– ¿Adonde vamos ahora? -preguntó Catherine Rohn a Chen en el taxi.
– Al departamento de policía de Suzhou. He llamado a su director. Si Wen hubiera decidido quedarse, Liu habría podido llevársela. Tenía que pedir ayuda a la policía local, para que pusiera algunos hombres fuera -añadió-, y también para su protección.
– ¿O sea que no confía ni en otro poeta?
Él no respondió.
– Será mejor que nos marchemos de Suzhou lo antes posible. ¿Conoce el proverbio «Puede haber muchos sueños en una larga noche»?
– No.
– Es como «Del dicho al hecho va un trecho». Si tenemos que ir a Fujian, quiero llevar a Wen allí hoy mismo. Con esos gánsteres todo es posible. Para sacar los billetes de tren o avión que salga antes necesitamos la ayuda de la policía local.
– Mientras usted estaba arriba con Liu ella me ha contado muchas cosas de su vida. He sentido una tremenda lástima por Wen. Por eso la he apoyado en su petición, inspector jefe Chen.
– Entiendo -dijo él. De pronto se sintió exhausto, y habló poco el resto del camino.
En el instante en que entró en la recepción del departamento de policía de Suzhou, el director Fan Baohong salió a toda prisa.
– Debería habernos informado antes de su visita, inspector jefe Chen.
– Llegamos ayer, director Fan. Ésta es la inspectora Catherine Rohn, policía del Departamento de Justicia de ee.uu.
– Bienvenida a Suzhou, inspectora Rohn. Es un gran honor conocerla.
– Yo también me alegro mucho de conocerle, director Fan.
– Debe de tratarse de una investigación importante, para que hayan venido los dos a Suzhou. Haremos todo lo que podamos para ayudarles.
– Es un caso internacional delicado, o sea que no puedo darle detalles -dijo Chen-. ¿Su gente aún está apostada frente a la residencia de Liu?
– Sí, inspector jefe Chen.
– Manténgales allí. Tengo que pedirle otro favor. Necesitamos tres billetes para Fujian lo antes posible, de avión o de tren.
– Hounghua -gritó Fan a una secretaria joven que estaba sentada al escritorio de fuera-. Busque los billetes que haya disponibles para ir a Fujian lo antes posible.
– Le agradecemos su ayuda, director Fan -dijo Catherine.
– Ahora vamos a mi despacho. Se está más cómodo allí -dijo Fan.
– No, por favor, no se preocupe -dijo Chen-. Tenemos que irnos pronto. Cuanta menos gente se entere de esto, mejor.
– Entiendo, inspector jefe Chen. No diré una sola palabra a nadie…
– Disculpe, director Fan -La joven secretaria apareció en el umbral de la puerta-. Tengo la información que me ha pedido. No hay vuelo directo de Suzhou a Fujian. Nuestros invitados tienen que ir primero a Shanghai. Habrá un vuelo desde Shanghai a las tres y media de la tarde. Si lo prefieren hay un tren expreso de Suzhou a Fujian esta noche, que sale a los once y media. El viaje dura unas catorce horas.
– Tomaremos el tren -dijo Chen.
– Pero las literas blandas están agotadas. Sólo podemos conseguir literas duras.
– Vaya y diga al departamento de ferrocarriles que es necesario que sean literas blandas -dijo Fan-. Si es necesario, que pongan un vagón adicional.
– No es necesario, director Fan -dijo Catherine-. La litera dura me irá bien. En realidad, la prefiero.
– La inspectora Rohn quiere conocer la China real -explicó Chen-. Viajar en litera dura como un viajero chino corriente será una experiencia para ella. Está decidido. Tres billetes.
– Bien, si la inspectora Rohn insiste…
– Diga lo siguiente a los agentes que están frente a la residencia de Liu -dijo Chen-: esta noche Liu acompañará a una mujer a la estación de tren. Si se dirigen en esa dirección, que les sigan a distancia. Si no, que les paren. Entretanto, que estén alerta a cualquiera que resulte sospechoso.
