Capítulo 19

El crepúsculo ya había pintado el cielo de violeta y lila sobre el horizonte y una brisa fría y agreste cortaba la playa, levantando pequeñas nubes de arena. El aire se estaba poniendo desagradable, pero Tomás se sentía atado a la silla, incapaz de interrumpir el hilo de la conversación. La referencia a extinciones en masa le parecía algo del mundo de la ficción, lenguaje catastrofista sin ninguna relación con la realidad, pero oír la expresión en aquel contexto era diferente. Interrogó a su amigo con los ojos y, conteniendo la impaciencia, aguardó a que él revelase lo que aún no había contado.

– Durante la vida en nuestro planeta ya ha habido cinco grandes extinciones en masa -comenzó a decir Filipe, después de una corta pausa para ganar aliento-. La más famosa fue la del Cretácico, hace sesenta y cinco millones de años, provocada por la caída de un meteoro en la península de Yucatán, en México. Ese impacto alteró el clima y provocó una mortandad generalizada que puso fin a la era de los dinosaurios.

– Sí, fue una gran catástrofe.

– Lo que poca gente sabe es que no fue la peor. La más grave de todas las extinciones se produjo en el Pérmico, hace casi doscientos cincuenta millones de años. En ese momento, sin que se sepa exactamente aún por qué, desaparecieron abruptamente el noventa y cinco por ciento de los animales que conocemos por los registros fósiles.¡Puf! -resopló-. Noventa y cinco por ciento. -Dejó que el valor resonase en la mente de Tomás-. Eso representó más de la mitad de las familias de especies existentes. Sólo entre los insectos desaparecieron cerca de un tercio de las especies, en lo que fue la única vez en la historia del planeta en que los insectos murieron en masa. La extinción del Pérmico representó el momento en que la vida en la Tierra estuvo más cerca de la aniquilación total.

– Yo sé muy bien lo que ocurrió en el Pérmico -intervino Tomás-. Lo que no entiendo es qué relevancia tienen esos acontecimientos en el objeto de nuestra conversación.

– Es muy sencillo, Casanova. El análisis geológico de las muestras del Pérmico revela alteraciones en los isótopos de carbono, indicando que algo terriblemente errado ocurrió en la biosfera y en el ciclo del carbono -respiró hondo-. Lo que quiero decir es que la extinción del Pérmico coincidió con un abrupto aumento de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Las temperaturas subieron seis grados Celsius. -Extendió seis dedos frente a los ojos de su amigo-. Seis grados. Tantos cuantos prevé el panel de la ONU para finales de este siglo.

Tomás se quedó un instante callado, mirando a Filipe.

– Estás bromeando.

– Ojalá.

– ¿Cuál era la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera cuando se produjo la extinción del Pérmico?

– Cuatro veces más que los actuales 380 ppm. Más o menos lo que se prevé que lleguemos a tener a finales de este siglo. -Filipe bajó el brazo izquierdo y cogió un puñado de arena, que dejó escurrir despacio entre los dedos-. Además de la subida de seis grados de temperatura, los estudios geológicos muestran que el planeta se volvió súbitamente árido, con desiertos en el sur de Europa y de Estados Unidos, y el nivel del mar veinte metros más elevado.

– Exactamente lo que se prevé para este siglo -comprobó Tomás-. ¿Y tú dices que eso fue abrupto?

– Sí.

– Bien, nosotros al menos tenemos un tiempo, ¿no? No vamos a enfrentarnos con los cambios de un día para otro.

– Casanova, cuando digo abrupto, estoy utilizando referencias a la escala de la larga vida del planeta. Las alteraciones climáticas de la gran extinción del Pérmico se produjeron en un periodo excepcionalmente rápido. Cuando digo rápido quiero decir diez mil años.

Tomás reaccionó con los ojos desorbitados, presa del horror.

– ¿Diez mil años?

– En términos geológicos, diez mil años corresponden a un cambio abrupto.

– Pero los cambios actuales se van a producir ya en este siglo…

Filipe afirmó con la cabeza.

– ¿Crees que no lo sé?

– Pero ¡eso es…, es una catástrofe!

– Pues sí. Existen estudios que muestran que entre un tercio y la mitad de las especies actualmente existentes se habrán extinguido alrededor de 2050. Y, si no se ponen frenos, dentro de algunos siglos la gran extinción del Pérmico parecerá una broma de niños.

– Tenemos que parar ya con la emisión de dióxido de carbono.

– Claro, pero no sé si estamos a tiempo.

– Tiene que haber un acuerdo político radical.

