CAPÍTULO 5

Por fin se abrió la puerta.

Salió un grupo de pasajeros de primera clase, la mayoría extranjeros. Entre ellos el inspector jefe Chen vio a una mujer joven que llevaba una chaqueta de color crema y pantalones a juego. Era alta, esbelta, con el cabello rubio hasta los hombros y los ojos azules. La reconoció enseguida, aunque parecía un poco distinta de la imagen de la fotografía, tomada quizá unos años antes. Se movía con gracia, como una ejecutiva experta de una empresa de Shanghai.

– ¿La inspectora Catherine Rohn? -¿Sí?

– Soy Chen Cao, inspector jefe del departamento de policía de Shanghai. Estoy aquí para darle la bienvenida en nombre de sus colegas chinos. Trabajaremos juntos.

– ¿El inspector jefe Chen? -añadió en chino-: ¿Chen Tongzhi?

– Ah sí, habla chino.

– No mucho -volvió al inglés-. Me alegro de tener un compañero que hable inglés.

– Bienvenida a Shanghai.

– Gracias, inspector jefe Chen.

– Vamos a recoger su equipaje.

Había una larga cola en la aduana, con pasaportes, formularios, documentos y plumas en sus manos. De pronto el aeropuerto pareció demasiado abarrotado.

– No se preocupe por los formalismos de la aduana -dijo él-. Usted es nuestra distinguida invitada norteamericana.

La condujo por otro pasillo, saludando con la cabeza a varios agentes de uniforme situados junto a una puerta secundaria. Uno de ellos echó un rápido vistazo al pasaporte de la mujer, garabateó unas palabras en él y les hizo seña de que pasaran.

Salieron con el equipaje en un carrito y fueron hasta la zona de taxis designada frente a un enorme anuncio luminoso de Coca-Cola en chino. No había mucha gente esperando.

– Vamos a su hotel, el Peace Hotel, en el Bund. Lo siento, tenemos que tomar un taxi en lugar del coche de nuestro departamento. Lo envié de vuelta debido al retraso -dijo.

– Está bien. Ahí viene uno.

Un pequeño Xiali se detuvo frente a ellos. Él tenía intención de esperar un Dazhong, construido por la empresa formada por la Shanghai Automobile y la Volkswagen, que sería más espacioso y cómodo, pero ella ya estaba dando al taxista el nombre del hotel en chino.

En un Xiali prácticamente no había maletero. Chen se sentía apretado con la maleta en el asiento delantero al lado del conductor y una bolsa al lado de ella en el asiento trasero. Apenas podía estirar sus largas piernas. El aire acondicionado no funcionaba. Bajó la ventanilla, pero no sirvió de mucho. Ella se secó el sudor de la frente y se quitó la chaqueta. Llevaba un jersey escotado y sin mangas. El trayecto lleno de baches hacía que su hombro rozara ocasionalmente el de Chen; esa proximidad hacía a éste sentirse incómodo.

Cuando hubieron rebasado la zona de Hongqiao, el tráfico estaba más congestionado. El taxi tenía que efectuar frecuentes rodeos debido a las nuevas construcciones que se estaban realizando. En el cruce de las calles Yen'an y Jiangning se quedaron atrapados en un atasco.

– ¿Cuánto ha durado su vuelo? -preguntó él, sintiendo la necesidad de decir algo.

– Más de veinticuatro horas.

– Oh, es un largo viaje.

– He tenido que hacer trasbordo. De St. Louis a San Francisco, después a Tokio y finalmente a Shanghai.

– La Chinas Oriental Airline tiene un vuelo directo de San Francisco a Shanghai.

– Sí, pero mi madre encargó el billete por mí. Para ella no hay nada como United Airlines. Insistió en ello, por razones de seguridad.

– Entiendo. Todo… -dejó la frase sin terminar: «Todo lo norteamericano es preferible»-. ¿No trabaja en Washington?

– Nuestra oficina central está en D. C., pero yo estoy destinada en la oficina regional de St. Louis. Mis padres también viven allí.

– St. Louis, la ciudad donde nació T. S. Eliot. Y la universidad de Washington fue fundada por su abuelo.

– Vaya, sí. En la universidad también hay un Salón Eliot. Me sorprende, inspector jefe Chen.

