CAPÍTULO 37

Cuando Wen y Liu se hubieron retirado, Catherine Rohn se volvió a Chen, que hizo un gesto de disculpa a los demás.

– Bueno, es hora de que nos cuente la historia, inspector jefe Chen -dijo ella con sequedad. El último acontecimiento la había sorprendido, aunque probablemente menos que a sus colegas chinos. Durante los últimos días en más de una ocasión había percibido que le ocurría algo al enigmático inspector jefe.

– Ha sido una investigación extraordinaria, Secretario del Partido Li -dijo Chen-. He tenido que tomar decisiones sin poder consultar con usted o mis colegas, he tenido que actuar bajo mi propia responsabilidad. Y me he guardado alguna información porque no estaba seguro de su importancia. Por eso si oyen algo que no sabían, les ruego que tengan paciencia y dejen que me explique.

Li dijo calurosamente:

– Tuvo que tomar esas decisiones por las circunstancias. Todos lo entendemos.

– Sí, todos lo entendemos -Catherine se vio obligada a coincidir con él, pero decidió que tomaría las riendas del interrogatorio antes de que se convirtiera en un discurso político-. ¿Cuándo sospechó de las intenciones de Wen, inspector jefe Chen?

– Al principio no pensaba en sus motivos. Suponía que iba a Estados Unidos porque Feng quería que fuera con él, era evidente. Pero me inquietaba una pregunta que usted planteó, la del retraso en solicitar el pasaporte. Así que examiné el proceso. Había sido lento, pero también existía una incoherencia con las fechas. A pesar de que Feng afirmaba que ella había iniciado los trámites a principios de enero, Wen no hizo nada hasta mediados de febrero.

– Sí, hablamos un poco de eso -dijo ella.

– Gracias al detallado informe del inspector Yu, pude ver una panorámica de la vida terrible que había llevado con Feng. Gracias a esas cintas de la entrevista también me enteré de que Feng la llamó numerosas veces a principios de enero, y de que en una ocasión Wen no quiso acudir al teléfono. Por eso supuse que en aquellos momentos Wen se negaba a marcharse.

– Pero Feng dijo que estaba ansiosa por reunirse con él.

– Feng no le dijo la verdad. Un hombre pierde demasiado prestigio si admite que su esposa es reacia a reunirse con él -dijo-. ¿Qué le hizo cambiar de idea a Wen? Visité a la policía de Fujian. Me dijeron que ellos no la habían presionado. Me lo creí, teniendo en cuenta la indiferencia que demostraron durante toda la investigación. Y luego encontré algo más en el informe del inspector Yu.

– ¿Qué más, jefe? -El inspector Yu no trató de ocultar el desconcierto en su voz.

– Algunos aldeanos parecían conocer el problema de Feng en Estados Unidos. Como la palabra que emplearon, «problema», podía referirse a cualquier cosa, al principio pensé que podían haber oído algo de la pelea de Feng en Nueva York, por la que fue arrestado. Pero entonces el director Pan empleó otra palabra, al decir que se había enterado del «trato» de Feng con los norteamericanos antes de que Wen desapareciera. «Trato» es inconfundible. Si la información era del dominio de los aldeanos, no entendía por qué los gánsteres habrían esperado con tanta paciencia hasta que la inspectora Rohn estuviera aquí. Podían haber secuestrado a Wen antes.

– Y mucho más fácilmente -añadió Yu-. Sí, eso se me pasó por alto.

– Los gánsteres tenían razones para tratar de vencernos en la carrera por encontrar a Wen. Pero como aquellos accidentes sucedían en Fujian y Shanghai, empecé a preguntarme por qué de pronto estaban tan desesperados. Debieron de utilizar muchos recursos, y a policías también. Después de lo que ocurrió el domingo pasado en el mercado de Huating empecé a sospechar de verdad.

– El domingo pasado -dijo Li- le sugerí que se tomara el día libre, ¿no?

