Capítulo 7

Fueron a pie desde el magnífico edificio de la Bolsa, donde dejaron el coche. Atravesaron el jardín del parque Gmeiner, un espacio verde en plena Bõrseplatz, y enfilaron la Renngasse, la calle que irrumpe por entre el soberbio palacio barroco Schõnborn-Batthyány y el esplendoroso conjunto medieval del antiguo priorato de la Schottenkirche. Cruzaron la plaza y, como un cicerone, Qarim condujo a Tomás hacia el edificio de enfrente, el palacio Ferstel, cuyo interior reveló una suntuosa galería, la Pasaje Freyung. Recorrieron la galería, giraron a la izquierda y entraron en un enorme establecimiento, con la entrada guardada por la figura en papier maché de un hombre sentado en una silla.

– El café Central -anunció Qarim.

El café casi parecía una catedral. Enormes columnas griegas sustentaban el techo alto y abovedado, de donde pendían, como frutos silvestres en una rama, los pálidos candelabros esféricos que intentaban inútilmente iluminar el salón. Lo cierto es que la pujante claridad del día ofuscaba su luz tenue, y los rayos del sol se derramaban vigorosos por las anchas ventanas de extremo redondeado y se explayaban con fulgor por el Central. Pero hasta esa claridad parecía relegada a segundo plano, ensombrecida por el gran estilo de la decoración y de la arquitectura interior; más que por la luz, el ambiente estaba dominado por el color y las líneas armoniosas, una elegante mezcla entre el difuso tono amarillento que lo impregnaba todo y cierto estilo art nouveau que otorgaba al café un toque clásico. En otros tiempos, cuando se usaba frac, bastón y bombín, se hubiera dicho que aquél era un sitio chic.

Algunos clientes hojeaban distraídamente el periódico, otros parecían engolfados en un libro agradable y un puñado saboreaba un Kapuziner o un Pharisaer; pero todos, realmente todos, se mostraban mecidos por la sonata melancólica que el pianista tocaba con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, arrebatado por la embriagadora pasión de la música. Mozart llenaba la Kaffehaus de melodía, las notas sonaban melifluas, como el pipiar tierno de las golondrinas recibiendo a la primavera.

Con pasos ligeros, para no molestar al inspirado músico ni estropear la hermosa sonata que fluía del teclado, cruzaron la sala y fueron a sentarse a una pequeña mesa ovalada, en el rincón, junto a una ventana.

– Este sitio es notable -murmuró Tomás, contemplando las bóvedas del techo-. Notable.

– ¿Verdad? -sonrió Qarim, acomodándose en su silla-. Dicen que antiguamente se reunían aquí los escritores de Viena. -Señaló con el dedo la figura en papier maché que vigilaba la entrada del café-. Aquél era uno de ellos.

Tomás observó la figura con bigote.

– ¿Quién es?

– Qué sé yo. Un poeta, por lo que parece.

– ¿Es famoso?

Qarim observó por la ventana la Herrengasse y la Minoritenplatz, por donde se movían los transeúntes.

– No tengo la menor idea -dijo-. Pero los intelectuales frecuentaban mucho toda esta zona de Schottenring y Alsergrund. Mire, Freud vivía por aquí, por ejemplo. Su casa es ahora un museo.

Un camarero con un esmoquin de rigor se acercó con un bloc de notas en la mano.

– Guten Tag -saludó. Revelaba una actitud incierta, era evidente que no sabía si el cliente con shumag en la cabeza y thoub cubriéndole el cuerpo lo entendería-. Was mõchten Sie?

– Yo quiero un Türkischer y un Rehrücken -respondió Qarim en inglés. Se levantó y miró a Tomás-. Voy al cuarto de baño. Pida lo que quiera.

Mientras el árabe se alejaba, ágil dentro de su túnica oscura, el historiador consultó la carta que le entregaron.

– Yo…, yo tengo un poco de hambre -le dijo al camarero. Señaló una imagen reproducida en la carta-. ¿Qué es esto? El austríaco se inclinó y observó la fotografía.

– ¿La Heringsalat?

– Sí, ¿qué lleva?

– Es ensalada de arenque.

– Tráigame una.

– ¿Y para beber?

– Una cerveza de barril.

– ¿Pfiff, Seidl o Krügel?

– No lo sé. Cualquiera.

El camarero meneó la cabeza.