– Bueno, he traducido algunos poemas de Eliot -dijo, sin sorprenderse demasiado de que ella se sorprendiera-. No todos los policías chinos son como los que salen en las películas norteamericanas, en las que sólo sirven para las artes marciales, hablar mal inglés y comer pollo Gongbao.

– Eso son estereotipos de Hollywood. Yo me especialicé en estudios chinos, inspector jefe Chen.

– Era una broma -¿por qué se había vuelto tan sensible respecto a la imagen de la policía china que ella pudiera tener?, se preguntó. ¿Por el énfasis del Secretario del Partido Li? Se encogió de hombros, rozando el de ella de nuevo-. De forma no oficial, le diré que yo también cocino muy bien el pollo Gongbao.

– Me gustaría probarlo.

Él cambió de tema.

– Entonces, ¿qué le parece Shanghai? ¿Es la primera vez que viene?

– Sí, he oído hablar mucho de esta ciudad. Es como un sueño hecho realidad. Las calles, los edificios, la gente, e incluso el tráfico, todo me parece extrañamente familiar. Mire -exclamó cuando el coche pasaba por la calle Xizhuang -. El Gran Mundo. Tenía una postal en la que aparecía.

– Sí, es un centro de entretenimiento muy famoso. Se puede pasar el día entero contemplando diferentes óperas locales, por no mencionar el karaoke, el baile, las acrobacias y los juegos electrónicos. Y se puede degustar una gran variedad de comida china en la calle Gourmet, que está al lado. Es una calle llena de bares y restaurantes.

– Oh, me encanta la comida china.

El taxi entró en el Bund. Al resplandor de las luces de neón el color de los ojos de la norteamericana no parecía exactamente azul. Vio un matiz verdoso. Azul celeste, pensó. No era sólo el color. Le vino a la memoria un antiguo verso: «El cambio del mar azul celeste al azul campo de moras», referencia a las vicisitudes del mundo, que tenía una connotación melancólica sobre la experiencia de lo irrecuperable.

A su izquierda se extendían edificios de cemento, granito y mármol a lo largo del Bund. Luego apareció a la vista el legendario Hong Kong Shanghái Bank, aún protegido por los leones de bronce que habían sido testigos de numerosos cambios de propietario. A su lado, el gran reloj en lo alto del edificio neoclásico de la Aduana dio la hora.

– El edificio con la fachada de mármol y torre en forma piramidal en la esquina de la calle Nanjing es el Peace Hotel, antes llamado el Cathay Hotel, cuyo propietario ganó millones con el comercio del opio. Después de 1949, el gobierno de la ciudad le cambió el nombre. A pesar de los años, conserva su categoría como uno de los mejores hoteles de Shanghai…

El taxi se detuvo frente al hotel antes de que terminara su discurso. Daba igual. Tenía la sensación de que ella le había estado escuchando con tolerante diversión. Un portero uniformado se acercó con grandes pasos y sostuvo la portezuela abierta para la norteamericana. El empleado, vestido de uniforme y gorra rojos, debió de tomar a Chen por el intérprete y dedicó toda su atención a ella. Chen le observó con ironía mientras el hombre ayudaba a colocar el equipaje en un carrito del hotel.

En el vestíbulo oyó fragmentos de jazz. Una banda formada por ancianos tocaba en un bar situado en el extremo de la entrada, haciendo sonar viejas melodías para un público nostálgico. La banda era tan popular que los periódicos la citaban como una de las atracciones del Bund.

Ella preguntó por el comedor. El portero señaló una puerta de cristal que había en el corredor y dijo que el comedor estaría abierto hasta las tres de la madrugada y que en los alrededores había bares que cerraban aún más tarde.

– Podríamos comer algo ahora -propuso él.

– No, gracias. He comido en el avión. Probablemente esta noche estaré despierta hasta las dos o las tres de la madrugada. El jet lag.

Subieron en ascensor hasta la séptima planta. La habitación era la 708. Cuando introdujo la tarjeta de plástico, la luz inundó una gran habitación amueblada con muebles de madera oscura con incrustaciones de marfil. La habitación estaba decorada en estilo Art Déco; carteles de actores y actrices de los años veinte contribuían a crear el ambiente de la época. Los únicos objetos modernos eran una televisión en color, un pequeño frigorífico junto al tocador y una cafetera en la mesa del rincón.