– Sí, lo hicimos -respondió Catherine-. El inspector jefe Chen y yo fuimos de compras. Hubo una redada en el mercado callejero. No nos ocurrió nada -Se mostró evasiva, pues se dio cuenta de que el secretario del Partido Li parecía sorprendido-. O sea que usted sabía algo, inspector jefe Chen.

– No. Lo suponía, pero no tenía las cosas claras. Para ser sincero, aún hoy hay un par de cosas que no acabo de entender.

– El inspector jefe Chen no quería levantar una falsa alarma, inspectora Rohn -se apresuró a intervenir Yu.

– Entiendo -no le parecía necesario que Yu se precipitara a defender a su jefe, que había levantado alarmas válidas… no falsas-. Aun así…

– La investigación ha estado llena de recovecos, inspectora Rohn. Será mejor que intente recapitular cronológicamente. Cada uno teníamos nuestras sospechas en las diferentes etapas de la investigación, y hablamos de ellas. Sus observaciones en más de una ocasión arrojaron luz a la situación.

– Es usted muy diplomático, inspector jefe Chen.

– No, no lo soy. ¿Recuerda la conversación que tuvimos en La Aldea del Sauce Verde? Me hizo reparar en una cosa: a pesar de la petición que Feng hizo a Wen en su última llamada telefónica, ella no hizo nada para ponerse en contacto con él cuando llegó a un lugar aparentemente seguro.

– Sí, eso me sorprendió, pero no estaba tan segura de que se encontrara en un lugar seguro. Hacía siete u ocho días que había desaparecido, creo; fue el día en que tuvimos aquella conversación en el restaurante.

– Después, en el Deda Café, me convenció de que Gu sabía algo más de lo que nos había contado. Eso me empujó a seguir investigando en esa dirección.

– Oh, no, no puedo llevarme el mérito de eso. En el club usted ya había hablado a Gu de su relación con la Oficina de Control de Tráfico… -se interrumpió cuando vio la mirada que le echaba Chen. ¿Le había hablado al Secretario del Partido Li del trato del aparcamiento? ¿O siquiera de la visita al club?

– Su trato con un hombre como Gu fue un excelente trabajo, inspector jefe Chen -comentó Li-. «Para pescar una tortuga dorada hay que utilizar un cebo de olor dulce».

– Gracias, Secretario del Partido Li -dijo Chen con sorpresa-. Y luego, después de la velada en la Ópera de Beijing, siguiendo sus instrucciones, acompañé a la inspectora Rohn al hotel. En el camino tomamos algo en el parque del Bund. Allí mencioné los dos casos que me habían asignado el mismo día: el caso de la víctima del parque y la búsqueda de Wen. Ella insinuó la posible relación entre los dos. A mí no se me había ocurrido esa posibilidad. Y lo que es más importante, hablando de las heridas de hacha en el cadáver comentó una novela de la Mafia en la que se cometía un asesinato de esa forma para dirigir las sospechas hacia una banda rival…

– Las heridas de hacha sugerían un asesinato de una tríada. Era una firma -intervino Li-, tal como el inspector Yu apuntó al principio.

– Sí, se llama la muerte con las Dieciocho Hachas -observó Yu-. Es la mayor forma de castigo infligido por las Hachas Voladoras.

– Es cierto, y es exactamente lo que me hizo sospechar. ¿No era una firma demasiado evidente? Por eso el comentario de la inspectora

Rohn me hizo empezar a pensar en otra posibilidad. La víctima del parque del Bund podía haber sido asesinada por alguien que hubiera imitado deliberadamente a los Hachas Voladoras para que les inculparan. Como consecuencia de ello, los Hachas Voladoras tuvieron que estudiar el asunto y dejaron de concentrarse en la búsqueda de Wen. Además, ensuciar el agua también distraía la atención de la policía. Según esa hipótesis, ¿quién se beneficiaba? Alguien con una apuesta aún más alta en la carrera por encontrar a Wen.