– No, no. Lo que necesito saber es qué tamaño de jarra quiere.

– Ah. Puede ser una de medio litro.

– Ach so. Krügel.


Cuando Qarim regresó a la mesa lo estaba esperando un café turco humeante y una suculenta porción de tarta de chocolate. El piano ya no sonaba y el pianista se había sentado en la terraza para hacer descansar sus dedos y tomar un Einspanner. Tomás se aferraba a una gran jarra de cerveza y comía la ensalada ya servida; parecía disfrutar del sol que le acariciaba el rostro por la ventana, pero tenía el bloc de notas abierto sobre la mesa, listo para tomar sus apuntes.

– Tal vez sea bueno aprovechar la pausa en la música para que avancemos en nuestra conversación -sugirió en cuanto vio regresar a Qarim.

– Muy bien -asintió el hombre de la OPEP, acercando los dedos a la taza de café para medir la temperatura-. Dígame lo que quiere saber.

– Me dijo hace poco que, cuando vino a encontrarse con usted, Filipe Madureira quería conocer el estado de la producción mundial de petróleo. ¿Le pareció normal ese interés?

Qarim adoptó una expresión pensativa.

– ¿Normal? No lo sé. Es decir, es normal querer evaluar las condiciones del mercado, claro; al fin y al cabo, poco tiempo antes se habían producido los atentados del 11-S, los Estados Unidos habían invadido Afganistán y había una gran incertidumbre en cuanto a la situación internacional. En esas condiciones, me parece comprensible que los diferentes gobiernos quieran preservar sus intereses y saber si el mercado se sostiene. Pero me acuerdo de que él se mostraba muy insistente en cuanto a la situación de la producción de la OPEP.

– ¿Ah, sí? ¿Por qué?

– Bien… Supongo que eso era de esperar, ¿no? Si se observan bien las cosas, la situación de la producción fuera de la OPEP se encuentra en un estado calamitoso…

– ¿Cómo es eso?

Qarim bebió muy despacio un trago de su café turco y se quedó callado un buen rato.

– Oiga -dijo por fin-, ¿qué sabe usted sobre el negocio del petróleo?

– Poca cosa. No se olvide de que soy historiador. Las sutilezas del mercado energético nunca fueron un asunto que me hiciese saltar de excitación.

El árabe se mordió el labio mientras consideraba un modo de explicarle el tema a aquel lego.

– Bien, usted tiene que entender que éste no es un negocio cualquiera -comenzó-. En primer lugar, se trata del negocio que mueve más dinero en todo el mundo. Y, gracias a Dios, está centrado en Oriente Medio. -Lanzó preces a los Cielos y alabó la grandeza de Dios-. Allah u akbar! -Miró de nuevo a Tomás-. En segundo lugar, es un negocio hasta tal punto importante que se funde con la política. -Inclinó la cabeza-. Cuando hablo de política, estoy hablando de alta política, de asuntos de vida y muerte, del destino de países y civilizaciones. -Cerró el puño, como si estuviese haciendo fuerza-. Petróleo es poder, ¿entiende? -Hizo más fuerza con el puño cerrado, que acercó al rostro-. Poder.

– Sí, claro. Dinero implica poder.

Qarim meneó la cabeza.

– No, usted no está entendiendo. No estoy hablando del poder que deriva del dinero. Estoy hablando de un poder más profundo, más fundamental, mucho más primario que ése. -Bebió un nuevo sorbo de café-. Oiga: siete años después del descubrimiento de Spindletop, Gran Bretaña decidió convertir su marina de guerra, abandonando la combustión del carbón y pasando a los motores movidos mediante derivados del petróleo. -Amusgó los ojos, como si hubiese acabado de decir algo de importancia trascendente-. ¿Está entendiendo el significado de esa decisión?

– Bien… Supongo que, al modernizar su marina, los británicos se hicieron más poderosos.

– No, nada de eso. -Golpeó la mesa con el dedo-. Lo que hicieron los británicos fue dar un paso muy delicado. Ellos tenían una marina movida a carbón, una materia prima que era abundante en Gran Bretaña, y la convirtieron en una marina movida mediante derivados del petróleo, una materia prima de la que no disponían en su país. -Abrió mucho los ojos-. ¿Ha comprendido ahora? Ellos no disponían de esa materia prima. -Hizo una pausa para dejar que la idea se asentase-. Esa conversión implicó que el abastecimiento de combustible dejó de ser un dato adquirido. Si Gran Bretaña quería asegurar que su fuerza militar se podía mover, estaba obligada a garantizar la seguridad de las vías de abastecimiento. O sea, que estaba forzada a proteger sus intereses en Oriente Medio. A partir de ese momento, la seguridad nacional quedó irrevocablemente ligada a la cuestión crucial del acceso al petróleo. -Volvió a cerrar el puño-. Es a ese poder al que me refiero.

