Era el tercer día que el inspector Yu estaba en Fujian.
Apenas habían hecho ningún progreso, pero se lo había pensado mejor. Saber lo de la llamada telefónica de Feng parecía conducir hacia una nueva dirección. Sin embargo, las entrevistas con los vecinos de Wen habían reducido la probabilidad de que estuviera escondida en la zona. Wen no tenía amigos ni parientes allí, y los de Feng hacía mucho tiempo que se habían desconectado. Algunos aldeanos mostraban una hostilidad no disimulada negándose a hablar de los Feng. Costaba concebir que Wen Liping hubiera podido mantenerse escondida allí durante días.
En cuanto a la posibilidad de que se hubiera marchado de la zona, también parecía poco probable. No había cogido el único autobús que pasaba por la aldea aquella noche concreta, ni ninguno de esos autobuses que pasaban en un radio de ochenta kilómetros. Yu había realizado una minuciosa investigación en el Departamento de transportes. No había posibilidad alguna de que un taxi fuera a la aldea desde ningún lugar cercano a menos que se solicitara con varias horas de antelación. Y no había ninguna anotación de semejante solicitud.
Se le ocurrió otra idea. Era posible que Wen se hubiera marchado de la aldea, pero que hubiera sido secuestrada antes de subir a algún autobús. Si era así, a menos que la policía local emprendiera una acción directa contra los gánsteres no la encontrarían a tiempo, o no la encontrarían jamás.
De manera que el inspector Yu había hablado con el superintendente Hong sobre los posibles movimientos contra la tríada local. Como respuesta, Hong le dio una lista de los gánsteres locales más destacados, pero la lista indicaba que ninguno de ellos estaba disponible: todos se hallaban escondidos o fuera del distrito. Yu sugirió que arrestaran a miembros de bajo nivel. Hong sostenía que sólo los cabecillas tendrían la información que buscaban, y también declaró que le correspondía a la policía de Fujian decidir cómo hacer frente a los gánsteres. En términos de rango de los cuadros, el superintendente Hong estaba más arriba que el inspector jefe Chen. De manera que el inspector Yu se quedó con la inútil lista, así como con la impresión de que la policía local no estaba haciendo su parte, al menos no en nombre de un policía de Shanghai. Y sospechó, tristemente, que tal vez hubiera algo más.
Cualesquiera que fueran sus sospechas, Yu tenía que seguir haciendo lo que ahora consideraba inútil: entrevistar a personas que no tenían información importante, igual que el inspector jefe Chen estaba haciendo en Shanghai.
En la lista de entrevistas para aquel día en particular había una cita con el director de la fábrica de la comuna Pan, a media tarde, pero hacia las nueve de la mañana Yu recibió una llamada de Pan.
– Esta tarde tengo una reunión de negocios. ¿Podemos cambiar la hora de nuestra entrevista?
– ¿Cuándo podría ser?
– ¿Qué le parece entre las once y media y las doce? -sugirió Pan-. Iré a su hotel en cuanto haya terminado aquí.
– De acuerdo.
Yu no sabía si informar al sargento Zhao del cambio, pero le pareció mejor no hacerlo. Durante los últimos días Zhao había sido de poca ayuda. A veces Yu incluso tenía la sensación de que los entrevistados preferían no hablar debido a Zhao. Así que le telefoneó y le dijo que Pan no podía ir por la tarde, y que él se quedaría en el hotel todo el día, para escribir a casa, hacer un poco de colada y redactar un informe para el departamento. Zhao estuvo de acuerdo sin vacilar Yu había oído el rumor de que Zhao tenía un provechoso negocio complementario; tal vez se alegraba de disponer de un poco de tiempo de su trabajo de policía para dedicarle.
Yu consideraba un malgasto hacer que le lavaran la ropa en el hotel cuando podía ahorrarse dos yuanes al día si lo hacía él mismo. Restregando la ropa sucia en una tabla de madera en un lavadero de cemento, pensó que su vida era como el agua espumosa que se escurría entre sus dedos.
En su infancia, había alimentado sueños de hacer carrera en la policía al escuchar las historias que contaba su padre sobre resolución de casos. Sin embargo, unos años después de hacerse policía le quedaban pocas ilusiones sobre su carrera.