– Son las nueve -dijo Chen consultando su reloj-. Después de un viaje tan largo estará cansada, inspectora Rohn.

– No, no lo estoy, pero me gustaría lavarme un poco.

– Me fumaré un cigarrillo en el vestíbulo y volveré dentro de veinte minutos.

– No, no hace falta que se marche. Siéntese un minuto -dijo ella, señalándole el diván. Al dirigirse al cuarto de baño con una bolsa le entregó una revista-. La he leído en el avión.

Era un ejemplar de Entertainment Weekly con varias estrellas de cine norteamericanas en la portada, pero no la abrió. Primero comprobó que no hubiera insectos en la habitación. Después se acercó a la ventana; recordó aquella vez cuando, paseando por el Bund con sus compañeros de escuela, quedó maravillado al contemplar el Peace Hotel. Mirar abajo desde sus ventanas había estado fuera del alcance de sus más descabellados sueños.

Pero la vista del parque del Bund le devolvió al presente. Aún no había hecho nada sobre el caso del homicidio. Más hacia el norte, los autobuses y trolebuses cruzaban el puente con estruendo, a intervalos frecuentes. Los bares y restaurantes próximos exhibían letreros de neón que destellaban sin cesar. Algunos estaban abiertos toda la noche. O sea que había pocas posibilidades de que alguien pudiera entrar en el parque sin que le vieran, tal como él había supuesto al principio.

Se volvió para prepararse una taza de café. La conversación que pronto debería tener con su compañera norteamericana sería difícil. Decidió llamar antes a la oficina. Qian aún estaba allí, esperando sumiso junto al teléfono; tal vez le había juzgado mal.

– El inspector Yu acaba de telefonear con una pista importante.

– ¿De qué se trata?

– Según una de las vecinas de Wen, ésta recibió una llamada telefónica de su esposo poco antes de desaparecer la noche del cinco de abril.

– Eso es algo -dijo Chen-. ¿Cómo lo sabía la vecina?

– Wen no tenía teléfono en casa. La conversación tuvo lugar en casa de su vecina, pero ésta no sabía nada de lo que habían hablado.

– ¿Alguna otra cosa?

– No. El inspector Yu ha dicho que intentaría volver a llamar.

– Si llama pronto, dígale que intente encontrarme en el Peace Hotel. Habitación 708.

Ahora tenía algo concreto de lo que hablar con la inspectora Rohn, pensó Chen con alivio, dejando el auricular cuando ella salía del cuarto de baño, secándose el pelo con una toalla. Llevaba vaqueros y una blusa blanca de algodón.

– ¿Quiere una taza de café?

– No gracias. Esta noche no -respondió ella-. ¿Sabe cuándo estará lista Wen para marchar a Estados Unidos?

– Bien tengo una noticia para usted, pero no es buena, me temo.

– ¿Ocurre algo?

– Wen Liping ha desaparecido.

– ¿Desaparecido? ¿Cómo es posible, inspector jefe Chen? -le miró fijamente un segundo antes de añadir con aspereza-. ¿Muerta o secuestrada?

– No creo que la hayan matado. Eso no serviría de nada a nadie. No podemos descartar la posibilidad de un secuestro. La policía local ha iniciado su investigación, pero hasta el momento no hay nada que apoye esa hipótesis. Lo único que sabemos es que recibió una llamada de su marido la noche del cinco de abril y desapareció poco después. Es posible que esa llamada fuera la causa de su desaparición.

– Feng tiene permiso para llamar a casa una vez a la semana, pero no para decir nada que pueda poner en peligro el caso. Se hace un seguimiento de todas las llamadas que hace; espero que esa conversación esté grabada, pero puede que no. Está impaciente por que su esposa se reúna con él. ¿Por qué iba a decir nada que causara su desaparición?

– Será mejor que compruebe todas las llamadas que hizo Feng el cinco de abril. Nos gustaría saber exactamente qué se dijeron.

– Averiguaré lo que pueda, pero ¿qué hará usted, inspector jefe Chen?

