El inspector Yu se despertó al oír un ruido ronco e interminable.
Cuando salió del sueño, parpadeando a la media luz de la habitación, el ruido se repitió varias veces a lo lejos. Desorientado aún, tenía la sensación de que el extraño sonido procedía de otro mundo. ¿Era el grito de una lechuza blanca? Probablemente no era inusual en aquella zona. Buscó su reloj. Las seis menos veinte. La luz grisácea del día empezaba a filtrarse por las persianas de plástico.
Se decía que el ulular de la lechuza era un mal presagio, en especial cuando era lo primero que se oía por la mañana.
En Yunan, él y Peiqin a veces se habían despertado entre los gorjeos de pájaros sin nombre. Diferentes días. Diferentes pájaros también. Tras una noche de viento y lluvia, la pendiente que quedaba detrás de su ventana quedaba cubierta de pétalos caídos. Volvía a echar de menos a Peiqin.
Frotándose los ojos hizo un esfuerzo para quitarse de encima la sensación que le había provocado el grito de la lechuza. No había motivos para sospechar que iba a ser un mal día.
El inspector jefe Chen había hablado con él de la probabilidad de que los Hachas Voladoras tomaran medidas desesperadas. Era alarmante, pero comprensible. Si se tenían en cuenta los grandes beneficios que obtenían con el tráfico humano, la banda lo intentaría todo para apoderarse de Wen, ellos mismos o a través de conexiones, para impedir que su esposo declarara.
Empezó a sonar su teléfono. El número que apareció en la pantalla era local. La llamada era del director Pan; era la primera vez que hablaban desde el incidente de la intoxicación alimentaria.
– ¿Va todo bien, Pan?
– Estoy bien. Anoche estuve con un cliente en una casa de baños de la aldea Tingjian, y vi a Zheng Ximming jugando al majong con varios inútiles.
– ¿Quién es Zheng Ximming?
– Un Hacha Voladora. Hizo algún negocio con el marido de Wen hace dos o tres años.
– Vaya noticia. Debería haberme llamado anoche.
– No soy policía. En aquel momento no asocié a Zheng con su investigación -dijo Pan-. Pero puede que no sea demasiado tarde. Una partida de majong puede durar toda la noche. Si va ahora mismo, apuesto a que aún le encontrará allí. Tiene una moto de color rojo. Una Honda.
– Voy hacia allá -dijo-. ¿Alguna cosa más sobre Zheng?
– El año pasado Zheng estuvo en la cárcel por jugar. Sólo está en libertad condicional para seguir un tratamiento médico. No debería jugar a majong -tras una breve pausa, Pan añadió-: Ah, también he oído historias sobre Zheng y la Feliz Viuda Shou, la propietaria de la casa de baños. A ella le gusta entrelazar las piernas con las de Zheng.
– Entiendo -por eso le había llamado Pan tan temprano. Era un perro astuto. Después de una noche de majong, una visita a las seis y media estaba bien calculada para pillarle desprevenido.
– Ah, usted no sabe nada de mí, inspector Yu.
– Claro que no. Gracias.
– Gracias a usted. Si usted no me hubiera salvado, habría muerto envenenado en su hotel.
El inspector Yu ya había superado la fase de sentirse decepcionado con la policía local por ocultarle información. Una persona como Zheng no se les debería haber pasado por alto. Decidió ir a la aldea Tingjiang sin notificárselo al sargento Zhao. Tras pensárselo bien, Yu también se llevó la pistola.
La aldea estaba a menos de quince minutos a pie. Era difícil creer que allí hubiera una casa de baños públicos. En verdad, la rueda del cambio giraba sin parar en el mundo del polvo rojo -el de la gente corriente- tanto hacia delante como hacia atrás. La renovada prosperidad del negocio de la casa de baños en los años noventa le debía menos a la nostalgia de los ancianos que a su nuevo servicio. Para los nuevos ricos era un lugar donde podían comprar la satisfacción de ser atendidos de la cabeza a los pies, y en ocasiones también en otras partes. El inspector Yu había recibido informes de esos servicios indecentes. Debía de haber algunos clientes ricos en aquella zona, ya que el dinero que entraba procedía del extranjero.
Cuando llegó a la aldea, lo primero que vio fue una motocicleta de color rojo vivo junto a una casa pintada de blanco que exhibía la imagen de una enorme bañera. Al parecer aquella casa de baños antes era una residencia. A través de la puerta entreabierta vio un pequeño patio de piedras repleto de carbón, leña y pilas de toallas de baño. Entró. Una enorme bañera de baldosas blancas ocupaba el espacio de la sala de estar y comedor originales. Había otra habitación con una cortina con abalorios de bambú que servía de puerta y un cartel que decía: habitación de la larga felicidad. Era la habitación privada para los clientes ricos.
