CAPÍTULO 36

El avión volvía a llevar retraso.

La inspectora Rohn, Wen, el detective Yu y el Secretario del Partido Li, el sargento Qian, todos excepto el inspector jefe Chen, se encontraban en el aeropuerto internacional Hongqiao de Shanghai, de pie ante el monitor de llegadas y salidas, que aún no mostraba la hora de salida prevista para el vuelo de la United Airlines a Washington D.C.

Según el detective Yu, el inspector jefe Chen iba de camino al aeropuerto. Yu había tenido noticias suyas una hora antes. Ese no era el puntual inspector jefe. La inspectora Rohn estaba preocupada. Desde la cena en casa de Yu la noche anterior no había sabido nada de él. A pesar de la «satisfactoria conclusión» de su misión, como lo había expresado el Secretario del Partido Li, algunas preguntas que durante la investigación se habían planteado seguían sin respuesta; y el avión despegaría, si no había más retraso, al cabo de una hora y media.

El sol de la tarde entraba tamizado por la alta ventana. Wen estaba sola, el rostro pálido, inexpresivo, como una máscara de alabastro salvo por las ojeras azuladas debidas a la tensión. Yu estaba ocupado preguntando por el tiempo que hacía en Tokio. Qian, a quien Catherine conoció por primera vez, parecía un joven pulcro que hablaba de un modo agradable y se ofreció a ir a buscar bebidas para ellos. El Secretario del Partido Li una vez más insistió en la amistad entre los pueblos chino y norteamericano. Catherine se excusó y se acercó a Wen.

Le resultaba difícil ofrecer consuelo en chino.

– No se preocupe, Wen -dijo, repitiendo lo que le había dicho en Suzhou-. Si puedo hacer algo por usted en Estados Unidos, lo haré.

– No se preocupe, inspectora Rohn -repitió Wen-. Su trabajo aquí ha concluido satisfactoriamente.

Ella no se sentía satisfecha. Mientras buscaba otra cosa que decir, vio que Chen y Liu entraban en el aeropuerto con varias bolsas de plástico de la compra.

– ¡Oh, Liu Qing ha venido con el inspector jefe Chen a despedirla! -exclamó Catherine.

– ¿Qué? -El Secretario del Partido Li se apresuró a acercarse a ellos. Yu y Qian le siguieron. Wen dio un paso atrás, incrédula.

– He traído al camarada Liu desde Suzhou, Secretario del Partido Li -dijo Chen-. No he tenido tiempo de pedirle su aprobación.

– Liu ha colaborado con nosotros -dijo Catherine-. No habríamos conseguido persuadir a Wen sin su ayuda. Debían tener la oportunidad de despedirse.

– No sólo eso, inspectora Rohn. Hay algo más que tengo que hablar con la camarada Wen Liping -dijo Chen-. Vamos a la sala de reuniones de aeropuerto, allí. Tenemos que hablar.

La sala de reuniones era una estancia rectangular, amueblada con elegancia, con una mesa de mármol y dos filas de sillas tapizadas en cuero, donde las autoridades de la ciudad recibían a distinguidos huéspedes extranjeros durante sus breves y temporales estancias en Shanghai. Catherine se sentó con Wen y Liu a un lado de la mesa, Chen y sus colegas al otro. Al fondo de la sala de reuniones había una pequeña antesala, en la que los viajeros podían relajarse en sofás desmontables.

– Inspectora Rohn, Secretario del Partido Li, inspector Yu, les pido disculpas por no haber hablado de esto con ustedes -dijo Chen.

Catherine miró a Yu y después a Li, y ambos a su vez la miraron a ella con perplejidad. Observó que Chen no se dirigía a Qian, que parecía juguetear con su bebida. ¿Era porque Qian sólo era uno de sus subordinados de poca categoría?

– ¿Dónde estuvo anoche? -Yu fue el primero en preguntar-. Estuve esperando su llamada durante horas.

