CAPÍTULO 25

Varias horas más tarde, Chen intentó ponerse en contacto con Catherine por teléfono pero no lo consiguió. No obstante, subió a su habitación con la esperanza de encontrarla allí.

La puerta se abrió tras la primera llamada. Ella vestía la túnica de seda roja con el dragón dorado bordado, llevaba las piernas al aire e iba descalza. Se estaba secando el pelo con una toalla.

Chen no supo qué decir.

– Lo siento, inspectora Rohn.

– Pase.

– Siento llegar tan tarde -dijo él-. La he llamado varias veces. No estaba seguro de que estuviera aquí.

– No siga disculpándose. Estaba duchándome. Es usted un invitado bien recibido, igual que yo soy una invitada distinguida de su departamento -dijo ella, indicándole que se sentara en el diván-. ¿Qué quiere tomar?

– Agua, por favor.

Ella se acercó al pequeño frigorífico y regresó con una botella de agua mineral para él.

– Supongo que ha ocurrido algo importante.


– Sí -sacó una hoja de papel de su cartera de mano.

– ¿Qué es eso? -echó una rápida ojeada a las primeras líneas.

– Un poema sobre el pasado de Wen -tomó un sorbo de la botella-. Lo siento, mi letra es difícil de leer. No he tenido tiempo de pasarlo a máquina.

Ella se sentó a su lado en el sofá.

– Podría leérmelo.

Mientras ella se inclinaba para mirar el poema, él pensó que percibía el olor del jabón que desprendía la piel de ella, aún húmeda por la ducha. Respiró hondo y empezó a leer, en inglés:

El roce de las yemas de los dedos

Estamos hablando en un taller abarrotado

Decidiendo nuestros actos y nuestras palabras,

Entre todos los premios, estatuillas doradas

Que miran fijamente las moscas que vuelan en círculos.

«El material para tu informe del periódico: milagros

Hechos por los trabajadores chinos», dice el director.

«En Europa, sólo máquinas afiladoras especiales

pueden hacer el trabajo, pero los dedos de nuestros

trabajadores pulen las piezas de precisión».

A nuestro lado, las mujeres se inclinan sobre el trabajo,

Moviendo a toda prisa los dedos

Bajo la luz fluorescente.

Enfoco con mi cámara a una de edad madura,

Pálida en su blusa negra tejida en casa

Empapada de sudor. El calor del verano es sofocante.

Al enfocarla con el zoom me sorprende verme

Movido a centrarme en la pieza de acero

Que las yemas de los dedos de Lili rozan,

Suaves aunque robustas

Como una exótica máquina afiladora.

– ¿Quién es el reportero de la primera estrofa? -preguntó ella con expresión perpleja.

– Deje que se lo explique cuando termine.

No es que

Lili realmente me tocara. Ella no, la más guapa

Izquierdista de la estación, julio, 1970.

Nos marchábamos, el primer grupo

De «jóvenes educados»

Que partía hacia el campo.

«¿Oh, ser re-re-re-educados por

los campesinos po-bres y de clase media ba-ba-ja!».

La voz del presidente Mao rechinaba

Desde un disco rayado de la estación.

Junto a la locomotora Lili

Se puso a bailar, blandiendo

Un corazón de papel rojo que había recortado, un milagro

En el dibujo de una chica y un chico

Sosteniendo el carácter chino «leal»

Al presidente Mao. La primavera

De la Revolución Cultural se filtraba

Entre sus dedos. El pelo se le derramaba

En el oscuro ojo del sol.

Un salto, su falda

Como un capullo, y el corazón

Se le escapó de la mano, aleteando

Como un faisán sonrojado. Un error -

Me precipité a rescatarlo cuando ella

Lo cogió- un toque final a

Su actuación. La multitud rugía.

Yo me quedé helado. Ella me cogió la mano,

Temblando, entrelazándose

Nuestros dedos, como si mi error

Fuera un acto muy ensayado, como si

El telón cayera sobre el mundo

En un pedazo de papel blanco

Para que resaltara el corazón rojo, en el que

Yo era el chico y ella la chica.

«Los mejores dedos»,

dijo el director y yo asentí. Es ella.

No hay error. Pero qué puedo decir,

Digo, claro está, lo que me conviene

A mí, que las cosas cambian, como

Reza un dicho chino, de un modo tan espectacular

Como mares celestes en campos de moras,

O que todos estos años desaparecen… de un capirotazo.

Ahí está ella, cambiada

Y no cambiaba, sus dedos

Enjabonados en el verdoso abrasivo,

Nuevos brotes de bambú sumergidos largo rato

En agua helada, pelándose, pero

Perfeccionándose. Ella levanta la mano,

Sólo una vez, para secarse el sudor

De la frente, dejando

Un rastro fosforescente. Ella

No me conoce… ni aun llevando

La tarjeta con mi nombre,

Periodista del Wenhui Daily,

Colgada al pecho.

«No hay historia»,

dice el director.