Apartó la cortina y vio una mesa plegable con varias sillas. La mesa estaba llena de piezas de un juego de majong, tazas de té y ceniceros. A juzgar por los restos de humo que quedaban en el ambiente, la partida no podía haber terminado mucho antes. Entonces oyó la voz de un hombre procedente de una habitación del piso de arriba.
– ¿Quién anda ahí?
Yu sacó el arma, corrió escaleras arriba y abrió la puerta de una patada. Vio lo que Pan le había dado a entender: un hombre desnudo con una mujer desnuda en una cama con las sábanas hechas un ovillo. Su ropa estaba en el suelo. La mujer intentó cubrirse con la sábana, y el hombre alargó el brazo para coger algo de la mesilla de noche.
– No se mueva. Dispararé.
Al ver el arma el hombre retiró la mano. La mujer intentaba frenéticamente cubrirse la entrepierna, olvidándose de sus pechos fláccidos con pezones oscuros y duros y las otras partes de su cuerpo angular. Un lunar en el tórax producía el extraño efecto de que tenía tres pezones.
– Tápese -Yu arrojó una camisa a la mujer.
– ¿Quién es usted? -el hombre, un musculoso matón con una larga cicatriz sobre la ceja izquierda, se puso los pantalones-. Las hachas caen volando del cielo, yo estoy a tres pisos de altura.
– Usted debe de ser Zheng Shiming. Soy policía. Deje de hablar la jerga de su banda.
– ¿Es policía? No le había visto nunca.
– Mire de cerca -Yu sacó su placa-. Zhao Youli es mi ayudante local. Estoy aquí para un caso especial.
– ¿Qué quiere de mí?
– Hablar… en otra habitación.
– De acuerdo -dijo Zheng tras recuperar la compostura y echar una mirada a la mujer cuando estaba listo para salir de la habitación-. No te preocupes, Shou.
En cuanto salieron de la habitación privada, Zheng dijo:
– No quiero saber de qué quiere hablar conmigo, agente Yu. No he hecho nada malo.
– ¿De veras? Anoche estuvo jugando, y le metieron en la cárcel por la misma razón.
– ¿Jugar? No. Lo hacíamos para divertirnos, sin apostar.
– Puede explicarlo a la policía local. Además, soy testigo de su fornicación.
– Vamos, Shou y yo salimos desde hace varios años. Tengo intención de casarme con ella -dijo Zheng-. ¿Qué quiere en realidad?
– Quiero que me diga lo que sepa sobre Feng Dexiang y los Hachas Voladoras.
– Feng está en Estados Unidos. Es lo único que sé. En cuanto a los Hachas Voladoras, acabo de salir de la cárcel. No tengo nada que ver con ellos.
– Hace un par de años hizo negocios con Feng. Empiece por contarme eso. Dígame cómo le conoció; cuándo y dónde.
– Fue hace unos dos años. Nos conocimos en un pequeño hotel de la ciudad de Fuzhou. Estábamos haciendo un trato para unos cigarrillos norteamericanos enviados desde Taiwan.
– ¿Contrabando desde Taiwan? O sea que fue su cómplice en un negocio ilegal.
– Sólo por unas semanas. Después, nunca volví a trabajar con él.
– ¿Qué clase de hombre es Feng?
– Una rata apestosa. Podrido de la cabeza a los pies. Traicionaría a cualquiera por una miga de pan.
– ¿Una rata apestosa? -era la descripción utilizada por otros varios aldeanos, recordó Yu-. ¿Conoció a su esposa mientras eran socios?
– No, pero Feng me enseñó su fotografía varias veces. Tenía quince años menos. Era una mujer realmente espléndida.
– O sea que llevaba la fotografía de Wen consigo. Debía de quererla mucho.
– No, no lo creo. Quería alardear de la belleza a la que había desflorado. Hablaba de ella de una forma muy sucia. Describía en detalle cómo forcejeaba, gritando, sangrando como una cerda cuando la forzó la primera vez…
– ¡Qué hijo de puta, jactarse de una cosa así! -Yu interrumpió a Zheng.
– También se acostaba con otra media docena de chicas. Por casualidad yo conocía a una de ellas: Tong Jiaqing. ¡Era una ninfómana! Una vez varios chicos tuvieron relaciones con ella todos juntos, Feng, el Ciego Ma y el Bajito Yin…
– ¿Le habló de sus planes de ir a Estados Unidos?
– Eso era de dominio público aquí. La mayoría de hombres de esta aldea se han ido. Como todos los demás, Feng hablaba de hacerse millonario en Estados Unidos. De todos modos, aquí está políticamente acabado.