– Empiezo a entender, inspector jefe Chen -dijo Yu.

– O sea, inspectora Rohn, que el mérito es suyo. A pesar de mis sospechas, yo estaba tan perplejo como todos los demás; era incapaz de reunir las piezas para formar un todo comprensible. Sus comentarios realmente sirvieron de ayuda.

– Gracias, inspectora Rohn. Es un ejemplo magnífico de la fructífera colaboración entre las fuerzas policiales de nuestros dos países. Casi como el símbolo del tai chi, el yin en unión perfecta con el yang… -Li se interrumpió de pronto, tosiendo con la mano sobre la boca.

Ella comprendió. Como oficial de Partido de alto rango, Li tenía que tener cuidado con lo que decía, incluso al emplear una metáfora aparentemente inofensiva, que no obstante cruzaba la línea, debido a los elementos masculino y femenino que el antiguo símbolo sugería.

– Aquella noche también recibí una llamada del Viejo Cazador -prosiguió Chen-. Me dijo que Gu le había llamado para pedirle información sobre una fujianesa desaparecida. Fue una sorpresa Gu nos había hablado de un misterioso visitante de Hong Kong. ¿Por qué Gu buscaba a una fujianesa? Por eso aquella noche en el parque del Bund me puse por primera vez en la vía correcta.

– El parque es un lugar que le da suerte -dijo ella-, según la teoría de los cinco elementos. No me extraña, inspector jefe Chen.

– Hable, inspector jefe Chen -pidió Li.

Al parecer, Li no sabía tanto de la vida de Chen como ella, aunque el Secretario del Partido había elegido cuidadosamente a Chen como su sucesor. Pero Li parecía ansioso por sazonar la conversación con tópicos políticos.

– Ha realizado usted un brillante trabajo en la gloriosa tradición de las fuerzas policiales chinas, inspector jefe Chen -declaró Li, aunque quizá aún permanecía en gran medida en la ignorancia.

– No habría podido avanzar sin la colaboración de la inspectora Rohn, ni sin el trabajo del inspector Yu -dijo Chen con fervor-. En su entrevista con Zheng, por ejemplo, el inspector Yu insistió en que aclarara una frase del gánster. «Ella cambió de idea». ¿Qué quería decir… cambió de idea? Era una pregunta que me daba vueltas en la cabeza mientras hablaba con Wen al día siguiente.

– Se guardó muchas preguntas para sí mismo, inspector jefe Chen -declaró Catherine.

– No estaba seguro de si valía la pena investigarlas, inspectora Rohn. Después de visitar a Wen, usted me preguntó por qué insistía en hablar con Wen y Liu en lugar de llamar a la policía local. Para empezar, el vaso de Wen está lleno. No quería presionarla demasiado. Pero hay otra razón. Trataba de encontrar algunas respuestas a cuestiones surgidas de mi conversación con ellos.

– ¿Encontró alguna?

– De Liu no, excepto que Wen no se lo había contado todo. Después los dos hablamos con Wen. Lo que dijo de su vida en Fujian era cierto, pero no dijo ni una sola palabra del contacto que había tenido con la banda. Tampoco respondió realmente a mi pregunta sobre el retraso en presentar la solicitud de su pasaporte. Pero lo que me hizo sospechar más fue su insistencia en volver a Fujian.

– ¿Era tan sospechoso? -preguntó Li-. Es normal que una madre quisiera ver la tumba de su hijo por última vez.

– ¿Fue a visitar la tumba cuando estuvimos allí? No. Ni siquiera lo mencionó. Cuando estuvo de nuevo en su casa, lo primero que hizo fue coger un paquetito de un producto químico de debajo de la mesa. Para llevarse un recuerdo, me explicó. Podía tener sentido, pero el hecho de que explicara su acción no lo tenía. Era su casa. Podía llevarse todo lo que quisiera sin hacer ningún comentario.

Durante el viaje había hablado poco, y entonces ofrecía explicaciones sin que nadie se las pidiera.

