Más tarde, el inspector jefe Chen entraba en el Dynasty Karaoke Club con Meiling, su antigua secretaria en el Departamento de Control de Tráfico Metropolitano de Shanghai. Su visita al club tuvo su origen en una conversación telefónica con el señor Ma, el anciano herbolario.
Ma le había proporcionado información adicional sobre los antecedentes de Gu: había nacido en el seno de una familia de miembros del Partido de rango medio. Su padre había sido director de una gran empresa estatal de neumáticos durante más de veinte años. El estallido de la Revolución Cultural convirtió al veterano director en un hombre «con tendencias capitalistas» y llevaba un enorme letrero colgado al cuello con su nombre tachado en rojo. Le enviaron a una escuela especial de cuadros para que se reformara a través del trabajo duro y no regresó a casa hasta después de la Revolución Cultural, una tenue sombra del antiguo bolchevique, con una pierna lisiada; un absoluto extraño para Gu, que había crecido en las calles, decidido a tomar un camino diferente. Gu se marchó a Japón a través de un programa de idiomas a mediados de los ochenta, donde en lugar de estudiar desempeñó toda clase de empleos. Al cabo de tres años, regreso con cierto capital, y en la nueva economía de mercado pronto se convirtió en un empresario de éxito, la clase contra la que su padre había luchado toda la vida. Gu se metió entonces en el negocio del karaoke, y mediante una gran donación a los Azules, la tríada que controlaba esas actividades de este tipo en Shanghai, compró la condición de miembro honorario como seguro para su negocio. En el Dynasty se codeaba con diversos jefes de la tríada.
Al principio Gu se había puesto en contacto con el señor Ma por sus chicas K, que serían denunciadas a las autoridades municipales si iban a algún hospital estatal en busca de tratamiento para sus enfermedades venéreas. El señor Ma accedió a ayudarle, con tal de que Gu no permitiera que aquellas chicas enfermas prestaran servicios privados hasta que se hubieran recuperado.
– Gu no es un huevo completamente podrido. Al menos se preocupa por sus chicas. Ayer me hizo varias preguntas sobre usted. No sé por qué. Esa gente puede ser imprevisible y peligrosa. No quiero que le ocurra nada malo -dijo Ma con tristeza-. Personalmente, no creo en combatir la fuerza con la fuerza. Lo blando es más fuerte que lo duro. Hoy en día no quedan demasiados policías decentes.
Chen creía que Gu se había callado información. Si le apretaba un poco más fuerte le podría sacar más. El puesto de Meiling en la Oficina de Control de Tráfico podía tener importancia. Ella accedió a acompañarle sin hacer una sola pregunta; era una secretaria verdaderamente comprensiva. De modo que se reunió con Meiling en la puerta trasera de la Asociación de Escritores de Shanghai y se encaminaron hacia el club espléndidamente iluminado.
Le satisfizo ver que ella llevaba lentillas para pasar la velada. Sin sus gafas con montura plateada tenía un aspecto más femenino. También lucía un vestido nuevo, bien apretado en la cintura, lo que realzaba su fina figura. El antiguo dicho tenía razón: «Una imagen de Buda de arcilla debe estar magníficamente dorada, y una mujer debe ir bellamente vestida». Se fundió en la elegante multitud sin esfuerzo alguno, a diferencia de la secretaria de primera normal y corriente, pero llevaba sus tarjetas de trabajo y entregó una a Gu cuando les presentaron.
– Oh, me abruma -exclamó Gu-. No creía que esta noche vendrían los dos.
– Meiling siempre está muy ocupada -explicó Chen. No era el momento de preocuparse por lo que Gu pudiera pensar de él por llevar primero a una muchacha norteamericana y ahora a su antigua secretaria china al club. En realidad, esto podría ayudar a convencer a Gu de que el inspector jefe era alguien con quien podía hacer amistad-. Daba la casualidad de que tenía esta noche libre, así que la he traído conmigo para que le conociera.
– El director Chen está prestando una atención personal a su aparcamiento -dijo Meiling.
