De pie junto a un Mercedes, Chen vio a Catherine Rohn salir por la puerta giratoria del hotel con un vestido blanco, como un manzano florido bajo el sol de abril de Shanghai. Parecía refrescada y ella le sonrió al verle.
– Éste es el camarada Zhou Jing, nuestro chófer del departamento -Chen la presentó-. Irá con nosotros todo el día.
– Encantado de conocerle, camarada Zhou -dijo ella en chino.
– Bienvenida, inspectora Rohn -dijo Zhou, mirando por encima del hombro con una amplia sonrisa-. La gente me llama Pequeño Zhou.
– A mí me llaman Catherine.
– Pequeño Zhou es el mejor conductor de nuestro departamento -Chen se sentó al lado de ella.
– Este es el mejor coche -dijo Zhou-. Y hacemos todo lo que podemos, inspectora Rohn, o el inspector jefe Chen no estaría hoy con usted.
– ¿En serio?
– El es nuestro inspector número uno, la figura en alza del departamento.
– Lo sé -dijo ella.
– No exagere tanto, Pequeño Zhou -dijo Chen-. Mantenga la vista en la carretera.
– No se preocupe. Conozco la zona. Por eso he cogido un atajo.
Chen se puso a hablar inglés con la inspectora Rohn.
– ¿Alguna información nueva?
– Ed Spencer, mi jefe, investigó la tienda de comestibles donde Feng hizo su compra. Feng no conduce. Tampoco tiene amigos en D. C. Lo único que hace es ir a un par de tiendas chinas a las que se puede ir a pie. Es una tienda vieja, sin que se tenga constancia de ninguna relación con las sociedades secretas. La factura indicaba que Feng había visitado la tienda el día en que telefoneó para comunicar lo del aviso. Compró fideos y alquiló varios vídeos chinos. En el camino de vuelta a casa también entró en una tienda de regalos y hierbas, y en una barbería china. Así que el aviso también se lo pudieron meter en la bolsa de comestibles en alguno de esos lugares.
– He hablado de eso con el Secretario del Partido Li. Creemos que es importante averiguar cómo descubrieron su paradero los gánsteres.
– Ni idea. Nuestro grupo especial lo formamos solamente Ed y yo; nuestro traductor, Shao, es un antiguo empleado de la CIA – dijo-. No creo que se haya producido una filtración por nuestra parte.
– La decisión de dejar ir a Wen a Estados Unidos se efectuó a un nivel muy alto de nuestro gobierno. Ni el Secretario del partido Li ni yo supimos nada de Feng o Wen hasta el día en que usted llegó -replicó Chen.
– Fue un golpe a la confianza de Feng en nuestro programa. Llamo a su esposa sin decírnoslo antes. Ed está a punto de trasladarlo.
– Me gustaría sugerir algo, inspectora Rohn. Déjenle donde está. Pongan más hombres a su alrededor para protegerle. Es posible que la banda intente ponerse en contacto con él de nuevo.
– Puede ser peligroso para él.
– Si hubieran tenido intención de quitarle la vida, lo habrían hecho en lugar de advertirle antes. Creo que solo quieren impedir que hable en contra de Jia. No atentarán contra su vida a menos que no les quede alternativa.
– Tiene razón, inspector jefe Chen. Lo hablaré con mi jefe.
Gracias al atajo que había tomado Pequeño Zhou pronto llegaron a la calle Shandong, donde Wen Lihua, el hermano de Wen Liping, vivía con su familia. Era una callejuela con casas antiguas y destar taladas de principios de siglo a ambos lados. La calle del distrito de Huangpu había formado parte de la concesión francesa, pero en los últimos años, como estaba rodeada de edificios nuevos, se había convertido en una monstruosidad. La entrada a la calle estaba atestada de bicicletas mal aparcadas, coches y piezas de acero y hierro oxidadas almacenadas ilegalmente procedentes de una fábrica que había cerca. A Pequeño Zhou le costó maniobrar el coche hasta detenerlo frente a una casa de dos pisos. En la deslucida y resquebrajada puerta el número estaba tan descolorido que apenas se veía.
La escalera estaba oscura y sucia de polvo, y era empinada y estrecha, en penumbra incluso durante el día. Las tablas del suelo crujían bajo sus pies, lo que sugería que varios escalones se hallaban en mal estado. La mayor parte de la pintura de la barandilla hacía tiempo que había saltado. Catherine subía con cautela con sus zapatos de tacón, y estuvo a punto de tropezar.