– Ahora entiendo.

Alzó el puño hasta la altura de los ojos.

– Quien tiene el petróleo en la mano tiene el mundo en sus manos. No sólo las grandes potencias necesitaban petróleo para hacer la guerra, sino que comenzaron a hacer la guerra a causa del petróleo. ¿Entiende? A causa del petróleo. Cuando Hitler decía que necesitaba de Rusia para el Lebensraum, el espacio vital de Alemania, no se estaba refiriendo a la agricultura rusa, sino a los campos de petróleo existentes al sur del país. Los alemanes no disponían de esa materia prima en el interior de sus fronteras y necesitaban garantizar la seguridad de su abastecimiento para afirmarse como gran potencia mundial.

– Hmm.

– Y por la misma razón los japoneses bombardearon la flota estadounidense en Pearl Harbor.

– Vamos, no me va a decir que fue a causa del petróleo…

– Lo digo, lo digo.

– No había petróleo en Pearl Harbor.

– Pero lo había en las Indias Orientales holandesas, la actual Indonesia. Japón se encontraba exactamente en la misma situación de Alemania: no poseía petróleo dentro de sus fronteras y necesitaba ir a buscarlo a algún sitio. Los japoneses tenían una necesidad absoluta de apoderarse de los pozos de las Indias Orientales holandesas, pero temían la intervención de la escuadra estadounidense, dado que Estados Unidos había decretado un embargo petrolero a Japón. Por ello los japoneses atacaron y neutralizaron a la escuadra en Pearl Harbor.

– Ah, claro.

– ¿Y por qué razón lideraron los estadounidenses la operación para liberar Kuwait en 1991? ¿Cree que se habría efectuado esa operación si el país sólo produjese plátanos?

Tomás se rio.

– Claro que no.

– Más que cualquier otra, la Guerra del Golfo fue una guerra por el petróleo. Y lo mismo se puede decir de la invasión de Iraq en 2003. ¿Por qué piensa que fue motivada? ¿Por las armas de destrucción masiva que, por otra parte, no existían?

– Por el petróleo.

Qarim asestó una ruidosa palmada en la mesa.

– ¡Claro que fue por el petróleo! Además, el vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney, llegó a afirmarlo en público, hasta que alguien lo mandó callar. Lo cierto es que los estadounidenses querían rediseñar el mapa de Oriente Medio según sus intereses estratégicos. Todo lo demás eran palabras.

Tomás se revolvió en la silla e hizo una mueca.

– Pero, escúcheme: ¿los estadounidenses no son grandes productores de petróleo?

– Son el tercer productor mundial.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

Qarim mantuvo una actitud retraída durante un instante, como si tuviese que hacer una importante revelación.

– El problema es que ese petróleo se está acabando.

– ¿Qué quiere decir con eso?

El árabe abrió las palmas de las manos hacia arriba.

– Ése es el tercer hecho que usted tiene que conocer sobre el petróleo: es finito. ¿Entiende? El petróleo es finito -repitió casi deletreando la frase.

Tomás alzó una ceja.

– Claro que es finito. Pero siempre he oído decir que aún va a durar mucho.

– Y va a durar, por la gracia de Dios.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– El problema es que el petróleo que va a durar mucho es el de la OPEP. -Acercó la cara a su interlocutor y esbozó una leve sonrisa-. En particular el de Arabia Saudí, inch'Allah!

– ¿Y el petróleo fuera de la OPEP?

– Se está acabando.

– No lo creo.

– Puede creerlo.

– Pero ellos van a descubrir más.

Qarim se rio.

– Se ve claramente que no está familiarizado con este asunto -dijo-. ¿Usted sabe qué es el petróleo?

– Bien… Es esa materia líquida viscosa que sale de la tierra.

– Sí, pero ¿qué es el petróleo?

– Elementos químicos, supongo.