Su padre, Viejo Cazador, aunque había sido un agente con experiencia y miembro leal del partido durante tantos años había acabado como sargento a la hora de jubilarse, con una pensión demasiado exigua para darse el capricho de tomarse una taza de té Pozo del Dragón. El inspector Yu tenía que ser realista. Con su falta de educación y relaciones sociales, no se hallaba en situación de soñar con realizar una gran carrera en la policía. Sería tan sólo uno de los insignificantes policías de base, con un salario mínimo y poco que decir en el departamento, siempre al final de la lista de espera del comité de la vivienda…
Y esa era otra razón por la que no le había entusiasmado esta misión. Habría una reunión del comité de la vivienda a finales de aquel mes en el departamento. Yu estaba en la lista de espera. Si se quedaba en Shanghai tal vez podría presionar un poco a los miembros del comité, quizá imitando una película reciente podría dormir en el escritorio de su oficina como gesto de protesta. Creía que tenía motivos para quejarse. Había tenido que vivir bajo el techo de su padre más de diez años después de casarse. Era una vergüenza espantosa para un hombre que se acercaba a los cuarenta no tener un hogar propio. Incluso Peiqin de vez en cuando se quejaba de ello
La escasez de vivienda tenía una larga historia en Shanghai que él comprendía. Se había convertido en un tema candente para las unidades de trabajo del pueblo -fábricas, empresas, escuelas o departamentos gubernamentales- que obtenían una cuota anual de viviendas de las autoridades municipales y las asignaban según los años de servicio del empleado así como otros factores. En el Departamento de Policía de Shanghai, donde había tantos policías que habían trabajado toda su vida, era especialmente difícil.
No obstante, el inspector Yu se tomaba en serio su trabajo, pues creía que podía influir en la vida de otras personas. Había desarrollado una teoría sobre lo que era ser un buen policía en China en aquella época. Dependía de la capacidad de decir lo que se podía y lo que no se podía hacer con eficacia. Era así porque había muchos casos en los que no valía la pena esforzarse mucho ya que la conclusión estaba predeterminada por las autoridades del Partido. Por ejemplo, el resultado de aquellos casos de corrupción en el gobierno, a pesar de toda la gran propaganda, sólo serían aplastar un mosquito pero no abatir un tigre. Eran simbólicos, sólo para exhibirse. De modo que también esta investigación, aunque no formaba parte de una campaña política, parecía ser una mera cuestión de forma. Y tal vez también fuera así en el caso del cadáver del parque del Bund. La única acción eficaz sería eliminar las tríadas, pero las autoridades no estaban dispuestas a hacerlo.
Pero el caso de Wen había empezado a interesarle. Nunca habría imaginado que una antigua joven educada hubiera podido llevar una vida tan desdichada. Y se estremecía sólo de pensar que lo que le había sucedido a Wen podía haberle ocurrido a Peiqin. Como antiguo joven educado, se sentía obligado a hacer algo por aquella pobre mujer, aunque no sabía qué ni cómo.
Poco después de terminar su colada llegó Pan al hotel. Era un hombre de poco más de cuarenta años, extraordinariamente alto y delgado, como un palo de bambú; tenía un rostro que denotaba inteligencia, adornado con unas gafas sin montura. También hablaba con inteligencia. Siempre iba al grano, era específico y no se andaba por las ramas con detalles.
La entrevista no proporcionó a Yu ninguna información nueva, pero le dio una clara imagen de la vida de Wen durante los años que trabajó en la fábrica. Wen había sido una de las mejores trabajadoras. También allí se mostraba reservada. Sin embargo, a Pan le parecía que no era porque fuera forastera o porque las otras trabajadoras tuvieran prejuicios contra ella, sino porque era demasiado orgullosa.
– Eso es interesante -dijo Yu. La dificultad de reconciliar el pasado con el presente. A veces las personas se retiran a una concha-. ¿Ella intentó mejorar sus circunstancias?
– No tuvo suerte. Era muy joven cuando cayó en manos de Feng, y para cuando a Feng le llegó su perdición era demasiado tarde – dijo Pan acariciándose la barbilla-. «El cielo es demasiado alto y el emperador está demasiado lejos.» ¿A quién le importa una antigua joven educada en una aldea remota? Pero debería haberla visto cuando llegó aquí. ¡Causó sensación!
– ¿A usted le gustaba?
– No, no. Mi padre había sido terrateniente. A principios de los setenta, ni lo habría soñado.