– Es cierto -dijo Catherine-. Wen apenas dijo nada en todo el trayecto.

– Después de la batalla en la aldea, habría podido visitar la tumba, pero no lo hizo. Ya no le parecía importante. Entonces oí por casualidad que un policía local hacía callar a un gánster herido que hablaba en mandarín. Era extraño. Sin embargo, antes de que tuviera tiempo de preguntar, el superintendente Hong me pidió que le aclarara un proverbio y me distrajo.

– El proverbio chino sobre la justicia que a la larga vence al mal -dijo ella.

– Exactamente. Así que hasta que llegamos al aeropuerto y oímos que anunciaban el vuelo en mandarín y en fujianés no me di cuenta de lo que se me había pasado por alto. Los Hachas Voladoras son una banda local. ¿Cómo era posible que el gánster herido hablara en mandarín? Decidí no dejar de investigar porque mi prioridad era llevarlas a usted y a Wen sanas y salvas a Shanghai.

– Era la decisión correcta, inspector jefe Chen -Li asintió.

– En cuanto regresé a Shanghai, hablé con el Viejo Cazador, que recabó información sobre Gu. Yo también hablé con Meiling. El aparcamiento se podía conceder legalmente al club, según lo que había investigado. Entonces fui a ver a Gu. Al principio no habló mucho, por tanto puse mis cartas sobre la mesa y Gu colaboró.

Catherine miró de reojo a Li, preguntándose si Chen había hablado de todo aquello con su jefe.

– Sí, tuvo que abrir la puerta de la montaña -dijo Li.

– Según Gu, la víctima del parque del Bund era un enlace de los Hachas Voladoras apodado Ai. Ai vino a Shanghai a buscar a Wen. Hizo una visita formal al Hermano Mayor de los Azules, que estaba en contra de realizar una búsqueda demasiado sonada en la ciudad. Mientras Wen no estuviera en manos de la policía, el Hermano Mayor no veía peligro para Jia Xinzhi, así que Ai no tuvo más alternativa que revelar el verdadero plan de los Hachas Voladoras… el plan de hacer que Wen envenenara a su marido una vez se hubiera reunido con él. Tratándose de una rata pestilente como Feng, la banda de Fujian consideró que lo que más les interesaba era deshacerse de él de una vez por todas. Los Bambú Verde se enteraron del plan. Necesitaban a Feng vivo; querían eliminar a Jia. Y asesinaron a Ai.

– ¿Cómo obtuvo Gu toda esta información? -preguntó Yu.

– El Hermano Mayor de los Azules estaba molesto porque Ai, sin su permiso, había traído problemas de Fujian a Shanghai. Pero luego lo que hicieron los Bambú Verde, poner el cuerpo de Ai en el parque del Bund, fue aún peor. Así que Gu se enteró por el Hermano Mayor no sólo de lo de los Bambú Verde, sino también de lo de las Hachas Voladoras. En cuanto tuve toda esta información que me había dado Gu, decidí ir a Suzhou. Wen estaba decidida a matar a Feng si tenía que ir a Estados Unidos. No creí que pudiera hacerle cambiar de idea. Si había alguien capaz de hacerlo era Liu. Liu accedió a venir conmigo aquí. Esto ha sido a primera hora de esta mañana.

– Tomó la decisión correcta, inspector jefe Chen -dijo Li en voz alta, con tono de aprobación oficial-. Como dice uno de nuestros antiguos dichos: «Cuando un general pelea en la frontera, no tiene que escuchar siempre al emperador».

Entonces empezó a sonar un teléfono en la sala de reuniones. Qian sacó su móvil, turbado. Tapando el aparato con la mano se apresuró a decir: "Te llamaré más tarde".

– Un móvil verde claro. Casi de color bambú. Es raro -dijo Chen despacio-. Sólo he visto otro del mismo color en el mercado de Huating.

– Qué coincidencia -Qian parecía nervioso, aturdido.