– Los dos son Hachas Voladoras -dijo Yu-. Debió de hablarle de sus planes de viaje.
– No tengo nada que ver con esas cosas. Feng se jactó delante de mí de su relación íntima con alguno de los peces gordos, es todo lo que sé.
– ¿Incluido Jia Xinzhi?
– Jia no pertenece a nuestra organización. Es más como un socio de negocios, responsable del barco. No recuerdo que Feng mencionara a Jia. Le digo la verdad, agente Yu.
Lo que Zheng había dicho hasta el momento podía ser cierto, consideró Yu; no había revelado nada crucial para la organización. En cuanto a una escoria conocida como Feng, conocer algunas cosas malas de su vida personal no cambiaría nada.
– Sé que acabas de salir, Zheng, pero puedo hacer que vuelvas a entrar si te niegas a cooperar. Necesito más de lo que me has dicho.
– De todos modos soy hombre muerto. No importa que me arrojes al agua hirviendo -dijo Zheng con expresión pétrea-. Vuelve a meterme en la cárcel si puedes.
El inspector Yu había oído hablar de la banda yiqi. Aun así, pocos preferirían ser un cerdo hervido que una rata traidora. Quizá Zheng pensaba que Yu sólo se estaba echando un farol. Una placa de Shanghai podía significar poco para un gánster local, pero Yu no tenía prisa por llamar al sargento Zhao.
El punto muerto al que habían llegado se rompió cuando entró Shou, resonando sus zapatos de madera al pisar el duro suelo también de madera. Iba vestida con un pijama a rayas azules y llevaba una tetera y dos tazas en una bandeja lacada en negro.
– Camarada agente, tómese un poco de té Olong, por favor.
Resultó inesperado que Shou decidiera entrar en la habitación. Otra mujer habría permanecido en el piso de arriba llorando, demasiado avergonzada para reaparecer ante el policía que acababa de verla desnuda. Ahora, con su cuerpo tapado por el pijama, tenía un aspecto presentable, decente; no parecía la mujer lasciva que Pan había sugerido. Tenía unas facciones finas, aunque las preocupaciones habían grabado arrugas alrededor de sus ojos. Tal vez había estado escuchando detrás de la puerta.
– Gracias -Yu cogió una taza y prosiguió-. Déjame que te lo diga de otra manera, Zheng. ¿Has oído algo sobre qué puede hacer la banda a Feng o a su esposa?
– No, no he oído nada. Desde que salí, he vivido con el rabo entre las piernas.
– ¿Con el rabo entre las piernas? Lo que hacías anoche con tu rabo tieso era suficiente para volver a meterte en la cárcel durante años. Jugar al majong es una grave violación de la libertad condicional. Utiliza ese cerebro de cerdo muerto que tienes, Zheng.
– Zheng no ha hecho nada malo -intervino Shou-. Yo quise que pasara la noche aquí.
– Déjanos solos, Shou -dijo Zheng-. No tiene nada que ver contigo. Vuelve a tu habitación.
Cuando Shou salió de la habitación, mirándoles por encima del hombro, Yu dijo con calma:
– Una mujer agradable. ¿Quieres causarle problemas por tu culpa?
– Esto no tiene nada que ver con ella.
– Me temo que sí. No sólo te meteré a ti de nuevo en la cárcel, sino que también haré que cierren la casa de baños basándome en que se trata de una casa de juego y prostitución. También a ella la meterán entre rejas, pero no en la misma celda que tú, me aseguraré de eso. La policía local hará lo que yo les diga.
– Está echándose un farol, agente Yu -Zheng le miró fijamente con aire desafiante-. Conozco al sargento Zhao.
– ¿No me crees? El superintendente Hong está a cargo de la provincia. Debes de conocerle también -dijo Yu, sacando su teléfono-. Voy a llamarle ahora mismo.
Marcó el número, enseñó a Zheng la pantalla y apretó el botón del altavoz del teléfono para que los dos pudieran oír la conversación.
– Camarada superintendente Hong, soy el inspector Yu Guangming.
– ¿Cómo va todo, inspector Yu?
– No hemos adelantado nada, y el inspector jefe Chen llama cada día. Recuerde que este caso es de gran interés para el ministerio de Beijing.
– Sí, lo comprendemos. También es de alta prioridad para nosotros.
– Tenemos que ejercer más presión sobre los Hachas Voladoras.
– Estoy de acuerdo, pero como le dije, los jefes no están ahí.
– Cualquier miembro servirá. Lo he hablado con el inspector jefe Chen. Enciérreles, así como a los que están conectados con ellos. Si presionamos lo bastante se derrumbarán.