– Lo agradezco sinceramente, inspector jefe Chen.
Cuando llegaron a una suntuosa habitación del quinto piso, apareció una hilera de chicas K en bragas y zapatillas negras, que dieron la bienvenida a Chen como las doncellas imperiales a la entrada de un palacio. Sus blancos hombros relucían en contraste con las paredes de color azafrán.
Al parecer a Gu ya no le importaba que Chen viera la otra cara de su negocio. La gran sala de karaoke estaba amueblada con más elegancia que la que Chen había visitado el día anterior y tenía un dormitorio de matrimonio contiguo.
– La suite no es para los negocios, sino para los amigos -dijo Gu-. Llámeme en cualquier momento y esta suite se reservará para usted. Venga con su amiga o solo.
Era una insinuación. Chen se fijó en que en los labios de Meiling asomaba una picara sonrisa. Ella comprendió, aunque se sentó con recato en el enorme sofá desmontable.
Tras una señal que hizo Gu con la cabeza entró una esbelta muchacha.
– Empecemos con un entrante -dijo Gu-. Se llama Nube Blanca. Es la mejor cantante de nuestro club. Y estudiante de la
Universidad de Fudan. Actúa sólo para los clientes más especiales. Elija cualquier canción que le gustaría oír, inspector jefe Chen.
Nube Blanca llevaba una pieza de seda negra como un dudou, no más grande que un pañuelo, que le envolvía los pechos, atada a la espalda con unas finísimas tiras. Sus pantalones de gasa eran semitransparentes. Con el micrófono en la mano se inclinó ante Chen.
Chen eligió una canción titulada «Ritmo del mar».
Nube Blanca poseía una bonita voz, enriquecida por un singular efecto nasal. Se quitó las zapatillas de una patada y empezó a bailar al ritmo de la canción, contoneándose voluptuosamente siguiendo los altibajos de la música. Al comenzar la segunda canción, «Arena llorosa», le tendió las manos a Chen. Como él titubeó, se inclinó hacia delante para que se levantara.
– ¿No quiere bailar conmigo?
– Oh, es un honor…
Ella le cogió la mano, llevándole hacia el centro de la habitación. Él había tomado las clases de baile precisas en el departamento, pero había tenido poco tiempo para practicar. Se quedó perplejo al ver la facilidad con que ella le guiaba. Bailaba con una gracia sensual, sin esfuerzo, deslizando sus pies desnudos por el suelo de madera.
«Tu ropa es como una nube y tu rostro es como una flor.» Intentó hacerle un cumplido, pero lo lamentó en cuanto lo hubo pronunciado. Tenía una mano en su espalda desnuda -«suave como el jade»- otra cita, pero cualquier referencia a su ropa sonaba a broma.
– Gracias por compararme con la Concubina Imperial Yang.
O sea que conocía el origen del verso. Era de verdad una estudiante de la Universidad de Fudan. Intentó sujetarla a cierta distancia, pero ella apretó su cuerpo contra él, fundiéndose en sus brazos. No hacía ningún esfuerzo por ocultar su ardor. Él notaba sus pechos puntiagudos a través del fino tejido.
No sabía cuándo había ido a parar el micrófono a la mano de Meiling. Ella cantaba mientras aparecían subtítulos en la-pantalla. Era una pieza sentimental:
«Te gusta decir que eres un grano de arena / que de vez en cuando entra en mis ojos, travieso. / Prefieres hacerme llorar sola / que hacer que te ame, /y luego desapareces en el aire / como el grano de arena…».
Nube Blanca también citó un verso de Li Shangyin, el bardo de los amantes desventurados, y le susurró al oído: «Es difícil unirse, y también separarse. / Lánguido el viento del este y caídas las flores…». Lo dijo con un efecto evocador mientras la canción iba terminando, dejando que su mano se entretuviera en la de él.
Chen decidió comentar el poema.
– Una brillante yuxtaposición de una imagen con una afirmación, con lo que se crea una tercera dimensión de la asociación poética.
– ¿Eso no se llama Xing en el Libro de los Cantos?