– Sí, conozco la política de los antecedentes familiares durante la Revolución Cultural -dijo Yu, asintiendo con aire contemplativo.
Yu sabía que quizá sólo él tenía razones para agradecer aquella notoria política. Siempre había sido un estudiante corriente, un joven educado corriente y un policía corriente, pero Peiqin era distinta. Tenía talento, era bonita, como los personajes de El sueño de la cámara roja, tal vez nunca se habría cruzado en su camino de no ser por sus antecedentes familiares «negros», que la habían rebajado por así decirlo, a su nivel. En una ocasión le había planteado el tema, pero ella le cortó en seco, declarando que no habría podido pedir un esposo mejor.
»Cuando llegué al cargo de director de la fábrica en 1979 -prosiguió Pan-, Wen era literalmente una pobre campesina de clase media muy baja. No sólo por su posición, sino por su aspecto. Nadie sentía lástima por Feng. Yo la sentía por ella, y por ello le sugerí que volviera a trabajar aquí.
– O sea que sólo usted hizo algo por ella; eso está bien. ¿Le hablaba de su vida?
– No si podía evitarlo. Hay personas a las que les gusta hablar siempre de sus desgracias, como la Hermana Qiangling de la historia «Bendición» de Su Xun. A Wen no le gustaba. Ella prefería lamerse sus heridas en secreto.
– ¿Intentó hacer algo más por ella?
– No sé dónde quiere ir a parar, inspector Yu.
– No quiero ir a parar a ningún sitio. ¿Qué me dice del trabajo que se llevaba a casa?
– En teoría, no se permite que se lleven a casa las piezas y productos químicos, pero ella era tan pobre… Algunos yuanes más eran importantes para ella. Como era la mejor del taller, hacía una excepción.
– ¿Cuándo se enteró de su plan de ir a reunirse con su esposo en Estados Unidos?
– Aproximadamente hace un mes. Quería que le escribiera un informe de su situación matrimonial para la solicitud del pasaporte. Cuando le pregunté por sus planes para el futuro, se derrumbó. Entonces me enteré de que estaba embarazada -Pan dijo tras una pausa-: Yo tenía curiosidad por la eficiencia de Feng; normalmente la gente tarda años en poder iniciar el proceso de llevarse a su familia, así que pregunté a algunos aldeanos, y me enteré de que había hecho un trato allí…
Llamaron con suavidad a la puerta.
El inspector Yu se levantó para abrirla. No había nadie. Vio una bandeja de platos tapados en el suelo, con una tarjeta que decía: «Disfrute de nuestro almuerzo especial».
– ¡Qué oportunos! Este hotel no está mal. Coma conmigo, director Pan. Podemos seguir hablando mientras comemos.
De acuerdo, le debo una, entonces -dijo Pan-. Déjeme que le invite a fideos en wok de Fujian antes de que se marche.
Yu apartó el papel que tapaba la comida y apareció un gran cuenco de arroz sofrito, recién hecho y lleno de colorido, con huevos revueltos y cerdo a la parrilla china, una cazuela tapada y dos platillos, uno con cacahuetes salados y otro con tofu mezclado con aceite de sésamo y cebolla verde. Le sorprendió oler algo como licor al levantar la tapa de papel de la cazuela.
– Cangrejo Marino en vino -dijo Pan.
Sólo había un par de palillos de plástico. Por fortuna, Peiqin le había metido varios pares de palillos desechables en la bolsa, de modo que Yu le ofreció un par a Pan.
Pan arrancó una pata suelta del cangrejo con los dedos.
– Me encantan los cangrejos -dijo Yu encogiéndose de hombros-, pero los como crudos.
– No se preocupe, no habrá ningún problema. El truco está en empapar el cangrejo en el fuerte licor.
– No puedo comer cangrejo crudo -no era exactamente cierto. Cuando era niño, su desayuno favorito era un cuenco de arroz acuoso con un trozo de cangrejo con sal. Peiqin le hizo dejar de comer marisco crudo. Tal vez ese era el precio de tener una mujer virtuosa-. Cómase todo el cangrejo, director Pan -ofreció Yu de mala gana.
El arroz olía bien, el cerdo tenía una textura especial y los platillos de aperitivo eran sabrosos. Yu en realidad no echó de menos el cangrejo. Siguieron hablando de Wen.
– Wen ni siquiera tenía cuenta en el banco -dijo Pan-. Feng se quedaba con todo lo que ganaba. Le sugerí que guardara un poco de dinero en la fábrica. Lo hizo.
