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Ahora sé quién es Viola.

Durante todas estas semanas ella tuvo muchos rostros e hizo el amor con él en todas las posiciones posibles. Y los vi tomando un café tomados de la mano durante la pausa del almuerzo. Y ella reía de modos siempre distintos y su cuerpo se transformaba como si fuera de arcilla blanda en un cuerpo distinto cada vez. Y él la amaba en cada ocasión, cualesquiera fuesen su rostro y su voz.

La conocí ayer en la veterinaria donde trabaja. Es joven, no es bella, pienso que todas las otras no son bellas, pero pienso que ella es bastante su tipo, me convenzo de que puede serlo. Lo primero que se me ocurre es agarrarla a trompadas y patadas sin alterarme, fría, conscientemente. Lleva una camiseta ajustada por la que asoman dos tetas gigantescas.

Un tipo, del otro lado del negocio, la llamó por su nombre, y ese nombre era Viola.

Apreté los dientes, parecía como si hubiese querido romperlos.

Ella me miró con una expresión dulce y dijo:

– ¿Buscas algo en especial? ¿Puedo ayudarte?

Si quieres serme útil ayúdame a alejar estas imágenes terribles que están ocupando mi imaginación. Te lo ruego, vuelve a ponerte la ropa y sal de ese sofá; arréglate el cabello y hazte una trenza, maquíllate y súbete el cierre de las botas. Ponte la bufanda y el abrigo. Y cuando salgas por esa puerta no lo saludes, limítate a susurrar: “Esta es la última vez que nos vemos. Fue bello mientras duró, eres maravilloso”, mientras lo miras, poderoso y desnudo, preguntándose por qué te estás yendo.

Y cuando salgas por esa puta puerta no llores, bella. No llores, que me hace mal. Que tus ojazos verdes podrían no volver a ver la luz del sol, porque podría enceguecerte con la luz de mi fuego.

Viola me mira, mientras con ojos aterrados observo la escena de mi película.

– ¿Tú eres Melissa, no es cierto?

Asiento y respondo sin gracia:

– Sí, ¿por qué?

– Te vi en la televisión una vez. Me caes simpática -y sigue sonriendo. ¿De qué mierda se ríe?- También leí tu libro -continúa-, me gustó mucho, aunque en tu lugar lo habría escrito de otro modo…

Muérete, estúpida. Muéstrame lo que hubieras hecho. Ahora. Toma una hoja de papel y una lapicera y escribe un libro, si eres capaz. Pero de lo único que eres capaz es de cabalgar encima de la pija del hombre que me pertenece, que nunca se te entregará como se me entregó a mí.

– No necesito nada, gracias. Debo irme -digo, mientras me dirijo a la puerta.

Ella me ve irme sin decir una palabra y yo sé perfectamente, LOS VEO, que sus ojos se transformaron en una estepa verde e infinita que dentro de poco, dentro de muy poco, me tragará.

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