– Sí. Xing no especifica la relación entre la imagen y la afirmación, dejando más espacio para la imaginación del lector -expuso. No le costaba hablar con ella de poesía.
– Gracias. Es usted realmente especial.
– Gracias. Usted es maravillosa -repitió con sus mejores modales de escuela de baile, inclinándose ante ella antes de volver al sofá.
Ante la insistencia de Gu abrieron una botella de Mao Tai. Aparecieron varios platos fríos en la mesita auxiliar. El licor era fuerte, e inundó a Chen de un nuevo calor.
Entre sorbo y sorbo, Meiling se puso a hablar del asunto de la calificación del terreno del aparcamiento.
Transmitía claramente que decidir el futuro del aparcamiento estaba en manos de su oficina. Dejó un formulario sobre la mesa para que Gu lo firmara, como primer paso.
Cuando estaban en plena conversación, Nube Blanca volvió con una gran bolsa de plástico negro. Desató con cuidado la cuerda que ataba la bolsa, metió la mano dentro con la rapidez del rayo y sacó una serpiente que se retorcía en su mano, siseando y sacando su roja lengua.
Era una serpiente monstruosa que pesaba unos dos o tres kilos.
– Es la serpiente real más gorda que he podido encontrar -dijo Gu con orgullo.
– Tenemos la costumbre -explicó Nube Blanca- de que nuestros clientes vean la serpiente viva antes de cocinarla. En algunos restaurantes el chef mata la serpiente delante de los clientes.
– Hoy no tenemos que hacer eso -dijo Gu, haciendo una seña a la muchacha para que saliera-. Dile al chef que se esfuerce al máximo.
– ¿Realmente es estudiante de Fudan? -preguntó Meiling.
– Oh, sí. Se está especializando en literatura china. Es una chica lista. Y práctica también -dijo Gu-. Trabajando un mes aquí puede ganar el salario de un año de un profesor de instituto.
– Trabaja para pagarse los estudios -concluyó Chen bastante incómodo.
Nube Blanca volvió con una gran bandeja en la que había varios pequeños tazones y copas. Un cuenco contenía sangre de serpiente, en otro había algo como una bolita verdosa sumergida en licor. A petición de Gu, empezó a recitar los maravillosos efectos de la serpiente como medicina.
– La sangre de serpiente es buena para la circulación de la sangre. Es útil para tratar la anemia, el reuma, la artritis y la astenia. La vesícula biliar de la serpiente resulta especialmente eficaz para disolver las flemas y mejorar la visión…
– Tiene que tomar la vesícula, inspector jefe Chen -insistió Gu-. La vesícula está asociada con el yin y posee un efecto especial en la salud humana.
Esta teoría médica no atraía a Chen. Sabía que era habitual guardar la vesícula para algún invitado distinguido. Nube Blanca se arrodilló y sostuvo el tazón con ambas manos para ofrecérselo con respeto. La vesícula tenía un espantoso color verdoso en el licor transparente. Era difícil imaginar qué sabor podía tener.
Se lo tomó de un solo trago, con decisión, sin saborearlo, como solía tragarse de niño una pastilla muy grande. No sabía si era producto de su imaginación o si la vesícula de serpiente era realmente tan potente. Produjo en su estómago un escalofrío instantáneo que contrastaba con una sensación de ardor en la garganta. El yin, en la teoría médica tradicional.,
– Ahora ha de tomar la sangre. Es el yang -le instó Gu.
En la ficción kung fu, beber vino mezclado con sangre de gallo formaba parte de la ceremonia de iniciación a la tríada, como un juramento de sangre: compartir lo bueno y lo malo. Gu también tenía un tazón en la mano, quizá en un gesto con una connotación similar. El inspector jefe Chen no tuvo más remedio que vaciar el tazón, haciendo todo lo posible por hacer caso omiso del extraño olor.
Luego dejaron en la mesa una fuente con rodajas fritas de carne de serpiente. Nube Blanca le sirvió una rodaja con los dedos. Tierna, bajo una dorada superficie crujiente, sabía a pollo con una textura inusual.