«Es una de los millones

de jóvenes educados, y se ha convertido

en "una campesina de clase media-baja-pobre",

sus dedos, duros como una máquina pulidora,

pero revolucionaria, pulen

el espíritu de nuestra sociedad, hablando

en abundancia de la superioridad de

nuestro socialismo.»

Así se me ocurrió una metáfora central

Para mi reportaje.

Un caracol esmeralda

Se arrastra por la blanca pared.

– Es un poema triste -dijo ella en un murmullo.

– Un buen poema, pero la traducción no logra hacer justicia al original.

– El lenguaje es claro y la historia, conmovedora. No veo nada malo en la traducción. Es muy emotiva.

– «Emotiva» es la palabra correcta. Me costó encontrar un equivalente. Es el poema de Liu Qing.

– ¿Quién? ¿Liu Qing?

– Aquel compañero de clase de Wen; su hermano Lihua le mencionó… aquel advenedizo que organizó la reunión.

– Sí. «La rueda de la fortuna gira muy deprisa.» Zhu también le mencionó y dijo que en el instituto no era nadie. ¿Por qué su poema de pronto es tan importante para nosotros?

– Bueno, encontraron una antología poética en casa de Wen. Creo que se lo mencioné.

– Se menciona en el expediente. Un momento, la pulidora revolucionaria, la fábrica de la comuna, las trabajadoras que pulen las piezas con sus dedos, y Lili…

– Ahora lo entiende. Por eso quería comentar el poema con usted esta noche -dijo él-. Después de dejarla a usted he llamado a Yu. El poema de Qing está en esa antología, y Yu me envió una copia por fax. El poema se publicó por primera vez hace cinco años, en una revista llamada Stars. En aquella época Liu trabajaba como periodista para el Wenhui Daily. Como el narrador del poema, escribió sobre una factoría de una comuna modelo del condado de Changle, provincia de Fujian. Aquí hay una copia del reportaje que apareció en el periódico -Sacó un periódico de su cartera de mano-. Propaganda. No he tenido tiempo de traducirlo.

– Pocas librerías, salvo en las grandes ciudades, venden poesía en la actualidad. Es inimaginable que una mujer campesina pobre fuera desde su aldea a comprar un libro de poesía.

– ¿Cree que el poema cuenta una historia verdadera?

– Es difícil saber cuánto de ese poema es cierto. La visita a la fábrica de Wen, tal como se describe en el poema, fue una coincidencia. Pero Liu utilizó la misma metáfora en su artículo del periódico: «una máquina pulidora revolucionaria puliendo el espíritu de la sociedad socialista». Podría haber sido parte del motivo por el que dejó su trabajo.

– ¿Por qué? Liu no hizo nada malo.

– No debería haber escrito esas tonterías políticas, pero no tuvo agallas para negarse. Además, debía de sentirse culpable por no haber hecho nada por ayudarla.

– Me parece que ahora entiendo lo que quiere decir -se apoyó en el borde de la cama, de cara a él-. Si la historia del poema es cierta, Liu no le reveló su identidad en aquel momento, y mucho menos la ayudó. Ese es el significado de la imagen del caracol esmeralda arrastrándose al final. Es la culpa de Liu, un símbolo de los remordimientos de Liu.

– Sí, el caracol lleva una carga siempre. Por eso en cuanto he terminado de traducir el poema me he apresurado a venir.

– ¿Qué pretende hacer ahora? -preguntó ella.

– Debemos entrevistar a Liu. Puede que entonces no hablara con Wen, pero más tarde debió de enviarle un ejemplar de la antología, que ella guardó. Y posiblemente hubo otros contactos entre ellos.

– Sí, posiblemente.

– He hablado con gente del Wenhui Daily-dijo Chen-. Cuando Liu dejó su trabajo hace unos cinco años y montó una empresa de material de construcción en Shanghai, consiguió varios contratos del gobierno de Singapur para la Nueva Zona Industrial de Suzhou. Ahora tiene dos fábricas de material de construcción y un almacén de madera en Suzhou, además de su empresa en Shanghai. Esta tarde he llamado a Liu. Su esposa me ha dicho que estaba en Beijing negociando un trato y que regresaría mañana a Suzhou.

– ¿Vamos a ir a Suzhou?

– Sí. Dudo que resulte. El Secretario del Partido Li hará que entreguen los billetes de tren en el hotel mañana por la mañana.

– El Secretario del Partido Li puede ser muy eficiente -dijo ella-. ¿Nos vamos muy temprano?

– El tren sale a las ocho. Llegamos a Suzhou hacia las nueve y media. Li sugiere que pasemos unos o dos días allí.

Él había propuesto unas cortas vacaciones como camuflaje de su investigación. Li enseguida había aprobado el plan.

– O sea que seremos turistas -dijo ella-. Bueno, ¿cómo se le ha ocurrido relacionar el poema con nuestra investigación? Le prepararé una taza de café si me lo cuenta. Café especial, de Brasil. Un premio.

