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Hay un sofá, hay una luz azulada que proyecta el televisor. El sofá está tapizado con una tela clara con grandes flores marrones, tengo una manta encima. Tengo cuatro años, tal vez menos. Estuve todo el día con papá, estuvimos viendo las elecciones del nuevo presidente de la República en la televisión. No tengo la mínima idea de qué es eso, pero Oscar Luigi Scalfaro es un lindo nombre, suena bien. Me recuerda mucho a Lady Oscar, mi heroína. Tú estás en la cama con dolor de cabeza, papá va contigo y yo me quedo sola en el sofá y escucho la música de los dibujitos animados, susurro:

– Lady Oscar, Lady Oscar, en el azul de tus ojos hay un arco iris… tu espada… en la batalla… nunca cambiará, nunca cambiará… Lady Oscar…

Los párpados me pesan, estoy cansada.

Caigo en un sueño profundo, en absoluto alterado por la luz proyectada por el televisor.

Alguien está recostado a mi lado, hace zapping con el control remoto.

Un hormigueo en las piernas me despierta de golpe, tengo los ojos entrecerrados y con la voz empastada por el sueño pregunto:

– ¿Qué estás haciendo?

Una voz responde:

– Tranquila, sólo estoy comprobando que te has convertido en una señorita.

Vuelvo a dormirme, inmersa en un campo de flores marrones que Lady Oscar corta con elegancia, con un golpe seco de su espada.

Del tallo de una flor brota sangre.

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