– Sin duda, pero tenemos que ser realistas: ese acuerdo aún no existe. Y, aunque llegue a existir, repito que puede ser demasiado tarde. El planeta es una máquina muy pesada y cuesta mucho ponerla en marcha. Pero, a partir del momento en que entra en marcha, ya no es posible frenarla; de la misma manera que la piedra, cuando comienza a rodar por la cuesta de una montaña, ya no para.

– ¿Por qué? ¿Por el efecto acumulativo del dióxido de carbono?

– Sí. Pero también por otra cosa de la que aún no te he hablado. El metano.

– ¿Qué metano? ¿De qué estás hablando?

– El dióxido de carbono es un poderoso gas de efecto invernadero, pero no es el peor. El verdadero demonio es el metano que se encuentra oculto en el fondo del mar o debajo del hielo, contenido por el frío o por las altas presiones. El metano es veinte veces más poderoso que el dióxido de carbono como gas de invernadero. Ocurre que, si la temperatura sube, se desencadena un proceso que libera el metano, trayéndolo a la atmósfera.¡Ese sí que será el comienzo del desastre! Una vez el metano esté fuera, el calentamiento de la atmósfera se acelerará exponencialmente. Se supone que eso ocurrió en la extinción marítima del Paleoceno, cuando desapareció todo lo que vivía en el fondo de los océanos, hace más de cincuenta millones de años.

– ¿Y cuándo comienza el metano a ser liberado?

Filipe se llenó los pulmones antes de responder sombríamente.

– Ya ha comenzado.

Se hizo el silencio en la playa. Tomás se frotó la barbilla, intentando dirigir esta nueva revelación.

– ¿Qué quieres decir con eso?

Su amigo hizo un gesto en dirección a la taiga, del otro lado del lago.

– Está ocurriendo aquí, en Siberia -dijo-. El hielo de la tundra ha comenzado a derretirse y por debajo se encuentra el metano. Como en esta región se ha disparado la temperatura, fuimos a ver lo que está pasando en los lagos que se han descongelado. Lo que vimos nos dejó aterrados: el metano ya ha comenzado a burbujear. Está liberándose a un ritmo cinco veces superior al que preveían las estimaciones más frecuentes. A medida que el hielo vaya retrocediendo en Siberia, más metano saldrá al exterior.

– ¿Y ahora?

– El efecto Budyko también se ha desencadenado ya en el metano. Hay quien cree que es como si ya hubiésemos empujado la piedra y ésta ya estuviese rodando por la cuesta. El efecto acumulativo del dióxido de carbono podrá volver inevitable el colapso de la Amazonia. Si la gran floresta desaparece, se liberarán 250 ppm en la atmósfera, lo que nos llevará a una subida de cuatro grados Celsius. En ese umbral, el equilibrio podrá revelarse imposible, dado que se acelerará la liberación del metano siberiano. Ello nos catapultará inexorablemente a una subida de seis grados que, a su vez, liberará el metano marítimo. -Suspiró-. Si eso ocurre, superaremos los niveles de la gran extinción del Pérmico.

– ¡Dios mío!

– Es imperativo que la temperatura no suba más de dos grados, de modo que no desencadene el proceso que llevará al planeta a traspasar el umbral del metano. Hay quien piensa que esto ya no es posible, dado que el proceso ha adquirido una dinámica propia, pero la mayor parte de los científicos cree que aún estamos a tiempo. Para que se produzca el freno, no obstante, la emisión de gases de efecto invernadero tiene que cruzar inmediatamente el pico y bajar un noventa por ciento hasta 2050. Hay que evitar los 550 ppm, cueste lo que cueste.

– Pero ¿tienen los políticos conciencia de lo que está pasando?

Filipe sonrió sin ganas.

– Nadie tiene conciencia de nada, Casanova. -Meneó la cabeza-. Lo más increíble, para mí, es cómo se ha difundido esta indiferencia general. No sé si ya te has fijado, pero suele existir un gran contraste en las reacciones de los expertos y del público en relación con un tema determinado. Cuando se enfrenta con un gran cambio, el público tiende a alarmarse mucho más que los expertos.

– ¿Te parece?