Trató de dirigir la conversación en la dirección que él deseaba.
– Ayer no tuvimos suficiente tiempo, Gu. Podíamos haber hablado de muchas cosas más.
– Exactamente, inspector jefe Chen. En cuanto a lo que quería usted que averiguara ayer, he hecho un poco de trabajo de campo…
– Disculpe, director general Gu -dijo Meiling poniéndose en pie-. Creo que tengo que echar un vistazo de cerca al aparcamiento. Nube Blanca puede acompañarme.
– Buena idea -dijo Chen, agradecido.
Sin embargo, cuando se quedaron solos, Gu no proporcionó mucha información nueva. Gu le contó lo que le parecía sospechoso del modo en que había aparecido el señor Diao, el hombre de Hong Kong que fue a visitarle. Un Hacha Voladora no habría ido a ver a Gu, ya que no era realmente un miembro de los Azules. Diao debería haber ido al Hermano Mayor de los Azules. Gu estaba fuera de su elemento cuando intentaba jugar a detectives, pero se había enterado de que Diao también había visitado la Casa de Baños Capital Rojo.
Al parecer, Gu había intentado realmente obtener información. Chen asentía mientras tomaba el vino a sorbos. Si aquel fujianés era un Hacha Voladora que buscaba a Wen, Diao podía pertenecer a una organización rival; un tercer elemento, como había sugerido la inspectora Rohn.
– Gracias, Gu. Ha hecho un gran trabajo.
– Vamos, inspector jefe Chen. Me ha aceptado como amigo – declaró Gu-, y por un amigo estoy dispuesto a que me perforen las costillas con cuchillos -Gu había enrojecido y se golpeó el pecho con el puño, gesto que Chen no esperaba ver en una habitación privada de karaoke.
Cuando Meiling regresó con Nube Blanca, abrieron otra botella de Mao Tai.
Gu volvió a brindar.
– Por el mayor logro del inspector jefe Chen y un futuro próspero.
Meiling se unió a los brindis. Nube Blanca, arrodillada junto a la mesa, se apresuró a añadir vino a su copa.
Chen no recordaba cuánto había tenido que beber. Animado por lo agradable que le resultaba semejante reconocimiento, empezaba a aceptar la posición de que gozaba allí.
Aprovechó la oportunidad cuando Meiling se excusó y planteó una pregunta a Gu.
– ¿Ha venido Li Guohua por aquí?
– ¿Li Guohua, el Secretario del Partido de su departamento? No, aquí no. Pero un pariente suyo tiene un bar en un sitio muy bueno. Me lo dijo el Hermano Mayor de los Azules.
– ¿De veras? -que su cuñado tenía un bar no era nuevo para él, pero Gu había mencionado específicamente al Hermano Mayor como la fuente que le había dado la información. Esto era inquietante. Hasta el momento, el Secretario del Partido Li había sido para Chen el prototipo de corrección del Partido además de su mentor político.
¿Era éste el motivo por el que Li había sido tan reacio a dejarle seguir una investigación relacionada con las tríadas? ¿Era tal vez la razón por la que Li había insistido en asignarle a Qian como ayudante temporal?
– Puedo averiguar más cosas para usted, inspector jefe.
– Gracias, Gu -dijo él.
Meiling entró en la habitación. Sonaba una nueva pieza de música. Era un tango. Nube Blanca, arrodillada con una taza para él en la mano, le miró. Tenía una manchita de sangre en la planta del pie. Quizá era sangre de la serpiente. Chen se sintió tentado a bailar de nuevo con ella.
No estaba bebido; no tan bebido como Li Bai, bajo la luna de la dinastía Tang, que había escrito sobre bailar con su propia sombra. En un momento de soledad, Li Bai debía de haber disfrutado su embriagada partida de la monótona existencia. Escapar, aunque sólo momentáneamente, parecía deseable aquella noche en el Dynasty.
Al ver que Meiling consultaba su reloj, el inspector jefe Chen pensó pedirle que se marchara a casa, sola. Sin embargo, lo que hizo fue levantarse.