– Bueno, mi primer plan era llevar conmigo al Viejo Cazador a una entrevista con Gu Haiguang, pero Gu me llamó antes y quería que nos reuniéramos a solas, más pronto. Por eso llegué temprano a su banquete de rollitos y luego fui a reunirme con Gu.

– ¡No me dijo nada de esta cita! -protestó Catherine.

– No tenía ninguna pista de lo que Gu iba a decir. Después no tuve tiempo de ponerla al corriente. Hice que Pequeño Zhou me llevara a Suzhou de inmediato. Liu tenía una reunión de trabajo a última hora. Esperé hasta que llegó a casa, hablé con él e iniciamos el camino de regreso antes del amanecer. Esa es la razón por la que he llegado tarde al aeropuerto -Chen hizo una pausa para tomar aliento, y dijo adoptando de pronto un tono oficial-. Inspectora Rohn, ¿puede prometernos una cosa en nombre de la Policía de EE UU?

– ¿De qué se trata, inspector jefe Chen?

– En cuanto lleguen a Estados Unidos, trasladen a Wen y a Feng enseguida.

– Es lo que teníamos previsto, pero ¿a qué viene tanta urgencia, inspector jefe Chen?

– Porque los gánsteres intentarán por todos los medios hacer daño a Wen incluso cuando se reúna con Feng.

– ¿Por qué? -Yu sacó un cigarrillo.

– Es una larga historia. Los Hachas Voladoras se han enterado del trato que Feng hizo en Estados Unidos a principios de enero, semanas antes de que Wen iniciara los trámites para obtener su pasaporte. Ella prefirió quedarse en Fujian en lugar de ir a vivir con él. Pero ellos la coaccionaron para participar en una conspiración: tenía que ir a reunirse con Feng y después envenenarle. Le prometieron que después la sacarían del apuro. Ella accedió. No porque odiara tanto a Feng que quisiera matarle, sino porque sabía lo que los gánsteres le harían si se negaba.

»Ahora la situación es aún más complicada -prosiguió Chen, sin prestar atención al efecto que su revelación producía en los demás-. Una vez llegue allí, correrá peligro no sólo por parte de los Hachas Voladoras, sino también de los Bambú Verde. Estos últimos tienen una rama en Estados Unidos. Presentan una grave amenaza para ella.

– ¿De qué está usted hablando? -volvió a preguntar Yu-. ¿Qué tienen que ver esos Bambú Verde con todo esto?

– Los Bambú Verde son una banda internacional, mucho más grande y más poderosa que los Hachas Voladoras con sede en Fujian. En su esfuerzo por ampliar sus operaciones, y para controlar la operación de tráfico ilegal de personas en la zona de Fujian, planearon extraer información crucial de Feng reteniendo a Wen como rehén. En realidad, fueron los Bambú Verde, no los Hachas Voladoras, los que se dirigieron a Feng en Estados Unidos. Y los hombres enmascarados que nos atacaron en Changle Village eran ellos.

– ¿Cómo ha sabido todo esto, inspector jefe Chen? -preguntó Li.

– Lo explicaré todo a su debido tiempo, Secretario del Partido Li -dijo Chen, y se volvió a Wen-. Camarada Wen, ahora entiendo por qué cambió de opinión respecto a su solicitud de pasaporte, por qué quería quedarse con Liu y por qué insistía en regresar a Fujian. Si iba a Estados Unidos, tenía que llevarse el veneno que los Hachas Voladoras le habían dado. Se lo había dejado cuando huyó el cinco de abril.

Wen no pronunció ni una palabra, y cuando Liu le puso suavemente una mano en el hombro dejó caer la cara, tapándosela con las manos, y se echó a llorar.

– Feng arruinó su vida. Los gánsteres no le dieron alternativa. La policía local hizo un mal trabajo a la hora de protegerla. Tenía que pensar en su bebé -prosiguió Chen-. Cualquier mujer en su situación hubiera pensado hacer lo mismo.

