Chen no logró ponerse en contacto con el Viejo Cazador. Había olvidado preguntarle al anciano desde dónde le llamaba. Había estado demasiado preocupado contándole la historia del doctor Zhivago en China a un atento público norteamericano formado por una sola persona. Así que decidió ir a pie a casa. Quizá antes de llegar allí su teléfono volvería a sonar.
Sonó en la esquina de la calle Sichuan, pero era el inspector Yu.
– Estamos en el buen camino, jefe.
– ¿Qué?
Yu le contó el incidente de la intoxicación alimentaria en el hotel y concluyó:
– La banda tiene conexiones con la policía de Fujian.
– Puede que tenga razón -dijo Chen, sin añadir su opinión: «No sólo con la policía de Fujian»-. Esta investigación es una operación conjunta, pero no tenemos que informar a la policía local en todo fomento. No se preocupe por su reacción. Me responsabilizaré de ello.
– Entiendo, inspector jefe Chen.
– A partir de ahora, llámeme a casa o con mi móvil. Envíe los fax a casa. En caso de emergencia, póngase en contacto con Pequeño Zhou. Toda precaución es poca.
– Cuídese usted también.
El incidente de la intoxicación alimentaria le hizo pensar en la inspectora Rohn. Primero la moto y después el accidente en la escalera.
Quizás les hubieran seguido. Mientras estaban hablando con Zhu arriba podían haber hecho algo en los escalones. En circunstancias normales, el inspector jefe Chen habría considerado semejante idea una historia fantástica del Liaozhai, pero se estaban enfrentando con una tríada.
Cualquier cosa era posible.
La tríada podía estar actuando en dos frentes, en Shanghai y en Fujian. Tenían más recursos de los que había previsto. Y también eran más calculadores. Los intentos de ataque, si eso es lo que eran, se habían hecho de forma que parecieran accidentes y estaban orquestados de modo que no había manera de seguir la pista a los perpetradores.
Pensó avisar a la inspectora Rohn, pero se contuvo. ¿Qué le diría? La omnipresencia de gánsteres no contribuiría a que se formara una imagen positiva de la China contemporánea. Cualesquiera que fueran las circunstancias, tenía que tener presente que estaba trabajando en interés nacional. No era deseable que ella adquiriera una opinión negativa de la policía china o de China.
Consultó su reloj y decidió telefonear al Secretario del Partido Li a su casa. Li le invitó a ir a hablar con él.
La residencia de Li estaba situada en la calle Wuxing, en un complejo residencial para cuadros de alto rango construido tras unos muros. Había un soldado armado apostado en la entrada que saludó con rigidez a Chen.
El Secretario del Partido Li le aguardaba en el espacioso salón de un apartamento de tres dormitorios. La habitación estaba amueblada con modestia, pero era más grande que todo el hogar de Lihua. Chen se sentó en una silla junto a un jarrón de exquisitas orquídeas mecidas levemente por la brisa que entraba por la ventana, prestando distinción a la estancia.
En la pared había un largo rollo de seda, que mostraba dos versos en caligrafía kai\ «Un viejo caballo que descansa en el establo aún aspira / a galopar miles y miles de kilómetros». Era un verso de «Contemplando el mar» de Chao Cao, una sutil referencia a la situación del propio Li. Antes de mediados de los ochenta, los cuadros de alto rango chinos jamás se jubilaban, aguantaban en sus puestos hasta el final, pero con los cambios que se habían producido también ellos tenían que apearse a la edad de la jubilación. Al cabo de un par de años Li tendría que dejar su cargo. Chen reconoció el sello rojo de un célebre calígrafo bajo los versos.
– Lamento venir a su casa tan tarde, Secretario del Partido Li -dijo Chen.
– No pasa nada. Esta noche estoy solo. Mi esposa está en casa de nuestro hijo.
– ¿Su hijo se ha mudado?
Li tenía una hija y un hijo, ambos veinteañeros. A principios del año anterior, la hija había conseguido un apartamento gracias al rango de Li. Un cuadro de alto rango tenía derecho a una vivienda adicional porque necesitaba más espacio en el que trabajar en interés del país socialista. La gente se quejaba a sus espaldas, pero nadie se atrevía a plantear el tema en la reunión del comité de la vivienda. Era sorprendente que al hijo de Li, recién graduado de la universidad, también le hubieran asignado un apartamento.