– Lo siento -dijo Chen, agarrándola del codo.
– No, no es culpa suya, inspector jefe Chen.
Él observó que se secaba las manos en un pañuelo cuando llegaron al segundo piso. Allí vieron una habitación alargada abarrotada de las cosas más extrañas: sillas de mimbre rotas, cocinas de carbón desechadas, una mesa a la que le faltaba una pata y una antigua vitrina que podía haber servido de armario. Había una mesa de comedor con varios taburetes en un rincón.
– ¿Es una zona de almacenaje? -preguntó ella.
– No al principio era una sala de estar, pero ahora es una sala común, para tres o cuatro familias que viven en la misma planta; a cada una le corresponde una parte.
Había varias puertas en un lado de la sala común. Chen llamó a la primera, y respondió una anciana que salió arrastrando los pies vendados.
– ¿Están buscando a Lihua? Está en la habitación del final.
Abrió la habitación del final alguien que había oído el ruido de pasos. Un hombre de unos cuarenta y cinco años, alto, delgado, calvo, con gruesas cejas y bigote, que llevaba una camiseta blanca, pantalones cortos de color caqui, sandalias con suela de goma y un pequeño apósito en la frente. Era Wen Lihua.
Entraron en una habitación de quince o dieciséis metros cuadrados. Sus muebles indicaban pobreza. La anticuada cama tenía un cabezal de hierro pintado de azul que aún mostraba un cartel de plástico del presidente Mao saludando con la mano sobre la Puerta de Tiananmen; el dibujo original del cabezal ya no era reconocible. En el centro de la habitación había una mesa pintada de rojo en la que había un portalápices de plástico y un envase de palillos de bambú, lo que indicaba que la mesa tenía múltiples usos. Había un par de deshilachados sillones. Lo único relativamente nuevo era un marco plateado con la fotografía de un hombre, una mujer y un par de niños agrupados y sonrientes. La fotografía parecía haber sido tomada años antes, cuando Lihua aún tenía cabello y lo llevaba despeinado sobre la frente.
– ¿Sabe por qué estamos hoy aquí, camarada Wen Lihua? -Chen le tendió su tarjeta.
– Sí. Es por mi hermana, pero es todo lo que sé. Mi jefe me dijo que me tomara el día libre para ayudarles -Lihua les indicó que se sentaran en las sillas que rodeaban la mesa y trajo tazas de té-. ¿Qué ha hecho?
– Su hermana no ha hecho nada malo. Solicitó un pasaporte para ir a reunirse con su esposo en Estados Unidos -dijo Catherine en chino, mostrándole su tarjeta de identidad.
– ¿Feng está en Estados Unidos? -Lihua se rascó la calva y añadió-. Ah, habla usted chino.
– Mi chino no es muy bueno -dijo ella-. El inspector jefe Chen realizará la entrevista. No se preocupe por mí.
– La inspectora Rohn ha venido a ayudar -dijo Chen-. Su hermana ha desaparecido. Nos preguntamos si se ha puesto en contacto con usted.
– ¿Desaparecido? No, no se ha puesto en contacto conmigo. Ahora me entero de que Feng está allí y de que ella tiene intención de reunirse con él.
– Puede que no haya tenido noticias de ella recientemente -dijo Chen-, pero cualquier cosa que sepa sobre ella nos ayudará.
Catherine sacó una mini-grabadora.
– Lo crean o no, hace varios años que no hablo con ella -Lihua suspiró profundamente-. Y es mi única hermana.
Chen le ofreció un cigarrillo.
– Adelante, por favor.
– ¿Por dónde empiezo?
– Por donde quiera.
– Bien, nuestros padres sólo nos tuvieron a nosotros, a mí y a mi hermana. Mi madre murió joven. Padre nos crió en esta misma habitación. Soy corriente. No tengo nada que valga la pena contar; ni ahora, ni entonces, pero ella era muy diferente. Tan guapa, y también con talento. Todos sus maestros de la escuela elemental le auguraban un brillante futuro en la China socialista. Cantaba como una alondra, bailaba como una nube. La gente solía decir que probablemente nació bajo un melocotonero.