– Está aprendiendo muy deprisa las costumbres chinas. Intercambiar favores. La esencia misma del guanxi. Pero es tarde. Mañana tenemos que irnos temprano.

– No se preocupe. Podemos dormir un poco en el tren -ella sacó del armario un molinillo de café con una bolsita de café en grano, y buscó un enchufe -. Sé que le gusta el café fuerte.

– ¿Trajo este café de EE UU?

– No, lo compré en el hotel. Proporcionan toda clase de artículos. Mire el molinillo. Krups.

– Las cosas son caras en el hotel.

– Le confesaré un secreto -dijo ella-. Nos pagan dietas cuya cantidad depende del lugar. Para estar en Shanghai me pagan noventa dólares al día. No me considero despilfarradora si gasto la mitad de mi dieta del día para agasajar a mi anfitrión.

Encontró un enchufe detrás del sofá. El cordón no era lo bastante largo. Puso el molinillo sobre la alfombra, lo enchufó y derramó los granos en él. Arrodillada, molió el café, dejando al descubierto sus bien formados piernas y pies.

Pronto la habitación se llenó de un agradable aroma. Ella le sirvió una taza, puso una cucharilla para el azúcar y leche en la mesita auxiliar y sacó un pedazo de pastel del frigorífico.

– ¿Y usted? -preguntó él.

– Yo no tomo café por la noche. Tomaré un vaso de vino.

Se sirvió vino blanco. En lugar de sentarse a su lado en el diván, volvió a sentarse en la alfombra.

Mientras tomaba unos sorbos de café, Chen se preguntó si debería haber declinado su oferta. Era tarde. Estaban solos en la habitación. Pero los acontecimientos del día habían sido demasiado para él. Necesitaba hablar. No sólo como agente de policía, sino como hombre; con una mujer con cuya compañía disfrutaba.

Había llevado a cabo un concienzudo registro de la habitación del hotel. No había ningún equipo de audio o vídeo escondido. Estarían a salvo. Sin embargo, no estaba seguro, después de los acontecimientos del día, después de la información que le había dado el Secretario del Partido Li sobre Seguridad Interna.

– Es el mejor café que jamás he tomado -dijo.

Ella alzó el vaso.

– Por nuestro éxito.

– Brindo por ello -dijo él, haciendo chocar su taza contra el vaso de ella-. Sobre el poema. Las huellas de Oropéndola desapareciendo en la calle me han recordado un poema de la dinastía Song.

– ¿Un poema de la dinastía Song?

– Trata de la transitoriedad de la existencia de uno en este mundo, como las huellas dejadas por una grulla en la nieve, visibles sólo un momento. Al mirar las huellas he intentado crear algunos versos. Luego he pensado en Wen. Entre las personas de su vida, también hay un poeta, Liu Qing.

– Podría ser una pista importante -dijo ella.

– De momento no tenemos otra.

– ¿Otra taza de café?

– Será mejor que tome un vaso de vino -dijo él.

– Sí. No hay que tomar demasiado café por la noche.

De pronto el fax de la habitación empezó a expulsar un largo papel, cuatro o cinco páginas. Ella echó un vistazo al rollo ligeramente pegajoso sin arrancarlo de la máquina.

– Sólo es información general sobre el tráfico ilegal de inmigrantes. Ed Spencer investigó un poco por mí.

– Ah, me enteré de algo por el inspector Yu -dijo él-. Los Hachas Voladoras han pedido ayuda a otras tríadas. Una de ellas puede estar activa en Shanghai.

– No me extraña -se limitó a decir ella.

Aquello podía explicar los accidentes que había sufrido allí, incluso tal vez la redada en el mercado, pero aún quedaban muchas preguntas sin respuesta.

Ella tomó un largo trago y vació el vaso. El de Chen aún estaba a medias. Cuando se inclinó para servirse más vino, a él le pareció vislumbrar el volumen de sus senos a través de la abertura de la túnica.

– Saldremos muy temprano. Su casa está muy lejos…

– Sí, mañana saldremos muy temprano -se puso en pie.

En lugar de dirigirse hacia la puerta dio un par de pasos hacia la ventana. La brisa nocturna era dulce. El reflejo de las luces de neón que bordeaban el Bund se ondulaba en el río. La escena parecía extenderse ante ellos como el mundo en un sueño.

– Qué hermoso es -dijo ella, situándose a su lado junto a la ventana.

Siguió un breve silencio como un hechizo. Ninguno de los dos dijo nada. A él le bastaba sentirla cerca, contemplando el Bund.

Y entonces vio el parque y el malecón -«barridos por confusas alarmas de lucha y huida / donde ignorantes ejércitos se enfrentan por la noche»- una escena experimentada por otro poeta, en otra época, en otro lugar, con alguien de pie a su lado.

La idea del caso de la víctima del parque no resuelto le despejó.

Aquel día no había hablado con Gu, ni con el Viejo Cazador.

– Tengo que marcharme, en serio -dijo él.

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