– Se mudó el mes pasado. Esta noche mi esposa está con él, decorándole su nuevo hogar.
– ¡Enhorabuena, Secretario del Partido Li! Eso hay que celebrarlo.
– Bueno, su tío dio una entrada para un pequeño apartamento y le dejó mudarse -dijo Li-. Las reformas económicas han traído muchos cambios a nuestra ciudad.
– Entiendo -dijo Chen. O sea que era consecuencia de la rama de la vivienda. El gobierno había empezado a animar a la gente a comprar casa propia para complementar las asignaciones de sus unidades de trabajo, pero pocos podían permitirse pagar lo que valían, salvo los nuevos ricos-. A su tío deben de irle bien los negocios.
– Tiene un pequeño bar.
Chen se acordó de la historia que le había contado el Viejo Cazador sobre el cuñado intocable de Li. Aquellos nuevos ricos tenían éxito no por su perspicacia comercial, sino por sus guanxi.
– ¿Té o café? -preguntó Li con una sonrisa.
– Café.
– Bien, sólo tengo instantáneo.
Chen pasó entonces a informar a Li del incidente de la intoxicación alimentaria en Fujian.
Li comentó:
– No sea demasiado receloso. Algunos de nuestros colegas de Fujian puede que no estén demasiado contentos con la presencia del inspector Yu. Es su terreno, eso lo entiendo. Pero acusarles de estar relacionados con una banda es ir demasiado lejos. No tiene ninguna prueba, inspector jefe Chen.
– No digo que todos ellos estén vinculados con la tríada, pero uno solo que esté dentro puede hacer mucho daño.
– Tómese un descanso, camarada. Tanto Yu como usted están crispados. No hay necesidad de imaginarse que está luchando en las Montañas Bagong y que todo árbol y arbusto es un soldado enemigo.
Li se refería a una batalla que tuvo lugar durante la dinastía Jin, en la que la imaginación de un general presa del pánico lo convirtió todo en el enemigo que le perseguía por las montañas. Pero Chen sospechaba que era Li quien había perdido de vista al enemigo. No había tiempo para tomarse un descanso. Como percibió un leve cambio en la actitud de Li hacia la investigación, se preguntó si había hecho algo más de lo que su jefe del Partido esperaba.
Desvió el tema hacia la cooperación de Rohn, una de las cosas que más le interesaban a Li.
– Los norteamericanos están siguiendo la investigación porque les interesa -comentó Li-. Es natural que ella coopere. Mientras sepan que estamos haciendo todo lo que podemos, no hay que preocuparse. Es lo único que tenemos que hacer.
– Sí, es lo único que tenemos que hacer -repitió Chen.
– Intentaremos encontrar a Wen, sin duda, pero puede que no sea fácil hacerlo en el plazo de tiempo previsto… el plazo que ellos han puesto. No tenemos que desvivirnos por ellos.
– No he trabajado nunca en un caso internacional tan conflictivo. Le ruego que me dé instrucciones más específicas, Secretario del Partido Li.
– Ha estado haciendo un gran trabajo. Los norteamericanos seguro que ven que hacemos todo lo que podemos. Eso es muy importante.
– Gracias -dijo Chen, quien conocía el método de Li: decir algo positivo para suavizar lo que seguiría.
– Como veterano, sólo me gustaría hacer algunas sugerencias. Su visita al Viejo Ma, por ejemplo, puede que no haya sido muy acertada. Ma es un buen médico. No lo pongo en duda. Aún recuerdo los esfuerzos que hizo usted para ayudarle.
– ¿Por qué no, Secretario del Partido Li?
– Los Ma tienen sus razones para quejarse de nuestro sistema – dijo Li con ceño-. ¿Le ha contado a la inspectora Rohn la historia del doctor Zhivago en China?
– Sí, ella me lo pidió.
– Verá, la Revolución Cultural fue un desastre nacional. Mucha gente sufrió. Semejante historia no es nada nuevo aquí, pero a un norteamericano puede resultarle algo sensacional.
– Pero sucedió antes de la Revolución Cultural.
– Bueno, es como en una investigación -dijo Li-. Ahora usted no está haciendo nada, pero lo que ya ha hecho está ahí.
Chen estaba atónito por la reprobación de Li, que no carecía del todo de importancia.