– ¿Bajo un melocotonero? -preguntó Catherine.
Chen explicó:
– Describimos a una chica bella como un capullo de melocotón. También existe una creencia supersticiosa de que si alguien nace bajo un melocotonero, de mayor será una belleza.
– Naciera o no bajo un melocotonero -prosiguió Lihua con otro suspiro ceñido por el humo del cigarrillo-, lo cierto es que nació en un mal año. Estalló la Revolución Cultural cuando tenía unos once años. Llegó a ser cuadro de la Guardia Roja y miembro destacado del conjunto de canto y baile del distrito. Las escuelas y compañías la invitaban a aparecer y cantar las canciones revolucionarias y bailar la danza del carácter de la lealtad.
– ¿La danza del carácter de la lealtad? -volvió a preguntar la inspectora Rohn-. Disculpe mi interrupción.
– Durante aquellos años en China no estaba permitido bailar -explicó Chen- salvo de una forma particular: bailar con el carácter chino que significa "Lealtad" recortado en papel o con un corazón de papel rojo con ese carácter, efectuando al mismo tiempo toda clase de gestos imaginables de lealtad hacia el presidente Mao.
– Luego vino el movimiento de los jóvenes educados que iban al campo -prosiguió Lihua-; igual que otros, ella respondió a la llamada de Mao de modo incondicional. Sólo tenía dieciséis años. Padre estaba preocupado. Ante su insistencia, en lugar de partir con sus compañeros de escuela se fue a una aldea de la provincia de Fujian, Changle Village, donde teníamos un pariente que esperábamos podría cuidar de ella. Las cosas al principio no parecían ir demasiado mal. Ella escribía regularmente y hablaba de la necesidad de reformarse a través del trabajo duro, plantando semillas en el arrozal, cortando leña en la colina, arando con un buey bajo la lluvia… En aquellos años muchos jóvenes creían en Mao como si fuera un dios.
– ¿Qué sucedió?
– De pronto dejó de escribir. A nosotros nos era imposible llamarla. Escribimos al pariente, y éste nos dijo vagamente que ella estaba bien. Tras un período de varios meses, recibimos una breve carta de ella, en la que decía que se había casado con Feng Dexiang y que esperaba un hijo. Padre fue allí. El viaje resultó largo y difícil. Cuando regresó, era un hombre cambiado, totalmente roto, con el pelo blanco; estaba destrozado. No me contó mucho. Había abrigado grandes esperanzas para ella.
»Después apenas tuvimos noticias -Lihua se frotó la frente con fuerza, como haciendo un esfuerzo por avivar su memoria-. Padre se lo reprochaba a sí mismo. Si ella se hubiera quedado con sus compañeros de escuela también al final habría regresado a casa. Esta idea le envió pronto a la tumba. Y fue la única ocasión en que ella volvió a Shanghai. Para asistir al funeral de padre.
– ¿Habló con usted cuando regresó?
– Sólo me dijo algunas palabras sin sentido. Estaba totalmente cambiada. Me pregunté si padre la habría podido reconocer con su capucha de toalla blanca y negra tejida en casa. ¿Cómo podía el Cielo haber sido tan injusto con ella? Lloró a lágrima viva, pero habló poco. No lo hizo conmigo. Ni siquiera con alguien como Zhu Xiaoying, su mejor amiga en el instituto. Zhu vino al funeral y nos regaló una colcha.
Chen vio que Catherine tomaba notas.
– Después escribió aún menos -prosiguió Lihua sin inflexión en la voz-. Nos enteramos de que había conseguido trabajo en una fábrica comunal, pero ese no era un empleo para toda la vida. Su hijo murió en un accidente. Fue otro golpe devastador. Recibimos su última carta hace unos dos años.
– ¿Hay alguien en Shanghai que aún esté en contacto con ella?
– No. No lo creo.
– ¿Cómo puede estar seguro?
– Bueno, sus compañeros de clase se reunieron el año pasado. Celebraron una gran fiesta en el Jin River Hotel, organizada y pagada por un nuevo rico que hizo enviar una invitación a cada compañero de clase, en la que decía que quien no pudiera asistir podía enviar en su lugar a algún miembro de su familia. Wen no vino para la reunión, así que Zhu insistió en que fuera yo. Nunca había estado en un hotel de cinco estrellas, de modo que accedí. Durante la comida, varios de sus antiguos compañeros me abordaron para pedirme información sobre ella. No me sorprendió. Deberían haberla visto en el instituto. Cuantos chicos estaban enamorados de ella…
– ¿Tuvo novio mientras estudiaba? -preguntó ella.
