23

Bajo a comprar cigarrillos -dijo mientras salía, golpeando fuerte la puerta.

Yo, tirada en el sillón, fumaba el último, impresionada por las imágenes y las voces de la televisión. Asentí, mirando derecho enfrente de mí.

Cuando oí la puerta del ascensor abriéndose y cerrándose, fue como si de improviso un rayo me hubiese atravesado, cargándome de una energía sobrehumana. Fui corriendo hacia la ventana y tomé su celular, que estaba apoyado en el alféizar.

Hice que velozmente se deslizaran los mensajes entrantes y no vi nada que pudiera preocuparme, aunque por un instante tuve el presentimiento de que él pudiera haber trascripto el número de alguna otra con mi nombre o el nombre de su madre. Entonces controlo todos los textos de los mensajes y el presentimiento se desvanece.

De pronto una tos ronca, exactamente detrás de mí, me hace dar un brinco, siento el viento que mueve mis cabellos.

La miro y le digo:

– ¿Qué quieres? Estoy ocupada. No es el momento.

Ella me sonríe y me susurra con un graznido:

– Me gusta lo que estás haciendo. Debes saberlo todo. Sigue, sigue controlando cada uno de sus movimientos, sigue cada uno de sus pasos y escucha atentamente cada una de sus palabras: podría mentirte de un momento a otro. Estoy aquí para ayudarte, para hacerte dar cuenta de que la realidad nunca es como te la imaginabas.

– ¿Ah, sí? -digo con desprecio-, ¿y tú qué sabes?

Ella no dice nada, va a la cocina y se sirve un poco de agua en un vaso. Sin decir una palabra gira hacia mí vertiendo el agua, que ante mi sorpresa no cae al piso sino que sigue una línea horizontal, perfecta y precisa. Una línea que se detiene a pocos centímetros de mi nariz. Miro a la mujer y, extasiada, le pregunto:

– ¿Qué es eso?

Ella se cruza de brazos y con una sonrisa responde:

– Esa es tu realidad. Transparente, perfecta, decidida, fluida. Tú la has vertido en el lugar donde te parecía más apropiado y ahora vives dentro de ella, pero el espacio en el que la has liberado no es el que le pertenece. La que tienes delante de tus ojos es tu realidad, la real, donde debería estar: en una línea recta y perfecta que sigue, al mismo tiempo, distintas direcciones. Esa línea eres tú.

– ¿Lo que estás tratando de decirme es que hice elecciones equivocadas? ¿Es eso?

Sacude la cabeza y se me acerca, haciendo que se estremezca el agua suspendida en la habitación.

– Lo que quiero decirte -dice- es que hasta ahora has escondido tu verdadera naturaleza porque te atrae la idea de una vida tranquila y normal. Pero tú no quieres esto, nunca lo has querido. Lo que estás haciendo ahora, controlar sus movimientos, es un gesto sensacional de tu parte: el primero de una larga serie. Por eso te digo: basta con tanta charla, mira qué hay en ese puto teléfono y piensa en lo que haces.

Las palabras, pronunciadas velozmente, la hicieron toser otra vez y, mientras las convulsiones la hacen temblar y sacudirse, desaparece. Disipándose.

Desaparece también el riacho que flotaba a pocos centímetros de mi nariz, mientras los ruidos y el frío de la habitación vuelven a hacerse sentir.

Sin agitación alguna, como si apenas hubiese abierto la puerta de casa a la vecina que me pedía un par de limones, seguí haciendo correr los datos interesantísimos que me suministraba ese aparatito diabólico.

Un nombre nuevo se distingue entre las llamadas entrantes: Viola. ¿Y quién carajo vendría a ser esa Viola?

De inmediato se asoman a mi mente los rasgos de una cara dulce y al mismo tiempo disgustada, dos manos largas y bien cuidadas, dos piernas largas y ágiles que sostienen un culo perfecto. De inmediato aparece ante mis ojos la mujer de sus sueños.

Un estrato sutil y punzante de miedo se insinúa entre los pliegues de mis músculos. La boca se tuerce y comienza a temblar, mientras los latidos cardíacos aumentan cada vez más. El frío se mezcla con una rara sensación de calor que me hace transpirar y al mismo tiempo tiritar.

Y mientras una serie de fotogramas obscenos invade mi cabeza, arrastrándome a lugares oscuros e inexplorados, él abre la puerta.

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