– No se preocupe. Es su trabajo -Fan echó un vistazo a su reloj-. Bueno, nos quedan varias horas. Como es la primera visita de la inspectora Rohn, vamos a tomar una típica cena de Suzhou. ¿Qué le parece el restaurante Pino y Grulla?
– Director Fan, tendremos que dejar la cena de momento -dijo Chen poniéndose en pie.
– Bien, entonces nos veremos en la estación -dijo Fan, acompañándoles a la puerta, donde Hounghua les entregó dos envases de bambú-. Recuerdos de Suzhou. Una libra de té para cada uno. Nube y Neblina de primera clase, un producto especial para los emperadores en la antigua China.
En los Grandes Almacenes de Shanghai tal vez costara quinientos yuanes, aunque a Fan probablemente le había costado mucho menos; debía de proceder de plantaciones de té patrulladas por los hombres de Fan. Aun así, era un regalo valioso.
– Gracias, director Fan. Estoy emocionado -sería un buen regalo para su madre, entendida en buen té. Chen se sentía mal por no haberle telefoneado antes de marcharse de Shangai.
Tardaron diez minutos en regresar al hotel, y él menos de cinco en hacer el equipaje. Fue a la habitación de ella, donde llamó a Liu para informarle de cómo habían decidido viajar. Liu accedió a acompañar a Wen a la estación.
La siguiente llamada fue para el inspector Yu.
– Hemos encontrado a Wen Liping, inspector Yu.
– ¿Dónde, inspector jefe Chen?
– En Suzhou. Está en casa de Liu Qing, un compañero del instituto. Un poeta de aquella antología. Es una larga historia. Le contaré más cuando estemos en Shanghai. Esta noche tomamos el tren de Fujian para recoger algunas cosas en casa de Wen.
– Fantástico. Me reuniré con ustedes en la estación de tren de Fujian.
– No, no. Peiqin estará esperándole en casa. Vuelva hoy en avión. Tenemos un presupuesto especial. No cuente nuestro plan a los de ahí.
– Entiendo. Gracias, jefe.
Por último Chen telefoneó al departamento de policía de Fujian. Un agente júnior, apellidado Dai, dijo que el superintendente Hong no se encontraba en la oficina.
– Quiero que alguien de los suyos vaya a buscarme a la estación de ferrocarril con un coche mañana por la tarde. Preferiblemente una furgoneta -Chen no mencionó que Catherine Rohn y Wen Liping irían con él.
– No hay ningún problema, inspector jefe Chen. Es un caso importante a nivel internacional, todos los sabemos.
– Gracias. Chen colgó el teléfono, preguntándose cómo podían saberlo todos.
Catherine llamó a su oficina central de Washington, donde era de madrugada. Dejó un mensaje, en el que decía que en un par de días llevaría a Wen.
Eran las cinco y unos minutos. Les quedaban aún varias horas para pasar en Suzhou. Ella se puso a sacar cosas del armario para hacer el equipaje. Él sentía la presión del tiempo. Mirando por la ventana se dio cuenta por primera vez de que estaban rodeados de edificios en estado ruinoso. Quizá el hotel no estaba demasiado cerca de la estación de tren.
– ¿Qué significa la frase «la gente del este del río»? -preguntó Catherine mientras metía algunos cosméticos en una bolsita.
– Significa que la gente que se queda aquí tiene grandes esperanzas puestas en ti. El Señor de Chu fue derrotado en una batalla hacia el año 200 a. c. y declaró que era incapaz de enfrentarse a su gente que estaba al este del río. Por eso se suicidó junto al río Wu.
– He visto una cinta de una obra de la Ópera de Beijing llamada Adiós a Su Imperial Concubina. Trata del orgullo del Señor de Chu, ¿verdad?
– Sí, es él -Chen no tenía ganas de hablar más.
Cada vez estaba más intranquilo por el viaje de regreso a Fujian. Wen se había mostrado muy decidida, sin embargo cada minuto que pasaba aumentaba el riesgo que corría.