– La policía de Fujian la está buscando. Comprobando todos los hoteles y autobuses que van allí. Todavía no tienen ninguna pista. Es importante encontrarla lo antes posible, lo entendemos. Se ha formado un grupo especial. Yo estoy al mando. Mi compañero, el inspector Yu, anoche fue a Fujian. En realidad, acaban de darme la noticia de esta llamada telefónica. Él nos mantendrá informados con respecto a lo que ocurre allí.

La respuesta de Catherine Rohn fue rápida.

– Durante varios meses, Wen ha estado solicitando un pasaporte para poder reunirse con su esposo. De repente desaparece. Una mujer embarazada no puede ir muy lejos a pie, y usted no tiene información alguna de que tomara un autobús o un tren, ¿no es así? O sea que aún está en Fujian, o alguien la ha abducido. Usted es el jefe del grupo de casos especiales, sin embargo está aquí en Shanghai, conmigo. ¿Por qué?

– Cuando nos llegue más información, decidiremos qué pasos tomar. Entretanto, voy a investigar aquí. Wen es una joven educada de Shanghai que se marchó a Fujian hace veinte años. Puede que haya regresado a la ciudad.

– ¿Tiene alguna otra idea?

– En estos momentos no. Esta noche hablaré con el inspector Yu y otras personas -dijo, procurando esbozar una sonrisa tranquilizadora-. No se preocupe, inspectora Rohn. Wen quiere reunirse con su esposo, o sea que tendrá que ponerse en contacto con él.

– ¿Supone usted que puede hacerlo? No, Feng no puede revelar su paradero. Ni siquiera puede dar su número de teléfono. Si lo hace le echarán del programa de protección de testigos. Esta es la norma. No hay forma de que ella se pueda poner en contacto con él directamente. Lo único que puede hacer es telefonear a un número del departamento y dejar un mensaje para que se lo den a él.

– Puede que Feng sepa dónde se esconde ella. Y si ha sido secuestrada los secuestradores tienen que haberse puesto en contacto con FENA, así que le sugiero una cosa: llame a su oficina y alerte a su gente de las llamadas telefónicas que Feng reciba o haga. Quizá así podamos seguirle la pista.

– Es posible, pero ya sabe que el tiempo es crucial. No podemos ser como ese granjero del proverbio chino, que espera a que un conejo choque contra el viejo árbol.

– Su conocimiento de la cultura china es impresionante, inspectora Rohn. Sí, el tiempo apremia. Nuestro gobierno lo entiende, de lo contrario yo no estaría hoy aquí con usted.

– Si su gobierno hubiera cooperado con eficacia antes, yo no estaría aquí con usted, inspector jefe Chen.

– ¿Qué quiere decir?

– No entiendo por qué Wen tardó tanto en conseguir su pasaporte Inició el proceso de solicitud en enero. Estamos a mediados de abril. En realidad, ya hace tiempo que debería estar en Estados Unidos.

– ¿Enero? -no recordaba esa fecha-. No sé demasiado sobre el proceso, inspectora Rohn. En realidad, no me asignaron el caso hasta ayer por la tarde. Lo averiguaré y le daré una respuesta. Ahora debo marcharme para hablar con el inspector Yu cuando me llame a casa.

– Puede usted llamarle desde aquí.

– Ha llegado a Fujian esta mañana y se ha puesto a trabajar enseguida con la policía local. Aún no ha ido al hotel. Por eso tengo que esperar en casa a que me llame -Chen se puso en pie-. Ah, tengo otra cosa para usted. Cierta información sobre los Feng. Quizá la parte que se refiere a Feng no es nueva para usted, pero puede que valga la pena que lea el expediente de Wen. He traducido una parte al inglés.

– Gracias, inspector jefe Chen.

– Volveré mañana por la mañana. Espero que duerma bien su primera noche en Shanghai, inspectora Rohn.

A pesar de la torpeza de su conversación, que él ya había previsto, ella le acompañó por el pasillo alfombrado de rojo hasta el ascensor.

– No se quede levantada hasta muy tarde. Mañana tendremos mucho que hacer, inspectora Rohn.

La joven se puso un mechón de su dorado pelo detrás de la oreja.

– Buenas noches, inspector jefe Chen.

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