– ¿Se lo llevó antes de desaparecer?
– No. Yo no estaba en la fábrica el día en que desapareció, pero no se llevo el dinero -dijo Pan, terminándose con deleite las doradas y digestivas glándulas del cangrejo-. Debió de tomar la decisión por impulso
– Durante todos esos años, ¿vino alguien a visitar a Wen?
– No, no lo creo. Feng es celoso hasta la locura. No la habría animado a recibir visitas -al volver del revés las tripas del cangrejo Pan tenía algo como un viejo monje sentado en la palma de su mano-. El malo, ya sabe.
– Lo sé. En la leyenda de la Serpiente Blanca, el monje entrometido tenía que esconderse en las entrañas del cangrejo… -Yu no terminó la frase pues oyó que Pan exhalaba un débil gemido.
Pan ya se había doblado de dolor.
– Maldita sea. Es como si tuviera un cuchillo clavado aquí -tenía la cara bañada en sudor y se había puesto lívido. Empezó a gemir.
– Llamaré a una ambulancia -dijo Yu poniéndose en pie de un salto.
– No. Coja la furgoneta de la fábrica -logró decir Pan.
La furgoneta estaba aparcada frente al hotel. Yu y un portero del hotel llevaron a toda prisa a Pan al vehículo. El hospital del condado estaba a varios kilómetros de distancia. Yu hizo que el portero se sentara a su lado y le diera instrucciones, sin embargo, antes de poner el motor en marcha, volvió corriendo a su habitación y cogió la cazuela con el cangrejo empapado en vino.
Tres horas más tarde, Yu se disponía a encaminarse de nuevo al hotel, solo.
Pan tuvo que quedarse en el hospital, aunque los médicos dictaminaron que se hallaba fuera de peligro. El diagnóstico fue intoxicación alimentaria.
– Dentro de una hora -dijo el médico- habría sido demasiado tarde para poder hacer nada.
El resultado de los análisis del contenido del cangrejo era sumamente sospechoso. El cangrejo contenía bacterias, muchas más de lo admisible. El cangrejo debía de llevar varios días muerto.
– Es extraño -dijo la enfermera-. Aquí la gente nunca come cangrejo muerto.
Era más que extraño, reflexionó el inspector Yu mientras caminaba pesadamente por la carretera rural. Una lechuza ululaba en algún del bosque detrás de él. Escupió un par de veces en el suelo, un esfuerzo subconsciente para alejar los espíritus malignos del día.
En cuanto llegó al hotel fue a la cocina.
– No, nosotros no le hemos enviado esa comida -dijo el chef, nervioso- No disponemos de servicio de habitaciones.
Yu buscó un folleto del hotel. No se mencionaba el servicio de habitaciones. El chef sugirió que tal vez el almuerzo lo hubiera entregado un restaurante cercano.
– No, no nos han hecho ese pedido -gimió el propietario del restaurante al teléfono.
Tal vez habían hecho la entrega por error y ahora intentaba eludir la responsabilidad. Pero no era probable: el repartidor habría pedido que le pagaran.
El inspector Yu estaba seguro de que el objetivo era él. Si hubiera estado solo en la habitación y se hubiera comido toda la comida, habría acabado en el hospital o en el depósito de cadáveres. Nadie se habría molestado en analizar los restos de una cazuela. La banda no habría tenido que preocuparse. Las intoxicaciones alimentarias por accidente ocurrían todos los días. Ni siquiera habrían llamado a la policía local. El que había urdido el plan no podía saber que Yu no comía cangrejo crudo.
De manera que estaba poniendo nervioso a alguien. Alguien quería deshacerse de él. Ahora para el inspector Yu aquello se había convertido en una batalla. Estaba decidido a pelear, aunque su enemigo tenía la ventaja de acechar en la oscuridad, observando y esperando, y saltaría a la primera oportunidad. Como el almuerzo.
De pronto observó un alarmante agujero en su teoría. Los gánsteres deberían haber visto al director Pan entrar en su habitación. No debieron intentarlo. ¿Habían recibido la información errónea de que el inspector Yu estaba solo en la habitación de su hotel?
Sólo el sargento Zhao conocía sus planes de aquel día. Había dicho a Zhao que estaría solo, y la bandeja del almuerzo era para una persona, pues sólo había un par de palillos.