– Asimismo, me preocupa el accidente en casa de Zhu. Esas casas viejas con escaleras oscuras y podridas. Por fortuna no ha ocurrido nada grave, de lo contrario la norteamericana podría sospechar realmente.
– Bueno… -«Yo realmente sospecho», pensó Chen, aunque no lo dijo.
– Por eso quiero hacer hincapié en que debe usted proporcionar una estancia segura y satisfactoria a la inspectora Rohn. Piense en otra cosa que pueda hacer. Usted ha acompañado a occidentales. Un extranjero no puede perderse un crucero por el río. Ni una visita a la Ciudad Antigua -sugirió Li-. Voy a invitarla a la Ópera de Beijing. Se lo comunicaré en cuanto haya hecho las gestiones necesarias.
O sea que realmente el Secretario del Partido Li quería que dejara la investigación, aunque no lo había dicho de forma tan explícita.
¿Por qué? Chen estaba perplejo. Había muchos aspectos posibles sobre los que reflexionar. Como había sospechado, le habían asignado aquella misión más para aparentar que llevaba a cabo una investigación que para obtener algún resultado. Si quería hacer un trabajo de verdad, tendría que hacerlo sin que el departamento lo supiera.
Trató de despejar la mente mientras iba a casa, pero aún estaba exasperado cuando apareció a la vista el edificio de su apartamento.
Al encender la luz de su casa comparó su habitación asombrosamente fea con la de Li. Ninguna exquisita orquídea hacía gala del elegante gusto del propietario. Ningún rollo de seda mostraba la caligrafía de célebres intelectuales. "Una habitación es como una mujer, incapaz de soportar cualquier comparación", pensó.
Sacó la cinta de casete de la entrevista de Yu en la aldea. Se la había enviado a casa por correo exprés. La información proporcionada por los vecinos de Wen en realidad no era nueva. La apatía que compartían también era comprensible, considerando lo que Feng había hecho durante la Revolución Cultural. Hasta cierto punto, el inspector jefe pensó que podía comprender el aislamiento que Wen se había impuesto a sí misma. Durante los primeros años que estuvo en el departamento de policía, también él se había alejado de sus antiguos amigos que habían empezado a dar clases en universidades o a hacer de intérpretes en el Ministerio de Asuntos Exteriores. La carrera de policía no era lo que esperaba, ni sus amigos. Irónicamente, esa era una de las razones por las que en aquella época se había lanzado a traducir y escribir.
Wen debió ser una mujer orgullosa.
La cinta giraba lentamente y llegó a la entrevista con Miao, la propietaria del único teléfono particular de la aldea, y contaba que la gente de la aldea le pagaba por las llamadas que hacían al extranjero. Cuando alguien llamaba a su casa desde el extranjero, también utilizaba su teléfono. Miao explicaba: «Cuando alguien llama desde el extranjero, es posible que tengan que esperar mucho rato hasta que su familia llegue al teléfono. Como las llamadas internacionales pueden ser muy caras, algunos se ponen de acuerdo para llamar a una hora determinada. En el caso de Feng siempre era el martes a última hora de la tarde, hacia las ocho. Pero durante las dos o tres primeras semanas, llamaba con más frecuencia. Una vez Wen no estaba en casa, y en otra ocasión no quiso venir a coger el teléfono. No se llevaban muy bien, ¿sabe? Con un marido como ése no se lo reprocho. Una flor fresca clavada en un montón de excrementos de buey. Me sorprende que llame cada semana. No creo que haya hecho mucho dinero. Sólo hace unos meses que está allí…
Chen paró la grabación, rebobinó la cinta, la escuchó de nuevo, la paró, tomó una nota y volvió a ponerla en marcha.
«Bueno, antes de las ocho, el martes, Wen venía a esperar junto al teléfono. La última llamada fue una excepción. Fue un viernes. Lo recuerdo. Feng dijo que era urgente. Así que tuve que ir a toda prisa a avisarla. No sé nada del contenido de su conversación. Me pareció que después estaba alterada. Es lo único que puedo contarle, inspector Yu.»
Cuando la cinta terminó, el inspector jefe Chen encendió un cigarrillo, tratando de pensar un poco.