– Claro. Piensa en la cuestión nuclear, por ejemplo. Las personas que no entienden bien las cuestiones relacionadas con la energía nuclear se asustan más que los expertos, que conocen el tema a fondo y se sienten más tranquilos. -Carraspeó-. Pero en este caso es al contrario. El público parece muy relajado con la cuestión del calentamiento global, mientras que los expertos se sienten presa del pánico. Del pánico, ¿has oído? -Casi deletreó la palabra «pánico»-. Cuando los científicos del panel de la ONU confirmaron públicamente que, en las próximas décadas, las tormentas van a hacerse más violentas, que el desierto se extenderá por más de la mitad del planeta y que el nivel del mar subirá diez metros o más, ¿qué debiera haber ocurrido? Creo que la CNN tendría que haber interrumpido la emisión con gran aparato, millones de personas deberían haber salido a la calle aterradas a exigir cambios inmediatos en la política energética, los dirigentes políticos tendrían que aparecer en televisión para anunciar medidas de emergencia con el fin de afrontar tal catástrofe. ¿No crees que ésa sería una reacción normal?

Tomás aún estaba recuperándose del choque de las revelaciones sucesivas y balanceó mecánicamente la cabeza.

– Es posible que tengas razón.

– Pero no fue eso lo que ocurrió, ¿no? Los científicos hicieron un anuncio de esta dimensión y…,¡y sólo faltó ver a las personas bostezando de aburrimiento! ¿Te parece eso normal? -Volvió a menear la cabeza-.¡Y los políticos, que deberían tener cierta prudencia, siguen igual! Por ello nos quedamos muy preocupados por la postura que detectamos en los gobernantes, todos ellos con la filosofía del dejar pasar y el conformismo de quienes piensan que los que vengan que apaguen la luz y paguen la cuenta. Primero en Kioto, y después en encuentros que fuimos teniendo a través del tiempo, nosotros cuatro nos dedicamos a conversar sobre el mayor desafío que hoy afronta la humanidad: ¿será posible impedir el apocalipsis?

Tomás se inclinó en la silla, traicionando una ansiedad mal disimulada.

– ¿Llegasteis a alguna conclusión?

– Concluimos que necesitábamos hacer una evaluación rigurosa de dos cosas fundamentales, ambas relacionadas entre sí: el calentamiento del planeta y el estado de las reservas mundiales de petróleo. Y necesitábamos desarrollar un plan energético alternativo para que entrase en vigor cuando las condiciones fuesen propicias.

– Eso parece muy ambicioso.

– Y lo es. El trabajo se reveló verdaderamente ciclópeo, y nosotros, en resumidas cuentas, no éramos más que cuatro gatos locos. Afortunadamente nuestros talentos se complementaban, de manera que decidimos dividir las tareas. Howard logró un puesto importante en la Antártida, donde el calentamiento es más acelerado que en el resto del planeta y donde se encuentran los mejores registros paleoclimáticos, y fue allí a desarrollar nuevos trabajos para entender mejor la alteración del clima. James y Blanco eran físicos con gran capacidad. Blanco era más teórico; James, más práctico. Ambos se quedaron encargados de buscar soluciones tecnológicas innovadoras. Y yo, que me siento como pez en el agua en el área energética, me dediqué a la evaluación de las reservas globales de combustibles fósiles, para poder indicar cuál es el momento psicológico adecuado para avanzar con las soluciones que James y Blanco llegasen eventualmente a desarrollar.

– ¿Y fue eso lo que estuvisteis haciendo todo este tiempo?

– Sí, aunque no de una forma totalmente autónoma. James y Blanco trabajaban mucho en equipo, mientras que yo me encontraba más próximo a Howard. Llegué a ir a la Antártida a ver los trabajos paleoclimáticos a los que él se estaba dedicando. -Su mirada se perdió en la memoria de ese viaje-. Aquello es muy curioso, ¿sabes? Una de las cosas que descubrí es que penetrar en las capas de hielo es como viajar en el tiempo.

– ¿En qué sentido?

– El hielo de la Antártida está formado por capas sucesivas de nieve, ¿no? Esas capas se van acumulando unas encima de las otras a lo largo de millares de años. Pero cada capa de nieve contiene pequeñas burbujas de aire, lo que significa que, si hiciéramos un agujero lo suficientemente profundo en el hielo y recogiéramos una capa que tiene doscientos mil años, podríamos detectar en ella burbujas con el aire existente en ese periodo y analizar su contenido. Así es como se sabe, por ejemplo, cuál es el nivel de dióxido de carbono que existía en una determinada época en la atmósfera, y cuál era la temperatura media en ese momento. Howard me mostró un trozo de hielo extraído a tres mil quinientos metros de profundidad en la base de Vostok, en el centro de la Antártida. El análisis de ese hielo mostró que el planeta está ahora cerca del punto más caluroso del último medio millón de años.

– Entiendo. ¿Y hacías ese trabajo con Howard?