– Todo en la vida son elementos químicos, estimado profesor. -Señaló a Tomás-. Hasta usted mismo. Lo que le estoy preguntando es si sabe qué es exactamente el petróleo.

El historiador se encogió de hombros.

– Sólo sé lo que todo el mundo sabe.

– O sea, casi nada -dijo el árabe-. Entonces preste atención. -Cogió la taza de café turco y la agitó, haciendo girar el líquido negro-. Tanto el petróleo como el carbón son restos de materia viva. El carbón deriva sobre todo de plantas muertas, mientras que el petróleo deriva de animales que murieron hace millones de años. La grasa de los animales está llena de hidrógeno que, aliándose al elemento más común de los seres vivos, el carbono, crea los hidrocarburos. El petróleo es, en realidad, una mezcla de hidrocarburos resultantes de la grasa de animales muertos. Esa grasa tiende a acumularse en depósitos bajo tierra, donde se transforma en petróleo cuando se encuentra durante cierto tiempo en una zona donde la temperatura varía entre los cien y los ciento treinta y cinco grados Celsius. En cuanto se forma, el petróleo tiende a brotar hacia arriba, como una mancha de tinta que surge de una esponja.

– Pero hay animales por todas partes. Si el petróleo viene de la grasa de los animales, entonces tendrá que ser abundante.

– No necesariamente. Hay que encontrar un equilibrio difícil. La grasa no se transforma en petróleo sin más ni más. Hacen falta condiciones de temperatura adecuadas durante un determinado periodo para que se pueda transformar en petróleo. Si el sitio donde se encuentra no es suficientemente profundo, la grasa no alcanzará la temperatura necesaria y, en consecuencia, no se transformará en petróleo. Si el sitio es demasiado profundo, la temperatura será excesivamente alta y el petróleo se transformará en gas o se destruirá. ¿Me comprende? Las condiciones adecuadas son muy específicas y delicadas. Además, en cuanto se forma, el petróleo desaparece, dado que llega inmediatamente a la superficie. Para que lo encontremos bajo tierra, es preciso también localizar una zona donde el petróleo se haya acumulado y no haya logrado subir porque se lo ha impedido un bloque impermeable. Es como si ese bloque fuese un tapón, ¿se da cuenta? El petróleo intenta subir, pero el tapón le impide la salida. El problema es que son muy raros los sitios donde estas condiciones se dan de manera simultánea, y nosotros ya los conocemos casi todos.

– ¿Realmente los conocemos?

– No lo ponga en duda. Para que haya petróleo es necesario que exista una fuente donde la grasa animal se acumula durante determinado tiempo a una determinada temperatura, de tal modo que pueda transformarse en petróleo. Hace falta también una roca porosa que permita que el petróleo suba y una piedra impermeable arriba que sirva de tapón, y que lo obligue a acumularse. Este tipo de suelo está identificado y, gracias a las modernas tecnologías de satélite, ya ha sido posible localizar todos los sitios donde se puede encontrar.

– Entonces…

– Existen en el mundo sólo seiscientos sistemas con las condiciones adecuadas para producir petróleo o gas. Cuatrocientos ya han sido o están siendo explotados; los restantes doscientos están situados en zonas de aguas profundas o en el Ártico. -Alzó el dedo-. Y tenga en cuenta que en ninguno de los doscientos que faltan por explotar hay garantías de que exista petróleo.

– Pero tal vez se pueden encontrar allí grandes cantidades, quién sabe.

Qarim meneó la cabeza.

– Es poco probable. Los doscientos sistemas que faltan son de difícil acceso y, con toda probabilidad, resultará que son pequeños. Los grandes sistemas son más fáciles de encontrar que los pequeños, razón por la cual fueron los primeros en ser descubiertos. A medida que la explotación va progresando, va disminuyendo la dimensión de los campos. Esto es algo que le puede explicar cualquier geólogo.

– ¿Y cuál es la situación de los cuatrocientos sistemas ya explotados?

– En lo que respecta a la OPEP, todo está bien. Tenemos petróleo para dar y tomar, inch Allah! Pero fuera de la OPEP existe un gran problema. -Casi entonó las palabras-. Un problema grande, muy grande.

– ¿Cómo de grande?