Se excusó y fue a fumar un cigarrillo. Había gente en un extremo del corredor, con palanganas de plástico llenas de ropa. Llevaban la colada a la lavandería pública que el director del hotel le había enseñado: un largo túnel de cemento con varios grifos. En aquel lugar no había lavadoras. Se acercó a una ventana del otro extremo. A su lado había una puerta que daba a una escalera que conducía a una pequeña plataforma de cemento, parte del tejado plano. Allí había una mujer joven ocupada colgando su ropa mojada en la cuerda de tender. Vestía una combinación con finos tirantes, llevaba las piernas desnudas e iba descalza; parecía una gimnasta a punto de realizar su actuación. Un joven salió de detrás de la ropa y la abrazó a pesar de las gotas de agua que relucían en los hombros de ella. Una pareja en luna de miel, supuso Chen, entrecerrando los ojos para protegerlos del humo del cigarrillo.
La mayoría de la gente de allí no era rica y tenía que soportar los inconvenientes de un hotel barato, pero estaban satisfechos.
Se preguntó si había hecho por Wen lo que debía.
¿Wen iba a tener una buena vida con Feng en aquel lejano país? Ella sabía la respuesta; por eso había optado por quedarse en Suzhou. Perdidos ya los mejores años de su vida en la Revolución Cultural y sus secuelas, Wen trataba de aferrarse al último resto que le quedaba de sus sueños permaneciendo allí con Liu.
¿Qué había hecho? A un policía no le pagaban para ser compasivo.
Mientras miraba por la ventana acudieron a él unos versos inesperados.
– ¿En qué piensa? La inspectora Rohn se puso a su lado junto a la ventana.
– En nada -estaba alterado. Si ellos no hubieran interferido, Wen habría podido quedarse con Liu, aunque sabía que no era justo echarle la culpa a la inspectora Rohn-. Hemos hecho nuestro trabajo.
– Hemos hecho nuestro trabajo -repitió ella-. Para ser exactos, usted lo ha hecho. Un trabajo magnífico, tengo que admitirlo.
– Un trabajo magnífico en verdad -aplastó el cigarrillo en el alféizar de la ventana.
– ¿Qué le ha dicho a Liu en su estudio? -preguntó ella, rozándole la mano. Debía de haber percibido su cambio de humor-. No le habrá sido fácil hacerle cambiar de idea.
– Hay muchas perspectivas desde las que podemos mirar lo mismo. Simplemente le he proporcionado otra perspectiva.
– ¿Una perspectiva política?
– No, inspectora Rohn. Aquí no todo es político -observó que la joven pareja les miraba desde el tejado. Desde su perspectiva. ¿Qué pensarían de ellos dos, un hombre chino y una mujer norteamericana de pie junto a la ventana? Cambió de tema-. Oh, lamento haber declinado la invitación a cenar. Habría sido una cena suntuosa, imagino. Muchos brindis por la amistad entre China y Estados Unidos. No estaba de humor.
– Ha hecho bien. Así tenemos oportunidad de dar un paseo por un jardín de Suzhou.
– ¿Quiere ir a un jardín?
– Todavía no he visitado ni uno solo -dijo ella-. Si tenemos que esperar, hagámoslo en un jardín.
– Buena idea. Deje que haga otra llamada.
– De acuerdo, yo tomaré unas fotografías de la fachada del hotel.
Chen marcó el número de Gu. Ahora que estaban a punto de irse de Suzhou, llamar a Gu a Shanghai sería una medida de precaución.
– ¿Dónde está, inspector jefe Chen? -Gu parecía sinceramente preocupado-. Le he estado buscando por todas partes.
– Estoy en otra ciudad, Gu. ¿Quiere decirme algo?
– Hay unas personas que van tras de usted. Tenga cuidado.
– ¿Quiénes son esas personas? -preguntó Chen.
– Una organización internacional.
– Hábleme de ella.
– Su base está en Hong Kong. Todavía no lo he averiguado todo. En este momento no me conviene hablar, inspector jefe Chen. Lo hablaremos cuando regrese usted, ¿de acuerdo?
– De acuerdo -al menos no eran los de Seguridad Interna.
Catherine le estaba esperando delante del hotel. Quería tomarle una foto junto al león de bronce pulido, con la mano sobre su lomo. No tenía el tacto del bronce. Lo examinó más de cerca y descubrió que era de plástico cubierto de pintura dorada.