– No, eso era impensable en aquellos años. Como cuadro de la guardia Roja estaba demasiado ocupada con sus actividades revolucionarias añadió Lihua-. Tal vez admiradores secretos, pero no novios.
– Digamos admiradores secretos -dijo Chen-. ¿Puede darnos el nombre de alguno de ellos?
– Había muy pocos. Algunos también estaban en la reunión Algunos de sus compañeros de escuela se han convertido en vagabundos; como Su Shengy, que está totalmente arruinado. Pero en aquella época era un cuadro de la Guardia Roja, y venía mucho a nuestra casa. Fue a la reunión para comer gratis, igual que yo. Después de unas cuantas copas me dijo cuánto había admirado a Wen, con los ojos rebosantes de lágrimas. Y también estaba Qiao Xiaodong; él ya está en un programa de espera de la jubilación, con el pelo gris, con los ánimos por los suelos. Qiao interpretó a Li Yuhe en La historia de la linterna roja. Formaban parte del mismo conjunto de canto y danza del distrito. Cuánto cambian las cosas.
– ¿Qué me dice del nuevo rico que pagó la reunión?
– Liu Qing. Ingresó en una universidad en 1978, llegó a ser periodista del Wenhui Daily y poeta reconocido, y más tarde montó su propio negocio. Ahora es millonario, con empresas en Shanghai y Suzhou.
– ¿Liu también era un admirador secreto de Wen?
– No, no lo creo. No me habló, estaba demasiado ocupado brindando con otros compañeros de clase. Zhu me dijo que en el instituto Liu no era nadie. Un muchacho estudioso con antecedentes familiares «negros». No habría presumido de ser admirador de Wen; hubiera sido como un patito feo haciéndosele la boca agua al ver un cisne blanco. En realidad, la rueda de la fortuna gira rápida. No tiene por qué tardar sesenta años.
– Otro proverbio chino -explicó Chen-. «La rueda de la fortuna gira cada sesenta años».
Catherine asintió.
– Mi pobre hermana estaba prácticamente acabada cuando sólo tenía dieciséis años. Era demasiado orgullosa para asistir a la reunión.
– Ha sufrido demasiado. Algunas personas se cierran en banda después de una experiencia traumática, pero donde hay vida siempre hay esperanza -dijo Catherine-. ¿En Shanghai no hay nadie con quien su hermana pudiera ponerse en contacto?
– Nadie excepto Zhu Xiaoying.
– Tiene la dirección de Zhu? -preguntó Chen-. ¿Y la dirección de algunos otros compañeros, como Su Sheny y Qiao Xiaodong?
Lihua sacó una libreta de direcciones y anotó unas palabras en un trozo de papel.
– Cinco están aquí. De ellos, no estoy seguro de Bai Bing's. Va y viene. Viaja mucho; vende productos falsificados en Shanghai y en otras partes. No tengo la de Liu Qing, pero no le costará encontrarla.
– Una pregunta más. ¿Por qué Wen no intentó regresar a Shanghai después de la Revolución Cultural?
– Nunca me dijo nada de ello -la voz de Lihua era un poco entrecortada. Esta vez se pasó la mano por la boca-. Tal vez Zhu les pueda decir algo más. Ella también regresó a principios de los ochenta.
Cuando se levantaban, Lihua dijo con vacilación:
– Aún estoy confuso, inspector jefe Chen.
– Sí. ¿Qué quiere saber?
– Hoy en día mucha gente se marcha al extranjero, legal o ilegalmente. En particular los de Fujian. He oído hablar mucho de ellos. ¿Qué tiene mi hermana que es tan importante?
– La situación es complicada -dijo Chen, añadiendo el número de su teléfono móvil a su tarjeta-. Le diré una cosa: que llegue allí sana y salva es en interés de Estados Unidos y de China. Es posible que una tríada de Fujian también la esté buscando. Si la capturan, Puede imaginar lo que harán. O sea que si se pone en contacto con usted, comuníquenoslo de inmediato.
– Lo haré, inspector jefe Chen.