Cuando se buscaba a una persona desparecida, normalmente durante los dos primeros días había varias direcciones para seguir, pero una vez recorridas sin haber descubierto ninguna pista, la búsqueda llegaba a un callejón sin salida. Aun así, valía la pena analizar algunos detalles. Para empezar, ¿por qué Wen se habría negado a atender una costosa llamada internacional? Aunque su relación con Feng fuera horrible, ¿no tendría ganas de reunirse con su esposo en Estados Unidos?
Se quitó los zapatos, se tumbó en el sofá y cogió un ejemplar del Wenhui Daily. Había una columna que hablaba de los médicos y enfermeras que aceptaban «sobres rojos» o pequeños sobornos de los pacientes. Tal vez esa fuera otra razón por la que al señor Ma le iba tan bien su negocio. Las visitas a los hospitales estatales las cubría el seguro, pero la cantidad que hubiera en los «sobres rojos» podía ser asombrosa. Algunos lo llamaban una forma de corrupción; otros lo atribuían a la irracional distribución de la riqueza en la sociedad. Dejó el periódico a un lado, con intención de cerrar los ojos unos minutos. Sin querer se quedó adormilado.
La insistente llamada del teléfono se entrometió en su sueño. Era el Viejo Cazador.
– Lamento llamarle tan tarde -dijo el Viejo Cazador.
– No, esperaba su llamada -dijo-. Estaba en el hotel con la inspectora Rohn. Así que le ruego que me informe con detalle.
– En primer lugar, sobre el pijama de la víctima. Una parte ya se la he dicho. No hay ninguna etiqueta en el pijama, pero sí un elegante diseño tejido en la tela, en forma de V unida a un círculo elíptico. Hablé con Tang Kaiyuan, un diseñador de moda. Según Tang, el diseño es de Valentino, una marca internacional. Muy cara. En Shanghai no se encuentra en ninguna tienda, de modo que la víctima tenía que ser un hombre rico, posiblemente de otra provincia. Quizá de Hong Kong.
– Puede ser una falsificación -observó Chen.
– También lo pensé. Tang dijo que no es probable. Nunca ha visto pijamas de Valentino falsos por aquí. Las falsificaciones llegan en grandes cantidades. Nadie intentará hacer sólo una o dos piezas.
Hace un mes hubo una redada en un almacén y se encontraron más de trescientas mil camisetas baratas con el logotipo de Polo. Si hubieran salido al mercado, las auténticas camisetas Polo, que son muy caras, no se habrían vendido.
– Tang tiene razón.
– También he hablado con el doctor Xia. Por eso no he tenido tiempo de llamarle. El buen doctor está dispuesto a desviarse de su camino por usted. ¿Recuerda la droga no identificada que encontró en el cuerpo del cadáver asesinado con hacha? Cuando hablamos del hecho de que la víctima había tenido relaciones sexuales poco antes de que le mataran, al doctor se le ocurrió la idea de que la misteriosa droga podía ser alguna clase de afrodisíaco, y sacó un grueso volumen de consulta. Como era de esperar, encontró una droga con una estructura molecular similar. En la época en que se publicó el libro esa droga sólo era asequible en el Sudeste Asiático. Puede ser muy cara.
– La víctima podría pagarse lujos costosos, como esa marca de pijamas y esa droga, pero no me parece uno de esos nuevos capitalistas.
– Estoy de acuerdo -dijo el Viejo Cazador-. Mañana investigaré más.
– Gracias, tío Yu. Ni una sola palabra sobre su descubrimiento a los del departamento.
– Entiendo, inspector jefe Chen.
Eran casi las doce cuando Chen colgó el teléfono. En conjunto, el día no había terminado demasiado mal, aunque la llamada telefónica había interrumpido su sueño.
Sólo quedaba en su mente una escena fragmentada de ese sueño. Iba caminando hacia un antiguo puente sobre un foso de la dinastía Qing, solo, pisando una alfombra de hojas doradas, en algún lugar de la Ciudad Prohibida. Acudió a su mente un poema de Zhang Bi, poeta de la dinastía Tang.
El ensueño regresa lentamente al viejo lugar:
El mirador circular, la balaustrada que lo rodea.
No hay nada como la luna, reluciendo aún en los pétalos
Caídos en el patio de verano, para el solitario visitante.
El inspector jefe Chen se preparó otra taza de café, tratando de quitarse el sueño del paladar y de la mente. No era una noche para recordar poemas. Tenía que pensar.