– Eso podría explicar todos los incidentes sospechosos -dijo Chen.

Se habían producido muchas coincidencias en el transcurso de la investigación, reflexionó Catherine, pero no sabía qué estaba insinuando Chen.

– Nunca se sabe lo que es capaz de hacer la gente…- Chen hizo una pausa para dar énfasis a sus palabras, mirando directamente a Qian.

– Es verdad, nunca se sabe lo que es capaz de hacer la gente -Li se apresuró a coincidir con él y meneó la cabeza con aire triste-. ¡Imaginar a Wen implicada en un plan asesino como este!

– Quiero decir algo en favor de Wen… a la luz de la revelación hecha por el inspector jefe Chen -Catherine habló con pasión, sorprendiéndose a sí misma-. Los Hachas Voladoras no le dejaron alternativa. Así que inició los trámites para obtener su pasaporte, pero no creo que necesariamente fuera a llevar a cabo el plan de ellos. Cuando llegara a Estados Unidos, podría haber intentado buscar ayuda en la policía norteamericana.

– Es lo que yo pienso también -dijo Yu haciendo gestos de asentimiento.

– Pero cuando Feng telefoneó para aconsejarle que huyera para salvar su vida, ella fue presa del pánico. ¿Quiénes eran las «personas» a las que se refería en el mensaje? ¿Los Hachas Voladoras? En este caso, ¿Feng había descubierto el complot? Ella huyó, pero después de pasar diez días en compañía de Liu resucitó… como mujer.

– ¡Resucitó! Es la misma palabra que utilizó Liu -dijo Chen.

Catherine dijo:

– Después de todos esos años desperdiciados, de pronto abrigó esperanzas. Tenía un aspecto tan diferente de la mujer que aparecía en la fotografía del pasaporte… Se la veía viva, quiero decir. En Suzhou me costó reconocerla. Cuando comprendió que tenía que dejar a Liu, no soportaba la idea de vivir con Feng otra vez. Comprender de qué manera Feng había arruinado su vida la llenaba de odio, y de deseos de venganza también. Por eso insistió en volver a Changle Village. Quería coger el veneno que se había olvidado allí. Esta vez estaba decidida.

– Estoy de acuerdo -dijo Yu-. Esto también demuestra que al principio no quería llevar a cabo el plan de la banda. No se llevó el veneno cuando abandonó la aldea el cinco de abril. Gracias, inspectora Rohn.

– La inspectora Rohn ha resumido muy bien esa parte. Y del resto -dijo Chen, tomando un sorbo de su agua- se han enterado cuando Wen estaba en la habitación.

– ¡Un trabajo magnifico, inspector jefe Chen! -Li aplaudió-. El cónsul norteamericano ha llamado al gobierno de la ciudad para expresarle su agradecimiento, pero no sabía el gran trabajo que ha hecho.

– No habría podido hacer nada sin su firme apoyo durante toda la investigación, Secretario del Partido Li.

Catherine vio que Chen estaba más que dispuesto a dejar que Li compartiera los laureles. Después de realizar una investigación tan poco ortodoxa, el inspector jefe tenía que ser diplomático.

– Si no estuviéramos ya en el aeropuerto, haríamos un gran banquete para celebrar esta conclusión tan satisfactoria -dijo Li con calor-. En realidad, bien está lo que bien termina.

– Haré un informe para nuestro gobierno, Secretario del Partido Li, sobre el destacado trabajo del Departamento de Policía de Shanghai -dijo Catherine antes de volverse a Chen-. Entretanto, me gustaría hacerle algunas preguntas más, inspector jefe Chen, tomando una taza de café. Anoche trabajé hasta muy tarde redactando mi resumen del caso. Usted también debe de estar agotado después de viajar toda la noche.

– Ahora que lo menciona usted… -dijo Chen.

– Sí, vayan ustedes dos al café del aeropuerto. Invita del departamento como despedida -Li era todo sonrisas-. Vigilaremos a Wen.

Загрузка...