– Oiga: después del descubrimiento de Spindletop se comprobó que Texas estaba llena de petróleo. Después se encontraron grandes yacimientos en otras partes de Estados Unidos, como Oklahoma, y hasta en Venezuela, en México y en Rusia. Las potencias europeas se concentraron en Oriente Medio, con los británicos de la BP en Irán y los holandeses de la Shell en Iraq, seguidas por las compañías estadounidenses, que crearon la Aramco en Arabia Saudí. Pero en 1951 Irán nacionalizó la compañía británica que operaba en su territorio, ejemplo que siguieron los demás países de la región, los cuales se reunieron en 1961 para establecer la OPEP -sonrió-: la organización para la que tengo el honor de trabajar.

– Y cuya producción, según me ha dicho, se encuentra bien.

– Se encuentra muy bien, gracias a Dios. -Qarim miró hacia arriba y alabó una vez más la grandeza del Señor-. Allah u akbar! Loado sea el Señor por protegernos a nosotros que somos sus fieles seguidores, a quienes Él confía la verdadera palabra, tal como está registrada en el sagrado Corán.

– Se atusó la barba puntiaguda-. ¿Sabe cuánto petróleo hay en Oriente Medio?

– No, pero sospecho que me lo va a decir.

– Más de la mitad del petróleo que existe en el mundo, lo que quiere decir que las nacionalizaciones han dejado a las grandes compañías petroleras occidentales con menos de la mitad del petróleo existente, que recibe el nombre de petróleo no OPEP.

– ¿Petróleo no OPEP?

– Así es -golpeó nuevamente la mesa con el dedo-, y es ese petróleo el que se está acabando.

– Pero ¿cómo se está acabando?

– Se está acabando. -Qarim cogió el bloc de notas de Tomás y preparó la estilográfica-. ¿Conoce el concepto de pico?

– No.

El árabe dibujó una línea ascendente en una hoja limpia del bloc.

– Toda la producción de bienes finitos tiene un pico. La producción sube, sube, sube, hasta que alcanza la mitad y comienza a descender, como una montaña. -La estilográfica alcanzó un punto elevado en la hoja e inició la trayectoria descendiente-. Eso se llama un «pico». Cuando cruzamos el pico de producción… -alzó los ojos, sumido en una plegaria-, que Allah, el todopoderoso, tenga misericordia de nosotros.

– ¿Por qué?

– Porque eso significa que ya no podemos aumentar la producción. Por el contrario, empezamos a producir menos petróleo. -Se inclinó sobre la mesa, hacia delante-. ¿Se da cuenta del problema que eso implica? -Dibujó una nueva línea ascendente en el bloc de notas-. La demanda mundial está aumentando siempre. Hay cada vez más gente y más consumidores en el planeta. China, que antes se movía mediante la fuerza de los pedales de las bicicletas, está ahora apuntando a los automóviles. La India también. -Cruzó la línea ascendente de la demanda con una línea descendente de la oferta-. Y la producción de petróleo va bajando.

Tomás mantuvo los ojos fijos en las dos líneas cruzadas.

– Ya veo -murmuró-. Se van a disparar los precios de los combustibles.

– Van a entrar en los tres dígitos. Y, aun así, el petróleo no alcanzará para todos. Se acaba el petróleo barato y la economía mundial quedará al borde del precipicio.

– ¿Cuándo va a ocurrir eso?

– En el caso del petróleo no OPEP, el pico es inminente. En los Estados Unidos, ya ocurrió en 1970, y lo mismo ocurrió en los grandes yacimientos petrolíferos de Canadá y del mar del Norte. El mayor productor de Europa Occidental, Noruega, está a punto de entrar en el pico, lo que ocurrirá alrededor de 2010, y Rusia también se encuentra muy cerca de esa situación. Se calcula que el petróleo no OPEP alcanzará ya el pico en 2015, tal vez antes.

– ¡Dios mío!

– Y eso no es todo. Desde 1961, ha entrado en un proceso de declinación el descubrimiento de petróleo nuevo. A pesar del desarrollo de nuevas tecnologías de prospección, cada año que pasa se descubre menos petróleo. Desde 1995, el mundo consume, por lo menos, veinticuatro mil millones de barriles por año, pero apenas descubre nueve mil millones de barriles de petróleo nuevo por año.

Al oír esto, Tomás amusgó los ojos.

– Pero eso es un gran problema.

Qarim asintió con la cabeza.