– Trazaré un plan con Zhao y volveré a llamarle.
– Ahora podemos hablar -el inspector Yu miró a Zheng a los ojos-. Que te quede claro. En estos momentos, la policía local no sabe que estoy aquí. ¿Por qué? Mi investigación es sumamente confidencial. De modo que si cooperas, nadie hablará… ni tú, ni Shou ni yo. Lo que hiciste anoche a mí no me interesa.
– En realidad no fue nada… lo de anoche -dijo Zheng con voz repentinamente ronca-. Pero ahora recuerdo una cosa. Uno de los jugadores, un tipo llamado Ding, me preguntó por Feng.
– ¿Ding es un Hacha Voladora?
– Creo que sí. Nunca le había visto.
– ¿Qué dijo?
– Me preguntó si sabía algo de Feng. No lo sabía. En realidad, me enteré del trato de Feng con los norteamericanos por Ding. Y también de la desaparición de Wen. La organización está muy alterada.
– ¿Te dijo por qué?
– No con detalle, pero puedo adivinarlo. Si Jia es condenado, resultará una pérdida enorme para nuestra operación de tráfico ilegal.
– Hay suficientes redes de tráfico ilegal de Taiwan para hacerse cargo del vacío.
– Está en juego la reputación de la organización. «Un grano de excremento de rata puede estropear todo un bote de harina blanca.» -Tras una pausa Zheng añadió-: Quizá haya más cosas. El papel de Feng en la operación es otro factor.
– Bueno, eso es algo. ¿Qué sabes de su papel?
– Una vez concertada la hora de la partida de un barco, los jefes de la banda como Jia quieren inscribir a tantos pasajeros como sea posible. Pierden beneficios si el barco no está completo, y es responsabilidad nuestra correr la voz. Feng se ocupaba de reclutar gente. Desarrolló una red y ayudaba a los de la aldea. Podían consultarle para saber, por ejemplo, qué jefes de banda eran de fiar, si el precio era negociable, qué capitanes tenían experiencia. Así que Feng tiene en la cabeza una lista de la gente implicada; tanto de los que suministraban como de los que pedían. Si lo revela, todo el negocio sufrirá un golpe terrible.
– Puede que ya lo haya revelado -Yu no lo había oído decir. Quizá los norteamericanos se habían centrado sólo en Feng como testigo contra Jia-. ¿Ding te contó los planes que tenía la banda para su esposa?
– Maldijo como un loco. Dijo algo como: «Esa zorra ha cambiado de opinión. ¡Así que no escapará tan fácilmente!».
– ¿Qué significa eso de que cambió de opinión?
– Ella esperaba su pasaporte, pero escapó en el último momento. Creo que se refería a eso.
– Entonces, ¿qué van a hacer?
– Feng está preocupado por el bebé que ella lleva en su vientre. Si se apoderan de ella, Feng no abrirá la boca. Por eso la persiguen.
– Han transcurrido casi diez días; ya deben de estar realmente preocupados.
– Seguro que sí. Han enviado hachas de oro.
– ¿Hachas de oro?
– El fundador de los Hachas Voladoras tenía cinco pequeñas hachas con la inscripción: «Cuando ves el hacha de oro, me ves a mí». Si otra organización cumple una petición realizada a través de un hacha dorada, tienen derecho a recibir cualquier favor a cambio.
– ¿O sea que hay otras bandas implicadas en la búsqueda de Wen, fuera de Fujian?
– Ding mencionó a algunas personas de Shanghai. Harán todo lo que puedan para atrapar a Wen antes que la poli.
El inspector Yu se alarmó, tanto por el inspector jefe Chen y su compañera norteamericana como por Wen.
– ¿Qué más te dijo?
– Creo que eso es todo. Le he contado todo lo que sé. Cada palabra es absolutamente cierta, agente Yu.
– Bueno, lo averiguaremos -dijo Yu, convencido de que Zheng había revelado todo lo que sabía-. Otra cosa. Dame la dirección de esta prostituta, Tong.
Zheng anotó unas palabras en un pedazo de papel.
– ¿Nadie sabe que ha venido aquí?
– Nadie. No te preocupes por eso -Yu se levantó de la mesa de majong, añadiendo su número de móvil a la tarjeta-. Si te enteras de algo más, llámame.
Salió de la casa de baños como un cliente satisfecho, acompañado por sus anfitriones hasta la puerta.
Cuando se volvió para mirar atrás al final de la aldea, vio a Zheng que aún estaba de pie con Shou en el umbral, abrazándola por la cintura, como una pareja de cangrejos atados con una paja en el mercado. Tal vez se tenían afecto.