviente. Con el meñique percibí su erección. Era poderosa, y sin embargo condenadamente ligera. En realidad nunca había tocado una verdadera erección. Fue por esta razón que mi mano se movió yendo cada vez más arriba, a la altura de su corazón. Fue cuando él tocó levemente mis dedos cuando me di cuenta de que a partir de entonces nada sería como antes.
– ¿Quieres dormir conmigo esta noche? -le pregunté.
Estábamos en Cosenza y la universidad que me había alojado había puesto a mi disposición dos cuartos, uno para mí y otro para mi acompañante.
– Es feo dormir solos… -seguí, hundiéndome cada vez más en la vergüenza.
– OK -respondió él, mientras sus mejillas se encendían.
El olor de su cuello era embriagador; era joven, era un niño. Era todo lo que quería.
– Tu aliento… -susurró él de golpe, en la noche-, amo tu aliento.
Apreté entre los dedos su camiseta y cerré los ojos.
Él aprisionó mi aliento en un alambique de vidrio y lo huele cada vez que me ama.