– No, sólo iba observando el proceso. Pero es un hecho que, en nuestro grupo, las parejas se formaron en función de la proximidad de las áreas de trabajo. Por ejemplo, en uno de mis viajes a Kazajistán, para inspeccionar el gran yacimiento petrolífero de Kashagan, pasé por Rusia y, a petición de Howard, contraté personal para hacer mediciones del clima en Siberia, donde las temperaturas, como en la Antártida, están subiendo más que la media planetaria.

– Fue en ese momento cuando conociste a Nadia.

– ¿Ella te lo ha contado?

– Sí.

– Es verdad, la contraté en la Universidad de Moscú, con la ayuda de un profesor ruso amigo de Howard. -Guiñó el ojo, en un intento de aligerar la conversación-. Está buena, ¿eh?

Tomás casi se sonrojó.

– Sí, es mona.

– ¿Ya le has puesto el diente encima?

– ¿A quién, a Nadia?

Filipe se rio.

– ¡No, a la Madre Teresa de Calcuta! -exclamó irónico-. Claro que a Nadia, bobo.

– ¿Por qué? ¿Crees que debería?

– Debes de estar bromeando, Casanova. Si no te conozco mal desde los tiempos del instituto, debes de haberte echado encima de ella ya en la primera noche.

– ¡Qué disparate!

– Te conozco, Casanova. De sobra. Y, a menos que algo haya cambiado, estoy seguro de que ellas siguen sin poder resistirse a tus ojos verdes y a esas palabritas dulces de seductor.

Tomás adoptó una expresión impaciente, de alguien a quien no le está gustando el rumbo que ha tomado una conversación.

– Bien, ya nos estamos desviando del tema -dijo y se puso serio, intentando volver a centrarse en lo que estaban hablando-. Hay algo en medio de todo esto que aún no he entendido.

– Dime.

– ¿Por qué razón erais sólo cuatro? ¿Por qué no ampliasteis el grupo, considerando la dimensión de la tarea?

– Por una cuestión de seguridad.

– ¿Seguridad? ¿Seguridad con respecto a qué?

El hombre meneó la cabeza y sonrió sin ganas, casi con tristeza.

– Está claro que no conoces los intereses que hay en juego.

– ¿De qué estás hablando?

– Estoy hablando del mayor negocio del mundo. El petróleo.

– ¿Qué hay con eso?

– ¿Qué crees que ocurriría cuando las fabulosas fortunas y el inmenso poder que el petróleo alimenta descubriesen que había unos pelmas haciendo un trabajo que podría poner en entredicho la fuente de esas fortunas y de ese poder suyo?

– Imagino que no se quedarían satisfechos.

– Pues claro que no. Eso me parece seguro.

– Pero ¿qué tiene eso de especial? Que yo sepa hay miles de científicos en todo el mundo estudiando las alteraciones climáticas. Es evidente que a la industria petrolera no debe de gustarle mucho eso, pero… ¿qué pasa? Si no les gusta, paciencia. Los científicos no dejan de hacer su trabajo porque a la industria petrolera no les gusta, ¿o sí?

Filipe se quedó un momento callado, como si cavilase en lo que podría decir.

– Hay cosas que tú no sabes sobre nuestra investigación.

– ¿Como por ejemplo?

Su amigo se movió en la silla, incómodo. La conversación entraba en un ámbito peligroso.

– Déjame que te responda con otra pregunta -sugirió-. ¿Qué harían los hombres que controlan el mayor negocio del mundo si supiesen que su negocio está amenazado de muerte?

Tomás consideró esta pregunta.

– Qué sé yo. ¿Qué harían?

Filipe se inclinó en la silla, con los ojos amusgados y las cejas cargadas.

– Llegamos al punto de partida.

– ¿Qué punto de partida?

– ¿Qué has venido a hacer aquí?

– ¿Yo? Ya te lo he dicho, Filipe. He venido a propósito de la investigación sobre la muerte de los dos científicos.

El hombre se mantuvo un instante callado, a la espera de que esta observación se revelase íntegramente.

– Entonces ya has respondido a la pregunta.

Tomás lo miró, perplejo.

– ¿Qué pregunta?

– ¿Qué harían los hombres que controlan el mayor negocio del mundo si supiesen que su negocio está amenazado?

– Sí, ¿qué harían?

Filipe respiró hondo.

– Piensa en lo que les ha ocurrido a Howard y a Blanco. -Se recostó en la silla y contempló el lago que desaparecía en las tinieblas siberianas, envuelto en la profunda sombra de la noche. Sólo se oía el suave rumor de las olas besando la playa-. Ahí tienes la respuesta.

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