– Muy grande. Cuando el petróleo empiece a faltar, la economía mundial irá cuesta abajo. ¿No se acuerda de lo que ocurrió las tres últimas veces en que la producción de petróleo sufrió rupturas abruptas? -Levantó tres dedos-. Fue durante el embargo árabe de 1974, la revolución iraní de 1979 y la guerra del Golfo de 1991. ¿Recuerda lo que le pasó entonces a la economía mundial?

– Entró en recesión.

– Exactamente. Y fíjese en que estamos hablando de efectos derivados de rupturas transitorias. -Hizo una pausa-. Transitorias. -Dejó que la palabra se asentase-. Imagine ahora los efectos derivados de una ruptura permanente, como la que ocurrirá después del pico de producción. -Una nueva pausa, sombría-. Será el fin de la civilización tal como la conocemos.

Tomás suspiró.

– Bien, eso quiere decir que tendremos que optar por una nueva forma de energía.

El árabe esbozó una expresión burlona.

– ¿Qué nueva forma de energía? ¿Volver al carbón?

– No, tendremos que conseguir otra fuente de energía.

– Pero eso es una ilusión. No hay, en este momento, otra fuente de energía capaz de sostener la actual economía mundial.

– Se descubre una nueva.

Qarim se rio, meneando la cabeza.

– Me temo que no será tan sencillo.

– ¿Por qué? Si hemos sido capaces de llegar a la Luna, seremos sin duda capaces de descubrir una nueva forma de energía.

– Tal vez, no digo que no. El problema es que aún no la hemos encontrado. El mejor candidato es, en este momento, el gas natural. Existe en abundancia y es poco contaminante.

– ¿Lo ve?

– El problema es que el gas es mucho más caro que el petróleo y su transporte desde la zona de producción es difícil. No tenga dudas de que la transposición de la economía hacia el gas natural, forzada por el fin del petróleo, tendrá efectos muy negativos en la economía mundial. Además, y a pesar de que el gas es relativamente abundante, seguimos hablando de una materia prima finita, como el petróleo.

– ¿No habrá otras alternativas?

– Está la energía nuclear. Pero sus problemas son conocidos, ¿no? Las centrales nucleares se han revelado increíblemente caras y plantean complicados problemas de seguridad, como se comprobó en Chernóbil. Y también está la cuestión de saber qué hacer con los residuos radioactivos, que contaminan todo lo que tocan y cuyo tiempo de vida puede prolongarse miles de años. Estas centrales son tan problemáticas que la mayoría de los países están incluso desactivándolas.

– Tiene que haber alguna otra solución.

– Tenemos también la energía solar y la energía eólica. Ambas son limpias, pero el problema es que siguen siendo poco eficientes y poco maleables. La célula fotovoltaica, por ejemplo, sólo transforma en electricidad una décima parte de la energía solar que recibe. Por otro lado, tanto el sol como el viento son intermitentes, no están siempre dándonos energía. En cuanto el viento se detiene, las turbinas eólicas dejan de producir energía, y lo mismo ocurre con la energía solar por la noche o cuando el cielo está nublado. Y está incluso la cuestión de que ambas son prohibitivamente caras. -Hizo un gesto enfático con la mano-. Estas dos fuentes energéticas tienen sin duda un papel que cumplir, no digo que no, pero no se debe pensar en asentar en ellas la economía mundial.

Tomás suspiró.

– Entiendo -dijo-. Entonces, ¿no tenemos salida?

– Sigue en pie la posibilidad de que descubramos un modo de alcanzar la fusión nuclear controlada, que nos traería una fuente inagotable de energía limpia.

– ¿Ah, sí?

– La dificultad es que serán necesarios unos cien años para desarrollarla.

– ¿Cien años? -se alarmó Tomás-. Nosotros no tenemos cien años de petróleo por delante.

– ¿Quién le ha dicho eso?

El historiador se quedó desconcertado.

– Bien…, pues…, usted.

– Yo he dicho que el pico del petróleo no OPEP es inminente.

– ¿Y el de la OPEP?

– Oh, ése parece ser abundante, gracias a Dios.¡Loado sea el Señor, el misericordioso! Si nuestras estimaciones son correctas, Oriente Medio y, en particular, Arabia Saudí, están nadando en petróleo. Nuestro pico sólo está previsto para dentro de unos cincuenta a cien años.

– ¿Y esas estimaciones son realmente correctas?

Qarim volvió los ojos hacia arriba, como quien entrega su destino a la Divina Providencia.

– Inch'Allah!

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