– Pero Wen, no puedes… -dijo Liu con voz emocionada-. Debes empezar una nueva vida tú sola.

– Liu ha hecho mucho por usted, Wen -intervino Catherine-. Si comete alguna estupidez, ¿qué le ocurrirá a él?

Chen dijo:

– No le digo esto para asustarla, pero ha estado en su casa con él un par de semanas. La gente sospechará que lo planearon juntos. Y harán responsable a Liu.

– No entiendo cómo Liu podrá escapar a los problemas si le ocurre algo a Feng -añadió Yu-. La gente debe encontrar a alguien a quien castigar.

– Tampoco veo cómo los Hachas Voladoras podrán sacarla del apuro después -terció Li.

– No podrán -dijo Qian, hablando por primera vez, como un eco.

– Lo siento, Liu -dijo Wen entre sollozos, apretando la mano de Liu-. No pensé. Preferiría morir que meterte en problemas.

– Déjame decirte algo sobre los años que pasé en Heilongjiang -dijo Liu-. Mi vida era un largo túnel sin luz al final. Pensar en ti era lo único que importaba. Pensar en ti cogiendo conmigo el carácter de la lealtad rojo en el andén de la estación. Un milagro. Si aquello era posible, cualquier cosa sería posible. Así seguí adelante. Y en 1976, al finalizar la Revolución Cultural, todo cambió para mí. Créeme: las cosas también cambiarán para ti.

– Como le prometí en Suzhou -dijo Chen-, no le ocurrirá nada a Liu siempre que usted colabore con los norteamericanos. Ahora, en presencia del camarada Secretario del Partido Li, le hago la misma promesa.

– El inspector jefe Chen tiene razón -dijo Li con toda sinceridad-. Como viejo bolchevique con cuarenta años en el Partido, yo también le doy mi palabra. Si actúa debidamente, nada le ocurrirá a Liu.

– Aquí tiene un diccionario de inglés -Yu se sacó del bolsillo de los pantalones un libro muy manoseado.-. Mi esposa y yo fuimos jóvenes educados. En Yunan, jamás soñé que algún día sería policía en Shanghai y que estaría hablando con una agente norteamericana. Las cosas cambian. Liu tiene razón. Llévese el diccionario. Allí tendrá que hablar inglés.

– Gracias, inspector Yu -Liu lo aceptó por Wen-. Será sumamente útil.

– Aquí hay otra cosa -Chen sacó un sobre, que contenía la fotografía de Wen cuando partía de Shanghai como joven educada, la fotografía aparecida en el Wenhui Daily.

Catherine la cogió por Wen, que aún tenía la cara hundida en las manos y sollozaba de modo inconsolable.

Veinte años antes, en la estación de ferrocarril, se encontraba en un momento decisivo… Catherine contempló la fotografía, y después miró a Wen. Ahora, en el aeropuerto, vivía otro momento decisivo en su vida. Pero Wen ya no era la joven y animada bailarina del carácter de la lealtad de la Guardia Roja que miraba hacia el futuro con alegría.

– Otra cosa sobre el programa de protección de testigos -dijo Catherine con calma-. La gente puede dejarlo por su cuenta y riesgo. Nosotros no lo recomendamos. Aun así, las cosas pueden cambiar. Dentro de unos años, cuando las tríadas hayan sido eliminadas, puedo hablar con el inspector jefe Chen para cambiar el acuerdo.

Wen levantó la mirada con los ojos anegados de lágrimas, pero no dijo nada. Lo que hizo fue hurgar en su bolso y sacar un paquetito, que entregó a Catherine.

– Esto es lo que los Hachas Voladoras me dieron. No tiene que decir nada más, inspectora Rohn.

– Gracias -dijeron Chen y Yu al unísono.

– Ahora que ella ha prometido plena cooperación con ustedes -dijo Liu, lanzando una mirada a la pequeña sala de al lado-, ¿nos permiten estar un rato solos?

– Desde luego -dijo Catherine sin vacilar-. Esperaremos aquí.

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